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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Espero sea de su agrado. Cuando acaben de leer, si gustan, pueden dejar un comentario, eso me ayuda a seguir el Fanfic.

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Cuatro

–Ese mayordomo, es de los Phantomhive–

 

    El choque del papel contra la mesa hizo estremecer a Ciel. Un implacable dossier se alzaba imponente tres codos sobre él.

    –¿Toda esta es información de los Lioncourt –. Preguntó temiendo la respuesta.

    –Sí, la información más completa que pude encontrar de ellos. Cinco generaciones de mercenarios acumulados frente a sus ojos –. Sebastian se plantó al lado de su Lord.

    –Supongo que tendré lectura hasta la mañana –. Sopesó con un amargo tono de voz. Tomó una carpeta y la abrió para comenzar.

    –Si gusta puedo resumir los datos.

    –¿Ya leíste todo esto? –. Exclamó Ciel sin darle crédito a sus oídos.

    –Por supuesto, soy el mayordomo de los Phantomhive.

    –Dime lo que descubriste –. Dijo recargando su mejilla en el puño derecho.

    Sebastian tomó unos papeles de entre el montón y los esparció en la mesa.

    –El mercenario que logre ver era él –. Señaló a la foto de un niño de la edad de Ciel, cabello rubio y ojos claros. Bajo el ojo derecho se dibujaba una marca de flecha apuntando hacia arriba. –Su nombre es Orville. Por lo que sé, la familia Lioncourt siempre iba en parejas por motivos que desconozco. En ese caso la pareja de Orville sería este –. Ahora apuntó a otro chico más o menos de la misma edad. Cabello castaño y ojos cafés, la misma marca. –Harvey. Podría ser el otro encapuchado, la estatura y el arma concuerda. Espada larga doble filo.

    –¿Estás seguro de esta suposición? –. Ciel lo miraba inquisitivo.

    Sebastian esbozó una sonrisa malévola, sus ojos adquirieron un rojo intenso.

    –Sebastian, vamos de caza.

 

    Los sonidos de destrucción recorrían la habitación como un presagio de tormenta, los gritos de furia eran acompañados con blasfemias.

    –¡Ese mayordomo es un infeliz! ¡Puto bastardo! –. Exclamó Harvey al tiempo que rompía una silla de madera con el pie.

    Su Orville se limitó a reír.

    –¿Qué te parece tan gracioso? ¡Nos hizo mierda! Y tú me llenaste de agujeros.

    –Ya te encuentras mejor –. Sacudió la mano para restarle importancia.

    –Agradecéselo al linaje Lioncourt, estuviera muerto de otro modo. Y aun no se cura mi brazo, duele demasiado.

    –¿Quieres que adelantemos el proceso de curación? –. Orville lo miraba de forma coqueta.

    –Por favor, este dolor me está fastidiando.  

    Se sentó al lado de su Orville, lo observó un rato y luego lo besó. La intensidad fue subiendo, el silencio fue perforado por el ruidoso chocar de los labios, uno de ellos se desprendió para bajar por el cuello hasta el pecho, llegando al pezón que jugueteo con la lengua. Llegando al punto, la marca de su consensual comenzó a brillar en una tenue luz roja.

    –Tú eres el que necesita más curación –. Dijo Orville entre gemidos.

