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Sangre sobre hielo [EunHae] por RoseQuin

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Notas del capitulo:

Disculpen la tardanza ;; 

Me enferme y no fui a la escuela como 4 días y estoy ahogándome en tarea ;;

pero hoy tuve un rato libre y lo aproveche :)

 

Enjoy It!

Señor Kim, póngase de pie.

Hyukjae obedeció, irguiéndose más airoso y elegante que nunca, desbordando su encanto en cada gesto aunque más no fuera en el simple acto de permanecer firme e inmóvil en su lugar, con la mirada serena y astuta fija en cada uno de los magistrados. Llevaba un exquisito traje negro azabache que se amoldaba a cada centímetro de su figura con una perfección envidiable, la camisa inmaculada cerrándose pulcramente alrededor de su cuello, en donde la corbata parecía abrazarlo con la pasión de un amante, para dejarse caer luego grácil contra la calidez de su pecho.

Si estaba nervioso, jamás lo demostraría. Calmado y desenvuelto, observaba todo y a todos como si él fuera la autoridad máxima a la que los demás vendrían a dar sus explicaciones, y no el ser sentado en el banquillo de los acusados. De todos modos, a pesar de su aparente tranquilidad y de los mil y un consejos que había recibido de sus abogados, había algo allí para lo que no estaba preparado: y era la sencillez y aparente facilidad con que se disponían las cosas a su alrededor. Había esperado encontrarse con grandes estrados de madera trabajada, un gran jurado cuchicheando su culpabilidad y un juez con peluca de rizos blancos observándolo con cara de pocos amigos. Nada más alejado a la realidad. Una vez más se había dejado llevar por sus fantasías cinematográficas, pues la sala a la que había ingresado era muy moderna, con muebles de estilo liviano, y las autoridades allí reunidas, en sus trajes de corte caro, distaban de tener togas y polvorientas pelucas.

No había ningún jurado acusador. De hecho había muy pocas personas en la sala: el juez con dos asistentes, una secretaria; dos traductores, uno proporcionado por el gobierno alemán, el otro traído por órdenes Boris; el abogado de Roger Lee (un hombrecito menudo y casposo, de aspecto desagradable y diminutos ojos negros, pero de mirada vivaz y penetrante); Hyukjae, Vladimir y dos de sus abogados. Nadie más.

–Espero que entienda usted que esto no es un juicio, sino una audiencia extraordinaria para tratar un caso especial. Sus abogados han presentado una petición que no estoy dispuesto a otorgar si no encuentro pruebas suficientes. Está acusado de un delito muy grave para esperar que yo sea indulgente con usted sin tener mis justificadas razones. ¿Comprende eso?

–Sí señor –respondió Hyukjae

Era muy extraño y más que incómodo expresarse a través de la voz y las palabras de otra persona. Apenas el juez comenzaba a hablar el traductor junto a él descifraba aquellos ásperos sonidos traduciéndolos a su gloriosa y conocida lengua materna, y lo inverso hacía el hombre sentado a su derecha, convirtiendo sus pensamientos en incomprensibles palabras que los demás captaban con relajada naturalidad.

–A pesar de las barreras idiomáticas, le ruego que comprenda la importancia de todo lo que se hablará en esta reunión. Sus respuestas serán tomadas bajo juramento, con castigo de prisión si incurre en falso testimonio. También le recuerdo que tal vez esta sea su única oportunidad de expresarse libremente. Diga todo lo que tenga que decir, aclare todo lo que desee aclarar, porque lo que no diga aquí dificultosamente será agregado a posteriori. ¿Comprende?

–Sí señor.

–Bien, entonces tome asiento y continuemos.

Hyukjae se acomodó en su butaca y aguardó en silencio, intercambiando miradas con Vladimir, sentado a unos cuantos metros a su izquierda, en un lugar alejado pero visualmente estratégico.

–Dígame claramente: su nombre y apellido, edad, fecha y lugar de nacimiento.

–Hyukjae Kim, 22 años, 4 de Abril de 1982, Novosibirsk, Rusia.

–Estado civil, ocupación y lugar de residencia.

–Soy soltero, patinador profesional y vivo en San Petersburgo.

