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Intercambio por rina_jaganshi

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Incómodo. Esa es la palabra que describe su estado actual. Se revuelve nervioso en su lugar. Su interacción con las personas no va más allá de saludarlos e intercambiar algunas pocas palabras, no es como si no le agradaran, es decir, todos aquellos que conforman su grupo de amigos son, sin duda alguna, excelentes y confiables. Sin embargo, desde que obtuvo un cuerpo propio, el único con quien se siente completamente relajado es su aibou. Ya sea por el vínculo que comparten, el amor que se tienen o lo sencillo que es hablar con el pequeño. Una sonrisa sincera se dibuja en sus labios.


—¿Bakura? —brinca ridículamente en su lugar, frente a él, Ryo le mira suspicaz. Se aclara la garganta tratando, en vano, de encontrar la manera de salir ileso de tan inusual situación.


Yadonushi, quiero dormir —se muerde los labios para no agregar algo más. El ladrón nunca daría explicaciones por su comportamiento. Su intención de irse se ve frustrada cuando el albino le salta encima, provocando que se vaya de espaldas al mueble.


—¿Estás enojado porque le presté tu libro malévolo al faraón? —inquiere sentándose sobre su zona pélvica, asimismo, le sonríe divertido—. Oh, ¿qué puedo hacer para levantarte el ánimo? —todo su cuerpo se estremece ante la insinuación. Jamás imaginó que el amable chico tuviera tan buena disposición para… agita la cabeza alejando los insanos pensamientos.


—No, sólo quiero dormir —hace lo posible por mantener la actitud indiferente. El pánico aumenta al ver al otro fruncir el ceño dubitativo. Es imposible que lo vayan a descubrir por rechazarlo. ¿Acaso el espíritu de la sortija nunca decía que no?  


“Pervertido” piensa para sí. No es como si él mismo no deseara a su pequeño, con esos hermosos ojos que asemejan piedras preciosas, la bella boca que suplica por ser devorada, las suaves piernas, los sensibles pezones, el torneado trasero… se lame los labios imaginando el rostro sonrojado de su lindo niño mientras le ruega que le haga el amor. Sin proponérselo un gemido escapa de lo profundo de su garganta. Justo en ese instante se da cuenta que el de ojos chocolate menea sus caderas de manera provocativa sobre su creciente erección.


Aterrado, usa su fuerza para sacarse al chico de encima. Una vez que está libre, corre hacia el baño, cerrando la puerta tras de sí, luego, se deja caer hasta sentarse. Es el momento de establecer las reglas para su estrategia de supervivencia. Número uno, queda prohibido imaginar a su aibou, es decir, nada de fantasías que involucren a su lindo niño con el uniforme femenino de la clase de deportes*. Número dos, mantener un metro, mínimo, de distancia con Ryo, para prevenir que se le lance encima en un ataque de pasión desenfrenada. Número tres, buscar la manera de enseñarle a Ryo lo que significa la palabra “No”, evitando así una posible violación donde él sería la víctima.


Gracias a sus cavilaciones, logra recobrar la calma. Ahora sólo tiene que apegarse a su plan. Después de todo, él superó un sinfín de obstáculos, derrotó a la oscuridad dos veces y venció a cada enemigo al que se enfrentó. Un adolescente con las hormonas alborotadas no debe causarle problemas. Su sonrisa orgullosa se dibuja en sus labios, aquella que muestra cuando su adversario activa una de sus cartas de trampa. Toda su confianza se esfuma al escuchar los golpes en la puerta en la que mantiene recargada la espalda.


—¿Estás bien? —inquiere con un toque de preocupación luego, lo cambia a uno de absoluto deseo— sé que no puedes resistirte por mucho tiempo, sal de ahí para que pueda com-pen-sar-te —canturrea la última palabra, separándola en sílabas y dando un travieso golpe a la puerta entre cada una.     


El faraón se abraza a sí mismo intentando calmar el escalofrío que le recorre el cuerpo. En momentos así, anhela volver a los primeros días después de que fue liberado del rompecabezas milenario, donde la solución a todos sus problemas era un poderoso mind crush. Agita la cabeza de un lado a otro. Yugi no le perdonaría si lastimaba a uno de sus amigos, ¡oh Yugi! como deseaba tener a su lindo y pequeño… ¡No, no! ¡Regla número uno! ¡Regla número uno! Concentración, todo está en la concentración. Decidido se pone en pie para mirar de frente la puerta. Cruza los brazos sobre su pecho.


