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Sangre sobre hielo [EunHae] por RoseQuin

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Notas del capitulo:

:)

 


                 

Hyukjae gimió ahogadamente su alivio, arañando las paredes del cubículo del baño en donde se encontraba. Vladimir, arrodillado frente a él, prolongaba hábilmente su placer, recogiendo con su lengua todo resto de simiente que hubiera escapado a sus labios. No lo hubiera imaginado, pero luego de la experiencia, decididamente los baños de un tribunal extranjero sí eran perfectos para tales menesteres.

Veinte minutos después de haber ingresado, los dos salieron del pequeño recinto: Vladimir como si nada extraño hubiera ocurrido, sacudiendo el polvo de sus pantalones, arreglando su corbata frente al espejo; Hyukjae un poco menos capaz de tal tranquilidad, todavía con las mejillas sonrosadas por el placer recibido.

–Esto no era necesario –suspiró apoyando sus espaldas contra la pared, aún algo agitado.

–Sí, lo era –replicó Karov, mirándolo risueño a través del espejo–. Estabas demasiado tensionado, fueron muchas horas bajo presión. Lo necesitabas. Y yo también –agregó, guiñándole un ojo. 

Hyukjae curvó sus labios en una sonrisa cortés, pero desvió la mirada sin ánimo. Con su pelo rubio cayéndole sobre los hombros, pues no lo había cortado desde su único y ya lejano encuentro con Donghae, enfundado en aquel impecable traje, parecía modelo de publicidad. Si bien su belleza no era perfecta tenía un atractivo único, y Vladimir era el menos ciego a esa atracción.  

–Mírate –comentó orgulloso, aún de espaldas a él, sus ojos ardientes fijos en el espejo–. Te ves increíble. 

–Sí, es verdad. Hasta aparenta ser muy hombre –dijo una voz tan desagradable como conocida desde la otra punta de la larga fila de lavabos. Ambos se volvieron con desprecio. 

–Lee. No me sorprende verte aquí. Los retretes ya debían extrañarte ¿verdad? 

Roger Lee lanzó una risa despectiva, mirándose despreocupadamente al espejo, como si solo hubiera entrado a los baños interesado en arreglar su imagen.

–El humor ruso es patético –comentó, alisándose el cabello hacia atrás, abriendo el grifo para lavarse las manos con toda naturalidad.

–Entonces hace juego contigo.

–Dime Kim... ¿te llegaron mis saludos? –preguntó de pronto, mirándolo con una sonrisa malvada–. Unos amigos míos dijeron que se encargarían de dártelos. 

–Hijo de puta –gruñó Karov abalanzándose sobre él, pero Hyukjae lo detuvo con firmeza, sus ojos fijos en el americano.

–Sí, me los dieron ellos, ya que usted no tuvo el valor de hacerlo personalmente.

–Oh, no, no hubiera podido. Les advertí que no te tocaría ni "con un palo"... ¿Siguieron mis consejos de "tocarte" con el? –Hyukjae tembló de horror cuando los flashes de su memoria ilustraron aquellas palabras. Karov, en cambio, tembló de la ira que lo consumía. Lee continuaba regodeándose en su triunfo–. Me dijeron que gemías como una prostituta mientras te lo metían... Te gusta eso, ¿verdad? Parece que eres un jovencito insaciable...

–¿Qué mierda hace aquí Lee?

–¿Cómo? ¿No lo ven? Soy un pobre padre abatido por el dolor –exclamó con un gesto teatral, para luego volver a su gesto cruel–. Juego mi papel en la historia, como ustedes. ¿Acaso creen que la figura del "pobrecito homosexual abusado" será más fuerte que la del "padre amoroso desesperado por su hijo"? – preguntó, y luego lanzó una carcajada–. Por algo Hollywood está en América y no en Rusia –agregó, guiñándoles el ojo.

–No podrá hacerlo –aseguró Hyukjae tranquilamente–. Ni siquiera porque sirviera a sus propósitos podría hacer creíble su amor a Donghae. Es muy mal actor, como todos los de su tierra.

–¿Qué importa si me creen? Tengo el ancho de espadas, idiotas. En cuanto Donghae declare contra ti serás hombre muerto. 

Hyukjae lanzó una fría risotada

–¿Declarar contra mí? ¿Y cómo piensa hacer eso? Donghae no mentirá por usted.

