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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

CAPÍTULO VEINTE. WWOOWW. Nunca pensé que llegaria tan lejos en un fanfic, pero gracias a todas las personas, tanto lectoras como las que comentan, se ha podido lograr. ¡Muchas gracias por leerme!

No olviden comentar y nos vemos en la próxima actualización.

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Veinte

–Ese mayordomo, especial–

 

    Selina cabeceaba camino al palacio de la Reyna. El carruaje ofrecía una vibración arrulladora.

    –¿No dormiste bien? –preguntó Ciel que recargaba su cabeza sobre el puño.

    –No, anoche dos gatos estaban apareándose al lado de mi cama. Qué desconsiderados son esos animales –bufó la niña con una sonrisa.

    –Hay una cosa que no entiendo –interrumpió Sebastian para evitar un confrontación innecesaria entre niños. –si parte de la información de Undertaker es verídica, eso significa que la familia Hammet Aligerhi y De Ponteveccio son un plan fundamental debido a los dioses; eso significa que la Reyna sabe de la existencia del árbol del origen, o por lo menos conocimiento de los dioses.

    –Una cosa es quitarnos los títulos y poder debido a nuestra fama y otra es saber todo de nuestra familia –acató Selina dejando de mirar con fervor a Ciel.

    –No subestimes el conocimiento de nuestra Reyna, mocosa.

    –Deja de ladrar, Phantomhive.

    Sebastian esta vez ni intentó detener el enfrentamiento encarnizado de tirones y mordidas, sin duda un evento sangriento.

 

    Los tres encapuchados corrían entre los tejados y paredes en increíbles malabares acrobáticos. Deslizándose sin hacer ruido por entre los edificios como sombras en el abrigo de la noche, eso le trajo recuerdos a Orville. Sobre ellos, los rayos solares del medio día lentamente eran aniquilados por unas nubes negras listas para desatar sobre Londres una inclemente tempestad húmeda.

    –Parece que va a llover –comentó Leo, él encabezaba la marcha.

    –Dime, ¿Qué te indico eso? ¿Tu título del hermano del origen? –Orville respondió sarcásticamente al comentario tan obvio de su nuevo camarada.

    –Deberíamos asesinarlo de una vez, no entiendo por qué lo acogiste –gruñó Blade desde la parte trasera, Leo le encomendó proteger la retaguardia.

    –No me refería a ese <<llover>>, es un mal augurio, chico. Los dioses tienen conocimientos que los humanos soñarían con poseer –respondió Leo ignorando el comentario de su medio hermano.

    –No deberías ser tan suave con ese niño solo por ser el hijo de François –refunfuñó el otro al ver que fue ignorado. No obtuvo respuesta, tampoco es como que la esperara. Leo siempre le había irritado.

    –Veo el carruaje del Phantomhive, es algo lujoso para un perro –dijo Orville para desviar la tensión entre ellos.

    –Como lo planeamos –gritó Leo –sepárense y acabemos con esto rápido –. Acto seguido los tres rompieron formación.

 

    –Por cierto, mayordomo, hace un tiempo conseguí un regalo para ti –dijo Selina limpiándose la baba de la comisura de los labios, resultado de la feroz batalla contra el Phantomhive, casi podía sentir que él pensaba: Eres un formidable oponente, niña. Esbozó una sonrisa.

    –No debió molestarse, Madame, soy un simple mayordomo.

    –Espera, lo tengo por aquí –exclamó mientras hurgaba en la parte trasera del asiento, sacudiendo las piernas y mostrando el trasero a ambos sujetos.

    Repentinamente un ruido estridente se escuchó y el carruaje se volcó entre chispas y astillas de la madera saliendo disparadas contra el suelo de piedra. Sebastian fue el encargado de proteger a Ciel y Selina de los impactos mientras daban vueltas.

    Cuando todo se detuvo los saco cargando de los brazos.

    –¿Qu-Qué acaba de ocurrir? –Selina apenas se enteró de lo sucedido.

    –Fuimos atacados, eso fue lo que ocurrió. Sebastian, en guardia.

    El mayordomo los dejo en el suelo mientras miraba en todas direcciones buscando a los atacantes. Nada. Siguió buscando y unos metros más atrás vio una lanza clavada en el suelo y una onda de destrucción.

    –Creo que nos arrojaron esa lanza –comentó Sebastian incrédulo ante el acto.

    –¿Cómo es eso posible? –Ciel estaba igual de confundido.

    Se escuchó otro estruendo y Sebastian alcanzó a localizar el origen, otra lanza se aproximaba desde arriba.

    –¡CUIDADO! –gritó Sebastian. Corrió para interponerse en la trayectoria del arma. La desvió con la palma de la mano; esta fue a incrustarse contra el aparador de una tiendo seguido de una explosión. La gente comenzó a correr entre gritos pidiendo a la policía.

    –Ten más cuidado, Sebastian –reclamó Ciel al ver que una señora fue consumida por la explosión.

    –Debemos escapar de la calle, estamos muy expuestos aquí –. Sebastian tiraba de ambos niños.

    –Es Blade –rugió Selina para resaltar sobre los gritos de la muchedumbre. –Esas son las lanzas de Tyr. ¿Cómo pudiste desviarla? Puedes ser un demonio, pero eso es demasiado hasta para ti.

    –Eso no importa, salgamos rápido –. Sebastian decidió ahorrarse la explicación de que, si su joven amo está en peligro de muerte, es capaz de cualquier cosa.

    Pocas personas han sido lo suficientemente poderosas para desviar la lanza de Tyr. Ese mayordomo, es impresionante. Tan impresionante como la espada de Harvey que fue destruida en combate.

