El frio helaba mis manos, el vapor que salía por mi boca era impresionante, jamás había sentido sensación igual, la atmosfera a mi alrededor no era de gran ayuda; un bosque, si es que se puede llamar así, compuesto únicamente por árboles totalmente secos, totalmente estéril, recubierto por una espesa neblina que cubre el horizonte, en el que reina un silencio sepulcral, el cual, únicamente es interrumpido por el lento galopar de mi caballo.
- ¿Cómo demonios termine en esta situación?
La pregunta escapó de mis labios sin que me diera cuenta, era más como un reclamo, pues para mí era claro porque estaba aquí, después de todo, la fama que cargo sobre mis hombros me respalda. De entre mis pertenencias, tomo nuevamente el pergamino amarillento que me fue entregado hace apenas unas horas, y lo leo nuevamente, recordando lo que había pasado….
………………………….
-Sir Patrick Mc Sand, he ordenado que lo trajeran ante mi presencia porque usted ha sido elegido de entre todos los caza recompensas, bandidos y aventureros como el más apto para la tarea que le voy a encomendar-
-¡Vaya!, muchas gracias su excelencia por su consideración, es todo un honor que Su Majestad me compare con los seres más despreciables que puedan existir en al tierra- dije estas palabras en un tono sarcástico al mismo tiempo que hacia una pomposa reverencia hacia el sujeto que estaba parado frente a mí. ¿Desde cuándo a un asesino reconocido un rey le daba un trato de caballero de la corte?
-Es justo por eso, porque usted es el ser más despreciable de esta tierra que lo he llamado. No sea tan osado Sir Patrick, no olvide ante quien esta y con quien habla, yo soy el Rey Jonh II, soberano de estas tierras, promotor de la justicia, constructor de la paz, el que….-
-Nos tiene en un estado de miseria a todos, el que le quita hasta la última moneda a la pobre viuda que no tiene que comer, el que protege únicamente a aquellas personas que le puedan servir a sus intereses personales- la verdad dije todo eso sin pensar, si hay algo que no soporto es a personas arrogantes que creen que son la encarnación de la bondad pero en realidad son todo lo contrario.
- Es la última vez que tolero su insolencia, si no me fuera necesario ya habría mandado cortar su cabeza debido a sus palabras, pero bueno, no lo he traído hasta aquí para tener que justificarme ante Usted. Sepa, si no es ya de su conocimiento, que no solo en mi reino, sino en los reinos vecinos también, anda suelto un asesino, y no uno cualquiera, éste se ha especializado en asesinar a monjes, a los cuales embosca cuando estos salen a hacer sus actividades a los pueblos.
-¿y que tengo yo que ver con eso?- respondí- ¿qué mal o bien se le va a causar al mundo si desaparecen unos cuantos monjes?, finalmente entre ellos y la basura casi no hay ninguna diferencia.-
Después de haber pronunciado estas palabras, lo siguiente que sentí fue el frio piso de la sala del trono en mi rostro, ya que uno de los guardias del rey rápidamente se había acercado a mí y tomándome de la cabeza me había lanzado contra el suelo, para después subirse encima mío mientras me sujetaba de ambos brazos por la espalda.
-¡no te atrevas a insultar a la Santa Madre Iglesia! ¡Ella es la Madre y Maestra que guía al mundo!- dijo ese guardia chillando como un mono amaestrado.
-Si como no- pensé-
- Basta, basta- dijo el Rey con gentil aplomo dirigiéndose hacia el guardia - no seas descortés con nuestro invitado- y con una sonrisa hipócrita añadió – ya sabes que en mi corte es permitido todo tipo de opiniones-
-Pero mi Señor…..-
-Ya te dije que lo sueltes, al fin y al cabo, por las palabras que dijo nuestro virtuoso amigo, en esta tarea encontrará su justo castigo.-
El guardia se levantó de encima de mí, y poco a poco me puse de pie, un tanto intrigado por las últimas palabras que el rey había pronunciado.
-Bien, dígame de una vez que es lo que yo tengo que ver con el asunto del asesino- le dije al Rey un tanto desconcertado por la situación.
