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Sangre sobre hielo [EunHae] por RoseQuin

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–¡¡No!!

En el vacío del estadio un grito salvaje desgarró el silencio.

Vladimir, aún con el arma en sus manos, bajó lentamente los brazos, tembloroso y agitado. El fogonazo había salido veloz cual rayo, tan sencillo e instantáneo como si su sólo deseo hubiera sido suficiente para jalar el gatillo. Simplemente pensó en disparar y de pronto... ya estaba hecho. 

–No... no, no, no... 

Los lamentos desde el hielo se alzaban como himnos a su victoria. Había dado en el blanco, no cabía dudas, pero... pero algo no estaba bien, no. Algo había salido muy mal, podía sentirlo claramente aunque no lograba discernir de qué se trataba. 

Con la respiración alterada, aún tembloroso por la repercusión del disparo en sus manos, entornó los ojos para mejorar su visión sobre los cuerpos caídos. Y entonces... fue cuando lo vio. Vio cómo Donghae se enderezaba, alzando los brazos hacia él, mostrándole sus manos ensangrentadas. 

–Asesino... ¡Asesino! –gritó mientras Hyukjae continuaba tendido en el hielo, totalmente inmóvil. 

Un jadeo seco y una puntada de dolor en el pecho, eso fue lo único que Vladimir fue capaz de distinguir en su propio cuerpo. Hundido en una mezcla de desesperación e incredulidad, abrió los ojos al extremo. No podía haberse equivocado así, ¡no podía haber matado a su niño! Pero Donghae continuaba arrodillado frente al cuerpo vuelto hacia él, sosteniendo la laxa cabeza sobre sus manos, hundiendo el rostro entre el cabello dorado, meciéndose de adelante hacia atrás repitiendo la misma letanía. Asesino.

Asesino.

Atormentado, Vladimir avanzó casi corriendo por el hielo hasta ellos. Era verdad, era Hyukjae el herido, había sido él el escudo humano que detuviera la bala homicida. La pequeña mancha oscura en el costado izquierdo del cuerpo sobre su buzo azul, rasgado por el impacto, ya era un extenso mar rojo sobre la pulcra remera blanca que llevaba debajo, como revelaron las manos que lo revisaban con desconsuelo. Allí estaba la rojiza carnada tentando a la muerte. Sangre fresca, mojada. Sangre joven y amada. 

Aún en shock el ruso susurró algo en su lengua, los ojos llenos de lágrimas, negando con la cabeza, rehusándose a aceptar la realidad que tan cruelmente le abofeteaba el rostro. Le había disparado, a él, ¡a su bebé! Lo había matado... había matado a su amor...

En un profundo suspiro pareció exhalar todo el aire de su cuerpo, el dolor en el pecho contorsionándole el rostro, amenazando con atravesarle el corazón. Momentos después, ya sin nada que perder, volvió a cargar su arma. Los pasos a seguir eran sencillos: mataría al maldito yanqui, y con otra bala luego iría a reunirse con su niño, donde fuera que estuviera ahora. Lo alcanzaría, no iba a dejarlo caer solo en las frías profundidades de la muerte, iría a acompañarlo y protegerlo como siempre había hecho, no seguiría sin él. 

Donghae se echó levemente hacia atrás, aterrado, sus ojos enormes y húmedos cuando el cañón del arma apuntó directamente a su frente. Vladimir contuvo la respiración, calculando el punto exacto del impacto. No iba a haber palabras finales, simplemente jalar del gatillo y todo estaría completo. Pero entonces... un leve movimiento. Los ojos de ambos se volvieron hacia Hyukjae. No estaba muerto aún. Respiraba. ¡Respiraba! Pero apenas lo imprescindible. O había sido su imaginación o el frágil aleteo de vida que aún lo animaba era demasiado débil para hacerse notar. Como fuera, Vladimir no podía arriesgarse a perder la última oportunidad de salvar a su pequeño. Sin dejar de apuntar a Donghae, estiró su mano libre lentamente hacia el cuello de Hyukjae. Debía encontrar pulso... tenía que sentir en sus dedos el débil pero constante latido de su corazón...

