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Recordando el ayer [KaiSoo]

Autor: MiJoon

Resumen:

Algunos dijeron que habría problemas.Tenían que surgir. Los problemas siempre habían rodeado a Kim Jongin, como si formaran parte de él. Seguía siendo tan atractivo como siempre, con el don, o el castigo, del aspecto duro y rebelde que compartían los Kim. Cualquier hombre o mujer que tuviera sangre en las venas se fijaría en aquel hombre de paso largo, que parecía retar a cualquiera que se cruzara en su camino.

 

En cuanto al recién llegado, Do Kyungsoo, era precioso, aunque algo estirado. Sólo faltaba por saber si sería inmune al legendario encanto de los Kim.

Al parecer, no iba a ser así.

 

 

 


Clasificación: No menores de 13 años [Reviews - 10]
Categoría: MUSIC > KMUSIC > EXO, MUSIC, MUSIC > KMUSIC
Personajes: No
Generos: Romántico
Advertencias: Lemon
Serie: No
Capitulos: 8 Finalizado: No
Palabras: 32700 Leido: 4858
Publicado: 22/07/15 Actualizado: 07/08/15



Notas del fanfic :

Todos los derechos a la autora de la obra, esto está hecho con el fin de entretener.

 

Por motivos obvios, los apellidos de Chanyeol, Kris y Sehun son "Kim", no es por nada, lo elegí a sorteo XDDD 



1. Prólogo por MiJoon [Reviews - 2] (2094 words)

Aquí regreso con una nueva adaptación~~~. La leí la semana pasada y bueno, ya tengo adaptados los tres primeros libros (son 4, pero cortitos, 12 capítulos cada uno y prólogo) así que los estoy subiendo, aparte de aquí, a Wattpad y más tarde lo subiré a Asianfanfics. Ya sabéis lo que siempre digo, si queréis buscarme fuera de aquí, en mi perfil tenéis los enlaces para ir a mis perfiles~~.

Ahora, espero que esta adaptación os guste, debo decir que no me lo he currado tanto como en El Libro de Jade, pero aún así, me gusta mucho y espero que a vosotr@s también os guste~~~.

 

Muchos chus~~♥


2. Cap-1 por MiJoon [Reviews - 1] (4092 words)

Aquí os traigo el primer capítulo de esta historia~~


3. Cap-2 por MiJoon [Reviews - 0] (4833 words)

Aqui os traigo un nuevo capitulo que espero os guste ^^ Muchas gracias por los reviews

Lo mejor de poseer una tienda, al menos en lo que a Kyungsoo concernía, era que se podía comprar y vender lo que se quisiera, que se podía fijar el horario deseado y que se podía crear el ambiente más agradable.

No obstante, el hecho de que fuera el único propietario y único dependiente de Past Times no significaba que Do Kyungsoo tolerase ninguna negligencia. Como su propio jefe era muy duro, en ocasiones intolerante, y esperaba lo mejor de sí mismo.

Trabajaba muy duro y pocas veces se quejaba.

Tenía exactamente lo que siempre había deseado: una casa y un negocio en una localidad pequeña, lejos de los dolores de cabeza y las presiones de la ciudad en la que había pasado los primeros veinticinco años de su vida.

Se había mudado a Antietam y había montado su propio negocio siguiendo el cuidadoso plan que había trazado después de terminar los estudios. Tenía dos diplomaturas, en historia y en gestión comercial, y cuando consiguió terminar, ya tenía cinco años de experiencia en el negocio de las antigüedades.

Trabajando para otra persona.

Ahora, él era el jefe. Cada centímetro de la tienda y del acogedor piso que había encima le pertenecía. A él y al banco. El encargo de Kim le serviría para reducir la hipoteca.

En cuanto Jongin se fue la tarde anterior, Kyungsoo cerró y corrió a la biblioteca, donde retiró un montón de libros de historia para estudiarlos.

A media noche, cuando sus ojos amenazaban con cerrarse, dejó de tomar notas sobre todos los detalles de la vida de Maryland en la época de la guerra de Secesión.

Conocía todos los detalles de la batalla de Antietam, desde la marcha de Lee hasta su retirada al otro lado del río. Conocía el número de muertos y heridos, el sangriento progreso de la batalla por la colina y los campos de maíz.