Hyukjae suspiró por lo bajo, mientras observaba a la secretaria tomar nota de sus palabras y a los demás chequear sus expedientes con gesto cansino. Le parecía inútil repetir cosas que todos sabían, pero Boris ya le había advertido lo tedioso que podían llegar a ser aquellos trámites. Debía armarse de paciencia.

El juez revisó los papeles que tenía frente a él y lo observó un momento antes de volver a hablar.

–Esta audiencia a sido solicitada y otorgada porque sus abogados aluden que la permanencia en esta ciudad y en este país atenta contra su integridad física y psíquica... Se ha entregado a este tribunal constancias médicas que probarían que usted ha sido víctima de abuso y malos tratos por parte de personal presuntamente identificado como policial, y a la vez una acusación concreta contra el señor Roger Lee por considerarlo el autor intelectual de tal ataque. ¿Corrobora todo esto?

–Sí señor.

–¿Tiene idea de lo grave que es esa acusación?

–Sí.

–¿Entiende que la defensa del señor Lee puede iniciarle un juicio por calumnias e injurias y que podría ir a prisión?

–Sí.

–¿Y aún así quiere ratificar sus dichos?

–Sí.

Hyukjae respondía con tanta firmeza y seguridad que el juez pareció darle credibilidad de inmediato, aunque por supuesto no hizo más que guardar silencio y observarlo evaluadoramente. En cierta medida aquel hombre le recordaba a Vladimir, aunque tal vez solo tuvieran en común la edad. Tenía un tupido cabello blanco, pero en contraste el rostro era juvenil y sin arrugas, casi afable si se hubiera permitido la dispensa de una mínima sonrisa. De ojos oscuros y profundos, observaba como si la experiencia en su puesto le hubiera otorgado visión de rayos x para leer el alma de los acusados, y se tomaba todo el tiempo que deseaba para aquella tarea, aunque a su alrededor se formaran incómodos silencios que sus colegas parecían detestar. Resguardado entre Boris y su traductor, Hyukjae le devolvía la mirada con su impasibilidad típica, mientras tragaba sus nervios y temores, refugiado tras el muro frío y angelical de su apariencia.

–Debido a la gravedad del crimen de que se lo acusa, se había tomado como medida de precaución la decisión de no dejarlo salir del país. Por otro lado, en caso de demostrarse que estas pruebas presentadas son verídicas, no podría anteponerse una sospecha a la clara evidencia de la realidad. Si así fuera confirmado, y ofreciendo todas las garantías de que usted se presentará voluntariamente a cuanta audiencia se requiera, aquí o donde eventualmente la justicia rusa lo disponga... consideraré otorgarle la repatriación.

Por un momento la ola de alivio que lo invadió por dentro pareció cruzar la barrera de hielo tras la que se había ocultado. Aún quedaban muchos obstáculos que saltar, pero ahora estaba tan seguro de que volvería a casa como seguro estaba de que aquella noche de pesadilla había sido real. “Volverás a casa” le repitieron las heridas de su cuerpo que aún no sanaban...

–Lo que nos obliga a dejar esto de lado y volver al asunto que nos concierne –continuó el hombre, apartando unas carpetas y acercando otras.

Hyukjae inspiró profundo, y lo mismo parecieron hacer sus abogados. Algo en sus gestos asemejaba la preparación a una batalla. Pero antes de que tomara su lanza y escudo, el juez lanzó su primera pregunta con la voz rígida y la mirada implacable.

–¿Cómo y por qué conoce a Donghae Lee?

Hyukjae se encontró de pronto siendo el centro de atención total de la sala, y una sensación horrible se apoderó de él. Era la primera pregunta, ¡la primera!, y no sabía cómo responderla. Era como encontrarse en un mundial y caerse en los primeros pasos de la presentación. Con un leve carraspeo Boris le indicó que contestara de una vez.

–Ambos somos patinadores –respondió, con el cuerpo tenso y la voz firme–. Competimos en el más alto nivel. Somos muy pocos los que llegamos allí, es imposible no conocerse.

–¿Cómo podría definir su relación con él?

–...Casual... cordial...

–¿Podría explayarse en su definición?

–Casual porque nos veíamos solo en las competencias. Cordial porque nunca intercambiamos más que el saludo protocolar.

–¿Y cuál es su entendimiento con él al día de hoy?

–... Prácticamente el mismo.

