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Sangre sobre hielo [EunHae] por RoseQuin

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Todas las promesas de Hyuk no pudieron contra los temores de Hae. Amargado por un profundo sentimiento de pérdida armó sus maletas y se despidió de las amistades que había hecho. Con lágrimas en los ojos cerró por última vez la puerta de la hermosa cabaña y dijo adiós a los árboles y a las montañas, al glaciar y al poblado, al chocolate y a los lagos.

–Por favor, Hae, parece que fueras a la guerra. ¡Alégrate! Nos vamos a casa.

Hyuk no hubiera podido entenderlo aunque pusiera toda su buena voluntad. Por el contrario, había pasado los últimos días de preparativos excitado y feliz como un niño en Navidad, empacando y comprando obsequios, haciendo planes para el futuro y canturreando risueño mientras recolectaba recuerdos de aquellos confines del mundo. Volvía a su patria y a sus cosas, a su comida y a su gente. Hae se acostumbraría igual que lo había hecho al llegar a estas tierras extrañas. Construirían allí su nido, él lo ayudaría a sentirse en su hogar.

–Bienvenido a casa, mi vida –había dicho al besarlo, cuando el avión por fin aterrizó en tierras rusas. Pero Hae nunca se había sentido peor acogido en un lugar, aunque las espesas nubes se hubieran abierto para dejar pasar un tímido sol, frío y distante como no lo había sentido jamás–. ¡Mira! Leeteuk ha venido a recibirnos.

Así era. Hae inspiró profundo cuando el frío aire de ese país extraño lo golpeó en el rostro, pero sintió una rara tibieza en su pecho cuando el ruso, luego de atrapar a Hyuk en un fuerte abrazo, estrechó su mano con franca cortesía y una sonrisa cálida aunque tranquila.

Hyuk explicó brevemente que irían a casa de Leeteuk por unos días hasta que consiguieran un lugar apropiado para ellos. Luego le indicó que subiera a la parte trasera de un bonito auto blanco, y mientras Leeteuk manejaba, él se instaló cómodamente en el lugar del copiloto, enfrascándose en una animada conversación en ruso que no tuvo respiro hasta que llegaron a destino. Hae no tuvo más remedio que dedicar el viaje entero a observar por la ventanilla. San Petersburgo era una ciudad imponente, muy hermosa aunque el tiempo no ayudara a lucirla, y mientras se empequeñecía ante tanta grandeza, los sonidos de ese idioma extraño lo apabullaban, dándole un claro panorama de lo que sería su vida desde ese momento. Soledad. Aislamiento absoluto.

Algo consoladoramente maternal lo envolvió al llegar a la casa, y su nombre era Victoria. La esposa de Leeteuk era una muchacha rubia, delgada y risueña, que no escatimó en abrazos al recibirlos, y que le dio la primera alegría del día al saludarlo en inglés.

–No hablo perfecto pero sí lo suficiente para hartarte con mi charla –dijo alegremente, desplegando una hermosa sonrisa en su rostro de mejillas rosadas, invitándolo a acercarse a la cocina que olía a tarta recién horneada aunque lo que le ofrecieran fuera un vaso de vodka llevo a rebalsar. Para Hae, que era casi abstemio, la idea de beber vodka a las diez de la mañana le resultó nauseabunda.

–¡Za udachu! (¡Por la buena suerte!) –brindaron los tres compatriotas, vaciando sus vasos con una rapidez que daba vértigo.

Hae miró su vaso y lo acercó a sus labios. El potente olor a alcohol le hizo arder la nariz; de todos modos decidió tomar un pequeño sorbo para no despreciar el ofrecimiento. Pero al levantar la mirada, la cara de desilusión de sus anfitriones le indicó que el gesto no había sido suficiente.

Hyuk también lo observó unos segundos con el ceño fruncido, pero un momento después echó a reír, se acercó a él y lo estrechó entre sus brazos. Luego giró y dio una especie de explicación que al parecer conformó a la pareja. Hae no entendía nada.

–¿Qué es tan gracioso? –preguntó irritado.

