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El chico de las estrellas por yui_shirogane

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Notas del fanfic:

¡Al fin!


Pude terminar este shot que quería compartirles desde lo más hondo de mi corazón. Tengo tantas cosas que contarles, pero primero, mis más sinceras disculpas por ausentarme mucho tiempo. Y mi más sincero agradecimiento a quienes en las últimas semanas han seguido comentando mis fanfics anteriores.


Ahora bien, la primera noticia que tengo que darles, ¿conocen a Helen?, bueno, ella es mi mejor amiga, la conocí hace mucho, por el tiempo que conocí a Margarita. Helen es mayor que yo por cuatro años –cumplimos años el mismo día-. La noticia está en que, esta maravillosa mujer se muda a vivir aquí a México, por lo que seré un hombre contantemente feliz. Lástima que traiga novio nuevo con ella –broma-. (Siento que tenía que deciros)


La segunda noticia, es más triste, para los que les había hablado de esta maravillosa mujer, les comunico que el martes pasado -19 de mayo- mi abuelita preciosa falleció. Justo ahora está disfrutando de las mieles del paraíso. La extraño enormemente. Parte de este Fanfic lo escribí en mis turnos en el hospital, digamos que ella fue una motivación. Ella siempre ha sido mi motor para muchas de las buenas decisiones en mi vida. Te amo abuelita, siempre te voy a recordar como mi soldado, mi persona favorita. Mi corazón aún llora tu partida...


La tercera y última noticia, y puede que no le agrade a muchas personas -Helen-, Margarita volvió y bueno, ya saben, soy un tonto enamorado… (¿Alguien podría golpearme?)


Ahora bien, este Fanfic se lo quiero dedicar primordialmente a Fanny, porque siempre estuvo ahí para mí en momentos y situaciones difíciles. Gracias Fanny de mi corazón. Eres una mjer fenomenal. 


A Maya, porque me hizo recordar historias bonitas, y porque se está mirando Naruto. Maya, prometo responderte pronto.


A Camila, porque siempre me alegraba los días con sus mensajes largos. Cami, igual prometo responder tus mensajes pronto.


Y por último a la bélica de Helen, porque este Fanfic es sorpresa y ni siquiera ella lo ha leído con antelación, espero te guste, guapa. Gracias por estar ahí conmigo todos los días en el hospital, por pasar muchas horas en la sala de espera, y por llorar mis lágrimas de dolor. Te amo. 

Notas del capitulo:

Hacía un tiempo que quería escribir algo parecido a esto –desde hace muchos años que vi la película de Joe Black-, y bueno, esta historia está tramada desde hace un mes, aproximadamente. Y hoy, comenzando con un poco más de mil palabras, culmina al fin con más de cuatro mil.

 

Espero de todo corazón la disfruten, perdonen los errores y horrores. La letra “h” de mi teclado no funciona, y bueno, para qué quiero más. Además de que ya saben cómo soy, la acabo de terminar y prácticamente he corrido para venir a compartirla, sin revisarla.

 

Es un Fanfic totalmente original, cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia y bla, bla, bla. 

El chico de las estrellas.

Original Fanfic.

 

 

 

 

I.

La primera vez que le identifiqué entre todos esos despojos rojos y azules, no fue la más romántica; ni mucho menos la mejor premeditada posible. Tampoco esperaba conocer al amor de mi vida en una situación sumamente extraña, pero sin duda alguna, inigualable.

Ese día, después de observarle durante los cinco minutos más largos de toda mi vida, pude concluir cinco cosas importantes, y te sugiero que tomes nota:

  1. Nadie escoge su amor.
  2. Nadie escoge el sitio dónde lo conocerá.
  3. Nadie escoge el momento indicado.
  4. Nadie escoge la edad que tendrá, y
  5. Nadie escoge la persona de la cual se enamorará.

 

 

II.

Había salido más apresurado de lo normal rumbo al trabajo, iba corriendo como alma que lleva el diablo, una ironía tratándose de ser yo quien soy. Creo que lo último se ha leído demasiado enredoso, pero al final ya me entenderás sino es que primero decides correr despavorido.

El trabajo que tocaba cubrir esa noche sucedía a 700 kilómetros de dónde me encontraba, si me apresuraba llegaría en menos de medio minuto al lugar.

 

 

III.

