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Eros&Apollo por Chinomiko

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Notas del fanfic:

Historia original involucrando estos dos personajes mitológicos. Acabará en un par de capitulos. Y habrá lemon//smut. El que avisa no es traidor ♥ Enjoy!

Todo se remontaba a milenios atrás. Apolo, dios de muchas cosas y, entre ellas, de los arqueros, se encontraba tumbado cómodamente en un lujoso sofá en el olimpo, en la sala solo habían algunos dioses menores cotorreando y un par de simples sirvientes. Oh, y Eros. 

El joven portador del deseo sexual y el amor, hijo de Afrodita y Ares cuando estos jugaban a uno de sus muchos roles sexuales; Poros y Penia, la abundancia y la pobreza. Sólo Dios, o en este caso Zéus, entendería sus puteríos y guarrerias. 

En fin, eso no viene al caso.

El joven "cupido", como dirían los romanos, afilaba una de sus flechas, cansado tras un arduo trabajo uniéndo la vida de dos jovenes. Una tarea menos, se decía el representante del amor entre varones, Afrodita estaría orgullosa.

-¿Que, vienes de lanzar flechitas, rizitos? -pero Afrodita no era Apolo. Apolo era más bien gilipollas. O esa era la opinión del de ojos azules.

-Es mi trabajo, otros se pasan el día tumbados -replicó. Ni cobarde ni temeroso. El otro hombre, ligeramente más alto, y mucho más elevado en cuanto a cargos se refiere, le miró con superioridad, y con el orgullo dañado.

Todos los cuchicheos se detuvieron y en menos de un pestañeo todo el mundo se había pirado, no queriendo verse involucrados en los ires y venires de esos dos cabeza huecas.

El hijo de Zeus y Leto, mellizo de Artemisa, se levantó en toda su envergadura, y aún siendo imberbe, el Adonis lucia como todo el adulto que era. Eros se sintió pequeño, pero no lo iba a admitir.

Y después de un par de insultos, alguna flecha cruzada y un par de columnas y los consiguientes edificios derrumbados, Zeus les echó la bronca del siglo. Literalmente, fué orígen de chistes y frases echas durante los próximos cien años. 

Pero Eros no se quedaría de brazos cruzados. Claro que el propio padre de Apolo prefería a su hijo que a un familiar lejado y "No relevante" como podría ser el rubio, por mucho que Afrodita le defendiera. 

Y el estaba harto de ser el hijo de mamá entre todas las peleas. Asique hizo una flecha de oro digna de enamorar al alma más rebelde, y una flecha de plomo que dotara de sentimientos de repulsión al que lo recibiera. 

Sigilosamente siguió a Apolo por los amplios jardines de la mansión del adonis y mientras éste observaba  a Dafne, ninfa de los bosques, el entrenado arquero disparó y dió de pleno.

Apolo cayó enamorado instantáneamente, y ni siquiera percibió la presencia de Eros o la causa de sus artificiales sentimientos.

Eros aguantó la risa, descendió al encuentro con Dafne y sin más le disparó la flecha de plomo, asegurandose de que Apolo recibiera un rechazo amoroso.

Lo que se pudo reír cuando el dios de ojos verdes se dió cuenta de sus artimañas, sin poder evitar ser víctima de los dolores del desamor por un largo tiempo; y quien dice largo, dice varios siglos, pues las flechas estaban hechas para afectar a un humano toda su existencia.

Eros se ganó una buena bronca por la jugarreta, pero no le importaba, sabiendo que peor lo pasaba aquel idiota tan gallito.

Y a partir de entonces, ese par eran un gran dolor de cabeza para el padre de uno de ellos. Y Zeus no iba a permitir más peleas entre diosas, semidiosas y jovenes apuestos de orejas puntiagudas por desamores y enredos de aquellos pequeños diablos, poco dignos de representar el amor.

Así un buen día los hizo llamar y estos acudieron prestos, queriendo llegar los primeros. Al anciano dios le iba a reventar la vena del cuello.

-¿Que ocurre, padre? -preguntó solícito el de pelo lacio, castaño claro. El rubio de rizos corroboró con un asentimiento.