Yadonushi, vete a dormir —ordena, usando su tono de gobernante, aquel que no deja espacio para replicar. Por unos segundos se siente orgulloso al no escuchar sonido alguno, no obstante, da un paso hacia atrás cuando el otro habla.  


—No puedo creer que estés tan enojado como para masturbarte en lugar de que yo me haga cargo —con tal enunciado siente su estómago revolverse. El simple hecho de pensar en tocar el cuerpo del ladrón le provoca náuseas, sin mencionar las pesadillas que, desde hoy, le asecharán—. Muy bien, si así lo quieres, puedes dormir en el sofá —con un último golpe a la madera, el menor se retira.


Atem parpadea un par de veces. No sabe si debe festejar o sentirse abrumado por la actitud del otro. Por si las dudas se queda en su fortaleza durante diez minutos más. Una vez que es definitiva su victoria, abre la puerta, con cuidado asoma la cabeza. Al no ver señales del chico, sale por completo. Con una expresión de alivio  camina de regreso a la sala, donde encuentra una cobija y una almohada sobre el mueble más largo. No se lo piensa dos veces, se tumba sobre su cama provisional y cierra los ojos rindiéndose al sueño.  


~~~~~~o~~~~~~~


El faraón despierta cuando siente el golpe de su rostro al estrellarse contra el suelo alfombrado. Se revuelve hasta quedar sobre su espalda. Ya ni siquiera le sorprende que se haya caído del sillón puesto que, tras la noche anterior, está convencido de que es un castigo de los dioses. No sabe con exactitud el por qué. Tal vez fue demasiado egoísta al pedir un cuerpo propio. Quizá lo merece por corromper la pureza del ser de luz que le liberó. Hasta puede ser que simplemente Ra está aburrido y lo eligió como su bufón. Cualquiera que sea la razón, el punto es que lo está pagando caro.


Resopla con fastidio, no hace el mínimo intento por levantarse. Se queda ahí tirado, con la mirada perdida en algún punto del techo. Su rutina de los domingos consiste en salir a correr a temprana hora, luego, toma una ducha. Una vez que está cambiado, con ayuda del abuelo Muto, consigue preparar un desayuno decente, el cual disfruta en compañía de su pequeño, quien aún trae el pijama puesto. Una ligera risa emana de su boca. Lo que daría porque este domingo fuera como cualquier otro, bueno, exceptuando el día de la limpieza.


Está vez, suspira al recordar dicho evento. Las labores del hogar no son de su agrado, no obstante, tiene que realizarlas si no, Yugi se sobrecarga de trabajo. Inconscientemente alza una de sus manos para sobar su cabeza. Increíble el golpe que se dio por el inesperado sonido que produjo el aparato succionador. Achica los ojos en señal de concentración. ¿Si se llama así? ¿Aparato succionador? Como sea, no iba a volver a acercarse a esa cosa. Por fin, harto de su nula actividad, decide que un poco de ejercicio le hará bien.


Con eso en mente se pone en pie, busca por la pared el reloj, en cuanto lo localiza no puede evitar parpadear confundido. ¡Es la una de la tarde! ¿Cómo puede ser eso posible? Cuando eres un faraón con obligaciones, tu deber es levantarte junto a Ra, no antes, no después. Por lo mismo, aún en esta época, su cuerpo no se opone a sus deseos… su cuerpo, he ahí el problema. Enojado observa la pálida piel de sus manos. “Haragán, bueno para nada” piensa con frustración. Es más, probablemente sea mejor así, quién sabe lo que el ejercicio le haga a la perezosa anatomía.


Resignado dirige sus pasos hacia el que supone debe ser el cuarto del ladrón y Ryo. Se detiene al acordarse de su “pareja”. De manera sigilosa camina en sus puntas, se asoma a la recamara, encontrándola vacía. Más tranquilo, toma los primeros pantalones de mezclilla, una camisa sencilla en color blanco y algo de ropa interior. Pese a que la simple acción de tomar un baño le resulta insoportable, debido a su actual situación, prefiere hacerlo antes de que el albino menor haga acto de presencia y decida acompañarlo. Convencido, corre hasta el cuarto de baño.