Pero antes de alcanzar la tierna garganta, un movimiento rápido y enérgico lo derribó de espaldas y el arma se le escurrió de las manos resbalando a toda velocidad por el hielo. Aunque sorprendido por el golpe, de inmediato se echó tras ella, avanzando casi a gatas por la resbaladiza superficie, pero su adversario fue más rápido y consiguió tomarla antes que él. Agitado, Vladimir alzó los ojos hasta la figura que ahora estaba de pie a su lado. Y con una mezcla de resignación y alivio comprobó que era Hyukjae quien, también con la respiración acelerada por la breve carrera, lo apuntaba directo al rostro...

–Estás vivo –susurró en un suspiro, mientras las mejillas recuperaban su color. Fue como si el alma le volviera al cuerpo. Y sonrió, aunque ahora presionara contra su pecho una mano dolorida, que Hyukjae casi le había fracturado al derribarlo de una patada–. Estás vivo...

–Sí, y no gracias a ti. 

–Amor, ¿te encuentras bien?

La voz de Donghae sonó tan preocupada como la del viejo ruso, por más que hubiera participado de la pequeña triquiñuela para engañarlo. Avanzando con dificultad, se acercó a comprobar la gravedad de aquella herida que había manchado sus manos de sangre. Sin dejar de apuntar a Vladimir, Hyukjae levantó sus ropas y también echó una mirada a su costado. Como un puñal, la bala había rasgado su piel haciendo un profundo corte horizontal, y aunque evidentemente no había alcanzado ningún órgano vital, el tajo sangraba y ardía como los mil demonios.

–Estoy bien. Nada que unos puntos de sutura no arreglen –respondió, siseando al dejar caer la ropa sobre su herida, dirigiendo su mirada cargada de resentimiento hacia su antiguo entrenador–. Me imagino que  estarás feliz ahora.

–Sí, lo estoy... feliz de ver que estás bien.

–Y todavía te burlas de mí, hijo de puta... 

–No me burlo, lo digo en serio. 

–Estás loco –susurró Hyukjae mirándolo con aprensión–. Totalmente loco, Vladimir, ¡te pasaste con esto! ¿Pensabas matarnos? ¿Ibas a matarnos a los dos?

–No, no a los dos. A ti nunca, mi ángel.

–Haré que te encierren. No puedes estar libre, eres nocivo, tanto o más peligroso que esta arma. Llamaré ahora mismo a la policía y les diré...

–¡Ey, tú! 

El grito de Donghae fue tan extraño y fuera de lugar que ambos lo observaron, absortos. Pero éste miraba tan convencido hacia la entrada más cercana a la pista que acabaron por voltearse en aquella dirección.  

Al principio Hyukjae no vio nada, todo estaba tan desierto y tranquilo como cuando habían llegado. Pero segundos después una sombra se movió tras las butacas azules, dispuesta a huir a la carrera hacia la puerta. 

–¡Alto! ¡Alto, detente!

La figura se retrajo nuevamente tras los asientos, y allí permaneció, agazapada. 

–¡Sal de ahí, y ven aquí! –ordenó Hyukjae, apuntando el arma hacia su nuevo objetivo–. ¡Sal a donde pueda verte!

Pero el intruso no obedeció. Aguardaron en silencio. Si había habido un testigo de todo aquello, Hyukjae no iba a dejarlo escapar. 

–¡Sal a donde pueda verte! –insistió, pero entonces todo sucedió demasiado rápido. El hombre hizo un nuevo intento de huída y salió corriendo a toda velocidad hacia la puerta. Velocidad que, por supuesto, no fue mayor al disparo que rebotó en unas barandillas de caño, produciendo un sonido extraño, y acabó impactando contra uno de los reflectores apagados, haciéndolo añicos... 

Cuando la lluvia de vidrios cesó, sobrevino un silencio expectante. Aquello pareció ser suficiente para que el desconocido desistiera de su plan de huída. Claro que al voltearse pudieron comprobar que de desconocido... no tenía mucho.

