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Juego peligroso [SeKaiSoo] por FlyToXin

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Notas del fanfic:

Ésta historia no es mía, es una adaptación del segundo libro del libro

 

"Alguien como tú" de

 

Elisabet Benavent

 

 

¡TODOS LOS DERECHOS AL AUTOR CORRESPONDIENTE !

Notas del capitulo:

Holaaaaa LOVELYYYYYS! Aquí el esperado capítulo 1 de la segunda temporada! Os espera mucha aventura aún con estos tres chicos! Espero que os guste y que continuáis apoyándome cómo habéis hecho con la primera temporada ^^ 

Muchas gracias a los que me han apoyado desde el principio y ahora con ésta segunda parte! ¡Qué emoción! A ver lo que nos espera :3

 

Recuerda que podéis seguirme en mi página de Facebook para poder recibir notificaciobes del fanfic. También subo ésta historia en mi wattpad.

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Gracias a mi beta-reader AlexaMess por seguirme hasta aquí, y se espera más adaptaciones donde colaborará conmigo <3

 

I LOVE YOU ALL!

A riesgo de que mi cuerpo volviera a negarse a retener nada, me tomé la enésima taza de café. Pensé que quizá debía salir a comprar algo para comer, pero no me moví. Quedaban tres horas para poder marcharme a casa. Di otro sorbo a mi café y Jongin entró ajustándose la americana al cuerpo. Guapo. Alto. Imperturbable. Suyo. Digno. No se inmutó ante mi presencia, yo sí con la suya; solo se acercó a la máquina de café y comenzó a prepararse uno, demostrándome que él sí estaba por encima de las circunstancias. No como yo, que estaba por debajo.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó sin mirarme. Un nudo en la garganta no me permitió contestar. Su voz seguía siendo sexy, masculina, profunda. Hablaba con firmeza y... seguía siendo él—. En el ojo..., ¿qué te ha pasado?

—Me sentó mal la cena.

Era mentira, claro. La noche anterior con lo único con lo que llené el estómago fue con vodka barato; me había creído eso de beber para olvidar. Aparte de la «agradable» aspereza de mi garganta, los esfuerzos de las arcadas habían provocado que se me reventaran bastantes vasos capilares en los ojos, creando pequeñas manchas rojas que resaltaban en el blanco amarillento de mi mirada cansada. Se giró, apoyándose en la encimera de la cocina, y me repasó de arriba abajo con su labio inferior entre los dientes.

—Espero que lo tengas bajo control, KyungSoo , porque no voy a ir a rescatarte de ti mismo, como en las películas.

—¿Quién te lo ha pedido?

—Lo pides a gritos —respondió serio.

—Deja de creerte el centro del universo. Mi vida no gira en torno a ti y no necesito que tú me salves de nada. A lo sumo, de ti mismo.

—Sé de sobra que no necesitas a nadie que te salve, pero me da la sensación de que te encanta hacerte pasar por débil. Y no cuela, KyungSoo.

—Tú tomaste las decisiones —contesté seco—. Atente a las consecuencias.

—Yo tomé las decisiones junto a otra persona al que, no entiendo por qué, te resistes a cargarle ninguna culpa. Eso no me facilita las cosas. Y déjame recordarte que fui yo..., yo, quien se acercó a ti para tratar de hablar.

—No hay nada que decir.

—Perfecto. Pues sé consecuente con tus actos. Eres tú el que demuestra que, al parecer, no hay nada de lo que hablar.

Cogió la taza y me dio la espalda. No supe qué contestar. Me sentía mal. Basura. Yo tan hecho mierda, tan rastrero y él tan guapo, tan impertérrito, como de vuelta de todo. Se encaminó hacia la salida de la cocina y antes de desaparecer repitió:

—Pero no cuela, KyungSoo. De verdad que no cuela.

Baek me llamó a las tres y me preguntó si estaba mejor. Me había pillado borracho y lloroso la noche anterior y, aunque mi plan pasaba por mentirle y decirle que todo había terminado de mutuo acuerdo, no pude. Pero no le dije nada de mi visita al despacho de Henry Lau, mi ex editor, y no lo conté porque yo mismo quería olvidarlo.

Como si fuese tan fácil obviar haberte dado cuenta de qué clase de persona puedes llegar a ser.

