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Sangre sobre hielo [EunHae] por RoseQuin

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Notas del capitulo:

¿Recuerdan que les había dicho que empezaba lo bueno? :D

 

¡Disfruten!

–Hyukkie... ¿cuándo vas a quitarme esta venda de los ojos?

Aún no, espera.

–¡No puedo caminar así! Siento que voy a caerme en cualquier momento.

–No te vas a caer, yo te guío, confía en mí.

Hae suspiró, aferrando con fuerza el brazo que lo sostenía, tanteando con su mano libre la oscuridad ante él, como un ciego desesperado por asirse a algo firme o al menos conocido. No le gustaba andar en tinieblas, pero no podía quejarse ahora por ese pequeño detalle... aquel día había sido perfecto. Hyuk lo había despertado a besos cálidos y apasionados para regalarle una sesión amatoria francamente deliciosa, de la cual le llevó varias horas recuperarse pero que le imprimió una sonrisa que no pudo quitarse en todo el día. Le había preparado luego un desayuno espectacular: café con crema y pasteles varios, incluida una deliciosa tarta de frutillas, lejos su postre preferido. Poco después lo había sometido a unos masajes espectaculares, hundidos ambos en la tina llena de espuma, con perfumes y oleos que lo habían hecho casi desvanecerse de placer. Por la tarde habían asistido a un recital de música pop, de esos que él tanto amaba y que Hyuk detestaba con el alma, pero el pequeño sacrificio pronto quedó olvidado, cuando apenas regresar a casa, cayeron enredados en la alfombra para amarse una vez más con esa desesperación irresistible que sentían el uno por el otro. La cena había sido de ensueño. A la luz de las velas de un exquisito restaurante, habían bebido champaña y brindado por su felicidad, mirándose en silencio a los ojos mientras intentaban disimular sus sonrisas cómplices, jugando bajo la mesa los juegos prohibidos que el favorecedor mantel ocultaba de las posibles miradas indiscretas.

Sí, sin dudas aquel era el mejor cumpleaños de su vida.

Pero luego de cenar Hyuk se había vuelto muy misterioso. Un auto los había interceptado mientras paseaban por la calle y él se había subido con toda naturalidad, invitándolo a hacer lo mismo. Dentro lo había besado con pasión, y susurrándole que confiara en él, le había vendado los ojos con un lazo de terciopelo negro. Desde entonces su mundo era total oscuridad.

–Estoy completamente perdido, no sé dónde estamos.

–Esa es la idea, my dear.

–Me estoy mareando.

–Deja de quejarte, ya llegamos.

Ya llegamos. Eso le había dicho hacía varios minutos cuando hubieron bajado del auto, pero desde entonces no habían dejado de atravesar corredores y puertas, cuando no escaleras en las que había estado a punto de perder el equilibrio. Le gustaban las sorpresas, pero ir a ciegas lo hacía sentir vulnerable, incómodo. Vaya fetiche tenía Hyuk con vendarle los ojos...

–Tengo frío –informó con calma, como si así disimulara su queja. La risa a su lado sonó suave, paciente.

–Eres insufrible. Está bien, ven, siéntate aquí.

–¿Me quito la venda?

–No, aguarda.

Hae tomó asiento como le indicaban. La silla era dura y estaba fría. Todo allí estaba muy frío.
Muy bien, ahora sostén esto... Feliz cumpleaños, mi amor.

El homenajeado sonrió al sentir que una caja, bastante pesada por cierto, era depositada en su regazo. Con delicadeza palpó el papel de regalo y el gran moño en la parte superior. También una tarjeta que luego leería, cuando su amo le permitiera descubrir sus ojos, por supuesto.