Se trataba de una información muy fría y distante, que ya había estudiado. De hecho, la fascinación que ejercía sobre ella la tranquila zona en la que había estallado aquella batalla había influido en su decisión de establecerse allí.

Pero, en esta ocasión, buscaba datos más concretos, sobre la familia Choi, cualquier información, ya fuera contrastada o deducida. La familia había vivido en la mansión de la colina durante casi cien años antes de aquel fatídico día de septiembre de 1862. Eran prósperos terratenientes y comerciantes que vivían por todo lo alto.

Sus bailes y sus cenas atraían a los invitados de lugares muy alejados del país.

Sabía cómo vestían. Casacas, encaje y miriñaques. Sombreros de seda y zapatillas de satén. Sabía cómo vivían, con criados que servían el vino en copas de cristal. La casa estaba decorada con flores de invernadero, y sus muebles se abrillantaban con cera de abeja.

 

Ahora, avanzando por las calles nevadas y ventosas bajo la luz del sol, podía ver con exactitud los colores y los tejidos, los muebles y los adornos que los rodeaban.

Cómodas altas con espejo, de palo de rosa. Porcelana de Wedgwood y sillones rellenos de crin de caballo. Arcones, burós de madera de cerezo, antepuertas de brocado, y las paredes del salón pintadas de azul, al estilo colonial.

Kim Jongin iba a conseguir un buen trabajo a cambio de su dinero. Pero esperaba que sus bolsillos fueran profundos.

El angosto camino que conducía a la casa estaba cubierto con una gruesa capa de nieve. Ninguna huella humana o de vehículo interrumpía su blancura inmaculada, tan bonita como incómoda.

Enfadado por el hecho de que Jongin no se hubiera ocupado de aquel detalle, salió del coche y empezó a subir a pie, armado con el maletín.

Por lo menos, se le había ocurrido ponerse las botas, se recordó al hundirse en la nieve hasta los tobillos. Había estado a punto de ataviarse con un traje de chaqueta y

unos mocasines, pero después recordó que tenía una cita con Kim Jongin, y no tenía ninguna intención de impresionarlo. Los pantalones grises, la chaqueta y la bufanda negra constituían una indumentaria de negocios adecuada para un encargo como aquél.

Además, dudaba que el lugar tuviera calefacción, por lo que el abrigo de lana roja le iría tan bien dentro como fuera.

Mientras subía por la colina, decidió que la casa era preciosa y enigmática. Los trozos de cuarzo de la piedra brillaban como cristales a la luz del sol, contrarrestando las ventanas tableteadas. Los porches estaban caídos, pero el edificio se alzaba alto y orgulloso contra el arisco cielo azul.

Le gustaba la forma en que el ala este se cortaba en forma de ángulo agudo, la forma en que las tres chimeneas salían del tejado como si estuvieran dispuestas a echar humo. Hasta le gustaba la forma en que colgaban de una bisagra las contraventanas vencidas.

Pensó que necesitaba cuidados, con un afecto que la sorprendió. Alguien que amara aquella casa y aceptara su carácter tal y como era. Alguien que apreciara sus fuerzas y comprendiera sus debilidades.

Sacudió la cabeza y se rió de sí mismo. Parecía que estuviera pensando en un hombre y no en una casa. En un hombre, tal vez, como Kim Jongin.

Se acercó un poco más, por el angosto camino. Las piedras y los arbustos formaban bultos irregulares en la nieve, como niños que se ocultaran bajo una manta esperando a hacer una travesura. Las ramas eran lo suficientemente afiladas para sujetar sus pantalones como dedos punzantes. Pero, en otro tiempo, aquello era un jardín verde, lleno de flores.

Si Jongin tenía sentido común, volvería a ser igual.

Se recordó que la jardinería no era asunto suyo y siguió avanzando hacia el destartalado porche delantero. Era demasiado tarde.

Kyungsoo miró a su alrededor, pateó el suelo para calentarse los pies y miró el reloj.

Aquel hombre no podía pretender que lo esperase en el exterior, muerto de frío. Se dijo que no esperaría más de diez minutos. Después le dejaría una nota, reprendiéndolo severamente por su falta de fiabilidad, y se marcharía.

