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Buscando a papá por Jesica Black

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Parte II de III

 

                Soñó con sus besos, con su mirada, soñó con las manos deslizándose por su cuerpo mientras la boca, hambrienta, devoraba sus labios. Soñó sus ojos repasando cada centímetro de su piel para grabársela en la mente durante sus noches más solitarias, soñó como le abría las piernas y hacía ingresar los dedos lentamente; como le calmaba la ansiedad con sus besos, como acariciaba las nalgas mientras entraba haciendo un mensaje hacia adentro. Soñó el deslizar del viril miembro desnudo por su cavidad y el movimiento contra su trasero, preciso, recto, firme. El vibrar de su cuerpo y la sensación de dureza, sus manos pasando por el cuerpo ajeno, el pecho tallado y deslizándose hacia el rostro para acercarlo más. Sus piernas en los hombros ajenos y las miradas cruzadas. Él debía medir al menos diez centímetros menos, es mucho aunque no tanto dado que era el más alto de su clase.
Sacó su lengua para lamer la de su compañero y en su sueño, lograba llegar al éxtasis como lo había hecho cinco años antes. Los golpes en las caderas como en ese entonces le hicieron gemir suavemente entre sueños, la imagen de aquel muchacho ahora tenía forma desde que había visto el perfil de facebook. ¿Realmente importaba que tuviera mujer e hijos? Él no pidió tener un hijo de ese hombre, simplemente vino y no lo puede negar, es su hijo también.

–¡Mami, mami! –la voz infantil de Sebastián lo despertó y abrió sus ojos para ver al nene parado justo al lado del sillón, se asustó al saber que había quedado dormido pero al notar a Krest detrás, se relajó completamente–. El abu hizo pastel.

–Agh, gracias mamá –se levanta mientras toca su cabeza, Krest acaricia los cabellos de su nieto.

–Ve con el abuelo, él tiene galletas.

–¡Sí! –salió corriendo hacia la cocina, Krest se quedó asolas con su hijo.

–Llamó tu hermano.

–¿Camus? –Preguntó acomodándose el cabello–. ¿Qué pasó?

–Nada, dice que probablemente vuelvas aquí para vacaciones –suspiró–. Se escuchaba muy extraño del otro lado.

–¿Extraño? ¿Crees que le pase algo? –se levanta y acomoda su ropa para ir directamente a la mesa y buscar su teléfono, revisando los mensajes.

–No lo sé, tú sabes que nunca me cayó mucho la idea que se vaya a Grecia a estudiar, tú estudiaste aquí y tienes un buen nivel de….–se detuvo cuando vio que su hijo palidecía–. ¿Qué pasó?

–Me contestó.

–¿Quién? –pero no respondió, Dégel abandonó la habitación con el celular, Krest quedó aturdido y volvió a la cocina para ver como su marido se encontraba jugando con su nieto, ambos bastante felices.

 

Dégel no espero ni medio instante para copiar el número de su ventana de chat y marcarlo en el teléfono móvil. Se quedó unos minutos mordiéndose el labio, nervioso, frustrado y con temblores en las manos, sudaba frío y se sentía una extraña sensación de tensión corporal. Del otro lado, el hombre estaba entrando al auto con un montón de paquetes y escuchó el teléfono sonar. Tiró todo en el asiento trasero y observó un número desconocido con un código de área inusual, aun así lo atendió.

–¿Hola? –Preguntó, del otro lado hubo silencio, sólo se escuchaba la respiración–. ¿Hola? Si no me vas a hablar colgaré….

–¡Hola! –la voz de Dégel sonaba temblorosa, infantil, pero Kardia no podía reconocerla–. Yo….tú probablemente no me recuerdes….soy Dégel Verseau.

–Aaaah… –ese extraño suspiro del otro lado le dio la indicación a Dégel que su llamada no era bien recibida–. Ya veo.

–Escucha, traté de ser lo más…..ehm….breve posible –hizo una pausa–. No quiero meterte en problemas con tu familia….por lo que pasó hace tiempo, pero yo…..yo necesito verte.

