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Samsara por ElectiveAmnesia

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Notas del fanfic:

No es la primera vez que escribo, pero sí es uno de mis primeros proyectos puestos en pie, y éste no es una práctica, por lo tanto lo subí. Así que las críticas [constructivas] son bienvenidas para ir mejorando.

La pareja es algo nuevo para mí, no me siento muy en mi terreno, se puede decir que es un salto fuera de mi zona de confort, y sobre todo el toque que les pienso dar en la historia, pero ya tenía en mente la idea desde hace tiempo y no pude contenerme cuando me enteré que hay más historias de ellos.  

¿Ya agregué que hacer esto me da risa de alguna manera? 

Los personajes no me pertenecen, le pertenecen a la compañía Pixar.  

Y para explotar ambas películas utilizaré personajes tanto de la primera como de la segunda para menciones claves. Eres bienvenid@ a dejar tu opinión sobre mi loca idea ;)

— Ediciones en pie.—

^^^

 

Notas del capitulo:

Hasta último momento sigo dudando con publicarlo, es que se me hace chistoso, no me veía subiendo esto, lo hice una tarde para mejorar mi ánimo con esta graciosada, pero que más da, quizás exagere.

Nos leemos abajo, siéntese y disfrute el camino.
 
:)

Removió con desgano los gélidos cubitos al punto de su extinción, provocando un sonido agudo y acuoso con el dorado licor que aún quedaba por tomarse. Elevó los azulinos ojos, con una cortina opaca cubriéndolos que poco permitía deleitarse con el intenso matiz, para comenzar un movimiento rítmico sobre la barra de madera, fijándose con un interés fingido en los detalles que poseía. Pediría una copa más, aunque sabía que estaría contradiciendo a su voz interior que desde un inicio le exigió respeto para con quien se encontraba compartiendo cortas y triviales conversaciones hasta hace un momento.
 
Quizás tendría tiempo para preocuparse después, mientras tanto embriagaría también a esos horridos y fastidiosos siseos en su cabeza. Necesitaba un desahogo, hasta podía asegurar con absoluta firmeza que le vendría bien recibir un golpe con un bate de beisbol, amistoso, claro, con el plan de dejarlo noqueado y apacible de una vez.
 
Pidió otro trago, ésta vez con una voz digna de un ebrio y con los cabellos cosquilleándole la nariz. Una mirada café chocolate se pegó sobre él con cierto deje de preocupación, pues en todas las salidas ocasionales y serias que habían tenido esa era la peor. Pero era muy acreditable la justificación que ponía de frente el joven pero experimentado corredor. Los últimos veinte minutos los protagonizaron los quejidos y oleajes de malas vibras del rubio. Explicaba lo que ya había quedado claro desde hace tiempo, la misma historia una y otra vez, agregando la embriaguez que lo convertía en alguien desorganizado y más que zopenco con el habla, e insoportable de acompañar.
 
Para darte, a ti como lector, un poco de ubicación acerca de lo que acontece esa noche en aquel bar californiano y en la derrotada alma del número noventa y cinco te plantearé una sencilla pregunta, muy probable y te hagas una idea a grandes rasgos de los que sucede. Está bien, ¿puedes imaginar que una de tus mayores metas, aspiraciones, por la cuales has estado trabajando con meticuloso esmero desde hace tanto se vea pisoteada con completa facilidad por aquel que tan poco soportas ver siquiera? Tan solo siente un poquito como sería que toda esa ilusión se evaporara como agua por entre tus dedos. Que tu castillo sea derrumbado con una nula complicación tan humillante para ti.
 
Había perdido el Grand Prix.
 
Recostó su cabeza sobre su antebrazo y meneó los hielos tintineantes una vez más. Suspiró dejando a relucir su cansancio mental, emocional y el gran peso que cargaba con la tempestad de emociones que se lo comían mordida a mordida. Un aura oscura llevaba días pisándole la sombra.
 
Los ojos le comenzaron a picar y su vista se convirtió en una lente que asimilaba ser uno de esos hielos que removía. Chasqueó la lengua con frustración y se apegó ligeramente a quien se había convertido en uno de sus mejores amigos. Efectivamente Mate era el primero, pero con quien dejaba fluir sus sentimientos era con quien podía charlar de cosas más profundas e importantes, cosa que necesitaba y Mate no le podía ofrecer con plenitud.
 
El mayor, rubio también, aunque más oscuro, le pasó una mano por el hombro, ofreciéndole consuelo y apoyo en ese tacto tan simple. Como corredor experimentado y retirado comprendía el potente sentimiento de la derrota en un evento tan monumental y sensacionalista como lo fue el Grand Prix, pero a pesar de ello no era capaz entender la gran rivalidad que tenía con el extranjero puesto a que no lo había experimentado de tal forma. No comprendía siquiera lo que causaba en él la enemistad singular, existente desde años atrás, y el significado del vencimiento. Ese par eran tan especiales que ninguna persona podía asegurar comprenderlos en absoluto.
 