Muy bien, es momento de agregar una nueva regla, la cual llamaremos, regla número cuatro, bajo ninguna circunstancia abrirá los ojos mientras esté en la ducha. Por unos instantes sopesa la idea de colocar una venda pero la descarta al no tener más tiempo que perder. Aun así, como el ser meticuloso que es, no puede evitar detenerse para acomodar los objetos que necesita para tal desafío. Botella de champú al alcance de la mano derecha, barra de jabón y cepillo de fácil acceso en el lado izquierdo. Toalla lo más cercana posible pero lo suficientemente alejada de las salpicaduras.


Observa con atención su escena, asegurándose de que nada falte. Chasquea los dedos al recordar un último pero importante detalle. Gira en sus tobillos para colocarle el seguro a la puerta. Satisfecho, decide dar inicio a su prueba. Primero manipula las perillas de la regadera, una vez que consigue la temperatura deseada, se retira la playera, dejándola sobre el lavamanos. Desabrocha el pantalón que, a diferencia de sus prendas de cuero, resbala por sus piernas hasta tocar el piso. Ahora sí, cierra los ojos para despojarse del bóxer. Después, se mete debajo del agua, ante el contacto se permite relajarse. Sin duda alguna, bañarse es una de sus actividades favoritas.          


Luego de veinte minutos en los cuales, no les vamos a mentir, se cayó, se cayó dos veces. La primera al voltearse mal y golpearse el codo en una de las perillas. Con el sobresalto, se fue al suelo. La segunda cuando el jabón amenazó con resbalarse de las manos, en un movimiento brusco por impedirlo, regresó al piso. Para su suerte, no se hizo daño alguno. Si acaso el dolor momentáneo, la humillación, la incertidumbre de si se caería una tercera vez… en fin, nada que pudiera marcar de por vida a nuestro heroico faraón. No sé, como ver los genitales de su némesis o descubrir que, debido a la diferencia de estatura, su miembro es centímetros más grande. Da igual, el punto es que Atem está bien física y mentalmente.


No obstante, su estado de ánimo no dura mucho. Ahora tiene que lidiar con algo que nunca, en ninguna de sus dos vidas, le había causado problemas. El cabello. El largo, enredado y molesto cabello que le cae por toda la espalda, mojando su recién colocada camisa. Con cansancio vuelve a tomar asiento en el sillón. Inclina la cabeza hacia adelante, enseguida, comienza a frotar la toalla por la maraña blanca que el ladrón lleva tan presuntuosamente. Por largo rato continúa con su faena sólo para notar que fue lo peor que pudo hacer. Trata de pasar sus dedos por las hebras, lo único que consigue es atorarlos, provocándose dolor.


—¡Por Ra, cómo alguien puede llamar a esto cabello! —rindiéndose a la ira, se levanta para desquitarse con cualquier objeto que se cruce en su camino. Sin embargo, al girar, se topa con Ryo, que le observa curioso y suspira, negando con la cabeza. Sin decir palabra alguna, va y regresa de la alcoba. Después, se sienta en el sillón, con la mirada le indica que tome asiento frente a él, específicamente entre sus piernas. Sin más remedio, el faraón obedece.


Con extremo cuidado, el más chico empieza a cepillar el alborotado cabello, usando un poco de crema para desarrendar los difíciles nudos. Durante la faena, el antiguo espíritu del rompecabezas, logra recuperar la serenidad. Por otro lado, no deja de cuestionarse ¿cómo es que Ryo terminó enamorado de Bakura? Son tan diferentes que le es difícil encontrar una razón lógica. Sonríe al percatarse de que, probablemente, hay personas que se preguntan lo mismo en cuanto a Yugi y él. Ambos adolescentes son seres pertenecientes a la luz, mientras que ellos existen gracias a la oscuridad. Sin duda alguna es una suerte que hayan sido capaces de encontrar tal equilibrio.


—¿Mejor? —divertido, el de ojos chocolate peina con sus dedos el, ahora, sedoso cabello. El faraón suspira.


—Mucho mejor, gracias —cuando se da cuenta es demasiado tarde, la palabra ha dejado su boca. Ryo se pone en pie para arrodillarse frente a él. Arruga el entrecejo.


—¿Acabas de…? —le mira incrédulo. Atem se apresura a levantarse.


—Por supuesto que no —se muerde los labios, recriminándose su descuido. De inmediato le da la espalda a su “novio”—. Yadonushi escuchaste mal, no sé de qué hablas —se cruza de brazos, haciendo lo posible por adoptar una actitud hostil, lo único que consigue es que el otro ría divertido.


