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Falso Mesías. por Bellyster Christien

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Notas del fanfic:

Buenas a todos! He comenzado esta nueva historía. Actualmente, tengo 4 capitulos terminados, sin embargo tengo muy poco tiempo por la vida, así que actualizare una vez al mes. 

La tématica de este fanfic es algo diferente de lo usual por estos lares (Amor-Yaoi) Sin embargo, este es mi sitio favorito, y no pienso irme a otra parte. 

:P 

Sin más espero que lo disfruten. Intentare hacer para ustedes una historía muy interesante que disfrutemos juntos. 

Notas del capitulo:

Bienvenidos al primer cap de la historía. Este es un cápitulo más bien de indole introductoría, y por ello, algo lento. 

Espero que les guste. 

 

La niña miro al frente, con sus ojos cansados surcados por profundas ojeras, demasiado adultos para un rostro tan joven. Demasiado intensos. Demasiado consientes. Los pies se desprendían de su cuerpo como hilachas, a cada lado del lomo de un león de piedra y se balanceaban rítmicamente. No llevaba ningún calzado. Sus deditos se encogían y palpaban el tacto de la piedra de vez en cuando, vestía un sencillo camisón blanco y llevaba el largo cabello ondulado suelto sobre los hombros. Si tenía el frío, no lo demostró.

Alzó la mano derecha, que sostenía un megáfono bastante caro, y lo presionó contra sus labios.

-Gente, escúchenme un minuto, escuchen...

La niña trago saliva. Observó la masa informe de personas, muy lejos por debajo de sus pies, e intentó otra vez.

-No les diré mi nombre, porque sé que no les importa, a nadie le importa, pero lo sabrán mañana, y entonces, les importará. Tengo 11 años y voy a suicidarme esta noche. Son bienvenidos a quedarse y mirar todo lo que quieran, pero antes, les pido que me escuchen un momento.

La gente estuvo de acuerdo. No parecían tener deseos de marcharse. Sacaron sus móviles y comenzaron a tomar fotografías rápidamente. La pequeña multitud crecía a cada momento.

La niña siguió hablando tranquilamente, sin prisa. Si ellos querían oír, oirían. Si no, no. Era por esa gente que ella había decidido morir, después de todo. Si tan solo una persona la escuchaba hasta el final, le había dicho el Mesías, todo estaría bien.

-Llevo mucho tiempo sintiéndome triste, sintiéndome mal. No tengo ningún control sobre mi vida y eso me agobia. Sé que soy una niña, y que los niños deben quedarse en las esquinas, y si es posible, no causar problemas. Pero soy más que "La causa de problemas", soy una persona. Una pequeña y torpe persona, pero que es capaz de pensar y sentir.  Que es capaz de hablar, actuar y decidir por su propia voluntad. Eso soy. -El viento agito su largo cabello desordenado y se lo apartó con gesto ausente del rostro. -Se supone que nuestro mundo es un gran lugar para vivir. Me han dicho que es el mejor lugar para vivir que ha habido nunca. Que aquí no hay casi nada de delincuencia, que no hay enfermedades peligrosas ni epidemias, que no hay ningún enfermo que non reciba ayuda, que no hay ningún anciano que non sea considerado. Me han dicho que nuestra nación fue la primera de la historia en conseguir que todos sus ciudadanos tomaran parte de las decisiones del gobierno, y que eso nos hace únicos y especiales... Probablemente es cierto, todo eso.

Las últimas palabras reflejaban pura angustia.

Observó como una figura masculina había salido del medio de la multitud e intentaba entrar en el edificio. Permaneció absorta en la escena del hombre, correteando alrededor de la puerta, como un Hurón, alargado y adorable. Los Hurones eran una cuestión que valía totalmente la pena. Finalmente el hombre encontró alguna clase de asidero y comenzó a subir.

Llegar a la azotea del antiguo edificio barroco en el que se encontraba había sido una empresa importante. No hubiera podido hacerlo sin la ayuda del Mesías. Él le había dado muchos consejos, y ella se había asegurado de seguir todos y cada uno. También tenía algunas instrucciones sobre qué hacer en caso de que alguien intentase salvarle. Un héroe.

El héroe hurón no la estaba pasando precisamente bien. Su rostro se deformaba en muecas curiosas cada vez que sus brazos se tensaban y tiraban de su cuerpo, para hacerle subir un poco más.

El Mesías le había dicho que no se enojara si aparecía un hombre como aquel, un héroe egoísta que solo hace lo que cree correcto.

-Yo quiero morir. -Dijo la niña a través del megáfono. -Es mi decisión. Soy un ser humano, y al menos puedo decidir sobre mi propia vida.

