[E X C H A N G E]
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CAPITULO I :
L á g r i m a s
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Cada vez que tienen sexo, Kise siempre llora.
Sus ojos pican ante un escambroso dolor mezclado con el dulce placer. Sin embargo, ese dolor es incomparable cuando las costras de sus heridas se abren nuevamente bajo su propia voluntad, siempre que Aomine viene a él en busca de confort.
No sabe cuándo diablos fue que se convirtió en un verdadero masoquista.
Cuando llora, lo hace en silencio. Tragándose sus sollozos cuando su cuerpo está al borde, siendo lo suficientemente silencioso para que Aomine no se dé cuenta. No son lágrimas de desesperación o dolor… sino de un corazón roto rompiéndose de a poco. La persona a la que siempre abraza fuertemente con sus manos, con una contundente lujuria y una lejana frialdad, que hace que Kise sea capaz de sentir su corazón rompiéndose sin posibilidad de ser reparado.
No hay emociones involucradas.
Ninguna en lo absoluto. Sólo el contacto de sus cuerpos y el cruel intercambio de fluidos, una gélida conexión netamente física.
No lo entiende.
Kise se dice a sí mismo que él no entiende esta clase de relación pero lo hace perfectamente, aun si lo hiere tanto que su corazón se comprime cuando lo intenta agarrar, con las uñas clavándose con saña, dejando marcas de media luna estropeando su lisa piel de porcelana.
Intenta meterse un puño en la boca para que así Aomine no llegue a oír sus sollozos, cuando el as moreno inmoviliza pasándose por su parte baja, tomándolo completamente, en cualquier momento, en cualquier lugar, totalmente independiente de donde estén. Hace que duela menos, aliviando el hueco en su corazón. Sin embargo, aun duele, hasta el punto que Kise quiere chillar y gritar, y borrar esa estúpida sonrisa que Aomine aún tiene en el rostro.
Sigue siendo tan impotente frente a él.
Kise lo sabe, y lo odia tanto, se odia a sí mismo por ser tan patético y dejar que ese bastardo juegue con él cómo se le plazca, donde Kise se lo permite sin emitir objeción, envuelto en su dedo anular como un cachorro necesitado mendigando amor y atención.
La figura por la que tanto ha buscado, ahora está entre sus brazos…
Tan cerca pero a la vez tan lejos.
Kise ríe ante la ironía de todo esto; para él suena como una línea propia de uno de esos ridículos mangas shoujo que Momoi suele leer durante sus prácticas.
Mira donde está ahora.
Siendo usado, utilizado. Lanzado lejos en un momento en que ni siquiera lo note.
No hay amor.
No hay emociones.
Sólo sexo.
Sólo tienen sexo y cuando lo hacen, el placer es efímero y mundano.
Y Kise llora.
No puede evitarlo. No hay nada que pueda hacer en su contra.
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—Oye, Aominecchi, e-estamos en un casillero… ¿Qué pasará si alguien viene? —Kise empuja suavemente a Aomine no siendo lo suficientemente fuerte para alejarlo.
Ni siquiera lo intenta, aun cuando sabe el resultado. Ni siquiera intenta poner resistencia.
—Sólo cállate —.Aomine ruge mientras lo desviste, besando su cuello posesivamente—. Eres mío. Y no irás a ninguna parte.
Kise se pone rígido y comprime sus puños, traga la amargura acumulada en un tumulto, sustituyéndola por una triste sonrisa.
Puede sentir sus lágrimas acumulándose en sus ojos.
—No soy tu juguete, Aominecchi. —Un débil intento de decir no.
Aomine se burla y finge no escucharlo.
Sabe quién es aquel a quien Aomine anhela, y lo sabe porque su nombre se desliza entre los labios del moreno, muy suavemente, mientras tienen sexo.
La sombra de Aomine.
Y él nunca se podrá comparar.
Kise siente como si él nunca sería capaz siquiera de ser llamado un reemplazo.
Amigos con derecho al sexo. Esa es la única relación que llevan.
Una repugnante broma, una farsa en la que él es el bufón que entretiene a todos.
Aomine ni siquiera lo mira a los ojos, una vez que ha terminado y se levanta, sin mirar atrás.
Lo siento, Aominecchi.
El único que debe disculparse es el mismo.
Las lágrimas no se detienen.
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