Como casi siempre, se trataba de una panda de críos inútiles que regresaban “sanamente” a sus amados y rosados hogares de familias perfectas, después de una noche insulsa y de desenfreno pueril. ¡Pero si hasta alguien como yo podría notar el descomunal olor a alcohol que desprendían las bocas inertes de tres de los cinco muchachitos!, de cuerpos gráciles y de facciones finas, desparramadas por el asfalto cubierto con una fina capa de lluvia. En definitiva el grande de arriba había sido bastante generoso con la genética familiar.

Este trabajo sin lugar a dudas era de los mejores en el mundo, y olvida tú la paga, el morbo de obtener de primera mano imágenes varias y de aspecto similar a esta escena llena de terror y sangre. Lo sé, no te estoy ofreciendo consuelo alguno.

 

 

IV.

Contaba con cinco minutos libres, uno para cada chico, antes de que me llamaran desde el otro lado del mundo, para cubrir otra “emergencia”. ¿Aún no adivinas quién soy?

A decir verdad, todo lo que te cuentan de mi es una fanfarronería. Que si soy violenta, que si  soy perversa, que si soy injusta y demás etcéteras. Conserva la calma, tan solo soy lo que tengo que ser.

¿Qué, no me crees? Por favor, confía en mí. En verdad puedo ser amable, alegre, agradable, amigable… Y todas esas palabras que comienzan con “a”.

 

 

V.

El primer crío no contaba ni con los 17 años cumplidos, demasiado joven para mi gusto, vamos, que cumpliré 1254 años el próximo mes. Su alma pura sin resquicio de malicia y con tan sólo unas motas de alcohol, me supo a nostalgia y a gloria, deliciosa gloria. Te puedo cotillear que el último recuerdo en su memoria, eran los labios de otro crío que andaba por ahí desperdigado.

El segundo muchacho estaba más allá del auto hecho trizas, ya regresaría por los otros dos que aún se conservaban dentro del vehículo. El tercero estaba aún más lejos, colgando de las ramas de un árbol, desafiando la gravedad. Ambos jóvenes de almas puras, no tenían ni la menor idea de que eso les sucedería al salir. ¿Ya ves lo que te digo? Por eso se mata la juventud, así de simple, por elegir al más idiota ebrio y bonachón a la hora de conducir.

 

 

VI.

Regrese mis pasos al auto, el panorama era deplorable, claro que no menos que el del chico que aún colgaba del árbol. Fierros retorcidos y mucho color rojo por sobre el bonito y brillante azul del automóvil y del oscuro cielo nocturno.

Los dos críos, que aún retozaban dentro del vehículo destrozado, conservaban vida dentro de sí, podía escuchar sus latidos y el respirar de sus corazones amedrentados y dolidos. Un leve trip-trip de vida aferrándose a este infierno terrenal. Un pequeño susurro del viento en una cálida noche veraniega. El decreciente bum-bum de una canción folclórica latinoamericana en un día con sol.

Con suerte yo me llevaría eso, sino aquí, tal vez en el hospital. Sino ahora, tal vez dentro de un par de días.

Puedo apostar que ya estás seguro de quién soy en realidad, sino en un cien por ciento, tal vez en un noventa y nueve. Por favor, a pesar de todas las amenazas anteriores, conserva la calma. Te he dicho ya que no soy violento.

 

 

VII.

Fue montado en la parte trasera, de una ambulancia apestosa, en la que “el chico de las estrellas” me permitió ver sus ojos por vez primera.

A pesar de todas las cosas malas que te hayan contado de mí, y de las propias conjeturas que tú puedas hacer acerca de mi persona, yo jamás, a lo largo de toda mi incipiente existencia, me habría enamorado de un tonto ser humano. Y es que basta con sólo verlos, y no te sientas ofendido, pero es que hacen cada barbarie para tenerme bastante ocupado los 365 días del año, 366 si es bisiesto. Ni eso perdonan ustedes. También me merezco unas vacaciones, ¿saben?

 

 

VIII.

Ya lo conocía de antaño, lo había visto por primera vez hace aproximadamente 19 años. En aquel entonces era un ser arrugadito lleno de sangre y un poco de placenta. Llegué al hospital del condado a llevarme a su madre.

