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Sangre sobre hielo [EunHae] por RoseQuin

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El imponente Volkswagen negro se desplazaba a gran velocidad por la carretera. Hyuk, conduciéndolo, se sentía el rey del mundo. Su cabello flameando libre, un brazo cómodamente apoyado sobre la ventanilla abierta, el otro firme sobre el volante. Una suave sonrisa en sus labios y la música que amenazaba con hacer explotar los parlantes.

La nieve se acumulaba a los costados del camino. El sol sembraba pequeños diamantes sobre la capa de hielo formada encima del pavimento. Era peligroso ir tan rápido sobre aquella superficie resbalosa, pero no lo suficientemente peligroso para él. ¿Acaso patinar no era su mayor destreza...? La velocidad aumentaba al ritmo de sus pulsaciones: ciento veinte, ciento cincuenta, doscientos kilómetros por hora...

Labios entreabiertos, ojos entornados tras los lentes oscuros. Iba a correr sí, en más de un sentido. El sol pegó de lleno contra el parabrisas al tomar la curva, pero él aceleró aún más, levantando una lluvia de nieve que roció el camino. Ahora llevaba las dos manos sobre el volante y su respiración ya era un jadeo. Un gemido trepó por su garganta hasta escapar en el momento justo en que clavó los frenos... El cero kilómetro no pudo contra la congelada superficie y dio dos giros completos sobre el pavimento antes de detenerse en sentido contrario al que iba. Agitado, Hyuk echó la cabeza hacia atrás cerrando los ojos con fuerza, suspirando.

–Te dije que no podrías –ronroneó Hae con una sonrisa traviesa, lamiéndose los labios al tiempo que se enderezaba desde entre las piernas del rubio para mordisquearle el cuello–. Gané la apuesta.

–Debería ser yo el ganador –replicó Hyuk, aún agitado por el placer recibido–. Evité que nos matáramos.

–Acéptalo, perdiste. Y será mejor que abroches tus pantalones o tendrás que inventar una buena excusa si nos detiene la policía. Está muy mal manejar a esas velocidades, mi querido, muy mal...

Hyuk echó una mirada penetrante para luego sonreír. Hizo lo que le aconsejaba su amante y después puso nuevamente el auto en marcha.

–No me compré esta belleza para dejarla en exposición.

–Claro, pero ¿podrías intentar no destrozarla el primer día?

–Da lo mismo, puedo comprar otro si quiero –alardeó Hyuk con una sonrisa autosuficiente, gozando del gesto exasperado de Hae–. ¿Y bien? ¿Qué es lo que quieres de premio?

–Que seas mi esclavo sexual por una semana.

–Soy tu esclavo sexual siempre...

–Si, pero me refiero a una semana entera, día y noche, sólo para mí –insistió Hae echándole los brazos al cuello, besándolo repetidamente en las mejillas mientras volvían al camino, ahora con más calma.

–Bien, pero tú le darás las explicaciones a Leeteuk de por qué faltaré a los entrenamientos –bromeó Hyuk, relajado.

–Eso incrementaría peligrosamente nuestro grado de conversación. Más de diez palabras, la idea me da miedo... ¿A dónde vamos?

–A conocer a alguien.

–¿A quién?

–Eso... es una sorpresa.

La expectativa crecía tanto como la distancia que recorrían. ¿A cuánto estarían ya del centro de la ciudad? ¿A veinte, treinta minutos? Hyuk manejaba demasiado rápido, no podía calcularlo. Pero en verdad que poca importancia tenía cuando el día era tan bonito que los sueños volaban al viento como sus cabellos, entretejiéndose en el aire en una estela dorada y azabache.

Al salirse del camino, Hae liberó del abrazo a su conductor, y se pegó a su ventanilla, curioso. Los árboles, el sendero... hasta la nieve parecía más prolija. ¿Quién sería el afortunado dueño en ese lugar? Bueno, pronto lo averiguaría.