Pero ya que estaba allí podía mirar por la ventana.

Subió los escalones con cautela, evitando los peldaños rotos. Pensó que allí debían plantar unas campanillas y otra enredadera, y, por un momento, le pareció oler los aromas de la primavera.

Se sorprendió acercándose a la puerta y asiendo el picaporte antes de darse cuenta de que aquélla era su intención desde el principio. Pensó que sin duda estaría cerrada. Las localidades pequeñas tampoco eran inmunes al vandalismo. De todas formas, giró el pomo, y la puerta se abrió.

Lo más razonable era entrar para refugiarse del viento y empezar a ver la casa que tenía que decorar, pero apartó la mano como si se hubiera quemado. Respiraba entrecortadamente. Dentro de sus guantes de cuero, sus manos estaban heladas y temblorosas.

Se dijo que estaba sin aliento a causa de la escalada, y que temblaba de frío.

Aquello era todo. Pero el miedo atenazaba todos sus músculos.

Miró a su alrededor, incómodo. Nadie había presenciado su ridícula reacción; sólo la nieve y los árboles.

Respiró profundamente, se rió de sí mismo, y abrió la puerta.

Por supuesto, los goznes chirriaron. Era algo previsible. Pero, en cuanto vio el precioso vestíbulo principal, se olvidó de todo lo demás. Cerró la puerta, se apoyó contra ella y suspiró. Todo estaba lleno de polvo. Las paredes tenían manchas de humedad, y las planchas de madera que las recubrían estaban roídas por los ratones.

Todo estaba lleno de telarañas. Imaginó la pared pintada de verde oscuro, con una cenefa de color marfil. Los suelos, de madera de pino encerada, sin barnizar.

Encontró el lugar ideal para poner una mesa, con un florero lleno de rosas, flanqueado por candelabros de plata. Una pequeña silla de nogal con el respaldo labrado, un paragüero de bronce y un espejo.

La forma en que había sido aquel lugar y la forma en que podía reconstruirlo bullían en su mente, y no sintió el frío que empañaba su aliento mientras deambulaba.

En el salón se quedó maravillado al ver la chimenea. El mármol estaba sucio, pero se encontraba en buenas condiciones. En la tienda tenía dos jarrones gemelos que serían perfectos para la repisa, y un reposapiés bordado que parecía hecho para colocarse frente a aquella chimenea.

Encantado, sacó la libreta y empezó a trabajar.

Las telarañas se le enredaban en el pelo y el polvo cubría sus botas, pero siguió tomando medidas y haciendo anotaciones. Se sentía como si estuviera en el paraíso.

Estaba tan contento que, cuando oyó unos pasos, se volvió con una sonrisa en vez de quejarse por el retraso.

—Es maravilloso, estoy impaciente...

Se detuvo en seco. Estaba hablando solo.

Frunció el ceño y salió del salón. Una vez en el vestíbulo empezó a llamar a Jongin, pero, de repente, se dio cuenta de que las únicas pisadas que había en el polvo eran las suyas.

Se estremeció, pero se apresuró a decirse que estaba imaginando cosas. Las casas grandes y vacías estaban llenas de ruidos. La madera que crujía, el viento que golpeaba las ventanas... Y los roedores, añadió con una mueca. No le daban miedo los ratones, ni las arañas ni las tablas húmedas.

Pero, cuando el piso superior rugió sobre su cabeza, no pudo contener un grito.

Su corazón empezó a latir a toda velocidad, aleteando como un pájaro enjaulado. Antes de que tuviera tiempo de recomponerse, oyó el inconfundible sonido de una puerta que se cerraba.

Corrió hacia la puerta de entrada y empezó a luchar con el picaporte antes de darse cuenta.

Kim Jongin.

Era muy inteligente, pensó furioso. Había entrado en la casa antes que él, probablemente por la puerta trasera, para no dejar huellas. En aquel momento, estaba encima de suya, partiéndose de risa ante la idea de que saliera corriendo como el héroe de una película de terror.

Respiró profundamente, con determinación, y cuadró los hombros. No estaba dispuesto a dejarse amilanar. Alzó el rostro y caminó decidido hacia las escaleras.