El puntapié inicial para la discordia había sido dado. El hombre sentado a la izquierda del juez comenzó a tomar notas con una rapidez morbosa y el que se encontraba a la derecha intercambió miradas cómplices con el magistrado.

–¿Mantiene la misma confidencialidad ahora que hasta el día del ataque?

–Prácticamente la misma –repitió Hyukjae, ácidamente, articulando cada sílaba.

–¿Tengo que recordarle que está bajo juramento?

–...No...

–Entonces sea sincero en sus respuestas o la siguiente será tomada como falso testimonio–exigió el hombre con sequedad–. ¿A usted le parece que visitar diariamente en el hospital al señor Donghae Lee es mantener la misma relación que viéndose seis veces al año cuanto mucho?

Hyukjae entornó los ojos, desafiante. Boris a su lado parecía morir de ganas de intervenir, y al mismo tiempo de aplacar los ánimos.

–Usted me preguntó si teníamos la misma confidencialidad ahora que la que teníamos hasta el día del ataque –insistió Hyukjae sin disimular su mal modo–. Yo le respondo que sí. He ido a visitarlo a diario, es verdad. He pasado más tiempo con él esas semanas que en todos los años que lleva como mi competidor. Pero nuestra comunicación no ha avanzado ni cambiado por la simple razón de que no hemos intercambiado palabra alguna. Estuvo en coma profundo durante todas esas visitas, y cuando recuperó la conciencia me prohibieron entrar a verlo. El señor Lee se encargó de que su oficial me lo hiciera saber –aclaró con resentimiento.

A sus palabras siguió un silencio desagradable que inundó primero el estrado, luego la sala por completo. Parecía haber ganado la pequeña batalla. El juez lo miraba pensativo, no necesariamente por darle su aprobación, sino simplemente por no tener intenciones de intervenir en aquel momento. Pero entonces el hombre sentado a su lado sobresaltó a todos tanto por su pregunta como por lo inesperado de su intervención.

–No nos referimos a los penosos momentos de agonía que pasó Donghae Lee durante esas semanas... sino al encuentro sexual que mantuvo con él en la habitación de su hotel, la noche anterior al ataque.

La incomodidad fue generalizada: -Hyukjae perdió sutilmente el color de sus mejillas, sus abogados recibieron aquella pregunta como el impacto de una bala de cañón, Vladimir a lo lejos se tensó, los traductores se movieron nerviosos y hasta la secretaria levantó la vista hasta él, escandalizaba. Otra vez el rubio era el centro de atención, y otra vez la sensación no fue nada placentera.

–¿Qué puede decir al respecto? –insistió el hombre con malicia.

No podía mentir. No con aquella maldita muestra de semen que habían tomado del cuerpo de Donghae. ¿Sería verdad? ¿Existiría realmente? No podría asegurarlo, pero tampoco podía arriesgarse a mandar todo al diablo por un falso testimonio. Sabía que su nombre saldría resaltado como en luces de neón, y Dios lo amparara si la prensa llegaba a enterarse de eso, pero negarlo sería demasiado estúpido.

Enderezándose, Hyukjae posó su mirada en todos, con la frente en alto y la mirada irritada. Pero luego su rostro se relajó, y su personalidad fría e irónica de siempre pareció resurgir de las sombras con una calma relajante.

–Puedo decirle... que fue casual... y que definitivamente fue muy cordial.

Un breve temblor estremeció a todos los presentes. Sólo Vladimir pareció captar la sarcástica burla de aquellas palabras, mirándolo sin ocultar su sonrisa.

–¿Está admitiendo que tuvo relaciones homosexuales con él? –volvió a preguntar el hombre, poniendo especial énfasis en repetir la “atrocidad” cometida.

–Sí, las tuve... ¿Es eso delito aquí en Alemania?

–¡Es una falta a la moral aquí y en cualquier lado!

–Con el debido respeto –intervino Boris, obligando a todos a un brusco giro de cabezas–, pero las preferencias sexuales de los individuos no son algo pertinente a discutir en un tribunal.

–Oh, a mí me parece muy pertinente –terció el abogado de Lee, olvidado hasta el momento por el resto de los presentes, provocando otro sobresalto y el cambio del foco de atención–. Sobre todo si es un menor de edad el que fue forzado a tales prácticas.

–¡Yo no forcé a nadie! –exclamó Hyukjae sin esperar el permiso para hablar.

