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Sangre sobre hielo [EunHae] por RoseQuin

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~ * ~




"Una madre nunca abandona a su hijo, por más que las distancias físicas los separen…"

Como si se tratara del cazador más rapaz no había podido escapar de aquella frase en todo el día. Lo perseguía, le quitaba el aire, era como estar atrapado en un laberinto sin salida. Aún entonces, ya en plena noche y cenando en la intimidad de su suite, ese pensamiento le quemaba por dentro de una forma inexplicable.

Vladimir comía a su lado, bastante más silencioso de lo habitual. Al llegar, aquel atardecer Hyuk lo había encontrado sentado en su cama, acariciando su almohada con devoción, y al verlo entrar se le había lanzado encima para abrazarlo y besarlo, pidiéndole perdón casi con lágrimas en los ojos. Y Hyuk no había podido evitar perdonarlo. Si bien distaba de sentirse aliviado, prefirió dar por terminado aquel asunto y comentarle lo sucedido en el hospital. La historia del cacheo policial no había hecho más que acrecentar la culpa de Vladimir, y desde entonces parecía haberse perdido en sus propias reflexiones.

Pero al rubio aquello ya no le preocupaba tanto. Luego de su inesperado encuentro con la madre de Hae, todo aquel asunto había pasado a un segundo plano. De todos modos, y por alguna razón que no terminaba de entender, no había querido comentarle a Vladimir sobre esa pequeña reunión con la americana. Sí en cambio estaba dispuesto a expresarle el deseo que durante las últimas horas le abrasaba el alma.

–Quiero ver a mi madre –soltó sin preámbulos, sin dejar de comer ni mudar su expresión indiferente.

–¿Qué? –Karov, que hasta entonces había permanecido con la mirada perdida, apoyó su copa de vino en la mesa y lo miró como si ya no pudiera esperar más problemas–. ¿Ver a tu madre has dicho?

–Madre, padre, hermana. Quiero verlos a todos.

–¿Y puedo saber el motivo de tan repentino amor filial?

–… los extraño, es todo.

–Pues, no quiero hacerte sufrir Hyuk, pero creo que es más que evidente que ellos no te extrañan a ti – declaró con voz fría–. ¿Cuánto hace que no los ves? ¿Tres, cuatro años?

–Tres años y ocho meses –respondió Hyuk, revolviendo la comida en su plato, sin prestarle atención.

–¿Te parece poca prueba? –continuó el entrenador con voz severa– No se molestan ni siquiera en tomar el teléfono y preguntar cómo estás, pero sí que responden raudos y veloces a cobrar los cheques que les envías, ¿verdad?

–Tal vez no saben dónde ubicarme –quiso justificar Hyuk–, además… yo tampoco los he llamado en todo este tiempo.

–Sí los llamas, lo haces para Navidad, Año nuevo, cumpleaños… ¿acaso responden alguno de tus mensajes?

–…quizás no puedan hacerlo…

–Oh, vamos. No me pidas que los justifique –por alguna razón aquel tema parecía enfurecer terriblemente a Vladimir–. Con la cantidad de dinero que les mandas por mes pueden vivir como reyes. Podrían viajar todos a verte si así lo quisieran, pero ni siquiera lo hacen para agradecer tu generosidad.

–¿Cómo sabes que están recibiendo el dinero? –preguntó entonces Hyuk, volviendo su mirada que por primera vez mostraba algo de interés–. Tal vez es otra persona quien cobra los cheques.

–Mi niño, no seas ingenuo ¿crees que no he comprobado eso? Son ellos, es tu padre quien firma cada recibo. Tengo gente que me informa a menudo de lo que hacen, y están perfectamente sanos, yendo y viniendo al centro de la ciudad a gastar los billetes que tú ganas con sacrificio. Lo siento mi ángel, pero no busques más excusas, esa es la verdad.

Hyuk desvió su mirada y continuó mezclando su alimento sin comerlo. Karov le acarició el brazo con dulzura.

–Sé que esto te pone triste… pero después de todo, ¿qué esperas de gente que vendió a su hijo a los seis años?

–¡Ellos no me vendieron! –exclamó Hyuk, ofendido.

–¿Acaso no te entregaron a Igor Rashpun a cambio de dinero?