Con el entusiasmo de un niño comenzó a desenvolver su presente, sin poder ocultar una gran sonrisa de felicidad (exceptuando a sus fans y algunos amigos, nunca le daban obsequios...). Una caja resistente, con una tapa bastante fuerte. Quien hubiera dicho que su amado fuera tan romántico. Después de todo era una buena idea la del lazo, tenía su encanto esto de disfrutar las distintas texturas y pequeños sonidos casi siempre ignorados. Complacido, rozó el borde con la yema de sus dedos y luego los introdujo dentro de la caja. Otro envoltorio y un papel de seda protegiendo el tesoro, que para su intriga, era algo muy rígido. Hae se mordió los labios, excitado, y descorrió el papel para tomar al fin su regalo...

La sonrisa desapareció de inmediato y quitó las manos con tanta rapidez que dio la sensación de haber sido picado por algo. Con un gesto brusco se arrancó la venda de los ojos y observó hacia el interior. Con el delicioso olor de las cosas nuevas, el cuero de más alta calidad y las cuchillas mejor afiladas, un hermoso par de patines lo aguardaba desde su elegante envoltorio...

Hae jadeó, alterado. Perturbado, volvió su vista a un lado y a otro. Como no podía ser de otra forma, se encontraban en una pista de hielo, nada más y nada menos que en la que él había entrenado toda su vida, en donde su padre, a fuerza de dolor y lágrimas, lo había convertido en campeón nacional.

Sus ojos se elevaron, dolidos e incrédulos, hasta el rostro expectante de Hyuk y se enfriaron como lo hacen las rocas volcánicas, fijos en él.

–Esto no es gracioso –dijo alejando la caja de sí, casi con lágrimas en los ojos.

–No se supone que lo sea, no es una broma.

–A mí sí me parece una broma, y una de muy mal gusto.

Disgustado, arrojó la caja al suelo. El lustroso brillo de las hojas metálicas lo hacía estremecer. Hyuk pareció desconcertado. Agachándose, recogió los patines algo entristecido, mirándolos sin entender qué estaba mal con ellos.

–Son los mejores. Pensé que te gustarían.

–¿Olvidaste el detalle de que por poco me matan golpeándome con un patín?

–No, no lo olvidé.

–¿Y qué se supone que haga con ellos? ¿Volver a abrirme la cabeza o clavármelos en el pulmón?

–Te los regalo para que patines, no para que te suicides con ellos.

–¡Sabes que no puedo patinar! Nunca volveré a hacerlo.

–¿Y qué médico ha dicho eso? ¿El que confirmó que morirías o el que aseguró que quedarías ciego?

–Hyuk, no necesitas ser cínico con esto... Estoy vivo de milagro, con suerte si he logrado volver a caminar... Ya no persigo más quimeras.
Hae apoyó la frente en las manos y unos sollozos comenzaron a oírse, apagados, mientras lágrimas silenciosas rodaban por sus mejillas. Hyuk arrojó la caja al suelo y lo miró por un momento. Luego, sentándose a su lado, lo abrazó con ternura, besándole el cabello.

–Yo te ayudaré. Te enseñaré, paso a paso, como en el comienzo.

–Ya no puedo hacer eso, Hyuk, olvídalo.

–Sí puedes. Si trabajas duro puedes hacer cualquier cosa. Debes empezar de nuevo, desde cero, como has hecho con tantas cosas ya. ¿Saliste de un coma irreversible y dices que no podrás volver a aprender esto? Lo harás, solo ten en cuenta que no naciste sabiendo patinar... el único que nació con ese don mágico fui yo... – Hae volvió a él sus ojos inundados. Y muy a pesar de su tristeza, sonrió–. Además, me salieron muy caros y no los puedo devolver, así que será mejor que los uses o te mataré.

–Te odio –susurró Hae con una sonrisa mientras se secaba las lágrimas.

–No importa, yo me amo lo suficiente por los dos.

Ambos rieron. Hyuk lo besó en las mejillas y los labios, acariciándole el pelo con dulzura. Hae suspiró, observando a su alrededor con una nostalgia mortificante.

