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Detrás de la escena por Morgana of Avallon

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Notas del capitulo: Bueno pues... leí el desafío de Kaede y, aunque nadie me ha explicado como va esto, pensé que era muy buen tema para un one shot (además mitru es mi pareja favorita) Sólo he participado en 2 desafíos hasta ahora y consistían en escribir una historia sobre un tema y unos personajes propuestos por otra persona... no sé muy bien si esto es lo mismo y si no lo es pido disculpas y tbn que alguien me lo explique plis XDD Si lo es pues... aquí está!! Regalito de año nuevo mientras termino tres de los fics que tengo por aquí abandonaditos XDD Weno, feliz año a todo el mundo y ojalá os guste (y me dejéis revis XD) Bsitos!!

Detrás de la escena

El calor era insoportable. Ni siquiera bajo la sombra de los árboles podía hallar un remanso de paz y tranquilidad para descansar un rato antes de los entrenamientos. ¿Cómo lo haría Rukawa para dormir en cualquier sitio como si tal cosa? Otra vez. De nuevo Rukawa llenando sus pensamientos. Hacía apenas una semana que habían vuelto de vacaciones de verano tras terminar los nacionales y la situación se le hacía ya completamente inaguantable. Creyó que pasado un tiempo sin verle los sentimientos que había empezado a provocarle desaparecerían con relativa facilidad, pero se equivocó. El verlo de nuevo sólo avivó más la llama que escasas semanas atrás había encendido sin tan siquiera darse cuenta. Se sintió de nuevo un estúpido por no haberse dado cuenta antes de lo que estaba empezando a sentir y ahora tenía miedo de convertirse en un completo idiota si no se atrevía a confesarle todo lo que le pasaba al tenerle cerca antes de que terminara el curso. Todavía faltaban meses para aquello, claro, pero el catorce del Shohoku tenía demasiado clara la sensación de que el tiempo siempre conseguía escabullirse entre los dedos de sus manos.

Con un bostezo y un gesto perezoso el pelinegro se alzó de su improvisado lecho entre las raíces de uno de los árboles más grandes del colegio. Aún estando al amparo de la sombra de su copa el bochorno le había impedido descansar debidamente y se sentía bastante fatigado. Se encaminó a los vestuarios arrastrando los pies como llevaba haciendo des de que empezaron otra vez con las clases. Ayako solía preguntarle por su estado de ánimo, intentando animarle, igual que Sakuragi, pensando que se sentía abatido por que el entrenador Anzai había nombrado a Ryota capitán del equipo en su lugar. Evidentemente aquello le había afectado. Además Kogure y el Gori ya no iban a los entrenamientos y aquello le hacía sentirse algo solo, pero lo que más le dolía era ver como los días pasaban uno tras otro sin que se atreviera a decirle ni media palabra a Rukawa, sin tener el valor suficiente para librarlos a ambos de la soledad que pesaba de manera evidente sobre sus azabaches cabezas.

Se estaba fresco en el gimnasio. Por las ventanas cerradas apenas sí entraban los penetrantes rayos de sol que bañaban de oro todo el exterior. Sus pasos resonaban al dar con el suelo de la cancha, el único lugar en el que parecía no arrastrar sus andares. Suspiró profundamente al pensar que ése gimnasio se veía tan solitario como su corazón. Se dirigió a los vestuarios dispuesto a arrancar aquél pensamiento de su cabeza y también todo lo que tuviera que ver con Rukawa, al menos hasta el final del entrenamiento. Últimamente ya se le notaba lo bastante distraído como para encima tener que cargar con todo aquello sin poder confiárselo a nadie. Dejó su mochila en la taquilla que acostumbraba a usar, pero algo allí dentro llamó su atención. Otra de las taquillas estaba abierta y por ella asomaban colgando los auriculares del walkman de Rukawa. Se acercó despacio y los colocó bien. El aparato estaba a punto de caerse de la taquilla. Pesaba una barbaridad. Pensó que quizás le vendría bien un mp3, se notaba que le gustaba escuchar música y aquél artilugio prácticamente paleolítico seguro debía estorbarle. Suspiró suavemente sintiéndose imbécil por pensar en esas cosas y entonces su vista se clavó en lo que había dentro de la taquilla; la fiambrera que antes había contenido su obentou estaba completamente vacía de comida, nada de extrañar puesto que también lo estaba la suya, pero dentro se veían montones de envoltorios vacíos de todo tipo de chocolatinas y barritas energéticas. Sabía de sobras que a Rukawa no le gustaban los dulces. Siempre los había rechazado, se los ofreciese quien se los ofreciese, y solía beber café u otras bebidas amargas, nunca nada dulce. ¿Qué hacía aquél arsenal de envoltorios vacíos allí dentro?

No tuvo mucho tiempo para preguntárselo. Un particular ruido le avisó de que alguien estaba vomitando en el lavabo del vestuario. No. De ninguna manera. No podía ser él... y sin embargo, tenía que serlo. Mitsui avanzó con paso lento hasta el lavabo y se paró de pie ante la puerta, algo alejado para permitir a quien estuviese dentro abrirla con facilidad. El ruido de la cadena y el agua bajando por el inodoro se llevaron también todo sonido existente en la habitación dejando sólo un blanco y limpio silencio. La puerta ni siquiera chilló al abrirse, tampoco el chico que seguía de pie ante ésta cuando los ojos azules de su compañero de equipo se clavaron en los suyos.

Su aspecto era malo. Se veía bastante desmejorado, por no usar peores palabras. Las ojeras se marcaban en su rostro ensombreciéndolo. Sus ojos vidriosos y humedecidos, junto a su evidente pérdida de peso, le hacían parecer un enfermo recién levantado de la cama de un hospital. A Mitsui se le encogió el estómago al darse cuenta de todo aquello pero no dijo nada como tampoco lo dijo Rukawa al deshacer el contacto de sus miradas y salir del vestuario hacia la cancha. El chico mayor se apresuró a cambiarse de ropa y salir tras él antes que nadie más del equipo entrara en el gimnasio para empezar el entrenamiento.

- Hey Rukawa... - empezó a decir no muy convencido de cómo seguir la frase - ¿Todo bien?

- Claro - respondió el zorro con algo de desdén pero se arrepintió al ver cómo la mirada de su compañero se apagaba - ¿21? - propuso para enmendarse un poco si le había hecho sentir mal.

- ¡Claro! - sonrió Mitsui - Igualmente voy a ganarte... - añadió medio en broma.

- ¡Ja! - se burló el ojiazul y aunque no sonrió su cara se iluminó levemente - ya te gustaría...

Sin embargo, su competición quedó anulada al presentarse los demás jugadores del equipo y empezar el entrenamiento pero Mitsui no quiso rendirse. Tenía que hacerlo, estaba decidido a captar la atención de Rukawa, a acercarse a él lo más que pudiera sobretodo ahora que sospechaba que algo no marchaba del todo bien. Con todo el disimulo del que fue capaz, aprovechó una finta para susurrarle un "¿competimos después?", a lo que Rukawa le respondió aprovechando otro marcaje del catorce "espérame fuera cuando acabemos".

Y así lo hizo. Al término de los entrenamientos el chico mayor se quedó en la puerta del gimnasio esperando durante más de media hora a que todos los integrantes del equipo se hubieran marchado. Sakuragi seguía dentro con Ayako haciendo algunos ejercicios de recuperación que le recomendaron los médicos después de cada entrenamiento mientras Rukawa fingía seguir practicando un rato más, hasta que se fue poniendo como excusa el alboroto que armaba el pelirrojo como un atentado a su capacidad de concentración. Cuando el zorro salió por la puerta Mitsui estaba hecho un manojo de nervios.

