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Sangre sobre hielo [EunHae] por RoseQuin

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–¿Los escuchas, mi amor? ¿Oyes el fragor de la gente? Están clamando por ti...

Estadio Olímpico, al fin. Hyukjae asintió en silencio, apelando a la fortaleza de su temple para no caer preso de los nervios, mientras Vladimir a sus espaldas lo ayudaba a terminar de alistarse, asegurando el cierre de su traje, alisando cualquier imperfección para que estuviera absolutamente perfecto. De negro riguroso, como ya era su costumbre, la ceñida malla elástica no dejaba nada librado a la imaginación, lujuriosamente apegada a cada curva de su cuerpo, destacando la proporción y elegancia de sus formas, quitando el aliento a quien pusiera los ojos sobre él, aunque más no fuera por envidia. El rojo, que ya era su cávala, dispuesto en delicados detalles sobre el pecho, y el sutil baño de lluvia plateada completaban su sobria pero majestuosa presencia. 

–¿Aseguraste bien tus patines?

–Sí.

–¿Estás cómodo?

–Sí.

–¿Seguro? ¿No necesitas nada?

–No Vladimir, estoy bien. 

Karov asintió, nervioso como si fuera él quien en escasos minutos tuviera que salir a exhibirse ante los ojos del mundo. 

–Lo harás perfecto. 

–Lo sé –coincidió Hyukjae con su típica modestia. Pero ante la duda, y más aún desde que "perdiera" su crucifijo, ambos juntaron sus manos unos momentos en posición de rezo, y se santiguaron a la usanza rusa, primero el hombro derecho, luego el izquierdo. 

Encomendarse a Dios, irónico y absurdo, como todo en ellos. 

–Bien, ya es hora. Sal, mi niño, y demuéstrales a todos el significado de lo insuperable...

Apenas pisó el hielo, las tribunas parecieron derrumbarse en aplausos. Hyukjae dio una vuelta veloz por el perímetro de la pista, con la frente en alto y la mirada desafiante hacia el jurado, las cámaras de televisión y las decenas de periodistas que dispararon hacia él sus flashes con la agresividad de un ataque mafioso. Allí estaban todos, desde Noruega hasta Argentina, esperando obtener "la foto", "la entrevista", "la noticia" que recorriera el mundo. Y si eran muy afortunados... la primicia de la primera y gran derrota del campeón de campeones. Hyukjae los odiaba cada día más.

Haciendo caso omiso a los gritos desaforados de sus jóvenes fans, se deslizó hasta el centro mismo del estadio, deteniéndose exactamente sobre la unión de los cinco aros olímpicos, con sus colores velados por la gruesa capa de hielo que los cubría, y permaneció inmóvil, en posición, esperando que la música diera comienzo a su programa. Esos segundos eran lo más difícil de todo. Los instantes previos al gran momento, en que las cientos de almas presentes caían en un silencio de muerte y él podía sentir su propia respiración, los fuertes latidos de su corazón impulsando la sangre a todo su organismo. Eran milésimas de segundos en que sentía sus rodillas flaquear y al mismo tiempo la obligación de mantenerse estático y atento, a la espera de esas notas musicales que parecían tardar una eternidad en surgir. Hasta que finalmente... todo comenzaba. 

Los primeros acordes se propagaron a toda velocidad por el recinto y lo mismo hizo Hyukjae por la pista. Él no servía para melodías lánguidas y agonizantes, o mejor dicho, ese tipo de música no le servía a él; tenía demasiada energía dentro y muchas cosas para mostrar. Enseguida el público, maravillado y ansioso, adoptó el ritmo con sus palmas, ávidos por absorber la magia que despedía su rey de los hielos. 

La primera combinación llegó pronto: un cuádruple toeloop, triple toeloop, triple loop. ¡Impresionante!

Gran parte de la gente no entendía la importancia de aquellos saltos, pero ¿qué importaba? Disfrutaban
de la belleza de ese joven regalándoles su talento en preciosas figuras y gráciles movimientos, con gestos irónicos y ondulaciones sensuales que entregaba a su público con una pasión desinteresada.

Coordinación perfecta con la música que les llegaba al alma, intercalando triples con la naturalidad de quien sortea un obstáculo insignificante, sin detenerse un momento siquiera a recuperar un equilibrio que nunca perdía.

