Llegaron lo más pronto posible al barco, casi dejando su alma en el muelle de Inglaterra para llegar a su destino: América.
Entraron, obviamente, por el sector de los de tercera clase (eso decían los boletos de aquéllos tipos). Buscando la habitación n°2764, que sería su estadía en el Titanic. Aunque a decir verdad, lo único que querían era salir a proa para contemplar el maravilloso océano que tendrían en frente por un largo viaje.
Llegando a la rejilla del barco, admiraron el intenso azul del cielo, que era reflejado en el océano. Reflejando también a las aves, y sometiéndose a la fría ventisca que chocaba con el buque.
Por otro lado…, mientras ellos disfrutaban de la naturaleza, en la primera clase, Izaya Orihara no pensaba tan positivo.
-Es el objeto móvil más grande que se haya construido en la Historia, caballeros- alardeaba uno de los “arquitectos” del Titanic, llamado el conde Kuronuma- Construido, claro, por mi amigo, el señor Ryuugamine- Kuronuma señalaba al señor a su izquierda, que tomaba indiferente su taza de té. A su derecha, se encontraba la señora Sturluson, pero para conocidos era sólo “Celty”. Luego venía Rokujo, Izaya, y su madre.
-Así es, señor Kuronuma. Aunque no fui el único que ayudó, claro está- modesto. Como siempre. Pensaba Izaya, mientras enfocaba su mente en su comida. Suficiente tenía de alardeos por parte de su prometido Chikage para soportar a estos caballeros.
-Izaya, ¿me escuchas, cariño?- preguntó algo irritado su prometido.
-Ah, no… - dijo, desviando la mirada cuando Rokujo lo interrumpió.
-Camarero, tráiganos cordero, término medio, y rápido.
Izaya estaba a punto de gritarle.
-¿También le darás de comer, Chikage? – Rio Celty para romper un poco la tensión- pero hablando de otra cosa, ¿quién inventó el nombre Titanic, ah? ¿Fuiste tú, Aoba?
-Así es, querida Celty. Me interesaba el tamaño. Tamaño significa estabilidad, ¿me entiendes?
Y no lo aguantó.
-¿Conoce al doctor Kishitani, señor Kuronuma?- exclamó Izaya, haciendo una pausa para observar a los presentes- probablemente le parezca interesante sus ideas sobre la preocupación masculina por el tamaño- terminó la oración con sus típicas sonrisas sarcásticas- Disculpen…
Izaya se paró sin previo aviso, para poder respirar un poco de paz en ese barco. Él sabía perfectamente que si no se retiraba ahora, habría causado más que murmullos en su contra…
Shizuo seguía disfrutando con Tom del canto del océano, cuando su vista se fijó en un punto muy peculiar.
Allí, en la cubierta, llegó un chico de negros cabellos, con unos enormes ojos carmesí, y la piel blanca y fina como la cal, apoyado suavemente sobre la rendija.
Desde que ese chico llegó, no pudo parar de observarlo. Algo en su aura lo… envolvía con una pequeña ira, una clase de fuego, que cada vez se iba propagando por su cuerpo. Shizuo no sabía qué pensar. Algo en su interior le decía “ve”, y no sabía por qué…
-Ni lo sueñes- dijo a su oído Tom- No hagas nada estúpido, Shizuo… -lo miró fijamente- Además, es de los ricos. No te tomará importancia, ¿entiendes?
Shizuo asintió, sin mirarlo. Él lo sabía perfectamente. Y además, ¿qué se supone que intentaría? Es un hombre… como él…
Tom está loco. Pensó estremeciéndose en su interior, mientras que ese… “extraño” niño rico volvía a su lugar siendo jalado por el que parecía ser…
-Su novio, ¿ves?- Shizuo lo veía claramente, y no lo creía. Después de todo, se puede encontrar gente con gustos exóticos en cualquier parte…
-Tch… - murmuró algo irritado, sacando un cigarrillo de por medio.
Eran ya las siete y un cuarto. Recién había comenzado la cena para la clase alta. Izaya estaba sentado alrededor de una enorme mesa, cubierta por un blanco mantel de los telares más finos, junto con la enorme cantidad de comida que no dejaba ningún espacio vacío.
Izaya se sentía agobiado.
A pesar de tener todos los lujos que todos alguna vez deseó, como la comida más exquisita en toda Inglaterra, y a un prometido con una grandiosa fortuna, él no podía sentirse bien.
Lo único que hacía para distraerse era observar a la gente de alrededor. Él simplemente amaba eso. Observar sus estúpidas reacciones ante los chismes, las expresiones de sus rostros cuando veían algo que les interesaba, como el dinero, o simplemente cosas tan pequeñas, pero tan descriptivas, como sus debilidades mediante expresiones del cuerpo. Sin embargo…
Eso ya no estaba funcionando. Ya no le entretenía como antes. Incluso, en ese preciso instante, no había nada útil que le sirviera como escapatoria.
Nada.
Él ya no podía… no se sentía a gusto. No entendía por qué, y no había tiempo de averiguar. Así que hizo todo lo que en ese momento le parecía razonable.
-Disculpen… -exclamó con un tono bajo, y lleno de… ¿tristeza? ¿Ira? ¿Nostalgia…? Ni él mismo lo sabía. Pero no se preocupó de nada. Su único objetivo ahora, era correr.
Shizuo contemplaba atentamente las estrellas. Nunca había visto un cielo tan hermoso como aquél; cubierto con un velo negro centellante.
Estaba tan concentrado admirando las constelaciones, que no se dio cuenta cuando alguien pasó corriendo fuertemente a su lado. Como si pusiera su vida en ello…
-¿¡Pero qué mierd...!?- no terminó su frase, pues cuando alcanzó a divisar de quién se trataba, se le coló inconscientemente un nudo en la garganta.
Así es. Era el mismo chico que había visto en cubierta. Pero ahora, en vez de tener esa aura de superioridad, y de tranquilidad, tenía un aura completamente diferente. Un aura impaciente y sombrío. Casi como…
El azabache no hizo caso a ninguna persona que le intentó hablar mientras corría. En su mente no podía pensar otra cosa que no fuera escapar de ahí. Y bien que lo hizo.
Pero cuando se dio cuenta de que ya no había más camino, y estaba justo en frente de la proa, supo que debía parar.
Tenía una respiración agitada, y unas gotas de sudor resbalaban por su sien. Pero aun así, continuó, esta vez caminando hasta la rejilla. Apoyando sus manos en ésta, y quedando a escasos centímetros de una caída estrepitosa.
Sin embargo, no le importó.
-Bien. Creo que podré observar a mis amados humanos desde otro punto, he... – intentaba no temblar. Y aunque el frío igual penetraba en su cuerpo, él sabía perfectamente que era su menor problema.
Con mucho cuidado, subió a la rejilla, y con un par de movimientos, quedó al otro lado de ésta. Teniendo, esta vez, sólo sus manos como soporte para una muerte segura.
Y así es como termina, eh…
-Hey, ¿qué mierda haces? Baja de ahí- escuchó que le decía detrás de él un joven, de rubias cabelleras, mientras sostenía un cigarrillo entre sus labios.