–¡No! Al contrario, mi padre tuvo que conseguir un trabajo extra para poder pagar mi estadía con él… Ellos creían que era mi única oportunidad de salir de mi pueblo, de entrenar y llegar a ser un gran patinador –los ojos claros se volvían más cristalinos a medida que hablaba–. Nunca supieron cómo me trataba Rashpun… nunca quise decírselos. Cuando podía hablar con mi madre por teléfono sólo le contaba lo bien que me iba en los entrenamientos, las cosas que aprendía, y ella se despedía con lágrimas pero feliz por mí. No Vladimir, ellos no me vendieron, sólo querían que tuviera un futuro mejor.

Algunas amenazaron con caer, pero con gesto rápido se apresuró a secarlas.

–Como sea –continuó Karov, acariciándole la espalda–. Créeme que es mejor tenerlos lejos, solo traerían más problemas a los que ya tenemos.

–Vladimir, no me entiendes… necesito verlos.

–Te recuerdo el "detalle" de que no puedes salir del país.

–Tráelos a ellos aquí.

–¿Qué te hace pensar que querrán venir?

–¡Querrán! No se negarían… No si les estoy pidiendo que vengan a verme…

–Pero no es conveniente que en este momen--

–¡Vladimir, quiero ver a mi madre! –exclamó Hyuk arrojando su tenedor lejos de él– No es algo tan difícil ni tan extravagante para no poder cumplirlo, ¡simplemente extraño a mi madre y necesito estar con ella!

En un gesto de extremo cansancio Karov se tomó la cabeza con las manos, y así permaneció por más de un minuto. Parecía estar agotado y rendido bajo una evidente jaqueca que amenazaba vencerlo.

–Piensa lo que quieras de mí –concedió Hyuk descansando la frente sobre su mano, los ojos cerrados–.
Di que soy débil, infantil, pero necesito estar con ella, besarla, que me abrace aunque sea una vez… La extraño.

Ambos parecieron agradecer que el silencio se prolongara. Ahora era Hyuk quien se había perdido en sus pensamientos, sus ojos marrones clavados en la nada, sin pestañear, cansados. Karov en cambio parecía haberse vuelto más hermético, extremadamente serio.

–Ven aquí –dijo de pronto, echándose hacia atrás, con gesto cansado. Hyuk lo miró sin moverse–. Aquí, ven… siéntate sobre mí –indicó, palmeándose la falda.

Con la mirada cansada y calculadora, Hyuk lo estudió por un momento desde su lugar. Luego, con gesto cansino, dejó su servilleta sobre la mesa y se acercó.

Tomándolo del brazo, Karov lo atrajo con urgencia, acomodándolo sobre su regazo, de frente a él, con una pierna a cada lado y abrazándolo con fuerza. Con gesto febril buscó el calor de su piel, hundiendo las manos bajo su remera, enterrando el rostro en aquel pecho joven donde el tierno corazón latía con fuerza.

–Oh, Hyukjae… te quiero tanto –susurró, deteniéndose a disfrutar por un momento de esa calidez, del aroma a piel joven, suave y perfecta–. Moriría sin ti… moriría…

Con el rostro tranquilo y resignado, Hyuk permaneció quieto, aguardando, dejándose acariciar por aquellas manos inquietas. Era la parte más fácil, dejarse hacer a gusto y deseo del otro, sin tener que intervenir mientras no fuera estrictamente necesario. Que lo tocara, que lo besara, qué más daba ya. Era preferible eso a tener que complacerlo.

En cierta forma era afortunado, pues Vladimir casi siempre se conformaba con ser la parte activa en la situación. Su gusto era mandar, actuar sobre él, poseerlo en todas las formas y lugares que se le ocurrieran. Eran pocas las veces que le exigía complacerlo mientras él permanecía mirándolo, maravillado.

Jamás se había dejado poseer por Hyukjae ni por ningún otro hombre. En todos aquellos años, ni una sola vez había cambiado su rol dominante en pos del placer de su niño. No, su deleite consistía en disfrutarlo de todas las formas posibles, tenerlo a su merced y poder someterlo, sentir que era su dueño, hacer con él lo que le viniera en gana, pero jamás entregarse a sí mimo, a nadie. Solo el amor que sentía por su criatura lo llevaba a consultarlo, a solicitar con un ardiente deseo contenido que le permitiera atarlo, violarlo o poseerlo dulcemente, cualquiera fuera su perversión de turno, a pesar de que sabía que nunca se encontraría con un "no" por respuesta. Su Hyukjae era tan paciente, tan comprensivo, tan tolerante, que resistía en silencio cualquier barbaridad que se le ocurriera hacerle. Por eso lo amaba aún más cada vez que le permitía cumplir una fantasía, sacar a la luz una de sus perversiones más ocultas y convertirla en la más ardiente realidad. Y por eso también había jurado morir antes que lastimarlo cruelmente, postergando para cualquier otro amante ocasional aquellas fantasías más violentas, más sádicas, a las que no se habría atrevido a someter a su ángel dorado.