- ¿Te molesta que te vean hablar conmigo? - preguntó lo más tranquilamente que pudo aunque no supo evitar el leve tono de reproche en su voz.

- No... - susurró Rukawa avergonzado por su comportamiento - pero es que no me gusta que la gente hable y...

- Vale - le cortó el mayor - no te preocupes. Vamos a hacer una cosa.

La mirada azul de Rukawa se dirigió intrigada a la suya.

- A partir de ahora no voy a hablar más de lo necesario. Serás tú quien hable, pero sólo cuando tengas ganas de hacerlo - consiguió que la voz no le temblara al decirle todo aquello con su mirada clavada en sus ojos pero le pareció que más que alguien que lo distrajera Rukawa necesitaba a un amigo que le escuchara y no iba a perder la oportunidad de ser él - ¿te parece?

Rukawa asintió murmurando un "gracias" que el otro chico apenas sí percibió. Anduvieron un buen rato, olvidando su reto de la hora anterior hasta que llegaron a unos apartamentos bastante bonitos en una de las mejores zonas de la ciudad.

- Es mi casa - pronunció Rukawa sin alzar la voz - te... te apetece... ¿quieres tomar un té?

- Sólo si a ti te apetece - respondió pero al ver que el zorro se quedaba callado añadió - aunque... mejor mañana... Nos vemos en el colegio. Buenas noches - no borró la sonrisa de su rostro al darse la vuelta para marcharse a su casa, aunque era totalmente forzada.

- Mitsui - el susurro de su nombre huido de los labios de Rukawa le paró en seco en medio de la calle - me apetece.

Sin una palabra más, el chico mayor siguió a su compañero hasta el interior del apartamento. Cuando Rukawa abrió la puerta el piso se encontraba totalmente a oscuras. Abrió la luz del descansillo y le hizo un gesto a Mitsui para que no hiciera ruido. Ambos se quitaron los zapatos y dejaron sus mochilas en la entrada. El mayor recogió antes su teléfono móvil y lo silenció por si a su madre se le ocurría llamarle antes de que él lo hiciera. El comedor estaba bastante cerca de la entrada, unido a la cocina por una barra americana. Era la primera vez que Mitsui veía un piso como aquél pero ni siquiera se fijó. En el sofá del salón la luz azulada de la pantalla del televisor iluminaba tenuemente la figura de un hombre de mediana edad increíblemente parecido a Rukawa. Éste se agachó hasta él y le cubrió con una manta antes de darle un beso en la frente y susurrarle algo que no pudo oír. Al apagar el televisor, Mitsui se dio cuenta de que aquél hombre era quién aparecía en la pantalla, acompañado de una preciosa mujer de pelo oscuro y mirada azul glaciar.

Con un gesto de la mano Rukawa le indicó que le siguiera y ambos subieron las escaleras hacia el segundo piso del dúplex con sumo cuidado hasta entrar en una habitación bastante grande y relativamente vacía. El chico mayor se moría de ganas de preguntarle, de saber si aquél hombre del comedor era en realidad quién él creía, saber por qué estaba viendo lo que parecía el vídeo de su boda, si el sitio en el que se encontraba era en verdad el cuarto de Rukawa y, de serlo, por qué estaba tan vacío. Pero no dijo nada, tal y como le había prometido.

Pasaron mucho rato sin hablar el uno con el otro. Rukawa preparó un par de tes con la tetera eléctrica que había en un lado de la habitación. De vez en cuando, la mirada de Mitsui se dirigía con disimulo hacia el zorro, que tenía los ojos cerrados la mayoría de las veces. Estaba mucho más delgado que antes de vacaciones. Siempre le había parecido que Rukawa era un chico muy atractivo, aunque nunca hasta hacía poco lo había sido para él, pero Mitsui se dio cuenta de que aquella repentina pérdida de peso no le estaba sentando bien. Sintió el impulso de preguntarle por eso pero no lo hizo.

- Es tarde - anunció Rukawa al cabo de bastante rato - ¿tus padres no estarán preocupados?

- Seguramente - asintió con una sonrisa - será mejor que me vaya. Gracias por el té.

Ambos se levantaron y Rukawa acompañó a su amigo hasta la puerta.

- Mitsui - le llamó de nuevo antes de que se fuera y el nombre escapando se sus labios hizo que él se estremeciera - gracias por tu compañía.

- No tienes por qué dármelas - respondió sonriendo - Te veré mañana.

- Buenas noches - le deseó asintiendo.

- Buenas noches - le dijo a su vez, marchándose de casa de su amigo, oyendo como la puerta se cerraba demasiado rato después.

Por no sabía qué motivo estaba seguro de que Rukawa se le había quedado mirando marcharse de su casa y todo tipo de emociones empezaron a revolotear con fuerza por su estómago. Era consciente de la estupidez de albergar esperanzas para con Rukawa pero no podía evitarlo. Lo que había pasado aquella tarde, aunque en realidad no fuera nada, le hacía sentirse extrañamente feliz y ni siquiera se inmutó cuando su madre le sermoneó durante veinte minutos enteros por no haberla avisado de que llegaría tarde ni coger el teléfono las seis veces que lo llamó. Subió a su cuarto y se metió en la cama con una sonrisa en el rostro. Le hubiera gustado mandarle un mensaje de buenas noches al zorro y lo hubiera hecho de tener su número, de modo que se durmió pensando cómo podría pedírselo mañana.

Al día siguiente Mitsui tuvo que quedarse un rato con su tutor para hablar de la orientación universitaria y los exámenes de acceso que tendría que hacer a final de curso. Miraba nerviosamente el reloj de la sala de profesores viendo como los minutos pasaban rápidamente robándole la oportunidad de estar un rato con Rukawa antes de que empezara el entrenamiento. Al acabar la charla el chico mayor dio las gracias a su profesor y se despidió con una breve reverencia antes de echar a correr por las escaleras como un loco con dirección al gimnasio. Cuando llegó todavía no había nadie en los vestuarios pero la taquilla del zorro estaba abierta de nuevo y dentro pudo ver tres envoltorios de los bocadillos que vendían en la cafetería. Eran enormes. Ni siquiera Sakuragi se comía esa cantidad cuando iba con sus amigos. ¿Cómo habría tenido tiempo de tragar todo aquello?

Pero otra vez el sonido de alguien vomitando en el baño le sacó de sus cavilaciones. El corazón empezó a latirle con tanta fuerza que creyó que el pecho le iba a estallar. Tenía el estómago encogido por la angustia y los nervios le daban pinchazos por todo el cuerpo esperando que el que saliera del lavabo esta vez no fuera él. Los ojos azules de Rukawa volvían a tener ese aspecto lloroso y enrojecido. Su pecho se agitaba todavía con dificultad mientras se secaba el agua de su barbilla con el dorso de la mano.

Ni siquiera pensó en lo que estaba haciendo. Como un autómata, el chico mayor empezó a andar despacio hacia su compañero hasta colocarse justo delante de él. Se detuvo, con la mirada todavía fija en sus ojos azules que lo miraban con incomprensión y alargó la mano para acariciarle la mejilla. Pero antes de sentir el contacto de su piel Mitsui se detuvo. La expresión de Rukawa había cambiado. ¿Acaso era miedo lo que reflejaban ahora sus ojos? El chico mayor retiró su mano despacio, bajó la cabeza y se marchó de los vestuarios.