La melodía avanzaba, y también la danza. La coreografía era exquisita. Una nueva combinación de saltos preparó a todos en sus asientos. Un primer cuádruple... un segundo... y un tercero... Hyukjae aterrizó limpiamente sobre el hielo para continuar adelante, dejando a un estadio mudo de incredulidad. Tardaron varios segundos en reaccionar que habían sido testigos de algo nunca antes visto en la historia de ese deporte; tanto así que cuando prorrumpieron en estruendosos aplausos el ruso ya comenzaba su serie de giros. Hermosas figuras realizadas en revoluciones a gran velocidad, subiendo y bajando sobre su eje, para luego tomar impulso y continuar rotando en bellas formas, agraciadas aún más por el color y el brillo de las luces reflectadas sobre él.

Hyukjae reinició su vuelo con delicadeza, deslizándose sobre una sola pierna, la otra extendida con gracia hacia atrás, mientras los espectadores ya lo aplaudían de pie, y los relatores saturaban sus transmisiones con comentarios exaltados, sabiendo ya que se hablaría de aquel día durante años. Pero el rubio no había terminado. Dispuesto a hacer historia, retomó su presentación aún con más énfasis, reavivando los aplausos y acompañamientos de la gente que ya se había rendido por completo a sus encantos, realizando nuevos saltos y combinaciones nunca antes vistas, superándose cada vez más en complejidad y belleza. 

La música enloqueció y con ella el público. Ahora estaban todos de pie, aplaudiendo al unísono el compás de la melodía, y abajo, solo en el hielo, Hyukjae danzaba como poseído bajo el poder de aquellas palmas. Su cabello flameaba, de aquí para allá, siguiéndolo un paso atrás en cada movimiento, mientras él agitaba sus brazos en el momento preciso a cada pulso, golpeando con tanta fuerza la pista en sus brincos que una suave llovizna de hielo era despedida en cada repiqueteo de cuchillas.

Lo controlaba una energía diabólica. Con el rostro encendido se desplazaba de un extremo a otro, incitando a todos a perderse con él en aquel torbellino que creaba su propio cuerpo. Era hermoso, soberbio, magnífico, aterrador. 

Cuando la nota final resonó como una explosión, y Hyukjae en el mismo segundo extendió los brazos hacia el cielo, estuvo seguro de poder tocar las estrellas. Las tribunas estallaron en vítores, gritos y aplausos. Las banderas se agitaron enloquecidas, mostrando los colores de su patria, su rostro, su nombre por doquier, palabras de amor en todos los idiomas. Aún estático en su pose final, contempló cómo los jueces intercambiaban miradas de admiración, los reporteros se agrupaban a empujones en la salida de la pista para ver quién lo atrapaba primero, sectores de las tribunas colapsaban de adolescentes enardecidas que pretendían lanzarse de clavado al hielo. 

Jadeando sin control bajó lentamente los brazos. El corazón parecía querer salírsele del pecho, golpeando tan fuerte que dolía. Temblaba, todo su cuerpo palpitaba en un gran latido. De pronto se sintió mareado, hiperventilado, y perdiendo el equilibrio se tambaleó levemente hacia atrás, como si la energía que emitiera la audiencia en aquel aplauso ensordecedor fuera una onda invisible que quisiera tumbarlo. 

Desorientado, buscó con la mirada a Vladimir. Lo halló inclinado sobre la pista, bastante alejado de la turba de periodistas, mirándolo con atención, seguramente al tanto de su repentino debilitamiento. Con un gesto le indicó que se acercara, y él obedeció tan pronto como pudo. 

–¿Qué te sucede?

–Nada... es solo... me... me cansé demasiado.

Ayudado por los fuertes brazos de su entrenador, Hyukjae saltó la cerca sin necesidad de salir por la atestada portezuela. Pero le fue imposible eludir la intercepción de las cámaras oficiales que cubrían el evento, habían comprado su exclusiva con muchísimo dinero y había que cumplir con ellos. 

Jadeando tomó asiento junto al periodista, y entre respiraciones agitadas contestó como pudo las preguntas que le fueron hechas. No necesitaban esperar el resultado, todos sabían que era el ganador de aquellos Juegos Olímpicos y más aún. 

Allí mismo, con Vladimir a su lado y rodeado de todo el show del que tanto gustaban los norteamericanos, recibió su puntuación: dieciocho veces la marca perfecta. Ni siquiera él había visto nunca tantos 6.0 juntos. 

Con gesto cansado colocó las protecciones a sus patines y volvió la mirada a Vladimir. Si el amor y el orgullo tenían un rostro, pues su tutor se los había robado en ese momento. Con todo el recato al que estaba obligado, lo vio inclinarse sobre él, rodear su nuca con la mano y besar sus mejillas con sentida ternura.

–Lo lograste, mi amor –susurró en su oído, mientras por los altoparlantes el nombre de Hyukjae Lee era repetido incontables veces con breves comentarios en varios idiomas–. Eres el mejor patinador de todo el mundo. 