–Mi amor –dijo Hyuk sonriendo–, no te preocupes, no pasó nada. Simplemente es costumbre aquí acabar de un sorbo el vaso, de lo contrario significa que no apruebas el brindis –Hae miró a su alrededor. Victoria sonreía, comprensiva. Leeteuk no lo miraba; la llegada de dos pequeñitos de alrededor de uno y tres años, tan rubios como su madre, había desviado su atención y ahora se encontraba arrodillado junto a ellos. Hyuk volvió a besarlo en la mejilla–. Tienes mucho que aprender, pero no te preocupes. Yo te lo enseñaré todo.

~ * ~

San Petersburgo era una ciudad tan enorme como hermosa, rebosante de historia y belleza en cada esquina, pero hae jamás se había sentido tan extranjero en un lugar. La tranquila naturalidad con que se había amoldado a aquel lejano paraíso austral en nada se parecía a la obligada adaptación a estas frías tierras nórdicas. Todo le era extraño e inusual, a menudo tan distinto a sus costumbres que solía sentirse un extraterrestre. Pero lo más desesperanzador era saberse sólo en aquella lucha cotidiana. Ahora Hyuk ya no estaba de éste lado de la línea para compartir su aislamiento verbal, ni comprender su asombro o curiosidad por tradiciones que no comprendía. De hecho, la alegría de zambullirse nuevamente en su mundo había puesto al ruso en un estado permanente de excitación e hiperactividad, dedicándose de lleno a recuperar el tiempo perdido, tanto con sus amistades como con su carrera, dejando poco tiempo (demasiado poco) para ayudar a su amante a insertarse en su nueva vida.

La magnitud de todo a lo que debía acostumbrarse hubiera sido desesperante para Hae de no haber sido por el cariño y la paciencia que le demostró Victoria. De tan buen humor como el primer día, la muchacha (pues Hae descubrió que era apenas un año mayor que Hyuk) le enseñó todo sobre la casa y las costumbres, atendió sus necesidades y sus preguntas, y ayudó como mejor pudo a cubrir la repentina ausencia de Hyuk en su vida.

–No te preocupes, está emocionado por volver a casa –lo consolaba ella con una sonrisa cuando el rubio pasaba fuera todo el día–. En poco tiempo volverá a estar tan pegado a ti que suplicarás poder quitártelo de encima.

Hae sonreía dócilmente, aunque no estuviera de acuerdo. En los diez días que llevaban allí Hyuk había mantenido casi la misma rutina: levantarse temprano y partir con Leeteuk a la pista de entrenamiento o a ver a otras personas; luego, con suerte, regresaban a la hora del almuerzo, para volver partir hasta la noche y pasar la cena y sobremesa en conversaciones que no tenía forma de comprender. Hae no encontraba la manera de hacerse notar. Las escasas veces que lograba abordarlo a solas, Hyuk se comportaba tan dulce y cariñoso como siempre, y resumía sus ausencias en que tenía muchos planes y que todo marcharía bien. No parecía ver la soledad en que se encontraba Hae, y éste, desconcertado por el buen trato, no se atrevía a mencionar sus quejas.

–Victoria, tú que los entiendes, ¿de qué hablan tanto esos dos? –preguntó una noche mirando con recelo hacia la sala de estar, mientras él y la muchacha permanecían en la cocina bebiendo café.

–¿Realmente crees que mi oído es tan bueno como para escuchar lo que murmuran en la sala? – respondió risueña, mientras observaba con ternura cómo Hae acunaba a su hijo menor.

–Me refiero en general.

–Oh, de muchas cosas. Están preparando nuevas presentaciones. Tú sabes, coreografías, trajes, música... Y por lo que he oído, cerrando buenos tratos. Tu Hyukkie sabe cómo venderse –agregó con un pícaro guiño, rozando sus dedos en el gesto universal de dinero.

–¿No te da celos que Leeteuk pase tanto tiempo con él? –soltó de pronto, reflejando sus propios temores. La joven se echó a reír.

–¿Celos? ¿De qué? Leeteuk es mi esposo.

–¿La palabra "infidelidad" no existe en el idioma ruso?

