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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Lamento mucho la tardanza, pondría alguna excusa, pero no creo que sea necesario. No olviden comentar.

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Veintiocho

–Ese mayordomo, en traición–

 

    Undertaker tomó la lanza con su mano libre y con la misma fuerza con la que venía la regresó. Sebastian solo la miró pasar a un lado de su cabeza, su cabelló ondeo por la ráfaga de aire causada por el arma. La mirada roja y afilada no se despegaba del nuevo contrincante.

    –Es horrible que nuestros negocios se choque –dijo Undertaker con su característico tono de voz sarcástico.

    –Yo no veo esto como negocio –la voz de Sebastian salió agria.

    –Cierto, cierto, tú solo obedeces al niño Phantomhive. No me interesa lo que esté pasando, solo sé que hice un trato con Jeptha, y eso involucra asesinar a todos. Menos al mocoso que está a mi lado.

    –¿A quién llamas mocoso? –farfulló Acke empuñando su hoz.

    Sebastian echó un vistazo al Cowboy. No se veían heridas superficiales graves, lo más peligroso era que sus Revolvers estaban inutilizadas.

    –Cowboy, ¿crees que aun puedas combatir?

    –¿Lo dices por estas cosas? –Sonrió –por supuesto que aún estoy en el juego –las dejó caer al suelo, azotaron en un sonido sordo haciendo que se quebraran más y los pequeños trozos de acero fueron arrastrados por la corriente de agua que cada vez se hacía más grande. La tormenta se intensificaba. –Aún tengo a estas bellezas, Mustang y Sally. –Sacó debajo de su capucha dos hermosas pistolas semi-automáticas de cañón largo, plateadas con signos talladas en su pulida pintura plateada. Citaban: Mustang en una y Sally en la otra.

     –Tú te encargas del Undertaker pequeño y yo del Undertaker grande.

    –¿A caso crees que soy su hijo? Cabrón –rugió Acke desde el tejado.

    –Te estas olvidando de Blade. Tengo una mejor idea, tú te encargas del Undertaker grande, Seth del Undertaker pequeño y yo de Blade.

    El mismo tipo de aura negra que envolvía a Sebastian envolvió a François, bailó en el aire hasta materializarse en una figura humanoide. Un mayordomo de la misma estatura de Sebastian, cabello plateado y largo que terminaba en una coleta que caía sobre la espalda.

    –¿Te pusiste sentimental? François, nunca me habías dado una forma humana, decías que era innecesario –Seth miraba su cuerpo inspeccionando todas las cosas nuevas que portaba.

    –El Phantomhive me inspiro, tal vez después me traigas algo y respondas con: <<a la orden, mi señor>>, nunca se sabe.

    –Te asesinaría antes de eso.

    –Debemos apresurarnos –interrumpió Sebastian. –Tenemos compañía.

 

    Los guardias encargados de cuidar el patio exterior no podían creer el hecho. Un maldito desgraciado acababa de caer del tercer piso de la Casa Real, otro lo atacó con lanzas sacadas de quien sabe dónde y dos maniáticos con armas extrañas pero similares sobre el tejado. Recibieron órdenes directas de la Reina de asesinar a cualquiera que intentara interferir con el proyecto, pero no podían saber lo que correspondía en ese caso. De cualquier forma, lo más probables era que fueran hostiles y, si esa era la situación, su deber como guardias era obedecer a la Reina. Todos desenfundaron y apuntaron sus armas a todos los que no vestían el traje de guardias reales.

    Mientras, la tormenta aun iba en crescendo conforme el puente penetraba cada vez más en el cielo gris. Un aro de luz brillante comenzaba a abrirse y podían escucharse trompetas, que más tarde lograron darse cuenta, eran cuernos de batalla proclamando el inicio de la guerra.

 

    La Casa rugió con estallidos consecutivos, uno después de otro. Desde una ventana del segundo piso saltaron dos encapuchados, rodaron por el suelo; detrás de ellos una onda de rayos salió disparada hasta incrustarse en una casa.

    –Niños hijos de… –exclamó Leo adolorido aun sacando chispas.

    –Maldición, Phantomhive, destrozaste todo un piso de la Casa Real. –Selina sobaba su tobillo. –Y creo que me lastime el pie.

    –Creo que logramos escapar de –Ciel se interrumpió al ver como los guardias se acercaban. –¡Sebastian!

    –Joven amo –de la nada apareció el mayordomo empuñando la espada.