Apoyado contra el marco de la puerta del baño Rukawa sintió como las piernas le flaqueaban. Mitsui lo sabía, o al menos lo sospechaba, y sin embargo no le había dicho nada, no le había hecho ninguna pregunta y estaba seguro de que tampoco iba a contárselo a los demás. Había algo raro en él. Algo había cambiado des del día que ganaron a Sannoh, algo que había ido creciendo incluso después de terminar los nacionales. Rukawa recordó el final de aquél partido, como se abrazaron todos al vencer al mejor equipo de la nación, como sintió el calor de su piel al abrazarle sólo a él… como, después de aquél abrazo, Mitsui intentaba evitarle, no estar nunca solo cuando se encontraban. Y ahora parecía todo lo contrario. Ahora parecía querer ser su amigo y esto le asustaba por que, en el fondo, él también sabía, o al menos sospechaba, lo que pasaba con él. Pero tampoco dijo nada. El zorro se dirigió a la cancha en silencio viendo entrar al resto de sus compañeros en el vestuario y enseguida empezaron el entrenamiento.

Fue una tarde muy dura. El equipo se estaba preparando para los campeonatos de invierno, aunque todavía faltaba mucho, pero era necesario encontrar quien pudiera ocupar el puesto de Kogure y, sobretodo, el de Akagi hasta que Hanamichi estuviera recuperado del todo. Los médicos le dejaban asistir a los entrenamientos dos días a la semana pero después tenía que hacer los ejercicios de recuperación y todavía no podía participar en los partidos. Todos dieron el máximo de sí mismos en ese entrenamiento en el que se decidiría quién formaba parte del cinco inicial, de modo que casi al final del partido estaban agotadísimos.

El triple de Mitsui entró limpiamente en el aro mientras su puño se cerraba en el aire en señal de victoria. Su mirada se volvió hacia Rukawa con una sonrisa pero, de pronto, la expresión de su rostro se llenó de terror. Al verlo, todos sus compañeros se volvieron hacia el sitio dónde miraba. Rukawa se encontraba desvanecido en el suelo de la cancha, las piernas le habían flaqueado de nuevo y ésta vez las fuerzas habían abandonado su cuerpo precipitándolo contra el duro suelo. Lo vio caer, lo vio desplomarse y no pudo llegar al suelo antes que él para parar el golpe con su cuerpo. Pero sin saber muy bien cómo, ahora lo sostenía alzado en sus brazos y se encaminaba a los vestuarios bajo la mirada atenta y sorprendida del resto de los chicos del equipo.

Ayako dio un paso adelante dispuesta a seguirlo hasta los vestuarios y asistir al zorro, como era parte de su trabajo de manager. Haruko recogió el botiquín e hizo ademán de seguirlo pero, antes de que ninguna de las dos llegara ni siquiera a la puerta de los vestuarios, Mitsui entró con Rukawa en brazos, la cerró de golpe y pasó el pestillo por dentro. En la cancha todos quedaron muy asombrados. Ryota miraba alternativamente a Ayako y a la puerta mientras ésta le devolvía la mirada extrañada. Haruko parecía querer atravesar tanto con la vista como con su cuerpo el trozo de madera que le separaba del as de Shohoku y Yasuda, que no salía de su asombro, movía los labios queriendo pronunciar unas palabras que nunca salieron de su boca.

Al otro lado de la puerta el chico, que todavía llevaba en brazos a su compañero, se dirigió a las duchas como en estado de shock. Ninguna idea pasaba por su mente salvo la necesidad de recuperarle, de hacer que estuviera de nuevo consciente, de obtener las respuestas a todas las preguntas que se había callado. Pulsó con fuerza el botón del agua fría y las gélidas gotas les empaparon rápidamente a los dos. El frío le dolía en la piel pero ni siquiera tiritó; siguió de pie bajo el agua sosteniendo al zorro hasta que éste reaccionó y empezó a abrir los ojos.

Cuando sus orbes azules le miraron con sorpresa Mitsui seguía en estado de shock. Rukawa se dio cuenta de que su senpai le estaba sosteniendo en brazos y de que ambos estaban empapados de pues a cabeza. Pero lo que llenó de miedo sus ojos fue la mirada inexpresiva y dura del chico mayor. Había visto antes esa mirada; en la puerta del baño, antes de empezar el entrenamiento, pero la frialdad de sus ojos era ahora infinitamente mayor. Mitsui bajó lentamente su cabeza y fijó su mirada en la de él. Era tan penetrante que simplemente no pudo aguantarla. El zorro apartó de él sus ojos azules y, al hacerlo, notó como Mitsui empezaba a andar.

Lo dejó cuidadosamente sentado en una de las bancas del vestuario y abrió su taquilla con la misma mirada de autómata, los mismos movimientos mecánicos que hasta ahora. Si Rukawa se asustó por ello, y lo hizo, no dijo absolutamente nada. Mitsui le cubrió el cuerpo con una toalla grande y se arrodilló ante él para quitarle los zapatos. Aquello le avergonzó. Quiso apartarle, decirle que podía hacerlo solo pero se dio cuenta de que las manos le temblaban y de que no podía cerrar los dedos sobre sus palmas así que siguió quieto y le dejó hacer.

El chico mayor le quitó los zapatos y los calcetines con presteza pero con cuidado. Cogió una toalla más pequeña de su taquilla y la dejó en la banca a un lado de Rukawa. Estiró sus manos por dentro de la toalla grande que le envolvía el cuerpo y, sin darle tiempo a protestar, se deshizo de sus pantalones de deporte y sus bóxers. El rostro de Rukawa enrojeció escandalosamente pero seguía sin poder mover las manos así que no dijo nada. De todos modos, era como si su senpai no fuera consciente de lo que estaba haciendo y aunque le asustaba su modo de actuar no podía negar que le hacía estar un poco más tranquilo.

La toalla seca recorrió fugazmente sus pies y piernas despejando el agua que las empapaba. Después la dejó en el suelo para que el zorro pudiera descansar en ella sus pies. Se incorporó un poco y le quitó rápidamente la camiseta. Rukawa volvió a enrojecer, mucho más cuando, a la altura de sus ojos, empezó a secarle el cuerpo con la toalla que le envolvía. Después de hacerlo, Mitsui se incorporó de nuevo y se dirigió a su taquilla. Se descalzó las bambas con los pies y se quitó rápidamente la ropa mojada. Empezó a secar su cuerpo desnudo con la toalla del pelo, demasiado pequeña para envolver parte alguna de su perfecta anatomía.

Sin quererlo pero sin poder evitarlo la mirada de Rukawa empezó a recorrer su piel, cada centímetro de su cuerpo del que desaparecían las diminutas gotas de agua al paso de la pequeña toalla blanca. Sin saber por qué, el zorro notó arder sus mejillas pero no apartó la mirada de él hasta que se hubo vestido por completo. Entonces, Mitsui volvió a plantarse frente a él y abrió la taquilla sin ni siquiera preguntarle el número. Con cuidado sacó otra toalla y se la puso al chico menor en la cabeza. Fue al empezar a secarle el pelo mirándole a los ojos cuando su mirada cambió de nuevo y Mitsui pareció volver a ser el de siempre, aunque seguía sin decir nada. Fue en ese instante cuando Rukawa recuperó las fuerzas en su cuerpo y cuando, para su mayor vergüenza, se dio cuenta de que se había empalmado viéndole cambiarse. Mitsui alargó la mano hacia la ropa de su amigo pero éste le detuvo con voz autoritaria.

- Yo lo haré. – sonó un poco más brusco de lo que pretendía pero quería evitar a cualquier precio que viera lo que lucía ahora entre las piernas. – Gracias por todo – añadió más suavemente.