–Pasé la mayor parte de mi vida en este lugar –dijo, aferrándose de las manos de su amor, como si eso le diera fuerzas–, y hace más de un año que no lo veía. No volví, ni una sola vez, desde mi última práctica antes de viajar a Alemania...

El doloroso recuerdo se tradujo en silencio, y Hyuk permaneció en espera el tiempo que le pareció prudencial. Luego tomó la caja y sacó los patines.

–Deja que yo te los ponga. Siéntelos, familiarízate con ellos, entonces daremos una vuelta. Si luego de eso no deseas patinar más puedes quemarlos o hacer lo que quieras, prometo nunca más volver a molestarte con esto.

–...No quiero hacerlo.

–¿Por qué no?

Hae se tomó su tiempo para responder. Con los dedos entrelazados con los de Hyuk, apretaba su mano en un gesto nervioso e inconsciente, con la vista al frente, compungido.

–Patinar... Es lo que más extraño en mi vida. No pasa un día sin que desee volver al hielo –confesó, observando la blanca pista frente a él con un brillo encendido en sus ojos–. Deseo con toda mi alma entrar contigo ahora mismo y poder deslizarme, poder sentir dentro de mí ese... –las palabras no salían, no existían, como siempre que querían explicar la indescriptible sensación que los inundaba al pisar el hielo–. Pero no sé si resistiré ponerme los patines. Y si lo hago, si me los pongo y salgo a la pista... Dios, Hyuk, si intento patinar y no logro sostenerme… no podré soportarlo. No podré vivir con la seguridad de que nunca más volveré a ser alguien, a ser quien era.

–Escúchame –sin soltar sus manos, Hyuk se arrodilló frente a él, mirándolo con esos penetrantes ojos suyos–. Así no volvieras a patinar nunca más, aún seguirías siendo tú. Eres tú, nunca dejaste de serlo. Hae, no eres un triple, ni un giro, ni una combinación de saltos. Esa estúpida idea es culpa de tu padre, que te ha hecho creer siempre que valías lo que hacías sobre el hielo, y no es así. Lo sabes –echándole el cabello hacia atrás Hyuk lo observó en detalle, sonriéndole embelesado–. Para mí nunca dejaste de ser

Donghae Lee, el campeón nacional de USA, uno de los mejores patinadores del mundo y mi mayor competidor.

Hae sonrió, y asintió lentamente, sus ojos brillantes de lágrimas. Y entonces, con un suspiro, tomó los patines y comenzó a quitarse el calzado. Hyuk sonrió, triunfante, y arrastró hasta ellos un bolso deportivo negro que tenía bajo otro asiento.

–¿Qué traes ahí?

–Mis patines. Y ropa cómoda, para los dos. Toma, ponte los guantes... hace frío.

~ * ~

–Así es, tú solo deja que yo te deslice...

Con las piernas rígidas y temblorosas, Hae se dejó conducir hacia el centro de la pista, aferrado con ambas manos a las de Hyuk, que avanzaba de espaldas, de frente a él.

–Me falta una buena música, eso es todo. Con un buen tema podría patinar sin problemas.

Sonriendo Hae se obligó a festejar su propia broma, pero aunque intentaba descomprimir la situación lo cierto era que todo su cuerpo temblaba como una hoja, aterrado como estaba de no poder dar los primeros pasos en el camino que ya había recorrido millas.

Hyuk le sonrió, colocándose tras él sin soltarlo ni por un momento, un brazo rodeándole la cintura, el otro sujetando fuertemente su mano. Pegó su pecho a la espalda, e inclinándose dulcemente sobre el suave cabello negro, entonó con una voz tan seductora como la que utilizaba al hablar.

–Love of my life, you´ve hurt me... –Al escuchar las tiernas palabras musitadas en su oído Hae sonrió, esta vez risueño, más relajado–... you´ve broken my heart and now you leave me... ¿Así está mejor?

–Sí... mucho mejor.