—No tienes ninguna gracia, Kim —gritó—. Ahora, si has terminado con tus ridículos jueguecitos, me gustaría que nos pusiéramos a trabajar.

Cuando llegó al punto, se quedó tan horrorizado que no podía moverse. La mano con que se sujetaba a la barandilla se le quedó aterida. Con un esfuerzo sobrehumano, se liberó y alcanzó el primer descansillo con cuatro vigorosas zancadas.

Una corriente de aire, se dijo, maldiciendo con la respiración entrecortada. Sólo era una corriente de aire.

—¡Jongin! —gritó, cada vez más furioso. Se mordió el labio y contempló el largo pasillo, lleno de misteriosas puertas.

—¡Jongin! —volvió a gritar, esforzándose por parecer más irritado que nervioso—. Si tú no tienes nada más que hacer, yo sí, de modo que será mejor que te dejes de tonterías.

El sonido de la madera contra la madera, el fuerte portazo y los lamentos de una mujer hicieron que Kyungsoo olvidara su orgullo y bajara la escalera a toda velocidad. Casi había llegado al final cuando oyó el disparo.

Entonces, la puerta hacia la que corría se abrió lentamente. La habitación giró a su alrededor y después se desvaneció.

—Vamos, cariño, despierta. —Kyungsoo volvió la cabeza, gimió y se estremeció. —Venga, chico, abre esos enormes ojos azules, que quiero verlos.

Kyungsoo obedeció, y se encontró mirando a Jongin cara a cara.

—No ha tenido gracia.

Aliviado, Jongin sonrió y le acarició la mejilla.

—¿Qué es lo que no ha tenido gracia?

—Que te escondieras arriba para asustarme —parpadeó para volver a enfocar la mirada y se encontró con que estaba acurrucada en su regazo, en el sofá del salón—. Deja que me levante.

—Espera un poco. No es conveniente ponerse en pie de golpe.

Le ayudó a incorporarse un poco, apoyándole la cabeza en su hombro.

—Estoy bien.

—Estás muy pálido. Si tuviera una petaca, te daría algo de beber. Pero debo admitir que nunca he visto a una persona desmayarse de forma tan grácil. Hasta tuve tiempo de sujetarte antes de que te golpearas la cabeza con el suelo.

—Si esperas que te lo agradezca, olvídalo. Ha sido culpa tuya.

—Gracias. Me resulta halagador que una persona pierda el conocimiento ante mi visión. ¡Vaya! —dijo, pasándole un dedo por la mejilla—. He conseguido que recuperes un poco de color.

—Si ésta es tu forma de hacer negocios, puedes coger tu encargo y metértelo por... —apretó los dientes—. Deja que me levante.

—Espera un poco —insistió—. ¿Por qué no me cuentas qué te ha pasado?

—¡Lo sabes muy bien! —protestó, sacudiéndose el polvo de los pantalones.

—Lo único que sé es que he entrado justo a tiempo para verte interpretar La Dama de las Camelias.

—No me había desmayado en toda mi vida —dijo, dándose cuenta horrorizado de que lo había hecho por primera vez delante de él—. Si quieres que trabaje en tu casa, no creo que vayas a convencerme asustándome.

Jongin le miró detenidamente y se llevó la mano al bolsillo para coger el tabaco. Después recordó que había dejado de fumar exactamente una semana antes.

—¿Cómo te he asustado?

—Andando por el piso de arriba, abriendoy cerrando puertas, y haciendo todos esos ridículos sonidos.

—Tal vez debería empezar por decirte que me he retrasado. Había problemas en la granja, y salí hace un cuarto de hora.

—No te creo.

—No te culpo.

Si no podía fumar, tendría que moverse.Se puso en pie y caminó hacia la chimenea. Tuvo la impresión de oler el humo de un fuego que acabara de apagarse.

—Sehun estaba allí —dijo Jongin—. Y Seunghyun también. Ahora es alcalde.

—Sé quién es Lee Seunghyun.

