Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Sangre sobre hielo [EunHae] por RoseQuin

[Reviews - 140]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Comentario de la autora: La historia y las personalidades son totalmente FICCIÓN; como suele decirse: "cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia". Ojalá sea de su agrado y disfruten leyendo tanto como yo escribiéndolo :) 

 

A pedido he puesto junto a las palabras en ruso la correspondiente pronunciación fonética (hay sonidos difíciles de describir, sorry :S) y su traducción al castellano. A quien no le interese leerlo, simplemente saltee el paréntesis.

 

~ * ~

 

–¿"Lo siento, papá"…? ¿Lo siento? ¡¿Esa es la mejor excusa que tienes para dar?!

 

–Lo intenté, lo juro. Hice mi mayor esfuerzo, papá, pero no pude, no pude…

 

–Eres una vergüenza, un perdedor, ¡un maldito fracaso!

 

Donghae no podía contener sus lágrimas. Sentado en un extenso banco de madera, ocultaba el rostro en la concavidad que formaban sus brazos al rodearse las piernas, mientras el profundo sentimiento de haber perdido lo más importante de su vida lo carcomía por dentro como un insecto hurgando en sus entrañas. Su padre y entrenador deambulaba en derredor suyo como una fiera salvaje acechando a su presa, maldiciendo y echando golpes a todo lo que estuviera a su alrededor. Perder es difícil en cualquier ámbito de la vida, pero cuando uno se entrena por años y años para lograr un objetivo, y se fracasa por culpa de un solo fallo en apenas cinco minutos, la frustración es infinitamente mayor. 

 

Esa era la realidad para Lee Donghae. Tenía 19 años y hacía tres que luchaba por alcanzar la medalla de oro mundial en patinaje artístico sobre hielo. Tres años en que había estado a punto de obtenerla, arañando esa gloria dorada, para finalmente verla alejarse de él indefectiblemente hacia otras manos. Siempre hacia las mismas manos…

 

No era falta de talento, pues sin duda alguna era un excelente patinador. Había sido coronado tres veces como campeón de su país, y había obtenido con indiscutida superioridad todos los premios nacionales de menor categoría. Pero al parecer en el ámbito mundial era incapaz de ganarle a Kim Hyukjae, el ruso que por quinta vez consecutiva se adjudicaba el título de Campeón Mundial, dejando muy por debajo de su marca a todos los demás competidores. Donghae podía ser sorprendente, pero Hyukjae era un dios sobre patines. A sus 22 años ya se había convertido prácticamente en una leyenda de aquel deporte, y su estilo era tan único que marcaba tendencia en su país y en el mundo, rompiendo día a día sus propios records, construyendo un nombre que parecía ser tan fuerte e insuperable como su extraordinario talento.

 

Una vez más Donghae no había podido con él. Y no hubiera podido ganarle aún sin haber sufrido esa caída durante el salto más difícil de su rutina, aunque por lo demás su presentación había sido tan impecable que le había valido un merecido segundo puesto, subiendo con honores al podium, siendo aclamado y felicitado por todos. 

 

Por todos, menos su padre. 

 

De carácter fuerte y desamorado, Roger Lee era sin dudas uno de los factores por los cuales Donghae se había convertido en el excelente patinador que era. Aquel rústico estadounidense había decidido llevar a su hijo a la cima a cualquier precio, y lo había logrado a fuerza de años de extenuantes entrenamientos, interminables horas de práctica y sacrificios desmedidos, aunque con ello le hiciera perder la niñez y prácticamente toda la frescura de la adolescencia. Dando más prioridad a su condición de entrenador antes que a sus deberes básicos como de padre, Roger Lee siempre había sido de hierro con su hijo, y ahora, en la soledad de los vestuarios de aquel estadio de Alemania en donde había perdido el título mundial y sus ilusiones de grandeza, irritado y furioso como estaba, disparaba contra Donghae palabras que dolían más que la impotencia, la derrota y las lesiones físicas. 

 

–Inútil –murmuró con desprecio, mirando la figura temblorosa que era su hijo–. ¿Cuántas veces has hecho ese maldito salto? ¿Cuántas? ¡Cientos de veces! ¡¿Tenías que caerte justo esta noche, aquí, en la presentación más importante?!

