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Real wild child por Karmilla46664

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Notas del capitulo:

Especial #1: Historia de Leeteuk

Tenía veintiún años cuando lo conocí: llevaba el pelo teñido y varios piercings decorando sus orejas. Era fuerte y apuesto, la clase de hombre que me atraía por su aura de chico malo. No voy a mentir diciendo que me enamoré de él tras conocerlo en profundidad, lo nuestro fue algo instantáneo, sobrenatural. Cuando nuestras miradas se cruzaron por primera vez se encendió en nuestras entrañas una llama que a día de hoy sigue ardiendo. Había oído hablar de él pero la realidad superaba cualquier expectativa: aquel tipo era algo extraordinario, una mente privilegiada usada para fines poco éticos. Aunque era algo más joven que yo había vivido más de lo que le correspondía para su edad. No era un crío cualquiera jugando a ser narcotraficante, tenía mucha influencia y gracias a la droga manejaba más dinero del que hubiese podido imaginar tener nunca. Aquella combinación mezclada con mi insana adicción a la adrenalina fue una bomba de relojería: cuando me quise dar cuenta estaba envuelto en un viaje sin regreso, estaba saliendo con el narco más peligroso de la Kkangpae*.

Mis padres no eran precisamente ejemplares. Aún recuerdo la primera paliza que me dio mi padre, la primera de muchas, dejando cicatrices irreversibles en mi psique. Esa dinámica violenta se me grabó a fuego, comenzando a ser un niño problemático en la escuela. Cada puñetazo que daba era una liberación de mi rabia contenida, no soportaba ver a niños con vidas perfectas mientras mi mundo se desmoronaba a diario. Entré en un círculo vicioso de peleas que desembocaban en más palizas de mi padre, y vuelta a empezar. No fue hasta los catorce años cuando me atreví a devolverle los golpes a mi progenitor y, aunque al principio me sentí culpable, el ver cómo se debilitaba ante mi creciente poder me hacía sentir eufórico. No estoy orgulloso de muchas cosas que hice en el pasado pero jamás me arrepentiré de golpear a ese cabrón.

No tardé en entablar amistades poco convencionales, chicos mayores que yo que consumían drogas cada fin de semana. Si ya de por sí me había convertido en una persona violenta, la cocaína no hacía más que potenciar aquella conducta. Me metía en peleas constantemente, por lo que ingresé en un centro de menores. Cuando salí del reformatorio ya era mayor de edad por lo que no tendría que depender más de mi padre. Ocupaba casas abandonadas con mis amigos y nos pasábamos el día metiéndonos toda la droga que pudiésemos. Fue en una de esas casa okupas donde conocí a Sungmin. A pesar de su aspecto desaliñado como el de cualquiera de nosotros, era imposible que pasase desapercibido: sus ojos estaban perfectamente delineados de negro, resaltando aquella retadora mirada que desafiaba a cualquier insensato a que le provocase. Estaba en una esquina, tocando su guitarra con aura misteriosa. Nadie le prestaba especial atención pero no le costó captar mi interés. Pregunté a uno de los chicos quién era y me respondió que un camello. Pero no era cualquier camello, sino la mano derecha de Youngwoon. Entablamos conversación y, gracias a sus asiduas visitas a la casa okupa entablé lo más parecido a una amistad verdadera que había tenido nunca. Ambos teníamos inquietudes musicales y éramos un par de yonkis de la adrenalina. De vez en cuando nos peleábamos por el puro placer de sentirnos vivos: cada golpe que recibía era una señal de que mi existencia no estaba consumida, de que era un ser con vida capaz de hacer algo más que consumir cocaína. Era un sentimiento oscuro y difícil de describir, pero el golpear a alguien me llenaba de vida. Me contó cómo había acabado trabajando para Youngwoon y pronto creció mi interés por el joven narcotraficante que me describía. Necesitaba conocer a ese chico al que llamaban KangIn, quería pertenecer a su círculo y, por suerte, contaba con la ayuda de Sungmin. Me fui de la casa okupa y dejé a aquellos desgraciados sin ningún tipo de remordimiento; aquello no era vida, yo necesitaba acción, peligro. Era consciente de que Minnie habría tenido que convencer a KangIn para reunirnos ya que no solía recibir a desconocidos.

