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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

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Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Ocho

–Ese mayordomo, es complaciente–

  

    Una explosión bombardeaba su cuerpo. Por aquí, por allá. Sebastian de alguna forma extraña lograba despertar todos sus sentidos en un acto tan mundano como ese. A no ser que con un demonio….

    La chispa en su interior avivo la llama que negaba a salirse, como una enorme ventisca que oxigena una llama; primero haciéndola temblar hasta creer que se apagará, pero de la nada crece de un segundo a otro en una enorme llamarada y el sonido crepitante rebotando en su ser. Ciel deseaba más de su mayordomo.

    Soltando un gemido potente, tomó de la cabeza a Sebastian que ya se preparaba para bajar hasta su sexo y lo besó nuevamente. Pasó sus dedos sobre el pecho vestido de su mayordomo, torpemente intentaba desanudar la corbata rojiza. Realmente nunca había desanudado nada mientras se intentaba mantener la concentración en otra cosa. Ciel abrió sus ojos de par en par cuando un <<objeto>> cálido y extremadamente suave se adentraba en su boca. La sombra de Sebastian cubrió totalmente a Ciel cuando éste, sentándose sobre el regazo del joven amo, comenzó a despojarse de su saco, corbata y los botones salieron disparados en todas direcciones cuando no tuvo la paciencia necesaria para desabotonarlos. Fue entonces cuando Ciel notó algo extraño, Sebastian estaba fuera de control, su respiración acorde con las gotas aperladas que descendían por su frente y el brillo lujurioso de sus ojos rojos; como si estuvieran a punto de devorarse a una presa. Sus deseos estallaron justo en la cara de Ciel.

    El torso del mayordomo quedo completamente descubierto y fue como quitar la bolsa de una comida, el olor de Sebastian cayó sobre el niño tal cual avalancha. Sebastian se encorvo para el segundo round. Ciel necesitaba detenerlo ahora antes de que fuera demasiado tarde.

    Sebastian besó a su amo encorvándose hacia abajo. Su abdomen marcado y los brazos fornidos eran suficientes para dominar completamente la situación. Su largo cabello caía en cascada alrededor de la cabeza, acariciando al joven amo.

    Ciel golpeteó levemente el pecho de Sebastian intentado detenerlo, pero eran como suaves palmadas, pues de por si su poca fuerza se desvaneció en el aire y le temblaban los brazos. Un temblor exquisito, anhelaba más de esa sensación. Sebastian detuvo las inquietas manos de su Lord agarrándolas con las suyas y entrelazando los dedos. De nueva cuenta comenzó a descender con la boca hasta el obligo donde se encontraba esa barrera en forma de tela. Gentilmente deslizó sus dedos sobre el torso de Ciel que reaccionó con un temblor incontrolable y arqueó la espalda. El mayordomo quitó el cinturón y el pantalón ya se encontraba a media pierna cuando una ráfaga excitante golpeó fuertemente a Sebastian. Pareciera que no sabía qué hacer. Tantas posibilidades, finalmente se decidió por una. Ambas manos estaban bajando cuando una voz se escuchó desde la otra habitación.

    –¡Ciel Phantomhive! –. La voz de Selina.

    Sebastian dejó de prestar atención un momento a su amo para dirigir una mirada de desprecio a la entrada de la habitación. Ignorando esa intromisión fijó su punto de interés.

    –Sebastian, detente en este instante. ¡ES UNA ORDEN!

    El mayordomo de manera obediente se quedó inmóvil a medio camino. Tan instantánea fue la respuesta que el cabello aun ondulaba un poco. Ahora él miraba a su amo. Desnudo, temblando y con expresión a punto de llorar.

 

    La marca aun brillaba cuando dejaron el acto a medias. Uno de ellos se quedó recostado en la cama mientras que el otro fue a atender la situación. Jeptha había llamado esta vez.

    –¿Qué quería? –. Comentó el recostado.

    –Él –. Dio como única respuesta el otro, recargado en el marco de la puerta totalmente desnudo.

    –Lidiar con un demonio es absolutamente agotador, y más cuando se trata de Seth, ese desgraciado ya tiene mucho tiempo con ese tipo. ¿Cuarenta años?

    El otro se encogió de hombros.

    –Quiere que partamos inmediatamente, al parecer persiguió a los estúpidos de Orville y Harvey hasta la casa de la zorra de Jane Nasnarin.

    –Ellos aún no nos pueden conocer, deben de creer que son los únicos. Al menos todavía. –Se estiró exhalando un gruñido –. ¿Cómo supo el inútil de Jeptha un dato como ese?

    –No tengo idea, ni siquiera sé si es cierto, pero es un Nasnarin y según el pacto de sangre debemos obedecerlo –. Hizo una pausa para dejar escapar un suspiro. –aunque no queramos.

    –Somos Lioncourt, hagamos lo que mejor sabemos hacer –. La sonrisa que dejo escapar fue algo más de un chiste mental. Era de un desafío: Seth.

 

    Sebastian aún estaba apenado cuando se acomodaba la corbata en el carruaje. Selina y Ciel estaban frente a él. La niña portaba una expresión de irritación sobre humana, apoyaba su codo contra la pierna derecha y la barbilla recostada contra la palma abierta haciendo un puchero.

    –Lamento tardar tanto en rescatarte –. Dijo Ciel disculpándose.

    –No me molesta eso, lo que me molesta es escuchar gemidos y alaridos desde la habitación de al lado.

    Ciel y su mayordomo agacharon la cabeza para esconder la vergüenza. Se imaginaron que si ese fuera un <<manga>>, a ambos le saldrían fumarolas por encima de la cabeza y humo de los oídos.  