 

–Ya te lo dije… –intentaba explicar el muchacho, sus ojos chocolate inundados de lágrimas–, es la lesión de mi pierna, no pude resistir el dolor cuando…

 

–"La lesión de mi pierna" –volvió a interrumpirlo el hombre, simulando la voz de una niña pequeña– ¿Acaso no eres hombre para aguantar el dolor? ¡Tengo un hijo perdedor y encima marica! –bramó alzando los brazos al cielo, para luego acercársele peligrosamente– Los machos soportan el dolor, ¿me escuchas? –dijo sacudiéndolo de un brazo, haciéndole levantar el rostro–. ¡Si fueras lo suficientemente hombre habrías saltado como debías, aunque la pierna se te saliera en el intento! 

 

Donghae abrió la boca para responder, pero se encontró gesticulando en vano. No sabía qué contestar. Lo cierto era que su lesión llevaba meses molestándole, pero su padre nunca le había permitido descansar como lo había indicado el médico por miedo a que la inactividad bajara su rendimiento. Como consecuencia la lesión había ido empeorando poco a poco y cada día dolía más, hasta llegar al punto de incapacitarlo para algunos saltos. 

 

–¿Te pusiste a pensar en alguien más que en ti mismo? –continuó el señor Lee, apretando los dientes en un contenido gesto de ira –¿Acaso pensaste en los sacrificios que tu madre y yo hemos hecho para que tú lo eches todo a perder así? No, claro que no. Egocéntrico y quejoso como siempre. ¡Y ya deja de llorar! –gritó, dándole una fuerte bofetada que por poco lo hace caer del asiento–. Suficiente vergüenza me has hecho pasar hoy, como para que encima digan que mi hijo es un puto llorica.

 

Tragándose las lágrimas Donghae intentó obedecer, aun sintiendo la pesada mano de su padre escociéndole la mejilla. El cabello oscuro le ocultó el rostro de la humillación recibida, y apretó los ojos dispuesto a soportar como pudiera todas las agresiones que aún estaban por venir. Pero entonces unos pasos se oyeron en la escalera, y la figura de un hombre alto y rubio asomó por la entrada. 

 

–¡Hyukjae! –exclamó Roger Lee, haciendo que Donghae alzara asombrado el rostro hacia el recién llegado. 

 

Por unos segundos ninguno de los tres dijo absolutamente nada. Luego el señor Lee pareció salir de su letargo y se acercó con la mano extendida y una sonrisa falsa que no acompañó con la mirada.

 

–Permíteme felicitarte, fue una presentación estupenda –comentó cordialmente, su voz sin un ápice de la rudeza que había empleado segundos antes. Hyukjae estrechó su mano sin decir ni una palabra, con su gesto frío y distante–. Aunque debo admitir que mi hijo cometió tantos errores que te la dejó fácil – agregó con una risa que pretendía ser señal de mutuo entendimiento. 

 

Hyukjae no sonrió ni siquiera por cortesía. Aún en silencio desvió sus ojos claros hacia Donghae, que se había puesto de pie, su rostro colorado por la vergüenza y el golpe que acababa de recibir, y permaneció observándolo como si esperara alguna reacción de su parte. Arreglándose el pelo instintivamente, queriendo aparentar una impasibilidad que no poseía, Donghae se acercó igual que su padre con la mano extendida, aunque sin su hipócrita sonrisa.

 

–Te felicito –dijo escuetamente, intentando que su voz no sonara congestionada por las lágrimas que había estado derramando hasta entonces.

 

–Y yo a ti –respondió el ruso hablando por primera vez, con su marcado acento extranjero y sus modales diplomáticos. Pero para sorpresa de los dos americanos, aún sin ceder la presión de mano, preguntó–. ¿Cómo está tu pierna? 

 

Padre e hijo se miraron por un instante, desconcertados. No habían mencionado ni una palabra sobre la lesión por temor a que lo descalificaran (nadie en su sano juicio le habría permitido patinar con una lesión así), y habían hecho lo imposible por ocultarlo a los jueces. ¿Cómo demonios se había enterado? ¿Los habría escuchado discutir momentos antes?

 

–¿Mi pierna? –preguntó Donghae, soltándose de inmediato, intentando sonar sorprendido– Perfectamente, gracias, ¿por qué lo preguntas?. 