El enorme caserón que coronaba el final del camino era tan hermoso que a Hae se le hizo difícil disimular su embelesamiento al bajar del auto.

–Hyukkie... ¿qué es este lugar?

–¿Te gusta?

–Es hermoso... mira éste parque... y la casa es gigante... –Hae avanzaba con lenta admiración, deteniéndose bajo algún árbol, observando la mansión, fascinado. Hyuk lo seguía de cerca, con las manos en los bolsillos, su mirada llena de amor–. ¿De quién es todo esto?

–Tuyo. Si lo deseas.

La cara de Hae fue, de pronto, un himno al estupor.

–Estás bromeando...

–Puedo comprarla –admitió Hyuk, encogiéndose de hombros–. Puedo comprarte lo que quieras. Pídeme el mundo entero y te lo daré –aseguró tomándolo por la cintura, atrayéndolo hacia él.

–No necesito el mundo entero, ¡me conformo con ésta parte de él! –exclamó Hae, entusiasmado, mirando a su alrededor como si nada fuera real.

–Pues que bueno, porque no tenía tanto dinero...

Ambos rieron, abrazados, Hae tan exaltado que trepó sobre Hyuk, abrazándole la cintura con las piernas

–Te amo, te amo, te amo –repetía besándolo una y otra vez.

–¿Estarás feliz ahora?

–No...

–¿No?

–No hasta que entremos y me tomes en la habitación más bella de esta casa.

–Tal vez tenga muchas habitaciones bellas...

–Entonces... creo que es tiempo para ti de demostrar qué tanta energía te dan esos cereales que desayunas...

~ * ~

Era una casa demasiado grande para ellos, había que admitirlo, pero eso no impidió que la convirtieran en un cálido hogar. Cumpliendo con su palabra de honor, estrenaron todas y cada una de las habitaciones con largas y deliciosas sesiones amorosas, que más tarde dieron lugar a códigos privados tales como "quiero repetir el cuarto azul luego de la cena", "es tiempo para ti de mostrarme qué tan bien haces la cocina", "me han dado ganas de el baño del segundo piso", o "es un día hermoso, hagamos un jardín, my love...".

Mientras Hyuk entrenaba sin respiro, Hae, sin otra cosa que hacer, pudo dar rienda suelta a su imaginación artística, y respaldado por el generoso presupuesto que habían destinado a la casa, realizó un trabajo magnífico de diseño que luego carpinteros y decoradores profesionales dieron vida por él. Llenaron la casa de libros y música, de flores y hermosos muebles. Había salas enteras destinadas al puro ocio, con mesas de pool, gigantescos y mullidos sillones, barras de bebidas y hasta una pequeña sala de cine. Incluso, en un área cerrada de la planta baja, habían hecho construir una espectacular pileta climatizada desde donde era un placer contemplar la nieve caer contra los gigantescos ventanales mientras se disfrutaba un tibio baño, y por qué no, algún otro tipo de actividad más ardiente... El jardín delantero se convirtió en un parque con bancos de piedra y un gran sillón mecedor hecho de troncos, en donde solían sentarse a recordar los plácidos momentos vividos en el sur. Hyuk compró seis perros y Hae adoptó un pequeño gato siamés, que se resignó a vivir confinado en las habitaciones más alejadas cuando el rubio se encontraba en la casa.

Tenía una mansión de ensueño y un novio envidiado por media ciudad, tres autos en su cochera y una moto que dejaba sin habla al más experto, y sin embargo... Hae no parecía satisfecho. Al poco tiempo de concluir la decoración de la gran casa, cuando se encontró sólo y sin nada que hacer en ella, su humor volvió a ser bastante irascible. Agregado a esto, Hyuk había comenzado su ronda de campeonatos y la atención, tanto de la prensa deportiva como de sus fans, había vuelto a caer sobre él, acosándolo cuando recorría las calles de la ciudad, retrasándolo luego de cada entrenamiento.

