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Unbreakable. por ChocoPyo

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Notas del fanfic:

Bien, esto es una cosa que se me ocurrió después de mucho escuhar Take me to church de Hoizer, y este fue el resultado. Lo siento con lo que pasará, es triste, pero eso fue para lo que me inspiré (claro, claro, en lugar de escribir el segundo capi de sin caballero, sin armadura.

Notas del capitulo:

Holo... no me maten, por favor!

                Sus respiraciones aceleradas por la carrera que se estaban dando, hacía que pudiesen ver su vida frente a sus ojos debido a toda la adrenalina. Sus pechos subían y bajaban a una velocidad increíble, como cada vez que terminaban de hacer el amor con pasión y dedicación. Los ojos de ambos estaban cristalizados, sus mejillas completamente rojas al igual que sus narices por culpa de las lágrimas constantes que los atacaban. En algún punto de estar corriendo, se adentraron al bosque que daba cerca al pueblo, sin saber cómo o por qué los perseguían, por qué los cazaban cual animales. Ellos eran personas de carne y hueso al igual que sus perseguidores, por eso no lograban entenderlo, sus corazones no se los permitía; no quería aceptar la cruda y horrible realidad que estaban viviendo. No era culpa suya ser amantes. Tan sólo seguían sus sentimientos. Mas la sociedad no lo veía así; para ellos eran bichos asquerosos e inservibles basuras inmundas que no pertenecían al mundo. Eran la peor escoria que podía existir, por decirlo así. No querían seguir llorando, pero no era como si su cuerpo se los permitiera, no era una opción. Conforme avanzaban –o más bien corrían–, sus respiraciones se volvían más erráticas y sus piernas temblaban y dolían, traicionándolos porque en cualquier momento les fallarían.

                A sus espaldas, cuatro perros labradores los perseguían, ladrándoles y corriendo en un intento en el que era más que seguro que iban a alcanzarlos; detrás de esos animales pura sangre, una turba de pueblerinos hacían lo mismo que los perros, a excepción que ellos traían antorchas y trinchetes con la firme decisión de matar a la pareja que corría semi desnuda a través del espeso bosque repleto de naturaleza y animales que no eran juzgados por nada. De repente,  gracias a una rama y el alboroto, el más chico cayó, haciendo que su pareja se asustara, más no dijera nada y fuera hasta él para luego tomarlo entre su manos y elevarlo al estilo princesa. No se dijeron nada, no era necesario, mas el cuerpo sostenido entre los brazos del muchacho más grande lo apretó en un intento por calmar sus ansias y, escondiendo su rostro en el cuello blanco de su novio, siguió llorando amargamente. El mayor tragó saliva y devolvió el apretón, queriendo permanecer de esa manera mucho tiempo más, pero los ladridos de los perros lo alertaron, sacándolo de su trance para que empezara a correr. Ni siquiera pasaron tres minutos, cuando el chico que seguía cargando al menor reconoció el lugar donde estaban, por lo que, con los nervios a flor de piel, recorrió el lugar con su vista, intentando encontrar el lugar que conocían a la perfección; el lugar en el que pasaban tantas tardes juntos enseñándose pasionalmente su amor mutuo, donde se entregaron por primera vez de manera tímida y sin morbosidad, sólo dispuestos a disfrutar estar juntos, basándose en aquellas absurdas promesas que siempre habían mantenido en pie.
                Era terrible tener que verse a espaldas de las personas que los rodeaban, pero era necesario. Siempre había sido así. Escondiéndose sólo para que nunca les hicieran lo que, ese mismo día, amenazaban con hacerles. No querían morir siendo tan jóvenes y con tanta vida con delante, pero era así y estaba pasando lo que menos querían. Iban a descubrirlos tarde o temprano, pero no se arrepentían de nada. Se sentían traicionados por la misma estúpida sociedad “civilizada” que en un principio los había tratado como uno más, y que en esos momentos eran “simples bastardos homosexuales y  asquerosos”.

                No les resultó difícil encontrar el pequeño pasadizo que habían mantenido oculto durante tanto tiempo, apresurándose a entrar en esa cortina de plantas y rodeada de piedras que le daba un aspecto acogedor, aunque bien se podía confundir con otro matorral de plantas en sí. Una vez adentro, sus corazones intentaron tranquilizarse al igual que sus cuerpos. No estaban seguros de que hubiese funcionado, pero no saldrían para poner en riesgo su ubicación. Desgraciadamente, al cabo de un par de minutos, los ladridos de los animales y el griterío de las personas, se incrementaron. Poco tiempo después, hechos uno con un abrazo que se consideraría irrompible al igual que su amor, entraron a su escondite, mordiéndolos en el proceso. Los cuatro animales trataban de arrancarles la piel con sus mordidas, o eso era lo que ellos pensaban, mas, el joven de tez lechosa protegió al cuerpo que era ligeramente más bajo que él, logrando así que las mordidas fueran dirigidas hacia su persona. Obviamente chilló y lloró aún más porque los filosos colmillos e incisivos de esas grandes bestias desgarraban su piel, pero su tortura no duró mucho, puesto que los hombres que les perseguían llegaron y separaron tanto sus cuerpos como a los caninos. No querían soltarse, pero no les quedaba de otra. No ante esos mounstros, que los consideraban a ellos así.