–¡Papá! –exclamó Donghae, atónito, pensando que su deteriorada visión le estaba jugando una mala pasada. Pero entonces Hyukjae volvió a apuntar su arma, esta vez decidido a dar en el blanco. 

–Bienvenido, suegro –dijo sin humor, elevando el arma hasta dejar la mira perfectamente centrada sobre su pecho...

~ * ~

Roger Lee había descendido las escalinatas con paso lento y las manos en alto, mirándolos con una sonrisa burlona, el desprecio pintado en sus ojos, y se había detenido en el borde de la pista, aún considerando la manera de escapar. 

–Acércate más, Lee –ordenó Hyukjae con la voz peligrosamente suave

–Oh, pero ¿acaso no sabes que no se debe ingresar al hielo sin patines? –preguntó sin abandonar su tono de burla–. Lo dice el cartel de las reglas.

–Ven aquí o te disparo. Lo juro Lee, la próxima no habrá advertencia.

–Y él sí tiene buena puntaría, te lo aseguro...

–Cállate Vladimir.

Lee lanzó un resoplido que intentaba ser una risa sarcástica, pero ante la tangible posibilidad de una bala en el cuerpo, avanzó de mala gana hasta donde Hyukjae le había indicado.

–Ahora dime qué demonios estás haciendo aquí, basura.

–Me divierto viendo cómo te disparan. 

Hyukjae no se molestó en responder; simplemente quitó el seguro del arma. Lee elevó más las manos con una sonrisa nerviosa.

–¡Ey! ¡Creo que estás algo tensionado, necesitas relajarte, campeón! No puedes ir disparándole a la gente sólo porque no te gusta, como hace tu entrenador... ¿Qué es lo que te pasa? ¿Fue el stress de los Olímpicos o es mi hijo que no te satisface como quieres? ¡Ok, ok! –agregó al ver que Hyukjae volvía a elevar su arma, calculando el lugar del impacto–. ¿Qué hago aquí? Sólo respondo a una cita... claro que debió haber un error... porque ninguno de ustedes es Sally, ¿o sí?

–Mentiroso.

–Es verdad, tenía una cita –insistió, pero esta vez no fue la voz de Lee la que habló, sino la de Vladimir. Los tres se volvieron a verlo. Lejos de su nerviosismo anterior, ahora lucía tan tranquilo que el sólo verlo exasperaba–. Y no hubo ningún error, yo te cité, Lee. Y hubiera sido un encuentro estupendo, realmente, si no hubieras llegado tarde. Era de prever que fueras impuntual. 

–¿Un encuentro estupendo? Qué pretendías, Karov, ¿violarme?

–Duerme tranquilo, no tengo tan mal gusto.

–No me hables de tus gustos. En verdad me repulsa imaginarte chupando una...

–Basta –los detuvo Hyukjae, pero Lee se echó a reír groseramente.

–Eres increíble, Lee. No te importa que te penetren por el trasero, ni hacer vaya uno a saber qué sarta de inmundicias con este viejo, pero te escandalizas al escuchar malas palabras.

–Es curioso –continuó Vladimir, como si no hubieran sido interrumpido, mientras un profundo rubor cubría las mejillas de Hyukjae–, tú no tienes que hacer nada para darme asco. Eres tan vulgar que simplemente verte allí parado ya es desagradable. 

–Ya, basta de idioteces. ¿Qué querías conmigo, entonces? ¿A qué se debía tanto misterio, Sally?

–Digamos que quería matar dos pájaros de un tiro. 

–Que ingenioso... 

–¡Silencio, los dos! ¡Basta! Si no quieren que los llene de agujeros van a hacer lo que yo les diga... – Hyukjae estaba furioso, apuntando a uno y a otro con el arma, intentando asumir el control de la situación. Donghae, en cambio, parecía nervioso y agitado, como si sólo deseara escapar de allí–. Vladimir, tú quédate donde estás. Lee, muévete hacia allá, vamos. ¡Muévete! ¡Ahora! 