    La guardia se acercaba lentamente sin saber bien que hacer. A lo lejos, sobre el balcón donde la Reina dio su discurso, salió nuevamente, está vez sin el bebé pues por la fuerte lluvia podría enfermar.

    –Mi Reina –gritó Ciel desde la explanada. –Sebastian, llevame al balcón.

    Con un rápido movimiento de la mano sujetó a Ciel de la cintura y saltaron por el aire tormentoso hasta aterrizar en el filo del balcón como una gárgola. El niño se soltó del abrazo del mayordomo y descendió hasta el suelo.

    –Mi niño, Phantomhive –dijo la Reina con tono maternal.

    –Lo que hace no afectará a las personas, ¿cierto? –la expresión de Ciel era suplicante, como si deseara que todo fuese una mentira.

    –No, no, es por una buena causa. Este mundo está podrido, solo el dios Odín será capaz de purificarlo.

    –¿Es necesaria una guerra? Solo… solo…

    –Claro que es necesaria, joven Phantomhive, para arrancar la suciedad debe emplearse la fuerza.

    –Debe detener esto –un hueco en el estómago del niño crecía, consumiéndolo.

    –Ya no hay vuelta atrás, mira –la Reina señaló con la cabeza a la gran abertura que perforaba el cielo gris –, el puente está completo.

    –¿Por qué? –susurró Ciel, casi inaudible.

    –No espero que lo comprendas, pero –se puso de cuclillas a la altura de Ciel –tampoco puedo permitir que interfieras en esto.

    –Mi Reyn… –una fría sensación estrujó su corazón y antes de darse cuenta, la Reyna retorcía un cuchillo corto en el abdomen de Ciel. La sangre emanaba en una cascada.

    –¡Joven amo! –exclamó Sebastian perplejo, su amo estaba gravemente herido.

    El mayordomo lanzó un puñetazo que fue detenido en el aire con la palma de una mano, la Valkiria flotaba en el aire, suspendida sin tocar el suelo.

    –Es muy tarde, demonio –dijo el ente con voz de tres personas distintas a la vez, un extraño ruido blanco que resonaba en la cabeza. –El puente al Valhalla está completo.

    En ese momento, los atronadores rugidos de los héroes caídos superaban el ruido de la tormenta y de los cornos encabezando la marcha. Cientos de miles de soldados demacrados corrían sobre el puente entre vitoreos y gritos de batalla empuñando sus armas alzadas al cielo y, sobre ellas, Valkirias dirigiéndolos con más cornetas. La marcha podía escucharse a kilómetros de distancias, pues algunos iban a pie y otros sobre caballos con carne caída y ojos rojos que no podían ver más que un infierno, los galopes se fusionaban con las pisadas formando un tétrico cantico preludio a la muerte. El fervor de los soldados se esparció como una mecha sobre el ejército de la Reyna que también agitaron sus armas al aire con la boca bien abierta rugiendo.

 

    Ciel se encontraba aun sobre el balcón y Sebastian estaba sometido por la Valkiria, podría simplemente deshacerse de ella como hizo antes, pero corría el peligro de lastimar más a su joven amo que ya de por sí se estaba desangrando, no podía darse el lujo de ser imprudente y humillarse, por tercera vez. Lo sostenía entre sus brazos intentando no moverse mucho, afortunadamente la Reyna no sacó la hoja de acero y gracias a ello la hemorragia podía contenerse. La empuñadura que estaba incrustada en Ciel se movía de arriba abajo siguiendo el patrón irregular de respiración.

    –Ya no me sirves, Phantomhive. Muere como el perro guardián que eres –. La Reyna o miraba con desprecio.

    Ciel, a pesar de tener la vista borrosa y escuchar todo como si estuviera al otro lado de un túnel, la herida dentro de él, no era causada por la apuñalada, era por traición. La Reyna anduvo hasta el final del balcón, desde ahí arriba se apreciaba claramente cómo todo era mezclado para el inicio de una nueva era.

    –Mis súbditos –gritó ella, no había súbditos, no había nadie salvo sus fieles guardias, pero ella prosiguió –, este es un comienzo que todos anhelamos y esperamos. Guardias,  prepárense para unirse al ejercito de Odín, al ejército del Valhalla y den sus vidas por ellos. ¡El honor de luchar contra héroes les pertenece a todos ustedes! –. Los gritos de fervor aumentaron y el sonido de metal contra metal al chocar cascos o espadas en signo de euforia sobrepasó por un momento la voz de la Reyna.