—Tendrías que haberlo conocido en el instituto —murmuró Jongin—. Era un verdadero imbécil. El caso es que Seunghyun estaba en la granja, y seguía allí cuando me marché. Hace un cuarto de hora. Le pedí eltodo terreno prestado a Sehun para subir la colina. Lo aparqué y entré por la puerta justo a tiempo de ver cómo se te ponían los ojos en blanco.

Volvió a caminar hacia él, se quitó el abrigo y se lo echó sobre las piernas.

—Por cierto —añadió—, ¿cómo has conseguido entrar?

—La puerta estaba abierta —dijo mirándolo fijamente.

—Estaba cerrada.

—Estaba abierta —insistió.

—Qué interesante —dijo sacándose las llaves del bolsillo.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Kyungsoo con inseguridad.

—Te aseguro que sí. ¿Por qué no me dices qué es lo que has oído?

—Primero oí pasos, pero no había nadie. Después oí unos crujidos arriba, de modo que empecé a subir. Hacía frío, mucho frío, y me asusté, así que subí muy deprisa.

—¿Te asustaste y subiste en vez de salir?

—Creía que estabas arriba. Iba a echarte la bronca —sonrió débilmente—. Estaba furioso contigo por haberme sobresaltado. Después, miré el pasillo, y tuve la impresión de que no estabas. Oí un ruido bastante raro, como si alguien raspara una madera, un portazo, y un llanto de mujer. Entonces, bajé corriendo.

Jongin volvió a sentarse junto a él y rodeó sus hombros con un brazo.

—No me extraña.

—Por fin —concluyó Kyungsoo—, cuando casi estaba abajo, oí un disparo. De pistola. Cuando vi que se abría la puerta, no pude más.

—Siento haber llegado tarde —de forma inesperada, se inclinó y le besó en la mejilla—. Lo siento.

—Eso es lo de menos.

—El caso es que algunas personas sienten cosas en esta casa y otras no. Te consideraba una persona fría y práctica.

Kyungsoo se cruzó de brazos.

—¿De verdad?

—Absolutamente. Pero parece que tienesmás imaginación de lo que esperaba. ¿Te encuentras mejor ahora?

—Sí.

—¿Estás seguro de que no quieres volver a apoyarte en mí?

—Estoy segura, gracias.

Jongin la miró fijamente y le quitó una telaraña del pelo.

—¿Quieres salir de aquí?

—Desde luego.

—Quiero llevarte a un sitio —dijo Jongin, cogiendo su abrigo.

—No es necesario. Te he dicho que estoy... —se puso en pie y estuvo a punto de caerse—. Bien —acercó a decir.

—Negocios, querido —le apartó el pelo de la cara y contempló su rostro—. Por el momento. Creo que podemos encontrar algún lugar más cálido y acogedor para discutir los detalles.

Kyungsoo decidió que aquello era bastante razonable.

—De acuerdo.

Cogió su maletín y caminó hacia la puerta, delante de Jongin.

—¿Kyungsoo?

—¿Sí?

—Tienes la cara muy sucia.

Rió ante la mirada asesina del doncel y le cogió en brazos. A pesar de sus protestas, no le soltó hasta llegar al todo terreno.

—Tienes que mirar por dónde pisas —le explicó.

—Lo tengo por costumbre —respondió el menor. Jongin bajó por el camino, pasó junto al coche de Kyungsoo y siguió conduciendo.

—Creía que me ibas a dejar en el coche.

—Ya que no creo que quieras ir conmigo al fin del mundo, basta con que usemos un vehículo. Después te volveré a traer.

—¿Desde dónde?

—Hogar, dulce hogar, querido.

 

Entre la nieve, iluminada por la luz del sol, la granja de los Kim estaba preciosa. Una casa de piedra con porche cubierto, un tejado arqueado en la cuadra, algunos antiguos edificios accesorios y un par de perros color arena que corrieron hacia ellos ladrando de alegría, formaban la escena.

Había pasado por allí en muchas ocasiones; cuando los campos estaban recién sembrados y cuando estaban listos para la cosecha. Incluso se había detenido una o dos veces cuando Sehun manejaba el tractor. Le parecía que encajaba perfectamente allí.

Pero no podía imaginar a Kim Jongin en la misma escena.

—Supongo que no habrás vuelto a ocuparte de las tareas del campo.

