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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Especial seis páginas de Word. WWWOOOOWWW. Seguramente no entenderan por qué mi alegria, pues es simple, después de la pagina tres mi cerebro no carbura y siento que me da dislexia, es algo ahorrible, mi mente se bloquea y siento que me quiero ir a hacer otra cosa... algo que hago y por eso me tardo en sacar capítulos.

En fin, ESPERO SUS COMENTARIOS.

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Veintisiete

–Ese mayordomo, en resonancia–

 

    El puente casi estaba terminado, la disputa con Orville y el Cowboy fueron suficientes para retrasarlos. Ciel se tocaba la nariz esporádicamente.

    –Para ser una nena tienes mucha fuerza –dijo después de soltar un quejido.

    –Para serte sincera no tengo la más mínima idea de donde brotó.

    –Seguramente ese traje tuyo está arreglado –la miró con rencor.

    –Para nada, si no me crees ¿quieres que me lo quite? –agregó un tono coqueto y juguetón mientras mostraba un poco de pecho. –Espera, solo te gustan tus mayordomos, lo lamento, retiro la oferta.

    Conforme avanzaban a la casa real de tejado en tejado, el puente se iba haciendo más grande y ráfagas calientes podían sentirse.

    –Esto no va bien –dijo sebastian deteniéndose –, a este paso las ráfagas calientes chocaran con las frías creando tornados. Londres puede ser devastada.

    –Entonces no habrá Londres que gobernar desde un principio –completó Selina.

    –¿Qué planeas, mi Reina? –Ciel susurró para sí mismo.

    –Un nuevo gobierno –la niña no dejaba de ver como el puente atravesaba las nubes incrustándose en el grisáceo cielo.

    Finalmente llegaron a la Casa Real, docenas de guardias custodiaban la estructura incansablemente, pululando con armas y haciendo trabajos extraños.

    –Lo mejor es entrar de infraganti –comentó Sebastian escurriéndose por las chimeneas y rampas para evitar ser vistos.

    Se escabulleron por un costado de la Casa Real y vieron una ventana rota. Siguieron esa ruta y lograron entrar. Ambos niños soltaron una maldición al ver el desastre causado. Cuerpos de guardias (o al menos eso creían pues estaban irreconocibles) desparramados por el suelo, cercenados y machacados al punto de ser solo bultos de carne. El aire impregnado de olor a carne chamuscada y oxido por la sangre, e incluso en manchaba partes de la habitación en ángulos imposibles. Extremidades desperdigadas por el suelo y por más que Selina buscó la cabeza del degollado, no la encontró.

    –Los hermanos del origen –dijo Selina.

    –¿Cómo estas tan segura? –Ciel estaba en cuclillas al lado de una masa carnuda para inspeccionarla.

    –Esos cortes son de Blade, y ese olor a carne chamuscada es porque os electrocutaron, es del hermano de Blade.

    –Sebastian, parece que tendrás un segundo <<Round>> con Tyr. Si están aquí significa que están tras la Reina.

    –O con ella, dependiendo el trato que tengan –Selina miraba unos muñones –¿Sabes? Olvidalo, están en contra, no creo que causaran este desastre por diversión.

    La brutalidad con la que fue efectuada esa carnicería revolvió un poco el estómago de Selina. Podría aparentar ser fuerte, pero ver tanto rojo combinado con ese olor era suficiente para tirar su <<fortaleza>> por la ventana.

    –Entonces busquemos a la Reina.

    –Concuerdo contigo –dijo inmediatamente la niña, deseaba salir de esa habitación lo más rápido posible.

    Saliendo al pasillo observaron que había un rastro de sangre que se perdía más adelante. Lo siguieron hasta una distancia relativamente corta, pues después ya no necesitaron verla para saber a dónde se dirigía; ruidos de combate se escuchaban desde la distancia. Fieros gritos femeninos y el choque del metal contra el metal. Ciel indicó que se acercaran con precaución. Selina entre abrió la puerta lo suficiente para mirar dentro.

    –Son los hermanos del origen, están combatiendo con dos Valquirias.

    Todos guardaron silencio al ver que Ciel se concentraba en un plan.

    –Joven amo, si me permite.

    –¿Qué planeas? Sebastian.

    –Nada, solo un clásico ataque sorpresa.

    La misma aura negra lo devoró y antes de darse cuenta ya vestía su ropa de cuero negro ajustado.