 

Kim Hyukjae no respondió, pero continuó mirándolo a los ojos, imperturbable. Tenía una mirada firme y fama de una personalidad fuerte, rayando lo soberbio, con un ego inquebrantable que mantenía a raya a duras penas bajo un manto de estricta educación y un trato frío. Su evidente falta de humildad se mantenía aún con la prensa aunque todo eso le trajera mala propaganda y fuera un constante dolor de cabeza para sus asesores de imagen. Sus fans, no obstante, despilfarraban elogios sobre su humildad y buena disposición con la gente más sencilla que se acercaba a él en busca de un autógrafo o una foto, siempre dispuesto a sacrificar su tiempo con ellos, respondiendo amablemente a lo que solicitaran, haciendo favores y obras de caridad en la más silenciosa discreción. 

 

Como fuera, con Donghae sólo había cruzado los saludos de rutina en las competencias que habían compartido, y ninguno de los dos había demostrado más interés que ese. Esta vez, sin embargo, el ruso parecía querer algo más. 

 

–He venido a buscarte –dijo sin más preámbulo–, los organizadores quieren unas palabras con los campeones.

 

–¿Con los campeones? –repitió Roger Lee como si no hubiera entendido la pregunta. Hyukjae volvió a él su mirada de hielo.

 

–Con nosotros –respondió con la impaciencia de quien explica algo obvio–. Su hijo es el ganador de la medalla de plata, señor Lee. ¿O es que lo ha olvidado usted? –y dicho esto le volvió la espalda, encaminándose hacia la salida. 

 

Donghae no pudo menos que quedar estupefacto ante tal insolencia. No conocía a nadie que se hubiera atrevido a hablarle así a su padre, jamás, en toda su vida. ¿Era que el ego de este hombre no conocía límites? 

 

Miró a su padre, que guardaba un rabioso silencio, y luego volvió su mirada hacia el rubio. 

 

–¿Vienes o no? –preguntó éste, empezando a perder la paciencia. 

 

Algo en aquel descaro le sonó a dulce venganza, y sin hacerse esperar más, Donghae lo siguió escaleras arriba, sin volver la vista atrás. 

 

En silencio, Hyukjae lo condujo por unos pasillos desiertos hasta detenerse frente a una puerta. La abrió y con un gesto de la cabeza le indicó que pasara. Cuando la puerta se cerró tras de él y echó una mirada a la habitación, Donghae sintió que un frío le recorría la espalda. La sala estaba completamente vacía. 

 

Con un súbito e inexplicable temor se volvió hacia Hyukjae. Éste estaba apoyado contra la puerta cerrada, de brazos cruzados, y la mirada tan fría como antes clavada en él. 

 

–¿Qué significa esto? –preguntó intentando sonar más enojado que temeroso. 

 

–¿Qué significan los cinco dedos que tienes en la cara? –preguntó a su vez el ruso con su inglés acartonado, sin variar su expresión. 

 

–¿Qué…? –de súbito el más joven sintió un rubor cubrir sus mejillas– No puedes hacer esto, me has traído aquí con una mentira. Si lo denuncio como intimidación puedo hacer que te sancionen ¿sabes? Déjame salir –pero cuando intentó huir, la mano del rubio se plantó contra su pecho, deteniéndolo. Su mirada continuaba tranquila y silenciosa. La respiración de Donghae se agitó levemente, mientras los ojos le ardían por las lágrimas contenidas–. No tengo nada en el rostro, no sé de qué hablas.

 

Los ojos oscuros se encogieron suspicaces, pero continuaron en silencio. Aquella mirada era tan penetrante…

 

–Mira, no es asunto tuyo, ¿de acuerdo? Déjame salir. 

 

–¿Hasta cuándo lo permitirás? –preguntó entonces Hyukjae, mirándolo como si lo supiera todo– ¿Hasta que te incapacite para siempre y no puedas volver a patinar? ¿Hasta que te destroce todos los huesos del cuerpo? ¿O hasta que finalmente te mate?

 

Donghae lo miró boquiabierto, tenso al saber su secreto revelado. Si el ruso hablaba, si los jueces se enteraban…

 

–No sabes lo que dices –dijo entonces en un suspiro apenas audible–, no sabes nada.

 

–Sé más de lo que crees –respondió el otro, volviendo a cruzarse de brazos. De pronto sus ojos oscuros se suavizaron, y cuando volvió a hablar su voz fue diferente– Yo también pasé por eso, Donghae, sé de lo que hablo. 

 

Silencio. El americano negó con la cabeza, incapaz de hablar, las lágrimas brillando en sus ojos.

 

–Mi tutor –continuó Kim Hyukjae con voz pausada y grave–, Igor Rashpun. Estuve bajo su cuidado desde los seis años hasta los once. Cinco años, Lee, toda mi infancia. Créeme cuando digo que sé de lo que hablo. 

