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Fuegos Artificiales por de Lioncourt

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 1923

La puerta se estrello contra la pared, haciendo que Steve diera un bote desde su lugar en la alfombra. Sarah también se sobresaltó, asomando la mitad de su cuerpo por la puerta de la cocina. Bucky había entrado, jadeando, con la respiración agitada como si hubiera estado corriendo un maratón, como seguramente lo había hecho, corriendo escaleras arriba, donde su mejor amigo, Steve, jugaba con los nuevos soldados de plástico, que su madre le había obsequiado aquel día, por su quinto cumpleaños.

 

Bucky no había aparecido en todo el día. Siempre pasaban cada minuto jugando, en su departamento; pero aquel día había sido la excepción.

 

Steve no había asistido a la escuela, no sólo porque fuera su cumpleaños, sino porque la fiebre había sido demasiado alta. Usualmente Bucky hubiera estrellado la puerta, tal como lo había hecho, al mediodía, para rondar alrededor de la cama del rubio, cubierto de mantas y pareciendo aún más pequeño a la mitad del colchón de su madre; sólo para terminar dormido a su lado, abrazándolo, mientras temblaba de frio, y sacudía por igual el cuerpo del castaño.

 

Sarah le había dicho a Steve, que Bucky no había olvidado su cumpleaños. ¿Cómo podría? Sólo se le había hecho tarde.

 

Steve había nombrado a su soldado favorito: Sargento Barnes.

 

 

 

Y tal como le había dicho, Bucky había llegado, como un pequeño remolino, tratando de levantar a Steve, mientras le lanzaba abrigos y balbuceaba abruptamente.

 

 

 

- ¡Vamos, Stevie! ¡Rápido! No tenemos mucho tiempo - comenzó a colocarle los abrigos, forzadamente, al rubio, que trataba en vano de abotonarse uno tras otro. Finalmente, enredo una larga bufanda alrededor de su cara y coloco una vieja boina del Sr. Rogers sobre su dorado cabello.

 

- ¿Adónde van con tanta prisa? - Pregunto Sarah, aún preocupada por la, ya mínima, fiebre del rubio.

 

- Vamos a la azotea. Por el regalo de Steve - anunció el castaño, que se detuvo un momento y se giró hacia la Sra. Rogers, con sus grandes ojos azules y un pequeño puchero que apenas se formaba - ¿podemos ir a la azotea, verdad? Él no esta tan caliente - dijo, colocando torpemente su mano sobre la frente del rubio, y volviendo a mirarla. Sarah no pudo resistirse a aquel pequeño castaño de preciosa sonrisa.

 

- Esta bien, pueden ir. Pero solo cinco minutos. Deben volver para cuando la tarta este lista - Bucky tomó del brazo a Steve y comenzó a halarlo, ansiosamente.

 

- ¡Rápido, Steve! - ambos niños corrieron hacia la azotea, aunque Steve seguía tropezando por el largo de los suéteres que llevaba puestos. Cuando llegaron a la azotea, el primer fuego artificial estalló en el cielo, con un destello rojo brillante, seguido de muchos más. Steve y Bucky levantaron sus rostros para admirar el espectáculo.

 

- ¿Lo vez, Steve? ¿Te gusta? ¡Es tu regalo de cumpleaños! - Vocifero con una enorme sonrisa. El rubio le miro extrañado.

 

- ¿Para mí?... ¿Cómo?

 

- Trabaje todo el día. Estuve en el taller de O'Reilly, recogiendo chatarra. Tenía fuegos artificiales ahí, y prometió detonarlos solo por tu cumpleaños. ¿Te gustan?

 

- … Me encantan - respondió el rubio, con una sonrisa tan brillante y dulce como aquella en 1923.

 

- ¿No creíste que lo olvidaría, cierto? -Susurro, Bucky a su oído, mientras lo abrazaba en el balcón de su departamento.

 

Una cantarina risa escapó de la garganta del rubio.

 

- ¿Y a quién le pagaste esta vez? O'Reilly murió hace 70 años.

 

- Al Presidente de Norteamérica - declaró, el castaño, encogiéndose de hombros, para luego besar aquella sonrisa - ¡Felices 97! 


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