    –Que poco civilizado, mayordomo, tan lindo que te veías como merodeador.

    –Joven amo…

    Ciel asintió captando lo que Sebastian quería decir.

    –Tres… –comenzó con un conteo regresivo –dos… Uno.

 

    Las tajadas potentes tajas de Blade blandían en el aire y cuando fallaba, seguían de largo hasta impactar con algo. Enterrándose en el suelo o paredes, cuando era removida salía entre astillas y papel del forrado. La habitación no tardó en convertirse en un digno campo de batalla, segundo a segundo era deteriorado al grado de ser irreconocible. Leonardo, arrojando rayos a diestra y siniestra contra la Valquiria del tridente no tardó en darse cuenta que era inservible. El tridente actuaba como un receptor desviando las descargas, a veces contra su hermano y otras con él mismo.

    Los escasos golpes o quemaduras que causaban. En el momento en que Leo logró quemar el brazo izquierdo de su oponente casi rompe en furia al ver, de forma milagrosa, como la carne chamuscada era tragada por la piel, regenerándose con un brillo amarillento y al cabo de unos segundos estaba como nueva. Los mismo con los cortes de la espada de Tyr, eran cerrados sin más.

    –Para ser dioses, son muy débiles –comentó la Valquiria del tridente.

    Leo respondió con una larga descarga, su oponente intentó contenerla con su arma, pero fue demasiado para ella y salió disparada contra la pared creando un boquete enorme. Estando inmóvil, Leo aprovechó a dirigir otra descarga directo al cuerpo de la pobre mujer. El olor a carne chamuscada inundo la habitación. En el boquete solo quedaba un montón de carne negra.

    –¿Qué decías de nosotros? –Leo tenía electricidad alrededor de su cuerpo. Chispeante y azul. Su capucha ondeaba gracias al aire caliente generado.

    Un brillo amarillo brotó de la carne, como si naciera un sol desde adentro.

    –Dije que: <<para ser dioses, son bastante débiles>> –la valquiria lentamente se reincorporaba.

    –Putas Valquirias y su poder de curación –susurró Leonardo.

    De la nada un torbellino negro irrumpió en la habitación y atacó a la mujer con un gran pico que perforó su abdomen, de inmediato estalló en una gran nube roja con pedazos de carne volando y embarrándose por todos lados.

    –¡Por fin, maldita perra! –rugió Leonardo, la frustración se apoderaba de él como un virus, no poder asesinarla era demasiado –¡A ver cómo te recuperas de eso! –la sonrisa triunfal indicaba que deseaba bailar sobre sus restos.

    –Creo que fallé… –dijo una voz desde el fondo de la habitación, era el demonio.

    –El mayordomo del Phantomhive.

    –Se llama Sebastian –exclamó Blade desde el otro lado, seguía combatiendo. –Y más vale que lo dejes, ese bastardo es mío, me debe la revancha.

    –Ya escuchaste a mi hermano, te encargaste de mi oponente y estamos a mano, ¿te parece?

    –¡Sebastian! ¿Qué esperas? Asesina a los hermanos del origen –Ciel apenas entraba a la zona de guerra.

    –Lo lamento, pero mi joven amo pide que acabe con ustedes. Blade ya tendrá su oportunidad después de ti.

    –No te preocupes, Leo –dio una estocada al pecho de su enemigo atravesándola, la punta de la espada salió ensangrentada y la subió hasta la cabeza partiéndola a la mitad, luego, giró sobre su eje para que el filo cortara la cintura de extremo a extremo. Solo quedaban trozos de carne. –Gracias a la demostración del mayordomo, describí cómo derrotarlas, hacerles tanto daño que sea imposible su curación. Entonces, si te parece bien –una tajada al aire para escurrir la sangre del acero –, tengamos un segundo Round.

    –Eso no explica por qué seguían sanando por mis ataques –bufó Leo.

    –Tal vez así las saluda Thor, oye, no tengo todas las respuestas.

    Sebastian desnudó el acero y atacó a Blade sin previo aviso, este apenas logró desviar el filo lejos de su carne al hacerlo rosar con su espada. El sonido de acero contra acero. Chispas saltando y el sudor escurriendo. Todo perfectamente sincronizado en una danza mortal donde el mínimo descuido costaría la vida.

    –He… ¿Phantomhive? –farfulló Selina temerosa.

    –¿Qué ocurre? –exclamó molesto, no despegaba la vista del combate.

