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Recordando el ayer [KaiSoo] por MiJoon

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Notas del capitulo:

Aquí os traigo el primer capítulo de esta historia~~

El chico malo había vuelto. La localidad de Antietam bullía con las habladurías relacionadas con él. Todo el mundo intercambiaba rumores, y las voces corrían como la pólvora.

Era una buena veta, tachonada de escándalos, sexo y secretos. Kim Jongin había vuelto después de diez años.

Algunos decían que aquello acarrearía problemas. Estaba escrito. Los problemas anunciaban a Kim Jongin, como el sonido del cencerro anunciaba a los bueyes. Jongin era el que había ridiculizado al director del instituto en una mañana de primavera, y había sido expulsado por ello. Jongin era el que había tenido un accidente con la vieja camioneta de su fallecido padre antes de tener la edad necesaria para conducir.

Y sobre todo, Kim Jongin era el que, junto al loco de Jung Daniel, había atravesado con una mesa el escaparate de la taberna de Duff una noche de verano.

 

Ahora había vuelto con un coche deportivo, y lo había aparcado justo enfrente de la comisaría.

Claro que su hermano Kris era ahora el sheriff. Ocupaba el cargo desde cinco años atrás. Pero, en otra época, que la gente recordaba muy bien, Kim Jongin había pasado más de una noche en las dos celdas que había en la parte trasera de la comisaría.

Desde luego, era tan apuesto como siempre, o, al menos, aquello era lo que decían las mujeres. Tenía el aspecto con el que habían sido bendecidos, o malditos, los Kim. Cualquier mujer o doncel que tuviera sangre en las venas se volvería para mirarlo, para admirar su figura esbelta y su paso desenfadado que parecía desafiar a cualquiera que se cruzara en su camino.

También estaba su denso pelo negro, y sus ojos, tan verdes y duros como los de la estatua china que adornaba el escaparate del anticuario Past Times. Sus ojos no hacían nada por suavizar su duro rostro, con aquella cicatriz que surcaba su mejilla izquierda. Todo el mundo se preguntaba cómo se la habría hecho.

Pero, cuando sonreía, cuando arqueaba su preciosa boca y aparecía el hoyuelo a un lado, los corazones de las personas se desataban. Aquello fue lo que ocurrió con Shannon Williams, que recibió su sonrisa y los veinte dólares por la gasolina en la estación de servicio Gas and Go, a las afueras del pueblo.

Antes de que Jongin hubiera vuelto a arrancar su vehículo, Shannon había corrido al teléfono, para anunciar el retorno a todo el mundo.

—Así que Shannon ha llamado a su madre, y la señora Williams ha cogido inmediatamente el teléfono para decir a la señora Hwa, en la tienda, que es posible que Jongin tenga intención de quedarse.

Mientras hablaba, Zi Tao echó una cucharadita de azúcar al café de Kyungsoo. La nieve del cielo de enero caía de forma continua sobre las aceras y las calles, y el café de Ed estaba casi vacío. Lentamente, Tao se enderezó e hizo una mueca de dolor cuando sintió el tirón en la cadera, en el lugar en que se había golpeado cuando Songhae le tiró al suelo.

—¿Y por qué no iba a quedarse? —preguntó Do Kyungsoo—. A fin de cuentas, nació aquí, ¿no?

A pesar de que Kyungsoo llevaba tres años viviendo en Antietam y regentando un negocio allí, Kyungsoo seguía sin comprender la fascinación que ejercían en aquel lugar las idas y venidas. Le parecía algo divertido, pero no lo compartía.

—Sí, pero ha pasado mucho tiempo fuera. Endiez años, sólo vino un par de veces a pasar uno o dos días.

Tao miró por la ventana y se preguntó a dónde habría ido, qué habría visto, qué habría hecho. En realidad, se preguntaba qué habría fuera de allí.

—Pareces cansado —murmuró Kyungsoo.

—¿Sí? No, sólo estaba soñando despierto. Si esto sigue así, los niños saldrán del colegio antes de tiempo. Les he dicho que, en tal caso, vengan aquí directamente, pero...

—Entonces, eso es lo que harán. Son unos niños muy buenos.

—Es cierto.

Cuando sonrió, parte de la aprensión desapareció de sus ojos.

—¿Por qué no te tomas una taza de café conmigo? —preguntó Kyungsoo.

Miró a su alrededor y vio que en la parte trasera había un cliente que dormitaba sobre su café. En la barra, una pareja charlaba sobre la comida.