Roger Lee obedeció a regañadientes, disparando miradas cargadas de rencor. Sus posiciones formaron un rombo, con él y Karov en los extremos más alejados, Hyukjae y Donghae, uno frente a otro, separados por unos pocos pasos. 

–Nunca esperé nada interesante de ti, Karov, pero debo admitir que no me hubiera imaginado jamás la grata sorpresa de verte disparar a tu mocoso. 

–Quería matar al tuyo, por si no te diste cuenta. 

–¿Y qué más da? Los dos me importan un bledo.

–¡Cállense! –intervino Hyukjae.

–Claro –insistió Vladimir, ciego a cualquier amenaza, tal era el odio que lo impulsaba–, si mataba a tu hijo te hacía un favor, ¿no es así? Te habría ahorrado el trabajo de terminar lo que empezaste hace un año. 

–Oh, por supuesto... pero si fueras tan eficiente como dices, él estaría bajo tierra y no aquí parado. 

–¡He dicho que se callen! –cuando el arma apuntó a sus rostros, ambos guardaron silencio. Donghae se mostraba más dolido de lo que hubiera sido prudente.

–No me importa –dijo desafiando a su padre, tal vez por primera vez en su vida. Aún en aquellas circunstancias parecía aterrado por tener que enfrentarlo–. No me importa lo que digas, no me importa que no me quieras... Yo ya tengo quien me ame y me proteja –afirmó indicando a Hyukjae, que seguía concentrado en apuntar su arma–. Ya no necesito más de tus limosnas de paternidad, guárdatelas junto con todo lo que me robaste y aléjate de mí para siempre. No te tengo miedo –aseguró, aunque cada gesto de su cuerpo indicara lo contrario–, ahora estoy con quien me quiere de verdad, a mí, por lo que soy y no por lo que hago. Alguien que nunca me lastimará como tú lo has hecho.

–Qué ingenuo eres, hijo, siempre fuiste medio idiota –se burló Lee con aquella desagradable risa suya–. Te dan una palmada en la cabeza y vienes meneando el trasero como un perro abandonado. Cuando eras normal no importaba tanto, porque al menos podías patinar. Pero ahora que ya no sirves para nada ... no sé qué será de ti. 

–Déjalo, Hyukjae, olvídalo –suplicó Donghae forcejeando para aferrar a su amante, que encendido de rabia se había abalanzado sobre Lee dispuesto a deshacerle la cara a golpes–. No vale la pena,  déjalo. 

–¿Y te haces el ofendido, "pobre víctima"? ¿Acaso te estás enterando de algo nuevo? –continuó Lee, al parecer disfrutando de las lágrimas que inundaban los ojos de su hijo–. No, no te quiero –aseguró con malicia–. ¿Quién podría querer a un asqueroso homosexual como tú? Maricón, afeminado, me avergüenza que sepan que eres mi hijo. Y encima de todo ahora eres un maldito inválido. De haberlo sabido en aquel entonces... te habría rematado en el hospital. 

–¡Hijo de puta!

–No, Hyukjae, no –rogó Donghae, interponiéndose delante de él, de espaldas a su padre, con la doble intención de ignorarlo y evitarse la humillación de que viera sus lágrimas–. Estoy acostumbrado a esto. En verdad no me importa, que diga lo que quiera. Todos sabemos ya la clase de basura que es. 

–¿Perdón? –Roger Lee parecía incapaz de contenerse–. ¿"Que es" has dicho? ¿Hablas en singular? Oh, vaya, vaya, ¡Mr. Inocencia ha hablado!

–Cállate –soltó Donghae, girándose cargado de ira.