—Desde luego que no. A Sehun le encanta, y Kris lo soporta. Chanyeol lo considera un buen negocio.

—¿Y tú? —preguntó, ladeando la cabeza mientras aparcaba.

—Lo odio.

—¿No sientes ninguna atadura hacia estas tierras?

—Yo no he dicho eso. He dicho que odio el trabajo de la granja.

Jongin se apeó del todo terreno y saludó a los perros. Antes de que Kyungsoo pudiera bajarse del vehículo, Jongin le cogió en brazos.

—¿Te importaría dejarme en el suelo? Soy perfectamente capaz de andar por la nieve.

—Llevas botas de ciudad. Eso sí, desde luego, son muy bonitas —comentó mientras le llevaba al porche—. Tienes los pies muy pequeños. Vosotros os quedáis fuera —dijo a los perros.

Abrió la puerta, la empujó con un codo y llevó a Kyungsoo al interior de la casa.

—¡Pero bueno, Jongin! ¿Qué nos traes?

—He conseguido un chico por ahí —respondió, guiñando un ojo a su hermano.

—No está nada mal —puso un tronco en la chimenea y se enderezó—. ¿Qué tal estás, Kyung?

—Estaré bastante bien en cuanto tu hermano me suelte.

—¿Tienes café caliente? —preguntó Jongin.

—Desde luego. La cocina no cierra nunca.

—Estupendo. Ahora, piérdete.

—Eso ha sido verdaderamente educado —comentó Kyungsoo, apartándose el pelo de los ojos mientras Jongin le llevaba a la cocina.

—Eres hijo único, ¿verdad?

—Sí, pero...

—Me lo imaginaba —le dejó en una silla de la cocina—. ¿Cómo quieres el café?

—Solo y sin azúcar.

—Estás hecho todo un macho.

Se quitó el abrigo y lo colgó de un gancho de la puerta, junto a la pesada chaqueta de trabajo de su hermano. Cogió dos tazas blancas de un armario.

—¿Quieres tomar algo con el café? —preguntó a Kyungsoo—. Por ahí hay una mujer esperanzada que se pasa la vida regalando galletas a Sehun. Será por esa cara bonita e inocente que tiene.

—Bonita, tal vez. Los cuatro sois bastante guapos —se quitó el abrigo con indiferencia—. Pero no quiero galletas.

Jongin colocó una taza humeante frente a él. Después dio la vuelta a una silla y se sentó al revés, con el respaldo entre las piernas.

—¿Tampoco quieres decorar mi casa? —Kyungsoo se tomó su tiempo antes de contestar.

Observó detenidamente el café y bebió un trago. Era excelente.

—Tengo unas cuantas cosas que creo que te parecerán muy adecuadas para amueblarla. También he investigado un poco sobre los colores y los tejidos que se solían utilizar en aquella época.

—¿Es eso un sí o un no?

—Un sí. Claro que voy a aceptar el encargo —lo miró fijamente a los ojos—. Y te va a salir bastante caro.

—¿No estás preocupado?

—Yo no he dicho eso, exactamente. Pero ahora que sé qué es lo que me espera, te aseguro que no volveré a desmayarme a tus pies.

—Te lo agradecería. Me diste un susto de muerte —alargó el brazo para juguetear con los anillos de Kyungsoo—. ¿Has averiguado en tu investigación algo sobre los dos cabos?

—¿Qué dos cabos?

—Deberías haber preguntado a la anciana señora Williams. Le encanta contar la historia. Qué reloj más raro —comentó, metiendo un dedo entre las dos correas elásticas.

—Es de 1920, aproximadamente. En aquella época, era muy moderno. Y debo añadir que es muy bueno, porque funciona perfectamente. ¿Qué pasa con los cabos?

—Parece que durante la batalla, dos soldados se separaron de su regimiento. El campo de maíz que hay al este estaba lleno de humo, y negro a causa de las explosiones de pólvora. Parte de las tropas se ocultaron entre los árboles, y muchos otros se perdieron por aquí.

—¿Parte de la batalla tuvo lugar aquí, en vuestros campos? —preguntó.