- De nada – respondió serio a la vez que se volvía de espaldas a él al notar su repentino ataque de vergüenza, pensando en que quizás había descubierto cuáles eran sus verdaderos sentimientos hacia él. – Tenemos que hablar – dijo seriamente – o más bien tendrías que hablarme tú a mí ¿no crees?

- No sé de qué me hablas – respondió haciéndose el sueco mientras terminaba de abrocharse los tejanos, cubriendo con ellos la erección que todavía palpitaba bajo su vientre.

- ¡Y un cuerno no lo sabes! – se giró bruscamente al decirlo pero se le atragantaron las palabras al observar el cuerpo del zorro a medio vestir y el evidente bulto que apretaban sus pantalones.

Se hizo entre ellos un silencio tenso mientras por la cabeza de Rukawa no paraban de circular la vergüenza y el miedo por saber que él se había dado cuenta.

- ¡Pues no me lo cuentes si no quieres! – repuso Mitsui rompiendo el ambiente de tirantez – Al fin y al cabo te dije que sólo me hablaras cuando tuvieras ganas – se cargó la mochila en el hombro dispuesto a marcharse -. Supongo que no tengo derecho a preguntar.

Hubiera querido replicarle, decirle que sí lo tenía sólo por el hecho de ser el único que de verdad se interesó, que agradecía su preocupación y necesitaba su ayuda. Pero de nuevo no dijo nada, su orgullo no se lo permitió. El chico mayor abrió el pestillo de la puerta y se marchó del gimnasio bajo la mirada intrigada de sus compañeros, que todavía seguían ahí, expectantes. Alguno se asomó al vestuario pero sólo pudo ver como Rukawa recogía también sus cosas y se iba sin dar la más mínima explicación. Lógicamente, los rumores empezaron a correr pero lo que se decía estaba a años luz de lo que en realidad había y estaba ocurriendo.

Era martes por la tarde y, teóricamente, a Rukawa le tocaba asistir a los entrenamientos de la selección juvenil japonesa. Los lunes eran su único día libre aunque para ello había tenido que renunciar también a las mañanas de sábados y domingos. Sin embargo, el zorro no se encontraba hoy en los gimnasios donde entrenaba la selección; estaba sentado en la mesa de la primera cafetería abierta que había encontrado: un sitio llamado Danny’s. Llamó a la camarera y empezó a pedir comida como si tuvieran que compartir con él tres personas más, sin darse cuenta de que su senpai y Sakuragi entraban por la puerta y se sentaban en otra de las mesas del local.

Sin que pudiera oírles por lo lejos que se encontraban, Mitsui empezó a contarle a Sakuragi el caso de un "amigo" al que le gustaba una "chica" que creía que tenía "problemas". Hanamichi era todo oídos. Des de que ingresó en la clínica, sobretodo des de que le pusieron una compañera de cuarto con graves problemas, Sakuragi estaba al tanto de todos los trastornos, enfermedades y dolencias que tuvieran que ver de alguna manera con deportistas.

- Primero pensó que tenía anorexia – explicaba el chico mayor hablando de él en tercera persona – pero se ve que come muchísimo más que antes, aunque ha perdido mucho peso en muy poco tiempo.

- Entonces seguramente se trate de bulimia – asintió serio el pelirrojo, explicándose al ver que su amigo no comprendía – Cuando pusieron a Rinda en mi habitación pensé que se encontraba mal. Primero creí que le gustaba mucho comer: comía tanto como yo pero luego… al ver que lo vomitaba todo empecé a pensar que algo no marchaba. Le pregunté a su médico y, aunque me costó lo mío, me acabó contando que Rinda es bulímica. Es gimnasta y por eso debe tener un control muy estricto de su peso pero se obsesionó. La angustia que le causa esto la hace comer como si estuviese famélica y luego la culpa la obliga a vomitarlo todo. Su médico me contó que la echaron del equipo por culpa de eso y que intentó hacer una tontería. Al final sólo se rompió un par de costillas y una pierna pero tendrá que hacer recuperación si quiere volver a la gimnasia rítmica.

- Que fuerte… - exclamó el chico mayor con asombro. – Bulimia – pronunció en un susurro. El caso era diferente pero no había duda de que los síntomas eran los mismos -. Entonces quieres decir que Ru… - ¡por poco! Estuvo a punto de delatarse pero reaccionó a tiempo - ¿Rumiko tiene bulimia?

- Parece lo más probable – asintió Hanamichi con pesar – Mira, para que te hagas una idea, una persona bulímica comería como… - empezó a recorrer el local con la mirada buscando a algún tipo que comiera con avidez para ponerlo como ejemplo y topó con él: tres platos de pasta vacíos en la mesa y el tipo seguía comiendo como si fuese su "última cena". No le haría falta un "tres veces más que ése": era exactamente aquello – como aquél tipo de allí – susurro finalmente sorprendido todavía del desespero con el que comía aquél individuo.

Mitsui se volvió y, al ver como el chico alzaba la cabeza y se limpiaba la boca con la servilleta, se le heló la sangre en las venas.

- Oye… - susurró el pelirrojo con asombro - ¿no es ese Rukawa?

Mitsui tragó saliva e hizo ademán de levantarse pero el zorro lo hizo antes. Se dirigió al servicio todavía sin darse cuenta de que sus dos compañeros estaban allí.

- Rumiko te tiene preocupado ¿verdad? – tanteó Sakuragi al empezar a darse cuenta de qué, o mejor dicho, de quién iba todo el asunto.

- ¿Quién? – metió la pata y al mirar al pelirrojo supo que ya era tarde para arreglarlo.

- Sabes que no es santo de mi devoción – apuntó Hanamichi – pero no le deseo ningún mal y menos ese. De alguna manera… podríamos decir que le aprecio como jugador y compañero de equipo, aunque si le dices que te he dicho esto te juro que te mato – bromeó un poco antes de adoptar la pose más seria que Mitsui le había visto en todo el tiempo que le conocía. Sakuragi se incorporó cuan alto era y esperó a que su senpai hiciera lo mismo. Le miró severamente a los ojos y le puso una mano en el hombro-. Es un problema serio – sentenció – si te gusta… si te preocupa, cuida de él. No le quites el ojo de encima o cada vez será peor.

Sakuragi se despidió de su amigo con un abrazo y se fue del Danny’s, obviamente sin pagar. Pero eso no molestó a Mitsui en absoluto. Pagar su cuenta, aunque fuera amplia, le pareció un bajo precio para la información tan valiosa que le había dado y por el silencio que estaba seguro que guardaría.

Cuando Rukawa salió del baño sus ojos azules fueron a dar contra la dura mirada de su senpai. Parecía que le había estado esperando ahí de pie durante todo el rato que estuvo en el servicio y su enfado se reflejaba de manera evidente en su rostro. Con las facciones contraídas, los dientes y los puños apretados Mitsui no apartaba ni un segundo su severa mirada de él. El chico empezó a ponerse nervioso. Primero pensó que era idiota, que no tenía por qué ponerse de aquella manera y que le daba rabia que actuara así, como si tuviera el derecho de enfadarse con él por eso. Pero luego se sintió mal. Se estaba esforzando por conocerle, por ser su amigo, se preocupaba por él… no podía olvidarlo así como así. El zorro dio un par de pasos al frente dispuesto a decirle algo, disculparse quizás, pero no tuvo oportunidad. Mitsui alzó una de sus manos con furia en los ojos haciendo que Rukawa encogiera la cabeza. Volvió a cerrar su puño y bajó el brazo sin tocarle siquiera. "Eres un idiota". Fue lo último que dijo antes de abandonar el local para que las lágrimas que sus ojos acumulaban no se derramaran ante su compañero de equipo.