–Lo hará si sabe lo que le conviene. 

–¿Acaso ha ido a visitarlo...? ¿Lo ha visto desde que despertó? ¿Se preocupó por su salud?

–Eso no te importa, maricón.

–Se nota que no ha ido porque no tiene idea de cómo está o de qué es lo que piensa. Donghae estuvo y está permanentemente al borde de la muerte, ¿acaso piensa que sus estúpidas amenazas podrían importarle? Su hijo ha cruzado un límite, solo se jugará por lo que ame. Y lamento comunicarle... que usted no entra en su lista.  

–¿Y crees que eso me importa? ¿De qué puede servirme ahora, qué utilidad puedo sacarle? –Hyukjae y Vladimir lo miraban incrédulos. Lee hablaba sin que se le conmoviera un pelo–. El "amor" es para los afeminados como ustedes. Lo valioso de Donghae era que podía ganar medallas. Sí, ganar medallas y mucho dinero. Pero es un estúpido, un flojo... Y fue demasiado débil para soportar como un hombre... – un chispa de desprecio encendió su mirada–. Ahora solo es una carga inútil, es lo que mi esposa no  quiere entender, así ya no sirve para nada. Ah, pero no me hundiré solo en este barco, ¿oyeron? Sí, las cosas terminaron mal, todo se salió de control y no siguió el rumbo que había planeado, pero si yo perdí mi lugar no los dejaré seguir en carrera, eso lo juro. Donghae podrá ser un inválido inservible, pero no descansaré hasta que tu mocoso caiga en prisión y deba meterse los patines en el trasero, donde tanto le gusta. 

–¿Cómo puedes ser tan mal nacido, Lee? Es de tu hijo de quien estás hablando, ¡tu hijo!

–¿Ahora vas a darme clases de moral, Karov? ¿Justo tú? –preguntó mirándolo de arriba abajo. 

–Jamás golpeé a mi muchacho. Nunca lo insulté, ni lo humillé, ni le falté el respeto, ni hablé de él como si fuera basura. 

–No lo golpeas pero te lo cojes, ¿acaso eso es mejor? Sí, mejor para ti. Y seguramente también para él, porque son igual de anormales. Asquerosos.

–Cierra tu mugrosa boca y escúchame. Recuerda muy bien lo que voy a decirte Lee, porque este será tu final –aseguró Vladimir amenazándolo con un dedo, mientras sus ojos ardían de odio–. Morirás, y lo harás frente a mí. Antes de acabar mi vida veré tu sangre derramada y escupiré tu cadáver como la porquería que eres. Recuérdalo y dalo por hecho.

–Vaya, no sabía que Nostradamus era ruso –sonrió el americano. Volviéndose al espejo, sacó de su bolsillo interno un pequeñísimo cofre plateado, y tomando de él un montículo de polvo blanco lo aspiró por la nariz con total impunidad.

Vladimir rodeó a Hyukjae con sus brazos, como si quisiera protegerlo de aquel espectáculo decadente. Lee perdió el equilibrio por un momento, y luego se volvió a ellos con una sonrisa idiota. Pareció que iba a agregar algo más, pero como si hubiera entrado en un transe "feliz", rió estúpidamente, y haciéndoles un gesto obsceno, se fue.

–Yanqui descerebrado –murmuró Vladimir, sin poder creer tan pobre conjunto de neuronas. 

–¿Notaste lo mismo que yo? –preguntó Hyukjae, aún con los ojos fijos en la salida.

–¿Que es un idiota?

–Además –concedió con calma, posando una mano sobre el hombro de su tutor, mirándolo con una sonrisa discreta–. Querido Vladimir... él también es zurdo.

~ * ~

–Hyukjae... Despierta, tienes visitas...

Muy perezosamente Hyukjae comenzó a abrir los ojos. Se había quedado dormido cómodamente echado sobre los gigantescos y mullidos almohadones que adornaban la sala de juegos, un cuarto espectacular donde además de esos placenteros rincones en dulce penumbra podía hallarse una mesa de pool, una barra de bebidas y un impresionante equipo de música con su correspondiente lugar para bailar. Había también otro sector donde un gigantesco televisor de pantalla plana era rodeado por la más variada colección de dvd's, dispuesto frente a unos enormes y cómodos sillones anatómicos que superaban la comodidad de cualquier cine. Sencillamente era el mejor cuarto para relajarse, sin menospreciar, claro está, la bella terraza con sus reposeras de madera y el jacuzzi, disponibles a todas horas aunque el clima no invitara a poder disfrutar plenamente de todo aquello.