Disculpe si su palabra no es confiable, Kim –retrucó el menudo hombrecito con gesto de desdén.
Esto es ridículo, ¿por qué no se lo preguntan directamente a Donghae? Confirmará lo que estoy diciendo. ¿Acaso yo fui a buscarlo? Fue él quien vino a verme. Que él diga si lo forcé o estuvo conmigo por voluntad propia.

–Eso haré –dijo entonces el juez, tomando el control de la situación–. Y les recuerdo que esto no es un café, para hablar esperarán su turno y mi permiso.

El brusco tono de voz reimplantó el orden. Hyukjae permaneció mirando al grasiento abogado con resentimiento.

–Es verdad que no nos interesan sus historias de alcoba –continuó el hombre de pelo blanco–. Lo importante aquí es qué estaba haciendo usted en el momento en que atacaron a Donghae Lee. Pero no vuelva a mentir o a ocultar información o me veré obligado a cumplir mi palabra y encarcelarlo si no coopera.

–No he mentido –insistió Hyukje, sus mejillas encendidas ahora por la ira–. Si la pregunta abarcaba mi relación con él desde el día del ataque hasta hoy... entonces es exactamente como lo que dije. Nuestro encuentro fue anterior a ese momento, así que nuestra relación es la misma desde entonces. Pregúntenme con exactitud y les responderé de igual modo.

Una intervención oportuna del siempre cortés Boris impidió tomaran las frías palabras de Hyukjae como una irreverencia, haciendo hincapié en que las preguntas fueran claras y sencillas de modo que no hubiera malos entendidos en las traducciones. Pedido que no fue bien visto por los mismos traductores, por supuesto, pues estaban seguros de no haber causado ningún mal entendido. De todos modos, luego de la aclaración, Hyukjae sintió tan penetrante la mirada de advertencia de su abogado que se obligó a mantener sus modales.

–Si el encuentro sexual fue casual como usted dice, ¿para qué fue a verlo Donghae?

–Para pedirme que lo deje ganar.

–¿¿Cómo??

–Su padre lo había amenazado de muerte si no ganaba en la siguiente presentación. Y él se sentía incapaz de hacerlo por lo terrible de su estado. Donghae me dijo, y yo pude confirmarlo, que su padre lo había golpeado hasta dejarlo inconsciente por haber perdido la medalla de oro. Él solía hacerlo, golpearlo, humillarlo, por eso fue a pedirme que lo dejara ganar, para que su padre no volviera a lastimarlo, o peor aún, matarlo. Estaba aterrorizado hasta las lágrimas con aquella amenaza... que luego
“alguien” cumplió.

–¿No le parece un poco extremo que alguien quiera matar a su hijo porque no gana una competición?

–No. Pero qué importa lo que a mí me parezca, pregúntenselo a Donghae y se los contará él mismo.

–Al señor Donghae le preguntaremos todo lo que sea necesario cuando sea oportuno. Hoy es su declaración, señor Kim, así que será usted quien responda.

Los ánimos no eran los mejores para ser tan altanero, era verdad, pero Hyukjae no estaba acostumbrado a dar explicaciones a nadie ni a ser sumiso. Solo Vladimir tenía la cuerda para tirar un poco de su cuello en aquel sentido...
Si Donghae Lee le pidió ayuda porque su vida corría peligro... ¿por qué no lo ayudó?
No creí que su padre fuera capaz de matarlo por no ganar... no lo conocía lo suficiente en aquel entonces. Pero además soy una figura del patinaje señor, no puedo ceder ante una petición de ese tipo, aunque no esté en juego ninguna medalla. Tengo una posición y un nombre que cuidar. No podía ayudarlo como él quería.

No solo la secretaria tomaba notas de sus dichos. Incluso Boris lo hacía. Eso lo ponía nervioso.

–Muchos testigos lo apuntan a usted de ser quien entró con él al vestuario la última vez que vieron ileso a Donghae Lee, y muchos otros afirman haberlo visto salir de allí solo, con paso rápido y gesto iracundo. Citando textual a un testigo –agregó el juez tomando un papel, al tiempo que se colocaba unos lentes pequeños y dorados–: “...pasó junto a nosotros a gran velocidad, nos empujó bruscamente para apartarnos de su camino y continuó con paso rápido hacia la salida. Tenía una expresión extraña, el rostro rígido y algo pálido, con los ojos encendidos y ausentes...”. ¿Qué dice al respecto?