La segunda ocasión, él tenía 12, pobre crío. Su padre, un borracho inútil, lo golpeaba. Su hermano mayor, abusaba de él. A su hermano mayor, fue a quien llegué a buscar en esa ocasión. Exceso de cocaína en la sangre, dirían los paramédicos más tarde. Tiernos 15 años de una vida desperdiciada.

Sólo pude sentir pena por aquel chiquillo que se quedaba solo a aguantar las pestes de un idiota que lo culpaba de todo.

Enclenque, de cabello abundante y castaño cayendo a raudas por los costados de su perfilada cara. Miles de pecas se arrebolaban en sus mejillas sonrosadas y redondas que aún conservaba de su niñez. Las lágrimas se habían secado sobre el rostro de aquel niñito sin expresión, su alma no era algo que quisiera en ese entonces.

 

 

IX.

Habían pasado siete años desde que lo vi por última vez, cuando llegué por su padre hace apenas dos años atrás, él ya no se encontraba ahí.

Por ironías del destino quizá, su nombre era Salvador, “Chava” como solían llamarle sus amigos. ¿Qué tienen ustedes los humanos con los nombres? ¿Qué acaso no les basta a sus padres con ponerles unos solo para que vengan a cambiárselo? Idiotas…

Salvador llegó justamente como eso, un bote salvavidas en medio del naufragio constante en que se había convertido mí no existencia, a mi existencia sardónica. Y te puedo asegurar que nadie queda exento de esa cosa maligna que denominan como amor.

 

 

X.

Estando en la parte trasera de la ambulancia, Salvador abrió los ojos y quedé embelesado. Oh, puedo asegurarte que quería, no, necesitaba esa alma dentro de mis preciadas posesiones. Y no creas que soy ambicioso, no. Antes era un alma mutilada de un crío maltratado, pero ahora, el chico de las estrellas poseía la más bella de las almas con las que alguna vez me pude haber topado.

De un esponjoso color rosa, ya podía paladear su dulzor en mi haber. Y es que, este crío, estaba enamorado. Al más puro cliché de todos los tiempos. Exactamente, de esos enamoramientos que ya no se dan entre los jóvenes de hoy. Y estoy seguro, y te lo puedo testificar, que al menos tú no saltarías contra el parabrisas para proteger a un simple “amigo”.

 

 

XI.

Me miró, te lo juro que me miró, y me sonrió.

Ustedes, casualmente, nunca se fijan en mí. Cuando llego, normalmente se encuentran dentro de un pesado letargo o en un estado de shock creciente, que suelen ignorar mi presencia. Pero eso no pasó esa vez.

–Tus ojos son como las estrellas. –diría aún es el estado de modorra provocado por todos los calmantes que hacían llegar a su organismo vía intravenosa.

Puedo asegurarte que él no se veía nada guapo, llevaba la ropa hecha girones, había perdido un zapato por algún lugar, y su antes jovial y atractivo rostro era surcado por ríos de sangre que brotaba a borbotones de una herida en su coronilla.

–¡Ey!, tú, el guapo del traje negro –el paramédico lo miraría raro y negaría con la cabeza mientras el incesante pitido del aparatejo extraño ese, aumentaba en intensidad y velocidad–. Ya es mi turno, ¿no? –diría después de unos minutos y las lágrimas, acompañadas de espasmos incontrolables, comenzarían a correr por sus mejillas.

Vamos, que no todos quieren morir alguna vez, mucho menos un nene que habría de comenzar a descubrir lo placentero de sentir amor y ser correspondido.

 

 

XII.

Es injusto que me culpes de todas las cosas que pasan ¿sabes?, no es como si a diario me despertara pensando en quién carajo decidiría ser tan estúpido como para suicidarse saltando de un puente, o comiendo veneno de ratas, o estrellándose contra una pared. Yo sólo llego a limpiar el desastre que todos ustedes dejan. Los accidentes pasan y la gente muere a diario, así como también se enamora a diario y se decepciona a diario.

Salvador, fue todo en uno a la vez. Gente que muere, gente que ama, gente que decepciona. En un orden diferente, pero con el mismo final.

 

 

XIII.

Y de prometer quedarme tan sólo por cinco minutos, habían pasado tres días y aún seguía junto a la cama de hospital de aquel redomado ser humano.

–¿Qué tanto me miras?