–¿No puedes llamar a la policía y que las arresten? –preguntaba irritado.

–¡Son sólo niñas! –respondía Hyuk, sonriendo a las muchachas que le arrojaban besos o venían corriendo a pedir un autógrafo.

–Te pareces a Donghae Lee –había dicho una de ellas, una tarde en que asistía como espectador a un evento y de pronto docenas de flashes habían caído sobre él. Desde entonces, la voz de que el tristemente célebre patinador norteamericano actualmente vivía en Rusia, había corrido entre los amantes del patinaje como reguero de pólvora, por lo cual ahora también se acercaban a él, aunque más por curiosidad que por fanatismo.

–Son tus fans que te extrañan –le decía Hyuk, animándolo.

–No. Sólo quieren saber si tengo la cabeza partida al medio, o si quedé medio idiota –respondía Hae, recluyéndose aún más en el interior de su pesimismo.

~ * ~

Antes que el reloj despertador mostrara las 6:00 am en su pantalla de grandes números color verde, Hyuk aplastó la alarma en un movimiento rápido y seco. La habitación todavía estaba en penumbras; la cama tibia y cómoda, ideal para que su niño durmiera aún tres o cuatro horas más, enrollado sobre sí mismo como estaba, respirando rítmicamente bajo un sueño tranquilo. Hyuk suspiró, observándolo con sana envidia, deseando algún día poder conciliar el sueño de aquella forma, y besó su mejilla con cariño antes de levantarse. No quería molestarlo.

El baño estaba condenadamente frío. ¿Pasaba algo con la calefacción central? Sonrió. No, claro que no. El problema era que cada vez soportaba menos estar lejos de la calidez de Hae. Con una mezcla de aburrimiento y desgano, tomó la pasta dental y la colocó en su cepillo. La tentación de no ir a entrenar se hacía cada día más difícil de resistir. Era curioso descubrir a esa altura de su vida que en las ansias casi desesperadas por ir a la pista todos los días mucho tenía que ver su deseo de no quedarse en casa. Ahora que tenía más de un motivo para no abandonar su hogar, compartir un lecho tibio con quien amaba se hacía evidentemente más seductor que una fría pista de hielo. Pero en fin, así eran las reglas del juego que había decidido jugar y debía respetarlas.

Envuelto en la cálida sensación del deber cumplido echó su pelo hacia un costado con un movimiento de cabeza, totalmente distraído, pero grande fue su sorpresa al descubrir que había otro reflejo en el espejo además del suyo. Hae estaba de pie bajo el umbral de la puerta, vistiendo una remera de mangas largas dos talles más grandes que el suyo, con el cabello revuelto y el gesto iracundo y soñoliento.

–¿Adónde vas?

–A entrenar.

–¿Un sábado? –inquirió de mal modo.

Hyuk mordió su cepillo con la mirada fría clavada en el espejo.

–Tengo que entrenar –informó escuetamente antes de continuar lavándose los dientes.

–Entrenas seis horas, cinco días a la semana, cuando no más, ¿eso no te parece suficiente?

–No llegué a donde estoy por ser perezoso.

–No, si nadie va a acusarte nunca de ser perezoso Hyuk, apuesto que no es eso lo que te quita el sueño.

El ruso volvió a detener el cepillo en su boca, taladrando ahora el reflejo con una mirada de profunda ofensa. ¡Se había sacrificado como un animal desde niño, entregando cuerpo y alma para su mejor formación, y ahora lo despreciaban por eso! Pero luego de que el relámpago de furia surcó su rostro, Hyuk pareció tranquilizarse. Enjuagó su boca con lentitud, se secó el rostro con una toalla y tomó un peine azul con total naturalidad.