    Ciel escuchaba todo en una nebulosa palpable, pero todo lo que sentía era una chispa en su interior indicando la sed que tenía; lo que él deseaba, era venganza. Con sus manos temblorosas alcanzo la corbata de Sebastian y tiro de ella con la fuerza de un recién nacido, su mayordomo captó la intención y acerco su oído a la boca de su joven amo.

    –Asesina a la Reyna Victoria. Treme su cabeza – Susurró con profundo odio, escupiendo sus palabras como afiladas navajas.

    Sebastian esbozó una sonrisa macabra y reconoció que, su joven amo, aun confiaba en él para una tarea tan importante.

    –¡Yes, My Lord! –respondió antes de tomarle de la mano y besarlo.

 

    El ejército aun avanzaba por el puente y no parecía tener fin, guerrero tras guerrero salían del agujero del cielo como ratas; pero encima de ellos, las Valkirias se abrieron paso para que pasara un ente. Una hermosa mujer de cabello blanco y largo debajo de la cintura, con un vestido de seda muy holgado y una tiara de oro sobre la cabeza descendió. Sus cabellos y ropas ondeaban en el aire, parcia que estuviera debajo del agua, dejándose llevar por una corriente marina imaginaria.

    –Freyja –dijo la Reyna con alegría, mirando al cielo.

    –Reyna Victoria –una dulce voz melodiosa salió de los labios de aquel ser. –Haz hecho un buen trabajo, construir el puente al Valhalla y dejar al ejército de Odín libre para que cumpla con su propósito.

    –Todo sea por un mejor mundo.

    –Ambas estamos de acuerdo en eso, sin embargo, puede que nuestra definición de <<un mundo mejor>> esté en desacuerdo –Freyja seguía descendiendo hasta quedar a unos escasos dos metros de distancia de la Reyna. –En el mundo de Odín no existe jerarquía, un nuevo comienzo para la humanidad, y usted como Reyna poderosa de Inglaterra, merece ser el primer sacrificio.

    Freyja posó sus manos para sostener el mentón de la Reyna y acercó sus labios para besarla, sus ojos iban cerrándose y Victoria era absorbida por un aterrador encanto, la belleza de aquella diosa era inigualable. Pero antes de juntar su suave carne Sebastian interpuso su mano.

    –Mis disculpas, diosa Freyja –dijo el demonio sin sentir la más mínima pisca de arrepentimiento en sus palabras –, pero mi amo ordenó que asesinará a esa mujer, y eso es lo que haré –. La mirada del demonio penetró en Freyja, ella desvió su mirada un momento al aura negra que lo envolvía; turbia como la tormenta del océano y tan negra que era capaz de devorar reyes.

    Freyja le sonrió de forma maternal y dijo:

    –Haz lo que se te plazca mientras elimines a la Reyna Victoria –encogiéndose de hombros, acto seguido una fuerte ventisca la hizo desparecer en el aire.

    –No te será tan fácil arremeter contra la Reyna, mayordomo, sigo órdenes de Odín, no de Freyja. Y mientras… –del aura de Sebastian salió disparado una pua atravesando el cráneo de la Valquiria y haciéndolo reventar. Dos manos se acercaron y enterraron sus dedos en el abdomen y la separaron a la mitad entre desgarradoras tiras de carnes que aun forcejeaban por mantener en una pieza el cuerpo. Los órganos y sangre se desparramaron en el suelo.

    –Ahora, Reyna Victoria, sin su guarda espaldas, temo que llegó la hora de redimirme.

    Los ojos de la Reyna se agrandaron mirando con horro al demonio frente a ella, el aura lo consumió dejando solo atisbar dos punto rojos que la miraba con malicia y profundo odio. La voz le tembló cuando intentó decir:

    –Guardi…

    –Shhh, shhh –Sebastian tapó con su palma la boca de la Reyna –, no hagamos esto más complicado de lo que es, los dioses y los demonios la desean muerta. Acepte su destino y deje se luchar.

    Sebastian aprovechando la mano en el rostro de la Reyna, empujó fuertemente hacia atrás para tronar el cuello de su víctima, la carne fue perforada por los huesos del cuello y la sangre salió disparada al cielo como una fuente. Sebastian retorció al cuello desgarrado para separar la cabeza del cuerpo y los tejidos quedaron descubiertos. Finalmente logró arrancar la cabeza de la Reyna y la sangre cubrió todo el balcón. El cuerpo quedó de rodillas y escupió un último chorro de sangre antes de desplomarse en el suelo.