Cuando nos presentamos en el lugar acordado me comían los nervios: si los rumores eran ciertos había ido a encontrarme con uno de los tipos más peligrosos de Seúl. Una silueta se intuyó entre la neblina de aquel Noviembre, una prominente figura que caminaba con pasos firmes aproximándose hacia nosotros. Cuando lo tuve en frente mi respiración se detuvo: era la primera vez que experimentaba lo más parecido al amor. Lo primero que pensé al verle fue en lo mucho que me gustaría acabar en su cama teniendo el sexo más bestial de mi vida. Era un tipo alto, de cejas pobladas que enmarcaban unos feroces ojos oscuros; sus labios gruesos se mantenían unidos, apretando la quijada haciendo parecer que estaba iracundo. Sus manos estaban escondidas en los bolsillos de su chaqueta de cuero y sus piernas se habían quedado estáticas en una posición defensiva. En un primer momento miró a Sungmin y luego posó su recelosa mirada en mí, pero pude verlo, pude ver como su rostro se relajaba levemente dejando entrever el mismo interés que yo sentía por él. Aclaró su garganta para, acto seguido sacar un cigarrillo y llevárselo a la boca. Cada gesto emitido por él era puro magnetismo. Puedo recordar a la perfección cada gesto, cada palabra, cada inquisidora mirada que me dedicó. Era consciente de mi propio atractivo físico, siempre tuve éxito entre las mujeres, así que no me sorprendió especialmente su interés.

No sé si por aquel entonces me consideraba un cliente más, un adicto capaz de cualquier cosa por un poco de droga. Yo no era así, no era como el resto de mis amistades: es verdad que consumía pero mi adicción era el peligro y Youngwoon emanaba peligro. Él fue mi verdadera droga, el único capaz de envolverme en sórdidos mundos con tal de conseguir un poco de su reconocimiento. No tardamos en comenzar a salir, viéndome envuelto en sus negocios. Pero entrar en el negocio de la droga no era tan sencillo, una vez puesta a prueba mi confianza debía jurar que jamás desobedecería las leyes de la Kkangpae: no hacer de chivo expiatorio para la policía, no ocultar las ganancias de la droga a KangIn y no involucrarme sentimentalmente con ningún familiar de los miembros de la mafia. El precio por faltar a mi palabra sería la muerte. No me creía capaz de desobedecer ninguna de las tres leyes pero me equivocaba…

Pronto aprendí la dinámica del narcotráfico, aquello no era una banda de camellos desorganizados sino que componíamos toda una jerarquía de proveedores (como le gustaba llamarnos KangIn) Lo que principalmente vendíamos era cocaína, aunque también negociábamos con speed, MDMA y LSD. Tenía un laboratorio clandestino donde fabricaba todo tipo de estupefacientes y después eran asignadas a varios camellos para que las vendiesen por zonas. No había barrio de Seúl sin alguno de los nuestros captando consumidores. Su persona de confianza era Sungmin, que con su eficacia a la hora de vender así como su bien ganada fama de violento le habían convertido en su mano derecha. Cooperaban y la mayoría de los ingresos de la mafia era para ellos. Y aunque nuestra principal actividad estaba centrada en la droga no era el único negocio de KangIn: peleas clandestinas, prostitución o apuestas ilegales eran algunos de los otros oficios de la Kkangpae.

A su lado me sentía poderoso, era la pareja del más peligroso traficante. Mis bolsillos se llenaban de dinero sin apenas esfuerzo y pronto comenzaron a desfilar coches de lujo por nuestra casa. Vivimos juntos durante ocho años, dirigiendo el negocio, pero los problemas no tardaron en hacer acto de presencia. Me di cuenta de que me robaba parte de mi mercancía para venderla por su cuenta y no veía ni un won de la cocaína que vendía. Se estaba lucrando a mi costa y, aunque él era el jefe nos estaba ocultando ganancias, beneficiándose a nuestra costa. Los problemas no se reducían a eso, sino que puse mi vida en peligro en contadas ocasiones por tal de hacer el trabajo sucio: en uno de los viajes en los que transportaba la mercancía desde Incheon tuve un accidente de tráfico y tuve que cargar con la cocaína en tren, exponiéndome a ser detenido. Aunque no era el único que tuvo problemas con KangIn, Sungmin también se vio salpicado: por lo visto dejaba fiado dinero a compradores y luego no le pagaban. Según Youngwoon, sí que cobraba por la droga pero mentía al resto para quedarse con el dinero y no compartirlo: por tanto, estaba faltando a la regla número dos de la Kkangpae; ocultar ganancias a KangIn. Supe que quería matar a Minnie por su deslealtad pero me opuse de inmediato, no había pruebas que justificasen que de verdad escondía ganancias para no repartirlas. Eso me supuso continuas discusiones con Youngwoon, colmando mi paciencia, por lo que tomé una decisión. Hice las maletas, me llevé la mitad de su mercancía y me fui de casa. Empecé a vivir en la calle pero cada día tenía que cambiar de sitio ya que sabía que KangIn me buscaría para matarme. Le había traicionado, había huido con la droga para lucrarme a sus espaldas. Cada minuto que pasaba corría peligro, cada gramo que vendía era dinero manchado con sangre. Y, una vez más, me atreví a faltar mi palabra al juramento de la mafia: me chivé a la policía. Uno de la mafia me llamó para quedar en el parque donde conocí a Youngwoon para un supuesto negocio. Sabía que era una trampa, que quien se presentaría allí sería mi ex dispuesto a volarme la cabeza de un disparo. Di el chivatazo a la policía, diciéndoles la hora y el lugar de quedada. Tal y como había previsto, Youngwoon se presentó y la policía lo arrestó. Ya estaba en el punto de mira por sus negocios ilegales, y añadiéndole la posesión de armas de fuego y cocaína le cayeron cinco años de cárcel. No era una condena lo suficientemente dura pero la falta de pruebas que le involucrasen en los negocios que regentaba hizo que su condena quedase reducida.