No, porque Hyukjae era su tesoro y le gustaba jugar con él, pero antes que nada era su niño, su hijo, su amor.

Habría muerto por él.

Habría matado por él.




Con aquellas convicciones remolinándose en su mente mientras descansaba la cabeza en el cálido pecho de Hyukjae, se dejó arrastrar por un arrebato de pasión y en un movimiento salvaje hizo trizas el pantalón de su niño, desgarrando la tela con sus manos como una fiera hiciera con sus garras. Se deshizo bruscamente de los jirones, y la misma suerte corrió luego la suave ropa interior, dejando al descubierto el objeto de su deseo. Con un jadeo de placer tomó el miembro desnudo de Hyukjae y lo fregó contra su vientre, gozando de aquel gesto como si fuera su propio miembro el estimulado, y suspiró, acariciándolo con lentitud, sintiéndolo endurecerse bajo su mano.

Sentir su propio palpitar entre las piernas lo hizo enloquecer, y tomando con firmeza las torneadas caderas, y lo obligó a moverse, aumentando la fricción contra él.

–Muévete mi amor … muévete como a mí me gusta…

Cerrando los ojos, Hyukjae suspiró suavemente. Luego echó los brazos al cuello de Vladimir para poder sostenerse mejor y comenzó a ondular su cuerpo con movimientos lentos y sensuales. El miembro bajo sus nalgas se endurecía cada vez más y los gemidos aumentaban a medida que sus ondulaciones se aceleraban, para luego volver a hacerlas lentas… muy lentas, para que su adorador sufriera la agonía del placer más tortuoso.

Y siseó, lamiéndose lentamente el labio cuando sintió que le mordisqueaban los pezones y arañaban sus muslos, acelerando sus movimientos para gozar él también de la deliciosa fricción contra su miembro.

–Espera… espérame –jadeó Vladimir liberando su órgano para posesionarlo en la estrecha entrada de su amante–. Ahora mi pequeño… muévete… danza para mí…

Cómo odiaba Hyukjae aquel momento. Toda su voluntad y entrega flaqueaban ante el punzante dolor, el fuego que lo invadía y pujaba contra sus vértebras, amenazando quebrar su columna, dilatando lo que no quería ceder. Y Vladimir se desvivía en besos y caricias, en palabras de amor y deseo que poco parecían ayudar al dolorido Hyukjae, que concentrado se empalmaba tembloroso en aquel grueso falo.

Un brazo alrededor de su cintura presionándolo hacia abajo, una boca húmeda recorriéndole el pecho, una mano masajeando rítmicamente su miembro y él tragándose el dolor con los dientes apretados, balanceando su cuerpo para acabar de acoplarse. Pero de pronto el rubio sintió que perdía el equilibrio. De un violento manotazo, Vladimir había arrojado platos y cubiertos al suelo, haciéndolos estallar en mil pedazos, y ahora lo depositaba sobre la mesa, sin separar su unión ni dejar de besarlo.

–Tú eres el mejor manjar –susurró, devorándole la boca en un beso profundo y apasionado, mientras acomodaba las largas piernas de su niño alrededor de su cadera–. Eres tú el único alimento que deseo.

Hyukjae no pudo reprimir un grito de dolor cuando su entrenador acabó de penetrarlo con un solo y certero empuje, al que le siguieron otros no menos violentos, y estiró los brazos para poder aferrarse de algo cuando su cuerpo comenzó a ser azotado vigorosamente.