-¿Consideráis al otro inferior? -preguntó "el jefe". Se miraron entre ellos dudosos, ¿era una trampa? ¿un acertijo? - Responded, es una pregunta muy simple.

-Obviamente, padre, yo soy mejor -replicó Apolo con orgullo- No solo por mis buenos  orígenes y mis cargos, si no por mis altas capacidades, que no conocen límites en mejoras y además... -fue interrumpido.

-No comparto la opinión -dijo, resuelto, Eros- Yo, proviniendo de un linaje más sencillo y aun así honroso, trabajo todos los días, sin descanso, y viajo por todo el mundo y por todo el olimpo, y nunca pido nada a cambio ni me quejo. Me honra mi trabajo. Y siempre practico y completo las misiones con éxito, mientras que otros sólo intervienen a su parecer y gandulean en los mentideros del Olimpo.

Cuando Apolo estaba apunto de hacer un ingenioso insulto sobre el culo abierto de par en par de Eros y los rumores más escandalosos que se oían en los mentideros, Zeus intervino.

-¿Y que hay de otras cualidades? ¿Quién es el más humilde?

-¡Yo! -respondieron a la vez, luego se miraron con odio.

-¿Así es? -cuestionó el experienciado extorsionador, acariciandose la barba, y fingiendo inocencia.-  Apolo, ¿que opinas de la manera de actuar de Eros en sus misiones?

El castaño tragó saliva lentamente, Eros censuró una sonrisa.

-Realiza las misiones correctamente, es cierto.

-¿Y tú, Eros, crees que Apolo es digno de representar a los de tu clase, los arqueros?

-No hay duda, señor. -se le atragantó el orgullo un poquito, pues sonó bastante falso. Con lo poco que practicaba Apolo, Eros estaba convencido de poder ganarle.- Apolo ganó el título de manera justa.

-¿Que os parecería una apuesta? La definitiva. Ambos sois buenos arqueros, dotados en el arte del coqueteo y por el mismísimo fuego del Olimpo, hay más bastardos vuestros que mios. -rió con una carcajada profunda y ruidosa. Ambos galanes sacaron pecho con orgullo.

-¿En que consiste? - preguntó Cupido. 

-Es sencillo. Durante un día y una noche, Apolo servirá y complacerá a Eros. -al hijo de Zeus casi le llegan las cejas al inicio de su flamante cabellera al alzarlas con desconfianza y asombro. Eros rió socarronamente,  esta apuesta la ganaba fijo.- Al salir el sol del nuevo día, Eros tomará el rol de Apolo y Apolo el de Eros. 

-¿Por que? -replicó, un tanto frustrado el rubio.

-Estáis igualados en casi todos los campos, lo habéis demostrado, pero nunca os habeís enfrentado en vuestra capacidad de servir, de dar, de ser humildes y ayudar sin esperar nada a cambio.

-Menuda pérdida de tiempo -replicó Apolo- Soy un dios de alto linaje, no necesito demostrar que puedo hacer las tareas más simples y bajas.

-¿Que es eso que huelo? -se burló Eros- ¿Alguien se ha meado de miedo? 

Zeus tuvo que contener las ganas de saltar de júbilo.

-¿Disculpa, ri-zi-tos? -dijo con cierto retintín- Cuando tu te meabas en los pañales, yo ganaba guerras con Ares, asique cierra esa bocaza, que muchas cosas le entran ya como para que se trague un puñetazo.

-No es mi culpa atraer más varones que tú, viejales. No todos podéis ser como el vino tinto, que mejora con los años -se abarcó con un gesto de mano- Algunos sencillamente decaen -y ahora abarcó al adonis, que ya desenvainaba.

-¡Basta! -se alarmó Zeus- Dejaros de palabrería. Declaro comenzada la apuesta. - y con un gesto, un simple chasquido, Hermes salió raudo a informar a todos los dioses. Esto sería digno de presenciar.

Apolo miró a Eros, con cierto recelo. Si le hubiera tocado a  él el papel de señor tenía muy claro que habría sacado al rubio de sus casillas en menos que se tarda en llegar al Inframundo.

El de cabellos rizados sonrió con socarronería.