~ * ~

Hyukjae emitió un profundo suspiro, cansado y satisfecho, echándose lentamente el pelo hacia atrás con ambas manos, los codos apoyados sobre la mesa, los ojos suavemente cerrados. Más de dos horas después de su presentación, había contentado mínimamente tanto a espectadores como periodistas, y ahora tenía el primer momento de paz a solas y en silencio. 

Lo había logrado. La última medalla era suya, ya no le quedaba ninguna meta más por alcanzar, había ganado todo lo que era posible ganar. Era el más grande del mundo, de todos los tiempos, pues con la actuación de hoy firmaba con su nombre la mejor página en la historia del patinaje. Increíble, único, insuperable, sí... eso decían todos... así hablarían de él por siempre. 

Extasiado, inspiró profundo. "Siéntelo, amigo" se dijo a sí mismo, regocijándose en su éxito "estás en la cima, no hay nadie por sobre ti, ni lo habrá jamás. Ya eres leyenda". Inmensamente orgulloso de lo que había alcanzado abrió los ojos para ver su reflejo sonriéndole suavemente desde el espejo, y a bordo de sus fantasías se perdió por un momento en la vanidad de admirarse en silencio. 

Con su exquisito traje de gala, su postura majestuosa y sus brillantes ojos azules, no le hubiera sido difícil pasar por una estrella de Hollywood. Más aún en aquella habitación, que más que un vestuario privado parecía el camerino de un actor de cine, con la mesa de tocador iluminada y el gran espejo frente a ella, todo adornado con los cientos de osos, flores, cartas y regalos varios que habían llovido sobre él al terminar la presentación. Hyukjae jamás los revisaba en detalle, pero le gustaba recogerlos y guardarlos, aunque a lo largo de los años aquella colección de obsequios se hubiera vuelto un dolor de cabeza para Vladimir, que era el encargado de reunirlos y buscarles un lugar adecuado.

Esta vez sin embargo algo había escapado a esa recolección. El embelesamiento por sí mismo no le había permitido a Hyukjae divisarlo antes, pero exactamente frente a él, en medio de la mesa y casi pegado al espejo, había un sobre blanco que rezaba su nombre como destinatario.

El rubio lo observó algo sorprendido, y luego lo tomó para abrirlo. La nota que contenía era breve, escrita en inglés con trazo simple y en tinta negra:

"Suele decirse que si Mahoma no va a la montaña, pues que la montaña vaya a Mahoma. No me encontraba en condiciones de escalarte, así que agradezco que te hayas acercado a mí. Vengo a devolverte lo que es tuyo."

Eso era todo, sin firma, sin remitente, nada. Hyukjae frunció el ceño y volvió a tomar el sobre. Aún estaba pesado. Colocó entonces la palma de su mano hacia arriba y vació el contenido sobre ella... y cuando el pequeño objeto resplandeció reluciente... sintió que se le cortaba el aliento. 

–Dije que te lo devolvería sano y salvo.

Hyukjae se giró en un gesto brusco, francamente sobresaltado, pues se creía a solas en la pequeña habitación. Observando al hombre que se hallaba allí de pie, exactamente contra la pared opuesta a él, su rostro estaba algo desencajado por la sorpresa, pero sobre todo por la incertidumbre. Por un momento había creído que... Pero no... no era... 

De pantalones oscuros y sweater blanco tejido de cuello alto, aquel hombre le era tan familiar como su propio reflejo, pero a la vez lejano y desconocido. Con ese pelo oscuro y esos brillantes ojos chocolate, observándolo tras gafas de marco invisible, era tan parecido a...

–¿Ya no te acuerdas de mí? –preguntó sonriendo suavemente, dando un paso hacia delante, donde la luz lo iluminó por completo.

–¡Donghae! –exclamó Hyuk casi sin voz, sin ocultar el asombro y la emoción que lo embargó por completo. 

No podía ser. ¡No podía creerlo! ¿Donghae? ¿Cómo podía haber cambiado tanto en un año? Pero cuando  sonrió, asintiendo, no le quedaron dudas. Esa sonrisa no podía pertenecer a nadie más que a su niño, y como si hasta entonces hubiera llevado una máscara y ahora la quitara para revelarse, vio con nitidez la realidad a la que había estado ciego momentos antes. Por supuesto que era Donghae. Era él, solo que... distinto. Mucho más maduro, más crecido. Parecía un joven adulto y no el adolescente frágil que había sido siempre, y era claro que había recuperado el peso perdido y un poco más, pues su rostro estaba rozagante y saludable, nada de las demacradas mejillas y la tez amarillenta que había lucido en la terapia del hospital. El cambio de peinado y los lentes de aumento completaban los detalles que lo habían desconcertado tanto al principio.