–Hermoso, hermoso… eres tan hermoso –repetía Karov, descorriéndole el cabello hacia atrás, para poder ver con claridad las muecas de dolor que no podía disimular–. Tan delicioso… tan virgen como la primera vez…

Hyukjae respiraba con dificultad, atrapando con las piernas el robusto cuerpo de Vladimir que jadeaba sobre él, entremezclando palabras obscenas con dulces frases de amor. Y se dejaba invadir ya sin resistencia alguna, incapaz de asirse a nada firme pues la mesa se movía al ritmo de las embestidas. Las fuertes manos del hombre atrapándolo firmemente, presionándolo contra él para no perder la unión ni por un instante. Vladimir lo mordía y rasguñaba para luego lamer su piel sonrosada con una fruición alocada, sin perder el ritmo salvaje y desenfrenado de sus caderas.

El dolor cambiaba pero no cedía, y Hyukjae comenzaba a percibir ya el sabor de lo conocido. El momento de frenético éxtasis antes de la caída, cuando Vladimir descargaba un rosario de alabanzas entrelazado de jadeos y él solo gemía, pensando esperanzado que el fin se acercaba ya. Sí, pronto acabaría el dolor, pronto ese fuego abandonaría su cuerpo dejando el ardor como esquela de una futura profanación. Un poco más… un poco más y otra cuota de su deuda quedaría saldada.

El pesado cuerpo se estremeció sobre él y una humedad caliente inundó su interior. La botella de vino se derramó debido al brusco movimiento, empapándole el cabello. Jadeante, casi desvanecido, Hyukjae abandonó la cabeza a un lado, y vio la mancha roja extenderse por el prístino mantel.

Como sangre esparciéndose sobre el hielo…

–Te amo tanto… –murmuró Karov, desfallecido sobre el cuerpo que acababa de poseer–… tanto que… mataría por ti…

Hyukjae parpadeó, agotado. El fuerte aroma del vino en su pelo lo mareaba. Pero Vladimir se incorporó para mirarlo a los ojos, para asegurarse de que había sido escuchado.

–¿Me oíste…? Mataría a cualquiera que quisiera arrebatarte de mi lado… A cualquiera… Eres mío, Hyukjae… soy capaz de cualquier cosa por ti.

Lo besó en la boca, lamiéndole lentamente los labios, para luego descender con aquella boca húmeda por su pecho, su vientre y aún más abajo.

Hyukjae dejó escapar un jadeo cuando aquella lengua se deslizó como loca por su intimidad, pero lo que acababa de escuchar lo había dejado demasiado traumatizado. La insinuación era clara, y atar los cabos sueltos no tardó en llevarlo hasta Hae… Su respiración se agitó y no fue placer lo que lo hizo temblar cuando su miembro fue succionado con énfasis, sino terror.

"Mataría por ti"

¿Acaso Vladimir sería capaz de…?

Permaneció sosegado, intentando ocultar su temor.

Por primera vez en su vida el apasionamiento de su entrenador le causó miedo.





~ * ~





El amanecer trajo un nuevo día y el sol disipó las sombras de su alma. Arrullado en los tibios brazos de Vladimir, ambos abandonados entre los mullidos almohadones de la sala, sus temores nocturnos le parecieron exagerados. El viejo era su tutor, su padre, y por más pervertido que fuera en materia sexual sabía que tenía un corazón enorme y que jamás lastimaría a nadie.

Muchos menos a él…

No, jamás. Aquellas amenazas habían sido producto de su excitación, y nada más. Vladimir no sería capaz de hacer nada como aquello.






El desayuno había sido abundante y divertido, y aunque luego Hyuk se había enojado por ser espiado en la ducha (era algo que odiaba y que a Vladimir parecía divertirle especialmente) la mañana había transcurrido con una paz y alegría especial. Incluso pasearon por la ciudad, visitando monumentos históricos, comprando en las tiendas más renombradas, y avanzando con un poco de lentitud cuando con chilliditos histéricos las adolescentes descubrían a Hyuk y se abalanzaban sobre él en busca de un autógrafo. Incluso el almuerzo en un exclusivo restaurante fue de lo más placentero, deleitándose con los mejores platos de la cocina alemana. Al fin Hyuk volvía a sentirse envuelto en la cálida protección que había significado siempre su entrenador.

Fue recién por la tarde cuando sus pies volvieron a posarse en la tierra. Tan enfrascado había estado todo el día en viejos sentimientos, envuelto en la telaraña de su salvador, que casi había olvidado el juicio que caería sobre él por el ataque a Hae. Los cuatro abogados y dos secretarios entrando al hotel en fila militar fueron una forma sutil de recordárselo.