–Escucha Dégel –cerró la puerta del auto y tomó las llaves–. No puedo hablar ahora contigo, estoy por irme a mi casa….así que….

–¡Espera! Sólo….necesito que nos encontremos….allí te explicaré todo.

–No Dégel, quiero cortar ésto ahora, está bien que te pasé el teléfono, fue involuntario mío….pero, yo arriesgué mucho esa noche….y no quiero verte.

–¡¿Pero ni siquiera me vas a dejar hablar?! –Dégel parecía obsesionado o al menos eso creyó Kardia del otro lado.

–Ya tengo cuarenta años, Dégel, no vale la pena que sigamos hablando, yo tengo a mi familia y todo está terminado… ¿de acuerdo? –Prende el automóvil–. Me gustaría que ésto no hubiera pasado….

–¡Puedes siquiera escucharme un momento! –Dégel golpeó su escritorio, lo que hizo que su hijo que se encontraba en la cocina se alertara y fuera a ver qué pasaba–. Necesito hablar contigo pero no puedo hacerlo detrás de un teléfono.

–No necesitas aclarar nada….

–¡Sí necesito hablarte!

–Dégel, basta…. –bufó molesto–. Escucha, no me creo capaz de resistirme si te vuelvo a ver, aun estas impreso en mi piel como si hubiera sido ayer, por eso, por amor de dios, no me vuelvas a llamar ¿ok?

–¡Espera! ¿Qué? Kardia…–siente el tono del otro lado y gruñe, toma mejor el teléfono y vuelve a marcar, esta vez tardaron más en contestarle–. ¡Soy yo!

–Te dije que dejes de llamarme, estoy en un auto y no puedo…

–¡Déjame hablar a mí! –le interrumpió–. Hasta ahora fue todo, tú, tú, tú….tu familia, tus hijos, tu vida….pero yo también he padecido todo ésto y necesito hablarlo contigo.

–¡No tenemos nada que hablar! Fue sólo sexo de una noche –frena en luz roja–. Sólo fue sexo, ardiente, delicioso, pero sexo al fin….yo ya no quiero nada contigo.

–¡Eres un maldito bastardo Kardia y lo peor es que ni siquiera me dejas hablar! Quiero decirte algo y necesito decírtelo de frente, no lo hago por mí, si fuera por mí te mandaría a la mierda por hijo de puta….

–¿Acaso me pediste el teléfono para insultarme? –Gruñó apretando el volante–. ¿Tú fuiste el que me abriste las piernas y soy yo el hijo de puta?

–¿Qué? ¿De qué estás hablando?

–Mira, no tengo tiempo para desperdiciarlo en ti, así que adiós…

–¡ESPERA! Te dije que necesito decirte algo maldita mierda….

–Dímelo entonces…

–No puedo por teléfono –susurró nostálgico, menguando la voz.

–Entonces chau…

–No….espera….–giró un poco y vio que su hijo se asomaba por la puerta–. Escucha….yo….

–¿Hm? ¿Me lo vas a decir? –preguntó mientras giraba el auto hacia la derecha.

–Yo…..quedé embarazado ese día….–sintió el freno del otro lado y un silencio abrumador–. Yo…tengo un hijo tuyo….

 

El silencio duró tanto que se escuchaba las bocinas de fondo, Kardia al fin pudo reaccionar y miró el celular con desagrado ¿qué acababan de decirle? ¿Qué fue padre? ¿Qué tenía un hijo extramatrimonial? ¿Qué era lo que le estaba diciendo ese chico? Apretó fuertemente sus parpados  y suspiró.

Dégel del otro lado aguardaba una contestación, pero lo que recibió fue aun peor que el rechazo, le ignoró completamente y cortó la llamada. La mirada verdosa del mayor de los Verseau nunca estuvo tan llena de resentimiento y odio hacia alguien, mucho menos cuando ese alguien le había provocado sentimientos tan bonitos hacía menos de cinco años.
Colgó y casi tiró el celular contra la pared de no ser por la cama que amortiguo la caída cuando lo lanzó por el aire.