    Tendió a Harvey en la cama. Su boca iba tanteando en cuerpo deslizándose dejando como rastro una sensación electrizante haciendo temblar a Harvey, ahora a él le brillaba la marca. Llegó a su sexo, para ese instante ya estaba alzado. Solo ver el sube y baja de la cabeza excitaba a Harvey. El dorado cabello de Orville quedó atrapado entre sus dedos cuando colocó las manos sobre la cabeza de su compañero. Las heridas de bala fueron cerrándose lentamente hasta no dejar rastro. Cuando decidieron que estaban listos, Harvey dio la vuelta y dejo que Orville tomará el control. Este, agarrándolo de la cintura introdujo su ser a Harvey que lo recibió con gemido de placer. La cama comenzó a rechinar en un va y viene de los cuerpos; el sudor comenzó a correr y el aroma del sexo se esparció en una fumarola de pasión fomentando a seguir. El crujir de los huesos esparció cierta excitación a Harvey que, inesperadamente, cambio de lugar. Orville ahogó un grito al sentir a su compañero dentro de él, pero fue cambiada de forma instantánea por un placer que recorrió su cuerpo y una sensación de alivio lo inundo en un mar de calma. Inerte, dejó a Harvey seguir, con la mente en blanco.

 

    –Supongo que tu brazo esta mejor –. Dijo Orville para romper el silencio dejado al terminar el acto. Usaron la manta de la cama para protegerse del frio. El calor se desvaneció en el aire rápidamente.

    –Claro, en estos momentos comprendo porque los Lioncourt somos asesinos –. Movió el brazo un poco para demostrar su bienestar.

    –Nunca he entendido como el placer carnal nos cura –. Perdió su vista en un punto imaginario de la pared.

    –Aun sigues adolorido ¿verdad? –, Harvey lo observaba con preocupación.

    –No, ¿por qué lo dices?

    –Conozco esa mirada, haces eso para disfrazar el dolor.

    –Nunca fui de rápida curación como tú, se me pasará en un rato.

    –El mayordomo, no parecía humano –. Siguió para no hostigar a Orville.

    –¿Viste la marca del mayordomo?

    –Sí, y el ojo del niño brillo con una intensidad asombrosa.

    –Leí de eso en antiguos libros de los Nasnarin. Los demonios de vez en cuando hacen pactos con humanos. El mayordomo puede estar enlazado con el Phantomhive, eso puede explicar la efectividad en las tareas de la Reyna.

    –Un demonio sirviendo a un niño –. Harvey río.

    –Así que nos enfrentamos a un demonio –. Susurró Orville.

    –¿Miedo? –. Lo miró en forma burlona.

    –No, eso significa usar el poder de los Lioncourt.

    –Nuestros cuerpos lo resistirán.

    –Y si no… Al menos habremos muerto intentando defender al mundo.

 

    Normalmente hubiera sido capaz de seguir sus frías y distantes emociones ante su mayordomo, y por un instante quería descubrir desde cuando cambió eso. Ahora no podía descubrir la manera en decirle que ya no le cambiara la ropa nunca más, que cuando lo hacía su corazón se aceleraba en una contante tormenta que arrasaba con todas su venas y ascendía hasta la cabeza, lo mareaba y su cara se ponía roja. La apreciación de la ignorancia de Sebastian, o al menos, si se daba cuenta lo ignoraba, era tan grande que podía estar en el mismo carruaje sin esconder la cara entre los cojines.

    Sebastian lo miraba fijamente, ese rojo intenso perforaba hasta lo más profundo de Ciel. Le sonrió como si pudiera saber lo que pensaba. Antes de saberlo, Sebastian lo besaba. Una pizca de calor se esparció por sus labios, siguió avanzando por el rostro hasta el pecho. En contra de su deseo, empujo a Sebastian de regreso a su lugar.

    –¿Qué se supone que hiciste? –. Gritó Ciel en llamas de vergüenza mezcladas entre pasión.

    –Sé cómo me miras, esos ojos me dicen: “Bésame” –. Sebastian pasó el pulgar por los labios encorvados en una sonrisa.  

    –Es mentira, nunca te vería más allá de un simple mayordomo.

    –No soy cualquier mayordomo, soy el mayordomo de los Phantomhive. Y como tal, mi deber es complacerlo.