Varios minutos pasaron sin que Rukawa supiera cómo reaccionar. Su corazón latía a toda prisa, tanto que el pecho le había empezado a doler y volvía a sentir aquella ansiedad que le hacía tener un hambre voraz. Pero no comió nada, no esta vez. En lugar de eso el zorro cogió su chaqueta y su mochila y salió corriendo del Danny’s tras dejar en la mesa el dinero de la cuenta con una sustanciosa propina para la camarera. No sabía dónde podría estar su compañero, en realidad no tenía ni la más remota idea de cómo era fuera del instituto y volvió a sentirse mal por aquello. Sin pensar por qué, Rukawa empezó a andar con dirección al Shohoku.

Llegó al poco y se metió dentro del gimnasio pero, obviamente, Mitsui no estaba allí. Dejó sus cosas en un rincón y cogió uno de los balones que Sakuragi escondía bajo las gradas para poder entrenar a escondidas después de que hubieran cerrado la puerta del cuarto de material al final de los entrenamientos. Pensó que seguramente no era el único que se había dado cuenta de que el pelirrojo se quedaba a entrenar aún después de los ejercicios de recuperación los días que le dejaban asistir a Shohoku pero nadie había dicho nada por que eran sus amigos. Los nervios empezaron a recorrer su estómago. Él no era su amigo pero tampoco había dicho nada. Sakuragi tenía potencial aunque, en su opinión, eso no le quitaba la idiotez, pero tenía ganas de que se recuperara y mejorara para demostrarle a él y a sí mismo que seguía siendo el mejor del equipo aunque últimamente su condición física había empeorado. Pensó entonces en Mitsui. Ahora estaba seguro de que sabía qué le pasaba, qué estaba haciendo con su cuerpo y por qué se había desmayado aquella tarde en el entrenamiento pero tampoco le había contado nada a nadie ni creía que tuviera la intención de hacerlo. ¿Por qué? Mitsui era demasiado orgulloso para querer pasar por el mejor del equipo estando su rival en baja forma así que sólo quedaba una opción: si Mitsui no había dicho nada era por que le consideraba su amigo.

Un sonoro suspiro escapó de sus labios mientras una lágrima intrusa recorría su blanca mejilla. Dejó el balón de nuevo bajo las gradas y se dio la vuelta para marcharse pero alguien le estaba observando des de la puerta.

- ¿Te ocurre algo? – preguntó con suavidad la amable asistente del equipo – Te conozco des de hace mucho y sé que algo no va bien contigo. ¿Quieres contármelo?

- No – respondió meneando la cabeza a modo de excusa – pero gracias Ayako.

El chico cruzó la puerta pero justo entonces una idea pasó con rapidez por su mente.

- Aunque sí puedes hacer algo por mí – osó decir en un susurro volviéndose hacia ella.

- Tú dirás – respondió la chica algo intrigada – todo lo que pueda hacer…

- ¿Podrías darme, por favor, el número de móvil de Mitsui? – le pidió intentando que sus mejillas no se sonrojaran por hacerle semejante petición – Sin hacer preguntas, por favor.

- Claro – asintió Ayako, todavía más sorprendida e intrigada que antes. Apuntó el número en un trozo de papel tras consultar la lista de datos de los miembros del equipo. – Toma. Rukawa… estás bien, ¿verdad?

- Sin preguntas ¿recuerdas? – bromeó volviéndose para irse – Pero tranquila, lo estaré. Gracias.

La chica de pelo rizado asintió con una sonrisa viendo al zorro desaparecer por la calle con dirección a su casa. Lo que acababa de ocurrir la tenía bastante intrigada pero decidió que, aunque fuera por una vez, no iba a entrometerse en el asunto. Estaba tranquila si era Mitsui el que se ocupaba y, al parecer, el zorro estaba mucho más cómodo con él de modo que no tenía por qué estar intranquila, al menos de momento.

Pasó poco más de media hora hasta que el zorro llegó a su casa. Dejó la mochila y los zapatos en el descansillo y entró en el comedor. Su padre todavía no había llegado. Le llamó a su móvil para saber si tendría trabajo esa tarde y el hombre le dijo que tenía una cena con unos clientes y que se fuera a dormir sin esperar a que llegara. Luego volvió al hall y llamó al despacho del entrenador de la selección juvenil.

- Despacho de Nakamura Hajime, ¿en que puedo ayudarle? – la voz de la secretaria era chillona aunque no desagradable. Era una mujer de mediana edad, hermana del entrenador según algunos de los jugadores más veteranos.

- ¿Podría hablar con Nakamura sensei? – preguntó el zorro educadamente – soy Rukawa Kaede.

- Por supuesto querido – respondió afablemente la mujer - ¿te encuentras bien?

- Sí, gracias, no se moleste – concedió con toda la educación.

- ¿Rukawa? – la voz grave del entrenador sonó tras un breve pero ridículo hilo musical aunque no parecía enfadado – soy el entrenador Nakamura, dime.

- Ah… entrenador… - titubeó un poco al oír aquella voz que le infundía tanto respeto como la de Anzai – es que hoy no me he encontrado muy bien y… siento no haber llamado antes.

- No te preocupes chico – asintió serio el entrenador aunque en su voz no había tono de enfado – pero hace días que no te veo muy bien… ¿hay algo que yo pueda hacer?

- Oh no… no se preocupe – respondió con más tranquilidad de la que suponía que tenía – alguien me ofreció ya su ayuda y… creo que voy a aceptarla.

- Así lo espero muchacho – sonrió el entrenador y aunque Rukawa no podía verlo a través del aparato sí tuvo la sensación de que le estaba dando una segunda oportunidad – entonces hasta mañana ¿no?

- Sí, entrenador Nakamura – asintió más animado – hasta mañana.

Colgó el teléfono y subió de dos en dos los escalones que llevaban a su habitación. Sacó el móvil de su bolsillo y grabó en la memoria el número que le había dado Ayako para, acto seguido, mandar un mensaje a su senpai.

"Necesito hablar contigo. Por favor. Rukawa"

Pocas palabras pero decían exactamente lo que quería decir. Se cambió la ropa que llevaba por unos tejanos algo rotos y una camiseta negra con un dibujo en el pecho que ya no se podía ni distinguir. Se colgó una cartera en el hombro y puso en ella las llaves, el monedero, el teléfono y un par de libros por si tenía que esperar y se marchó de casa con dirección a la playa. El mensaje de respuesta no se hizo esperar.

"De acuerdo. ¿Dónde?"

"En la playa delante de la cancha al lado del instituto. Lo más rápido que puedas." Fue la respuesta del zorro que casi le costó dos atropellos por seguir andando sin mirar a la carretera mientras escribía.

"Ok"

Rukawa tardó unos quince minutos a la carrera para llegar a la playa pero él todavía no estaba. Se sentó en la arena, sacó uno de sus libros de la cartera y empezó a leerlo. Escondido tras la pared de uno de los edificios de primera línea de mar Mitsui observaba todo cuanto su compañero hacía hasta que estuvo seguro de que realmente iba a esperarle, de que quería hablar con él en serio y se acercó. Se paró a su lado y esperó a que Rukawa alzara la vista del libro y le mirara a la cara. Entonces se sentó. Llevaba la misma ropa que Rukawa le había visto ponerse en los vestuarios y ese sólo pensamiento hizo que su estómago diera un salto pero no dejó que él lo notara. Cerró el libro y le miró a los ojos pero las palabras se resistían a abandonar su garganta.