-Regreso a mi casa, Zeus, gracias por supervisar la apuesta. Vamos, lacayo -dió un chasquido y unas finas cadenas doradas adornaron tobillos, muñecas y cuello de Apolo, y sus prendas caras y pomposas fueron sustituidas por un uniforme más sencillo.

Al dios le salieron canas del estrés repentino. Ahora era oficialmente el sirviente de Eros. Y por ello le siguió todo el camino, cual paseo para vergüenza pública, hasta la humilde, a sus ojos, morada del cupido.

Al caer la tarde el castaño iba a reventar.

Había limpiado más que en toda su existencia. Había hecho cosas miserables para su condición, como llevar el correo o cocinar para Eros, quien se había asegurado personalmente de que el dios no recibiera ayuda. Y ya se había enterado de todos los rumores, coñas y chismorreos que habían corrido como la polvora. Hasta Artemisa se burlaba de su mellizo, que arreglaba los setos con cara de seta.

Una campanita sonó por millonésima vez, literalmente. Apolo acudió raudo, porque no llevaba todo un día de tragar mierda para cagarla ahora. No, iba a ganar esa apuesta,  y, sobretodo, iba a encargarse de que el rizitos pagara. 

-¿Si, señor? -hizo una pequeña reverencia que acentuó la sonrisilla de Eros.

-Que pasividad, ¿tanto acostumbras a someterte? -Apolo hubiera querido responderle que el que mejor dominaba aqui era el, y que lo podría hacer llorar de placer y pedir su hombría sin tener que tocarle si quiera. Quizás exageraba un poco, solo quizás. Miró con una falsa sonrisa cordial al joven, tumbado cómodamente leyendo un libro, "Kamasutra" rezaba el título.

Eros dejó su lectura a un lado y se sentó, luciendo repentinamente cansado, y sobándose un hombro como si le doliera horrores.

-Supongo que no recuerdas como se siente -dijo el de rizos- pero los que trabajamos en ocasiones sufrimos ciertos dolores físicos.

-Cierto es que los cuerpos jovenes, menos entrenados, los que no saben que es el trabajo duro -dijo con cierto retintín, a la vez que se decía a si mismo que se estaba pasando. La mirada gélida de Eros se lo confirmó.- a menudo se resienten. O quizás solo trabajo demasiado, es usted tan devoto a sus tareas.

-Amo -dijo con tono de superioridad el rubio mientras se despojaba de la camisa con ribetes y encaje que llevaba. No en vano decían que tenia más pluma que un pavo real. Al cupido se la sudaba bastante, sabía que todo le quedaba divino.

-¿Cómo dice? -Apolo le miró confundido, aún no salía el sol, hacía pocas horas que habían cenado. Cabe resaltar que él lo había hecho con el servicio.

-Que me llames amo. "Es usted tan devoto a sus tareas, a-mo" -su sonrisa de pavonería daba pavor. A Apolo se le puso la cara de todos los colores, tragó profundo  y con los nudillos blancos de tanto apretar los puños asintió.

-Como desee... amo -casi lo escupió. Todo por ganar, era mejor que ese niñato al que le sacaba una cabeza y media. Eros rió quedamente.

-Esto es la gloria. -dijo en voz bien alta, sin importarle.- Quiero un masaje, lacayo. -añadió.

Oh, la paciencia... a este paso se le iba a agotar, pensó Apolo. El de rizos se tumbo en el muy amplio sofá en el que fácilmente cabrían tres personas. 

-Si, amo -asintió. Se arremangó la penosa vestimenta, agarró de la cornisa de la chimenea una de las lociones para masajes sin mirar si quiera y se acercó a Eros, quien descansaba la cabeza sobre los brazos cruzados. Con su amplia espalda a la vista.

Apolo tuvo que admitir que, pese a ser una belleza un tanto andrógina, y no tan varonil y masculina como la propia, aquel chavalín tenía un polvo.

-Vamos, ¿a que esperas? ¿a tu neurona se le ha olvidado como se pone un pie detrás del otro? Se llama caminar. -excepto cuando abría la boca... cuando abría la boca Apolo quería meterle una zapatilla hasta la traquea. 