    –No necesito de ese servicio, Sebastian. No vuelvas a…

    Sebastian calló a Ciel con otro beso, nuevamente intento alejarlo, pero in éxito. Lo abrazó y presiono fuerte contra su pecho. Ciel sintió el calor de Sebastian a la vez que si fuerte respiración salía de su nariz y lo ahogaba en una chispa de pasión. La mano del mayordomo ya estaba desabrochando el abrigo de Cuando el trote de los caballos dejo de escucharse y el zangoloteo de la carrosa se detuvo.

    –Parece que hemos llegado –. Dijo Sebastian entre dientes.

    Ciel lo miró sonrojado.

    –Lo esperaré afuera, cuando esté listo, salga.

 

    La última gota se desplomó en el vaso esparciéndose por el vidrio. Jeptha arrojó la botella contra la pared, está reventó y los pedazos brillantes llovieron revotando contra el piso. El secuestro de su amada hija y un par de asesinos por ahí sueltos no le favorecían nada.

    –¿Te quedarás sentado sin hacer nada?

    –¡CÁLLATE! –. Rugió. Su aliento abochornaba el aire con alcohol.

    –Pobre, pobre Jeptha. Un Barón reducido a un alcohólico deprimente.

    –¡Soy un Nasnarin! Amigo de la Reyna y poderoso influyente en el proyecto.

    –Usando el nombre de otro para imponerte… me das asco.

    –Puedo mover cielo y tierra –. Comenzaba a arrastrar las palabras.

    –Dime, ¿cuándo un Nasnarin a ascendido a Vizconde o a Conde?

    –La Reyna me prometió nombrarme Conde cuando acabe el proyecto –. Jeptha se levantó acalorado de la silla.

    –¿Crees en su palabra?

    –¡La Reyna jamás me engañaría!

    –¿Crees que la Reyna sería capaz de nombrar Conde a un inútil como tú? A un inútil que no puede ni rescatar a su propia hija.

    –¡Yo la puedo rescatar! –. El sudor escurría por su piel empapando la ropa.

    –Demuéstralo –. Sintió el susurro justo en el oído, un escalofrió lo recorrió.

    Jeptha buscó el teléfono aturdido, marco el número con la mano temblorosa que se negaba a obedecer y habló. Cuando finalizó, con una sonrisa triunfante dirigiéndose al estante de las bebidas, tomó la más grande y la destapo con el característico sonido, la espuma se desbordó por la boquilla hasta sus dedos y bebió directamente.

    –Es mejor salir ahora.

    –No me digas que hacer –. Reprochó aun con el líquido en la boca.

    –Como dije, un alcohólico deprimente.

    Irritado, dejó la botella abierta sobre el estante donde la había agarrado y se colocó su abrigo. Anadeando salió de la habitación.

 

    Después de las conclusiones sacadas por Sebastian, lo hilos se iban uniendo poco a poco. La anciana Orpha los mandó con un antiguo integrante de los Nasnarin, un anciano retirado dedicado a vivir pacíficamente sin intenciones de meterse en problemas; aunque su vida juvenil dijera lo contrario. El lugar estaba plagado de guardias. Cuando entró al pasillo, había personas limpiando el segundo piso, la sangre seca apenas salía de las blancas paredes. Les guiaron hasta una puerta, cuando entraron, vieron a un anciano con lentes en un escritorio leyendo papeles. Jugueteaba con un lapicero en la mano derecha. A su lado una copa de vino casi vacía. Sebastian tosió ligeramente para llamar su atención. El anciano salió de su trance y los observó.

    –Barón Leander Nasnarin. Mi señor es…

    –Sé quién es tu señor. Un niño ostentoso con un parche en el ojo derecho y un mayordomo elegante con mirada penetrante. Eres Phantomhive, el perro de la Reyna –. Leander sonrió.

    Ciel enconó lo ojos, nunca le gusto que lo llamaran <<niño>>.

    –Y conozco a alguien interesado en encargarse de ustedes.

–Fin del capítulo Cuatro–

Notas finales:

Gracias por leer. Espero sus comentarios.


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