-Como le decía Sir Patrick, hay un asesino de monjes que ha estado acechando por mis dominios y los reinos vecinos, esta situación, a mi manera de pensar, hubiera pasado sin tener que mover ni un dedo, pues seguramente se trataría de
un vulgar ladrón, sin embargo, los cuerpos que se han hallado no muestran signos de robo, las pertenencias que llevaban los pobres monjes al momento de su muerte siempre aparecen intactas, por lo que debe haber otro motivo para llevar a cabo tan atroces crímenes, como ya le dije, yo tengo otras tantas ocupaciones que atender, y no me hubiera preocupado más sobre este asunto, sin embargo, las quejas de los superiores de los monjes asesinados llegaron hasta los oídos de la más alta jerarquía de la Iglesia, la cual está muy molesta y exige una solución de mí, porque en mi territorio se han llevado a cabo el mayor número de asesinatos, y a la manera de razonar de la jerarquía, el asesino vive en mi reino, por lo tanto, yo debo de encargarme de detenerlo y hacer lo pertinente con él.-
-¿lo pertinente? Más bien quiere decir, que Usted va a ejecutarlo-
-Así es, ya que de lo contrario, la cabeza que rodara será la mía-
- Pues sigo sin entender que tiene que ver su problema conmigo-
- Que tú te encargaras de cazar a ese asesino por mí y traerlo hasta mis pies-
-¿Y porque debería de hacerlo?- le dije- sus problemas no son los míos.-
El Rey, borrando de repente la sonrisa fingida que hasta ese momento tenía, se me acercó, me tomo por el cuello de mi camisa y me miro con sus ojos inyectados de ira, mientras me decía con una voz tétrica - entiende esto de una vez, tu trabajo aquí será ir en busca de ese asesino y traérmelo, a cambio recibirás la mejor paga que te han hecho: no te matare, y aún más, te daré un pago extra: no matare a tu madre a la cual hasta ahora te habías empeñado en esconder del mundo- acto seguido me empujo y caí de espaldas nuevamente en el suelo.
Esta vez, aunque no había nadie encima de mí, me consto más trabajo recomponerme y ponerme de pie, tratando al mismo tiempo de disimular las emociones que se habían movido en mi interior.
Desde temprana edad tuve muchas carencias económicas en mi hogar, comencé a hurtar los productos de los mercaderes en las plazas, posteriormente me dedique a robar a los viajeros y finalmente, con el paso de los años, me dedique a “desaparecer” a todas aquellas personas que fueran lo suficientemente indeseables para que alguien más pagara por su desaparición.
A pesar de lo que las apariencias daban a entender a la gente, detestaba en gran medida la vida que llevaba, ¿Quién demonios quería una vida así por diversión? Yo no, no asesinaba por diversión, o por obtener grandes riquezas, sino para proteger a la persona que más quiero en este mundo, mi madre. Ella, que era ciega, nunca pudo trabajar, yo nunca tuve padre, pues abandono a mi madre aun antes de que yo naciera; jamás pude ir a la escuela, pues al no tener dinero, era impensable que estudiara en una abadía o en las grandes catedrales, y sin estudios, lo único que me quedaba en este mundo era mendigar, pero yo sabía que era mejor que eso, yo no estaba echo para mendigar, por lo que, poco a poco fui avanzando en mi carrera criminal, para que así mi madre y yo pudiéramos sobrevivir en este mundo tan cruel.
Por supuesto, muy pronto comprendí que debía mantener oculta a mi madre, pues los enemigos que con los años me fui creando, muy seguramente estaban buscando un punto débil en el cual atacarme para destruirme, y que en una ocasión uno de ellos estuvo a punto de lograrlo, por lo cual, tan pronto como pude, la oculte con una mujer que vivía en un pueblo muy remoto, la cual, a cambio de la pequeña fortuna que le pagaba, se encargaba de cuidar de mí ya anciana madre, a quien creía hasta ahora oculta para los ojos del mundo.
-Jajajaja- rio el rey estrepitosamente y su sonrisa hipócrita volvió a su cara- por la apariencia de tu rostro, veo que ahora yo te he sorprendido, ¿acaso no sabes que no hay nada oculto para mí? Entonces ¿Qué me dices? Tú haces este trabajo para mí, y yo cumplo con mi palabra, porque de lo contrario, no solo yo iré al infierno, sino me encargare de que tú y tu madre se vayan conmigo.
No tenía otra opción, muy a mi pesar, debía hacer lo que me pedía, pero fiel a mi estilo, le respondí de la mejor forma posible que se me ocurrió- está bien, Su Majestad, acepto la tarea, pero no se apresure a realizar conclusiones, porque en verdad sí que Usted ira solo al infierno, y muy pronto. Deme los detalles de mi misión.-