–¿Puedo felicitar al campeón olímpico? –preguntó con timidez, extendiendo los brazos, pidiendo permiso para estrecharlo entre ellos.

Hyukjae asintió con una sonrisa y en dos pasos se adelantó hasta él. Ambos se fundieron en un abrazo generoso e interminable, estrecho, cálido. Con los rostros ocultos sobre los hombros del otro, las sonrisas de felicidad fueron dando paso al gesto de dolor y profunda añoranza, los ojos fuertemente apretados al recordar lo que se habían extrañado, todo lo que habían tenido que posponer, resignar... Ninguno de los dos parecía querer soltarse. Ninguno de los dos sentía el valor de enfrentar al otro.

Cuando al fin lo hicieron volvieron a sonreírse, nerviosos como dos colegiales. 

–Estás tan... –comenzó a decir Hyuk, pero las palabras le fallaban–. Es increíble. ¡Estás completamente recuperado!

–No completamente, no te dejes engañar por lo que ves –respondió Donghae con una sonrisa tímida, arreglándose las gafas, para caer luego en otro incómodo silencio–. Oye, la presentación... fue sublime. Aún no puedo creer lo que hiciste.

–¿Estuviste allí?

–Por supuesto.

–¡No te vi! 

–No, claro que no, si casi no me reconoces aquí –observó, divertido, y ambos rieron–. Además, no me encontrarás donde estuve siempre, ya no estoy de este lado de la pista, ahora debo sentarme con el público.

El comentario pareció ser algo sin importancia, al pasar, pero Hyuk reconoció el profundo dolor de aquella declaración. Donghae quiso ocultarlo, pero fue demasiado evidente. Un nuevo silencio se interpuso entre ellos, ahora mucho más grave y pesado.

–Yo... –comenzó a decir, claramente nervioso, clavando su vista en el piso–... yo quería felicitarte por lo de hoy. Y devolverte tu cruz, claro –explicó, señalando la dorada reliquia–. También... quería... bueno, también quería agradecerte todo lo que hiciste por mí el año pasado... Yo... estaba muy confundido, perdido, mi vida era un caos y... bueno, luego fue peor y no tuve mucha oportunidad de hablar contigo. No coherentemente al menos.

Hyuk asintió con un gesto. Ni su naturaleza rígida ni las costumbres de su tierra ayudaban a que aquel momento fuera más llevadero. No sabía qué decir y prefería el silencio antes que cometer un error. 

Donghae no habría preferido lo mismo. Sentía muy pesada la carga de expresar, solo, todo lo que había acumulado durante un año, y que el ruso lo mirara fijamente sin decir palabra, decididamente hacía las cosas más difíciles. 

–En fin, quería decirte eso... y... –Hyukjae continuaba escuchando, esperando, quieto y silencioso como un soldado. Donghae abrió la boca un par de veces sin emitir sonido–. Y... nada más. Solo darte las gracias. 

Nada. Más silencio. Las mejillas del morocho comenzaban a arder.

–Bien... creo... que me voy. Te felicito nuevamente, estuviste espectacular.

Aquellos ojos azules seguían fijos en él. Donghae retrocedió un paso, observándolo, y despidiéndose con un gesto, abrió la puerta y se marchó. 

Recorrió el pasillo que lo alejaba de allí sintiéndose un estúpido. Había planeado esta visita cientos de veces en su mente, pero en ninguna había terminado de esta manera. Un fuerte deseo de llorar se combinó con un profundo vacío, sumiéndolo en una sensación extraña. Pero cuando ya casi había llegado a la escalera, una voz potente y conocida lo detuvo como una mano invisible. 

–¡Donghae! –Hyuk se acercaba corriendo, su cabello rebotando con cada paso–. Donghae... 

Deteniéndose a unos metros de él, avanzó lo que le faltaba con pasos lentos. Parecía querer decir muchas cosas y al mismo tiempo disfrutar del silencio. Sus labios se abrieron suavemente, dejando ver su blanca dentadura de fondo. Los ojos le brillaban, cristalinos.

–¿Tienes algo que hacer... ahora?

Hae sonrió, inspirando como si le hubiera faltado el aire hasta ese momento.

–Yo no, pero tú sí. Acabas de ganar los Juegos Olímpicos, ¿recuerdas?

Hyuk también sonrió.

–Sí –admitió, orgulloso–. Pero acabo de darme cuenta... que esta medalla no era lo último que me quedaba por ganar...

Notas finales:

Les sorprende el encuentro?

:D

que pasara a continuación?

huhu~

 

5revs y subo el siguiente capítulo :)


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