"Tienes que despejarte"

Esa había sido la consigna dada por Karov, y Hyukjae la había tomado al pie de la letra. En las siguientes dos semanas, mientras continuaba esperando una resolución del juzgado, se había dedicado a disfrutar de todo lo que se había visto privado desde su llegada a Munich: comenzando por nadar durante horas en la espectacular pileta del hotel, pasando por degustar todos y cada uno de los vinos y cócteles que habían caído en sus manos, hasta desfallecer rendido de placer en los brazos de las más diversas y hermosas señoritas alemanas que pudo ser capaz de conseguir. Bueno, conseguir era tal vez solo una expresión, pues Vladimir solamente tenía que encargarse de organizar sus encuentros amorosos de modo tal que pudiera abarcarlas a todas. Luego de eso el trabajo era sencillo... ellas venían solas. 

–Querido, a las damas no se las hace esperar...

Hyukjae se fregó suavemente los ojos, pesado por el sopor del sueño y el exceso de licor que había ingerido. No se sentía enfermo, aunque sí extraño; la tolerancia al alcohol de cualquier ruso era altísima, pero él no recordaba haber bebido tanto en toda su vida. No solía hacerlo en exceso, su actividad de atleta se lo impedía, pero en los últimos tiempos había descubierto que era la mejor manera de afrontar sus días. Sí, mejor era beber... y olvidar...

Con la mirada nublada giró la cabeza para observar a quien le hablaba. Era Vladimir, por supuesto, junto a una muchacha de cabello oscuro y grandes ojos verdes, que lo miraba entre admirada y temerosa. 

–Vamos, hijo, vamos. Ponte de pie. 

Sí, de pie, tan fácil era decirlo. Ayudándose con los brazos, Hyukjae se irguió en toda su altura. Vestía un sencillo pero bello conjunto de jogging negro, que le daba un toque informal y a la vez destacaba cada detalle de su esbelta figura. Se sentía algo mareado, pero eso ya pasaría. Reprimiendo un bostezo pasó una mano por su cabello a modo de peinado y se adelantó observando a la chica sin ningún disimulo. 

–Ella es Ingrid –explicó Vladimir sin poder ocultar una pequeña y viciosa sonrisa–. Ha estado esperando por semanas la oportunidad de conocerte personalmente, incluso ha pasado días fuera del hotel para poder verte. No pude dejar de darle una pequeña ayudita para que su sueño se hiciera realidad, ¿verdad linda? –preguntó acariciándole el hombro, echándole el pelo hacia atrás. Pero la muchacha estaba demasiado embelesada o avergonzada para responder más que con una sonrisa. 

–Ingrid... –repitió Hyukjae, y ella asintió con timidez. Al estilo más caballeresco tomó la delicada mano y la besó respetuosamente. Ella acrecentó su sonrisa, sus mejillas encendiéndose. Todo parecía muy cortés... pero la silenciosa complicidad de los dos hombres encerraba algo maligno. 

–Los dejo solos –anunció Karov y echándole una mirada encendida a su niño, abandonó la habitación. 

–Estoy muy feliz de conocerte. No sabes lo que esto significa para mí –comenzó a decir la chica hablando con un terrible acento alemán, y continuó, mencionando las típicas sandeces que las fans suelen decir a sus ídolos, entre gestos nerviosas y risas exageradas. Su inglés era bastante malo, pero de todos modos... Hyukjae no la quería para conversar. 

Sonriéndole, agradeciéndole de vez en vez, la había llevado hasta los tiernos almohadones en donde él había estado reposando tan cómodamente momentos atrás. Allí, ignorando completamente los elogios con que era bombardeando sin cesar, comenzó a evaluar en detalle la presa de aquella noche. En verdad era muy bonita. Tenía un brillante pelo color caoba, suavemente rizado por debajo de los hombros, unos ojos verdes grandes y hermosos, y una cintura casi inexistente. Tal vez era demasiado delgada para su gusto, con un trasero para nada atractivo, pero lo compensaba con unos pechos redondos y apetecibles. Sí, era bella, y rezumaba feminidad. Eso le gustaba.