–No entré con él al vestuario, entré solo y luego él fue a buscarme, de eso pueden dar fe hasta los jueces del evento –aclaró Hyukjae claramente enojado. Se preguntaba quienes serían esos malditos testigos, ni siquiera recordaba haberse topado con nadie, pero conociéndose no podía jurar que no hubiese sido así–. Salí con paso rápido porque siempre camino así, y si estaba iracundo era porque acababa de discutir con Donghae.

El rostro del hombre a la derecha del magistrado pareció iluminarse.

–Con que al final sí tenía un motivo para atacarlo, ¿eh? ¿Y por qué fue que discutieron? –preguntó, tomando su lapicera como si se dispusiera a tomar anotaciones.

–¿Porque él no estaba de acuerdo con que nuestro encuentro hubiera sido simplemente “casual y cortés”, tal vez?

–Guarde la ironía para sus amigos, señor Kim, y cuide su tono de voz –exigió el juez. Los traductores estaban agitados y tan entregados al papel que cada uno representaba, que reproducían no solo las palabras, sino el tono y hasta los gestos de sus interlocutores–. Explique cómo fue esa discusión –exigió sin humor. Hyukjae suspiró, airado.

–Él pensó que nuestro encuentro de la noche anterior había sido para engañarlo y dejarlo fuera de la competencia. Le expliqué que si en algo había influido mi deseo (nada tuve que ver en que no se presentara a la exhibición, no lo retuve contra su voluntad), era en no verlo patinar en aquellas terribles condiciones. Yo mismo curé las heridas que Roger Lee le había causado, y le aconsejé a Donghae más de una vez atender aquella lesión que su padre le había obligado a ignorar. Los médicos tienen que saber decir si lo que digo es cierto o no –dijo, y Boris asintió rebuscando en sus papeles las pruebas que seguramente abalarían esos dichos–. Donghae tenía heridas anteriores a aquel día, y posteriores a la entrega de premios.

–Su señoría, eso no implica que haya sido mi cliente quien golpeó a su hijo.

–Si le preguntan él mismo podrá confirmar lo que digo –continuó Hyukjae, indignado–. Donghae estaba aterrado por haberse perdido la presentación de aquel día porque su padre había jurado matarlo si volvía a perder. Tanto miedo tenía que no quiso escuchar ninguna de mis razones y me echó de allí. Así de sencillo, me dijo que me fuera y me fui.

–¿A dónde se fue?
A mi hotel.
¿Con quién?

–Solo.

–¿Por qué no fue a reunirse con su entrenador? Venía de ganar un gran premio, estaba en una presentación de gala, todos los demás participantes estaban allí, el público, los fans, se disponían a festejar, usted era el homenajeado... ¿Por qué no se unió al señor Karov, como es su costumbre hacer luego de todas y cada una de sus presentaciones?

Hyukjae tragó saliva, su gesto hermético. Lo casual de aquella pregunta no era tal. No era de casualidad ni por distracción que aquel hombre diera tantos datos de sus rutinas y costumbres hasta de la forma de festejar sus logros. Era una forma muy sutil de advertirle que sabía muchísimas cosas de él, y que si le mentía lo sabría al instante. Cualquier paso en falso dado en aquel momento podría ser su ruina.

–Estaba enojado –dijo entonces con mucha suavidad–. Como bien sabrá, cuando me enojo necesito estar solo y que nadie me moleste. Fue lo que hice. Me fui solo al hotel, y allí me quedé. Solo.

–Muy bien... cuéntenos paso a paso qué hizo desde que se fue a su hotel...


Dos horas y media después seguían estancandos en el mismo sitio, repasando una y otra vez cada uno de los pasos dados antes, durante y después del ataque. Mil preguntas, todas iguales, con las que parecían querer colapsar su paciencia más que llegar a la verdad. Y el joven campeón soportó estoico el interrogatorio pasando por varios estados de ánimo, hasta por fin caer en un resignado sopor mental, en el que respondía a todo con monótonas monosílabas. Parecía que aquello no tendría fin.