—No tienes tanto trabajo —insistió Kyungsoo—. Podrías hablarme sobre el carácter de ese tal Jongin.

—Bueno —Tao dudó y se mordió el labio—. Voy a tomarme un descanso, Ed. ¿De acuerdo?

Un hombre muy delgado con el pelo rojo y muy rizado apareció en la puerta de la cocina.

—Por supuesto, no pasa nada.

Su voz, demasiado grave se debía a los dos paquetes de cigarrillos diarios. Su rostro estaba ligeramente perlado y resplandeciente a causa del calor de la cocina.

—Hola, Kyungsoo —saludó al verlo—. ¿No deberías haber vuelto a la tienda?

—He cerrado a las doce —respondió, consciente de que su horario sorprendía a Ed—. La gente no se dedica a buscar antigüedades con este tiempo.

—Ha sido un invierno muy duro —Tao llevó a la mesa otra taza de café—. Aún no ha terminado el mes de enero, y los niños ya están hartos de montar en trineo y hacer muñecos de nieve —suspiró.

Tuvo cuidado para no hacer una mueca cuando le dolió la cadera al sentarse.

Tenía veintisiete años, uno menos que Kyungsoo, pero se sentía muy viejo.

Después de tres años de amistad, Kyungsoo reconocía los síntomas.

—¿Te van mal las cosas, Tao? —preguntó en voz baja, cogiéndo su mano—. ¿Te ha vuelto a hacer daño?

—Estoy bien. No quiero hablar de Songhae.

Tao bajó la mirada y la clavó en la taza. Se sentía humillado y culpable por no ser capaz de rebelarse.

—¿Te has leído los folletos que te he dado sobre la comisión de apoyo a las personas maltratadas y el refugio de Hagerstown?

—Sí, los he mirado, pero tengo dos hijos. Antes que nada tengo que pensar en ellos.

—Pero...

—Por favor —Tao alzó la vista—. No quiero hablar sobre ello.

—De acuerdo —respondió Kyungsoo, frustrado, apretando su mano—. Háblame sobre ese chico malo.

—Jongin —el rostro de Tao se suavizó—. Siempre me gustó. Me gustaban los cuatro. No hay una sola chica o doncel por aquí que no pasara varias noches en vela por culpa de los hermanos Kim.

—A mí me cae muy bien Kris —comentó Kyungsoo, bebiendo un trago de su café—. Parece sólido, un poco misterioso en ocasiones, pero fiable.

—Siempre se puede contar con Kris —convino Tao—. Nadie pensaba que ninguno de los cuatro fuera a salir adelante, pero Kris es un buen sheriff. Es muy justo. Chanyeol tiene un bufete de lujo en la ciudad. Y Sehun es un poco duro, pero se empeña a fondo en la granja. Cuando eran más jóvenes y venían al pueblo, las madres encerraban a sus hijos en casa, y los hombres procuraban pasar inadvertidos.

—Vaya. Veo que eran unos ciudadanos ejemplares.

—Eran jóvenes, y siempre parecían estar enfadados por algo. Sobre todo Jongin. El mismo día que se fue de la ciudad se peleó con songhae, no sé por qué. Le rompió la nariz y le sacó un par de dientes.

—¿De verdad?

Kyungsoo decidió que el tal Jongin empezaba a caerle bien.

—Siempre estaban buscando pelea. Su padre murió cuando eran unos niños. Yo debía tener diez años. Después, murió su madre, poco antes de que Jongin se marchara. Había pasado casi un año enferma. Por eso, empezaron a empeorar las cosas en la granja. Casi todo el mundo pensaba que tendrían que venderla, pero consiguieron sacarla adelante.

—Bueno, tres de ellos.

Tao saboreó el café. Pocas veces tenía un momento para sentarse tranquilamente.

—Apenas eran unos niños. Chanyeol tenía unos veintitrés años, y Kris era sólo diez meses menor que él. Jongin tiene unos cuatro años más que yo, y Sehun tiene un año menos que él.

—Parece que los Kim se dieron mucha prisa en tener hijos.

—Su madre era una mujer maravillosa. Muy fuerte. Siempre conseguía sobreponerse a las adversidades. Siempre la admiré.

—Podrías intentar seguir su ejemplo.

Kyungsoo se reprendió inmediatamente por haber dicho aquello. Se había prometido que no intentaría presionar a su amigo.