Por suerte querían hablar primero con Vladimir, así que luego de instalarlos en la sala principal, partió hacia el despacho de éste, para encontrarlo sentado en su escritorio, de espaldas a la puerta. Cuando se giró, Hyuk pudo ver que estaba hablando por teléfono, pero ni su semblante serio ni ceño fruncido lo alertó tanto como los gestos que hizo al verlo, señalándolo a él y al auricular alternadamente.

"¿Mis padres?" gesticuló sin voz, y Karov asintió con la cabeza.

Hyuk sintió que el corazón se le aceleraba. "Pásamelos" indicó con un gesto, pero su entrenador se negó e hizo un ademán de paciencia.

– …sí señor Lee, lo entiendo –dijo con voz áspera–, pero es Hyuk quien quiere verlos, no yo. ¿No podría viajar su esposa al menos, con su hija…? ¿Y su esposa sola? Nosotros la recogeríamos en el aeropuerto sin ningún problema… ¿Está su esposa allí? ¿Podría hablar con ella? No, no yo, es Hyuk quien quiere hablar, está a mi lado…

Ilusionado, Hyuk se adelantó con la mano extendida, pero Karov hizo un gesto negativo con la cabeza.

–… ¿usted tampoco quiere hablar con él? …le digo que está aquí a mi lado, no le haré perder nada de tiempo… Bien… no, no lo comprendo señor Lee, pero si usted lo dice debe tener sus razones… Buenas tardes.

Cuando Vladimir cortó el teléfono Hyuk permaneció mirándolo como si no comprendiera lo que había sucedido.

–¿Por qué cortaste?

–…

–¿Por qué no me pasaste con ellos…?

–Mi amor… no quisieron hablar. Lo siento.

–Pero les dijiste que yo estaba aquí, a tu lado, que quería hablar con ellos… que yo…

–Sí, se los dije.

–…Mi madre… ¿ella tampoco quiso hablar conmigo?

–No, mi niño, no quiso. Lo siento.

–…

–Olvídalos Hyuk, olvídalos –dijo Karov abrazándolo con fuerza–. No valen la pena, mi vida, no se merecen ni que hables de ellos. Si quieres que les siga enviando dinero lo haré, pero no puedo verte sufrir por esta gente.

Hyuk no respondió. Con el cuerpo laxo y los ojos húmedos, continuó contemplando el teléfono, como si aquel aparato siguiera hiriéndolo con su sola presencia. El dolor que lo invadía era demasiado amargo, y la incertidumbre de no saber con exactitud la razón de por qué su familia había elegido aquel distanciamiento lo acrecentaba aún más.

Olvidarlos… Imposible. No había podido crecer junto a ellos, era verdad, y luego, en su afán de escribir su página de gloria en la historia del patinaje, había postergado todo interés ajeno a su objetivo, pero... ¡los amaba! No los había traído a vivir junto a él porque le hubiera sido imposible la convivencia con la viciosa relación que llevaba con Vladimir. Pero se había asegurado que recibieran todo el dinero, beneficios y comodidades que nunca habían tenido y que él ahora podía darles. Y había sido pura felicidad en los primeros años. Recordaba perfectamente su niñez pobre pero colmada de cariño. Su padre, siempre con la risa pronta y dispuesto a dedicarle su tiempo aunque viniera de una extenuante jornada de doce horas de duro trabajo. Su madre, cariñosa y dedicada a su familia, siempre preocupada porque fuera feliz. Y su hermana mayor, inundando el hogar con su bella voz, aquellas dulces canciones que alegraban sus interminables inviernos cuando la nieve los hacía prisioneros dentro de la casa, siempre dispuesta a jugar con él, tratándolo con tanto cariño como su madre.

Pero todo eso había cambiado hacía años, todo se había vuelto extraño, frío, incomprensible. El alejamiento comenzó poco a poco, aunque el cambio de actitud había sido brusco. De pronto su padre se mostraba austero y reservado, su hermana rehuía de hablar con él, y su madre siempre se despedía con un llanto angustioso, que el esposo con gesto firme intentaba controlar con palabras susurradas al oído. Todo había sido muy extraño, y en cierta forma muy doloroso, pero Vladimir siempre había estado allí para consolarlo, y había suplido todo el cariño que necesitaba en los momentos más difíciles. Él tampoco podía explicarse aquel extraño y sorpresivo comportamiento, pero aquello solo le servía para redoblar el cariño hacia su protegido.