Con un cariñoso beso en la mejilla Hyuk lo alentó a seguirlo sin temor. Sin dejar de cantar suavemente y manteniéndolo junto a él todo el tiempo, comenzó a deslizarse tranquilamente hacia delante, pasos básicos que Hae imitó con la inseguridad que da el miedo, el rostro tenso y concentrado en cada movimiento que hacía.

–Love of my life can´t you see... bring it back, bring it back, don´t take it away from me because you don´t know what it means to me...

Nada era tan difícil si permanecían juntos. Con un poco de resistencia Hae aceptó cambiar el rumbo y con un suave suspiro comenzó a deslizarse hacia atrás, mirando inquieto por sobre su hombro, permitiéndose descansar en la seguridad que le ofrecía el firme cuerpo tras él cuando su inestabilidad o sus miedos amenazaban vencerlo.

–No te detengas, sigue cantándome, por favor.

–Love of my life don´t leave me. You´ve taken my love, you now desert me. Love of my life can´t you see... Bring it back, bring it back, don´t take it away from me because you don´t know what it means to me...

Alentado por el éxito del primer intento, Hyuk decidió arriesgarse un poco más. Conduciendo el cuerpo que sostenía con firmeza aumentó considerablemente la velocidad de sus pasos. El viento ahora hacía flamear sus cabellos, entremezclándolos en el aire en una fusión exquisita, mientras las formas que los rodeaba se volvían más difusas y descoloridas.

–You won´t remember when this is blown over, and everything´s all by the way...

Cruzándole el brazo izquierdo sobre el pecho, atrajo a Hae aún más contra su cuerpo, pegándolo completamente a él, y con mucho cuidado deslizó luego el otro brazo, el que hasta el momento aferraba su cintura, hacia abajo, hasta sujetar su pierna derecha.

–¿Qué pretendes hacer? –preguntó el indefenso Hae, mirando temeroso esa mano que sospechosamente se posaba por encima de su rodilla, pero para entonces ya era demasiado tarde. Hyuk no solo le levantó la pierna hasta la altura de las caderas, sino que también elevó la suya propia, dejándolos a ambos deslizándose hacia atrás apoyados sobre una sola pierna...

–¡Bájame Hyuk, bájame! –chillaba desperado, cerrando fuertemente los ojos, pero de nada sirvieron sus quejas. Tan juntos y coordinados como si fueran la sombra del otro, se deslizaban por la pista en una elegante y delicada figura, uno riendo, el otro aterrado.

–When a get older I will be there at your side to remind you how I still love you. I still love you.

–Te odio –murmuró Hae cuando al fin pudo sostenerse en sus dos pies, girando para quedar de frente, aferrado al cuello de su improvisado instructor.

–Mentira, me amas –refutó Hyuk, besándolo profundamente en la boca, avanzando con él en un estrecho abrazo.

Resultó ser la prueba de fuego. Cuando el beso acabó Hae pareció tomar la confianza suficiente para patinar a su lado, tomado de la mano, adquiriendo velocidad y un poco de audacia en cada paso que daba. Lejos, muy lejos estaba de ser el campeón nacional que había sido hasta el año anterior, pero al menos había vencido el pánico a pisar el hielo. Podía flaquear, pero qué importaba... siempre tendría a Hyuk a su lado para sostenerlo, guiarlo y contenerlo.

When a get older I will be there at your side to remind you how I still love you.

Sí... estarían juntos hasta el final...

Pero como un frágil molinillo de viento, el destino torció el rumbo de aquella noche en un ínfimo instante. De pronto Hyuk se detuvo, con la mirada atenta hacia la entrada de la pista. Hae también frenó, sujetándose de él, observándolo un momento sin comprender antes de volver la cabeza en la misma dirección.

Había un hombre allí. Un hombre bajo, con un abrigo grueso y gorra, cuyo rostro no lograba distinguir con nitidez por más que entornara los ojos. Pero Hyukjae sí podía ver con claridad, y lo que vio no pareció gustarle.