–Los Mundiales comienzan en un mes –explicó sin humor, peinando su lacio pelo rubio–. En los Nacionales y Europeos estuve bien, pero pasé demasiados meses inactivo para mi gusto. Enfrentar un Mundial no es cosa fácil, los entrenamientos deben ser más duros y si no refuerzo mis...

–¡No me digas cómo son los entrenamientos de temporadas! –interrumpió Hae a los gritos– ¡Sé perfectamente cómo son! ¡No me hables como si yo no supiera nada, como si no los hubiera vivido! ¡Fui un patinador de competición, ¿lo has olvidado?! ¡Estuve en los mismos malditos torneos que tú! ¡Gané decenas de medallas! ¡Era un campeón! ¡Era un campeón! –gritó antes de deshacerse en sollozos, resbalando por la puerta hasta quedar sentado en el suelo, sus manos cubriéndole el rostro.

Hyuk se giró lentamente para observarlo, estupefacto. ¿Qué rayos había sido eso?

–Estás histérico, Hae –dijo luego de observarlo por un largo rato–. Estás insoportable desde que llegamos a Rusia –agregó con su voz más fría.

Hae se puso de pie y regresó a la habitación sin decir una palabra más. Hyuk golpeó su frente contra el espejo. "Soy un idiota" se dijo a sí mismo mientras un suspiro empañaba su imagen.

Cuando un par de minutos más tarde entró en el dormitorio, Hae se encontraba sentado en la cama, de espaldas a la puerta. Ya no sollozaba, pero se veía furioso, intentando dominarse a sí mismo, tembloroso y con la vista clavada al frente. Suavizando su gesto, Hyuk se acercó a él, arrodillándose tras él sobre la cama. Hizo un par de intentos por descomprimir la situación, pero no pareció tener mucho éxito. Finalmente lo abrazó por detrás, besándole el cuello con pasión, sus manos hundiéndose sensualmente bajo la ropa interior... Pero Hae lo rechazó con brusquedad.

–Déjame –se quejó, apartándolo con un empujón–. Yo no soy Karov, no tienes que compensarme siempre con sexo cuando necesito algo. ¿Acaso es lo único que sabes hacer para convencer a alguien? Eres más rastrero que una prostituta, no vales más que la más vulgar de ellas...

Hae comprendió que había ido demasiado lejos aún antes de terminar de hablar. Llevándose una mano a los labios, arrepentido, giró para enfrentar las consecuencias de aquellas desatinadas palabras. Hyuk se había apartado, veloz como si hubiera sido atacado por una serpiente. Su gesto, sin embargo, no era de enojo sino de dolor, profundo dolor y vergüenza.

–Perdóname –susurró Hae, incapaz de creer lo que había dicho–. Perdóname –suplicó, echándole los brazos al cuello, besándole las mejillas con devoción. Hyuk no respondió. Su expresión estaba ausente, aunque sus ojos se volvían cada vez más cristalinos, inundados de lágrimas–. No quise decir eso, no sé por qué lo hice, perdóname mi amor, perdóname.

Estar sinceramente arrepentido no parecía servir de mucho. Hae apretó su abrazo, deseando que el calor de su contacto derritiera la helada capa de hostilidad que había caído sobre ellos, pero aunque aceptaba sus caricias, Hyuk parecía incapaz de devolverlas.

–Perdóname –insistió, soltándose, y los sollozos volvieron a apoderarse de él–. Hyukkie, soy un idiota. No puedo hacer nada para merecerte, para captar tu atención, para que veas que vale la pena estar conmigo. Quiero ser inteligente, divertido, interesante para ti, y sólo fracaso, fracaso todo el tiempo – admitió, secándose una lágrima que rodaba por su mejilla–. Siento celos de todos los que te rodean. Celos de Leeteuk, que comparte códigos contigo que yo jamás podré entender. Celos de Victoria cuando te muestra a sus hijos, cuando tú los tomas en brazos y juegas con ellos, tentándote a la vida familiar que nunca podrás tener si te quedas conmigo. Celos de todos y cada uno de los que vienen a pedirte un autógrafo, una foto, de las muchachas que coquetean por un beso, deseando poder conquistarte. Los odio a todos –confesó, tomándose la cabeza entre las manos–. A veces... hasta tengo celos de Dios. Sí, de Dios, porque te he visto besar tu cruz cuando crees que estoy dormido, y murmurar con los ojos cerrados, confiándole a Él cosas entre lágrimas que no me confías a mí...

