A pesar de que él siempre cerraba todas las cortinas de su apartamento para estar seguro de que no se dejaba llevar por la efímera luz natural que se iba en cuanto menos lo notaba, sentía que cada vez el ambiente se ponía más nublado. No estaba seguro si era porque acaba de cocinar y el vapor y el humo de su intento fallido comenzaban a cegarlo, o porque ya estaba harto y cansado de seguir intentando hacer algo que ya sabía de antemano le saldría mal pasada las tres de la mañana. Realmente no entendía cómo fue que pudo creer que esta vez sí le saldría. Él lo tenía claro. Podía ser apuesto, con su metro ochenta tres, escultural cuerpo marcado y ejercitado, su ondeado cabello castaño y sus grandes ojos marrones. Podía ser carismático, cada vez que conversaba con alguien y ocultaba a la perfección la antipatía que tenía por la vida. Pero lo que no podía, Hongbin, era ser útil. Lo que no podía, era vivir. Él sabía que muchos pensarían que eso estaba mal, pero si había una cosa que él sabía que estaba mal era… Eso en él que aún no sabía qué era, pero que estaba dispuesto a averiguar.
Él tenía una pista primordial: sabía que algo andaba mal. Y hasta donde tenía entendido, eso era suficiente motivo como para tener un problema. Su primera opción fue buscar en internet, ¿qué buscaría?; la segunda, preguntarle a un amigo, lastimosamente no había alguno. Red Bean, como lo llamaban algunas veces en la universidad, debido a que “Hong” significaba rojo en su idioma natal y “Bin” sonaba a “bean”, se quedó sin opciones y decidió aventurarse a un psicólogo. Aunque en realidad era una molestia para él tener que interactuar con otras personas, para algo su visitado debía haber estudiado, ¿no? Sin embargo, luego de sentir como si hubiese pasado más de un día esperando, se fue como empezó… Con las manos vacías y una cita a otro médico. Su última opción era que lo suyo fuese fisiológico y estuviese condenado, desde antes de él saberlo, a ser miserable. Y así fue: no pasó ni una semana y se lo dijeron: tenía ARMD (Degeneración macular asociada con la edad). Lo curioso era que, en su caso, la “edad” pasaba el doble de rápido. ¿Qué más podía pedir? Se quedaría ciego.
Y así fue como empezó su lucha, su lucha al sentir que vivía cada vez menos despierto y más en una ensoñación. A decir verdad, nunca hubo esperado nada de la vida. A sus cortos casi veintidós años había visto a muchos llegar, también a muchos irse, no se aferraba a nada ni a nadie. Él realmente creía que el mundo era un lugar místico, uno que no quería descubrir. Veía a las personas como seres inestables y molestos. Desde tiempo atrás llego a la conclusión de que eran un paradigma, inexplicable e incomprensible, así que decidió que solo se enfocaría en él, y ya bastante problemático era eso. Pero esta vez sentía que su situación se le proponía con otro rostro… O mejor dicho, sin uno. ¿Y si ese era su problema? O incluso... ¿Podría ser posible que esa fuese la solución?