- ¿Qué lees? – preguntó el chico mayor para romper el hielo.

- Oh… es Drácula – respondió usando un tono de voz muy bajo – en realidad lo estoy releyendo…

Bueno, algo era algo, al menos le había dado detalles.

- ¿Te gusta la literatura romántica? – siguió preguntando Mitsui al ver que le costaba entablar una conversación fluida.

- ¿Ro… romántica? – balbuceó el zorro sin comprender – No… esto es… de terror… vampiros y...

- Hahahaha – Mitsui no pudo contener la risa pero aquello hizo el ambiente mucho más distendido sin ni siquiera pretenderlo – no… quería decir del Romanticismo europeo: Drácula, Frankenstein, ya sabes…

- Oh… claro… por supuesto… - sus mejillas se sonrosaron levemente por lo estúpido de la confusión. Empezaba a estar muy cómodo con él y, sin embargo, había algo que hacía que los nervios no dejaran de bailar en su estómago. – qué idiota…

- Qué va… - negó Mitsui, poniéndose serio de repente – al contrario.

Sus miradas se cruzaron a la vez que el latir de sus corazones y sus respiraciones se aceleraban notablemente. Lentamente, el chico mayor empezó a acercar su rostro al de él hasta quedar a muy poca distancia el uno del otro pero antes de que se produjera contacto alguno, Rukawa apartó la cabeza y fijó la vista en el mar tan azul como sus ojos.

- Lo sospechabas ¿verdad? – lanzó la pregunta al aire sin esperar a que contestara – Antes de hoy me refiero… sabías lo que me está pasando.

- ¿Y qué es lo que te está pasando? – preguntó el chico mayor a modo de respuesta.

La mirada de Rukawa abandonó el mar para fijarse en sus ojos con extrañez durante unos segundos antes de posarse de nuevo en el agua clara con una sonrisa en los labios.

- Quieres oírlo de mi boca ¿verdad? – preguntó con un aire de cinismo que le resultó incontenible – No te culpo. Tienes todo el derecho, al fin y al cabo fui yo el que dijo que quería hablar. – Se hizo un largo silencio entre ambos mientras Rukawa buscaba en su mente las mejores palabras para contar lo que le sucedía – Se llama bulimia.

- Sé cómo se llama – le cortó con aire molesto suavizando su tono al darse cuenta de que su amigo se había puesto un poco tenso – Perdona yo… eres consciente de que estás enfermo ¿verdad?

- Sí – respondió echándose atrás para tumbarse en la arena reposando la cabeza en sus brazos cruzados – soy consciente. Sé que estoy enfermo y sé cómo empecé a estarlo y por qué pero no es lo que piensas.

- ¿Qué quieres decir? – preguntó intrigado por su respuesta volviéndose hacia él para mirarle mientras hablaba aunque Rukawa tenía los ojos cerrados.

- No me obsesiona mi cuerpo ni estar delgado si es eso lo que te preocupa – siguió hablando el más alto – Comer de esa manera… de algún modo me ayuda a superar el estrés, la presión de la gente… todo lo que me agobia. Pero luego me sienta mal y tengo que echarlo por que me mareo de tanta comida.

- Entonces no es bulimia… al menos no lo que yo entendía por eso – puntualizó Mitsui sintiendo a la vez algo de alivio y una preocupación mucho mayor – Pero… ¿qué es lo que te produce tanto estrés?

- Verás… - resopló el zorro con pesar – son muchas cosas…

- ¿Los entrenamientos de la selección? ¿Esas fanáticas histéricas (y perdona) que te siguen a todas partes? – tenía que haber algo más, no podía ser sólo por aquello.

- Hmmm… -hizo un sonido parecido a una risa muy tímida pero enseguida volvió a ponerse serio – es eso y muchas otras cosas… Es… sobretodo es que… hace un mes… verás… es que mi madre murió hace un mes y mi padre está deshecho y yo tengo que seguir como si nada y cuidar de él y no puedo llorar por que sino él se va a hundir y… y yo no quiero que… - las palabras salían sin control de su boca como nunca antes le había ocurrido, como las lágrimas que por primera vez des de hacía tanto que ya no lo recordaba vertían sin cesar sus ojos todavía cerrados.

Rukawa se sentía idiota por estar montando todo aquél espectáculo ante su senpai. No quería que le viera de aquella manera pero, de algún modo, era el único ante el que podía comportarse tal y como se sentía. Seguía llorando cuando notó como su cuerpo se alzaba del suelo y los brazos de Mitsui le rodeaban, estrechándole contra su pecho.

- Sí puedes llorar – le dijo el chico mayor en un susurro – y puedes contarme todo lo que quieras y siempre estaré a tu lado para escucharte. Pero tienes que prometerme que no volverás a hacer eso.

El zorro agitó la cabeza a modo de asentimiento, susurrando un suave "lo prometo" antes de rodear también con sus brazos el cuerpo del chico mayor y desahogar su pena en el llanto un buen rato más antes de separarse. Se despidió de él dándole las gracias repetidas veces y volvió a su casa como si se hubiera quitado de encima una losa pesada como una lápida.

Pasaron varias semanas hablando un buen rato a solas cada día mientras los rumores sobre los dos iban creciendo y Rukawa parecía mejorar su juego, sus notas y su concentración día tras día. Con la ayuda de Mitsui había conseguido superar todo lo que había ocurrido un mes antes y ayudar a su padre a empezar a salir del bache también. Des del día en que quedaron en la playa el chico mayor había tomado la costumbre de cenar con los Rukawa cada sábado y de mandarse mensajes cada noche antes de irse a dormir. Pero el zorro se estaba empezando a sentir mal por él. Estaba muy cómodo con su compañía y le gustaba mucho estar con él pero, sospechando cuáles eran en realidad los sentimientos de su senpai, no podía evitar pensar que lo estaba utilizando. Mitsui no había vuelto a intentar nada y eso era lo que le ponía más nervioso por que demostraba que en realidad lo que sentía pasaba de una simple atracción como la que él había sentido al verle cambiarse el día en que se desmayó.

Era lunes por la tarde y estaba esperando a que Mitsui acabara otra de sus charlas con el tutor para su orientación universitaria. Después de hablarlo demasiadas veces ambos consiguieron dar con algo que interesara al chico mayor para ir a la universidad, a parte del básket, y ahora se tomaba la orientación universitaria con mucho interés, tanto que a veces fastidiaba un poco al once del Shohoku por que implicaba verse todavía menos. Para matar el tiempo Rukawa empezó a lanzar canastas sentado en el suelo de la cancha con la cartera colgada del hombro para no hacerle esperar y marcharse cuanto antes cuando apareciera. Pero alguien apareció antes que él.

- Veo que estás mucho mejor – sonrió Ayako sentándose a su lado - ¿le estás esperando otra vez?

- … - Rukawa asintió con la cabeza por toda respuesta.

- Os habéis hecho muy amigos – señaló la manager – me alegro por ti pero…

- ¿Pero? – inquirió Rukawa sorprendido por la repentina objeción de Ayako.

- Pero… ¿no crees que quizás estés confundiendo tus sentimientos? – intentó decirlo lo más suavemente que pudo.

- ¿Qué? – alzó un poco la voz por la sorpresa - ¿Crees que yo…? ¿No creerás esos estúpidos rumores que…?