–Posees ese tipo de dolor que me incita a amar sin mesura. –Le dije, siempre ahí de pie junto al cabezal de la cama de sábanas blancas. Mientras observaba como el chico de las estrellas abría sus ojos de una forma graciosa y hacía algo parecido a los viscos mientras boqueaba una y otra vez causando un incesante pitido taladrador de la cajita a su izquierda. Soltó una carcajada ronca y profunda e inhalo fuertemente por última vez.

–Hasta el día de ayer había pensado que eras mudo, y que yo era un loco idiota deschavetado que moriría dentro de poco. –Podía percibir la ironía en su voz, que si no. Vamos, que llevo tantos años en el negocio como para no saber identificar el temor en la mar de voces agónicas de unos cuantos idiotas que creen que yo puedo jugar a ser Dios.

Y no, no lo crean, yo no decido a quien llevarme y a quién darle otra oportunidad. Por eso no debes odiarme, te lo digo ya.

 Verás, te lo pondré de esta forma; cuando tú mueras, porque algún día lo harás, vendré a por ti porque ya he recibido la señal con antelación. Algo así como la batiseñal. Entonces yo me llevaré tu alma, y para mí eso es lo divertido del asunto, porque la cargaré durante un tiempo y esta me causará ciertas emociones que el “contenedor” anterior vivió en su propio cuerpo. Eso es lo satisfactorios de ser quien soy.

Durante ese corto periodo de tiempo, en algún lugar que aún ahora yo desconozco, se llevará un debate de “el lugar indicado” que albergará tu esencia por el resto de la eternidad, y si cuentas con suerte, alguna vez el grande y bueno te permita regresar para vivir de nuevo.

–Algo de razón llevas en la voz muchacho. –Le respondí a Salvador que se miraba cansado y pálido. Su alma seguía refulgiendo en su interior.

–¿Hasta ayer eras mudo? –Respondió irónicamente el muy lerdo.

–Claro, seguramente en eso tenías razón –solté lacónico–, me refería a que llevas razón en lo de idiota deschavetado. –Finalicé por fin, analizando el poco brillo de vida en esa mirada gris y solitaria.

–Claro, tienes razón. ¿Cuándo me llevarás? –Me preguntó de la nada. Ni calmo ni tardío.

–Y tú, ¿de qué vas? –Le cuestioné algo nervioso, que no todos los días te encuentras una mirada gris de ese tipo. Con las que sientes que estás fuera del planeta, con mayor fuerza de gravedad y sin el menor resquicio de oxígeno. Con las que no puedes respirar muy bien, con las que no sabes si besar es bueno o salir corriendo es la mejor opción.

–Vamos, que soy idiota, pero ésta herida claramente no me afectó la memoria –dijo señalando el vendaje que cubría su cráneo por entero–, te recuerdo de cuando llegaste a por mi hermano, y te vi a lo lejos en el funeral de mi estúpido padre. Y tú venías en la ambulancia. Vi como tomaste de la mano a mis amigos. –Agregó lo último sonriendo tristemente y una lágrima escapó de su ojo izquierdo–. ¿Estás disfrutando de la vista? ¿Disfrutas de verme aquí tendido? ¿Acaso sientes lo que duele? Me duele la cabeza, mi estómago y la parte baja de la espalda. No siento mis piernas. –Estaba alterado y claramente no podía entenderlo, no podía sentir su dolor y eso era desesperante. Quería ayudarlo, pero aún no era el tiempo. Yo solo era un enamorado más en una habitación de hospital.

 

 

XIV.

Imagínate que desapareces por un instante y de repente nunca fuiste nada para nadie, que en un abrir y cerrar de ojos, te esfumaste en un pestañeo. Que nadie te conoció y que nadie te recordará nunca.

Imagínate que en ningún tiempo y de ningún modo aprendiste nada y que en aquellos meses ocupaste la mente en grabar sólo párrafos de césped y luciérnagas que salían de otras entrañas. De entrañas que no eran las tuyas.

Sería un alivio volver a respirar profundo sin sentir cientos de puñaladas y poder dormir sin soñar con tu rostro y la banda sonora de tu risa entre caladas o tu respiración pausada y entrecortada. O dejar de mirar a todas partes en los mismos lares y rincones por si el destino ha cambiado de opinión, por si el grande y bueno se ha vuelto dócil y ha entrado en razón creyendo que cruzar a dos personas y dejarlas tan pérdidas siempre ha sido un tanto injusto. Por si quisiera darme una oportunidad.