—Está bien, lo pasaré por alto si a cambio tú… —lo rodea para, una vez más, enfrentar sus miradas. Enseguida, se abraza a su cuello—. Me perdonas por prestarle tu libro malvado al faraón —inseguro, termina por encogerse de hombros, en un intento por restarle importancia al asunto. Su comportamiento parece, por fin, dar frutos. El albino sonríe—. Excelente, ahora vamos al supermercado a comprar lo que falta para la comida, se supone que a eso salí pero se me olvidó la cartera —le muestra el objeto, el cual, guarda en la bolsa de su pantalón, luego, le indica que lo siga. En el vestíbulo, ambos se colocan los zapatos antes de salir por la puerta.


Emprenden su camino por el pasillo, pasando uno a uno los demás departamentos. Se detienen frente al elevador. Cuando las puertas se abren, un niño de aproximadamente ocho años pasea sus ojos verdes entre los dos albinos. Con lentitud, se ubica enfrente del faraón, quien parpadea confundido al notar el odio con el que el menor le observa. Está por preguntar qué sucede, cuando el niño, sin consideración, le patea la pierna derecha.


—¡Me la debías! —exclama apuntándole con el dedo índice. A continuación, una sonrisa adorna sus facciones infantiles—. ¡Hola Ryo! —saluda alegremente e incluso hace una reverencia demostrando su educación. Dicha actitud cambia de repente para propinarle un golpe en el estómago al espíritu del rompecabezas, que apenas está recuperándose del dolor en su pierna—. ¡Y esto por si te quieres vengar! —Le saca la lengua—. Nos vemos luego, que tengas buen día —una vez más se dirige al otro y sale corriendo hasta meterse a un departamento.


Atem se queda un momento sobándose la parte lesionada. Su relación con los niños no es mala, por el contrario, en la tienda del abuelo Muto siempre están pidiéndole que juegue con ellos. ¡Por Ra, hasta hay una pequeña niña que lo abraza cada vez que puede! Le toma un segundo regresar a la realidad para darse cuenta que no está en su cuerpo. La risa de Ryo ocasiona que, por primera vez, le mire enojado, esto sólo aumenta el júbilo en el otro.


—No tengo la culpa de que vayas por ahí rompiendo los juguetes de los vecinos —carcajeándose se adentra en el elevador, seguido por el irritado monarca.


En el transcurso a la tienda, el faraón se mantiene callado. No deja de preguntarse cómo es que Bakura puede enemistarse con un infante. Es ridículo. “No hay duda de que es un completo psicópata, no, eso sería atribuir que no es culpa suya tener tal comportamiento. En realidad, es sólo un insolente idiota”. Por largo rato, tal pensamiento lo mantiene lo suficientemente ocupado, como para ignorar la rigurosa vigilancia que los trabajadores del supermercado mantienen sobre su persona. En cuanto pone un pie dentro, sin importar a dónde vaya, siempre hay alguien ahí.


Por otro lado, Ryo se mueve por los pasillos tranquilamente. Yendo y viniendo. Colocando los víveres en una canasta metálica que cuelga de uno de sus brazos. Mientras, Atem le sigue de cerca, todavía perdido en sus reflexiones sobre lo odioso que es su enemigo. De vez en cuando, se detiene para agarrar ciertos productos. Lo que despierta la alerta en sus perseguidores. Él, ajeno a lo que sucede, continúa con sus compras. A pocos pasos de la caja registradora, por fin, sale de su ensoñación, notando que lo que trae en manos es el cereal favorito de su aibou, la leche chocolatada que toma esporádicamente en el transcurso del día y una caja de las galletas con malvavisco que, en ocasiones, comparten al ver una película.


Suspira con cansancio, deshaciéndose de las cosas antes de que Ryo aprecie tan inusual selección culinaria. Acto seguido, se encamina hacia donde su “pareja” paga. Ya que terminan de guardar las cosas en una bolsa, se dirigen a la salida, no obstante, él es detenido por dos de los trabajadores. Arruga el entrecejo sin comprender lo que sucede. Da un paso lateralmente, siendo imitado por los sujetos, eso es suficiente para darle a entender que están impidiéndole salir.


