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Escorpio por Ariadne

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Escorpio

 

Esa mañana, Atena le había a mandado a llamar.  Pocas veces sucedía eso ya que Milo no era particularmente de sus favoritos.  Demasiados rumores.  Demasiadas habladurías infundadas que aunque sus compañeros habían querido disipar, no había sido posible. Atena estaba cerrada a cualquier discernimiento al respecto.  Igual, después de mucho romperse la cabeza pensando, el mismo Milo había desistido.  Ahora, ella le llamaba.
 Suspiró profundamente, algo molesto por la premura del llamado.  Pero igual, recompuso su túnica que se había salido de lugar, mientras uno de los jóvenes escuderos se encargaba de su cabellera.  Cuántas veces la había peinado ya. Se preguntaba el Escorpión.  Pero le agradaba la sensación.  Era invierno y la brisa de la mañana era un poco fría, y el movimiento constante del cepillo a través de sus cabellos le hacía sentir bien.  Era algo de alguna manera, renovador.  Era como si esos suaves movimientos le dijeran que todo estaría bien.
 Poco rato después, ya se encontraba en camino hacia el Templo de Atena.  Al pasar por las demás casas no pudo evitar sentir escozor.  Todos habían regresado; incluso Camus que parecía no querer verle siquiera.  Acuario huía de él cada que le veía y esa situación había empezado a aburrir a Milo.  No esperaba que todo fuera como antes, pero mucho menos se espera que las cosas estuviesen de esa manera.  Milo se quedó unos cuantos segundos frente a la puerta de Acuario, buscando una y mil razones para quedarse allí, pero no encontró ninguna.
 “Mi Señor Milo, recuerde que te esperan.”
 La voz de Clytus resonó en el lugar.  Su fiel escudero pasaba ahora los días preocupándose de él de una manera que le era muy extraña; parecía como cuidándole de no descarriar su camino.  Escorpio sonrió con tristeza y asintió, permitiéndole al hombre guiarle hacia el Templo de la Diosa.
 No se esperaba ver a todos allí.  Santos de bronce, plata y oro por igual estaban en la reunión a la cual había sido convocado.
 “Vaya, Escorpio, al final te presentas.”
 La voz de Atena era dura; más dura que la que usaba con los demás, pero Milo decidió dejarla pasar por alto.  Clytus se adelantó queriendo decir algo, por lo que Milo lo detuvo, interponiendo su mano y dando el paso.
 “Aquí estoy, Mi Señora, ¿para qué me llamaste?”
 El tono de su voz, la irreverencia en él hicieron a la mujer dar un respingo.  Odiaba que Milo le hablase de esa manera, pero tampoco estaba segura si no lo merecía.  Lo trataba de distinta manera; era  más dura con él que con los demás y ahora…iba a darle una tarea que sabía terminaría por crear una brecha aún más grande entre ellos dos.
 Maldita la hora en que Milo se había atrevido a mostrarle lo equivocada que ella estaba, diciéndole la verdad en su cara.  Maldito el momento, en que Milo se había vuelto su conciencia.
 En la distancia, Camus le miraba con detenimiento, no sabiendo en realidad qué era lo que pasaba por la cabeza de Milo.  Para él, no era fácil regresar al Escorpión como deseaba.  Y sabía que la distancia entre ellos crecía cada día más.  Milo se mostraba impasible ante las órdenes de Atena.  Ni siquiera elevó su ceja izquierda como era su costumbre cuando le fue dicho que Jabu, quien hasta entonces había sido el Santo de Bronce de Unicornio se convertiría en su alumno.  Acuario no podía dejar de pensar en qué sucedería cuando el joven entrara a habitar al Templo.  Ese, era el recinto sagrado de Milo, al que nadie jamás ingresaba.  Ahora habría un intruso allí.
 Milo por su parte había escuchado atentamente a Atena.  Jabu sería su aprendiz, muy bien.  Eso sólo indicaba que ella le quería fuera y lejos del Santuario.  Dado que las cosas entre ellos, no mejoraban y que aún su relación Diosa-Santo no era la mejor, aceptó gustoso.  De esa manera pronto se marcharía del Santuario y su momento de olvidar llegaría.
