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Vida en Marte por Breva

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Era demasiado soñador, pero a JiYong le encantaba. Era casi una infinita fuente de inspiración para sus canciones, y para alguno que otro poema cursi que de vez en cuando usaba para obtener buenas notas en Literatura, o para dedicar en los cumple mes con su novio. Aquel ser humano que observaba fascinado…Si lo dijera nadie creería que aquella persona estuviera viajando por Júpiter, y al mismo tiempo le prestara atención a la aburridísima clase de física, nadie lo haría, excepto Ji. De hecho el castaño sabía incluso en cuales planetas andaba, porque hubo un mes en que cada noche, con el telescopio nuevo que le regalaron para navidad a Bae, veían las estrellas, y sobre todo a Júpiter que le intrigaba casi con obsesión, por todas las lunas que tenía, por las lunas y el mar de Ganimedes.

 

— ¿Habrá peces?

Preguntó Ji. Estaban en el balcón del cuarto de YoungBae congelándose con la brisa invernal que les daba en todo el cuerpo sin piedad. Ji temblaba, en vano había traído una manta, y puesto toda la ropa de lana y polar que tenía, el frío parecía atravesarlo todo; sin embargo, no lo odiaba, solo le molestaba lo húmeda que se sentía su nariz entre la bufanda de lana, cada vez que hablaba. Bae por otro lado, estaba demasiado concentrado ajustando las medidas del telescopio, tan concentrado que no le molestaba que se le partieran los labios, que la piel se le secara, y que cada vez que respiraba y hablaba, le saliera una pequeña nube blanca de vapor, menos aún le importaba la humedad que creaba con el calor de su cuerpo que estaba un poco menos cubierto que el de Ji.

— Quizás…

Respondió, sin dejar de mirar por el lente al planeta que lo traía pillado desde hace tres semanas.

— ¿Te imaginas tiburones?

Medio en broma, medio en serio sugirió Ji.

— Tiburones, y ballenas.

Agregó Bae, el castaño siguió con ideas.

— Unos delfines violetas…

— Y por ahí algún alíen nadando con ellos.

La noche se les fue intercambiando tiempos para ver a Júpiter, y en teorías absurdas sobre las clase de criaturas que posiblemente habría en el enorme mar de Ganimedes.

 

No, quién lo iba a creer, si parecía tan concentrado en saber a qué velocidad caía un lápiz a tierra. Engañaba a todos con esa pinta de serio, a todos, excepto a Ji. Justamente era él, cómplice de Bae desde la cuna, quien sabía con exactitud por donde iba en su recorrido interestelar.

 

— ¿Sabías que Venus es como la Tierra?

Enfocó mejor el lente. Venus era el planeta del amor, de qué iba eso de que se pareciera a la Tierra, los griegos quizás le habían metido alguna moraleja a todo eso, pensó Ji, y sin dejar de poner atención al planeta del deseo, siguió escuchando a Bae.

— Es pura roca, pero tiene más gravedad, y un día allá es casi un año acá.

— Es mejor la Diosa.

Dijo Ji, alejándose del telescopio, para cederle el turno al moreno.

— Me quedo con el planeta.

Respondió tomando el largo instrumento y acercándose al lente. Ji se puso a un lado de Bae, siguió mirando a la noche estrellada, no hacía tanto frío, pero de todas maneras, iban cubiertos como si lo hiciera.

— También es tuyo, será nuestro planeta, sin mar, ni peces, ni aliens bañándose con delfines violetas, pero será nuestro.

Agregó Bae, dejando a un lado el telescopio, y mirando a Ji directo a los ojos.

— ¿Cómo…?

— ¿…Va a ser nuestro?

Terminó la pregunta Bae, era un gusto secreto que se daba cuando se permitía completar las frases de Ji, se sentía un poco más cercano al castaño, no conocía a nadie que pudiera hacer algo tan simple como eso, no con él.

— Nadie lo quiere, a todos les gusta la luna. Grande, redonda y brillante. Venus… será nuestra porque sí, porque ya la reclame.

Aclaró eufórico. Ji rio, Venus seria de ellos, y lo primero que haría sería hacer otra leyenda sobre ella, nada de griegos, ni filosofías, ni morelejas, algo simple, que solo entendieran él y el moreno. Ji reía imaginando todo, y Bae era feliz cuando Ji miraba las estrellas.