—¿Por qué crees que habrá vuelto? —se apresuró a añadir para cambiar de tema.

—No lo sé. Dicen que ahora es rico. Por lo visto, hizo una fortuna especulando. Se dedica a comprar casas rurales y venderlas. Creo que tiene una empresa y todo. Se llama Kim, simplemente. Mi madre decía siempre que acabaría muerto o en la cárcel, pero... —su voz se quebró cuando mirópor la ventana—. Oh, Dios mío. Shannon tenía razón.

—¿Qué?

—Está más guapo que nunca.

Kyungsoo se volvió con curiosidad cuando se abrió la puerta. Tenía que reconocer que se encontraba ante un magnífico ejemplar de ser una oveja negra.

 

Jongin se sacudió la nieve del pelo y se quitó una cazadora de cuero que no parecía pensada para los inviernos de la costa este. Kyungsoo pensó que tenía cara de guerrero: la pequeña cicatriz, la mandíbula sin afeitar, la nariz ligeramente torcida que impedía que su rostro fuera absolutamente perfecto.

Su cuerpo parecía duro como el acero, y sus ojos, de un vivo color verde, no eran más blandos.

Llevaba una camisa de franela, unos vaqueros desgastados y unas botas destrozadas. No parecía rico y poderoso. Pero, sin duda, parecía muy peligroso.

Jongin se sintió sorprendido y complacido al ver que la cafetería de Ed seguía siendo la misma. Probablemente, los taburetes que había en la barra eran los mismos en los que se sentaba de pequeño, cuando pedía un batido o un refresco. Sin duda, los olores tampoco habían cambiado. El aroma de las cebollas fritas se mezclaba con el humo de los cigarrillos de Ed y con el producto que utilizaban para limpiar la madera.

Estaba seguro de que Ed estaría en la cocina, como de costumbre. Y el viejo Tidas estaría en la parte trasera mientras se le enfriaba el café. Como siempre.

Sus ojos, fríos y calculadores, recorrieron la barra blanca, con sus platos de pasteles cubiertos de plástico transparente. Examinó los cuadros de la pared, hasta llegar al que había sobre una mesa en la que dos chicos tomaban café.

Vio a un desconocido. Era muy atractivo. Su pelo castaño oscuro, enmarcaba un rostro de suaves curvas y piel cremosa. Sus ojos grandes y azules lo miraban con curiosidad entre sus largas pestañas. Un precioso lunar adornaba su cuello, su boca, de labios carnosos en forma de corazón.

Era una belleza absoluta, que parecía salida de una revista de modas.

Se miraron fijamente, estudiándose, comosi estuvieran contemplando un objeto en un escaparate. Después, Jongin apartó la vista para mirar al frágil hombre rubio de ojos asustados y sonrisa tímida.

De repente, la sonrisa de Jongin hizo aumentar la temperatura de la habitación.

—¡Pero si es el pequeño Huang Zi Tao!

—Hola, Jongin. Veo que es verdad que has vuelto.

El sonido de la risa de Tao hizo que Kyungsoo levantara las cejas, extrañado. Era muy raro que su amigo diera muestras de alegría.

—Estás tan guapo como siempre —dijo, saludándole con un beso en los labios—. Dime que te has librado de ese imbécil y que tengo el camino despejado.

Tao recuperó inmediatamente su aire incómodo.

—Tengo dos hijos.

—Sí, ya me he enterado. Un niño y una niña —examinó su cintura, dándose cuenta de que había perdido peso—. ¿Sigues trabajando aquí?

—Sí. Ed está en la cocina.

—Voy a verle. Pero antes, ¿no me vas a presentar a tu amigo? —dijo apoyando una mano en el hombro de Tao.

—Perdona, no me he dado cuenta. Te presentó a Do Kyungsoo. Es el propietario de Past Times, una tienda de antigüedades y decoración que está un par de casas más abajo. Kyungsoo, te presento a Kim Jongin.

—De los hermanos Kim —dijo Kyungsoo, tendiéndole la mano—. Te han precedido los rumores.

—Estoy seguro —cogió su mano y se la estrechó mirándole a los ojos—. ¿Antigüedades? ¡Qué coincidencia! Yo también me dedico a eso.

—¿De verdad? ¿Te dedicas a alguna época en concreto?

Kyungsoo sabía que el hecho de retirar la mano significaría que había cedido ante él, de modo que la mantuvo. El brillo de los ojos de Jongin le dijo que lo sabía.

