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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Por favor, espero comenten cualquier cosa del fanfic, me ayuda a seguir actualizando, ya que de esa manera sé si es de su agrado o no.

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Seis

–Ese mayordomo, guarda secretos–

 

    Lo principal era encontrar el cuartel donde Orville y Harvey se esconden, probablemente ahí se encontraría Selina, después, se harían cargo de ellos dos. Y cuando los hubieran machacado, preguntaría a Selina acerca del grupo de niños en el cual se encontraba Ciel. El día en que firmó el contrato con Sebastian. ¿Qué esperaba con todo aquello? ¿Tal vez información para vengarse? No, la venganza ya manchaba sus manos de rojo. Ahora, el primer paso que debían dar; preguntar. Y si los asesinos eran los últimos Lioncourt, era mejor hablar con el jefe de la familia Nasnarin. Ciel se colocó el sombrero y el bastón fue lo primero que tocó el suelo antes de salir del carruaje.

 

    Por segundos Seth se apoderaba de él, una sed rasgaba su garganta, pidiendo sangre, muertes. Sin importar que, era una adicción a su cuerpo desde la intromisión de ese demonio. A los diez años consiguió el dinero suficiente para salir del agujero donde se encontraba, pero la mugre aún se aferraba a su piel como una armadura y los trapos usados como ropa estaban despedazados en segmentos más pequeños. Recordaba la primera vez que salió a la luz del día, la piel ardía en llamas y sus ojos eran imposibles de ver, pasando cuatro años encerrados entre túneles sacando minerales. Su primera masacre fue a los once, pasó un año entre callejones, donde la escoria de Inglaterra se acumulaba como mierda y podía cometer asesinatos que no levantaran sospechas. Un niño de la misma edad, pelearon por un pedazo de pan duro a medio comer con moho.

    –¿Por qué luchas de esa forma? Tienes más fuerza, lo puedes derrotar si atacas enserio. Basta de cachetadas y tirones de cabello, no eres una nena. ¿Sientes eso? ¿Lo sientes? Esa sed de sangre, te embarga. ¡Pide que lo alimentes! Cumple esa necesidad –. Seth enterraba y retorcía el cuchillo en su mente, él simplemente intentaba ignorarlo, no era un asesino, nunca lo seria.

    –No –. Pensaba. –No soy un asesino.

    –Hiciste un contrato conmigo, un demonio. Tienes el poder necesario para hacer lo que te plazca, y miranos. Vivimos en un callejón cubriéndonos con pedazos de periódicos y lo único que separa tu dura piel del frio es un retajo de tela que no tarda morir. ¿Eso quieres? ¿Quieres vivir de esa forma? ¡Toma lo que es tuyo, comienzas con ese pedazo de pan asqueroso! Y terminarás cenando langosta en un ostentoso restaurante.

    Él sentía el impulso apoderarse de sus extremidades. Seth tenía razón, necesitaba comer, alimentarse. Su oponente era un niño escuálido, sus huesos marcaban la piel como un tatuaje, un contador que retrocedía hasta acabar en la muerte, necesitaba ese trozo de pan para sobrevivir… y él se lo quitaría.

    Relajo sus músculos para usar la fuerza del oponente al tirar, funciono, su velocidad incrementó y con la rodilla impacto la zona de las costillas. La vibración dio a entender que los huesos se despedazaron y el chico cayó al suelo entre burbujeo de sangre. Él se quedó quieto, observando.

    –Yo…Yo no lo quería dañar de esa forma –. Dijo a punto de quebrar la voz.

    –No fue tu culpa, un trágico accidente.

    –No aplique la fuerza suficiente para romperle las costillas.

    –Un chico desnutrido, sus huesos eran de cristal –. Casi se escuchaba su voz burlona, insinuando que había hecho lo correcto, asesinar.

    –Se pondrá bien, lo sé.

    –¿Escuchas eso? Como se detiene el burbujeo, como la vida se le escapa por esas burbujas de sangre que revientan.