Hacía años que no hablaba con ellos, más aún que no los veía. Pero que no quisieran hablar con él sabiendo que se encontraba al otro lado de la línea en aquel momento había sido demasiado.

–Los abogados están en el recibidor –dijo Hyuk, inspirando profundo para recuperarse–. Quieren hablar contigo, era lo que venía a avisarte.

–Perfecto –exclamó Karov, liberándolo de su abrazo–. Olvídate de esto, ¿sí, mi niño? Tienes que estar fuerte para las cosas que nos esperan.
–Sí.

–¿Vienes conmigo?

–Ve tú. En un momento te alcanzo.

Karov lo besó con delicadeza en los labios y salió de la habitación. Cuando Hyuk lo escuchó saludar a los hombres que lo esperaban en la sala, se acercó al teléfono y levantó el auricular.

–Señorita –llamó, hablando con la telefonista del hotel–, por error corté la comunicación que estaba manteniendo, ¿podría ayudarme a reanudarla?

–Por supuesto señor –respondió la voz femenina al otro lado de la línea– aguárdeme un momento.

–Claro…

Respiró profundo. El corazón le latía con fuerza mientras escuchaba a su entrenador reír despreocupadamente con los abogados. Sus padres no querían hablar con él, aún sabiendo que los necesitaba. ¿Qué iba a decirles cuando los tuviera en línea? Aún no sabía si iba a insultarlos o ponerse a llorar como un niño.

–Lo siento señor, pero la última llamada que tiene registrada su habitación fue al servicio de lunch, hace seis horas.

–Imposible, acabo de hablar con Rusia.

–Lamento contradecirlo señor, pero la última comunicación a Rusia que se ha hecho desde esta línea fue ayer a las 16hs.

–…

–¿Hay alguna otra cosa que pueda hacer por usted?

–…no… gracias…

Hyuk cortó el teléfono lentamente, con la sensación de que el piso se movía bajo él. El arco iris entre nubes de algodón había desaparecido, la seguridad que sentía hasta entonces rompiéndose como un cristal. No era capaz de razonar, no entendía qué demonios estaba sucediendo allí.

Sólo sabía que Vladimir le estaba mintiendo.





~ * ~




–Hyuk… ¿estás dormido?

No, no lo estaba. Vuelto de espaldas a la puerta, tapado hasta el cuello dentro de su cama, permanecía en silencio con los ojos abiertos y fijos al frente, aunque la habitación estuviera en total oscuridad.

No había enfrentado a Vladimir. Se había armado con su mejor cara de indiferencia, y con toda naturalidad, se había unido al grupo de abogados en la sala. Para cuando terminaron de discutir las cuestiones legales ya era de noche, pero excusándose por un supuesto intenso dolor de cabeza había logrado zafar de la cena. Ahora sin embargo, no parecía que fuera a librarse de su entrenador.

La puerta chirrió al abrirse, iluminando momentáneamente el cuarto, e hizo un ruido quedo al cerrarse, volviendo a sumir todo en las tinieblas. Los pasos no se escucharon, amortiguados por la alfombra, pero Hyuk permaneció inmóvil, atento a cualquier movimiento a sus espaldas, convencido de que no lo había dejado solo.

Y no se equivocaba. Unos dedos rozaron suavemente su cabello, despejándole el rostro, y a continuación un cuerpo frío se escurrió dentro de su cama, abrazándolo por detrás, estremeciéndose al contacto con su calor.

–¿Duermes? –volvió a preguntar la voz.

–¿Contigo congelándome la espalda? –preguntó a su vez Hyuk, incapaz de disimular su mal humor, pero una risa susurrante resonó en su oído, mientras unos labios yertos le besaban el cuello.

–Lo siento, hace un frío del demonio. Pero tú estás tan calentito… –Más besos y los brazos que lo atrapaban se cerraron con fuerza en torno a su cintura–. Mmmm… hueles delicioso…

Hyuk no respondió, ni siquiera cambió de postura. Karov se movió a sus espaldas pegándose cada vez más a su cuerpo, y aunque él no hacía nada para corresponderle, eso no parecía importarle. No sólo la respiración cada vez más agitada ni los besos rápidos y húmedos delataban su excitación; la dureza que presionaba contra aquel firme trasero era más que evidente.