Sé que lo lógico hubiera sido invitar a mi hermano a casa, dejarme arrullar, confesar lo que había hecho, cómo había terminado haciéndome daño y explicarle a alguien lo mal que me encontraba. ¿Lo hice? No, aunque fuera lo más lógico, no fue lo que hice.

 

Rompí una copa. El camarero me miró molesto, hasta en mi estado supe leer el sentimiento que había detrás de su gesto. Me disculpé y cuando este se dirigía hacia mí, probablemente para echarme del bar, un compañero más joven se hizo cargo.

—Déjame que limpie esto. Puedes cortarte —me dijo recogiendo cristales del rincón de la barra donde estaba sentado.

—Gracias —balbuceé.

Miré hacia atrás. Un grupo de chicos de unos treinta se reían, «seguro que de mí», pensé. Al volver a mirar al frente casi resbalé del taburete. El maletín se me cayó al suelo y mis cosas rodaron entre cáscaras de cacahuetes y servilletas arrugadas.

—Eh, cuidado —dijo sujetándome—. ¿Estás bien? ¿Te pongo algo para comer?

Negué con la cabeza y señalé el pedazo más grande de la copa rota.

—Otra, por favor.

—No te la voy a servir. —Se agachó y recogió mis cosas; luego las metió en el maletín y me lo dio.

—Hay otros bares —le respondí.

—Ni siquiera estás para irte de aquí solo. Y mucho menos a otro bar.

Me apoyé en la barra. Los párpados me pesaban. Había perdido la cuenta de la cantidad de combinados que llevaba. Pero quería más. Quería perder el conocimiento. Reírme. Dejar de tener ganas de llorar. Olvidar que era un imbécil desleal. Olvidar la culpa que me pesaba encima.

—¿Me pones otro? —volví a preguntar.

El chico se afanó en servirme con todo el protocolo, incluso el del limón exprimido. Cuando me dio la copa hasta yo noté que solamente había tónica dentro. Quería decirle que no necesitaba que nadie cuidara de mí; quería gritarle que deseaba emborracharme y punto, pero no hice nada. Era la segunda vez en mi vida que bebía solo en un bar. La vergüenza era el primer castigo autoimpuesto. La resaca, el segundo. Me adormecí. Uno de los chicos de la mesa de atrás se acercó a la barra a pedir otra ronda de cañas y me miró. Yo le devolví la mirada.

—¿Qué haces aquí tan solo? —me preguntó.

—Emborracharme —contesté.

—¿Por qué no te sientas con nosotros?

—Porque no quiero.

Desvié la mirada hacia el vaso con tónica y me dije a mí mismo que daba igual qué llevara. Le di un buen sorbo. Los camareros hablaban entre ellos, mirándome de vez en cuando. Fuera, en la calle, ya era de noche. No tenía ni idea de qué hora era ni de cuántas llevaba allí sentado. ¿Sabéis esa sensación de estar inmerso en un sueño absurdo? Esas borracheras tristes en las que no te puedes creer que te hayas metido entre pecho y espalda la cantidad suficiente de alcohol como para hacerte sentir así.

El mundo se fue desdibujando a mi alrededor. El camarero me sacó un plato con algo de comida y hasta me preguntó si quería hablar. Me eché a llorar, de pura vergüenza. Negué con la cabeza y él volvió a su puesto en la barra con gesto preocupado.

Los chicos de atrás pidieron la cena. Yo insistí en tomar otra copa, el camarero me la negó y su compañero me puso la cuenta delante. Era un papel arrugado escrito a mano. No pude enfocar los números. Me limpié los chorretones de lágrimas con el dorso de la mano.

—¿Cuánto es?

La cartera se cayó, de nuevo, al suelo cuando la saqué del bolso abierto. Lo recogí y subí otra vez a la banqueta tambaleándome. No. No estaba seguro de poder llegar a casa. Me apoyé en los codos y recé por aclararme lo suficiente con mis piernas como para poder irme.

La puerta del local se abrió y un chico muy alto entró. No vi nada más. No vi la marca de su polo negro bordada en el pecho. No vi las resplandecientes llaves de un BMW en la mano. No vi su barba de tres días. No vi la cara de Jongin ni su expresión.

Cuando se plantó a mi lado, le lancé una mirada perezosa.