 

Donghae retrocedió hasta chocar con una mesa, y se aferró a ella como si estuviera a punto de caer. Toda una vida de abusos físicos con su padre, ocultándolo, resistiendo…y jamás se había permitido soñar con la posibilidad de… 

 

No, era imposible, era inútil soñar así. 

 

Pero ahora venía este, su enemigo, a encender esa peligrosa chispa de libertad, avivar un fuego interno que había intentado reprimir siempre.

 

–¿Qué hiciste con él? –preguntó en un murmullo, como si temiera escuchar la respuesta. 

 

–Escapé. 

 

–¿Sólo eso? ¿Así de sencillo?

 

–¿Quién ha dicho que fue sencillo? –preguntó el rubio, ofendido, un halo de violencia resonando en su voz–. Tenía sólo 11 años, ¿piensas que es sencillo valerte por ti mismo a esa edad? –desvió la vista, como si los recuerdos fueran demasiado dolorosos para él, y luego continuó con voz calma– Nada ha sido un lecho de rosas para mí… Por eso estoy orgulloso de ser quien soy. Nadie me ha regalado nada, todo lo que conseguido con mi sacrificio. 

 

–¿Y te crees que a mí sí? –preguntó entonces Donghae, volviéndose a él, las lágrimas brillando furiosas– ¿Acaso piensas que eres el único que ha sufrido? A mí no me cayó ningún regalo del Cielo, no nací con un "don mágico" como tú, todo lo que logré fue con esfuerzo, con sudor y lágrimas… Y sangre…

 

–Sangre porque sigues permitiendo. ¿Por qué no te deshaces de él? Ya no eres un niño, yo tenía ocho años menos que tú cuando tuve que convertirme en un hombre.

 

–¿Deshacerme de él? –repitió Donghae con una risa triste– Es mi padre, maldita sea. ¡No puedo deshacerme de mi padre! No es un entrenador al que pueda despedir, no se irá de mi vida. Ni siquiera puedo tocar mi dinero si él no lo permite. Le pertenezco tanto o más que su casa o su auto…

 

–Entonces vete, vive por ti mismo.

 

–¡No puedo! ¿Qué haría para vivir? ¿Cómo haría para entrenar?

 

Los ojos de Hyukjae vagaron por la pared unos momentos.

 

–… a veces tienes que sacrificarte para obtener beneficios…

 

Donghae lo miró consternado. ¿Qué le estaba insinuando?. 

 

–Quieres decir… ¿que no patine más?

 

–…

 

–No… No, no, jamás… No, ¡no lo haré! ¿Cómo puedes decirme eso? ¿Dejarías tú acaso de patinar? ¿Lo hiciste incluso en aquel momento que dices? Oh, ya veo… Ya sé a dónde quieres llegar… Te vendría más que perfecto que yo me alejara del patinaje, ¿verdad? ¿Cuánta ventaja te daría eso?

 

–No seas imbécil. Puedo ganarte a ti y a todos los que quiera, como quiera y en el momento en que quiera. Soy el mejor patinador del mundo –aseguró, e irguió la frente orgulloso y desafiante. Se cubría en su ego como con un gran manto que, en vez de ser su ruina, lo dignificaba y engrandecía–. De querer sacar ventaja te dejaría donde estás. Con suerte para mí, para la próxima temporada estarás cuadripléjico. 

 

Las lágrimas en los bellos ojos chocolate de Donghae pugnaban por salir mientras un incontenible temblor se apoderaba de él. Sin saberlo Hyukjae estaba tocando las fibras más sensibles de su alma, sus peores recuerdos, su más profundo y terrible temor… ¿hasta dónde llegaría su padre? ¿Terminaría matándolo algún día? ¿Eran aquellas terribles palabras parte de una profecía anunciada? 

 

–No te preocupes Hyukjae–dijo entonces, empostando la voz para que sonara lo más firme posible– No quedaré postrado ni nada parecido, no te daré el gusto. Mejor preocúpate por lo que harás en la presentación del miércoles, porque patinaré tan bien que te haré pasar vergüenza. 

 

Y atravesando la habitación a grandes pasos salió del cuarto sin que el otro hiciera nada por impedirlo.  

Notas finales:

Este es solo un pedazo del primer capitulo de la historia ¿Les parece interesante? ¿Lo continuo? ¡Ustedes deciden!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).