 

 

XV.

–Me enamoré de ti.

Mi vida nunca fue como la soñé, si es que alguna vez soñé con un futuro premeditado, claro está. Ensayar una posible declaración frente al espejo del pequeño baño del cuarto de hospital, no me iba a llevar a ningún lugar, lo sé. Me estaba comportando como un completo e insípido humano primitivo. Un contenedor vació, en un mundo de cuerpos llenos de vida, mi existencia se resumiría a la nada, nula calidez de un cuerpo invisible a los ojos de los más insensibles.

Vamos, que todos tienen una concepción diferente de lo que yo puedo ser, ni siquiera yo se describirme como “algo” o “alguien” en particular. No me reflejo en un espejo, ni en un charco de sucia agua, no me conozco más allá de mis manos o pies. Y supongo que no sería halagador recibir una confesión de amor de parte de un viejo de cientos de años feo y remilgado. Si no sabré que ustedes son superficiales y ególatras.

Pero yo no elegí este destino, simplemente un día desperté con juventud y así he permanecido a lo largo de los años. Invisible a los ojos humanos e inerte a los ojos de Dios. Sin la posibilidad de envejecer, sin la posibilidad de procrear, sin la posibilidad de tener una familia, sin la posibilidad de amar, si la posibilidad de morir.

 

 

XVI.

–¿Cuánto tiempo más voy a esperar conectado a todos estos aparatos? –Preguntó Chava sin vacilación–. ¿No te estarás equivocando?

–Pues no, si eso es lo que esperabas que dijera, temo decirte que no estoy equivocado –Le dije de la manera más tranquila posible–, es seguro que morirás, sin embargo aún no es el tiempo.

–Entonces cuándo, dime cuándo será ese dichoso tiempo.

–Tengo terminantemente prohibido decirte cuando será.

–Vaya, pues no es muy conciliador tenerte ahí, de pie, todo el bendito día. –Dijo tan rápido como la respiración le permitía.

–Te escuchas mucho mejor ahora –agregué parsimonioso–, además, no estoy aquí todo el “bendito día” como dijiste. Siempre estoy atendiendo asuntos aquí y allá. Yo no descanso nunca. –Finalicé mientras sacudía el polvo inexistente de mi eterno traje negro.

–Tengo miedo.

–Serías un tonto si no lo tuvieras.

Y de nueva cuenta, la habitación se sumía en un silencio espeso y pesado. Chava dormiría gracias a los calmantes en la intravenosa y yo saldría a atender aquellos “asuntos” una vez más.

 

 

XVII.

–¿Cómo te llamas? –Salvador era demasiado parlanchín cuando no estaba bajo los efectos del diazepam. Las enfermeras y enfermeros siempre soltaban miradas conciliadoras antes de entrar por entero a su lugar, y cotilleaban en los pasillos a puerta cerrada. Para ellos, el chico de las estrellas era un loco más, para mí, era alguien fascinante.

–No poseo un nombre como el tuyo. –Siempre buscaba contestarle secamente, no quería involucrarme más de lo que parecía estar hasta ese punto.

–Pues te llamaré Charles, tienes cara de Charles, además siempre me ha gustado ese nombre. –Dijo mientras apartaba sus ojos grises de mi mirada lacónica.

–Mientes. –Espeté.

–No puedes saberlo. –Dijo regresando sus irises al encuentro con los míos.

–Oh, sí que puedo. –Aseguré.

–Compruébamelo. –Me retó. Y tú nunca debes hacer eso, retarme a mí, es como asegurarte una alta dosis de melancolía diluida.

Me acerqué lentamente a él, más cerca aún de lo que había estado los días pasados, y roce apenas el vacío de entre ambas cejas con uno de mis dedos. Y frente a los ojos del chico de las estrellas pasaron, como en una cinta cinematográfica, los mejores momentos pasados junto al tal “Charles”, desde que le conoció en aquella heladería, hasta su cara de absoluto terror al verlo saltar frente al parabrisas del auto. Al menos esperaba ser más guapo que ese niñato enclenque.

Salí de nueva cuenta a hacer mis asuntos, después de que Salvador comenzará a llorar terriblemente y a gritarme que me fuera y lo dejara solo, después de que le administraran más diazepam.

 

 

XVIII.