—Veamos si hoy podemos encontrar lo que te robaste —comenta una tercera persona, quien resulta ser el dueño del establecimiento—. Alza los brazos —le ordena con calma. Ryo suspira haciéndose a un lado.  


—¿Disculpe? —Atem ni siquiera se molesta en esconder su enojo y de manera brusca, detiene por la muñeca a uno de los tipos que se disponía a tocarlo.


—¿Debo repetirlo? —Inquiere dubitativo, sin embargo, al percatarse del serio semblante, rectifica—: de acuerdo, mis empleados dicen estar seguros que eres tú el que ha estado robando pero no tienen las evidencias porque, según ellos, tú escondes muy bien la mercancía que hurtas —en este punto, el rostro del faraón se distorsiona en una mueca de cólera.   


¿Cómo se atreve a insinuar que el que alguna vez gobernó Egipto bajo la bendición de Ra, roba? Sin poderlo evitar la oscuridad comienza a emanar de su interior, asustando a todos los presentes. Por si fuera poco, no sólo lo está acusando, también, osa sugerir que lo registren. ¿Es en serio? ¿Registrarlo? ¡Como si fuera un vulgar criminal que va por el mundo… Oh, cierto… Respira profundamente. Rendido, hace un ademán con la cabeza, dando su permiso. Permanece quieto mientras el dueño pasea sus manos temblorosas por todo su cuerpo, en busca de algún objeto. Se aparta al no hallar algo que lo incrimine.


Uno de los empleados, incrédulo, da un paso al frente para repetir el proceso. Obteniendo el mismo resultado. Con una disculpa del hombre mayor, se retiran del lugar. El antiguo espíritu todavía siente la ira. Lentamente, el control que posee sobre las sombras empieza a desquebrajarse. Aprieta los puños con fuerza. Su estado no pasa desapercibido por Ryo, quien entrelaza una de sus manos y se apega a su costado, brindándole la luz que le permite no sólo reestablecer su dominio de la oscuridad, sino mantener la cordura. Para su suerte, el regreso al departamento pasa sin percance alguno.


Tan pronto llega, se precipita sobre el mueble. Si lo piensa bien, hace apenas dos horas que está despierto y, aun así, se siente agotado. Cierra los ojos tratando de olvidarse de lo que le rodea, su acción se ve perturbada por el insistente sonido del teléfono. Esta vez, reprime con éxito el impulso de contestar. Por lo que el aparato suena un par de veces más hasta que Ryo lo toma. Curioso se irgue al notar el tono sorprendido del chico, quien se ubica frente a él ofreciéndole el teléfono inalámbrico.  


—El faraón quiere hablar contigo —recibe el objeto, tensándose ante el escudriñamiento de los orbes cafés. Despacio se levanta para, sin perder el contacto visual, caminar hacia atrás. El menor ladea la cabeza confundido por su comportamiento, no obstante, Atem no se detiene, al contrario, sale corriendo hasta encerrarse en el baño. Una vez que está en la seguridad de su fortaleza, coloca el auricular en su oído y...


—¡Debes aprender a comportarte mejor! ¡No tenía idea del peligro que eres para la sociedad! ¡Un niño, un niño me pateó! ¿Quién te dio el derecho de romperle sus juguetes? —frustrado camina en el estrecho espacio—. ¿Es necesario robar cada establecimiento al que entras? ¿No te da vergüenza ser revisado frente a todas las personas? —patea el suelo enojado al recordar tal humillación— Y no te mataría agradecerle a Ryo por todo lo que hace, en serio, no comprendo cómo es que te soporta… —no puede continuar con su arrebato de ira puesto que su interlocutor por fin le interrumpe.   


—¡Deja de quejarte, crees que yo disfruto de barrer la calle o de limpiar vidrios! ¡Además, cómo puedes ser tan idiota y dormir en un cuarto separado! ¿Qué vas a hacer cuando no puedas controlar la oscuridad? ¿Has pensado en eso? ¡Con el poder que tienes vas a terminar destrozando el mundo que tanto proteges! —se quedan en silencio por unos minutos cada uno analizando desde otra perspectiva su vida. Finalmente, el ladrón resopla con fastidio—. Es igual, el anciano se dio cuenta que no soy tu arrogante ser y quiere hablar contigo —del otro lado de la línea, se escucha el cambio.  