—Hombre..., ¿vienes a tomarte una copa conmigo? —le pregunté, y en mitad de mi borrachera no me sorprendió encontrarlo allí; había pensado demasiado en él como para que no fuera posible.

—¿Dónde está tu móvil? —me interrogó apuntando con su barbilla hacia mí en un gesto rápido y cabreado.

Palpé el interior del bolso. Saqué las llaves de casa. Aparté la cartera que había sacado. Un paquete de kleenex. Uno de chicles. Le miré sin entender: uno, ¿dónde estaba mi móvil?; dos, ¿qué hacía él allí?; tres, ¿por qué me preguntaba por mi móvil?

El camarero se acercó a nosotros.

—Hola, soy Kim Jongin. —Le dio la mano—. Gracias por llamar.

—Es que... no sabía qué hacer. Era eso o a la policía.

Vi cómo le daba algo a Jongin y este lo guardaba en el bolsillo de sus chinos. Mi móvil, claro.

—Que te jodan —farfullé.

—Más vale que te calles —me rugió Jongin antes de girarse de nuevo hacia el camarero—. Has hecho bien. Perdona las molestias.

—Siéntate y tómate una, hombre. —Palmeé el taburete que había a mi lado—. No vengas para nada.

—¿Ha pagado? —le preguntó sacando la cartera.

—¡No quiero que me pagues nada, gilipollas!

El camarero nos miró con cara de circunstancias.

—De verdad que lamento haber llamado —le dijo—. Pero los dos últimos nombres eran el suyo y el de una chica. En estas condiciones no creo que una chica pudiera sacarlo de aquí.

—No te preocupes. Toma, cóbrate.

Sé que lo hizo con buena intención, pero la idea del camarero aún hoy me sigue pareciendo pésima. Supongo que no pensó en lo que podía salir mal al llamar a alguien de la lista de contactos de un desconocido. Supongo que lo único que quería era solucionar el problema que yo le suponía sentado en la barra. Jongin se dejó caer en la banqueta y se frotó la cara. No se me ocurrió nada que decir y por unos minutos a él tampoco.

—Vete —le dije—. Lo estaba pasando bien.

—Sí, ya veo lo bien que lo estás pasando. —Señaló mi cara y ahora sé que se refería a los chorretones de rímel que llevaba por las mejillas.

—¿Por qué no te vas? Quiero pasarlo bien —repetí.

—Joder, no puedes ni hablar...

Se levantó y fue a cogerme, pero lo aparté de un violento manotazo. Uno de los chicos de la mesa de detrás se levantó.

—¿Todo bien? —preguntó.

Me giré hacia él con una sonrisa.

—¡Claro! Pero no me quiero ir con él. ¿A que puedo quedarme contigo?

—KyungSoo... —dijo Jongin con tono tenso y reprobador.

—Podemos pasárnoslo bien —le expliqué—. Sé hacer muchas cosas. Él ya lo ha probado, pero se cansó.

Jongin me dio la vuelta y me cogió la cara para que le mirara.

—No sirvo para esto. Pónmelo fácil o me voy de aquí sin ti. Te lo juro por mi madre.

—Vete de una puta vez.

No se lo pensó. Cogió las llaves del coche y la cartera de encima de la barra y fue hacia la puerta. El chico me miró con el ceño fruncido.

—¿Necesitas ayuda? —me preguntó.

—Ya lo ayudo yo —propuso otro de sus amigos, que se acercó y me rodeó los hombros con un brazo—. ¿Salimos a que te dé un poco el aire?

Empezaba a marearme. Me miré las manos, pero no logré enfocar lo suficiente como para reconocerlas como mías. El desconocido me dijo con voz melosa que si yo quería, podía acompañarme a casa. Alguien se nos acercó y arrastró mi taburete, que arrancó un chirrido al suelo mientras me alejaba de él.

—¡Oye! —se quejó mi improvisado amigo.

—Si lo tocas te juro que te arranco la cabeza —escuché que gruñía Jongin—. ¿Qué vas a hacer con él, valiente? —siguió diciendo—. ¿Follártelo cuando se desmaye?

—Qué asco me dais los tíos como tú —farfullé—. No te necesito.

—Pues finges lo contrario estupendamente.