–¡Ese hijo de puta! –gruñe más para sí que para él mientras camina de un lado al otro. Mordió su labio hasta el punto de hacerlo sangrar–. ¿Qué haré? –se preguntó a si mismo mientras se detenía unos minutos y luego continuaba con sus larga caminada de su cama al escritorio.

–¿Qué pasa? ¿Qué fueron esos gritos? –Krest entró junto a su marido, quien tomó al pequeño de cuatro años en brazos para alzarlo y observaba a su querido hijo.

–Nada, una “afectuosa” conversación con…..–se acerca y tapa los oídos de Sebastián disimuladamente–. El papá de mi hijo….–se los destapa.

–¿Qué? ¿Conseguiste su número?

–Sí, pero parece que no tiene la más remota ganas de vernos –toma a Sebastián por los bracitos  y lo alza contra su pecho.

–¿Y qué harás? –esta vez fue Aeneas quien le cuestionó, cruzando los brazos.

–¡Iré a Grecia! –dejó a su hijo en la cama y comenzó a recorrer todo su cuarto en busca de ropa.

 

Dégel compartía el cuarto con Sebastián, tenía una cama infantil aparte donde dormía su hijo justo a un costado de la puerta, mientras que él dormía en la cama de siempre. Abrió su armario y sacó de él dos pequeñas valijas, Aeneas y Krest se observaron para luego intentar detener a Dégel en su ataque de rabia, no por nada ellos entendían lo que padeció su hijo en cada minuto de su embarazo y sobre todo, en cada día que cumplía su hijo.

–Debes calmarte Dégel, además ¿dónde irás? –Krest parecía realmente preocupado.

–¡Con Camus!

–Camus está estudiando allá –habló Aeneas observando como Dégel empacaba rápidamente–. Además ¿cómo irás hasta allá?

–Compraré un pasaje con mi dinero.

–¿Y qué harás, Dégel? –esta vez la voz de Krest parecía más seria–. Por lo que veo planeas llevar a Sebas porque empacas su ropa, ¿qué harás en Grecia con un nene de cuatro años? ¡Piensa, Dégel, piensa! No te críe para que seas un sentimental.

–Tiene razón tu madre, lo mejor es que te serenes….y….–el muchacho voltea para ver a sus padres con seriedad.

–Ustedes no entienden lo que yo viví ¿verdad? El hombre al que me entregué me insultó, me acaba de decir cosas horribles y luego cuando le conté sobre….–mira a Sebastián que lo veía–. “Ese asunto” me colgó.

–¿A qué te refieres con que te colgó?

–¡Que me colgó, mamá, me colgó! –gritó enojado, sus ojos llorosos comenzaban a expandir saladas lágrimas mientras hablaba, Krest se dio cuenta en ese momento el dolor de su hijo, del alma de su hijo y le abrazó con anhelo.

–Tranquilo amor, ya todo pasó, tienes un hijo maravilloso.

–Pero justamente por él quise encontrar a Kardia –susurra para que el niño que jugaba con su abuelo no escuchara–. Kardia no quiere a Sebas, no lo quiere….

–Tranquilo, no sabes si no lo quiere.

–¡Lo rechazó totalmente!

–No lo rechazó, solamente colgó, pudo haber pasado muchas cosas para que colgara….–suspiró, sabía que le estaba mintiendo a su hijo, pero era mejor que la cruda realidad.

–Tú sabes que eso no es cierto.

–Mejor olvídate de todo esto Dégel –el joven escapó de su abrazo–. ¡Dégel!

–Déjalo Krest –habló esta vez Aeneas dejando al pequeño Sebastián en la cama–. Si Dégel quiere ir a Grecia y encarar al tipo ese, que así sea.

–Pero Aeneas, no puedes simplemente dejar que tu hijo vaya a un país a buscar a un hombre que lo rechazó por teléfono, es mejor que se quede aquí…

–¿Tú hubieras querido que Dégel no me conociera ni me tuviera cerca si otra hubiera sido la historia entre nosotros? –Krest pensó, entonces aceptó que dejar ir a su hijo era la mejor opción, su nieto necesitaba conocer a su otro padre.

 

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Casa de los Verseau en Grecia.