–No, no voy a callarme –insistió Lee. El arma que volvía a apuntar en su dirección no parecía intimidarlo–. ¿Acaso tienes miedo de lo que pueda decir? Sí, sí lo tienes ¿verdad? – Donghae permaneció en silencio, vuelto de espaldas. Su rostro estaba tenso, pálido–. ¿Qué pasaría si tu amorcito se enterara de ciertas cosas...? Apuesto a que ya no te tendría tanta simpatía si conociera tus secretos... Oh, sí, porque ustedes dos, tortolitos, no son muy sinceros el uno con el otro, ¿verdad? Empezaremos por ti, Donghae. ¿Por qué no le cuentas a Hyukjae a qué fuiste a su hotel aquella noche en Alemania?

La atención de los dos rusos se volvió instintivamente hacia al chico de ojos negros. Donghae entreabrió sus labios, como si no pudiera creer que su padre hubiera mencionado aquel hecho. Como empujado por la fuerza de aquellas miradas, se deslizó unos pasos hacia atrás, lívido. Lee sonrió, triunfal. 

–Bien, si así lo prefieres, se lo contaré yo. Aquella noche Donghae no fue a tu habitación a entregarte el trasero, Lee, aunque luego su asquerosa perversión haya sido más fuerte que él y lo haya hecho con gusto. Tampoco fue a pedirte ayuda de ningún tipo, como tú crees, según declaraste en todos lados. No me importa si en verdad te dijo eso, de todos modos es mentira... –El silencio era tal que podría haberse escuchado una mosca en la última fila de asientos. Hyukjae aguardaba con el ceño fruncido, Vladimir expectante, como si estuviera a punto de recibir un regalo inesperado–. El único fin que Donghae perseguía esa noche... era eliminarte. Llevaba una navaja en el bolsillo de su abrigo y estaba bien dispuesto a clavártela en la yugular con tal de quitarte de en medio y quedar él como puntero en las competencias. Pero por lo visto las ganas de que se la metieras por atrás fueron más fuertes que las de ganar las medallas por las que tanto luchamos...  

Hyukjae sonrió y luego se echó a reír, divertido, volviéndose a Donghae esperando que desmintiera aquella estupidez sin sentido. Pero Donghae no reía. De hecho, jamás había visto su rostro tan serio como en aquel momento. La sonrisa del rubio se desvaneció, cargada de incredulidad.  

–Ya lo ves –concluyó Lee, cruzándose de brazos–, nuestro Donghae no es tan estúpido como parece. 

Por un momento ninguno se movió, nadie dijo nada. Hyukjae no podía despintar el escepticismo de su rostro. Donghae simplemente lo miraba. 

–Lo siento, Hyukjae –susurró avergonzado.

–... no es cierto...

–Perdóname.

–Vamos... oh, vamos, dime que es mentira y te creeré... 

El arma aún apuntaba a Lee, pero los ojos de Hyukjae estaba clavados en Donghae. No iba a creerlo, no quería hacerlo, había depositado toda su confianza en él y ahora...

–Es verdad. Es verdad, estaba enloquecido, desesperado, y fui con todas las intenciones de lastimarte. Necesitaba ganar –explicó Donghae con lágrimas en los ojos–. No podía hacerlo de otra forma, no había manera de ganarte, no en el estado en que me encontraba... Pero no pude hacerlo, mi amor, jamás habría podido. Quise pensar que la presencia de aquellas chicas había truncado mi plan, pero no fue así. En cuanto me senté a tu lado supe que no iba a poder hacerlo, jamás. 

–¿Fuiste a matarme? 

–Fue una locura, sólo quería evitar que te presentaras al día siguiente.

–Fuiste a matarme –repitió, incrédulo de lo que escuchaba. 

De pronto Hyukjae pareció perdido. ¿Qué pasaba en su mundo que todo en lo que confiaba acababa explotando como una pompa de jabón? Así de efímeros y frágiles parecían todos los pilares en los que se apoyaba. Pero entonces, la voz que tantas veces había sido su refugio, respuesta a tantos problemas, se escuchó a su lado, tan clara como si estuviera arrullándolo, tan tangible como un abrazo. 