Unas manos maniobraron conmigo y cerré los ojos, dejándome mover. Le lancé un golpe débil y gemí. Me daba igual dónde me llevaran. Solo quería dormir. Los volví a abrir. La luz anaranjada de las farolas se hacía intensa en el suelo y luego se suavizaba. Me movía, pero no estaba caminando. Me quejé. Alguien me enderezó con una maldición. Cerré los ojos. Al abrirlos me cogí a una señal de tráfico, como si me resistiera a un rapto. Unas manos fueron soltándome dedo a dedo de mi repentino amarre. Me quejé. Nadie me dijo nada. Nadie contestó.

 

Me desperté con el sonido del despertador que martilleaba en mi cabeza. Y vestido. Un dolor infernal me reventó el cerebro por dentro y me dejó hecho papilla. Lloriqueé. Me levanté del colchón y trastabillé hasta darme con la cómoda del rincón.
El aire acondicionado estaba encendido. Una botella de agua pequeña en mi mesita de noche. Nadie por allí.
En el baño todo seguía igual. Noté subir por mi esófago un montón de bilis y no me moví hasta que las náuseas pasaron. Salí.

En la cocina, nada. La nevera seguía vacía. En los armarios, un paquete de galletas rancias y otro con tallarines precocinados. Qué vida más triste. Encendí la cafetera y salí al salón, donde contuve un grito. Sentado en el sofá encontré a Jongin, con la expresión más circunspecta que había visto en mi vida. Estaba jugueteando con algo entre sus grandes manos.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté.

—Ya —suspiró—. Ya me imagino que no tendrás recuerdos muy nítidos de anoche.
Me agarré a la pared. El suelo parecía inclinarse. Él se frotó la cara mientras suspiraba. Tenía pinta de no haber dormido en toda la noche. ¿Por mí?

—Soy libre de emborracharme cuando quiera —dije, porque pensaba que la mejor defensa sería un buen ataque.

Asintió.

—Vale. Voy a ser muy claro, porque no me gusta que me repitan las cosas ni tener que repetirlas. Si esto es lo que vas a hacer con tu vida, a mí no me incumbe, pero te pido que borres mi número de teléfono de tu móvil. En realidad, bórrame del todo. Lo que vi anoche, lo que me dijiste, dista mucho de ser lo que esperaba de ti.

—No sé a cuento de qué tendrías que esperar tú nada.

—Eso mismo me pregunto yo. No te interesan mis explicaciones. Ni siquiera has hecho amago de preocuparte por saber cómo nos sentimos nosotros o cómo estamos. Todo te da igual excepto tú mismo. Y te estás mirando tanto el ombligo, te estás dando tanta pena que te vas hundiendo tú solo. Ojo con la autocompasión, KyungSoo. No es buena amiga para nadie.

No contesté. Jongin se levantó del sofá y dejó caer en la mesa lo que tenía entre las manos: unas fotos. De entre ellas cogió la más grande y se la llevó. Cuando pasó por mi lado me la enseñó. Era la que yo había sacado de su despacho hacía apenas unas semanas, que parecían siglos.

—Esta me la llevo, más que nada porque es mía y porque... no me recuerda nada desagradable. De las otras ya no puedo decir lo mismo.

—Follábamos y punto, ¿no? Pues ya está.

—El sexo, KyungSoo, es una relación basada en el respeto. No sé lo que tuvimos nosotros, porque ni siquiera te respetas a ti mismo.

—Que te jodan —respondí.

—No. Que te jodan a ti. A nosotros ya nos jodiste suficiente.

El portazo resonó a aquellas horas en cada rincón del edificio. Fuera de mi piso la vida empezaba a despertar. Sonidos de loza. Olor a café. La risa de la pareja que vivía en el apartamento de al lado. El ladrido del perro de la señora de enfrente. La radio que siempre escuchaban los vecinos de arriba. Y yo me encontré solo, en medio de mi destartalado salón, mirando unas polaroids.

Notas finales:

¿Os ha gustado? dejen reviews y compártanlo ^^

Ahora subo el segundo capitúlo, que va ser un especial! ¿Porqué? Porque en ésta segunda temporada vamos a encontrar POV DE JONGIN! ¡SÍÍÍÍ! Así veremos lo que piensa éste cabeza hueca de KyungSoo *^* 

Aunque los POV de Jongin son cortiros, pero bueno al menos sabremoslo que le pasa por la cabeza a Jongin hahaha. 

 

GRACIAS POR LEER.


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