    –Joven amo, el trofeo de su venganza –. Sebastian enseñó la cabeza de la difunta Reyna, su mirada estaba perdida y su gesto expresaba terror absoluto.

    –Gracias, Sebastian –apenas logró decir antes de cabecear y forcejear para evitar caer desmayado, seguía perdiendo sangre.

    –Tenemos que largarnos de aquí, joven amo –. Sebastian lo estaba levantando en brazos cuando un sonido interrumpió a sus espaldas.

    –Mayordomo –era la voz de Blade. Sebastian se limitó a verlo entrecerrando los ojos. Un brillo rojo destelló de ellos. –Si estas pensado escapar piénsalo dos veces. Mira abajo.

    Sebastian desconfiado se acercó al borde del balcón, parándose a un lado del cuerpo de la Reyna. El ejército del Valhalla había tocado tierra y se enfrentaba al de la Reyna. Los humanos se sorprendieron ante el ataque sorpresa de sus supuestos aliados, pero no tardaron en reaccionar y regresar el golpe.

    Del boquete salió una llamarada de flamas azules esparciéndose por el cielo. El gris desapareció dando paso a un luminoso y ardiente cielo azul, de inmediato sobre Inglaterra cayó una manta de fuego. Todo ardía en llamas, el crepitar era ahogado por los gritos y la confrontación de la batalla.

    Algunos guerreros corrían despavoridos al ser consumidos por las llamas azules y caer al suelo muertos. Su piel, órganos y huesos eran quemados al punto de dejar solo cenizas azules y revolotear por el aire al compás de una danza invisible. Lo mismo ocurría con los edificios, el fuego lamia sus paredes y poco a poco las cenizas eran desprendidas de su material.

    Ciel extendió el brazo con la mano abierta intentando alcanzar un poco de ceniza que ascendían hasta el balcón.

    –Cenizas azules –susurró el niño.

    Sebastian recostó a Ciel contra la pared y desenvainó su espada.

    –Inteligente movida, mayordomo –. Blade imitó a Sebastian.

    –¡Mayordomo! –gritó Selina a las espaldas de Blade –, lo que me costó llegar hasta aquí, pero que mierda, ¿ese es el cadáver de la Reyna? ¡Pero si le falta la cabeza! Y al mocoso Phantomhive lo apuñalaron. ¿Qué está ocurriendo? –el torbellino de confusión podía notarse en su rostro.

    –My Lady, le encargo cuidar de mi amo por un momento –dijo con gentileza –me encargaré de contarle todo en cuanto acabe.

    No le dio tiempo de responder a Sebastian pues Blade se le encimó y cayeron juntos del balcón a la zona de guerra.

    Bien, ¿qué hago? ¿Qué hago? –Pensó Selina –Lo primero es tratar al Phantomhive antes de que se desangre y…

    Las pisadas de soldados se escuchaban cerca.

    Tu sangré será derramada –recordó –¡No hay mejor momento para acordarme de toda esa mierda!

    –Lo siento Phantomhive, pero debemos salir de aquí, esto se ha salido de control y dudo que podamos controlarlo –Selina hablaba con Ciel para mantenerlo consiente. Lo ayudó a levantarse y caminaron escaleras abajo.

 

    Inglaterra ardía en un crepitar incesante y el aire no tardó en impregnarse con el olor a muerte y cenizas azules de cadáveres. La guardia real que combatía por el honor de un fantasma no cedía fácilmente ante el constante azote de los héroes caídos en batalla. El metal era quebrado, la carne cortada, la sangre derramada y los cadáveres quemados.

    Sebastian intentaba encontrar ha Blade en todo ese desastre, de vez en cuando detenía un ataque y lo regresaba asesinando al perpetrador. Lo percibió metros a la distancia, corrió en aquella dirección abriéndose paso entre tajadas. Su espada atravesaba la carne y se incrustaba en huesos. Partió cuerpos por la mitad y arrancaba la espada de los restos como si se tratara de un tronco; la sangre era propulsada fuera y surcaba el aire confundiéndose en la danza azul.

    Sebastian y Blade chocaron espadas en un chirrido metálico insoportable; las chispas saltaron y quedaron cara a cara listos para el final.

–Fin del capítulo veintiocho–

Notas finales:

¡Espero sus comentarios!


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