Sus palabras iban dirigidas al héroe, por su puesto. Porque el resto de las personas estaban casi ansiosas por descubrir el desenlace. No comprenderían lo que estaban viendo hasta que lo vieran hacerse real. Hasta que vieran la sangre salpicando sus rostros y los sesos sobre el asfalto. Solo entonces dejarían de pensar que ella estaba haciendo todo aquello para “llamar la atención” y entonces, se preguntarían “¿Por qué nadie hiso nada?” Y se culparían unos a otros. Ese era el mundo en el que vivía. Tan perfecto.

-Pretendía quitarme la vida hace dos meses. Iba a ser muy diferente de ahora. Había dejado una carta y me fui de casa llorando, caminando por las calles hacía ninguna parte. No sabía cómo iba a hacerlo, pero sabía que iba a hacerlo. –Mientras hablaba, la chica observaba atentamente al hurón escurridizo que casi llegaba ya a la cornisa elegantemente esculpida en piedra, con brillantes gotas de sudor deslizándose por su rostro. Por un momento el hombre estuvo a punto de perder el agarre y caer. Ella sintió en sus entrañas un estremecimiento de miedo que se reflejó también en la expresión del hombre. No quería que él muriera, no había ninguna razón para ello. Quiso suspirar ante su estupidez e ignorancia. Era casi cómico que la posibilidad de caer ella misma en cualquier momento no le produjera el más mínimo temor. El hombre se agarró tenazmente y comenzó a trepar al tejado con dificultad.

–Pero conocí a alguien que me ayudo en esa ocasión, alguien que me mostró que nuestro mundo se vendrá abajo muy pronto. Un nuevo Mesías que lo cambiara todo. Yo ya estoy cansada, no creo tener fuerza para enfrentar ninguna batalla más. Tampoco soy valiente, para luchar. Soy pequeña, y siento que hace mucho algo se rompió dentro de mí, pero al menos ya no siento esa desazón quemándome por dentro, estoy tranquila, estoy feliz. Mi muerte se ha convertido en el mejor acto de mi vida, y puedo morir en paz. Y sé que lo que hoy va a pasar tendrá un propósito, sé que mi muerte y mi vida servirán de algo.

El hombre héroe estaba de pie a tres metros de distancia observándole con todo su cuerpo en tensión y una expresión de incredulidad. La niña comprendió que él la estaba escuchando atentamente. Alzó una mano para indicar al hombre que esperara un momento y concluyó diciendo:

-No olviden, que mi muerte el día de hoy es la culpa de todos ustedes.  –Dejo caer el megáfono hacía la multitud. Tal vez golpeara alguien, aunque creía que tendrían tiempo de apartarse lo suficiente rápido para salir sin daño. Ella no quería herir a nadie. Esa era otra de las razones por las que no se había unido al Mesías cuando él se lo pidió.

-Escúchame -le dijo entonces el héroe. –Hay otras maneras de solucionar las cosas, no tienes que morir.

-¿No escuchaste? –Preguntó ella.

-¿Qué cosa?

-Sé que hay otras soluciones, pero yo no soy capaz de ninguna.

-No digas tonterías, eres solo una niña, tienes toda la vida por delante, aun no conoces nada sobre el verdadero dolor.

-Y no quiero conocerlo.

El hombre hiso una leve mueca de exasperación. Estaba nervioso y asustado. Las venas de su cuello se hacían visibles y sus manos se abrían y cerraban. Las mantenía en alto, en un gesto que pretendía decir “No te hare daño”.

-Debe haber alguna forma, siempre hay una forma. –Dijo él. –Yo mismo te ayudare si es necesario.

-No.

-Por favor, piénsalo, tus padres estarán muy tristes si haces esto, tus amiguitos…

-Eso es su problema. –Dijo ella sin alterar su expresión. –Pero ahora mismo, tú eres mi problema ¿Cómo te llamas?

-Ben. –Dijo el hombre inmediatamente, aferrando a toda prisa el hilo de confianza que ella acababa de tenderle.

-Ben. –Repitió ella, saboreando el nombre. –Si te caes de este lugar por ser descuidado voy a sentirme muy culpable. Así que prométeme que tendrás cuidado.

Ben dudó, pero al final, con un suspiro, dijo:

-Lo prometo.

Era suficiente.

-Te contare un secreto Ben. –Dijo la chica. –El Mesías me pidió que si aparecía alguien como tú se lo dijera, pero tienes que darme tu palabra de que no se lo dirás a nadie. Ni una palabra a nadie, ni siquiera a la policía.

-Por supuesto. –Dijo rápidamente Ben.

-No, tienes que prometerlo enserio, de corazón, es mi único deseo. Es el significado de todo. Jamás te lo perdonare si rompes tu palabra. Jamás. Ni viva ni muerta.

La niña le miro con una intensidad avasalladora, instándole a responder, atravesando su alma. Ben se sintió muy conmovido.

-Sí. Cumpliré mi palabra. –Dijo al final.

