Laura se cepilla mucho el cabello cuando esta triste, ese era su modo de hacer que la pena desapareciera. El motivo de su estado era que hace una semana había recibido la invitación a la boda de Soledad, la mujer de la cual estaba enamorada hace 10 largos años. Ella ya sabía de su boda, incluso ya había comprado el vestido para asistir a ella, no podía fallarle a su mejor amiga en un día tan especial. Dejo el cepillo en su tocador, tomo su maquillaje disputa a cambiar su triste rostro a uno más feliz, después de todo hasta las caras más feas lucen bien con maquillaje. Hoy era sábado, afuera había un sol precioso, se encontraban en plena primavera un estación perfecta para llevar a cabo una boda. Recogió su larga cabellera en un elegante peinado alto que hacia resaltar sus afiladas facciones, tomo el vestido que se encontraba estirado en la cama en sus cuidadas manos, este era de color morado, igual que los otros vestidos de las damas de honor, porque Laura era una de las elegidas para acompañar a la novia ese día. Se sentía tan dichosa pero a la vez tan triste. Termino de arreglarse, tomo su bolso, el ramillete de flores, se aseguró de dejarle comida a dormilón, su gato y salió de casa. Subió a su auto de último modelo dirigiéndose con el corazón en la mano al lugar que enterraría sus sentimientos para siempre.
Ella tenía mucho dinero, después de todo era una diseñadora de moda muy famosa, llevaba cerca de 10 años en el mundo del diseño, había logrado todas sus metas excepto una. Laura con ya treinta y siete de edad aún no había encontrado a una persona que le hiciera arder el corazón de amor como lo hacía Soledad. La había conocido en un bar cuando celebraba con sus colegas su primer éxito, una línea de ropa completa de invierno, iba por su tercera cerveza cuando la vio sentada sola en una de las mesas. Se excusó son sus amigos camino hacia ella, el primer choque de miradas hizo caer rendida a Laura, esos ojos tan llenos de vida de un verde almendrado tan brillosos, Soledad era cinco años menos que ella. Tomo asiento frente a ella, comenzaron hablar con timidez. Sol le comento que su pareja, el mismo con el que se iba a casar hoy, le había dejado plantada de nuevo. Esa noche ambas mujeres se hicieron buenas amigas, pero nada más que eso. Y esa era una de las cosas que se lamentaba en este momento, ella ya no podía hacer nada. Soledad se casaría en unos cuantos minutos.
Tomo lugar junto a las demás damas de honor, contemplo con amargura el lento caminar de la novia hacia el altar. Se veía hermosa, sus cabellos color dorado enmarcaban su rostro tostado y sus ojos verdes. Cada paso lleno de felicidad que daba sol era una flecha más que se clavaba en el corazón de Laura. La boda fue muy bonita, lo invitados estaban contentísimos. Ya en la fiesta le toco a ella hacer el brindis en honor a los recién casados, ya que ella era la mejor amiga de la novia Con elegancia Laura se paró de su asiento con todos los ojos puestos en ella. Les hablo de lo bien que se veían juntos, de lo horrible que había sido hacer un vestido de novia con tan poco tiempo, por que el vestido que llevaba soledad había sido hecho por ella y solo ella totalmente a mano. Los aplausos no se hicieron esperar cuando el brindis acabo.
El resto de la noche Laura lo paso sentada en una de las mesas de al fondo, mirando como las parejas bailaban, se hablaban al oído e incluso miraba como se besaban. Nadie quiso bailar con ella, eso no le preocupaba ni un poco. Tanto mirar le había dado sed. Se dirigió al mesón de los alimentos, tomo una copa de champagne y uno de los bocadillos puestos en la mesa, al momento de girar para volver a su mesa choco con alguien derramando su bebida en el vestido de una chica. Se disculpó rápidamente dejando las cosas en su lugar para tomar una de las servilletas para poder secarle un poco.
-Gracias, me has refrescado. Tenía un poco de calor ¿sabes?- La amplia sonrisa de la chica hizo que el corazón de Laura se derritiera. Tenía unas facciones muy dulces, el cabello castaño claro, la piel blanca y unos ojos color miel.- ¿Quieres bailar?- encantes lo supo, ese bello accidente le hizo sentir que el corazón se le salía del pecho.
Laura no respondió, solo tomo la mano que la joven le extendía, bailaron hasta que los pies les dolieron por los tacones de sus zapatos. Conversaron el resto de la noche, cuando era tiempo de marchar se despidieron con la promesa de volver a verse. Tal vez ese día había perdido a su primer amor pero había ganado una nueva esperanza y un nuevo objetivo.