—Al siglo pasado. Tengo una casa de tres plantas para decorar. Es bastante grande. ¿Crees que te puedes encargar de ella?

Kyungsoo tuvo que utilizar toda su fuerza de voluntad para evitar que se le abriera la boca de la sorpresa. Le iban bastante bien las cosas con los turistas y la gente del pueblo, pero un encargo como aquél triplicaría sus ingresos habituales.

—Desde luego.

—¿Te has comprado una casa? —interrumpió Tao—. Pensé que te quedarías en la granja.

—Así es, de momento. Por ahora, la casa no es habitable. Después de remodelarla y reformarla un poco, abriré un hostal. He comprado la vieja casa de los Choi.

Atónito, Tao dejó en la mesa la taza que iba a llevarse a los labios.

—¿La casa de los Choi? Pero está...

—¿Encantada? —un brillo de diversión adornó sus ojos—. Desde luego que lo está. ¿Me puedes poner un trozo de pastel? Tengo hambre.

 

Kyungsoo se había marchado, pero Jongin se quedó una hora más. Entraron los hijos de Tao, y le miró divertido mientras regañaba al niño por olvidar ponerse los guantes y escuchaba a la niña, que le relataba con solemnidad las aventuras del día.

Había algo triste y algo tranquilizante en ver a la niña que recordaba con sus propios hijos.

Muchas cosas habían permanecido inalterables a lo largo de una década. Pero otras muchas habían cambiado. Era perfectamente consciente de que la noticia de su llegada ya había recorrido todas las líneas de teléfono del pueblo. En cierto modo, le resultaba halagador. Quería que todo el mundo supiera que había vuelto, y no con el rabo entre las piernas, como muchos habían pronosticado.

Ahora tenía dinero en el bolsillo y planes para el futuro.

La casa de los Choi formaba una parte muy importante de sus planes. No creía en los fantasmas, pero la casa lo había encantado a él. Ahora le pertenecía. Todas sus piedras, todas sus zarzas y todo lo que hubiera allí. Iba a reconstruirla, como se había reconstruido a sí mismo.

Algún día estaría en la ventana superior, mirando el pueblo. Demostraría a todo el mundo, incluso a Kim Jongin, que era alguien.

Dejó una generosa propina debajo de su taza, ocultando el billete para que Tao no se sintiera cohibido al ver su importe. Pensó que estaba demasiado delgado, y sus ojos eran demasiado tristes. Parecía aliviado cuando se sentaba junto a Kyungsoo.

Ese joven sí que sabía cómo comportarse. Miraba fijamente, y no vacilaba, pero tampoco parecía antipático. Ni siquiera había parpadeado cuando le había ofrecido amueblar todo un hotel. Estaba seguro de que su interior había dado un vuelco, pero había sido capaz de no demostrarlo.

Él era un hombre que intentaba hacer lo mismo en todo momento, por lo que sabía reconocer y admirar su esfuerzo. El tiempo le diría si era capaz de afrontar el reto.

Pero no había mejor momento que el presente.

—Esa tienda de antigüedades está dos casas más abajo, ¿no?

—Exactamente —respondió Tao, mientras preparaba un café—. A la izquierda. Pero no creo que esté abierta.

Jongin se puso la chaqueta y sonrió.

—Estoy seguro de que sí.

 

Salió sin cerrarse la chaqueta. La nieve amortiguaba el sonido de sus pasos. Como esperaba, la luz de Past Times estaba encendida. En vez de buscar cobijo en el interior, contempló detenidamente el escaparate. Le pareció inteligente y eficaz.

Un trozo de tejido azul, como un estanque de agua brillante, caía por varios niveles. Una estatuilla china de ojos brillantes lo contemplaba fijamente desde la altura superior. Había un dragón de jade acurrucado sobre un pedestal. Un joyero de caoba estaba abierto, con brillantes piezas de bisutería saliendo de sus cajones, como si una mujer hubiera estado revolviéndolos en busca del adorno adecuado.

También había varios frascos de perfume que formaban un alegre contraste de colores sobre un pequeño estante esmaltado.

Asintió complacido. Aquel hombre sabía cómo atraer a los clientes al interior de la tienda.

Cuando abrió la puerta, un tintineo anunció su llegada. El aire olía a canela, clavo y manzanas. Aspiró profundamente y se dio cuenta de que también olía a Do Kyungsoo. El sutil perfume que había advertido en la cafetería impregnaba el ambiente.