La niña sonrió.

-Te creo. –Dijo. –Si quieres encontrar al Mesías solo debes ir la plaza central un martes por la tarde y preguntar a un niño donde puedes encontrarlo. Pregúntales a los niños, y ellos sabrán. Pero si la policía lo descubre, no los dejaran en paz. Me diste tu palabra, no lo olvides.

Y entonces la chica se arrojó rápidamente hacía un costado deslizándose sobre el lomo del león de piedra y desplomándose al vacío con una voltereta. Ben se lanzó hacía adelante y estuvo a punto de caer también, en un intento desesperado de sostenerla. La niña se sintió conmovida por su preocupación. Al menos aquel hombre, El héroe hurón, Ben, nunca la olvidaría. La recordaría, estaba segura. Permitió que el viento la abrazara, y la noche la cubriera. Sus ojos abandonaron a Ben para observar por última vez la noche sobre la ciudad, salpicada de estrellas. No contó, no respiró, no oyó los gritos. El pensamiento de que estaba muriendo ni siquiera cruzó su mente. Solo podía pensar en la libertad y en que el Mesías seguramente estaría contento con su trabajo. Lo había hecho bien.

 

El policía restregó sus ojos con el dorso de su mano y hecho un vistazo al reloj de pulsera que llevaba. La identificación de su uniforme lo etiquetaba como John Chamber K.

-Supongo que eso es todo. Te llamaremos si surge algo–Dijo.

Ben estaba de pie, observando como los paramédicos terminaban de meter el cuerpo en la ambulancia. Estaba muerta, pero la metían en la ambulancia de todos modos. Una entrega directa a la morgue. Ya había averiguado su nombre; era Lina Díaz.

El oficial John Chamber K. había terminado de tomar su declaración. Ben estaba cansado de repetir una y otra vez las mismas palabras, de revivir la escena una y otra vez intentando recordar la mayor cantidad de detalles para contar al hombre. Excepto uno. No iba a rechazar la última voluntad de una niña. El brazo de Ben estaba vendado y palpitaba dolorosamente, pero cada vez menos. Se había lesionado mientras escalaba la muralla del edificio, pero los paramédicos se habían encargado de curarle antes de recoger su saco de huesos.

-Es la cuarta esta noche. –Dijo el oficial en un tono triste. Repasaba sus notas y soltó un suspiro triste. –El cuarto suicidio. Todos niños.

Hablaba con Ben porque sentía empatía por él. Porque a sus ojos Ben aún era un soldado. Había concluido su servicio militar hace solo 4 meses, y luego comenzado estudios en la escuela militar de criminalística recientemente. En cuanto supo eso, el oficial dejo de presionarlo con tanto ahínco.

-Es terrible. –Coincidió, sin ganas de añadir nada más. –Si me disculpa, necesito ir a casa y dormir. Me siento terriblemente cansado.

El oficial comprendió y le permitió marcharse. Ben aún se sentía como dentro de un sueño, tenía una hermana pequeña, de 12. Y sabía muy bien que a veces los niños tienen pensamientos sumamente complejos. Pero la mirada que había tenido la chica, no, que había tenido Lina, nunca la había visto viniendo de un niño. Seguía estremeciéndose al recordarlo, seguía viéndola caer, sonriente hacia su muerte. Seguía escuchando sus palabras sobre aquel a quien se refería como "Mesías".

Ben tenía que tomar una decisión; Involucrarse o no.

Al otro día las noticias informaron de lo ocurrido. 14 niños de entre 8 y 13 años cometieron suicidio en lugares públicos alrededor de las 10 de la noche. Antes de morir, los niños dieron pequeños discursos dirigidos a los asistentes. Hablaron de cosas muy diferentes, pero hubo algo en común; Todos y cada uno de ellos mencionó a un Mesías en varias ocasiones.

Las autoridades llegaron a la conclusión de que los niños habían estado involucrados en algún tipo de secta. Y la influencia de algún líder negativo había sido decisiva. Estaban pidiendo que cualquiera que supiera algo acerca de este posible grupo se acercara a informar al respecto. Pero por más que quisiera, Ben no podía arrojar por la borda su promesa. Así que decidió investigar un poco por su cuenta.

Mesías es el nombre dado al hijo de dios, anunciado por los profetas y enviado a la tierra para otorgar la salvación y restaurar el reino de Dios. Eso en el sentido formal. Distintas religiones poseen distintas versiones de esa definición, pero no hay grandes diferencias. Por otra parte, popularmente, el término puede usarse para referirse a una persona en quien se deposita una confianza desmedida para realizar una tarea.

Lo siguiente iba más ligado a su área de estudio, un trastorno mental denominado "Complejo de Mesías".