 

Cerca de Atenas, Camus Verseau vivía con sus tíos Aspros y Deuteros. Camus era bastante dedicado a los estudios, su novio Milo era todo un fracaso y muchas veces tenía que ayudarlo. Dégel llegó con su hijo a eso de las dos de la tarde. Dejó las maletas en la puerta y con la mano libre (con la que no sostenía a su hijo de cuatro años) tocó el timbre para ser recibido.

Dégel sonrió cuando le abrieron la puerta en ese instante y observó a su tío, el cual tenía un color más lechoso en su piel que el otro, éste le sonrió y  observó al pequeño en brazos de su sobrino, inmediatamente los hizo entrar a los dos para que no tomaran frío. El invierno en Grecia era helante, mientras que los veranos calurosos.

–Hace tanto tiempo no te vemos, Dégel –habló Aspros mientras lo acompañaba hasta el living donde Deuteros estaba mirando la televisión, al notar a sus invitados inmediatamente se incorpora–. Desde que nació el pequeñito no te hemos visto, mira que grande está.

–¡Dégel! –Deuteros se acercó y le abrazó como a un hijo, el pequeño se quejó un poco pero también fue abrazado con afecto–. ¡Mira que grande está el mocoso!

–¿Cómo están tíos? Espero que no les moleste mi intromisión.

–¡Para nada hijo, para nada! Ésta es tu casa –le señaló el sillón y el peliverde se sentó con su hijo en su regazo–. Y cuéntanos ¿cómo está tu padre? –Aspros y Deuteros eran los hermanos menores de Aeneas, eran muy parecidos a él salvo por una que otra característica facial que los diferenciaba, pero si no fuera por ello los tres serían trillizos.

–Papá está bien, trabaja todo el tiempo.

–¿Y tu mamá? –preguntó el otro hermano, Dégel sonrió, sus tíos eran muy felices por la unión de sus padres y eso era bueno.

–También….por cierto ¿Camus?

–En su cuarto…..estuvo todo el día caminando de aquí para allá y hablando por celular con su novio, no nos quiere decir que es lo que le pasa.

–Yo se lo sacaré, ¿pueden cuidar a Sebastián un momento? –ambos gemelos asistieron para empezar a sacar juguetes de dios sabe dónde y jugar con el pequeño.

Dégel partió a la habitación de Camus, la cual se estaba al final del pasillo, al abrir la puerta notó que el muchacho se encontraba con algo en las manos, observando con detenimiento. No parecía haberse dado cuenta que Dégel le miraba, por lo que éste entró cautelosamente y se sentó en el escritorio. Para cuando Camus levantó la vista, ya llevaba un buen rato allí y se estaba cansando.

–¡Dégel! ¿Qué haces aquí? –Tiró el objeto al piso y se abrazó a su hermano que no había visto en meses–. ¿Y Sebas? ¿Lo trajiste?

–Sí, está con los tíos….pero quería saber cómo estabas….

–Bi-bien….

–No me mientas Camus….–le acaricia los cabellos rojizos.

–En serio, estoy bien –se agacha para levantar el objeto e intenta metérselo lo más rápido posible en el bolsillo pero Dégel se lo arrebata, dejando al menor pálido como un fantasma.

–¿Test de embarazo? –Gira su vista al adolescente que muerde suavemente sus labios–. ¿Acaso tienes duda de algo?

–No dudo, estoy cien por ciento seguro…..–se pasa la mano por la cabeza tirando su flequillo hacia atrás–. Le comenté a Milo hace unas semanas y estamos viendo que hacemos.

–Tenerlo, supongo.

–¿Estás bromeando? ¡Tengo quince años! ¡No puedo tener un bebé a los quince años! –Camus parecía sacado, pero Dégel inmediatamente le puso una mano en la cabeza.

–Oye, oye, yo tuve a mi hijo a los quince, mamá me tuvo a mí a los quince….no creo que sea tan malo, salimos tres generaciones de allí.

–No quiero ésto….Dégel, no me siento listo.