    –Fueron un par de costillas rotas, nadie muere por eso –. El terror subía por su cuerpo como una manta helada, poniendo en blanco la mente.

    –Los trozos seguramente perforaron el pulmón, atravesaron el corazón.

    El cuerpo del pobre chico dejó de moverse y sus ojos quedaron abiertos, mirando sin ver al cielo que se tornaba grisáceo. Iba a llover.

    –Todo ha pasado, adelante, reclama tu premio y come.

    Apretujó el pedazo de pan entre sus dedos, duro. Por un momento sintió la necesidad de tirarlo lejos, pero se detuvo a pensar que si hacia eso, la muerte del chico seria en vano, muerte por vida. Comenzó a devorar el pan desesperadamente, ignorando la dureza de la corteza y el polvo que soltaba, insípido. La sangre de las débiles encías inundaban su boca con un sabor a oxido.

    –Bien chico, vivirás –. Un crepitar se escuchó dentro de él.

    Algo había cambiado, no sabía que era, pero definitivamente era otro.

    –Sí, hice lo correcto –. Sonrió, sus dientes amarillentos estaban teñidos de un rojo. Su sonrisa era la de un rostro a punto de estallar en lágrimas.

 

    Un mayordomo los recibió en la entrada y los guio hasta una amplia sala con fotos colgadas en las paredes, una ventana que casi ocupada toda la pared, y esta era cubierta por varias capaz de cortinas, unas con bordados, otra con dobleces, etc. A pesar de su gruesa protección, los rayos del medio día se filtraban sin dificultad, permitiendo una buena iluminación a la sala. El mayordomo que los recibió les indico que esperaran sentados, pero Ciel prefirió indagar un poco. Paseando por la sala, era como viajar por el tiempo entre generaciones de Nasnarin, incluso, los cuadros más antiguos eran pinturas. Hermosas pinturas donde una o varias personas aparecían, elegantes. Pasó los ojos por un mueves donde descansaban varios porta fotos, algunos grandes, otros pequeños. Cientos de individuos parecían cobrar vida. Una llamó su atención, una bella niña.

    –Esa es Lady Selina, hija del Barón Jeptha, pero supongo que ya lo sabe.

    Ciel desvió la mirada buscando la voz. Un anciano de unos setenta años estaba a su lado, con una sonrisa nostálgica y sus ojos se escondían en una manta de piel arrugada que caía sobre los parpados, encorvado y se apoyaba sobre un bastón. Ciel media casi lo mismo que él, uno cuando es anciano se hace pequeño.

    –Barón Luther Nasnarin, permítame presen…

    Sebastian calló cuando el anciano le hizo un gesto con la mano.

    –No se moleste, Sebastian Michaelis.

    Sebastian intentó reprimir levantar una ceja.

    –Pareces sorprendido, un anciano puede saber muchas cosas, en especial cuando tenía como camaradas a una familia de asesinos. Muchas personas le decía a los Lioncourt <<mercenarios>>, pero no lo era. ¿Qué se le puede ofrecer a un Phantomhive de los Nasnarin?

    –Es sobre Selina –. Dijo Ciel intentando medir sus palabras, el anciano parecía muy suspicaz.

    –Es sobre esos asesinos, ¿cierto?

    Ciel asintió.

    –Según el Barón Leander, ellos son Orville y Harvey Lioncourt, y como ya sabrás, esa familia se extinguió hace poco, bueno, casi.

    –Buscan venganza.

    –Podría parecer eso.

    –Pero lo duda –. Ciel pareció interesado.

    –No sé en que anda metido el Barón Jeptha, pero todo comenzó desde que acepto ese trabajo con la Reyna.

    –Está diciendo que la Reyna tiene algo que ver, ¿es así?

    –Claro que no, Phantomhive. Solo digo, Jeptha se metió en algo que nos concierne a todos los Nasnarin, y los Lioncourt ya pagaron por ello.

    –¿Qué eran los Lioncourt?