Acudió a su profesor de psicología, el señor Pablov Thaner a primera hora en clases para preguntarle al respecto. El hombre era bastante viejo, pero muy confiable. Hablaba rápido y sabía atenerse a lo importante, sin divagar, a diferencia de la mayoría de los hombres de su edad. Usaba unas gruesas gafas de montura que debía acomodar constantemente, y era tan delgado que el pellejo parecía pegado a los huesos.

Lo encontró en su oficina ordenando los libros de su estante, con la paciencia que solo la edad otorga. Ambos se sentaron ante el escritorio, uno de cada lado, para mantener una chala agradable. El profesor Thaner se sirvió un poco de té.

-Con que Complejo de Mesías. -Dijo sonriendo a medias. -De vez en cuando aparece un hombre que se cree Dios, y así mismo aparecen quienes creen ser enviados de Dios y poseedores de todas las verdades, ¿Cual crees tú que es peor?

La pregunta flotó en el aire durante un momento.

-Creo que es peor un hombre que cree ser Dios. -Dijo Ben, inseguro.

-Respuesta incorrecta. -Dijo el profesor. -Es cierto un hombre que cree ser Dios es peligroso por sí mismo. Pero por otro lado, es muy difícil que alguien crea a un hombre que es Dios y lo siga. Suele suceder con los Mesías y profetas, que tienen mucha facilidad en hacer que las personas les sigan. Ellos solo deben convencer a todos de que existe algo que solo ellos pueden hacer, y eso no es tan difícil. Así como la gente está dispuesta a dudar de algunas cosas, esta siempre predispuesta a creer en otras. Así es como funciona. Nunca olvides que Hitler encaja perfectamente con el "complejo mesiánico".

Ben seguía el ritmo de la conversación, con mil preguntas apelotonándose en su cabeza.

-Entonces, si alguien  tiene complejo de Mesías y además es talentoso, se corre el riego de que la gente lo siga, ese es el verdadero peligro.

-Así es. Dependiendo de la persona, este complejo se encuentra ligado a otros, y como bien sabemos, muchas veces eso conlleva una personalidad muy atrayente. Un falso Mesías, capaz de mover multitudes con su carisma y manipular corazones con sus palabras...

-A alguien así le sería sumamente fácil manipular a un niño. -Dijo Ben.

-Creo que para cualquiera es fácil manipular a un niño. -Acotó el profesor. Tenía razón, por supuesto. -¿Esto tiene que ver con Lina?

Ben apartó la mirada inmediatamente. No quería pensar en Lina. No en ese momento.

-Los niños que se suicidaron hablaron de un Mesías. Todos ellos. -Explicó.

El profesor asintió con la cabeza.

-Estoy al tanto del asunto. -Dio un sorbo a su té tras soplar un poco. -Te diré algo más, ya que pareces interesado en el asunto.

-Por supuesto. -Dijo Ben.

-Existe algo llamado Mesianismo, y está relacionado con la búsqueda de la sociedad humana por alcanzar una utopía. Toda revolución es fe. Toda revolución es un intento desesperado de conseguir algo mejor, algo prometido. Revolución y Mesianismo se confunden y mezclan en los corazones de la gente... Creo que eso es lo que los niños intentaban decir al hablar de su Mesías. Que una revolución se está gestando en nuestra tierra, y que antes de partir, el campo de batalla fue bautizado con sangre. El hombre detrás de esto nos envió un mensaje muy claro: El mundo que conocemos está a punto de cambiar... ¿No es excitante?

 Ben sintió encogerse su estómago en anticipación, y también de miedo.

El profesor le observaba atentamente.

-Pero ten cuidado. -Advirtió a Ben. -Sé que te sientes responsable, pero tal vez sea peligroso para involucrarte en este asunto.

Ben desvió la mirada.

-¿Cómo espera que no me involucre? Vi morir a esa niña justo frente a mí.

-Sí, justamente por eso. La policía esta tras él. No tienes que preocuparte. Deja que tu corazón se calme. Eres un soldado, piensa con la cabeza fría. Las emociones intensas hacen a los hombres hacer estupideces.

"Pero yo sé cómo encontrarlo, Lina me lo dijo. Yo lo sé y la policía no. Y sé que hay más niños involucrados en esto, ¿Puedo simplemente hacerme el tonto y pretender que no se nada?" Devolvió la mirada a su profesor y vio en sus ojos un dejé de burla. Cada vez que hablaba con él, Ben sentía que sus emociones quedaban al descubierto como un libro abierto.

-Ocúpate de tus asuntos. -Le aconsejó el profesor, dando por zanjado el tema. 

Notas finales:

Muchas gracias por leer. Espero con ansias sus comentarios. Sería genial que hubiera alguno. Aunque no se preocupen, seguire adelante con o sin comentarios. Aun así, eso me haría feliz, sean buenos o malos. :P 

Se despide Bel. 


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