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Intercambio por rina_jaganshi

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La información es sumamente valiosa en esta época, puedes ganar batallas si conoces las debilidades de tu adversario, puedes conquistar países enteros si sabes lo que más necesitan, puedes destrozar la vida de una persona si descubres sus más oscuros secretos. Cuando eres un criminal, tener acceso a lo que se dice de tu objetivo es de mayor importancia, por lo que, esta oportunidad es, sin duda alguna, un regalo de los dioses (con alguno que otro inconveniente). Al menos así se auto convence Bakura de que su desdicha no es más que una manera de aprender cómo molestar, mucho más, al idiota faraón.


Aun así, nunca creyó que se le revelaría tal cosa. Resopla con fastidio, asimismo, pasea sus ojos por el lugar. Se concentra tratando de hallar sentido a tan patética situación. El enano y el egocéntrico ser duermen en cuartos separados. Debido a las circunstancias actuales, se trata de un golpe de suerte, sin embargo, miles de preguntas se aglomeran en sus pensamientos, cada una quiere saber las razones para dicho comportamiento. La curiosidad aflora por cada parte de su cuerpo. Es indudable que el faraón y el pequeño duelista son un tanto más discretos en cuanto al contacto físico, al menos cuando hay público de por medio.  


Con cansancio camina hasta sentarse sobre la cama, al sentir las suaves sábanas, se recuesta para estar más cómodo y retomar su línea de reflexión. La interacción que el matrimonio real tiene frente a las demás personas consiste en entrelazar sus manos, una que otra caricia en la mejilla, algún beso en la frente, incluso uno rápido en los labios. Sin embargo, en la privacidad de su hogar, deberían desenvolverse de otra manera. Dormir en cuartos separados es un nivel más allá de lo que cualquiera de los seres oscuros podía soportar. Arruga el entrecejo cuando la verdad incuestionable le llega en un simple enunciado: “Necesitan la luz de su contraparte para permanecer lo más cuerdo posible”.


Tal vez el oh-todo-poderoso-hijo-de-Ra posee un mayor dominio de las sombras pero en este tiempo, lo quisiera o no, su alma comparte el mismo destino que la de él y el lunático de Mariku. El odio, la soledad, la frustración, todos esos sentimientos consumen su interior, nublan su razón, sacan lo peor de sí mismos, de no ser porque los seres de luz, casualmente, terminaron enamorados de ellos, no serían capaces de mantenerse en paz con el mundo, por el contrario, entre los tres levantarían la penumbra, destruyendo todo lo que tuviera vida. Una gran satisfacción es lo que ahora se asoma en su interior al imaginar tal infortunio. Lo cual sólo confirma sus cavilaciones.


Al darse cuenta del peligroso lugar a donde viaja su mente, se obliga a detenerse. Sacude la cabeza en un intento por recobrar la serenidad. Ahí está, la ira, la desesperación, el vacío dentro de su propia oscuridad que asemeja a un agujero negro que absorbe todo para desaparecerlo en alguna otra dimensión. Asimismo, en el fondo, nace el anhelo, la impaciencia por alcanzar la salvación que viene de la poderosa y cálida luz que emana cada uno de aquellos que fueron elegidos para contenerlos. Su respiración se torna errática, no puede más que reprocharse su descuido mientras se abraza a sí mismo. Cierra los ojos haciendo lo posible por retener su descontrolado poder.


Está tan absorto en su faena que no escucha los golpes en la puerta. El pequeño se abre paso en el cuarto. De inmediato se arrodilla a un lado de la cama. Con cariño acaricia los cabellos tricolor. Es hasta ese momento que el ladrón se tranquiliza, no es lo mismo que con su ser de luz pero es una ayuda. Inconscientemente se relaja ante el contacto. Abre los ojos para encontrarse con las facciones infantiles, el chico no puede esconder su preocupación, mientras él se pregunta ¿Qué tanto le oculta el faraón? No, ¿cuánto sufrimiento está dispuesto a pasar para darle al menor una existencia normal?