    –Eso ocurre –señaló a Leonardo acercándose con los brazos chispeantes.

    –¿No puedes combatir? Digo, tienes una diosa.

    –Una profeta y esas cosas místicas, lo más lejos que he peleado es cuando ensarté mi puño en tu rostro.

    Un dolor punzante saltó de la nariz de Ciel al recordar ese momento.

    –Bueno, pues es mejor correr.

    –¿Correr? ¿Un Conde corre? –intentaba seguir el discurso pero vio que el Phantomhive ya había cruzado la puerta para escapar por el corredor dejándola a ella sola frente a Leonardo. –Hijo de… –acto seguido lo persiguió.

 

    La hoz cortaba el aire tormentoso en un sonido curtido. Las balas disparadas del Cowboy simplemente rebotaban frente al ancho acero. Para ser un arma pesada controlada por un muchacho delgado y escuálido, era muy rápida y potente. Las tajadas pasaban zumbando a centímetros de la cabeza de François, sin duda Acke deseaba separar la cabeza del cuerpo. Finalmente François decidió que, si quería ganar ese combate, necesitaba ser a corta distancia, lo suficiente para evitar el rango de un metro y medio de la hoz. Dentro de ese rango lo único peligroso sería una mordida de Acke.

    Detuvo una tajada con la pistola, si hubiera sido una pistola común y corriente, el filo de la hoz hubiera partido el cañón a la mitad. Una patada iba directo al estómago cuando Acke la desvió con la palma de su mano izquierda; la fuerza del ataque hizo que François girara en ciento ochenta grados y Acke aprovechó para atravesar la hoz en horizontal para presionar el cuello del Cowboy. Él sujetó el arma para evitar que le rompiera la tráquea. Un cabezazo al rostro de Acke lo hizo retroceder y romper la llave. Un codazo a las costillas y giró para rematar contra su cuello esperando regresarle el favor y romper la tráquea de su adversario.

    Acke se tiró al suelo tosiendo fuertemente y con ganas de vomitar.

    –Eres un verdadero hijo de puta –dijo entre tosidos, intentaba reincorporarse cuando una patada se incrustó en el abdomen haciéndolo rodar por el suelo. François apuntó para poner punto final tanto a Acke como a la batalla.

    –Espera, espera –Acke extendió la mano para ponerse entre él y el arma.

    –Tu tiempo se acabó, Acke.

    –No, no, espera –tragó saliva. –No hay por qué ponerse agresivos, yo solo sigo órdenes, el señor me envía para asegurarme que todo esté bien y es lo que hago.

    –Eso me importa tanto como preocuparme de no pisar una hormiga –hizo tronar el martillo con el pulgar.

    –Vamos, no eres un asesino. Ya sabes, <<ajua>> y esas cosas de vaqueros.

    –Tienes razón, no soy un asesino, soy un demonio.

    Presionó el gatillo y el revolver escupió plomo. El tiempo se detuvo; las gotas dejaron de caer y la bala se quedó aplanada frente al acero.

    François estaba perplejo, en un parpadeo apareció frente a él un sujeto extraño, parecido a Acke, pero mucho mayor. Alto y con una sonrisa macabra de par en par, dientes afilados y una gran cicatriz cruzaba su rostro. Una chistera, no, era más larga, un sombrero de copa sobre su cabeza y una hoz. Una hoz con forma de esqueleto, de su nuca salía una hoja afilada de acero; hacía de escudo entre la bala y Acke.

    –¿Quién eres tú? –exclamó enojado el Cowboy.  

    –Tú eres François, ¿no es así? –la voz risueña del tipo desconcertaba al Cowboy; sin mencionar que su hoz era muy amenazadora.

    –No te incumbe, ¿eres un enemigo?

    –Lamentablemente sí, estoy del lado ganador.

    –¿Y ese cuál es?

    –¿No ves a tu alrededor? Odín, Valhalla, dioses… Cualquiera que no esté con ellos serán asesinados.

    –¿Temes morir?

    –¿Yo? –una risa espeluznante –no, yo no estoy aquí por eso. Hice un trato con Jeptha Nasnarin, si me les unía él amablemente me daría sus recuerdos.

    –Recuerdos, ¿y cómo piensas conseguirlos, le preguntaras?

    –No, las personas cuando mueren dejan un rastro de toda su vida como registros que se almacenan. La vida después de la muerte.