Se apresuró, todo con el fuerte deseo de ganar, solo quedaban unas horas. Cuando se fuera a dormir y despertara sería tan sencillo como sacar de casillas al chiquillo con peticiones extravagantes y vergonzosas, Eros tenía mucho que aprender de su amplia imaginación para la tortura psicológica.

-Sería mejor que colocara los brazos a los lados del cuerpo, amo, de otra manera podrían pinzarse los músculos sobre sus omoplatos. -Eros obedeció sin opinar. 

El castaño destapó la botella y un fuerte aroma tropical invadió sus fosas nasales y rápidamente toda la sala. Se empapó bien las manos, poca idea tenía de masajes, la verdad. Sencillamente imitaría lo que normalmente su fisio le hacia a el, y se encargaría de no toca la columna de Eros principalmente  para no dejarlo paraplejico. 

Puso ambas manos en los hombros del rubio y apretó con gentileza, para vergüenza del chaval un suspiro escapó de sus labios. Y eso sonó a victoria para Apolo, pero rápidamente el cupido recuperó la compostura. No iba a suspirar por el tacto de aquel viejales creído, sólo el podía hacer suspirar a sus ligues con una simple caricia, y no aceptaría que, le gustase o no, Apolo tenía mucha más experiencia.  

Mientras, el otro dios estaba bastante sorprendido de ver que, en realidad, el joven si tenía la espalda bastante cargada. Sonrió con un ligero orgullo, sabiendo que el otro no le veia, y se convenció que no era porque le tuviera cariño a Eros en especial, si no por el orgullo de ser el representante de todos los arqueros. 

Con más cariño del que en un principio pretendía aplicar, pues quería tomarse aquello como una pequeña venganza y reventar las contracturas del arquero. Pero no pudo, se veía tan sencillo, tan humilde y frágil, con su rostro de niño relajado tras un arduo día de trabajo.

Apolo se metía mucho con el enano pero la verdad es que se curraba su trabajo, travesuras aparte. Y si tenía a tantos hombres por detrás, no era porque "lo que está en oferta siempre llama la atención", como solía decirle burlonamente, sino porque la verdad tenia un cuerpo para el pecado y, cuando no estaba en plan chulito, era bastante majo y divertido.

Con alegría vió que aquella contractura ya se había desecho, y de pronto toda la piel de Eros se erizó. Apolo desvió la mirada a su cara, esta estaba toda roja, como no hacía ruido el dios pensaba que el joven arquero se había quedado dormido.

Tuvo que aguantarse el comentario socarrón, porque no quería perder la apuesta, pero se vengaría de otra manera. Puso un poco más de loció sobre los omoplatos de Eros, que al caer fría sobre el cuerpo del otro provocó un pequeño respingo y un gesto de incomodidad. 

Apolo apartó el largo pelo de Eros y lo amarró con una pinza de las muchas que había desperdigadas por el sofá junto con esmaltes de uñas y revistas. Con malas intenciones llevó las manos hasta el cuello del de rizos, esparciendo la crema por el camino, y con las uñas dibujaba patrones que le causaban escalofríos.

-¿Donde has aprendido tú a hacer masajes? Eso es una caricia, no un masaje -replicó con la voz trémula el de orbes color cielo.

-No parecía disgustarle, amo -con bravonería se subió sobre el más pequeño, encajando su pelvis con el final de aquel esponjoso trasero, Eros contuvo las ganas de escabullirse avergonzado y avanzar un par de centimetros alejandose de aquel vulto que ni si quiera estaba en todo su explendor. Ah, espera... ¿no lo había comentado? Eros estaba enamorado de Apolo desde que podía recordar. Pero aparte de su odio oficial, de las muchas putadas que se hacían y muchas otras cosas, como su timidez en temas amorosos -ojo, que no los sexuales-, Apolo preferia dos tetas a dos pectorales.

-No me parece tu actitud muy servicial -replicó con perspicacia, Apolo se alarmó, no la  iba  a cagar ahora. 

-Disculpas, amo -fijió un arrepentimiento exagerado. Siguió masajeando, esta vez la baja espalda, y con cada movimiento se balanceaba contra esas dos protuberancias, y cada vez hacía más calor en la habitación.