Extremadamente nerviosa, más aún ante el hecho de que Hyukjae no hiciera más que devorarla con los ojos, la muchacha mencionó algo sobre lo bella que era la habitación.

–Nunca he jugado al pool –confesó mirando la mesa con interés, intentando encontrar un tema de conversación que ocultara su entusiasmo.

–Yo puedo enseñarte –se ofreció Hyukjae sin mirarla a los ojos, su instinto de hombre creciendo paso a paso.

A veces le causaba gracia sentir aquella atracción por las mujeres. Mientras veía a esta en particular, jugando tontamente con las bolas sobre el paño verde, tomando de manera incorrecta el taco, mostrándose infantil y provocadora el mismo tiempo, recordó cómo aceptar su bisexualidad había sido más un problema para Vladimir que para él mismo. ¡Al principio había sido tan difícil para su tutor asimilar el hecho de que le gustaran las mujeres! Luego, a través de los años y al ver que no conseguía desarraigar esa atracción, había aceptado que tuviera encuentros con ellas, siempre y cuando fueran una mera distracción, descartable y desinteresada, que acabara allí luego de coito, un disfrute más como podría ser ir al cine o salir de compras. Incluso luego de un tiempo había encontrado diversión en arreglar esas citas él mismo, en presenciarlas desde las sombras y a veces hasta filmarlas.

Sin embargo aún recordaba la primera vez que había hablado de aquel tema con su "padre". Tenía 15 años y las hormonas demasiado alborotadas como para contentarse solo con él. Sentados tranquilamente en la terraza de su casa en San Petersburgo, una noche de verano se había atrevido a plantearle aquellos deseos tan terrenales, sus atrevidas incursiones amorosas, e incluso la peregrina idea de tener una novia.

–¿Para qué te serviría una mujer? Son estúpidas –había dicho Vladimir, relajado–. Es inútil involucrarse con ellas. ¿Qué pueden ofrecerte? Hijos, es para lo único que sirven. Y tú no estás buscando ser padre, ¿verdad? Hablamos de temas de alcoba, de placer. Nunca una mujer podrá darte tanto placer como un hombre. Nosotros nos conocemos, sabemos qué nos gusta y cómo obtenerlo. ¿Cómo podría saber una mujer qué siente un varón, qué busca, qué necesita? No, imposible. No tienen nada para ofrecer, nada que no pueda darte un verdadero hombre.

–Pero son bellas –había respondido él, confundido–. Me gustan sus cuerpos. Sus pechos, su piel... Es agradable dormirse abrazado a ellas... No lo sé, sentir su cuerpo dúctil, amoldándose perfectamente al de uno... Es como un rompecabezas, todo encaja correctamente. En cambio, con nosotros es distinto... es... antinatural...

¡Como se había puesto Vladimir al escuchar aquello! Airado, se había levantado de su asiento, casi haciéndolo caer, para tomarlo con fuerza de los brazos, atrayéndolo hacia él.

–Eso es una estupidez Hyukjae –había dicho, abrazándolo con fuerza contra su pecho en un gesto que podría haber sido hasta violento, mientras avanzaba con él casi a la rastra hacia dentro de la casa–. ¿Cómo que antinatural? ¿Quién te ha metido ideas raras en la cabeza?

–Nadie. 

–Los cuerpos se amoldan al deseo de quien los posee. ¿Crees que somos dos piezas que no encajan?
¿Que no está bien lo que hacemos, lo que somos?

–No... no he querido decir eso –había respondido, intentado disuadir a las manos que desabrochaban su pantalón con presteza, recostándolo sobre el lecho, acomodándose sobre él.

–Te demostraré que eso es totalmente posible... solo hay que llegar más y más profundo... sí mi niño.... relájate y lo verás...

Hyukjae apretó los ojos con fuerza para dar fin a su recuerdo. La muchacha seguía hablando, preguntándole si luego podría firmarle unas fotos y su agenda. Era realmente muy teen. Ignorando sus preguntas, se posicionó tras ella y pasó sus brazos a cada lado, enseñándole a tomar la posición correcta para el primer tiro.