–Salvador…

–Salvador…

–Salvador…

–Salvador…

–Salvador…

Dejó de mirarme y de responderme. Y de eso habían pasado otros tres días, en los que se limitaba a guardar silencio y a llorar de vez en cuando, mientras miraba por la ventana de la habitación.

Al menos los doctores y enfermeros descansaban de sus diatribas y griteríos.

 

 

XIX.

–¿Aún no es tiempo? –Me preguntaría esto pasados los cinco días de su autoimpuesto silencio.

–Te he dicho que tengo prohibido hablar sobre eso. –Respondería sin más.

–Te pareces a él. No por nada habría de llamarte Charles. –Era como un sucio secreto que no apetecía saber en lo absoluto, muy por el contrario, hacía que me sintiera como el ser más estúpido que alguna vez hubiese habitado el planeta Tierra. Por primera vez, sentía qué era eso a lo que todos se referían como “injusticia”.

–Pero no soy él. Mis “dones” ni siquiera se acercan un poquito a la bondad que él poseía, mis recién descubiertos “sentimientos”, no se acercan ni un poquito a lo que él sentía por ti. Porque a diferencia de él. Yo si aprecio tu alma. –Estar enojado, a veces no te lleva a decir las cosas de manera coherente, al menos no con la coherencia necesaria.

–Yo lo sabía… –agregaría tristemente.

–Mmmmmm –sería mi única respuesta, mientras esperaba a escuchar qué más tenía que decir.

–Sabía que él no me quería, aun así intente e intenté e intenté. Creía que al menos, que al menos podría enamorarse un poquito de mí –Nunca había escuchado tanta tristeza reflejada en una sola voz. Era como un botoncito de flor que nacía melancólicamente sabiendo que el tiempo le robaría la vida–. Pero ni aun sabiendo que yo gustaba de él, lo intentó. Claro, nadie se quiere quedar con el huérfano roto, herido y maltrecho. ¿Quién soportaría estar con alguien sucio y mancillado? Dímelo tú. Explícamelo…

–Sabes que me pides algo imposible. –Sería toda mi respuesta.

–Pero tú me amas, puedo verlo en tu mirada de estrellas. Es como un cielo infinito del que no quiero partir nunca.

Y el chico de las estrellas lo había dicho tan fácil, unas cuantas palabras que a mí me costaban siquiera pensar, él las había soltado sin malicia. Tal vez Dios lo había mandado para redimirme. Tal vez, no lo sé.

Y ahora, sólo deseaba poder morir junto a él, poder partir al mismo lugar sin la sombra de ningún “Charles” acechando lo pacífico de nuestros días.

 

 

XX.

–He conocido a alguien… –Así comenzaría mi platica con el grande de arriba, con el grande y bueno. Le pediría poder morir, y tal vez, solo tal vez, me concedería ese deseo.

He conocido a alguien, pero fue tan efímero, que no sé distar muy bien qué forma parte de la realidad, y qué fue creado por la fantasía; aunque a su favor he de decir, que he conocido a alguien con quien hablar de mis pesares era de lo más aliviador.

Verás, he conocido a alguien con quien las horas volaban al pestañear, a quien miraba y me hacía creer que las cosas bonitas existen, que son de verdad, alguien a quien vi llorar y, de alguna extraña manera, me pareció una forma sincera de creer en la bondad.

He conocido a alguien diferente a todo el mundo, alguien que me hizo volver a creer en la magia y me convenció de que no había truco ni engaño.

No sé realmente si la terminé de conocer, no sé si fue real, si fue un espectro, un esbozo o un reflejo de lo que quería que fuese. Creo, no lo sé, que he conocido a alguien que me prometió no desaparecer de un día para otro, como todas las demás almas, alguien que no me dejaría en un basural al lado de las cartas y los versos rotos, junto a las verdades a medias y los poemas deshechos.

He conocido a alguien con una luz tan deslumbrante que me apagó la poquita que me quedaba. La conocí en plena oscuridad y ojalá no hubiera sido de esa manera.

 

 

XXI.

El grande de arriba, no siempre era “bueno”.

No me permitió quedarme.

No me permitió morir.

 

 

XXII.

–Eres guapo. –Habíamos regresado a los días calmos, en los que Salvador se la pasaba hablando hasta por los codos.

–¿Qué tanto? –Había aprendido a darle un buen uso a ese “humor” retorcido que algunas veces demostraban ustedes los humanos.