—Sí, parte. Tenemos hasta unos mojones conmemorativos. El caso es que estos dos cabos, uno de la unión, y el otro confederado, se perdieron. Sólo eran unos niños, y probablemente, estaban aterrorizados. La mala suerte los fue a reunir en el bosque que forma el límite entre la propiedad de los Kim y la de los Choi.

—Oh —se echó hacia atrás el pelo, pensativo—. Había olvidado que los terrenos son contiguos.

—Esta casa está a menos de un kilómetro de la de los Kim, atravesando el bosque. El caso es que se encontraron cara a cara. Si alguno de los dos hubiera tenido un poco de sentido común, habría corrido a refugiarse y a dar gracias por haberse librado. Pero no fue así —volvió a beber un trago de café—. Consiguieron herirse mutuamente. Nadie sabe quién huyó primero. El soldado del sur llegó hasta la casa de los Choi. Estaba muy malherido, pero consiguió subir al porche. Uno de los criados lo vio, y como simpatizaba con el sur, lo metió en el interior. O tal vez sólo vio a un niño que se desangraba e hizo lo que consideró razonable.

—Y murió en la casa —murmuró Kyungsoo, deseando no ver la escena con tanta claridad.

—Sí. El criado corrió a avisar a su señora. Era Choi Hana, Jung de soltera, de los Jung de Carolina. Hana acababa de dar órdenes de que subieran al muchacho para curarle las heridas cuando llegó su marido. Disparó al muchacho en la misma escalera.

—¡Dios mío! ¿Por qué?

—No quería que su esposa tocara a un enemigo. Ella murió dos años después, en su habitación. Se dice que jamás volvió a dirigir la palabra a su marido, claro que antes de aquello tampoco tenían mucho que decirse.Se supone que el suyo había sido un matrimonio de conveniencia. Según los rumores, no la trataba muy bien.

—En otras palabras —dijo Kyungsoo, tenso—. Era un canalla.

—Ésa es la historia. Al parecer, la señora Choi era muy sensible y se sentía muy desgraciada.

—Y atrapada —añadió Kyungsoo, pensando en Tao.

—No creo que en aquella época se hablara demasiado de los malos tratos. Y el divorcio—se encogió de hombros— no debía ser una opción a considerar, dadas las circunstancias. El caso es que el hecho de que matara a aquel pobre chico delante de ella debió ser la gota que colmó el vaso. La última crueldad que pudo soportar. Pero eso es sólo la mitad. La mitad que conoce la ciudad.

—Así que la historia sigue —suspiró y sepuso en pie—. Creo que necesito otro café.

—Sí. El yanqui huyó en dirección contraria—le dio las gracias cuando le sirvió otra taza de café—. Mi bisabuelo lo encontró cerca de la casa. Había perdido a su hijo mayor en Bull Run. Luchaba con el bando contrario.

Kyungsoo cerró los ojos.

—Y mató al chico.

—No. Tal vez se le pasara por la cabeza. Tal vez pensara en dejar que se desangrara. Pero lo cogió y se lo llevó a la cocina. Lo subió a la mesa y lo curaron entre su mujer, sus hijas y él. No era esta mesa —añadió con una sonrisa.

—Menos mal.

—Volvió en sí unas cuantas veces, e intentó decirles algo. Pero estaba demasiado débil. Aguantó el resto del día y gran parte de la noche, pero, por la mañana, estaba muerto.

—Habían hecho todo lo que habían podido.

—Sí, pero se encontraron con que tenían un soldado muerto en la cocina, y su sangre empapaba el suelo. Todos los que los conocían sabían que simpatizaban con el sur, que ya habían perdido un hijo y que otros dos estaban luchando en el mismo bando. Tenían miedo, y por tanto, ocultaron el cadáver. Cuando oscureció lo enterraron, con su uniforme, su arma, y una carta de su madre en el bolsillo, —le miró con los ojos fríos y firmes—. Por eso, esta casa también está encantada. Pensé que te interesaría.

Kyungsoo guardó silencio durante un momento y dejó el café a un lado.

—¿Tu casa está encantada?