—Abuelo Muto, ¿sucedió algo? ¿Está usted bien? ¿Mi aibou… —no puede terminar.  


—Faraón, tranquilícese, todo está bien, bueno, exceptuando el hecho de que el espíritu de la sortija está fingiendo ser tú —el susodicho cierra los ojos, con cansancio se sienta, una vez más, sobre el suelo, recargando la espalda en la puerta.


—Tenemos un problema con magia oscura y el ladrón está buscando la manera de regresarnos al cuerpo que nos pertenece —se muerde los labios— lamento causar inconvenientes.


—Oh, quisiera poder decirte que me siento tranquilo al saber lo que sucede pero no, al contrario, creo que es un grave problema —de fondo a la rasposa voz, el antiguo regidor de Egipto alcanza a distinguir los reclamos del ladrón, algo acerca de dramatizar la realidad. Agita la cabeza para concentrarse en el abuelo—. Faraón, ¿estás seguro que no quieres que Yugi sepa de esto?


—No quiero preocuparlo —murmura.


—Entiendo… —suspira— aun así, mentirle no es correcto —antes de que pueda agregar más, Bakura le arrebata el aparato.


—Escucha, sé lo que estás pensando y más te vale que no te atrevas —le amenaza— ahora que el viejo no me molestará, encontraré la solución, así que no hay necesidad de involucrar al lindo enano… ¡diablos! —sin más, la comunicación termina.


Atem se queda paralizado. En su cerebro, las neuronas tratan de hacer las conexiones precisas para que pueda razonar la previa conversación. Está seguro que algo no está bien. Pasa un segundo, dos, tres, cuatro…


—¡Dijo lindo! 

Notas finales:

*Para quienes no hayan visto nunca el uniforme sólo pongan “Buruma Japón” en cualquier buscador. Ahora visualicen a nuestro Yugi usando eso XP.


Rini: Aparato succionador —se carcajea— estuvo cerca faraón, estuvo cerca —se tira al suelo porque no se puede aguantar más la risa.


Atem: Esto es humillante, ¿podemos resolverlo en el próximo capítulo? —mira mal a la chica que sigue burlándose, luego, dirige su atención hacia la otra.


Rina: Uh, pues dije que no lo íbamos a extender mucho, tal vez otros dos o tres capítulos —le sonríe nerviosa, sin embargo, al ver que la furia no disminuye, la chica jala al de ojos amatistas—. Yugi, hazle cariñitos, los necesita —avienta al susodicho que es atrapado por el faraón. 


Atem: ¿Estás bien aibou? —el pequeño le sonríe, luego, le jala un rubio mechón de cabello—. ¡Ay! —se queja mirando confundido a su pequeño.


Yugi: Me explicas en este instante la fantasía de mi persona usando un uniforme femenino de la clase de deportes —se cruza de brazos con un puchero en los labios.


Atem: Eh, yo no, es decir… —se aclara la garganta— ¿te sentirías menos ofendido si recalco lo hermosamente lindo que te verías? —el menor arruga el entrecejo, sus mejillas se tiñen de rojo.


Yugi: ¡Mou hitori no boku eres un pervertido! —exclama, luego sale de las notas finales, siendo perseguido por el antiguo espíritu.


Rini: Ah, que buen chiste —por fin termina de reírse— aunque no dejo de pensar que esta vez exageraste —se cruza de brazos para mirar mal a la otra chica— no sólo en el tiempo en actualizar, sino en las libertades que te tomaste en la narración —su hermana se revuelve nerviosa.


Rina: El próximo lo haces tú a ver qué tal queda —se encoge de hombros.


Ryo: ¡Ya te dije que no es engaño porque se supone que yo no sé que no eres tú! —llega corriendo para esconderse detrás de Rini.


Bakura: Esa no es excusa para querer acostarte con él —furioso.


Ryo: ¡Tiene tu cuerpo! —exclama con frustración— Además, tú dijiste que Yugi era lindo.


Bakura: Ese no es el tema a discutir, ven aquí a recibir tu castigo —sale corriendo uno detrás del otro. Las chicas los siguen con la mirada hasta que los pierden de vista.  


Rini: Aparato succionador, que torpe —vuelve a reír.


Rina: Eh… —ignora a su hermana— pues bien, me disculpo por el tiempo que nos tardamos o más bien, por el tiempo que nos desaparecimos —hace una reverencia— espero de verdad se hayan reído un rato con esto. Como siempre les agradezco mucho por leer y por tomarse un momento para comentar. Gracias, gracias, nos estamos leyendo.  


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