Había dicho todo lo que sabía, lo que pensaba, lo que le parecía, lo que no tenía idea. Había dado todas sus razones de por qué creía culpable a Roger Lee, y todas las pruebas que había dado este de ser un reverendo mal nacido, y todavía lo tenían a él como acusado. Las preguntas ya rozaban lo absurdo. ¿Estaban probando su límite? Llegarían en cualquier momento.

–¿Es usted diestro o zurdo?

Otra pregunta sin sentido. Hyukjae echó una mirada a Boris, que sentado a su lado parecía tan cansado como él. Este le indicó que contestara.

–Zurdo –respondió y las miradas cómplices en el estrado se multiplicaron–. ¿Por qué lo pregunta?

Tardaron en responderle. De hecho pareció que no iban a hacerlo, pero de pronto el juez lo miró fijamente a los ojos, como si volviera a sospechar de él.

–Porque es una cuestión muy interesante –dijo, evaluándolo con la mirada–, ya que los resultados de las investigaciones que se hicieron sobre las heridas de Donghae Lee dan por conclusión que hay una alta probabilidad de que el atacante sea una persona zurda.

Ni un músculo se movió en el rostro del rubio. Era claro que había bajado nuevamente la cortina de

hierro que ocultaba sus emociones.

–Es ridículo que quieran acusarme por eso. No soy el único zurdo en el país, ¿verdad?

–Usted dígamelo. ¿Conoce alguna otra persona zurda que haya estado ese día allí presente?

Hyukjae echó una rápida e imperceptible mirada hacia Vladimir. Su entrenador se la devolvió, tenso y pálido, escondiendo las manos en los bolsillos en un gesto de disimulada autoprotección. Sí, claro que conocía uno… lo conocía muy bien.

No iba a decir el nombre de su tutor, no era tan estúpido para incriminarlo a él también en esto, podía estar tranquilo de eso. Pero de todos modos conocer aquella pista le heló el alma, y por un momento se le hizo difícil volver a hablar.

–El treinta por ciento de los presentes en aquel estadio podían serlo –respondió con calma–. Es insensato condenarme por eso.

–Nadie lo está condenando señor L, solo queremos saber si puede ampliar el rango de sospechosos.

Hyukjae se frotó los ojos ardidos. Simplemente quería irse de allí de una maldita vez.

–No estuve en el momento en que atacaron a Donghae aquel día. No entiendo por qué continúan acusándome a mí cuando les he contado todo lo que he visto de Roger Lee, todo lo que demostró ser capaz de hacer y todo lo que Donghae mismo me contó. Hasta su madre, ShinHee, puede dar testimonio de eso. Ya no tengo nada más que decir.

Todos se movieron, cansados, en sus asientos. Parecían compartir sus deseos de largarse de allí.

–Póngase de pie –dijo de pronto el juez. Hyukjae obedeció. El hombre dedicó otro momento a observarlo y luego continuó–. Quiero que me de una buena razón por la cual yo debería creer que usted no es culpable.

Hyukjae se tomó un momento antes de responder.

–Porque nunca necesité, ni necesito ahora, algo más que no sea mi talento y mi trabajo para quitar del camino a mis competidores, que es la única razón que hay para avalar sus hipótesis contra mí. Porque no hay un verdadero motivo para que yo hiciera eso. Porque no hay ninguna prueba que me incrimine a mí, y sí hay en cambio muchas razones para pensar que fue Roger Lee –dijo, echando una mirada evidente hacia el abogado, que parecía estar tomando nota de cada palabra. Pero luego volvió sus ojos hacia el hombre de cabello blanco y lo miró profundamente–. Pero la razón principal... es que aprecio... mucho... a Donghae, e hice todo lo que me fue posible para ayudar a salvarlo. Y créame que fui el único –concluyó bajando la vista. No quería que nadie viera sus ojos humedecerse, no les mostraría debilidad. No quería dar lástima, solo que le creyeran de una maldita vez.

Un silencio perfecto invadió la sala. Nadie parecía querer romperlo, nadie se atrevía a hacerlo. Finalmente el juez volvió a hablar.

–Muy bien señor Kim... esto ha sido todo. Si luego de estudiar el material que ha presentado considero que hay pruebas suficientes que comprueben que ha dicho la verdad sobre su abuso... le prometo que tan pronto como se lo comunique... podrá volver a Rusia. Ahora puede retirarse.


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