    –Suficiente tenía con escuchar a esos dos –. La voz infantil Selina era un tanto adorable, un contraste prominente con su atuendo. Ser prisionera unos días por dos asesinos no era como dormir en un hotel.

    –¿Cuáles dos? –. Sebastian miró fijamente a Selina.

    –Heee… ¿Siempre tienes así de rojos los ojos? –. Parecía asustadiza.

    –¿Tratas de decir que Orville y Harvey mantenían relaciones… –. Ciel quería terminar la oración pero una punzada lo detenía.

    –Sí, algo acerca de un acto, pacto, no lo sé. ¿Van a seguir interrogándome?

    –Noté la ausencia de esos dos. ¿En dónde están?

    –Eso es un sí. No lo sé, mencionaron algo de una tal Jane Vincent antes de irse. No escuché bien.

    –Jane Vincent –. Ciel miró a Sebastian con expresión incrédula.

    Los caballos relincharon y la estimulación hizo efecto cuando pasaron de trotar a galopar.

  

    Seguía dando vueltas en la cama desde hace dos horas, tal vez tres, no lo sabía. Perdió el tiempo desde hace rato. <<Él>> molestaba sin parar.

    –¿Tienes confianza en ese sujeto?

    –Claro que sí, con Seth de su lado es difícil que no consiga su cometido.

    –Pero no imposible, siempre se falla. ¿Sabes que ayudaría? Un intermediario.

    –¿Cómo quién?

    –Los hermanos originales.

    Jeptha soltó a reír ante tal estupidez.

    –Me voy a dormir –. Dijo mientras se daba media vuelta. Rodando sobre el colchón.

    –Por esas cosas nunca serás Conde. ¿Qué la Reyna promete nombrarte? La Reyna no es estúpida, en cuanto no le seas útil, te asesinará y tirara al mar.

    –Repite eso, bastardo –. Jeptha abrió los ojos y apretó los dientes en cuando acabo de decir la oración.

    –Dije que la Reyna nunca nombraría a un…

    –¡CÁLLATE! –. Rugió Jeptha levantándose pesadamente de la cama.

    –… Estúpido como tú. Te asesinará y… –. Siguió sin prestarle atención.

    –¡CÁLLATÉ! ¡CÁLLATE! ¡CÁLLATE! –. Repetía a la vez que tapaba sus oídos con las palmas de la mano.

    –¿Te duele la verdad? –. La voz aún se escuchaba tan claramente.

    –Yo puedo hacer lo que me plazca, seré el primer Nasnarin en salir de la categoría de Barón.

    –¿Estás seguro? Sin tu pequeña Selina no serias nada. Por cierto, ¿aún está secuestrada no?

    –El perro de la Reyna está trabajando en eso, y Seth apenas en escena.

    –Los hermanos originales ya la hubieran encontrado, hasta para hacer encargos eres un verdadero y autentico inútil. Es mejor que sigas durmiendo.

    Tanteo las posibilidades y generó tantas situaciones hipotéticas que cuando levanto la cabeza para mirar a la ventana, los primeros rayos del sol comenzaban a filtrarse entre el cristal y la tela. Golpeteó unas cuantas veces sus piernas con las manos y se levantó de un salto dirigiéndose al teléfono.

    –Finalmente haces algo coherente.

    –Estás hablando con el Conde Jeptha Nasnarin, siempre soy coherente.

 

    El carruaje ya estaba pasando la entrada de la mansión de Jane Vincent. Durante el viaje Ciel descubrió la verdadera naturaleza de Selina, un poco extraña respecto a su personalidad. Primero parecía tímida, después un poco arrogante.

    –¿Cómo fue que me encontraron? –. Preguntó Selina. Se acomodó de tal forma que extendió los brazos a los costados del asiento recargándolos sobre el filo superior y abrió las piernas, estirándose lo más que le dejaba el pequeño carruaje. De esa manera podía verse la ropa interior entre las grandes rasgaduras del vestido. Abajo, color negro con encaje y arriba podía notarse que no tenía nada.

    –Es muy maduro para una niña –. Susurró Ciel.

    –¿Tienes algún problema? Es muy lindo y suave –. Bramó Selina.

    Ciel pegó un pequeño respingo, al parecer no esperaba que lo escuchara.

    –Lady Selina, una dama como usted no debería tener un porte como ese –. Sebastian que estaba frente a ella se estaba quitándose el saco para dárselo.

    –No me importa realmente, no es como si un par de homosexuales de repente ataquen sexualmente a una niña como yo. ¿Verdad? –. Dijo la última palabra de forma tierna e inocente.

    Ciel y Sebastian pusieron una cara tan roja que parecía capaz de derretirse en ese mismo instante.

    –Yo…nosotros… no… –. Tartamudeó Ciel intentando explicar.

    –No es como si me molestara, los bastardos que me secuestraron también mantenían relaciones sexuales. Los fusilarían si se dan cuenta.

    –Lady Selina –. Por primera vez Sebastian dudaba en que decir, lo peor es que fue causado por una niña de ocho años.

    –Ya llegamos a la mansión de Jane Vincent –. Cortó Selina.

    Un ruido le siguió al cortar la oración. Cientos de pedazos de cristal caían desde el cielo, brillaban como estrellas errantes ante la luz del medio día. Entre esos pedazos, un cuerpo se precipitaba contra el suelo. Cuando impactó, sonidos de huesos al romper se escucharon hasta dentro del carruaje. Seguido, otras dos personas cayeron mientras se arrojaban disparos uno al otro.

    Eran Harvey y Orville Lioncourt.

–Fin del capítulo Ocho–

Notas finales:

En la parte final, me sentia un pederasta. ¡No olviden comentar! Me ayuda a seguir el fanfic.


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