—La casa, los bosques, los campos. Es difícil acostumbrarse a los ruidos, a las sensaciones. Nunca hemos hablado de ello demasiado, pero siempre ha estado presente. A veces, se tiene una sensación extraña por la noche, o en mañanas muy tranquilas —sonrió al ver la curiosidad en sus ojos—.Nadie se queda impávido en un campo de batalla. Después de que muriera mi madre, hasta la casa parecía intranquila. O tal vez fuera sólo yo.

—¿Te marchaste por eso?

—Tenía muchas razones para marcharme.

—¿Y para volver?

—Una o dos. Te he contado la primera parte de la historia porque pensé que debías entender la casa de los Choi, ya que vas a trabajar en ella. Y te he contado el resto... —le desabrochó los dos botones de la chaqueta— porque voy a alojarme en la granja durante una temporada. Ahora puedes decidir si quieres venir aquí o si prefieres que yo vaya a tu casa.

—Mi inventario está en la tienda, de modo que...

—No estoy hablando de tu inventario.

Cogió su barbilla en la mano y le miró fijamente a los ojos mientras le besaba.

Al principio lo hizo con suavidad, probándolo. Después, con un murmullo de satisfacción, intensificó el beso cuando Kyungsoo entreabrió los labios. Miró las pestañas de Kyungsoo, que bajaba. Sintió su aliento en la boca y su pulso en el cuello, justo debajo de sus dedos. El aroma de su piel contrastaba con el sabor de su boca.

Kyungsoo seguía con las manos fuertemente apretadas en el regazo. Se asustaba al pensar en lo mucho que deseaba acariciarlo, entrelazar los dedos en su pelo, rozar los músculos que adivinaba bajo la camisa de franela. Pero no lo hizo. Tal vez hubiera perdido la cabeza durante un instante ante su sorprendente placer y su aún más sorprendente necesidad, pero consiguió no dejarse llevar por completo.

Cuando Jongin se echó hacia atrás, Kyungsoo apretó fuertemente las manos y respiró profundamente para hablar con voz normal.

—Nuestra relación es estrictamente comercial.

—También tenemos una relación comercial —convino Jongin.

—¿Habrías hecho eso si yo hubiera sido un hetero?

Jongin se quedó mirándole, atónito. De repente, soltó una fuerte carcajada, mientras Kyungsoo se reprendía por estar diciendo cosas tan ridículas.

—Por ahora, no he encontrado un hombre hetero que me atraiga de esta forma, así que supongo que no. Claro que también supongo que, en tal caso, no me habrías devuelto el beso.

—Vamos a aclarar las cosas. Ya lo he oído todo sobre los hermanos Kim y lo irresistibles que son para las personas.

—Es la cruz que tenemos que cargar.

Kyungsoo no sonrió, aunque para ello tuvo que apretar los labios fuertemente.

—El caso es que no me interesa ni un revolcón rápido, ni una aventura, ni una relación. Creo que con eso cubro todas las posibilidades.

Resultaba todavía más encantador cuando se ponía puritano.

—Será un placer para mí hacer que cambies de idea. ¿Por qué no empezamos por el revolcón rápido y seguimos a partir de ahí?

Kyungsoo se puso en pie bruscamente y cogió su abrigo.

—Ni lo sueñes.

—También lo sueño. ¿Por qué no nos vamos a cenar?

—¿Por qué no me llevas a mi coche?

—De acuerdo.

Jongin se levantó y cogió su abrigo del gancho. Después de ponérselo, colocó el pelo de Kyungsoo bien sobre su frente.

—Las noches son largas y frías en esta época del año —comentó Jongin.

—Lee un libro —respondió Kyungsoo, mientras caminaba hacia la puerta—. Siéntate junto a la chimenea.

—¿Es eso lo que haces tú? —negó con la cabeza—. Tendré que ayudarte a que te diviertas un poco.

—Me gusta mi vida tal y como es, gracias.Y no me... —se interrumpió cuando Jongin le cogió en brazos—. ¡Kim! Empiezo a pensar que todo el mundo tiene razón cuando te critica.

—Puedes estar seguro.


4. Cap-3 por MiJoon [Reviews - 3] (3650 words)

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Perdón por la tardanza, pero ha habido fiesta esta semana donde vivo y en unas horas me voy de vacaciones y voy a estar sin internet ♥