Irremediablemente tuerce la boca, otra vez sintiendo la empatía crecer. De alguna manera estar en un cuerpo que no es el suyo debe afectarle. Se niega a creer que dicha emoción proviene de él. Una vez más resopla con cansancio. No debe perder el tiempo en tonterías, tiene que encontrar lo más pronto posible la manera de volver las cosas en el orden correcto. Con lentitud se irgue hasta sentarse. El pequeño le imita pero se mantiene en pie delante de él. 


—¿Estás bien? —inquiere, esbozando una diminuta sonrisa, Bakura se limita a asentir con la cabeza—. ¿Seguro que no quieres comer algo? Puedo convencer al abuelo de traerte la cena aquí —se le ilumina el semblante con entendimiento. En comparación con Ryo y él, el pequeño y el faraón comparten la casa con otra persona, quien, seguramente, impone ciertas normas a seguir. Tal vez esa es una de las razones por las cuales duermen separados. Su atención es llamada al sentir una pequeña mano en su frente.


—¿Sucede algo? —alza una ceja con incertidumbre. El de ojos amatistas hace un puchero.


—Esa es mi línea, estás actuando muy extraño —ahora, con el dorso de ambas manos, le toca las mejillas—. Desde que tienes tu cuerpo nunca te has enfermado, tal vez te resfriaste —la expresión de miedo se acentúa distorsionando el tierno rostro— los dioses no se pueden arrepentir ¿verdad? —El ladrón parpadea confundido. Al verlo, hace la aclaración—: Es decir, no va a venir Ra a llevarte de vuelta al paraíso, no van a alejarte de mi lado… ¿o sí? —se queda un momento en silencio, analizando las palabras dichas, no puede suprimirla más, una carcajada llena de burla emana de sí.


—¿De dónde sacaste eso? —sabía que el enano es ingenuo pero jamás imaginó que tanto.      


—Hey, no te rías, esto es serio —su actitud gana un ligero golpe en su hombro, su risa muere poco a poco al notar la tristeza en los orbes violetas. La relación del faraón es mucho más complicada de lo que creyó. Además, la comunicación entre ellos es simplemente ridícula, bueno, al menos por parte del pequeño, quien parece no guardarle secreto o inseguridad alguna.  


—Sólo estoy cansado —declara, logrando que el otro suelte un tenue suspiro de alivio.  


—Bien pero si te sientes mal quiero que me lo digas —ordena. Bakura no hace más que rodar los ojos.


—Sí —contesta sin mucho ánimo.


—Entonces te dejo dormir —una vez más, el ladrón posa su vista sobre la delgada figura—. Buenas noches, mou hitori no boku —a pesar de la despedida, el menor se queda quieto, esperando algo. Le toma un segundo comprender que debe existir alguna especie de ritual de “buenas noches” entre ellos. No puede evitar revolverse inquieto. Se rehúsa a besar la boca de quien no es su yadonushi. De nuevo la duda se muestra en su interlocutor, por lo que, rápidamente le toma por la cintura para acercarlo y depositar un beso en la frente. El rubor en las mejillas ajenas le indica que su acción fue la correcta. Sin decir más, sale para dejarlo solo en la habitación. 


Refunfuña antes de ponerse en pie para tomar el libro que ocasionó todo el caos, aun así no puede dejar de culpar al idiota que alguna vez gobernó Egipto. Él fue quien rompió su concentración al entrar abruptamente y sin ser invitado. Le resta importancia al asunto, ya nada puede hacer. Pasea sus dedos por el relieve que cubre la portada y contraportada. Círculos mágicos, en realidad, una combinación de distintos símbolos de hechicería, algunos más antiguos que otros. Regresa en sus pasos para ocupar su lugar en el lecho.    


