Era ya la hora de cenar, Jack se había ya marchado y Oliver se encontraba tranquilamente cocinando su comida en la cocina. No podía definir la sensación que tenía en aquel preciso momento, le era imposible dejar de pensar en el beso que le había dado Diego ese mismo día. De repente escuchó el timbre sonar y comenzó a ponerse nervioso. ¿Podría ser Diego? Se sentía ansioso por saberlo y tuvo que respirar varias veces antes de abrir.
—Hola, Oliver—la mujer sonrió.
—¿Mamá?
—¿Cómo estás, cariño?—lo abrazó.
—Eh… Genial, ¿y tú cómo has estado?
—Pues ya sabes, como siempre, muy ocupada, esta semana he tenido ya siete reuniones y estoy yendo de un lado para otro.
—¿Quieres pasar?
—Lo siento, será en otro momento, cariño. Llevo prisa, pero quería pasar por aquí a visitarte. Será en otra ocasión, ¿sí?
—Claro, no te preocupes—le dio otro abrazo y un beso en la mejilla—Gracias por venir.
—No me lo agradezcas, Olivercito—sonrió ampliamente.
—No me llames así, no soy un niño—se rio, al igual que ella—Nos vemos pronto.
—Adiós—se despidió y la mujer se marchó. Él entró a la cocina rápidamente ya que comenzaba a oler a quemado, dejó la puerta abierta.
—Oli.
Pegó un salto en el sitio. Joder, Diego y sus malditos sustos. Y se sentía nervioso. Muy nervioso.
—Joder, qué susto me has dado—musitó el rubio.
—Si no dejaras las puertas abiertas, pues…—Oliver no se había girado para mirarlo aún.
—¿Querías algo?
—La verdad es que sí—dijo pensativo.
—¿El qué?
—Verte.
Oliver sintió algo removerse en su interior y tembló; se había sonrojado.
—¿Qué?—fue lo único que pudo decir. Diego se rió.
—Respira, no te voy a morder—dijo con una sonrisa—al menos no ahora—soltó una pequeña carcajada.
—Idiota—continuó preparando la comida sin hablar ni una sola palabra más.
Se quedaron en silencio un par de minutos. El rubio continuaba nervioso, siempre se ponía nervioso con Diego cerca. Aquellos minutos se hacían incómodos y eternos, así que finalmente el moreno decidió intervenir.
—Oliver, sabes que te quiero, ¿verdad?—soltó de repente. Oliver soltó el cucharón que sostenía al remover la sopa, aquello le había dado un vuelco en el corazón.
—¿Por qué dices eso?
—Porque es la verdad, te quiero.
—Ah—tragó saliva, ¿qué clase de respuesta era esa?
—¿No dirás nada más? ¿Sólo eso?
—¿Qué más quieres que diga?
—No sé…¿No te gusto? ¿Ni siquiera un poquito?—dijo.
—No sé—contestó. Diego soltó un suspiro.
—¿Tan malo soy?
—No eres malo, pero, entiende que tampoco voy a decirte ''te quiero'' así porque sí.
—¿Y cuándo me lo dirás?
—Cuando lo sienta de verdad.
—¿Y ahora no lo sientes?
—N-no—titubeó.
Diego suspiró.
—¿Te gusta Jack?
—¿Estás loco? ¿Cómo me va a gustar? Es mi mejor amigo.
El moreno se quedó en silencio unos segundos.
—Entiendo que… yo no te guste. No te gustan los chicos y yo me he pasado contigo, creía que… en algún momento podría llegar a gustarte, por eso te besé… Lo siento.
—N-no te disculpes—contestó.
—Deberías odiarme por lo que te he hecho, supongo que será mejor que—tragó saliva—no te moleste más.
Se levantó de la silla.
—Diego no te vayas—Oliver tartamudeó un poco.
—¿Por qué?