Aquello fue un punto de inflexión en mi vida y, por primera vez me paré a pensar si quería seguir viviendo de esa manera a mis veintinueve años. Me puse en contacto con un conocido del reformatorio, Heechul. Nunca me contó el porqué lo habían ingresado allí ya que, aparentemente, no era problemático más allá de una soportable actitud huraña. Nos pusimos al día y le conté sobre mis andanzas en el mundo del narcotráfico. No me juzgó, escuchó con atención y en silencio cada palabra, tratando de entenderme. Por una vez podía sincerarme con alguien y, aunque había considerado a Sungmin como mi primer amigo, esa amistad estaba relegada a un mundo del que quería salir. Heechul era un amigo genuino, que me ayudó a superar aquel momento difícil: al fin y al cabo acababa de meter entre rejas al amor de mi vida. Decidimos formar una banda de rock por lo que pusimos carteles buscando guitarrista, bajista y voz. Así fue como comenzó mi nueva vida, una sin peleas ni drogas, sino viviendo de lo poco que ganásemos dando conciertos en pequeñas fiestas. Me sentía en familia y, aunque los miembros eran un tanto particulares los quería como hermanos. Heechul se había convertido en un ninfómano sin remedio pero seguía conservando un corazón cálido; Yesung era un tipo misterioso y maduro, aportándome el equilibrio que necesitaba en aquel entonces; Kyuhyun, el maknae, era el más caprichoso y ególatra del grupo, pero en el fondo lo hacía para llamar nuestra atención. Cuando decidimos empezar a tocar nuestras propias canciones el guitarrista nos abandonó justificándose con nuestra falta de profesionalidad. Así que esto nos lleva al presente. La primera persona que se me pasó por la cabeza en llamar fue a Sungmin: ya que Youngwoon está en la cárcel dudaba que siguiese frecuentando esos círculos, y no me equivocaba. Le llamé y me dijo que malvivía con trabajos temporales que le iban saliendo, así que no dudó en unirse al grupo.

 

Ahora que KangIn parece estar de vuelta no sé que esperar: no sé si saldrá de la cárcel pero de lo que estoy seguro es que viene a por mí y, muy probablemente, también quiere la cabeza de Sungmin. En mi interior han vuelto a removerse sentimientos que creí enterrados hace tres años cuando me desvinculé de la mafia: rabia, agresividad, peligro. Cuando mi vida comenzaba a despegar vuelve la sombra de mi pasado a aplastar todo el mérito conseguido. Lo que me pregunto es el verdadero motivo de Youngwoon: ¿quiere matarme por traicionar a la Kkangpae o por abandonarle y romperle el corazón? A pesar de no ser una historia corriente, nuestro amor fue sincero así como la devoción que nos teníamos el uno al otro. Y, a pesar de  estar justificado mi comportamiento, una parte de mí se mortifica por haber traicionado al amor de mi vida. ¿Debería de irme a China como me aconsejó Hangeng y dejar a los chicos tirados cuando estamos a punto de dar un concierto? Lo cierto es que no sé qué hacer, tengo 32 años y un peligroso narcotraficando me busca para asesinarme: por lo visto el antiguo Jungsoo está de vuelta, y estoy dispuesto a pelear por mi vida hasta el último segundo.

Notas finales:

Kkangpae* - Mafia coreana

CANCIONES

Título del capítulo (Motörhead- Breaking the law): Motörhead - Breaking the Law (Judas Priest Cover) - YouTube


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