—Strip —lo llamó en un sollozo.
 
El aludido agachó la cabeza para poder escucharlo con cercanía.
 
— ¿Sabes qué me pasa no? —ésta vez fue él quien recargó una de sus manos en el hombro del contrario. Elevó la mirada para conectarla con la de "El Rey" quien quedó absorto al presenciar tan cerca el acervo lagrimeo de quien le susurraba en su decadencia— ¿Lo sabes, no?
 
Rey no tuvo que razonar demasiado lo recién dicho, desde el inicio la percibió como una pregunta fuera de la obviedad, lo malo era que su respuesta era una negativa. Con toda honestidad, no lo sabía. Ninguno sabía cuál era el verdadero suplicio del joven.
 
Se ajustó la liga de su coleta y se separó un par de centímetros del corredor, hasta que después de premeditarlo innecesariamente le negó con la cabeza, mirando a un punto fijo que no era la desgracia de McQueen. Compartiría un poco de la impotencia del muchacho al no sentirse capaz en ayudarle ni responderle con certeza a su pregunta. Rayo bufó una risita y negó también.
 
—Yo tampoco —se encogió de hombros sonriente. Cambiando de faceta a una indiferente ante lo que le atormentaba desde hace días—, pero que importa, después de todo no le voy a dar más importancia a ese engreído. Ya no más...
 
Ambos dieron un último sorbo a lo restante de sus bebidas. Rey miró con desaprobación a su joven amigo, quien no reparaba en que daba una inmoderada importancia al corredor italiano. Hablaba de su derrota como si fuera cosa de ambos. Perder y ganar en una carrera tienen una similitud, es el individualismo. No pierdes porque tu adversario ganó, sino porque no le ganaste tú, y no ganas porque tu adversario perdió, sino porque tú llevaste la delantera. Puede sonar exactamente igual y carente de sentido, pero nada cambia que el lugar que obtuviste lo consigues por ti mismo, no porque el otro te lo haya asignado. Sí, ya era tiempo de decírselo...
 
—Escucha Rayo, tú perdiste. — ¿Ah sí? —remarcó su sarcasmo con una impresión plástica.
 
—Déjame terminar —pidió relajado—. Fue tu culpa, y las veces que has perdido y ganado contra el antes también han sido tu culpa. Pero a pesar de que cruces primero la meta el seguirá siendo mejor que tú. Sin importar la suavidad de su voz aquellas palabras hicieron que el otro se encogiera en sí mismo.
 
El oji-azul sentía como si lo estuvieran degollando, si eso le llamaban apoyo moral le desagradaba en lo absoluto y lo mantenía en desacuerdo, pues ese tipo de palabras a su parecer era lo que menos necesitaba de momento.
 
— ¿Sabes por qué, Rayo? —preguntó sonriente.
 
—No.
 
—Pues porque él hace las cosas para sí mismo —enmarcó con firmeza antes de proseguir—. La competencia y rivalidad es algo inevitable, es claro, pero tu mentalidad sólo está en "para ganarle" no en "para ganar". El cuándo pierde crece, por el contrario tuyo, porque aprende tanto de ti como de él mismo —se giró en su asiento para analizar las quietas facciones del rubio ante su respuesta—. No trato de decirte que todo lo que haces está mal del todo; lo tienes como inspiración para superarte a ti mismo de tus derrotas, pero muchas veces lo haces para demostrar, para dar impresión en lugar de darte el mérito por ir mejorando como corredor. No sabes ni lo que estás haciendo, McQueen. Dices que no le darás más importancia pero todo lo haces por él y  para él.
 
Sincerarse y dar a oírse no quedaba de más. Después de todo alguien tenía que hacerlo, ¿no?
 
El susodicho no pudo con lo último dicho. Azotó la mano en la barra y lo encaró con un rostro desnudo, dejando visible todo rastro de emoción remolinosa. No sabía a donde dirigir su paso, pues era de reflexionar todo lo que le habían dicho, pero ciertos puntos lo hicieron enfurecer, como si todo lo que había logrado hasta ahora fuera poca cosa.
 
— ¡¿Dices que no he crecido?!—Escupió las palabras con toxicidad—. ¡Cuando era un novato entendí el verdadero significado de una carrera y por eso te ayudé a terminar! gané cuatro copas pistón con el esfuerzo de mi equipo y del mío, ¿sabes? ¡Francesco no estuvo en ninguna copa pistón y las obtuve porque fue una meta que me establecí a mí mismo! ¡Y, Rey! dime de dónde piensas que lo hago para demostrar, otra cosa que me costó pero que logré fue deshacerme de mi lado arrogante. Si para ti eso es crecer entonces dime qué es lo que he estado haciendo todo el tiempo —con el pasar de sus palabras su rostro se deformaba en gestos de cabreo puro. La elevación de voz fue atrayendo las miradas de las personas en el establecimiento.
Rey permaneció quieto, mirando con un deslumbre secretivo en sus irises. Clavó la vista en Rayo, quien fue diluyendo con lentitud su expresión iracunda.
 