Una vez que está recostado, examina el índice, algunas palabras son imposibles de leer debido a la tinta que se ha convertido en una mancha incomprensible. Además, no cualquiera es capaz de descifrar el código bajo el cual fue escrito. Le tomó un mes encontrar la clave que, quien sea que haya sido el autor, usó para transcribir los diferentes conjuros, maldiciones y pactos diabólicos. Es bastante claro para él saber que el libro es una especie de antología maligna. Una a una pasa las gastadas páginas, teniendo sumo cuidado de no estropear alguna, lo que menos necesita es que se despedace en sus manos. No puede evitar estremecerse con anticipación, siendo consciente del daño que podría hacer si llega a dominar el texto antiguo.


De igual manera, a su mente llega la imagen de Ryo, con el ceño fruncido, los puños en sus caderas, la espalda recta, regañándolo por el simple hecho de desear que la maldad gobierne o, mínimo, causarle malestar al egocéntrico espíritu que alguna vez residió en el rompecabezas milenario. Con una media sonrisa retoma su tarea de investigar lo que pudo salir mal. Las horas continúan su curso mientras el rey de los ladrones trata de hallar la manera de regresar a su cuerpo. Agradece que mañana sea domingo, por lo que no tendrá distracciones como la tonta escuela, estúpidos compañeros, inservibles maestros, en fin.