De echo, Apolo diría que le ardían las manos, con curiosidad cogió el bote de aceite y leyó el nombre.

Oopss.

Eso no era aceite ni crema, era lubricante. Lubricante efecto calor, más concretamente. Ahora entendia mejor la respuesta de Eros, pero aún así tuvo que contener una risa. 

-¿Caliente, amo? -preguntó con dobles intenciones. Oh, si, se iba a reir un ratito del joven, tras todo un día de tragar orgullo.Solo tenía que asegurarse de cumplir bien su papel de sirviente.

-Hace calor, si... -murmuró el otro con el ceño fruncido, mirando el reloj de reojo, en siete horas cambiarían los roles,  y no esperaba piedad de Apolo. Y la verdad es que pensar en eso era lo que más caliente le estaba poniendo, más allá de esas manos sobre su cuerpo o que el muy idiota estuviera usando la loción equivocada.- Ve, abre las ventanas, suficiente masaje, tengo sueño -una mierda sueño, lo que tenia era el puto monte Olimpo entre las piernas, y necesitaba calmarse YA. O le iba a reventar un huevo. 

Apolo se sintió un tanto frustrado, ahora que pensaba jugarle una mala y provocarle una saliente incomodidad al rubio... oh, miedo le daba pensar que Artemisa tenía razón, y en realidad era odio disfrazado de pasión. Y pasión disfrazada de amor. 

Sacudió la cabeza mientras se dirigia a abrir los ventanales, habia visto crecer a ese niño, y por eso suprimia todos sus sentimientos, orgulloso de mierda o no, aquel pequeño angelito arquero merecía más respeto que ser otra noche en la vida de Apolo. Y el no era tan hijo de mala madre como para hacerle daño. Y su orgullo como adulto, como parte protectora de aquella extraña y liosa relación, no le permitiría dar nunca el primer paso hacia algo más serio.

Quizás fuera miedo.

Quizás su orgullo no le dejara aceptarlo.

Cuando se giró, con un inicio de dolor de cabeza, no pudo evitar quedarse en blanco.

El pelo rubio, rizado,  mal recogido, con mechones rebeldes cayendo por su espalda y pegandose a causa del megunje, el cual desprendía un olor muy atrayente. El cuerpo ligeramente marcado, con los músculos resaltados, un brazo intentaba mantener el recogido en su sitio y no mancharse más el pelo. La otra mano descansaba sobre su cadera intentando en vano cubrir aquel falo que se alzaba con toda su alegría,  independientemente de la opinión de su dueño.

Eros carraspeó, estaba sonrojado, era inútil, ahora mismo Apolo estaría inventado millones de putadas y pullas que soltarle al día siguiente, y él solo podría callar cual puta, por no perder la apuesta. Porque no iba a permitirle ganar, su relación terminaría si no tuvieran nada por lo que enfrentarse. ¿Con que excusa iba a ir a verle?

-¿Que miras, lacayo? -se apoyaría en su soberanía momentánea. Apolo se forzó a regresar al mundo real. 

-Disculpe, amo -pero se le escapó una sonrisita. Se calzaba una buena, el chaval; pensó con su pervertida mente el dios. 

Minutos después Apolo se encontraba pacíficamente durmiendo sobre una cama de mierda que le causaría dolor de espalda, mientras que Eros acariciaba suavemente su abdomen.

-Mmm... A-Apolo -susurraba, con el pelo todo alborotado sobre la almohada y las mejillas color carmín, mientras una de sus manos pellizcaba uno de sus pezones. Era un fetiche personal que tenia. Y le gustaba pensar que era aquel "viejales" y no su mano.

Lentamente metió la mano por sus pantalones de seda y agarró su miembro, duro como una roca desde que aquel masaje había terminado. Le provocó cierta inseguridad pensar sobre cual podría ser la opinión del castaño sobre como había reaccionado, pero el placer al deslizar su pulgar sobre el glande le distrajo y provocó un nuevo gemido.