La noche se les fue planeando en las cosas que tendrían y harían en su planeta una vez que llegaran allá. Tendrían de todo: su propio festival de lunas, harían su propio idioma, con lenguas y dialectos, tendrían mascotas por montones, perros, gatos, erizos, conejos, ovejas, y alguno que otro amigo alienígena que los iría a visitar para conversar sobre la Tierra, y del porqué acabaron en Venus, y de cómo antes de que ellos llegaran, los griegos creían que Venus era una Diosa. La Diosa más deseada del Sistema Solar y por Europa.

 

Un cuarto para las cuatro, media hora para salir de física y de los inútiles dilemas de la gravedad. Ji miró a Bae, y sonrió de medio lado ¡Había hecho el ejercicio! ¡Incluso había terminado las formulas, o lo qué sea que se descifra en física! Por lo que notaba el viaje interestelar iba a llegar a su fin. Última parada: la Luna, la cosa grande, redonda y brillante.

El techo era el mejor lugar para ver la Luna creciente. Recostados sobre y con: almohadas, frazadas, y toda la ropa que les entrara de color azul. De ese color porque Bae tenía la creencia de que quizás la Luna los iba a tomar como agua, y algo dentro de ellos iba a fluir de manera distinta.

— ¿Crees que algún día viviremos allí? No nosotros, pero los que siguen.

— No, ni siquiera los gringos llegaron.

— ¿Bae…?

Ji giró su cabeza hacia la derecha, miró el perfil de su mejor amigo con aquella luz de otro mundo. Sus labios, su nariz, sus pestañas todo se veía más bonito, ni idea de cuánto tiempo se quedó así, pero ya el moreno se había volteado a verlo con sus profundos y cálidos ojos, esos que hacían un desastre con los nervios de Ji. El castaño se cubrió con las mantas hasta la nariz. Bae estaba en la Luna, y Ji estaba en la Tierra ahogándose en el calor que su cuerpo desprendía. Bae susurró sin dejar de mirarlo: A todos les gusta, son unos románticos.

— Como tú.

Respondió por inercia Ji. Bae se acercó más, casi rozando los labios de su cómplice estelar.

— Y tú, pero no le daría a nadie la luna, tiene volcanes.

— ¿Y qué?

— Bueno, aparte debe estar toda tomada con tanta gente regalándola. Es la putita del espacio.

Aclaró Bae apoyando su cabeza en el hombro derecho del castaño, Ji retuvo un suspiro, cerró los ojos, mordió sus labios, e hizo puños de sus manos, sus brazos por instinto estaban rígidos a un lado de su cuerpo. Cuando sus latidos se fueron calmando un poco, abrió los ojos, la Luna parecía más brillante, más grande, no tan redonda, y su mejilla de un instante a otro había sido expuesta al frío, a las estrellas, y a los tibios labios de Bae, quien sonreía entre el beso.

 

Cuatro y cuarto. El viejo profe de física estaba tan entusiasmado que no les dejó tarea, ni trabajos grupales, incluso acabó la clase a la hora, seguramente creía, como viejo ingenuo, que la próxima vez iba a ser igual.

Ji rápidamente metió todo en su mochila, fue dos puestos adelante, en la fila del medio, donde se sentaba Bae, los habían cambiado de puesto el primer día, porque no paraban la lengua. El moreno cuando lo vio, le sonrió, cerrando tanto los ojos, que apenas se le hacía posible ver a Ji. Daba lo mismo, a Ji le encantaba esa sonrisa que era como el Sol, y a Bae le encantaba ver el rojo de Ji en sus redondas mejillas, le recordaba a Marte.

— ¿Nos vamos caminando?

Dijo Ji, en tanto ayudaba a Bae con los lápices que tenía esparcidos por el banco por hacer una y otra vez los ejercicios de física.

— Bueno.

Respondió feliz Bae. Los lápices los echaron al bolsillo grande de la mochila, de ahí no salían hasta mañana. Se fueron de la sala vacía, y que tenía un aire pesado por la larga jornada; en el pasillo ya iban tirando bromas sobre las tetas del profe de deportes, después de cruzar el portón negro del colegio estaban muertos de la risa, pero ya ni se acordaban del porqué. A Ji se le ocurrió sacar la bandana negra que Bae llevaba colgado en uno de los tirantes de la mochila, y salió corriendo sin parar de reír. Bae lo siguió, no lo alcanzó, porque le gustaba escuchar la risa de Ji, porque su pelo al viento se le hacía bonito, pero sobre todo porque en ningún otro lugar existía un Ji como él, aunque ciertamente se le hacía se otro planeta.

— ¿Seguimos con la Luna hoy?