Sus intenciones de desvelarse quedan en el olvido. Desconoce el por qué, lo único que sabe es que está cansado, agotado como nunca antes lo ha estado. Sus parpados pesan, su cabeza duele, el cuerpo que no le pertenece parece oponerse a sus deseos, como si estuviera al tanto de la situación y sabe que no es él su dueño. Irritado da vueltas por el lecho. Conforme pasa el tiempo, el malestar aumenta hasta que se rinde al sueño.


~~~~~~o~~~~~~~


Un par de golpes en la puerta son lo que lo despiertan. De manera instintiva sus manos exploran la suave superficie, al no encontrar el tibio ser que siempre le acompaña, se levanta de un salto. Parpadea varias veces para ajustarse a la luz que se cuela por la ventana. Es en ese momento que recuerda los sucesos de la noche anterior. Una parte de sí esperaba que fuese una pesadilla. Se cubre los oídos con el insistente ruido que hace la madera al crujir. Las mañanas no son lo suyo.


—¿Quién diablos es? —maldice su boca pero ya nada puede hacer. La puerta se abre, agradece que sea el abuelo Muto. Es demasiado temprano para lidiar con la cara afligida del pequeño, por el contrario, es más sencillo ignorar el confundido rostro del mayor.      


—Parece que alguien se levantó de malas —tuerce el gesto, tampoco tiene ganas de soportar chistes estúpidos.


—¿Se le ofrece algo? —mientras no sea el enano, no tiene por qué corregir su comportamiento. El hombre de la tercera edad le observa perplejo, luego, suspira. 


—Es día de limpieza —La cara del espíritu milenario se distorsiona demostrando su descontento y recelo, casi puede jurar que su mirada transmite las palabras que quiere decir: “Felicidades señor, que se divierta en su estúpido día, ¿algo más que pueda hacer por usted?”, el anciano no capta la indirecta, por lo que agrega—: faraón, si no ayuda con la limpieza sabe las consecuencias —sin decir más, se retira.


El ladrón parpadea desorientado. ¿Consecuencias? ¿Qué carajo quiere decir eso? ¡Ese viejo se atreve a amenazarlo! Un gruñido emana desde lo profundo de su garganta. Nadie le pone un ultimátum y se sale con la suya. Arruga el entrecejo, asimismo, cruza los brazos sobre su pecho. Está dispuesto a quedarse sentado sobre la cama, esperando porque las supuestas consecuencias lleguen a él. “Veamos si es tan valiente”, piensa con arrogancia. Sus cavilaciones se ven interrumpidas cuando una nueva persona cruza su puerta. No puede evitar retroceder hasta pegar su espalda a la cabecera.


Frente a él, el enano le sonríe pero no es eso lo que le asusta, sino la escaza ropa. Traga en seco e irremediablemente se ve admirando las delgadas piernas, poco a poco sube, un diminuto short cubre la zona pélvica, luego una sencilla camisa de tirantes se encarga de proteger el abdomen y el pecho, sin embargo, al ser una talla más grande, uno de los tirantes resbala. Negligente prenda incapaz de tapar el, ya bastante descubierto, hombro. Nunca había notado el sensual cuerpo que se esconde debajo del habitual uniforme escolar. Se regaña mentalmente, maldiciendo las similitudes que encuentra con su ser de luz. 


El menor avanza ajeno a los pensamientos lascivos que pasan por la perturbada imaginación de espíritu de la sortija, quien, una vez más, agita la cabeza, enseguida, hace un esfuerzo por relajar sus facciones en un intento por no verse descubierto. Oh, oh, se está acercando. Veloz pone más distancia, recorriéndose a la esquina de la cama. Yugi ladea la cabeza extrañado.


—Buenos días —saluda y, en un gesto que sólo denota su ternura, agita su mano en el aire, obviamente sin dejar de sonreír.


—Hn —es el único sonido que es capaz de articular. Su invitado recorre con la mirada el cuarto, gira en sus talones para no forzar su cuello a una posición incómoda. Camina en dirección de un canasto que se ubica a un lado del closet.


—¿Es la única ropa sucia que tienes? —inquiere, el ladrón desvía la mirada para no verle agacharse. ¡Maldita sea su libido y la estúpida reacción del cuerpo ajeno, que parece despertar a la mínima provocación! Respira hondo alejando cualquier tontería que agobia su cerebro—. ¿Mou hitori no boku? —brinca ridículamente en su lugar.