–Hace frío, pero tú eres capaz de calentar un cadáver –sonrió, metiendo su mano en la delicada depresión que forma la pelvis sobre la ingle–. Uff… aquí sí que estás caliente –susurró sensualmente mientras profundizaba su caricia– ¿no me dejarías calentar mis orejitas entre tus piernas…? Mmmm… pienso que "esto" además de caricias se merece unos ricos besos…

De los labios del rubio escapó un suspiro de impaciencia.

–Si te comportas como un buen niño te daré un regalo…

–Vladimir, ahórrate el preámbulo y haz lo que viniste a hacer.

Karov detuvo su mano donde estaba, sin quitarla ni avanzar un centímetro más.

–¿Qué te sucede? –preguntó, molesto por el trato que estaba recibiendo.

–Di de una vez qué es lo que quieres, hagámoslo y listo. ¿Me pongo en cuatro? ¿Me arrancas la ropa y te montas sobre mí? ¿Prefieres atarme esta vez o que te haga sexo oral? Tú eliges, como siempre.

–¿Por qué me hablas así?

–¿Así cómo? –preguntó Hyuk haciéndose el inocente.

–Como una prostituta vulgar.
Los ojos de Hyuk refulgieron en la oscuridad.

–… Tal vez no sea más que eso… después de todo siempre lo hago contigo para obtener algo a cambio…y tú compras con regalos lo que de otra forman no podrías pagar...

La bofetada sonó clara y seca, como si todos los demás sonidos de la noche se hubieran apagado para oírla. Hyuk permaneció inmóvil, como si no hubiera recibido más que una caricia. Su pálida mejilla fue tornándose cada vez más roja, pero su rostro no evidenció signo alguno de dolor.

Karov encendió la luz. Era él el que, al verse iluminado, parecía apunto de echarse a llorar. De hecho emitió un pequeño sollozo cuando con dedos temblorosos acarició la suave piel que segundos antes había golpeado.

–Hyuk… –susurró con los ojos inundados–… perdóname.

–Me han golpeado toda la vida, Vladimir. Perdí la cuenta de cuántas veces he terminado sangrando e inconsciente, ¿crees que me importa una bofetada más?

–Yo no… nunca…

–No, lo sé. Nunca me golpeaste, jamás… Tú solo me penetraste a diario durante once años.

Karov lo observó con un gesto de dolor. Las lágrimas ahora caían sin disimulo.

–Te amo –confesó en un susurro.

–Sí, no lo dudo… –coincidió Hyuk, su tono cargado de ironía mientras descorría las mantas para ponerse de pie.

Pero unos brazos lo atraparon en pleno movimiento. Fue tomado casi con desesperación, atrapado, y obligado a volver a recostarse.

–¡Ya déjame en paz!

–¡No, mi amor, no! –gritaba el otro, angustiado–. ¡Quédate, quédate aquí!

–¡¿Es que no puedes pasar un día sin ponerme las manos encima, maldición?!

–¡No lo haré! No te haré nada, pero quédate, por favor.

–Suéltame.

–No, quédate aquí.

–¡Déjame ir! No quiero estar aquí, no quiero que me toques, no vas a convencerme con tus besos y lágrimas –protestaba el muchacho, forcejeando para deshacerse de las manos que lo sostenían–. Te conozco –dijo casi con lágrimas en los ojos–, ya te conozco de sobra: en cuanto ceda, cuando te permita estar a mi lado, terminarás sobre mí, quitándome la ropa.

–No, mi ángel…

–¡Estoy cansado! No quiero hacerlo. Quiero… por una vez quiero dormir en paz sin tener antes que entregarme a ti, estoy harto, estoy… –Angustiado, Hyuk articuló palabras sin voz. Vladimir no lo retenía con fuerza, pero tampoco lo liberaba–. Quiero al menos por un día tener una vida normal… Quiero mi vida, mi familia, mi infancia… Ya me poseíste por completo, no queda un rincón de mi cuerpo que sea mío, ¿qué más quieres de mí?… Déjame en paz aunque sea una noche, te lo pido –suplicó, y apretó los ojos con fuerza. No quería llorar, estaba harto de sentirse débil.

–Tómame tú.

Las palabras fueron demasiado claras para simular no haberlas escuchado. Hyuk levantó el rostro, desconcertado.

–… ¿qué?