    –Eso es imposible, al menos que seas… –los ojos de François, desde debajo de la protección que le brindaba su sombrero, los abrió de par en par.

    –Soy un Shinigami, me llamó Undertaker. Un gusto conocerlo, difunto François.

 

      Los pasos resonaban en los pasillos, fuera, la tormenta incrementaba conforme el puente al Valhalla se iba completando. Los fuertes vientos azotaban Londres. La Casa Real era enorme, un castillo en toda su majestuosidad y, en un momento como ese, estaba a punto de convertirse en la tumba donde el último Phantomhive iba a quedar sepultado.

    Por otra parte, Selina, reconocía su valor. Enfrentarse a un hermano del origen (claro, si enfrentarse era un eufemismo de <<correr como vil rata por tu vida>>), llevaba cinco minutos con vida, eso ya era un gran logro para su corta vida, merecía una medalla por eso. Y sin embargo, no se sentía mejor. Lograba escuchar los impactos de los truenos contra los muros, papel quemado y cristales rotos dejando entrar el ruido del viento.

    –Phantomhive, ¿apostamos? ¿Cuánto tiempo crees que duremos con vida? –gritó Selina para sobrepasar el ruido y la distancia entre ella y el niño.

    –Más que tú, si te pongo la zancadilla puedo ganar tiempo.

    –¿Serías capaz? –de repente recordó lo que le había hecho a Harvey y un escalofrió recorrió su cuerpo. –Olvidalo, te creo totalmente capaz.

    –Ahora que confías en mí, tengo un plan.

    –¿Involucra mi muerte?

    –No, ese es el plan B. El plan A involucra a Sebastian.

    –El plan de <<hagamos tiempo para que mi mayordomo me salve el culo>>, no creo que funcione ahora.

    –¿Sabes? Creo que me agrada más el plan B.

    –Vale, vale, lo siento, me gusta el plan A.

    –Dime, ¿Qué tengo en la capucha?

    –¡Oh! Eso, es un kit completo de asesino, los merodeadores nocturnos era una de las más alta familia nobles, expertos en el arte de…

    –¡Selina! –interrumpió Ciel cuando un rayo pasó a su lado.

    –Cuchillos, navajas, granadas, una pistola, hilos, cintas…

    –Granadas de qué.

    –Humo, incendiarias, veneno.

    –¿En dónde están?

    –Tercera capa, lado derecho de la capucha, al final en una cinta de cuero.

    –Escucha bien lo que te diré.

 

    La sangre surcó el aire salpicando el suelo. Una gran cortada atravesaba el torso de Blade, la capucha fue rasgada brotando sangre de ella. Gracias a eso, Blade enfureció.

    –Tyr, brindame tu poder –rugió Blade con rabia.

    Sebastian, que ya estaba con el aura negra se limitó a observar como a Blade le ocurría absolutamente nada. Estaba por hacer una risa sarcástica cuando ente él, un Blade furioso esbozando una sonrisa le susurró.

    –¿Sorprendido? –. Sebastian estaba por preguntarse cómo llegó tan rápido pero su mente se invadió de dolor al atravesar la pared, luego otra y otra.

    Las capas de la casa fueron penetradas por Sebastian hasta salir al exterior. Cayendo tres pisos de altura hasta el patio exterior (donde la Reina dio su informe el inicio de la guerra). Blade se asomaba desde el boquete que dejo Sebastian, mirándolo desde arriba. Aros amarillentos se abrieron sobre sus hombros y salieron disparadas decenas de flechas, todas apuntando al mayordomo. Sebastian detenía las más cercanas con la espada mientras que las otras se incrustaban fuertemente en el suelo quebrantándolo.

    El mayordomo preparaba su contra ataque pero un grito ajeno se escuchó. Viró en esa dirección y apreció como el cuerpo del Cowboy caía al suelo, su cuerpo estaba ensangrentado. Alcanzó a poner el pie y caer parado, temblaba y sus revolvers estaban hechas añicos, los cañones estaban cuarteados y el tambor de una de ellas estaba roto en una sección. Inservibles. Dos seres se alzaron sobre el tejado de una casa. Sebastian enconó los ojos mirando con desprecio al más alto de ellos, con esa hoz característica en forma de esqueleto.

    –Undertaker –escupió Sebastian antes de arremeter con una lanza del suelo.

–Fin del capítulo Veintisiete–

Notas finales:

No olviden comentar. Si comentan les envio una galleta con leche (bueno, que sean dos, para que se animen)


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