    –¿Ves aquella foto? –. Luther señaló a un cuadro pintado. Aparecían dos jóvenes, uno de alta clase, a su lado, otro vestido de cazador. –El joven con expresión dura, fue el primer Lioncourt. Adam Nasnarin le dio ese nombre después de encontrarlo con amnesia. Como agradecimiento por ayudarlo, Lioncourt prometió defenderlo, a él y a toda su descendencia. Así fue como los Nasnarin quedaron bajo la protección de los siempre leales Lioncourt.

    –Ustedes los crearon, también pueden destruirlos –. Lazó Sebastian.

    –Tienes un mayordomo muy osado –. Sonrió Luther.  

    Ciel arrojó una mirada dura a Sebastian.

    –¿En dónde podemos encontrar a los asesinos? –. Dijo Ciel para disimular.

    –¿Quieres tomar asiento? Es una historia larga y mis piernas ya no aguantan lo suficiente.

    Los tres tomaron asiento y Luther comenzó a hablar:

    –Orville cuando era pequeño, vivió en una casa de…

 

    Una sensación placentera recorrió su espalda hasta los brazos, temblaron y amenazaron con dejarlo caer sobre la cama. El movimiento de su compañero era tan excitante. Adelante y atrás, entrando en su cuerpo. En un punto, tiró de su corto cabello haciendo que finalmente cediera al tembló y desplomará en la cama.

    –¿Tan rápido te cansaste?

    –Mis heridas curaron hace tiempo, pero no quisiste parar –. Dijo entre gemidos.

    –Sé que te gusta, ¿por qué dejar de hacerlo? –. La sonrisa de su compañero era acompañado del menar de sus caderas.

    –Por qué no debe haber sentimientos entre nosotros, somos asesinos –. Dejaba que su compañero lo arrastrara por las sabanas manchadas de sudor.

    –Esto nos fortalecerá como pareja, eso hacemos los Lioncourt.

    El otro se preparaba para proclamar cuando fue callado por un beso. Las caricias iban por todo su cuerpo. Los gemidos se ahogaban entre las luces de las velas. Las sombras proyectadas en la pared se fusionaban en una, como ellos.

 

    Orville todavía sentía una pulsación incomoda en la cabeza. Una sensación de incomodidad que no dejaba de molestarlo. Esa foto tenía algo extraño, muy familiar, no sabía el que.

    –No te distraigas –. Harvey le tendió una mirada dura y penetrante.

    –Estoy bien, completaremos esta misión sin problemas.

    Quedaron en silencio solo acompañados por las pisadas hasta la mansión. Para ser una Vincent tiene mucho dinero. Los expedientes que leyó Orville durante al camino fue que Lady Jane era hija de un Nasnarin, durante un baile entre las dos familias, un Lioncourt se enamoró perdidamente de ella. Nunca se casaron y después de tener a su hijo bastardo, lo exiliaron y separaron. El Lioncourt para no dejarla desamparada, le entregó una importante cantidad de dinero para sobrevivir, pues el resultado de su relación era el asco tanto de los Lioncourt como de los Nasnarin, cambio su apellido de clase a uno vulgar: Vincent. Y se perdió entre los bajos barrios hasta que se supo de ella nuevamente pasado uno años, viviendo en una mansión con otro hombre.

    Harvey y Orville se detuvieron frente a la mansión, escondidos entre los arboles del bosque. Entraron sin problemas, el lugar estaba desierto, casi abandonado, salvo unas cuantas velas prendidas por aquí y candelabros por allá. Tenía un aspecto lúgubre y tenebroso por las diferentes figurillas y sombras que se proyectaban por la luz del fuego. Finalmente entraron a una sala donde se supone era la habitación de Jane Vincent. Ella se dio cuenta y miró a sus atacantes. Orville la vio directo a los ojos, tan familiares y calurosos.

    –¡NO! –. Gritó con todo su ser a Harvey que ya había desnudado su acero y arrojado un tajó a Jane. Un sonido de carne cortándose y un cuerpo partido a la mitad fue lo último que recordó de Jane Vincent, antigua Nasnarin

Notas finales:

¡No olviden comentar!


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