—Entonces, ¿Dónde dejaste a ese Rayo en las copas internacionales y en el Grand Prix? —jugueteó con sus dedos en la frialdad y pulcritud de la barra. Se encorvó para quedar próximo al bebido rubio—. Quisiera saber por qué le quieres ganar a toda costa y por qué cambias de esa manera cuando ambos pisan la misma pista. Eres alguien grande, y perdona si no señalé todo lo que has logrado, pero lo que necesitas es controlarte, ser el mismo Rayo aquí y allá. También te urge cambiar tu percepción hacia él. Sé que no  lo soportas.
 
—No te equivocas —agregó presuroso. Contorneando con la yema de los dedos las orillas del vaso. Evadió por completo el resto de las palabras que habían salido de los pálidos labios de su compañero, no porque lo tuviera sin cuidado, más bien era que se sentía regañado y no usaría su tiempo de "desahogo" en agregarse más mortificaciones. 
 
—De verdad que no sé por qué lo aborreces. Lo conocí hace tiempo, es un hombre encantador y propio.
 
— ¿Tú también? —cuestionó apático, sin intenciones de encubrir su rechazo.
 
— ¡Pero si él te adora! —carcajeó con levedad, extendiendo los brazos—. Tú eres el difícil, se nota que Francesco te considera un adversario y amigo, no un enemigo.
 
—Eso es solo lo que ustedes ven, pero no es así —posó su rostro en su mano, mirando hacia el televisor que transmitía deportes en vivo—, no siempre fue así —agregó.
 
— ¿Entonces puede que estés aferrado a algo que ya pasó? No sé a qué te refieras, pero siempre ha demostrado su aprecio por ti. A la manera de Francesco, claro, pero lo hace.
 
McQueen lo miró con furtividad, también miraba la tele, aunque verdaderamente ninguno estaba atento a esta.
 
—No me aferro a nada realmente —cuchicheó dejando sus hombros y su cuello caer.
 
—Seguro.
 
Se acostó sobre su antebrazo, repitiendo la posición con la diferencia de que sería el brazo contrario. Sentía el estómago revuelto y las lágrimas secas arder en su rostro reseco y sonrosado. En aquellos evanescentes segundos que su vista se volvió poco tenue se respondió a sí mismo la misma pregunta, dejando resonar en su cabeza una respuesta diferente, más franca. Sopló los cabellos que le estorbaban la cara y se ocupó en esperar a que el silencio entre ambos se tornara cómodo y comprendido.
Mientras Rey sacaba su billetera una voz los hizo enfocar la vista en el mismo punto en un santiamén.
Uno no hizo más que permanecer expectante, un poco atraído podía agregar, y pues, el otro sentía poderosas arcadas aproximándose y la sangre correr en dirección contraria. El tiempo que duró el comercial con el italiano como modelo lo hizo perder los estribos. ¡Se supone que él haría ese comercial!
 
— ¡Eso era mío! —señaló a la pantalla con ademanes exagerados. Apuntó decenas de veces, colorado hasta las orejas y con nuevas gotitas traicioneras escapando de sus grandes y tristones ojos.
 
Deplorable.
 
—Te daré un consejo —recurrió una vez más a aquella sonrisa sincera y calmada—: engáñate.
 
— ¿Uh...? —reaccionó tardíamente, pues estaba secando sus lágrimas y los restos de su triste noche que hasta pena causaba.
 
—Sí, engáñate. Cada vez que lo veas o pienses en él hazlo de una manera positiva aunque sabemos que en verdad no es así. Ya sabes, finge que no lo odias tanto.
 
Hasta ese momento no había escuchado un consejo con pinta de ser tan poco efectivo. Le parecía inverosímil la seriedad con la que lo mencionaba, tan seguro, cuando eso lo hacía sentir a él como si fueran dos infantes recomendándose artículos o artilugios obsoletos. No lo consideraba un insulto porque no lograba alcanzar tal grado, pero no creía ni una pizca que eso pudiera solucionar más de una década de choques entre el número uno y noventa y cinco. El de ojos color chocolate comprendió lo que transmitía la mirada eléctrica.
 
—No, no. Verás, tiene una explicación sencilla, te lo mostraré —se reacomodó en el banquillo quedando frente a frente con el rubio. Se señaló a si mismo con las manos y prosiguió—. Imaginemos que soy Francesco.
 
—Aléjate —se apresuró a distanciarse lo más posible.
 