 El hombre bajó levemente la cabeza ante el joven Unicornio y en lugar de pedirle a  Clytus que lo condujera a su Templo, Milo se dio media vuelta y lo hizo.  Una reverencia ante Atena hecha de mala gana y con un aire a burla cerró la conversación entre ellos.  Ante la mirada atónita de los demás, Milo salió del lugar en silencio, guiando a Jabu hacia el Templo del Escorpión.
 En cuanto Atena terminó de hablarles a los demás y sin pensárselo mucho, Camus salió en busca de Milo, si no estaba mal, de seguro ya habría colgado al Unicornio de las columnas de su Templo y le estaría torturando, pero la verdad fue muy distinta en cuanto entró allí.  Desde afuera, podían escucharse risas y carcajadas en el interior del lugar.  La voz de Milo se alzaba por encima de la de Jabu, quien le escuchaba y comentaba atento.  Camus jamás imaginó ver a Milo de esa manera, con esa alegría tan inusitada que le dejaba a él perplejo.  Desde su regreso y por lo que creía, debido a su rechazo, Milo se había vuelto casi un ermitaño.
 En ese momento Camus supo que la vida de Milo estaba cambiando y que tal vez en un futuro, cuando volvieran a encontrarse, no se reconocerían.  Camus suspiró, apretando sus puños con fuerza, liberando su cosmos libre por toda la casa del Escorpión. 
 Milo salió del lugar molesto y preocupado al mismo tiempo.  No entendía qué podía traerse entre manos Acuario para comportarse así, menos después de su indiferencia de los días anteriores.  Todo le resultaba demasiado extraño, demasiado inapropiado para lo que se venia en su vida.  Milo veía en Jabu, antiguo Santo del Unicornio y futuro Santo de Escorpio, la posibilidad de irse del Santuario.  Aunque cómo enfrentaría ese tipo de vida, era algo de lo que no estaba muy seguro aún.
 Al salir, pareciera como si en lugar de Grecia estuvieran en uno de los polos. La nieve caía copiosamente e incluso el mismo aire olía a hielo.  Milo se quedó mirando a Camus  con una mezcla de impotencia y sorpresa.
 “Qué haces aquí, Camus?” preguntó, su voz casi apagada al ver la expresión en los ojos de Acuario.
 “¡Tu!” gritaba Camus moviendo sus manos, “yo…yo estaba preocupado por ti…por él…” no pudo terminar la frase; aunque al hacer referencia al otro, omitió que Jabu se encontraba en la entrada del templo.
 Escorpio sintió como si Camus estuviera mofándose de él—de nuevo.  Por lo menos así se había sentido en los últimos días—meses ya.  Quiso hablarle, insistirle tal vez así podría entender las motivaciones de Acuario, pero prefirió guardar silencio.  Su cosmos, mezcla de rojo con dorado se expandió por el lugar, fundiéndose con la piedra que le aceptaba gustosa; deseosa de alejar el frió de ella.
 Camus quiso acercarse en ese momento.  Tocarle, abrazarle; olvidar todo lo que había ocurrido hasta el momento; pero solo permitió que fuera su cosmos el que alcanzara el de Milo. 
 “¡No te atrevas!”  Gritó Escorpio furioso, replegándose en sí mismo; girando para enfrentarlo, “¿Qué te crees? ¿Que puedes  hacer conmigo a tu antojo?”  Su cosmos crecía cada vez más, tocando fieramente el de Camus; permitiéndole a Jabu conocerlo.
 Jabu observaba todo desde la entrada del Templo.  Si bien era cierto que nunca se había enfrentado a un Santo Dorado, también lo era que los otros se habían quedado cortos al hablar al respecto.  El cosmos de Camus había sido amenazador en un principio, el de Milo por otro lado era—aterrador y ahora ambos se oponían el uno contra el otro con fuerza y dolor.
 En la distancia, el joven escorpión escuchaba a Milo, adivinando lo que este decía.   El hombre mayor hablaba acerca de haber estado solo, de incertidumbres y le exigía al otro que se marchase.  Su voz sonaba segura e incluso agresiva; a pesar que él casi sabía que Milo estaba quebrándose a pedacitos allí mismo.  Todo ese espectáculo solo le confirmaba que los rumores acerca de ellos dos habían sido ciertos siempre. 
 Finalmente, el cosmos del Escorpión llenó el recinto y Jabu vio como Camus se marchaba del templo, subiendo las escaleras hacia el suyo; altivo e imponente como siempre.  Milo regresó de igual manera al suyo.
 “Clytus, recoge nuestras cosas, partimos de Santuario inmediatamente.”