–Claro que sí –Victoria volvió a reír como si hubiera escuchado una buena broma–. Pero él no es gay – agregó con simpleza–. Aunque así lo quisiera Hyuk, Leeteuk jamás accedería a tener sexo con él ni con ningún otro hombre. Eso puedo jurarlo.

Hae volvió su mirada hacia la ilusa muchacha y rió como ella, aunque por distintos motivos. Así que Leeteuk escondía un "pequeño secretito" a su esposa... Vaya, vaya, el hombre perfecto mintiendo a su mujer... muy interesante.

~ * ~

Las risas se dejaron oír desde la cocina y Hyuk sonrió satisfecho.

–¿Sigues pensando mal de él? –preguntó mirando de soslayo a su amigo.

–A Victoria le cae bien.

–Te estoy preguntando a ti.

Leeteuk apuró su trago con la vista fija en la lejana figura de Donghae.

–Al menos es bueno en las tareas domésticas...

–Leeteuk...

–¿Qué importa lo que yo piense? Te gusta a ti, que es lo importante.

–Sabes que todo lo que tú pienses es importante para mí.

–Si es así, ¿por qué aún no me has dicho la verdad?

–¿La verdad sobre qué?

–Sobre Vladimir.

El rostro de Hyuk empalideció sin disimulo. Permaneció un momento inmóvil, y luego volvió a llenar los vasos vacíos que había frente a él.

–¿Qué quieres que te diga? ¿Que admita que tenías razón? ¿Que pasó los últimos doce años acostándose conmigo como antes había hecho contigo?

–No... –la expresión de Leeteuk se había vuelto muy sombría al aceptar el vaso que le ofrecían, como si temiera revolver aquellos oscuros recuerdos de su propio pasado–, y te suplico que no menciones nada de esto delante de Victoria. Nunca se lo he dicho y nunca lo haré. La destrozaría –Hyuk asintió, e instintivamente posó la mano sobre su hombro, acariciando suavemente el nacimiento de aquel cabello oscuro. Leeteuk sonrió en agradecimiento antes de continuar–. Me refiero a una verdad más reciente. Me refiero a cómo murió Vladimir.

–Creí que al encargarse del caso, Boris te había mantenido al tanto de todo.

–¿Esperas que me crea ese cuento de la carta de la madre Donghae?

–No es ningún cuento, esa carta existe y ella la escribió.

–Claro, y por eso desapareciste sin dejar rastro y huiste al fin del mundo en vez de regresar a casa...

–¿Por qué siempre tienes que hurgar en mis secretos? ¿Acaso no sabes que la curiosidad mató al gato?

–Lo siento, pero algún defecto tengo que tener...

Hyuk sonrió, vaciando nuevamente su vaso, pero pronto no pudo sostener más la fachada de comicidad. Un escalofrío hizo vibrar su respiración.

–Tengo miedo de hablar... –admitió en un susurro aterrado, sus ojos fijos en el vaso que sostenía entre las manos–, porque al mencionarlo lo haré real.

Leeteuk se acercó aún más, acariciando los suaves mechones dorados, rozando las delgadas mejillas con sus dedos, besándolas en un arrebato de cariño.

–Hyuk... lo que sea que haya pasado, hecho está, y esconderlo no lo hará menos real. Si tú no puedes confiar en mí, ¿quién lo haría? Comparto contigo el peor secreto de mi vida, y lo que sea que ocultes dudo mucho que supere lo que ambos hemos vivido. ¿Acaso crees que ya algo podría escandalizarme?

Hyuk suspiró, sus manos repentinamente temblorosas. Luego alzó sus ojos y los fijó en los oscuros y brillantes de su amigo.

–Creo que será mejor que abras otra botella...

~ * ~

 

Hae acomodó lentamente sus anteojos. No era su pobre visión la que lo engañaba: Hyuk estaba acariciando el hombro y el cuello de Leeteuk. Sin poder controlarlo, sintió que su respiración se aceleraba.

–Espero que pronto podamos irnos de aquí –murmuró con menos calidez de la que hubiera sido justa para su pobre anfitriona.

–¿No están cómodos? –preguntó la muchacha con el gesto entristecido–. Es por los niños, ¿verdad? Creí que los tenía a resguardos de sus gritos y juegos.