En este punto Hyuk volvió sus ojos, ya no dolido, tampoco enojado, sino pasmado, como si estuviera a punto de decirle "estás totalmente loco".

–Sí, estoy loco –admitió Hae, leyendo sus pensamientos–. Estoy enfermo de miedo a perderte, de miedo a que te hartes de lo que soy y busques a alguien menos complicado, alguien que traiga alivio a tu vida y no más preocupaciones de las que tienes... Hyukkie... tengo miedo de que me odies...

Permanecieron en silencio por un par de minutos. Hae esperaba una respuesta con la vista clavada en el suelo, mordiéndose los labios, tembloroso de nervios y miedo a lo que vendría. Hyuk parecía meditar lo que había escuchado, con el semblante serio y ausente. Nada en su expresión indicaba que fuera a darle la razón o no. Momentos después, con un suspiro quebrantó el silencio y sin decir una palabra abandonó la habitación.

Hae hundió aún más la cabeza entre sus manos, una lágrima cayendo en silencio. Pero antes de que pudiera pensar en las consecuencias de la estupidez que había cometido, Hyuk regresó, tomando asiento a su lado.

–Tenemos que hacer algo, porque las cosas así no marchan –dijo como si hubiera enunciado un gran descubrimiento–. Quiero que me prometas algo, y que de verdad lo cumplas.

–Lo que sea, mi amor, lo que quieras.

Hyuk desvió su mirada al suelo cuando sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas

–Promete que no volverás a decirme algo tan feo –susurró, intentando ocultar la mueca de dolor que contorsionó su rostro–. Palabras como esas me hacen sentir sucio, me lastiman, me duelen mucho más de lo que puedes comprender... porque todo lo que tú pienses me importa mucho... y me duele aún más.

Hae asintió, aún llorando en silencio. Hyuk era muy bueno en muchas cosas, pero en nada era tan experto como en hacerlo sentir culpable.

–Quiero que prometas –continuó con voz extraña; al parecer las lágrimas también se anudaban en su garganta– que intentarás darme tu apoyo en mis proyectos, en mi trabajo, ayudarme a alcanzar mis metas y no sólo poner piedras en mi camino... –Secándose las lágrimas, Hae volvió a asentir enérgicamente–. Y por último, quiero que seas siempre sincero conmigo, que no me ocultes nada, ni tus problemas ni tus quejas. No puedo darte lo que necesitas de mí si guardas secretos, si escondes resentimientos para estallarlos en mi cara cuando pienso que estás bien. Esto es lo más importante. No podemos continuar juntos si no te abres completamente a mí.

Hae permaneció un momento observando el azul de aquellos ojos. Vagó suavemente su mirada por la pálida piel de las mejillas, la boca bien delineada con labios rozados y apetecibles, el sedoso y brillante pelo dorado enmarcando el rostro. No podía negarle nada a esos ojos. No quería negarle nada, nunca más.

–Te lo juro –respondió al fin, hipotecando su alma en cumplir su promesa.

Hyuk exhaló el aire retenido en un delicado suspiro de alivio. Su mirada era tranquila y a la vez tan penetrante como aquel primer encuentro en Alemania.

–Había planeado una salida romántica para darte esto, una cena con velas, a bordo de un barco tal vez... pero las cosas no siempre salen como uno las planea –dijo, mostrando en sus manos un estuche de fino terciopelo negro. Hae lo observó, sin atreverse siquiera a pensar lo que creía que era, pero Hyuk quitó el misterio enseguida. Sin mucha ceremonia, abrió la pequeña tapa y mostró su contenido: un par de hermosas alianzas de oro.