—¿Qué quieres? —sin poderlo evitar, se golpea la frente al reparar en el arisco tono de su voz, por si fuera poco, su comportamiento sólo despierta, todavía más, la incertidumbre en el duelista, quien, deja sobre el suelo su carga para ir hacia él. Tontamente intenta retroceder cuando el otro gatea por la cama para alcanzarle. Para su sorpresa, se limita a acariciarle el cabello.


—Sé que no te gusta este día pero es sólo una vez al mes —frunce el ceño, al no tener idea de lo que habla—. Además, estoy seguro que esta vez no habrá accidente alguno —le sonríe conciliador.


—¿Accidente? —repite confundido. Yugi ríe nervioso.


—Seguramente no recuerdas nada, fue un golpe muy fuerte —con amor le soba una parte específica de la cabeza.


El ladrón no puede evitar tragar en seco. Tal vez esas eran las consecuencias de las que habló el anciano. ¡El idiota faraón es golpeado por no participar en el día de la limpieza! Si no fuera porque en estos momentos dicho idiota era él, se revolcaría de la risa ante el estoico gobernante siendo azotado. Ahora discute consigo mismo. ¿Debe arriesgarse a recibir el castigo? Después de todo, las marcas no quedarán en su cuerpo pero… ¿podría permitirle a alguien apalearlo sin perder el control y mandarlo al reino de las sombras? Lo peor es que ese alguien resulta ser el abuelo del enano, a quien, obviamente no puede hacerle daño alguno.      


Gruñe ante la encrucijada en la que se encuentra. “Estúpido gobernante de pacotilla incapaz de tener el valor para demostrarle al insignificante viejo que nadie se mete con un espíritu de la oscuridad” piensa de corrido cruzando los brazos sobre su pecho. Se revuelve iracundo, no tiene otra opción más que aceptar su horrible destino. Sus, provisionales, ojos carmesí se posan en el que se supone es su novio.


—¿Qué tengo que hacer? —interroga sin borrar el semblante inconforme. El pequeño le sonríe.


—Vamos a ver en la lista —de un salto se pone en pie, enseguida, junta el olvidado canasto para dirigir sus pasos a la salida. Bakura le imita, siguiéndolo de cerca, asimismo, hace lo posible por evitar mirar el redondo trasero que se contonea frente a él. ¿Si le diera una nalgada sospecharía de su identidad? Otra vez agita fervientemente la cabeza. Tiene cosas más importantes en las que pensar.


Con pasos seguros llega hasta la cocina, el pequeño le indica con la mirada el camino que debe seguir. En la puerta del refrigerador hay una hoja cuadriculada, en la cual se asignan las tareas del hogar. Abuelo, Yugi y Yami. Son los nombres que se intercalan entre cada quehacer. Lo cual quiere decir que no se limita a una. Rápidamente cuenta las veces que su “nombre” aparece, en total son tres. La primera; limpiar las vitrinas de la tienda. ¿Cuál tienda? Le toma un segundo recordar que son dueños de una. Una vez aclarado el asunto, pasa a la siguiente; barrer la entrada. Bueno, eso es sencillo. Aunque en ninguna de sus dos vidas haya tomado una escoba, no podía ser tan difícil.


Por último, acomodar la nueva mercancía y hacer el inventario. ¡Hey, esas son dos cosas fingiendo ser una! ¿A quién quieren engañar? Es obvio que alguien le está haciendo trampa. Mira a su alrededor para reclamar pero se encuentra solo. Seguramente el enano y el viejo deben de estar realizando sus tareas. Ahora más que nunca está convencido de que el faraón es sobre explotado y, para alguien que sólo tenía que levantar un dedo para que algún esclavo cumpliera sus deseos, bien merecido lo tiene, sin embargo, en este maldito momento, es él quien debe pagar por sus crímenes y, por qué no, su estupidez. Aún no entiende cómo un ser tan orgulloso se deja pisotear por un simple mortal.


No puede evitar reflexionar sobre tal asunto. Lo primero que se le viene a la mente es que el anciano es un malévolo dictador que, por más sorprendente que parezca, maltrata a su nieto, quien le quiere incondicionalmente. Esto lo lleva a la obvia respuesta. El idiota faraón es incapaz de hacer algo que le cause dolor, físico o emocional, a su contraparte. Por lo que prefiere someterse a los mandatos. Niega con la cabeza. Si el padre de su yadonushi se apareciera de repente para asignarle quehaceres del hogar…Hn, reino de las sombras asegurado, sin regreso y con unas cuantas criaturas que atormenten su alma. Ya se encargaría después de explicarle a Ryo que era lo justo.