–¿Lo ves, amor? –un brillo nuevo había nacido en los ojos de Vladimir–. ¿Ves la clase de basura que son éstos dos? Hyukjae... mi niño, mi vida... vuelve a mí. Yo siempre te protegí, siempre te amé y te cuidé con esmero. Éste que dice quererte intentó matarte y siguió la parodia del amante perfecto, mintiéndote, ocultándote algo tan importante como lo que acabamos de escuchar... Ven aquí mi amor, tu lugar está conmigo, como siempre ha sido, yo jamás te haría daño.

–No, Hyukjae, cometí un error, ¡pero te amo! –se defendió Donghae, casi implorando–. ¿Qué caso tendría confesarte esto ahora si mi intención no fuera serte sincero? Fue hace tanto tiempo, yo era un estúpido, me dejaba influenciar con facilidad y tenía tanto miedo que no podía pensar con claridad. Pasaron tantas cosas entre nosotros luego de eso... Te amo, puedes estar enojado conmigo, pero no dudes de mi amor por ti.  

Hyukjae parecía tan perdido como antes. Al único que apuntaba seguía siendo a Lee, pero la postura de su cuerpo había cambiado. Lentamente se había alejado de Donghae y, tal vez inconscientemente, acercado más a Vladimir, un gesto que no pasó desapercibido para ninguno de los dos.  

–Sí, mi pequeño, ven a mí. Ven a mis brazos y estarás a salvo de todo, ya no tendrás nada por lo que preocuparte. 

–¡Hyukkie, te amo! ¿Acaso lo que sentimos no es más fuerte que un estúpido error que estuve a punto de cometer hace más de un año? Por favor, no me castigues por una idiotez de la que me arrepentí antes de llevarla a cabo. ¿Nunca has cometido un error? ¡Perdóname!

Por un momento los profundos ojos azules se refugiaron tras las tupidas pestañas, cerrando su visión al mundo. Los labios apenas entreabiertos exhalaron un aliento cálido que dibujó siluetas de vapor en el frío aire. Estaba solo dentro de sí mismo, caminando a orillas de su conciencia, remojando sus pasos en recuerdos salpicados de pecado. Con una mano en el corazón presionó su pecho. Bajo su palma la silueta de la cruz colgando de su cuello le dolió como un estigma del mismo crucificado. ¿Cómo podría no perdonarlo?

–Hyukjae... –la voz de Vladimir rompió su silencio interior, devolviéndolo al frío de la realidad– pequeño mío... Ven y seremos felices, te prometo que...

–¡Ya basta! –explotó Hyukjae volviéndose violentamente a él. El silencio se hizo como obedeciendo a su deseo–. No voy a dejar a Donghae. Nada de lo que digan me hará cambiar de opinión, así que basta de decir estupideces. No, no hablemos más de esto –indicó con un dulce gesto de silencio, cuando Donghae intentó decir algo más, sus ojos llenos de lágrimas–. No ahora.

–¿Y por qué no? –preguntó entonces Lee con una sonrisa maligna–. ¡Si estoy disfrutando esto como no he disfrutado nada en años! ¿Qué tal si pasamos al siguiente secreto? 

–No me importa nada de lo que tengas que decir. Cierra la boca.

–Oh, pero si te gustó esa bobería que conté, ¡te encantará saber esto! ¿A que no sabes lo que hizo tu lindo Donghae con...?

–¡He dicho que cierres tu mugrosa boca, maldito hijo de puta! ¡Cállate, cállate, cállate! –exclamó Hyukjae  fuera de sí, acercándose velozmente, apuntando el arma con los brazos estirados, apretando los dientes, tembloroso.

Lee no fue el único que lo observó, sorprendido ante su reacción. Pero sí fue el único que, en lugar de guardar un conveniente silencio, sonrió de la forma más irritante. 

–Muy bien –aceptó con calma–, si no quieres saber más de Donghae, no diré nada más de él.... –hizo una pausa demasiado obediente para ser auténtica, entrecruzando sus dedos, golpeando rítmicamente sus  pulgares. Había una satisfacción contenida luchando por surgir a carcajadas, haciendo brillar sus ojos de forma extraña–... mejor hablaré de ti, de ustedes –corrigió, incluyendo a Vladimir con la mirada, sonriendo perversamente, dispuesto a no detenerse–. Escucha muy bien esto Donghae, porque te fascinará. No eres el único que guarda secretos, ¿sabes? No... pero me temo que eres el único imbécil  que no lo sabe, hijo. El único idiota que aún cree que...