—Porque no quiero que te vayas—contestó—No quiero que te alejes de mí, siento como si… si te alejaras… me faltaría algo. Por eso… no quiero que te vayas.
Diego se acercó a él, lo agarró de las caderas y le dio la vuelta para así juntar sus labios con los del rubio en un beso mucho más apasionado que los de aquella tarde. Atrapándolos entre los suyos mientras afianzaba sus manos tras la cintura de Oliver, él cerró los ojos temerosamente y le respondió al beso de la misma forma que el moreno, llevando sus manos a las hebras de cabello negras y enredando sus dedos en estas. Finalmente se separaron con lentitud, respirando de forma entrecortada sobre la boca del otro.
—¿Y ahora tampoco lo sientes?—preguntó Diego mirándolo a los ojos.
Oliver se sentía anonadado, completamente paralizado, no podía gesticular absolutamente nada. No había soltado a Diego, y Diego tampoco lo había soltado a él. Sin poder evitarlo, apoyó su cabeza en el hombro del chico e intentó aclararse las ideas.
—No sé que siento—respondió al fin—Yo… no soy gay… y no sé qué haces, pero cuando me besas… es muy diferente a las chicas que… ya sabes y… me confundes, no sé que siento por ti. Porque cuando estoy contigo siempre me pongo nervioso y no sé… pero… creo…
—¿Qué?—dijo ante el tartamudeo del chico.
—Creo que me gustas.
Cerró los ojos una vez hubo soltado todo aquello. Joder, ¡cuánto le había costado decirlo!
—¿Lo crees?
—Supongo…
—¿Entonces no estás enfadado conmigo por besarte?
Oliver se rió tímidamente.
—No lo estoy.
—Pero somos amigos, ¿no? ¿No creías que…?
—Somos… somos algo más que eso…—susurró Oliver ruborizado.
—¿Eh? ¿En serio?
—No sé.
—Pero lo has dicho, lo has dicho así que es así—sonrió como un niño y lo abrazó con fuerza—¿Entonces eres mi novio?
—No te pases, no he dicho eso—dijo con una risa burlona.
—Pero has dicho que somos más que amigos…—dijo algo desilusionado.
—Sí, somos más que amigos.
—¿Amigos con derechos?
—¡Claro que no! Somos algo más pero… no llegamos a ser ''pareja''.
—Vale, vale, pero hay algo que aún no me queda claro—dijo frunciendo el ceño como un niño.
—No te voy a decir lo que sé que quieres que diga—advirtió.
—No es eso.
—¿El qué, entonces?
—¿Puedo besarte o no?—preguntó como si fuera lo más normal del mundo.
—Ahora no.
—¿Y después?
—Tampoco.
—¿Mañana?
—Quizás.
—No quiero esperar tanto.
—Te aguantas, suéltame de una vez.
—Si me das un beso.
—Ya te dije que no, joder.
—¡Sólo uno!
—¡Que no!
—¡Venga! Uno cortito.
—Joder, mira que eres pesado. Suéltame—dijo tratando de liberarse del agarre.
—Por favor.
—Te dije que no.
—Solo uno—repitió.
—Diego, suéltame o te muerdo—lo amenazó al ver que el moreno le había apresado también los brazos.
—Muérdeme.
Oliver refunfuñó.
—Aaaah, venga, suéltame.
—No quiero—se rió.
—Por favor.
—Haz lo que te dije.
Oliver maldijo por lo bajo, pero quería vengarse, se acercó a la boca del moreno, fingiendo que su intención iba a ser darle un beso, pero luego giró la cara y dio un leve mordisco en la mejilla de Diego, riendo en el acto, él lo soltó por la sorpresa.
—¡Oli! ¡Me has hecho daño!—se quejó.
—¡Eso te pasa por no dejarme en paz!—dijo huyendo después de haber apagado la comida.
—¡Ahora verás!—comenzó a perseguirlo por la casa mientras Oliver seguía tratando de huir.