Sus ficticios planes son interrumpidos por el abuelo Muto, quien aparece por la puerta. Lentamente camina hasta ponerse frente a su persona. Molesto le sostiene la mirada, la amenaza de su némesis especifica controlar su comportamiento hacia el pequeño ser de luz, que, extrañamente, está lejos de tener la necesidad de dañar por el contrario, nada dijo acerca del viejo (claro que una cosa conlleva a la otra pero en este instante prefiere ignorar ese detalle).


—Faraón —oh, bien que sabe la diferencia de jerarquía que existe entre ellos, aun así, osa desafiarlo—. Supongo que ha decidido cumplir con sus tareas —¿Es su imaginación o está pidiendo a gritos ser enviado al reino de las sombras?— En ese caso, puede empezar barriendo la entrada —El mayor desaparece de su vista unos segundos para regresar y depositar en su mano el artefacto que, en algunas ocasiones, ha sido testigo de su uso.


—Esto no se va a quedar así —el anciano arruga el entrecejo, asimismo, le dirige una mirada de asombro. ¡Al demonio, no se arrepiente de lo que dijo! Con la cabeza en alto, lo pasa para enfrentar su horrible realidad. Todavía sintiendo la ira en su interior, se da el gusto de azotar la puerta al cerrarla. Una vez que recupere su cuerpo se encargará de enseñarle una lección. Nadie se mete con el rey de los ladrones sin recibir un escarmiento.


Muy bien, entre más rápido termine sus patéticas tareas, más pronto puede regresar su atención a buscar la solución a su problema. Con decisión se dispone a barrer… o al menos intentarlo. Mueve el objeto de un lado a otro, no es necesario ser un genio para saber que la parte con las ramas es la que debe frotar el suelo. Lo que no logra comprender es el motivo por el cual los mortales lo hacen. El polvo se levanta convirtiéndose en una nube de partículas molestas que flotan a su alrededor. Con más ahínco raspa la superficie, haciendo que un agudo sonido se forme por la fricción.


Se detiene para toser, enseguida, se aleja un poco del caos de suciedad que se está creando. ¿No se supone que la escoba debe limpiar? Con frustración observa el utensilio en sus manos. Tal vez le dieron una rota. Arruga el entrecejo. Cabe la posibilidad de que el viejo se esté burlando de él. Mira a ambos lados con el afán de descubrir a su, nuevo, enemigo escondido en algún sitio desde el cual pueda reírse, al encontrar nada, resopla con fastidio. Está por mandar al diablo todo pero al remembrar las “consecuencias” recapacita. Otra vez maldice internamente.


Con enojo comienza a azotar el suelo. ¡Estúpido, estúpido faraón! No, por primera vez considera que no es culpa del egocéntrico ser. ¡Desgraciado viejo que abusa de su poder! ¿Cómo es que nadie le pone en un alto? ¿Dónde está la supuesta policía cuando se requiere sus servicios? Digo, aquí hay un abuelo que usa a su nieto para domar al que alguna vez gobernó Egipto. Sí, escucharon bien, aquel que salvó el mundo de la oscuridad, ahora tiene que barrer la calle para evitar que algo terrible le suceda a su amado. Incluso si deshacerse del anciano es una manera de facilitarle la vida a su némesis, está tentado en hacerlo.   


—¿Yami? —ante el llamado, no puede evitar saltar en su lugar, deteniendo sus pensamientos, así como, su violenta limpieza. Gira para ver de frente al de ojos amatistas, que le ofrece un plato con un emparedado y un vaso con jugo de naranja—. Siempre olvidas desayunar —expone apenado al notar la insistente mirada.


—Hn —otra vez ese sonido es la respuesta del ladrón. No obstante, suelta la escoba para tomar los alimentos, enseguida, empieza a comerlos. Al tenerlos cerca, recuerda que tampoco cenó, por lo que está demás decir que de verdad tiene hambre. El pequeño observa el desastre que ha causado, por un momento cree que comenzara a regañarlo pero lo siguiente le sorprende.