–¿Y piensas que yo si me sentí listo? Es más, vine aquí para enrostrarle en la cara a un hijo de puta que tengo un niño de él y así deba armar un escándalo en la vía pública y que se entere su esposa y sus dos hijitos consentidos –gruñó Dégel.

–¿Por qué tanta bronca?

–Ah, cierto, no te conté. Ayer le llamé porque me dio su número y…

–Espera, desde el principio o no te entenderé.

–Sebas fue al parque conmigo el otro día –suspiró–. Era obvio que se encontraría con otros niños de su edad y vería el tipo de familias que tienen, en casa somos los abuelos y yo, Sebas jamás supo de la existencia de “otro padre” hasta que habló con un tal Ian, un nene de cinco años del parque. Obviamente me preguntó quién era su papá y tuve que decirle que lo teníamos que buscar porque jugaba a las escondidas.

–¿Qué tú qué? –Camus no salía de su asombro al escuchar la historia.

–¡Fue lo único que se me ocurrió en ese momento! –exclamó afligido y luego suspiró pesadamente–. Busqué entre mis papeles de las olimpiadas de ese año donde me embaracé y encontré el nombre de Kardia.

–¿Kardia? –Camus piensa detenidamente–. ¿El apellido?

–Antares.

–¡¿Kardia Antares?! –Camus se sorprende, ¿acaso su hermano y ese señor habían? –. Pero ese tipo debe tener doscientos años.

–Tiene cuarenta, Camus, no exageres.

–Pero tú tienes…..veinte….–se intenta tapar la boca pero no puede–. Tú estuviste con un hombre bastante mayor.

–Sí, gracias por informarme –bufó–. Aun así ¿cómo lo conoces tú?

–Salgo con su hijo mayor.

–E-Espera ¿qué? ¿Estás embarazado del hijo de Kardia? –Camus asiste con la cabeza, suspira  y se sienta nuevamente en la cama–. ¿Entonces sabes donde vive?

–¿Qué vas a hacer?

–Ir a la casa y hablar con él.

–¿No harás nada estúpido, verdad? –preguntó entrecerrando los ojos.

–¡Claro que no!

 

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En un primer momento, Dégel no pensó en armar bullicio cuando caminó con Sebastián en brazos a la casona que cuya presentación era nada más y nada menos que el nombre de la familia enchapado en bronce en la entrada del hogar. Se sorprendió bastante ¿un profesor de secundaria podía comprarse todo eso? No le importó, el dinero no le era importante y lo sabía. Tocó el timbre no una, sino varias veces hasta que una hermosa mujer salió. Vestida con un traje/vestido negro y apretado en la parte superior, suelto en la inferior.

–¿Sí? –la mujer de elegante apariencia y cabello oscuro como la noche le miraba altiva, Dégel se sintió sorprendido e impactado por dicha apariencia pero mientras, el niño se ocultaba detrás de su “madre”.

–Busco a Kardia Antares.

–¿De parte de quien? –preguntó.

–Un ex alumno….–le observó detenidamente y luego se adentró a su casa para llamar a su marido con el apodo de “Cielo”, bufó molesto mientras la miraba caminar contoneando las caderas.

–¿Quién es? –habló Kardia caminando hasta la puerta para darse cuenta que ésta se encontraba abierta y un hermoso muchacho miraba del otro lado, no tardó mucho en notar a ese chico y compararlo con el recuerdo que tenía de él–. De….Dégel ¿qué diablos haces aquí? –gruñó con voz baja.

–Vine a hablar contigo y no me iré hasta que me escuches.

–No es un buen momento, tengo una cena con mis suegros, mis padres y mis hijos están aquí –hizo un ademán con la mano–. Vete, vete a Francia.

–¡No me iré! Necesito hablar contigo.

–Pero yo no contigo, escucha, sólo fue sexo de una noche ¿está bien? ¿Quieres un “lo siento”? Te lo diré: lo siento….realmente lo siento….

–¡No necesito tu lo siento!  –Esta vez el gruñido venía de parte de Dégel–. Quiero que reconozcas a Sebastián como tu hijo.