— ¡No! o Dios, lo vez, ahí está el punto. Dime que piensas cada vez que lo vez o lo mencionan —formó una cálida curvatura de labios. Estaría dispuesto a hacerlo comprender aunque le tomara años. Como mínimo debía distraerlo cuanto pudiera, pues a pesar de que hubiera pasado su fase de novato todavía tenía muchas cosas que trabajar en sí mismo tanto como competidor como persona.
 
—Que no me agrada —respondió con soltura, aunque dubitativo.
 
—Algo negativo, Ok. Toda la negatividad que tienes es porque lo has permitido y lo has hecho un hábito. Es muy difícil romper con un hábito como la negatividad, porque son pensamientos que no paras de repetir, por eso tienes que forzarte a la inducción de nuevos actos que destruyan esos pensamientos, intercambiando lugar con los "nuevos" —explicó con elocuencia y fluidez, como si recién lo hubiera leído de un libro—. Ahí es donde entra el fingir, hacer como sí. Te voy a saludar, soy Francesco, recuerda, tienes que pensar de forma diferente a la habitual. Hola McQueen.
 
—Hola.
 
— ¿Qué piensas?
 
—Nada.
 
Rey se palmeó la cara. De acuerdo, a él no le tomó tiempo comprender pero con Rayo tendría que empeñarse un poco más.
 
—McQueen, nosotros no tenemos control de nuestros sentimientos, pero sí de lo que hacemos. Si te comportas de forma constructiva tendrás sentimientos constructivos, lo mismo con las acciones destructivas. Si actúas como si estuvieras enojado conmigo te enojarás, tú mismo te provocarás el enojo. Debes portarte bien con Francesco para que pienses mejor y pensar mejor para comportarte mejor.
 
— ¿De qué librito sacaste eso? suenas súper serio —se burló cantarín mientras llamaba a que le sirvieran más—, además estaría mintiendo, yo no soy doble cara para portarme como si me fascinara.
 
—No trata de hipocresía, es para cambiar los hábitos de forma beneficiosa. Inténtalo, sirve, y no dejes de hacerlo o de verdad estarás desperdiciando tu tiempo —le dio una palmada en la espalda y se puso de pie a la par que sacaba un par de billetes de la billetera que llevaba fuera un rato.
 
Con ello selló el encuentro,  por lo tarde y por la poca condición de McQueen para seguir entablando la charla con sensatez.
 
—Yo solo estoy triste y quiero alcohol, no un psicólogo —refunfuñó mirándole con un ademán infantil que logró conmover al Rey.
 
—Nos vemos McQueen —se despidió dejando la paga en la mesa para desaparecer a paso lento entre la atmósfera miserable del bar que habían seleccionado aleatoriamente esa noche.
 
No lo rebuscó con la mirada ni preguntaría nada hasta después, mientras su principal preocupación sería meter al mismo costal todas las últimas cosas que le habían acontecido, fueran agradables o poco disfrutables de memorar. Ahora sí, sería solo momento para sí mismo y no para el apoyo de Sally, del Rey o nada más. Pero el haber escapado de todo lo hizo regresar a su faceta inicial en la estancia que llevaba en la instalación, sintiendo una cuerda rodearle la garganta ante el recuerdo palpitante de la humillación que cayó encima de sus pies y espalda. Reviviendo con dramatismo y más dolor del recordado la fascinación y superioridad arrogante del italiano castaño. Se revolvió el cabello, perdiéndose en él y ahogándose en su propio vasito de agua, pues el haberle sumado a todo la idea de que era más que cierto el hecho de que todo de él (al menos en ese momento) rotaba alrededor de Francesco lo hacía desplomarse sin la necesidad de retirar ninguna pieza de él mismo.
 
Dejó al salvajismo de sus pensamientos divagar por donde les placiera, a final de cuentas no es como si tuviera el control de ellos a tal punto. Terminó sintiéndose peor, y para rematar lo que más lo hacía perderse era que no alcanzaba a divisar de dónde salían todas esas nubes, si del pasado, presente o del futuro incierto al cual no se le quiere ni acercar. Quién sabe.
 
Hay McQueen, es la peor forma que te he visto, que pena, lo siento. Dinos lector, ¿aplicarías ese consejo para romper con un hábito? No hay mucho que perder honestamente.
 
«Finge que no lo odias tanto». Martilleo en su cabeza.
 
¡Ja! si hasta le costaba imaginarlo. Pues no, aunque aprendiera a verlo bonito no se borraba todo lo que fue desde que era un inocente infante de diez años.
 
Notas finales:

Doy el crédito a la Apuesta de Pascal que incluye, ya que me ayudó a apoyarme en unas líneas.  

Desde el inicio, a los que lo lean, les aclaro que ustedes serán quienes decidirán si continuo OuO pues si hago algo me gustaría que fuera disfrutable.  

Saludos!

 


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