–Tomas el taco de esta forma –indicó, presionándola contra él– y te inclinas hacia adelante... –La chica tembló levemente al sentir aquella firmeza apoyada contra su trasero, y luego se relajó, complacida. Hyukjae olfateó su cabello, olía delicioso–. Ahora visualizas la bola blanca, siempre la blanca... apoyas la punta sobre tus dedos, así... calculas bien... y ya.

El golpe fue breve, seco y rápido. Las pequeñas bolas rodaron y chocaron entre sí provocando un ruido estruendoso, desparramándose por el paño. La ingénua Ingrid soltó el aliento que había retenido y sonrió, levemente agitada por sus fantasías de adolescente.

–Eres bueno en esto...

–Soy bueno en muchas cosas...

Convencer a una mujer enamorada es más fácil que sumar uno más uno, y cuando esa mujer solo tiene 16 años y está viviendo el momento más romántico de su vida con el ídolo que siempre soñó... sumar esos dos dígitos se convierte en tarea difícil a comparación. Inútil es decir que diez minutos más tarde la muchacha había perdido más que su ropa interior y que de su inocencia solo quedaba el recuerdo. 

Perder la virginidad con el Campeón del Mundo. Agradece el privilegio, baby.

Había un perverso punto en común que Hyukjae compartía con Vladimir, y este era que ambos sentían un indomable placer por escuchar gemir de dolor a quien tuvieran bajo su cuerpo. Era inevitable, el rubio solía ser siempre muy caballero, pero su gentileza se iba al diablo en cuanto escuchaba esos exquisitos siseos de dolor, la inconfundible mueca de sufrimiento, y por qué no el excitante grito de súplica. Allí, escuchando los agudos quejidos de esta pequeña virgen mientras penetraba su suave cuerpo sobre la misma mesa de pool, viendo su carita de ángel distorsionada por esas nuevas sensaciones que desconocía, no pudo evitar recordar el hermoso rostro de Donghae en el momento exacto en que lo hacía suyo... Cómo olvidarlo, si había sido perfecto: los ojos cerrados, los dientes blanquísimos y  perfectamente formados, apretados y al descubierto musitando su dolor, las delicadas manos aferrándose a la funda del sillón o en un vagabundeo errátil en busca de su pelo, para arañarlo, atraerlo hacia él, aferrándolo con violencia, arrancando débiles cabellos rubios en cada estocada. Sí, recordaba cada detalle, y ahora que rasgaba profundidades a las que nunca nadie había accedido antes, hacerlo con ella le pareció un hecho burdo e innecesario. ¿Para qué tomar nuevos cuerpos si ya había conquistado al que más deseaba? ¿Para qué abrir nuevos canales si había sido el primero en atravesar la puerta de acceso al secreto más amado? No, era inútil que buscara, no hallaría a Donghae en aquellos cuerpos sin nombre.

Hyukjae besó el cuello de la muchacha y lo encontró igual de suave, aunque su fragancia era distinta: flores dulces donde Donghae había sido bosque de pinos, naturaleza salvaje y a la vez delicada. Sí, había  respirado en su nuca, con la caricia de sedosos cabellos negros en su rostro, y se había perdido en un parque de hierva fresca y frutos silvestres, aire puro y sol radiante. Nunca había estado allí, pero ahora podía jurar que el Edén olía a Donghae.

"¡Deja de pensar en él!" dijo una odiosa pero sabia voz en su cabeza, y en seguida navegó hacia una parte del cuerpo que no pudiera comparar. Manteniendo el ritmo de sus caderas, vigoroso y constante, se zambulló entre los mullidos y redondeados pechos, apretándolos con sus manos, succionándolos con glotonería. "Oh sí, amo esto" pensó, y sonrió con cierta tristeza por haber encontrado al fin algo que Donghae no hubiera podido darle. Sí, las mujeres era encantadoras, y no importaba qué dijera Vladimir, habían cosas que no podía reemplazar un hombre... Por más que ese hombre fuera su niño... 

–Basta –se exigió en un murmullo, y redobló su velocidad, arrebatando nuevos y sentidos gemidos. Lo arrancaría de su cerebro, al igual que ahora arrancaba la inocencia desde entre esas piernas.