Pasó un rato echando un vistazo. Los muebles estaban cuidadosamente colocados, de forma que resultaba posible rodear cada uno de ellos, y, sin embargo, no estorbaban el paso. Las lámparas, los jarrones y los platos decoraban a la vez que se exhibían. Había una mesa de comedor con porcelana, cristalería, velas y flores, como si esperase que, de un momento a otro, se sentaran en ella los invitados. Una antigua caja de música, llena de discos de setenta y ocho revoluciones, adornaba una esquina.

Había tres habitaciones, perfectamente organizadas todas ellas. No pudo ver ni una sola mota de polvo. Se detuvo frente a una alacena de cocina llena de platos de cerámica blanca y botes pintados a mano.

—Es una buena pieza —dijo Kyungsoo a sus espaldas.

—En la cocina de la granja tenemos una igual.— No se volvió. Sabía que Kyungsoo estaba detrás de él desde antes de que hablara. —Mi madre —prosiguió— guardaba en ella la vajilla de diario. Platos de loza blancos, como ésos. Y vasos fuertes, que no se rompieran fácilmente. Una vez se

enfadó conmigo y me tiró uno a la cabeza.

—¿Te dio?

—No. Me habría dado si hubiera tenido intención de hacerlo —se volvió y le mostró su cautivadora sonrisa—. Tenía muy buena puntería. ¿Cómo es que te has establecido aquí, en mitad de ninguna parte?

—Me dedico a vender mi mercancía.

—No está nada mal. ¿Cuánto cuesta el dragón del escaparate?

—Tienes muy buen gusto. Quinientos cincuenta.

—Bastante caro —comentó, abriéndose el único botón de la chaqueta.

A Kyungsoo le pareció un gesto demasiado íntimo, pero no hizo ningún comentario.

—Vale lo que cuesta.

—Si eres inteligente, puedes conseguir más —se metió los pulgares en los bolsillos de los pantalones y siguió recorriendo la tienda—. ¿Cuánto hace que llegaste aquí?

—Tres años y medio.

—¿De dónde? —al ver que no contestaba se volvió y levantó una ceja—. Sólo pretendía charlar, querido. Me gusta conocer a la gente con la que hago negocios.

—Aún no hemos hecho ningún negocio —se echó el pelo hacia atrás y sonrió—, querido.

La risa de Jongin brotó, rápida y cautivadora. Kyungsoo sintió un escalofrío en la columna vertebral. Estaba seguro de que se encontraba ante el hombre contra el que cualquier madre prevendría a sus hijas. Pero, por muy tentador que resultara, los negocios eran los negocios.

—Creo que me caerás bien, Kyungsoo —dijo Jongin, ladeando la cabeza—. Desde luego, tienes carácter.

—¿Otra vez intentas charlar?

—Sólo era un comentario —le miró las manos, sin dejar de sonreír—. ¿Significa alguno de esos preciosos anillos que alguien se me ha adelantado?

El estómago de Kyungsoo dio un vuelco.

—Supongo que depende de lo que pretendas.

—No —anunció Jongin con seguridad—. No estás casado. Me lo habrías restregado por la cara.

Se sentó en un sofá de dos plazas, de terciopelo rojo, y apoyó un brazo en el respaldo.

—¿No te quieres sentar? —invitó.

—No, gracias. ¿Has venido para hablar de negocios o para convencerme para que me acueste contigo?

—Yo nunca convenzo a las personas para que se acuesten conmigo.

Kyungsoo supuso que tendría razón. Le debía bastar con mostrar su sonrisa y chasquear los dedos.

—He venido a hablar de negocios —dijo Jongin, cruzándose de piernas—. Por ahora, sólo de negocios.

—Muy bien. Entonces, te puedo ofrecer una sidra caliente.

—La aceptaré con mucho gusto.

 

Kyungsoo se fue a la trastienda. Jongin aprovechó la soledad para reflexionar. No tenía intención de ser tan directo; no se había dado cuenta de que aquel chico lo atraía tanto. Había algo en la forma en que estaba allí, de pie, con su chaqueta y sus manos enjoyadas, y sus ojos tan fríos y divertidos.

Si alguna vez había visto a una persona que anunciara un camino escarpado, se trataba de Do Kyungsoo. Aunque raras veces elegía el camino más fácil, tenía demasiadas cosas de las que ocuparse.