Yugi toma la escoba para, como si fuera lo más normal y sencillo del mundo, barrer. El ladrón devora su desayuno sin despegar la vista de los movimientos del menor, quien apiña el polvo, luego con otro objeto lo junta. Finalmente vacía todo en el bote de la basura que se encuentra al filo de la banqueta. Se sacude las manos, regresa a su lado sin borrar la sonrisa inocente de su rostro—. Si necesitas ayuda sólo dímelo —gira en sus tobillos, dispuesto a irse. Inconscientemente, Bakura atrapa la delgada muñeca para detenerlo, soltando la vajilla en el proceso. Se reprocha su torpe proceder (gracias a los dioses egipcios por el plástico)— ¿Yami? —suaviza el agarre en la extremidad ajena. Despacio, levanta el vaso y el plato, ahora vacíos, enseguida, se los entrega. Se concentra un momento en las palabras que quiere decir. 


—Buen trabajo, aibou —para su suerte, el chico recibe contento las palmadas en su cabeza. Lo que le indica lo sencillo que es complacerlo, en comparación, su pareja es un poco más exigente cuando se trata de las muestras de cariño.  


—En cuanto termine con mis tareas, iré a ayudarte —le asegura. Después se pierde tras la puerta de la entrada.


—Ese enano es demasiado bondadoso —un suspiro escapa de sí.


Su primera labor está completa. Seguramente malgastó más tiempo del que debía, por lo que ahora tiene que realizar las otras de manera veloz. De lo contrario, el día se perdería por completo, cosa que no podía permitir. No quiere pasar una hora más como el idiota faraón, lidiando con el abuelo demoniaco, el ingenuo niño o la inservible escoba que osó oponerse a sus demandas. Refunfuñando se mete a la casa. Limpiar las vitrinas de la tienda es lo segundo. Para eso necesita alguna especie de trapo. Se dirige a la cocina, ignorando la mirada del anciano. Agarra el primer trozo de tela con el que se cruza, luego camina hasta la parte que es el negocio familiar.


Su boca se tuerce al ver que son cuatro estantes los que debe limpiar. En definitiva, alguien le está haciendo trampa. La ira vuelve a crecer en su interior. Por varios minutos pasa el trapo por los vidrios, una vez más, sin hacerlo de la manera correcta. En este punto es lo que menos le interesa. Tiene cosas mil veces más importantes en que ocupar su tiempo. Maldita la hora en que ocurrió el intercambio. De pronto considera ir a confesarle su falta a su pareja, seguramente se enojará pero si juega bien sus cartas podía disminuir el impacto del castigo. ¿Sería mejor que trabajar como esclavo para el maligno abuelo?


—¿Faraón? —hablando del susodicho— creo que necesita esto para limpiar —se acerca hasta el ladrón para entregarle un atomizador. Frunce el ceño cuando el viejo no se retira, por el contrario, permanece quieto, clavando sus orbes violetas sobre su persona.


—¿Qué diablos quiere ahora? —no puede contenerse más, irradia ira. Se sostienen la mirada, es demasiado tarde para fingir o reprimir el odio que emana de su ser. El señor Muto retrocede. Algo no está bien. Escudriña un poco más al que tiene enfrente. Miles de ideas pasan por su mente pero no logra encontrar la que mejor explique el extraño comportamiento. A menos qué…


—¿Quién eres tú? —Bakura sonríe siniestramente, ocasionando que su interlocutor se estremezca de miedo. Rápido se mueve para interponerse en el intento de huida, asimismo, con la mano derecha tapa la boca ajena para evitar cualquier grito inesperado.


—No queremos levantar sospechas —mira sobre su hombro, asegurándose que el ser de luz no esté cerca. Luego, lleva a su víctima hasta pegarlo de espalda a la pared—. El idiota faraón y yo estamos teniendo un inconveniente pero nada que no se pueda solucionar —Se encoge de hombros con desdén—. Mientras yo esté aquí, tendremos que poner algunas reglas —definitivamente va aprovecharse de la situación, que el espíritu del rompecabezas tolere las fechorías del anciano no indica que él deba hacerlo. Se aclara la garganta—. Número uno, basta de darme órdenes, dos, si se atreve a ponerle un dedo encima al enano, se las verá conmigo —después de todo el chico barrió la calle y al rey de los ladrones no le gusta deber favores. Su pausa le da la oportunidad al abuelo para mover la cabeza, liberando su boca.


—¿De qué estás hablando? ¿Quién eres? ¿Dónde está el faraón? ¿Qué le hiciste? —cada pregunta le molesta más.  