Pero la sensual atmósfera fue interrumpida nuevamente. Esta vez no eran sus recuerdos intrusos colándose en los momentos más inoportunos. No, esta vez era un ruido y una presencia concreta. Sin ningún tipo de permiso, Vladimir había entrado a la habitación y ahora avanzaba hacia ellos con toda naturalidad... ¿Qué diablos quería? ¿Por qué no se quedaba oculto en las sombras y los miraba desde allí como solía hacer si eso era lo que deseaba? No sabía por qué, pero al parecer su entrenador había decidido tener una participación más activa aquella noche...

Hyukjae lo vio acercarse entre las sombras y asomar a la luz con suavidad, deslizar lentamente sus dedos por el ancho borde de la mesa y detenerse junto a ellos sin decir una palabra. Ingrid lanzó una pequeña exclamación, mezcla de sorpresa y pudor, que mutó a una expresión temerosa en sus grandes ojos verdes. Pero el recién llegado, lejos de marcharse, le acarició los largos rizos caoba y la besó en la boca con decisión. Hyukjae observó, tenso, cómo la chica intentaba resistirse ante aquella intrusión, y cómo cedía luego a la experiencia de esa boca que la invadía sin permiso. Y luego, sin consultar tampoco, Vladimir se volvió hacia él, y repitiendo el gesto le acarició el cabello antes de besarlo con pasión. Al quedar visible nuevamente, el rostro de Hyukjae estaba sonrojado, tanto por la invasión de su intimidad como por la expresión en el rostro de la chica, que parecía haber quedado maravillada por el pequeño espectáculo que acababa de presenciar. 

–Continúa –ordenó Vladimir con suavidad, acariciando la cabeza de ambos, mientras sus ojos se encendían tanto como su cuerpo, incitándolos a reanudar lo que habían comenzado–. Vamos, no te detengas –susurró. 

Hyukjae inspiró profundo. Por alguna maldita razón sabía cómo acabaría todo eso y lo odió. Pero como si no tuviera la facultad de decidir sobre su cuerpo, obedeció algo tenso, obligado. 

–Son hermosos, tan hermosos... Sigue, sí, bésala así... 

Envuelto en su fina bata roja, Vladimir disfrutaba claramente de tener a esas dos jóvenes bellezas amándose frente a él. Los acariciaba, los besaba, posaba sus manos sobre los cuerpos tibios y palpitantes, delineando sus contornos y uniones, sintiendo los músculos moviéndose bajo su tacto, las vibraciones, las respuestas de la piel. Luego de varios minutos, Hyukjae no podía decir que estuviera pasándola mal, pero se sentía francamente desconcentrado. Continuaba poseyendo a la muchacha, intentando ignorar el hecho de que su tutor hubiera dejado de acariciarlos para posicionarse tras él, recorriendo ahora su espalda desde la nuca hasta la suave curva que se formaba al final. 

Incomprensibles susurros en ruso escaparon de sus labios cuando la inquieta lengua de Vladimir se hundió entre sus glúteos, preparándolo de una forma enloquecedora para lo que ya había sospechado que vendría. No quería hacerlo, mucho menos con la chica allí presente, testigo a la que tuvo que besar con pasión para distraerla de la visión que la tenía atrapada y totalmente estupefacta.

Ahora había llegado su tiempo de gemir de dolor. Ingrid resguardó entre sus senos el rostro de su ídolo cuando fue penetrado por su entrenador (¿quién diablos iba a creerle esto alguna vez?), y acarició la hermosa cabellera rubia cuando comenzó a temblar entre jadeos entrecortados. Ella había olvidado su propio dolor e incomodidad. Ahora era otro quien le hacía el amor a través de su amado, una cadena de gemidos y placer que no podía terminar de creer. Besó en los labios aquel rostro contorsionado por el dolor y él le correspondió, agradecido. Ahora que el dominador era dominado lo sentía más dulce y cercano a ella. 

–Luego de un momento te acostumbras –lo consoló, pensando en su ingenuidad que el ruso no tenía ninguna experiencia en esto. Vladimir, sobre ellos dos, lanzó una carcajada. Hyukjae ignoró la maligna burla y besó a su dulce fan, murmurando que estaba bien, respirando profundo para encontrar el equilibrio entre dolor y placer. 