* * *

 Jabu ya había perdido la cuenta de los meses que llevaba en la Isla de Milos.  Clytus iba y venía entre el Santuario y la Isla, trayendo siempre las últimas novedades del lugar.  Milo le tenía prohibido a su escudero hablar acerca de él o de Jabu.  El reporte del progreso de su aprendiz era entregado y a quien preguntara acerca de los escorpiones, simplemente se le respondía  que gozaban de buena salud.
 Milo había incluso cerrado sus oídos a cualquier comentario acerca de cualquier habitante del Santuario, fuera otro Santo o no.  Sin embargo, la prohibición no abarcaba a Jabu.  Al principio, el joven podía pasarse horas enteras hablando con Clytus sobre los devenires del Sagrado lugar; pero con el tiempo había empezado a resistir la tentación y ahora él mismo se había auto-impuesto el silencio.
 El invierno y la primavera habían cedido ante el calor del verano.  Clytus había partido esa mañana muy temprano a entregar su reporte de ese mes a la Diosa.  El escudero se había marchado antes del amanecer y justo después de haber dejado los alimentos del día preparados.  No regresaría hasta dentro de una semana.  El templo debía ser atendido y ni Milo ni Jabu habían hablado acerca de necesitarle.
 La cabaña en la que vivían estaba situada en una colina cercana a una de las playas de la Isla; escondida entre los árboles que habitaban el lugar.  En la primera planta, podía encontrarse un salón grande que servía para la meditación y en donde una estatua a menor escala de Atena y Niké presidía el lugar.  Un par de pequeños tapetes servían para que Maestro y Aprendiz meditaran ya fuera en compañía o a solas. 
 Había otra habitación que servía como cocina y comedor y una más que era una especie de estudio; en el cual cientos de pergaminos acerca de Grecia, sus dioses y constelaciones tenían lugar.  En la segunda planta estaban las habitaciones; siendo la más grande la del Maestro, Milo en esta época.
 Clytus acababa de marcharse y el hombre se encontraba ahora en el balcón de la habitación, que tenia una vista magnifica al mar.  Milo podía casi oler el agua aún en la distancia, solo necesitaba cerrar sus ojos y respirar profundamente.  Agua, bosque, incluso el aroma a chocolate caliente y recién hecho le llenaban profundamente.  Él continuaba igual, de pie en el lugar, una mano apoyada en el barandal de madera mientras la otra llevaba la taza a sus labios, permitiéndose saborear el dulce líquido.
 Ese día sería libre tanto para Jabu como para Milo.  El Escorpión tenía que reconocer que el ex Unicornio estaba comportándose a la altura  de los entrenamientos.  Soportaba las duras pruebas y las aceptaba; no con resignación, más sí con decisión y entereza.  Eso le agradaba a Milo.  Contrario a todo lo que los demás pensaban, Jabu no era un muñequito endeble e inútil; solo no se le había presentado la oportunidad de probarse ante ellos, ni ante nadie.
 Esa semana sin Clytus les serviría a ambos para bajar el ritmo de los entrenamientos un poco y tal vez para que el se relajara algo.  Necesitaba que su mente dejara de pedirle tanto para así poder dejar de exigirle a su cuerpo.
 Milo estaba extenuado al punto de casi caer en cama.  No media su propio entrenamiento y así, a diario después de terminar con Jabu y le enviaba a casa o a hacer meditación, el mismo se dedicaba a continuar.  No sabía ya cuando había sido la última vez que había comido decentemente ya que frente a los demás comía lo mínimo, o cuando había dormido una hora completa.  Eran ya demasiados meses de todo ese extremo.
 “Te lo encargo, Jabu.” Dijo Clytus, girando a mirar a Jabu, preocupado por su Amo.  El joven asintió, sintiéndose responsable por su maestro; habiendo aprendido a respetarlo a pesar que en un principio solo había acatado las ordenes de Atena por se eso precisamente, ordenes.
 “Ve con bien, Clytus, yo me encargo.”  Respondió el joven palmoteando la espalda del otro.  Girando luego para ver a Milo en la distancia.