–No es que no estemos cómodos, simplemente no quiero seguir abusando de tu hospitalidad.

En el fondo era verdad. Al margen de la irritante incomunicación que estaba teniendo con Hyuk, su estadía allí era cómoda, y lo que tuviera de placentera era indiscutiblemente mérito de ella.

–¡No hay ningún problema en que se queden! Tú me agradas mucho y Hyuk es como de la familia. Disfruto que esté aquí, lo echamos tanto de menos los últimos meses...

–Se ve que lo quieres mucho.

–Hyuk es como mi hermano –aseguró la mujer con firmeza y amor–. Fue testigo de mi boda, es el padrino de mis hijos... –la lista parecía en verdad ser bastante larga. En la otra habitación, Leeteuk acababa de besar las mejillas del rubio. Hae sintió deseos de estrangularlo–. No te pongas celoso, ¡pero me dio mi primer beso!

La pequeña noticia lo hizo apartar la mirada de la pareja en la sala para volverla a ella, curioso.

–¿En serio?

–Sí... éramos adolescentes tontos, y todas en el rink moríamos por un beso de Hyuk. Imagínate, siempre fue bien parecido, y se veía tan elegante con sus trajes de competición... Creo que el miedo a que me quedara con él fue lo que hizo que Leeteuk me pidiera ser su novia!

Sí, buen plan para alejarte de Hyuk, mientras a escondidas se enredaba con Sora cuando venía de visita, pensó Hae con malicia, vigilando los movimientos en aquel alejado sillón.

–¿Hace mucho que conoces a Leeteuk?

–Desde los seis años. Y creo que desde ese momento supe que me casaría con él.

–¿Dónde lo conociste?

–En la pista, claro. Tú sabes, yo daba mis primeros pasos en el hielo y él ya comenzaba a ganar campeonatos, pero de todos modos era un chico muy bueno y ayudaba siempre a todos. En fin, como ahora, no ha cambiado mucho. Tengo el mejor esposo del mundo –comentó, mirando a su marido con amor.

Sí, muy tierno...

–Entonces conoces a Hyuk desde hace años también...

–Desde que Vladimir lo trajo –recordó con nostalgia–. El pobre Vladimir... Llegó un día con éste ángel rubio y todos nos quedamos anonadados por cómo patinaba. ¡Daba envidia pensar que sólo tuviera un año menos que yo!

–¿Y nadie hizo nada para rescatarlo de Karov cuando se lo llevó a su casa? –preguntó Hae, dejándose llevar por la indignación. Victoria lo miró sin comprender.

–¿Bromeas? Lo rescató de la calle, el pobrecito estaba casi muerto. ¡Vladimir fue lo mejor que pudo pasarle! Todos nos alegramos por Hyuk, muy pronto demostró que se merecía todo lo que él le daba y mucho más. ¿Acaso no conoces la historia entre ambos?

–Sí, la conozco muy bien...

A Hae le costaba cada vez más mantener los ojos fuera de las dos figuras perdidas en la sala.

Demasiados abrazos para su gusto, cada vez más juntos, cada vez más cerca... Por un momento, hasta le pareció que se besaban...

–Estás celoso –dijo ella de pronto con una sonrisa traviesa, y Hae pensó que su vigilancia había sido demasiado evidente–. Celoso del lazo que tenía con Vladimir, ¿verdad? –agregó, y el americano comprendió que la pobre no entendía nada–. Leeteuk también se puso así los primeros tiempos. Es que él era el preferido de Vladimir hasta que llegó Hyuk. Aún era muy joven, creo que fue lógico que tuviera un poco de envidia, en cierta forma había sido reemplazado. Pero bueno, Leeteuk tenía a sus padres cerca, Hyuk no tenía a nadie, y era tan pequeño...

Hae se puso de pie casi de un salto. Eso sí había sido un beso, un beso en la boca, él no era estúpido, lo había visto perfectamente. Breve, fugaz, pero beso al fin, ¡maldita sea!

En un gesto nervioso, casi sin saber qué hacer, depositó al niño dormido suavemente en brazos de su madre, y sin decir una palabra más ni volver la vista hacia la sala, salió como un huracán hacia el dormitorio.

~*~


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