–Como Brad Pitt. –Sonreiría mientras se llevaba una cucharada de gelatina de cereza a la boca. Cada día se miraba mejor. Sólo yo sabía que no lo estaba del todo.

–Puedes llamarme Joe Black si te apetece. –Dije bromista y un tanto conciliador.

–¿No me digas que viste esa película? –Respondería divertido, soltando gelatina roja por toda la boca–. ¡Claro!, si de ahí te asemejabas aún más. Que tonto que no la recordaba –Se pegaría en la frente, llenándose el cabello de más gelatina–. Bien, entonces desde ahora serás Black, Joe Black –Soltaría en un tono socarrón al puro estilo de James Bond. Riendo aún más si eso posible.

 

 

XXIII.

–Joe…

–¿Mmmmm?

–¿Aún no es tiempo?

–No puedo decirte…

–Ya… –pequeño silencio– es que estoy muy cansado…

–Pues calla esa bocaza que tienes y duerme…

–Bien…

La luz del chico de las estrellas se extinguía poco a poco. Y a mí me dolía.

 

 

XXIV.

Un mes completo había pasado desde el accidente, los otros cuatro críos habían muerto, y sólo Salvador seguía debatiéndose en si dejarse ir de una vez, o quedarse un poco más. Siempre esperaba que eligiera un poco más…

Los doctores lo había desahuciado hace un par de días atrás, pero Chava seguía igual de fastidioso que siempre. Igual de bueno y amable. Igual de cansado…

Tenía ganas de gritarle a Dios, de decirle que era injusto…

Quería tomar a Salvador de la mano y correr juntos a donde él quisiera.

Al universo de estrellas infinitas si era necesario, en donde nadie supiera que lo amaba, en donde nadie supiera que él, ahora, también me quería.

 

 

XXV.

–Joe… –Un nombre que era simplemente un espacio en blanco.

–¿Mmmmm?

–¿Aún no es tiempo? –Una foto en gris.

–Ya, ya lo es…

–Qué bueno. Ya estoy muy cansado… –Sin biografía alguna y con un relato sin título.

–Lo sé, cariño, lo sé…

–Joe… –Un nombre que era simplemente un espacio en blanco.

–¿Mmmmm?

–¿Por qué lloras? –Una foto en gris.

–Porque ahí donde tú vas, yo no podré ir jamás.

–Joe… –Un nombre que era simplemente un espacio en blanco.

–¿Mmmmm?

–¿Podrías hacerme un último favor? –Una foto en gris.

–¿Cuál sería ese favor?

–¿Podrías, podrías darme un primer y último beso? –Sin biografía alguna y con un relato sin título.

–Claro…

Y con todo eso y sin todo eso, me enamoré del autor de esta historia con tres cuartos de una página vacía, sin foto, sin nombre y sin biografía.

Solo las letras de su nombre. Un título incompleto en la oscuridad.

 

 

XXVI.

Y al llegar el beso, todo acaba y todo empieza.

Tú moriste aquel día, pero siempre renacías en la adversidad. Un día fuiste Salvador, pero al siguiente eras Esteban o Roberto.

Tu alma siempre fue igual en todo momento…

Y todas las veces yo me enamoraba…

Y todas las veces yo te veía partir…

Y todas las veces yo te veía morir…

Y todas las veces yo llegaba por ti…

 

 

Notas finales:

Será como una sopa de letras o el juego del “busca-busca”. Al que encuentre algún error, favor de hacérmelo saber para corregirlo lo antes posible.

 

Gracias por haberte tomado la molestia de leerme, a sabiendas de que no es una aventura feliz.

 

Gracias también por dejar un comentario, lo responderé lo más rápido posible. Ya que al parecer estoy en las últimas semanas de clases y exámenes y demás cosas estresantes.(Estas vacaciones me las voy a pasar por Sinaloa, así que si me ven, no me vayan a tirar piedras, jaja).

 

Se me ocurre que, podrías comentarme la idea que tienes tú de la muerte, cómo sería y demás etcéteras. Sería algo maravilloso de leer.

 

Nos leemos en los comentarios.

 

Charlie. x

 

 

 

En otras noticias, mi perro se ha escapado de casa y no lo encuentro. Eso me hace ser triste de nuevo, si son creyentes, pongan a Kiiro en sus oraciones para que vuelva. Es mi mejor amigo…


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