Se giró y se puso boca abajo, con el pecho casi pegado a la cama, bendita su flexivilidad, y mordió la almohada para no dejar escapar ni un solo ruido más. La verdad es que no le importaba que el servicio en general le oyera, y de normal haría bastante estruendo, pues era de natural ruidoso, pero no pretendía que cierto guaperas  a cuatro habitaciones de distancia le oyera gemir su nombre.  

Su mano se movía rápidamente sobre su hombría, pensando que era Apolo quien le hacía eso. Su otra mano masajeba con cuidado sus testículos y tironeaba de ellos con delicadeza, dios, se sentía en el cielo pensando en aquella lengua rosada recogiendo con  lujuria las gotas de presemen que caían sobre el colchón.  

-Mmgg -gruñó contra el almohadón, sintiendo aquel remolino de sensaciones aglomerandose en su bajo vientre. Deslizó la mano que acariciaba sus huevos hasta su boca, mientras disminuia la velocidad en su otra mano. Ensalivó bien su dedo medio y lo llevó hasta su trasero, repitiendo un par de veces esa acción para lubricar su entrada. 

Era de natural activo,  y no solía estar en cuatro, pero no podía evitarlo cuando fantaseaba con Apolo. 

Solo necesito introducir ese dígito en su plenitud y buscar su próstata durante un par de segundos, sabiendo muy bien donde estaba la maldita, para soltar un buen grito de placer que de seguro habría despertado a alguien.

-¡OH, DIOS! -jadeó- Si, si, ahí, Apol... ¡ah! -en un esfuerzo consciente volvió a morder la almohada, de verdad que le apetecia desfogarse a chillidos más que nunca. También estaba más caliente que lo que habia estado en mucho tiempo. Y con la idea de que era Apolo dedeándolo, se corrió con un fuerte grito.

Y con un jadeo despertaba a un par de habitaciones el renombrado dios. Confundido y desorientado, acababa de tener, no por primera vez, un sueño húmedo con el de rizos, pero esta vez habría jurado que sus gritos eran de verdad.

Porque Apolo tenía un fetiche, y era que que amaba a los amantes chillones y con carácter, y no podía evitar pensar que Eros sería de ese tipo, y que le gritaría guarrerias y pediria por más, despertando a todo el servicio de la mansión del castaño. 

Sintiendose un pervertido, y un aprovechado por haber utilizado asi a Eros esa tarde -el y sus arrebatos de conciencia a medianoche-. Se dió una buena ducha de agua fría y ya no pudo dormir bien en lo que quedaba de tiempo hasta la madrugada.

Pero eso le dió tiempo para preparar una buena venganza. Iba a ganar esa apuesta, por sus cojones. Conseguiría sacar la fiera que Eros tenía dentro, y que era indomable, y cuando el más bajito perdiera los papeles y le gritara Apolo podría oficialmente proclamarse mejor que él. Aunque en la oscuridad de las sábanas siempre sería su musa, por muchas peleas y desajustes, Apolo siempre valoraría como invencible aquella inocencia, pureza, característica del rizado. Que por mucho que jugara a ser un buscavidas y un chulito, hasta un amante concurrido, se sonrojaría cada vez que viera alguien decir "te quiero" a otra persona.

Porque Eros era por dentro un niño que había crecido solo, cumpliendo las altas expectativas de su madre, que aunque lo quería, era poco dada a demostrarlo. Y muchas veces el pequeño Eros había acabado siendo cuidado por otros dioses u otros criados. Y Apolo mismo había cuidado de Eros a su manera, siempre poniendole retos,  apuestas, que motivivaban al niño a esforzarse más con el arco, a irse a trabajr antes. Y aunque ese hubiera sido el inicio de su rivalidad sana, hasta lo de Dafne se llevaban bastante bien, y quedaban sencillamente por que si, para pasar el rato con retos estúpidos. 

Pero las cosas cambiaban, y cada vez se distanciaban más. 

Apolo quería remediarlo. Eros quería arreglarlo.

Los dos tenían demasiado orgullo.

Notas finales:

En el siguiente capítulo veremos a Eros jugando el papel de sumiso ¿aguantará? ¿perderá? ¿hablarán de lo que de verdad sienten?


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