–¿Eh? ¿Por qué? Hace cinco años que no nos vemos y….–observa al pequeño que estaba junto a Dégel, sino fuera por la cabellera verde, diría que era un auténtico Antares–. Ese niño parece tener más de cuatro.

–¡Tiene cuatro y es tu hijo!

–Vete de aquí, mis suegros están dentro y mis padres también…..sé feliz, si quieres dinero te lo daré pero largo…

–¡No quiero tu puto dinero, quiero el apellido y que seas un padre para mi hijo! –Kardia miró para todos lados fuera del lugar, no habían vecinos chismosos a la vista. Tomó mejor la puerta y se la estampó en la cara–. Pero que….. ¡Kardia! –Gritó y tocó el timbre frenéticamente golpeando con su pie la puerta, el niño quedó detrás de su madre con una mirada aterrada–. ¡ABREME LA PUTA PUERTA, KARDIA!

–¡CALLATE Y VETE DE AQUÍ! –gritó del otro lado, su esposa como los padres de él y ella salieron disparados del comedor para ir directamente al pasillo.

El silencio reinó durante largos minutos. Kardia pensó que Dégel se había ido por las buenas y estaba a punto de decirle a sus parientes que todo había acabado y que el niño era sólo un loco de alguna secta que había conseguido la dirección y el nombre de él, pero apenas y cuando abrió la boca se escucharon bocinazos y gritos desde afuera.

–¡KARDIA, KARDIA, MALDITO HIJO DE PUTA, SAL DE UNA PUTA VEZ Y MUESTRAME LA CARA DE HOMBRE QUE TIENES! –Gritó, el niño se encontraba esta vez sentado en el capot del auto comiendo una manzana–. ¡VAMOS, SI TENES HUEVOS DA LA CARA!

–¿Qué es todo ésto? –La mujer empujó a su marido y abrió la puerta de par en par–. ¡Ésto es propiedad privada, vete!

–No me iré hasta que Kardia no le dé el apellido a mi hijo –señaló al niño, la mujer giró el rostro y Kardia sintió el peso de todas las miradas, sobre todo las de sus hijos que habían escuchado el último diálogo con suma atención.

–¿Qué has dicho? –preguntó nuevamente la mujer. Dégel sabía que ésto era un error y probablemente Kardia no quisiera volver a verlo nunca más en su vida, pero era la verdad.

–Su esposo la engañó conmigo hace cinco años, cuando yo tenía quince. No sólo eso, me dejó embarazado y hace cuatro años tuve a este hermoso niño que ven sus ojos –gruñó salvaje, estaba cansado de ser la puta de turno para Kardia–. Su marido me trata como una vil zorra aun cuando yo era menor de edad y no estaba enterado de absolutamente nada.

–¿Tú hiciste eso? –esta vez los padres de Kardia le miraron con absorta preocupación, el muchacho respiraba profundamente.

–Aaaah…..sí…..–murmuró rendido. Dégel dejó de tocar la bocina. Tanto la mujer y los hijos de Kardia le miraron con desagrado.

–¡Ja! Resultabas ser un hipócrita entonces –habló Milo con sorna–. Me dices a mí que me haga responsables de las cagadas que me mando pero ni tú te haces de las tuyas.

–Tiene que venir un chico de veinte años a rogarte que le des el apellido a un nene de cuatro –esta vez fue Aiacos quien habló y miró a su padre mientras negaba. La esposa se largó a llorar y se metió dentro de la casa seguida por sus padres.

–Me has arruinado la vida –gruñó acercándose a él–. ¿Qué más quieres de mí?

–Quería que mi hijo tuviera un padre….–Kardia dejó de respirar unos minutos mientras mantenía la mirada, luego suspiró harto.

–Hablemos…..–sacó de su bolsillo una llave de un auto y caminó hasta el garaje.

–¿Ahora quieres hablar?

–¡Hablemos! –la mirada furiosa de Kardia lo decía todo, y a Dégel no le quedó otra que aceptar la invitación y entrar al convertible junto a su pequeño hijo de cuatro años, quien miraba fascinado a sus padres sin entender nada.

 

Fin de la parte II.

Notas finales:

Espero les haya gustado. Prox cap el final.


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