- No – negó la manager – no es eso… Es tu actitud. Te conozco hace mucho y…

- Es él. – admitió el zorro cortando a la sorprendida chica – Es él el que… siente algo que yo no… Es decir, no me entiendas mal… A mi me… me gusta estar con él y… eso pero… me siento fatal cuando pienso que quizás se ha enamorado de mí y yo puede que… sólo le esté utilizando…

- ¿Qué? – inquirió la manager intentando no soltar la risa - ¿Me estás diciendo que es Mitsui quién va detrás de ti y que tú no…? – tuvo que parar un rato para no reírse ante él viendo como asentía con la cabeza – A ver Rukawa, ¿qué es lo primero que haces al levantarte por la mañana?

- Pues… - titubeó un poco al decirlo – leer el mensaje de buenos días que Mitsui me manda al móvil.

- ¿Y si un día olvida mandártelo?

- ¡Nunca lo olvida! Es… es nuestra costumbre…

- ¿Y qué es lo último que haces al acostarte?

- Errr… pues le mando mi mensaje de buenas noches y no, tampoco lo olvido nunca.

- ¿Esperas a alguien más por cualquier cosa a parte de él?

- No… no hay nadie más que me… importe – su tono de voz iba bajando a la vez que el color iba subiendo a sus mejillas al decir todo aquello – pero… ¿qué diferencia hay? Es decir… esto es sólo agradecimiento, amistad ¿no?

- Nadie está tan pendiente de un amigo Rukawa – señaló la chica de pelo rizado – aunque sea el único. Rukawa… ¿te gusta Mitsui?

- Pues claro que sí… ¿o te crees que hablaría con alguien que no me…?

- Físicamente – le cortó la chica haciendo que le mirara a los ojos - ¿te gusta o no?

El corazón de Rukawa se desbocó en ese instante. Iba a responderle, a decirle que sí, que incluso físicamente le atraía con una fuerza que no era capaz de resistir, pero entonces él entró en el gimnasio y la conversación terminó. El zorro se levantó de un salto hecho un manojo de nervios cosa que, pensó, corroboraba todavía más si cabía la teoría de Ayako. Ésta se levantó también del suelo y se marchó del gimnasio con un último consejo para el once de su equipo.

- Cuéntaselo – gritó sonriendo mientras se iba.

- ¿Contar qué a quién? – inquirió extrañado y, por qué no decirlo, algo molesto por las confianzas que se tomaba la manager.

- Ehem… a ti, una cosa… bueno… - balbuceó sin querer – pero vayámonos de aquí… te lo contaré en mi casa ¿vale?

- Vale – se encogió de hombros el chico mayor – pero me lo contarás ¿no?

- Que síííííí… - resopló empujándole para que anduviera más rápido – pesado – sonrió al decir aquello mirándole a los ojos y supo al ver enrojecer las mejillas de Mitsui que Ayako o era la mujer más intuitiva que había conocido o era vidente por que lo había acertado de pleno.

Andaban cada vez más rápido y al chico mayor le había empezado a doler el estómago de nervios pensando en qué era lo que le tenía que decir. Todo tipo de disparates pasaron por su mente, des de que Rukawa se iba a ir a Estados Unidos un día tan pronto como por ejemplo mañana hasta que se había liado con Ayako. Pero fuera cuál fuera la locura que tuviera en mente todo suponía para él un desastre. Llegaron al poco a casa de Rukawa, entraron y dejaron sus cosas en el hall para luego dirigirse al comedor.

- Siéntate – ordenó el zorro a la vez que iba a la cocina a por unos refrescos.

- Bueno… ¿qué tenías que contarme? – preguntó impaciente y con los nervios a flor de piel cogiendo el refresco que el más alto le estaba ofreciendo.

- Una cosa pero… es que… todavía no… - sus dedos se paseaban por el contorno de la lata sin abrirla mientras intentaba dar con la mejor manera de confesarle sus sentimientos.

- Está bien, está bien – sonrió Mitsui con tono pacificador – tomémonoslo con calma, como siempre ¿no?

- Sí… - suspiró el zorro sentándose en el sofá junto a su senpai.

Pasaron varios minutos sin que ninguno de los dos dijera nada hasta que Rukawa empezó a deslizar su cuerpo para descansar su cabeza sobre las rodillas del chico mayor. Mitsui le miró sorprendido intentando que el rubor no subiera a sus mejillas bajo esa penetrante mirada azul que el más alto le dirigía.

- ¿Te molesta? – preguntó el chico menor en un susurro.

- No – respondió su senpai pegando un trago de su refresco.

- Hacía tiempo… - empezó a decir sin apartar la mirada – que no hacíamos esto.

- ¿Ha… hacer qué? – titubeó sin poder apartar tampoco su mirada.

- Estar así, como antes… sin hacer nada – respondió con toda naturalidad cerrando los ojos al bostezar.

Mitsui solamente asintió con la cabeza. No entendía esa actitud de su amigo aunque era cierto que, des del día en que se encontraron en la playa, solían recostarse el uno sobre el otro y pasar largos ratos sin hacer nada, hasta que al chico mayor se le hizo demasiado duro resistir ese contacto sin explotar y contarle todo lo que tenía dentro y que le atormentaba al estar junto a él. El corazón le latía muy rápido y estaba seguro que, de un momento a otro, sus mejillas iban a parecer dos manzanas maduras pero no se movió. Sólo, después de un buen rato de silencio, Mitsui se atrevió a apartar un par de mechones negros que se metían en el rostro de su amigo.

- ¿Por qué ya no lo haces? – preguntó súbitamente el zorro.

- ¿Hacer qué? – inquirió extrañado el chico mayor.

- Acariciarme – respondió mirándole a los ojos, viendo como esta vez sus mejillas sí se teñían completamente de rojo – acercarte disimuladamente e intentar besarme, cómo hacías antes.

- Yo… - balbuceó sintiéndose realmente mal - ¿te diste cuenta?

- Sí – contestó aunque no parecía estar molesto por aquello.

- Yo… Rukawa… lo siento… - se disculpó suspirando a la vez que apartaba de él su mirada.

- ¿Por qué ya no lo haces? – persistió el zorro con expresión inmutable.

- Pues… - estaba desconcertado. No entendía el por qué de su insistencia. ¿Era aquello lo que quería decirle? ¿Que no soportaba estar con él? ¿Que había abusado de su confianza? ¿Que se había aprovechado de la situación? Aquello no era cierto y aún así… - pensé que te molestaba, que… te ofendía.

Estaba preparado para un rechazo, una bronca, una pelea… para todo excepto para lo que Rukawa le dijo.

- Me ofende mucho más que no lo hagas.

Los ojos azulados del chico mayor se fijaron sorprendidos en los celestes del zorro. No podía dar crédito a lo que acababa de oír. ¿Le estaba pidiendo que le acariciara? ¿Qué intentara besarle de nuevo? Y si lo hacía… ¿qué era lo que iba a pasar? Su cuerpo temblaba pero Mitsui tenía claro lo que debía hacer. Había llegado demasiado lejos para rendirse ahora sin ni siquiera probarlo.

Lentamente, el chico mayor agachó su cuerpo acercándose al rostro de Rukawa, todavía tendido en su regazo. Sus miradas seguían cruzándose pudiendo leer en ellas todo aquello que comprendían el uno del otro y que no había necesidad de decir. Cuando sus labios se rozaron Rukawa tuvo la certeza de que podía pasar así el resto de su vida. Un poco torpemente al principio, se fue incorporando hasta sentarse a horcajadas sobre las rodillas de su senpai rodeando el cuello con sus manos. Sus miradas volvieron a conectar durante unos segundos en los que sus mejillas enardecieron, justo antes de que el zorro empezara a inclinarse suavemente para besarle otra vez.