Kyungsoo volvió, caminando sobre sus largas piernas. El pelo ocultaba la mitad de su ojo.

Jongin decidió, de repente, que siempre podía hacerle un hueco.

—Gracias —dijo al coger la taza humeante que le ofrecía—. Tenía intención de contratar a algún decorador de Washington o de Baltimore, y buscar yo mismo algunos de los objetos.

—Puedo ofrecerte lo mismo que cualquier empresa de Washington o Baltimore, y a un precio mejor.

—Tal vez. El caso es que me gusta la idea de trabajar con alguien que esté cerca de mi casa. Veamos qué puedes hacer —bebió un trago—. ¿Qué sabes sobre la casa de los Choi?

—Que se encuentra en muy mal estado. Me parece un crimen que no se haya hecho nada por preservarla. Por lo general, en esta zona del país son muy cuidadosos con los edificios históricos. Si tuviera dinero, la habría comprado yo mismo.

—Y habrías hecho una compra excelente. Esa casa es dura como la roca. Si no estuviera tan bien construida, ahora sería una ruina. Pero necesita mucho trabajo. Hay que nivelar los suelos, enyesar las paredes, tirar algunos tabiques y cambiar las ventanas. El tejado está hecho un desastre —se recostó y se encogió de hombros—. Es una cuestión de tiempo y dinero. Cuando esté preparada, quiero que tenga el mismo aspecto que en 1862, cuando los Choi vivían aquí y contemplaban la batalla de Antietam desde la ventana del salón.

—¿Tú crees? —preguntó Kyungsoo con una sonrisa—. Yo diría que la oirían desde un rincón del sótano.

—No es lo que yo imagino. Los ricos están a veces tan ciegos ante el mundo que es probable que lo considerasen un espectáculo y se molestaran si el fuego les rompía una ventana o les despertaba al niño.

—No comparto tu opinión. El hecho deser rico no significa que haya que permanecer impasible cuando una persona muere delante de tu jardín.

—La batalla no llegó tan cerca. En todo caso, lo que quiero es que todo parezca sacado de esa época. El papel de las paredes,el mobiliario, los adornos, los cuadros... —se contuvo para no encender un cigarrillo—. ¿Qué te parece la idea de reconstruir una casa encantada?

—Interesante —lo miró por encima del borde de su taza.—. Además, no creo en los fantasmas.

—Creerás en ellos antes de terminar. Cuando era pequeño pasé una noche allí, con mis hermanos.

—¿Oíais chirridos y ruido de cadenas?

—No —respondió muy serio—, con excepción de los ruidos que hacía Chanyeol para asustarnos a los demás. Pero hay una parte dela escalera que pone la piel de gallina, sin motivo aparente. Cerca de la chimenea del salón, huele a humo. Y cuando se recorren los pasillos, se tiene la impresión deque hay gente en ellos. Si hay bastante silencio, es posible oír el ruido de los sables.

A pesar de sí mismo, Kyungsoo no pudo contener un estremecimiento.

—Si intentas que me asuste porque te has echado atrás y no quieres que acepte el encargo, no lo conseguirás.

—Sólo quería explicarte lo que yo sentí. Quiero que eches un vistazo al lugar y que recorras las habitaciones conmigo. Veremos qué se te ocurre. ¿Te viene bien mañana, sobre las dos de la tarde?

—Estupendo. Tendré que hacer mediciones.

—Muy bien —dejó la taza a un lado y se levantó—. Es un placer hacer negocios contigo.

Kyungsoo estrechó su mano.

—Bienvenido a casa.

—Eres la primera persona que me dice eso —se llevó su mano a los labios, mirándolo—. Claro que no sabes nada de mí. Hasta mañana. Otra cosa —añadió mientras se dirigía a la puerta—. Saca el dragón del escaparate. Lo quiero.

 

Mientras salía de la ciudad, detuvo el coche a un lado de la carretera y se detuvo. A pesar de la nieve y el viento helado, se apeó del vehículo y contempló la casa de la ladera de la colina.

Sus ventanas rotas y sus porches caídos no revelaban nada, como tampoco revelaban nada los ojos de Jongin. Tal vez la mansión estuviera encantada, pero no le preocupaban. Empezaba a darse cuenta de que los únicos fantasmas de los que quería librarse estaban en su interior.

Notas finales:

Que tal? Espero que os haya gustado, gracias por los dos reviews~.

Nos leemos en el próximo capítulo~~


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