La frase murió en el aire... al igual que él. Fueron milésimas de segundo que parecieron siglos, en la proyección de la cámara lenta más aterradora que hubieran vivido jamás: el momento en que abría la boca en la más pura expresión de sorpresa; en que echaba los ojos hacia atrás, temblorosos, poniéndolos en blanco; cuando se desplomaba de espaldas, sin reflejos, como un pesado saco de piedras... Un disparo lo había derribado. Un disparo que había entrado por su frente y había hecho estallar la parte posterior de su cabeza en cientos de pequeñas esquirlas humanas, rociándolo todo con su espeso contenido ... 

Uno atónito, el otro horrorizado, Vladimir y Donghae volvieron sus miradas desencajadas hacia Hyukjae, que observaba como hipnotizado el curso de la sangre esparciéndose sobre el hielo, un río serpenteante y caudaloso que parecía encausarse curiosamente en su dirección, sediento de una venganza ambiciosa y voraz. 

–¡Oh, por Dios! –exclamó Donghae, llevándose una mano a la boca con gesto nauseabundo, tal vez con la doble intención de no gritar y mantener dentro de sí lo que su estómago luchaba por expulsar.

Vladimir, en cambio, parecía maravillado. 

–Mi profecía se cumplió –murmuró, mirando el horroroso espectáculo cual si fuera la mejor obra de arte que viera en su vida–. Su sangre fue derramada delante de mí...

La escena era macabra, pero Hyukjae no podía dejar de mirarla. La viscosidad del órgano destrozado parecía estar viva, deslizándose como un molusco por la límpida superficie, y la sinuosidad se su movimiento lo mantenía como hipnotizado bajo las redes de un hechizo siniestro. 

Agitado, con las manos temblorosas, dejó escapar un jadeo y se volvió hacia Donghae esperando un ataque de locura y odio. Pero su niño sólo lo miraba aturdido y boquiabierto, tanto o más estupefacto que él mismo. Miraba la sangre y el cuerpo yugulado, abría los ojos al extremo y aún así no podía creerlo, aunque el cadáver estuviera desangrándose ante su atónita mirada.

– Hae ... –susurró Hyukjae apenas en un hilo de voz. No tenía palabras, no las encontraría jamás. 

Consternado, observó el arma en sus manos. Se veía tan silenciosa e indefensa como antes de destrozar la cabeza de aquel hombre. "Ojalá pudiera sentirme tan imperturbable como ella", pensó contemplándola como si pudiera obtener alguna respuesta, "después de todo fue Lee, nadie que valiera la pena...". Sintió asco de sus propios pensamientos, de su falta de remordimientos. Se preguntó si sería así de ahora en adelante, sin culpa, con ese silencio sordo, con ese vacío en su interior. Y entonces la realidad lo golpeó de frente con la fuerza de una maza, y era tan simple y concreta como el hielo bajo sus pies: le había quitado la vida a una persona..., y tendría que vivir con ello el resto de su vida.

Casi sin pensarlo, arrojó el arma lejos de él. Como había hecho antes al escapar de las manos de Vladimir, ésta resbaló por el hielo, hasta detenerse a los pies de Donghae. Hyukjae miró sus manos. Sus guantes eran negros, pero podía imaginar sus palmas rojo sangre. El rojo de la culpa. Todo a su alrededor olía a pólvora. El mundo seguía exactamente igual, pero no, ahora él era un asesino... Dios Santo... era un asesino...

~ * ~

Notas finales:

Perdonen por el retraso, es tiempo de entregas en la Uni y estoy ocupada.

 

Saben que me gusta que opinen de la historia verdad?

 

capitulo dedicado a noonamultifandom y a Anónimo que me diste apoyo sobre el comentario:) ¡Gracias!


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