Hae quedó boquiabierto, mudando alternativamente sus enormes ojos negros de los azules de su amante a los anillos en el joyero. Una expresión de dolor ensombreció su semblante.

–Ya no quieres dármela ¿verdad? –preguntó, compungido.

Una suave sonrisa brilló en los labios de Hyuk. Demostrando una santa paciencia, tomó el más pequeño de los anillos, en cuyo interior estaba grabado su nombre: "j1;kl2;".

–Si viviéramos en otro país tal vez podría proponerte que seas mi esposo –dijo, y ninguno de los dos pudo reprimir una sonrisa por lo ridículo que sonaba el término–, pero estamos aquí y no podemos cambiar el mundo con sólo desearlo. No habrá sacerdote alguno que bendiga nuestra unión, ni constitución que nos ampare con sus leyes. No me interesa qué título nos pongan los de afuera, ni qué tan depravado les parezca que estemos juntos... nada me importa si tú me aceptas como amigo, amante y compañero.

Hae dejó escapar un jadeo. Aún después de la pela, luego de que lo rechazara y humillara sin motivo... todavía mantenía su deseo de hacerle esa proposición. Se sentía tan avergonzado... Pero el rostro de Hyuk se había iluminado junto con la habitación, en donde los muebles iban tomando nitidez a medida que la claridad del día los alcanzaba.

–¿Es necesario arrodillarme, decir palabras cursis y todo eso para que me aceptes?

–Sí –respondió Hae, riendo. También con una sonrisa, Hyuk hincó una rodilla en la pose más caballeresca, e impostando la voz en tono ceremonial, recitó al tiempo que colocaba la sortija:

–Donghae, toma este anillo en señal de mi amor y mi... oh, creo que olvidé lo que sigue...

–Sabes muy bien lo que sigue.

–Tengo amnesia.

–Dilo o te golpearé.

–Ok, ok... mi amor y mi fidelidad –dijo al fin, obligado, Hae riendo por la teatral cara de condena del rubio–. Y prometo amarte y respetarte hasta que la muerte nos separe. Amén.

Ambos rompieron en carcajadas. Hae secó las lágrimas que antes fueran amargas, ahora cayendo como la expresión más pura de su alegría, mientras miraba emocionado la bella alianza en su mano. Hyuk dejó instalada su sonrisa, mirando con adoración el rostro de su niño. Tomando su mano entre las suyas, lo instó a mirarlo a los ojos.

–Eres tú mi único dueño –afirmó, ahora su voz sonando dulce pero verdadera–. Es tu voz a la única que obedezco, tus labios quienes tienen el disfrute de mis besos, tus manos las únicas autorizadas a explorarme –aseguró, besándoselas–. Soy ciego a cuantos me rodean, no tienes nada que temer. Juro que sólo tú tienes el control de mi cuerpo y de mi alma. Lo digo en serio. No sé qué más tengo que hacer para que lo entiendas.

Arrojándose sobre él, devorándole la boca con un beso desesperado, Hae dejó en claro que no necesitaba más pruebas. Apenas separándose, tomó la alianza en la que habían grabado su nombre, "j1;n1;", y la colocó en la mano de Hyuk, besándosela repetidas veces.

–¿No vas a arrodillarte y darme un discurso sobre cuánto me amas? –exigió el rubio, apenas conteniendo su risa.

–Me arrodillaré... pero te daré algo más que eso –aseguró Hae, atacando sus pantalones, sin apartar la mirada de su rostro.

–Yo tenía un entrenamiento al que asistir, ¿lo recuerdas?

–Pues... creo que llegarás muy tarde...



Notas finales:

————————————————

Han oído "La calma antes de la tormenta"?
Jujujujuju~

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