*       *       *
  
Ese día, después de haber estado en la playa en la mañana, Jabu salió a caminar por el poblado.  Allí, los pobladores salieron a su paso llenándole de presentes; alimentos, mantas, túnicas, que el joven recibió agradeciendo igual como había visto hacerlo a Milo.  ‘Siempre hay que ser atentos; vivimos por ellos y para ellos, Jabu; no lo olvides’ le decía su maestro cada que salían a hacer el recorrido por el lugar.
Al llegar de nuevo a la cabaña, Jabu se extrañó de no encontrar a Milo ya fuera entrenando en la arboleda cercana o meditando en el salón.  Se dirigió a la cocina, aún cargando los paquetes.  El fuego sagrado de Atena no había sido encendido, lo cual llamó su atención, poniéndolo alerta.
         “Maestro,” llamó luego de dejar las provisiones en su lugar y mientras subía las escaleras hacia la segunda planta.  Su voz volvió a escucharse en el lugar a la vez que su cosmos se esparcía en él reconociendo el recinto, para detenerse en mitad del camino.
         “Tu maestro duerme, deberías hacer silencio para que le permitas descansar.”  La voz de Camus sonó fría a pesar de que parecía sincera.  El hombre caminaba buscando las escaleras; encontrándose a Jabu casi a su altura.
         Acuario venía arreglando sus ropas, lo cual para Jabu no pasó desapercibido.  Milo descansaba, había dicho el otro; pero él no confiaba en  sus palabras.  La misma mañana en que habían sido designados juntos, Jabu fue testigo de los cambios en Milo.  Este había pasado de la calma y animosidad de la conversación que sostenían, a la indiferencia y rabia total por la presencia del otro. 
         Jabu terminó de subir el último escalón, encarando a Camus.  Muchos meses habían pasado en su vida haciendo que ganara un poco de altura, por lo que el otro no lo intimidaba en lo absoluto. 
         “Si mi Maestro descansa, creo entonces que su visita es inapropiada, Maestro Camus; permítame acompañarle a la salida.”  Jabu habló sin mayor emoción en su voz.
Camus le miró enfadado, sin embargo y ante el hecho de que Jabu no había sido descortés, prefirió guardar silencio.  Aunque la molestia y el insulto porque lo echaran de esa manera, del lugar que casi considerara suyo; no se le quitaría fácilmente. 
“No es necesario, conozco el camino.”  Respondió. 
Jabu se quedó inmóvil en donde se encontraba de pie.  Su cosmos empezó a relajarse poco a poco a medida que el otro se alejaba; disipándose en cuanto Camus desapareció.  Caminando lentamente, Jabu buscó el cuarto de su Maestro.  No era noche todavía y Milo se encontraría tal vez profundamente dormido.  Lo había visto desgastarse los últimos meses, así que se imaginó que habría decidido descansar. 
La habitación aún olía a atardecer, algo seca, incluso; mezclado con el aroma que emanaba del propio Escorpión.  El torso de Milo estaba desnudo.  Jabu pudo notarlo ya que la sábana que le cubría, llegaba solo a la cintura.  No había nada en el lugar que delatara algún encuentro íntimo entre los dos Dorados, y eso de alguna manera hizo que Jabu se sintiera aliviado.  Milo se dio vuelta sobre sí mismo, quedando ahora boca abajo en la cama.  Casi se había llevado la sábana entre sus piernas, revelando que en realidad estaba completamente desnudo lo cual no extrañó a Jabu dado el calor del día.
El joven quiso acercarse para cubrirle; y al hacerlo, no pudo evitar el naciente deseo de tocarle.  El cuerpo de Milo se veía bastante atractivo para él; no podía negar que el hombre era muy apuesto y que todo el mundo se desvivía por complacerle.  Sin embargo, esa no era su motivación.  Sentía la necesidad de acariciarle y prodigarle algo que sabía Milo carecía.  Afecto sincero.
Estiró su mano mientras llegaba al borde de la cama.  Casi podía sentir el calor del cuerpo de Milo tocar su mano.  Al momento del contacto, Jabu no supo cómo reaccionar; sólo que su mano siguió moviéndose a lo largo de la espalda y hasta el comienzo del glúteo.  Allí se detuvo.  Quiso continuar el camino que sus dedos acababan de trazar, pero prefirió no hacerlo; apurándose a retirar su mano y a cubrir a Milo como era su intención en un principio.  Pronto se apresuraba a salir de la habitación.
Milo yacía en la cama aún, y al sentir la puerta cerrarse abrió los ojos; quedándose allí sin moverse.  Aún podía sentir el recorrido hecho por la mano de Jabu; el calor que éste le había transmitido y por un segundo, a Milo se le ocurrió pensar cómo sería un momento con el otro.  Sin embargo, desechó la idea.  Jamás utilizaría a Jabu para curarse. 
Cerró los ojos de nuevo y se dejó llevar por el sueño.


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