–Tómame tú –repitió Karov con la mirada nerviosa–. Quiero que hoy seas tú el que… domine.

Hyuk lo miró, pasmado. ¿Vladimir se le estaba ofreciendo? ¡Le estaba pidiendo que lo tomara! Esto era imposible, su entrenador jamás…

–No… –susurró, mirándolo con incomprensión.

–Sí… quiero que lo hagas…

–No, no quieres. Nunca quisiste ¿por qué habrías de quererlo ahora?

–¡Porque quiero que me perdones! –exclamó el mayor con el rostro mojado por las lágrimas–. Oh, mi niño… quiero pagar lo que te hice. Hazme sufrir lo que yo te he hecho pasar a ti. Hazme lo mismo, quiero sufrirlo, quiero padecer ese dolor por ti.

–No…

–¡Tómame Hyuk! –exigió con una mirada demencial, quitándose la camisa del pijama casi a tirones, desprendiéndose el pantalón–. Poséeme, vamos.

–¡No!

–¡¿Por qué no?!

–¡Porque no quiero! –exclamó Hyuk, espantado ante aquella situación–. No deseo hacerlo.

–¡Tienes que hacerlo! –insistió Karov abalanzándose sobre él–. Hazme pagar, has que…

–¡No! ¡Basta! ¡Basta! –gritó al fin, escapando del lecho, casi cayendo por las manos que intentaban retenerlo. Agitado, miró a ese hombre gordo y calvo casi con repugnancia. No era lo mismo entregarse que dominar. "No podría tomarlo ni aunque quisiera", pensó con crueldad.

Vladimir pareció comprender al instante las intenciones de aquella mirada. Era claro, ¿por qué iba a excitarse un joven de 22 años con un hombre arruinado como él? Pero por lo visto estaba decidido a todo aquella noche.

–Yo puedo complacerte –dijo, acercándose lentamente–. Sé lo que te gusta, puedo encenderte en un minuto, querubín.

–Basta Vladimir, por favor –pidió Hyuk, buscando ropa de calle para vestirse.
–… sólo tienes que decirlo, dime lo que deseas y será una orden para mí…

–¡Por Dios, ten un poco de dignidad!

–¡Solo quiero que tengas tu venganza! Que me hagas sufrir lo que tanto te duele, lo que tanto me reprochas… Ven aquí y hazme gritar de dolor, átame, golpéame… Hazme todo lo que te he hecho.

La mirada de Hyuk era mezcla de rabia e impotencia. Sí que era manipulador el viejo. ¿Por qué no se ponía agresivo? ¿Por qué no era el gran dominador de siempre? Acudir a la lástima… no podía enfurecerle más aquel recurso… ¿Y si aceptaba el trato? ¿Si lo tomaba con violencia y le hacía pagar todas y cada una de aquellas noches? Nunca sería lo mismo, pero podría vengarse un poco. Al menos le haría sentir la humillación y el dolor, la impotencia y la exasperación de no poder quejarse por el deber de cumplir.

–Castígame –prosiguió Vladimir, acercándose aún más, de rodillas en el suelo frente a él–. En serio, quiero pagar, ya que no soy capaz de detenerme quiero que puedas hacerme todo lo malo que pensaste todos estos años… Mi niño, sé lo que hice, sé lo que te hice, pero te amo tanto –exclamó, arrojándose sobre él, abrazándole las piernas–. Eras tan pequeño, con tus piernitas delgadas, tus caderas estrechas, tu rostro aún redondeado… Eras delicioso, mi ángel, irresistible… Oh, fui tan cruel y desconsiderado contigo, te causé tanto dolor sólo para complacerme… Me merezco lo peor, castígame amor…

"No, maldito, no pidas perdón, no te arrepientas" pensó Hyuk con los ojos cerrados, odiándose por su falta de fortaleza "No vas a convencerme, eres un maldito pedófilo, no tienes perdón"

–Suéltame.

–Hyuk, te quiero.

–Suéltame.

–Hyuk…

Maldito sea. Y maldito fuera él también por su debilidad, porque no podía. No podía castigarlo como se merecía. No podía odiarlo.

Sin ninguna suavidad, se deshizo de los brazos que atrapaban sus piernas y terminó de escoger su ropa.

Y odiándose por ser tan estúpido de sentir pena y cariño por aquel hombre sollozante que permanecía hincado en el suelo, tomó sus patines y se fue.





~ * ~


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