Al parecer allí estaba la clave. No había nada en el mundo que quitara el dolor de aquel momento, y tras la experiencia con los alemanes aquello parecía más de lo que era capaz de soportar, pero esta vez eran cuatro las manos que lo consolaban y dos las bocas que lo colmaban de besos para que olvidara el fuego que entraba paso a paso en su cuerpo. Era un dios dorado, alabado por delante y por detrás, mientras intentaba mantener la calma. Una vez controlado el tormento en su interior, pudo volver a concentrarse en el hermoso cuerpo que tenía entre sus brazos, y en el que aún se hundía azotándolo con fuerzas ajenas. Se había convertido en el intermediario de un ritmo que no era el propio, pero al que pronto se unió para formar una misma sintonía. Sí, esto era nuevo y no estaba nada mal. 

–Siente... sufre... goza... –las palabras eran susurradas en su oído mientras una mano lenta descendía por sus caderas–. Dar y recibir, Hyukjae... eres un puente de placer.

Pronto los dos jóvenes estuvieron gimiendo al unísono, azotados por la misma fuerza. Un puente de placer, sí, pues el impulso que penetraba por entre sus muslos salía convertido en gemidos de mujer de aquellos labios carnosos y femeninos. Eran como tres velas distintas, pero una misma llama. Una lejana metáfora religiosa que lo hizo sentir blasfemo. 

Hyukjae se sentía desfallecer. Vladimir nunca lo había compartido con nadie y él jamás se había dejado poseer por otro hombre, por lo que ahora nadaba y se ahogada en aguas desconocidas, donde las sensaciones se encontraban como olas furiosas en medio de una tempestad y el aire no le alcanzaba para reír o llorar. Placer y dolor, dolor y placer, golpeándolo un por delante, el otro por detrás, hasta confundirse en el centro mismo de su ser, ardiendo en sus entrañas como un fuego nuevo e indescriptible. Un cuerpo galopando a sus espaldas, otro temblando contra su vientre. ¿Qué era aquello, por Dios? ¿La culminación de todos sus deseos? ¿La plenitud del goce total? No, no sabía explicar qué era, pero sabía que no era la cima. Él ya la había alcanzado, y solo había necesitado a una persona. 

–¡Oh, Donghae!

Fue una cadena de orgasmos. Primero Ingrid, luego Hyukjae y por último Vladimir, que acabó con furia y una violencia desmedida, a estocadas profundas y bruscas, finalizando con una mordida feroz en el cuello de su niño, de la que brotaron unos puntos de sangre. 

Hyukjae ahogó su grito en los palpitantes pechos de la muchacha y allí aguardó jadeante y dolorido, a que el infierno de lava que se derramaba en su interior finalizara de una vez y dejara de quemarle.

Demasiado extasiado para pensar, muy dolorido para reaccionar, quedó casi desvanecido sobre la chica, que ahora temblaba estremecida y fría, y permaneció con la cabeza sobre sus senos desnudos, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, hasta que el cuerpo que lo invadía lo abandonó. Fue una salida dolorosa, pero luego el ardor le era demasiado familiar como para quejarse. 

De todos modos, no quería mirar a Vladimir. No tenía que preguntar el por qué de aquella violencia extraña e inusual. Sabía que lo había escuchado pronunciar el nombre prohibido en la cumbre de su éxtasis, y que estaría furioso. Pero... ¿estaba arrepentido? ¿Acaso no se sentía orgulloso y conmovido de que su corazón y su mente hubieran recordado a Donghae en ese momento a pesar de todos los planes?  ¿Satisfecho de que Vladimir lo hubiera escuchado, así podía quedarle claro que ni en el más alto punto de placer lo nombraría a él? 

Sí, sí lo estaba. Por eso ni siquiera se molestó en abrir los ojos para mirarlo cuando depositó un sobre en su mano. Para cuando identificó el sello oficial en el sobre, la puerta se había cerrado con violencia y nuevamente eran dos en la habitación. 

–¿Qué dice? –quiso saber la muchacha, que ahora, un poco más tranquila, le acariciaba el cabello con adoración. 

Hyukjae acabó de leer y devolvió la carta al sobre. Sus ojos centelleaban, y casi no podía reprimir su sonrisa de felicidad. 

–Dice que me voy a casa –anunció con suavidad, abandonándose nuevamente sobre ella, mientras la abrazaba con dulzura. 

Podía volver a Rusia. Al fin.


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