                Lejos de rescatarlos los arrastraron atados a cadenas como si fuesen puercos; estaban heridos, mas a los cazadores les importaba una mierda. No tuvieron idea de cuánto fueron arrastrados de esa forma, mas sí supieron que terminaron en el centro del pueblo frente a la mirada de sus padres y seres queridos. Al verlos ahí esperaban que los ayudaran, todo lo contrario a lo que en verdad hacían; los veían con desprecio y asco en el rostro.
YoonGi, que acabó atado en una estaca de madera junto a una hoguera bastante llamativa y grande para los presentes que aplaudían y pedían a gritos que los quemaran de una vez, temblaba sin parar viendo el cuerpo de JiMin ser llevado hasta el lugar que sería de su muerte. Sus ojos no podían estar más rojos por tanto llanto al igual que los del menor; sus corazones latían desenfrenados ante la vista horrenda de lo que sería y cómo sería su muerte. Odiaban a la sociedad tan cruel y despiadada de la que formaban parte. Como la mayoría.

                — Esto —dijo un hombre que sobrepasaba los cuarenta años de edad, señalando a ambos muchachos que lloraban en silencio y semidesnudos—, señoras y señores, no es más que una vil escoria en el mundo.

                Soltó con amargura y asco en su voz, recibiendo por respuesta gritos y bullicio por parte del pueblo. El muchacho más grande cerró sus parpados con pesadez intentando contener las lágrimas.

                — ¡Mátalos de una vez, YongGuk! —gritó un señor castaño con dientes desperfectos entre la muchedumbre, por lo que el mencionado sólo se carcajeó.

                — Calma señores —volvió a hablar el tipo, extendiendo las manos para hacer cesar el bullicio—. Pronto lo haré, pero mientras no desesperen, antes de todo debemos interrogar a los invitados —soltó con burla y haciendo una leve reverencia a los chicos tras él.

                Nuevamente el público se agitó y comenzó a gritar, incluyendo a los padres de la pareja.

                — ¿Y bien chicos? —preguntó YongGuk a los jóvenes, siendo completamente ignorado por estos. Eso lo hizo enojar, pero lo disimuló y continuó con su monólogo—: Por lo visto de que no quieren hablar, yo diré las razones del por qué están aquí, en delante de todos nosotros en la hoguera —hizo una breve pausa para girarse a verlos, después les sonrió con sorna y siguió—. Estos… chicos intentaron pasarse de listos al querer… —paró unos segundos y se viró hacia las personas— antes de nada, cúbranle los oídos a los niños, por favor —pidió cínicamente, aunque la orden fue cumplida—. Estos chicos intentaron tener sexo entre ellos, lo cual no es permitido con nosotros.

                Los presentes comenzaron a gritar y maldiciendo a la pareja, les arrojaron piedras. El hombre ni siquiera intentó detenerlos, sólo se satisfacía ante lo que contemplaban sus ojos con una mueca burlona.

                — ¡Mátalos de una vez, YongGuk! —volvió a gritar el tipo de antes, siendo coreado al instante que pidió tal atrocidad por los demás.

                — De acuerdo —dijo al fin—. Lo haré para que quede claro que este tipo de acciones quedan estrictamente prohibidas en nuestra sociedad —se giró de nuevo a verlos y dijo, con esa sonrisa suya tan cínica y llena de odio—: Que sirva de escarmiento para los demás.

                Y sin esperar ni un solo segundo más, ordenó a sus lacayos que le prendieran fuego a la hoguera, todo ante los atentos ojos de YoonGi, que gritaba porque no lo hicieran, mas nadie le hizo caso. La garganta de los dos se desgarró por gritar tanto, pero aun así siguieron haciéndolo, rogando porque los dejaran en paz, que los dejaran ser felices entre ellos. Ninguno tuvo la culpa realmente de lo que ahí pasó, pero no lo sabían; creían que así era porque habían sido descuidados habiendo dejado que los descubrieran casi en pleno acto, pero no era cierto.

                Y así fue como ambos amantes murieron gritando el nombre del otro ante las miradas inquisitivas del pueblo, que contemplaron todas y cada una de las acciones e intentos por liberarse de los muchachos. A los padres ni siquiera les dolió que fuesen sus hijos, puesto que también apoyaban a que les arrebataran la vida. Luego de que la sangrienta escena se terminara con cenizas y huesos de los dos chicos, se escuchó decir a una persona una frase que no muchos habían pensado, mas sin embargo tampoco les importaba tal cosa.

                — Pobres muchachos… Aún tenían la vida por delante. Ira que morir tan joven por estupideces suyas… ¡Pobres de verdad!

                Lugo de eso, en el pueblo existió mucha tranquilidad, y, el día en que se suponía enterrarían los huesos, ya no estaban en la plaza, sino, se encontraban en el bosque, frente al que había sido su refugio por tantos años, enterrados y con lápidas, juntas una de la otra, con un par de números que decían veintiuno y diecinueve, haciendo referencia a las edades de los dos muchachos que habían perdido la vida por aquel trágico incidente. Con el pasar de los años, se ignoró quién había sido el o la que transportó los huesos hasta ese lugar, mas la única persona que sabía, era un muchacho pelinegro, alto y con dos hoyuelos en las mejillas que era igual a esos otros muchachos. Homosexual.

Notas finales:

Gracias por no matarme y dejarme lindos reviews donde pueden decirme si tirarme de un puente o no ^^

Bye bye~~


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