    La espada.

    Selina logró desprenderse de Sebastian y corrió hacia el carruaje.

    –¿A dónde va? –. El mayordomo apenas lo podía creer.

    –Es imposible que puedas contra Tyr sólo con cubiertos de mesa –la pequeña se alejaba pegando largas zancadas.

    –Síguela, Sebastian, seria molestoso si muere en medio de todo esto.

    Cuando al alcanzaron, la niña se acababa de meter en el carruaje volcado. Otras lanzas se aproximaban rápido contra ellos, nuevamente fueron desviadas en diferentes direcciones. Las explosiones mataron a otras personas que aún estaban escapando del campo de combate.

    –¡Te dije que tuvieras cuidado! –Ciel miraba como los cadáveres caían al suelo entre trozos desprendidos y olor a carne chamuscada. Una niña sacudía el cuerpo de su madre entre lágrimas.

    –Lo lamento, joven amo. No creo interceptarlas, son demasiado poderosas.

    –¡Selina, apurate! –rugió el niño, impotente.

    Un ente lo interceptó cuando cayó al carruaje desde el cielo, portaba una espada larga, del tamaño de un hombre promedio. Sebastian ya estaba en medio de ellos dos.

    Sin saber la situación y solo por mero reflejo, Ciel escupió:

    –¡Sebastian, acaba con él! ¡ES UNA ORDEN!

    –¡Yes, My Lord!

    El encapuchado se arrojó contra el mayordomo en una potente tajada que apenas pudo detener con unos cuantos cuchillos de mesa. Todos ellos lograron soportar el impacto y desviarlo antes de ser quebrados en un estridente chasquido metálico. Las chispas saltaron por el aire.

 

    –Maldito Blade, nunca acata las órdenes –farfulló Leo desde el tejado. Miró en dirección donde se encontraba Orville. –Tú tampoco hagas nada estúpido.

    Orville tenía desenfundada las pistolas solo por protección, no pensaba interponerse en la pelea de un contenedor y un demonio, no después de ver de lo que eran capaces. Por un momento se sintió tonto, de nada le servirían esas pistolas en un verdadero combate de esa magnitud.

 

    Sebastian sacaba cuchillo tras cuchillo debajo de la manga, por cada impacto recibido eran cubiertos despedazados. Las trocitos de metal caían al suelo rebotando en un gran radio del área.

    –¡Lo encontré! –gritó Selina victoriosa.

    Sebastian arrojó una gran tanda de cuchillos y tenedores contra el encapuchado y este retrocedió. Selina deslizó el arma en suelo hasta topar con el pie del mayordomo. Lo levantó con el pie y lo desenfundo en un parpadeo.

    –Espada de un solo filo. Poco elegante para un mayordomo de los Phantomhive –dijo Sebastian mientras miraba el filo desde diferentes ángulos.

    –¿De esa forma recibes el regalo de una dama? –reprochó Selina.

    –Lo siento, My Lady. Es un hermoso presente de su parte –. Una sonrisa.

    –No… no es nada –se sorprendió –puedes agradecérmelo acabando con Tyr.

    –A sus órdenes, Madame.  

    –¡Solo recibes ordenes mías, Sebastian! –el enfado de Ciel causo una satisfactoria sonrisa por parte de la niña.

    Sebastian iba a responder, pero una estocada lo evitó. Esquivó con gracia y detuvo la tajada de costado con la nueva espada. Los filos se deslizaron entre sí provocando un ruido de metal contra metal. Sebastian aprovechando el desbalance de su enemigo, conectó un golpe en la cabeza con la empuñadura. El encapuchado retrocedió nuevamente.

    –Es una buena espada –dijo el mayordomo con una maliciosa sonrisa.

    –¿Quién lo diría? Lograste un golpe. Te felicito, mayordomo de los Phantomhive –La voz socarrona del enemigo irritó a Ciel.

    –Me gustaría saber quién eres –escurrió Sebastian.

    –La mocosa ya te lo dijo –se quitó la capucha de la cabeza. Piel blanca, cabello largo color negro y ojos escabeche. Facciones duras para una persona como esa. –Soy Blade De Ponteveccio, contenedor de Tyr, el dios de la guerra.

 

    Su bufanda ondeaba con el viento que auguraba malos tiempo. Las nubes grises pintaron el paisaje iluminado de Londres con un triste capo de muerte. Se encontraba muy cerca del encuentro, sobre el tejado de un alto edificio. Tamborileaba los dedos en la culata de su pistola aun enfundada. La correa abrazaba su cintura en un estilo descuidado.

    –Llegaste tarde.

    –No, es el momento perfecto, mira en aquella dirección.

    –Es Leonardo, al lado del mestizo.

    –Se llama Orville.

    –Hablas como si fueras un buen padre. Si supiera todo lo que has hecho.

    –Calla, Seth. Al parecer el mayordomo está en problemas.

    –Se enfrenta contra Blade. Gustan de torturar a las personas, si atacaran juntos lo acabarían en menos de unos cuantos segundos.

    –Saben que vendríamos.

    –¿De qué lado estamos?

    –¿De qué lado crees?

    –De cualquiera en donde no esté Leonardo. ¿Qué ganas ayudando al Phantomhive?

    –Es fuerte. La Reyna no tiene nada bueno planeado. Jeptha está con ella y nos da información a nosotros.

    –Cree que estamos con él.

    –No, sabe que no, Heimdallr lo sabe todo.

    –Entonces debe saber cómo acabara esto.

–Fin del capítulo Veinte–

Notas finales:

Gracias por leer. NO OLVIDEN COMENTAR.


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