Pasaron en el sofá la mayor parte de la tarde besándose tiernamente el uno al otro, acariciándose con suavidad, disfrutando con lentitud de cada caricia. Fue la mejor tarde que ninguno de los dos recordaba hasta el momento y lo mejor de todo era que no iba a ser la última, aunque todavía quedaba por salvar algún que otro obstáculo.

Eran pasadas las once y media de la noche cuando el señor Rukawa se sentó en el sofá al lado de su hijo y le zarandeó para que subiera a dormir a su habitación pero el chico no estaba en absoluto dormido. Al verle abrir los ojos con tanta facilidad el hombre se extrañó, le puso una mano en la frente y la otra en la suya como queriéndole mirar la temperatura pero su hijo se apartó meneando la cabeza alegremente.

- Supongo que será bueno si estás de buen humor – sonrió el hombre desanudándose la corbata y descansando los pies sobre la mesa.

Papá que asco – se quejó medio en broma el chico, añadiendo después de un rato de silencio – Sí es bueno… al menos para mí.

- Hmmmm… déjame pensar – fingió divertido el señor Rukawa – te ha salido novio.

Los ojos azules del muchacho se abrieron tanto como se teñían de rojo sus mejillas mientras su padre empezaba a reír a carcajada limpia.

- Hijo… - sonrió el hombre apoyándose en el chico para levantarse del sofá – ya era hora de que te dieras cuenta. La verdad, - siguió, tendiéndole la mano para que se levantara – me hubiera incomodado un poco tener que decírtelo yo.

- ¡Papá! – le empujó cariñosamente como regañándole por decir esas cosas - ¿no estás enfadado?

- Hijo – suspiró sonriendo con melancolía y le abrazó – lo hemos pasado muy mal. Ya es hora de que sonrías un poco.

- Gracias papá – susurró antes de deshacer el abrazo – Buenas noches.

- Buenas noches Kaede.

Mientras tanto en casa de Mitsui todos parecían ser igual de intuitivos pues al verle entrar por la puerta con esa sonrisa en la cara su madre y su hermano empezaron a reír y a chincharle hasta que les contó cuanto había ocurrido con pelos y señales.

No obstante, en el instituto, los rumores habían seguido creciendo hasta tal punto que, al día siguiente, Miyagi y Anzai les llamaron a parte para hablar con ellos antes del entrenamiento. Fue un momento muy tenso. Mitsui seguía teniendo un enorme respeto hacia el viejo y gordito entrenador y se puso muy nervioso al saber que quería hablarles. Pero antes de que ninguno de los presentes abriera la boca, fue Rukawa el que tomó la iniciativa.

- Es verdad – dijo seriamente mirando al entrenador y al capitán del Shohoku – Los rumores, lo que dicen… es verdad. Pero nadie tiene por qué meterse en nuestras vidas.

Se hizo un profundo silencio entre ellos. Mitsui seguía con la mirada fija en el entrenador Anzai, que miraba al zorro con pose seria y sin decir nada. Ryota por su parte se estrujaba las manos mirando alternativamente a sus dos compañeros y a su profesor intentando decir algo ocurrente pero en realidad no hizo falta.

- Estoy de acuerdo – resolvió el entrenador poniendo una mano en el hombro del zorro y la otra en el de su lanzador de triples – mientras esto no influya en el equipo nadie tiene por qué meterse en vuestra vida.

- Gracias entrenador – respondieron los tres casi al unísono y, acto seguido, se encaminaron hacia la cancha.

- Mitsui – le llamó el señor Anzai y al catorce del Shohoku le temblaron las piernas. Pensó que iba a regañarle o peor, a echarle del equipo pero nada más lejos de la realidad – gracias por cuidar de él.

- De… de nada entrenador yo… - no podía creerlo. La aprobación de su familia había sido muy importante para él pero la del entrenador Anzai… ahora estaba seguro de que todo iría bien.

- Hohohoho – rió el gordito – los jóvenes de hoy sois bien raros pero en fin… como dice mi mujer, lo importante es quererse ¿no crees?

- Sí – sonrió el muchacho – gracias sensei.

El entrenamiento fue tan duro como los de los días anteriores pero todo el mundo parecía mucho más animado. Rukawa estaba pletórico. Jugaba mucho mejor de lo que había jugado en los nacionales de verano y eso era muchísimo. Por su parte, Mitsui y Ryota estaban haciendo un muy buen juego y había un par de jugadores de primero que demostraban un fuerte potencial. Parecía que este año iban a arrasar en el campeonato de invierno aunque cuando terminaron ese día parecía que lo único que iban a arrasar iban a ser sus camas.

Poco a poco, todos los miembros del equipo fueron saliendo de los vestuarios con dirección a sus respectivas casas. Sólo dos de sus integrantes se quedaron a entrenar un rato más. Después de jugar un par de 21 muy disputados y tras haber cerrado la puerta del gimnasio con las llaves que Ryota les había prestado, Rukawa y Mitsui se dirigieron a los vestuarios. Ambos se desvistieron dirigiéndose furtivas miradas con demasiado poco disimulo, debatiéndose entre el deseo de acariciar la piel del otro y el miedo a hacer algo que no estaba del todo bien.

El agua de la ducha bañó sus cuerpos y ambos recordaron la primera vez que se encontraron solos bajo esas frías gotas días atrás. Sus miradas volvieron a cruzarse y poco a poco, con movimientos lentos y sensuales, sus cuerpos se acercaron hasta que sus pieles candentes entraron en contacto con suaves caricias recorriendo ardientemente la piel del otro. Sus labios, sus lenguas, sus manos explorando cada uno de los rincones de su cuerpo, llevándoles a un éxtasis que se hacía cada vez más profundo, que necesitaba ir cada vez más y más lejos. Las blancas manos del zorro empezaron a acariciar el sexo de su senpai. Sus labios seguían rozándose y sus ojos mirándose, viendo enrojecer las mejillas de ambos, sintiendo sus dedos arder al tocarse.

Lentamente pero con pasión las manos del chico mayor fueron deslizándose por la espalda de su amante al tiempo que se arrodillaba hasta ponerse a la altura de su sexo, empezando a besarlo y a lamerlo, notando como Rukawa echaba hacia atrás la cabeza para ahogar unos gemidos de placer que, sin embargo, seguían oyéndose por todo el espacio de los vestuarios. Estaba tan excitado cuando el chico mayor introdujo en su entrada uno de sus dedos que ni siquiera le dolió. Mitsui seguía dándole placer con su boca mientras le preparaba para hacerle el amor como nunca nadie se lo había hecho y esa sola idea le excitaba todavía más.

Cuando el zorro sintió que se venía se apartó lentamente de su senpai, apoyándose en una de las paredes de la ducha tras él. Mitsui avanzó lentamente, subiendo las piernas del más alto a sus caderas y empezó a penetrarle con cuidado, besándole el cuello, los hombros y la clavícula, arrancándole gemidos de placer cada vez más y más intensos. El agua caía todavía sobre sus cuerpos calientes cuando ambos se corrieron casi al unísono bajo el sonido de sus fuertes gemidos y sus respiraciones agitadas. Los dos se dejaron caer en el suelo de las duchas y se abrazaron sin dejar de besarse durante un largo rato, hasta que el frío les obligó a salir y vestirse para no pillar un catarro o algo peor.

Y bajo la tenue luz de las farolas del paseo los dos chicos andaban cogidos de la mano, sonriéndose el uno al otro, sólo para el otro y la felicidad que sentían en aquél momento, aunque nada es eterno, pareció poder cruzar los infinitos océanos del tiempo.

 

OWARI


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