–¿Qué haces aquí? –exclamó, mientras un extraño rubor cubría sus mejillas–. ¿Acaso no fui claro? ¿No dije que no quería volver a verte en mi vida?

Furioso, dio dos largos pasos en su dirección, al parecer dispuesto a refrescar la memoria de aquel con sus puños, pero Hae lo refrenó tirando de él, sujetándose con fuerza a su brazo para impedirle que avanzara. Ahora sabía que esa forma borrosa era Vladimir, y más que nunca sintió que su presencia no podía significar nada bueno.

–Te amo Hyukjae –dijo la voz en ruso, para que solo el rubio captara su mensaje–. Nunca lo has querido creer, pero eres la luz de mi vida, eres más importante para mí que el alimento o el agua. Sin ti simplemente me muero.

Metáforas al margen, aquellas palabras parecían tener sentido. Con una impresión apenas disimulada Hyukjae pudo ver lo terriblemente desmejorado que estaba Vladimir desde la última vez que lo viera. Había bajado mucho de peso, como si realmente no hubiera ingerido alimento desde aquel día; estaba sin afeitar y desalineado, sin cuidado en el vestir, algo que jamás se había permitido antes; y la inflamación producida por los golpes en su rostro aún perduraba, tornando su piel en las diferentes gamas de verde, morado y violeta. Su ánimo, en cambio, parecía haberse recompuesto, al menos lo suficiente para permanecer erguido y hablar con voz clara, lejos ya de aquel patético estado en que se arrastraba por los suelos llorando su miseria y suplicando sin orgullo.

–No sabes lo que te he extrañado –prosiguió con tranquilidad, mirándolo con dulzura–, sobre todo por las noches cuando me acostaba solo... Deseaba tanto tenerte allí que casi podía sentir tu pelo rozándome el rostro, y el calor de tu cuerpo bajo el mío... ese hermoso trasero tuyo en el cual hundirme...

–Sí, ya veo lo que extrañas de mí, hijo de puta –respondió Hyuk con los dientes apretados y las mejillas encendidas. Y aunque Hae no entendía nada de lo que se decían, su instinto le indicaba que sujetara a su amor para impedirle avanzar. A Vladimir no pareció importarle que lo insultaran.

–Siempre fuiste mi niño, mi amor –continuó, tan calmado como antes–, lo supe desde el primer instante en que te vi, supe que serías mío por siempre... Nadie, ni siquiera Leeteuk llegó a mi corazón como lo has hecho tú, Hyukjae. No sólo lograste tocarlo, sino que me lo robaste por completo, lo hiciste tuyo y lo manejaste desde entonces a tu merced...

–Vete... Vete de aquí o te mataré, mal nacido. ¡Suéltame Donghae! Déjame ir a matarlo.

–Y tú me amabas –continuaba Vladimir con una sonrisa delirante y los ojos humedecidos por la emoción–. ¡Me amabas y éramos tan felices! Sí, tan felices, mi pequeño... Pero ahora todo eso terminó – concluyó entristeciendo su mirada–, y si no estamos juntos... nada me importa.

Hyukjae dejó de forcejear para quedar estático, a la expectativa de aquella pausa que intuyó peligrosa. Donghae, a su lado, continuaba aferrado a él, mirando al viejo entrenador con aversión aunque no hubiera entendido una sola palabra de todo lo dicho. Y así unidos los atrapó la sorpresa, reflejada por un segundo en sus jóvenes rostros, cuando Vladimir sacó la mano que ocultaba en el bolsillo de su abrigo, los apuntó con un arma, y sin más aviso, disparó.

Donghae cayó pesadamente sobre el hielo. Hyukjae, de igual modo, se desplomó desarticulado sobre él.

Notas finales:

Ah... Recibí un comentario no bueno sobre el que este subiendo la historia...

estoy algo intranquila...


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