—Como si le importara —masculla— ¿Acaso no puede pasar un día sin golpearlo? —inquiere ahora él con ironía.


—¿Golpearlo? —repite— ¿Por qué habría de golpear al faraón? —el ladrón le toma por el cuello de la camisa.  


—No lo sé, por negarse a participar en su ridículo día de la limpieza —Humillante, se le olvidó decir humillante. Es demasiado tarde para agregarle algo más a su frase, ya hasta hizo su mirada amenazadora, con la cual, el viejo se estremece.


—¿Qué? —esta vez la confusión adorna sus facciones.


—No es momento de fingir demencia —comenta iracundo, zarandeándolo un poco— ¿Qué hay de las consecuencias? —el mayor frunce el ceño.


—Lo único que sucede si el faraón no realiza las tareas del hogar es que Yugi se ofrece para hacerlas —¡Oh, por supuesto! Eso tiene más sentido. Esperen…


—¿Y el golpe en su cabeza? —inconscientemente lleva su mano libre a la parte mencionada.


—El mes pasado le tocó aspirar la sala pero jamás había usado una aspiradora, al prenderla se asustó por el ruido, retrocedió, se enredó con los cables y cayó golpeándose con la mesa de café —eso suena más o menos creíble. Después de todo es un idiota (Nota mental de Bakura: mantenerse alejado de eso que se llama aspiradora y asegurarse de que su yadonushi no tuviera una). Inconscientemente el agarre se afloja.


—Entonces… ¿usted no usa al enano para manipular a su alteza? —como respuesta recibe una negación con la cabeza. Momento incómodo… tal vez exageró un poco las cosas o, mejor dicho, sacó conclusiones apresuradas. Bueno, en realidad no es culpa suya—. Como sea, esta situación debe permanecer en secreto, nadie tiene que enterarse de esto —hace énfasis señalando su cuerpo.


—Esperas que me quede callado mientras tú engañas a mi nieto —rueda los ojos con fastidio.


—No estoy engañándolo, no hay por qué preocuparlo por algo tan insignificante —gruñe ante la mirada desconforme del viejo— el faraón sabe que estoy aquí, como dije, estamos teniendo un pequeño inconveniente con magia negra.


—Quiero hablar con el faraón —el espíritu de la sortija bufa.


—¿Creí que había quedado clara la primera regla? —el abuelo, está vez, no retrocede, por lo que el ladrón maldice mentalmente. Ya nada puede hacer. Al menos espera poder sacarse encima al molesto anciano, lo cual, por el momento, mejora su turbia realidad.   

Notas finales:

Rina: Bakura, no tienes el mínimo respeto por la gente mayor —el susodicho se encoge de hombros.


Bakura: En todo caso, él debería respetarme a mí —la chica ladea la cabeza confundida— mocosa uno yo soy más viejo, espíritu milenario… ¿dónde está la mocosa dos para que te explique? —ignora a Rina.


Rini: ¿Por qué insistes en no usar nuestros nombres? —el ladrón resopla con fastidio.


Atem: ¿Por qué todo el mundo da por hecho que ser faraón es sencillo? —todos lo miran— No lo es —continúan mirándolo— tienes muchas responsabilidades —siguen mirándolo.


Yugi: Yo te creo —le abraza.


Atem: Aibou, no es cuestión de creer… —el pequeño ríe nervioso.


Yugi: Es decir, yo sé —el faraón suspira, luego, envuelve a su novio con sus brazos.


Ryo: La verdad ya era hora de que hicieras algo, siempre que recojo el departamento tú te sales —arruga el entrecejo mirando a su pareja.


Bakura: Es una mera coincidencia —el otro le propina un zape.


Ryo: Oops, por mera coincidencia tu cabeza se interpuso en la trayectoria de mi mano —las chicas comienzan a carcajearse, Yugi esconde el rostro en el pecho de su novio para amortiguar su risa y el faraón sonríe de medio lado.


Bakura: Yadonushi… no me gusta tu comportamiento —se sostienen la mirada molesta.


Rina: Bueno —alejándose del lugar— como pueden ver, tratamos de que esto sea un poco más profundo pero sin perder el humor. Más que nada porque nos encanta exagerar la necesidad de la oscuridad por la luz, idea loca que tenemos y nos parece sexy en los yamis (?). Como siempre, espero que les haya gustado el capítulo o, mínimo, se hayan reído un rato. Muchas gracias por leer y a quienes se toman un momento para comentar. Nos estamos leyendo.  


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