Alzó la voz el castaño apoyándose de un árbol viejo cualquiera, que estaba en medio del parque del vecindario, trató de recuperar la respiración, mientras se secaba el sudor con la parte posterior de su mano, Bae en tanto se acercaba a paso lento, miró con ternura a Ji, aunque fue discreto para que no sospechara. Lo primero que hizo cerca de él fue arrebatarle la bandana de entre los dedos. Ji no hizo nada más que soltar una risa floja, luego se sentó en el pasto que rodeaba todo el árbol, Bae le siguió.

— No, quiero saber si hay vida en Marte.

— ¿Por? Todavía faltan cosas con la Luna.

— El lado oscuro se ve mejor cuando está en creciente, y faltan dos semanas.

Ji cansado, se apoyó en el hombro izquierdo de Bae, con unos resoplidos despejó su rostro de los cabellos castaños que caían sobre sus ojos.

— ¿Qué hay de bueno en Marte? Es seco, y hay robots, es como el Sahara con las cámaras de National Geographic.

Se quejó Ji, la Luna había hecho efecto, y algo dentro de él había fluido de manera diferente, quería volver a sentirse así, no quería ver al planeta rojo, no ahora que su conexión con el satélite comenzaba a afianzarse.

— Solo… — dijo Bae cerrando los ojos, y recreando su fantasía — Creo que sería como de película escuchar a David Bowie, y buscar vida en Marte.

— ¿Te crees Jim Jarmusch?

Ambos sonrieron. Jim Jarmusch se había convertido en su director de filmes independientes favorito luego de ver que la mayoría de ellos, los protagonistas eran unos perdedores, unos enojones, unos simpáticos ineptos, unos aventureros solitarios. A Bae le había llegado especialmente al corazón “Extraños en el paraíso” en donde todo parece ir lento, y sin embrago, todas las cosas ocurren al mismo tiempo, ver como se desperdiciaba la juventud, como la ilusión era una palabra más, y como los sueños quedan en lista de espera. Bae la encontró particularmente bella, porque reflejaba todo aquello a lo que le temía, a la vida misma.

— Puede ser. Haríamos “Extraños en Marte” los robots nos dirían “– ¡No hables terricoliano, habla en binario!”

Respondió Bae, sin dejar de lado su visión de las cosas, porque así tenía que responder uno con sus propias ideas.

— ¿Terricoliano?

Se burló Ji, Bae rio.

— Sí.

Ji tomó la mano de Bae entre las suyas, sin sacar su cabeza del hombro del moreno. Dejó que el calor de ese contacto le llegara al corazón. Era cierto, estar al lado de su amigo, un viajero interestelar frustrado, le ponía de nervios, hacía que su corazón palpitara un poco más rápido de lo normal, hacía que sus ojos fueran brillantes como la luna creciente, o una noche de cielo limpio, era cierto, Bae le hacía ver otros planetas incluso cuando no lo tenía a su lado respirando tranquilamente sobre su cabello.

El celular de Ji vibrando, los bajo de su nube de polvo espacial. Se miraron, lentamente se levantaron, tomaron sus mochilas, y fueron al paradero que era el punto de encuentro de Ji y su novio, según el mensaje que le había llegado al castaño.

— ¡Nos vemos!

Gritó Bae mientras corría a tomar el bus tres paraderos atrás. Ji sonrió, y alzó la mano para despedirse cuando recordó que no habían acordado a la hora en la que se juntarían a ver Marte. Bae de alguna forma lo supo, de alguna forma siempre sabía lo que Ji necesitaba.

— ¡A la hora de siempre!

 

Tomado de la mano de su novio Ji miraba al cielo despejado fascinado. No alcanzaba a escuchar nada, no podía, estaba lejos de allí. Sonreía como bobo, su novio por supuesto se tragaba la idea de que era por él, porque Ji estaba loco por él, y seguramente lo estaba, pero no más que por el Sol que guiaba sus días. No pasó mucho para que Ji tropezara, y sus mejillas, según su acompañante, se tiñeran rojas como la manzana que le cayó a Newton cientos de años atrás.

— ¿En dónde tienes la cabeza?

Dijo en broma el novio de Ji, sosteniéndolo del brazo evitando que se estrellara contra el pavimento caliente.

— En Marte

— Tus pies están en la Tierra.

Siguió bromeando el chico, Ji había tomado su mano, no veía estrellas, pero sus pasos eran firmes.

— Lo sé.

Por supuesto que lo sabía, aunque no estaba completamente seguro. Su mejor amigo y compañero interestelar, le había hecho dudar, cómo era posible tener la cabeza en el espacio, pero los pies pegados a la Tierra… o quizás… lo engañaba, quizás Bae siempre tuvo los pies en Venus.


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