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Yo venceré. por MeganeShintaro

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Notas del fanfic:

Fanfiction en colaboración con Commander Handsome.

 

"Soy absoluto." por MeganeShintaro.

"Soy el verdadero." por Commander Handsome.

 

 

 

Los personajes de Kuroko no Basket son propiedad de Tadatoshi Fujimaki.

“Soy absoluto.”

 

Déjame entrar

 

 

Míralo...escuchó que le decía mientras notaba como su lengua rozaba el lóbulo de la oreja del peliverde sentado frente a él, al otro lado del tablero de Shōgi. Odiaba admitirlo, pero poco a poco se iba acostumbrando a su presencia, aunque ésta le resultara igual de desagradable como el primer día.

 

 

La primera vez que se le apareció, él se encontraba en su habitación, interpretando a la perfección «El Bolero» de Ravel con su violín, cuando al dirigir su mirada a la ventana vio algo que le llamó la atención lo suficiente como para detenerse y dejar su instrumento a un lado. Fuera, en el jardín, alguien lo observaba. Inmensa fue su sorpresa al notar que aquella persona era exactamente igual a él, a excepción de sus ojos. Desde que posó sus rubíes en aquellos heterocromos, supo que jamás los olvidaría. Y aunque lo quisiera, ya no podría.

 

 

Es patéticole dijo, provocándolo, observando con sus bicolores ojos como el otro se tensaba y apretaba los puños con impotencia; porque eso era lo que sentía, podía verlo, como todo.

 

Disfrutaba torturarlo, mostrarse ante él, demostrándole, o más bien recordándole, que no estaba solo, que jamás lo estaría, que él siempre estaría dentro suyo, sin importar lo mucho que luchase en su contra. Él ganaría, como siempre lo hacía.

Sus métodos eran los mismos, cada uno de ellos tenía el mismo objetivo, destrozarlo, destruirlo hasta el grado de no poder seguir soportando aquello: “Ahora míranos...” le dijo sin apartar su mirada gélida de la suya, al mismo tiempo que posaba el frío metal sobre la pálida garganta de Midorima, quien se encontraba mirando a Akashi fijamente: — “Un ser tan complejo como lo somos juntos, no debería tener una debilidad como esta.” agregó posando su mano sobre la cabeza del más alto.

 

“¿Qué haces?”.

 

Déjame entrar”.

 

¿Acaso aquello era una amenaza? Sintió como un nudo se formaba en su garganta. Sabía muy bien a que se refería. Había pasado demasiado tiempo con él como para entenderlo. Su cuerpo, eso era lo que pedía. Él mismo se lo había admitido meses atrás cuando, cansado de ser acosado y perturbado con su presencia, le preguntó qué era lo que quería de él. Pero la situación jamás había llegado a semejante extremo; de verdad estaba amenazándolo con quitarle a la persona que consideraba la más importante de su vida.

 

“No lo hagas… vete”.

 

Sus labios se curvaron levemente hacia arriba. Podía ver y alimentarse de su desesperación, su temor, su angustia. Una simple palabra no bastaba para que se alejara: Déjame entrar”.

 

Sin apartar su vista de la de Akashi, deslizó, ejerciendo un poco de presión, la navaja de un lado al otro. Lo hizo lentamente, mientras que con su mano libre sujetaba los verdes mechones de cabello, llevando hacia atrás la cabeza de Midorima, para lamer el expuesto cuello empapado en aquel líquido carmesí que escapaba sin control de las venas y arterias seccionadas: “¿De veras crees que me iré, así sin más?le preguntó haciendo a un lado al ya agonizante Midorima, arrojándolo con desdén al suelo y tomando su lugar en la silla ensangrentada.

 

“¡No!”.

 

Se levantó y corrió para arrodillarse a un lado de su amante, quien había llevado por simple reflejo sus manos a su  garganta, como si con aquello evitara seguir ahogándose en su propia sangre. Akashi había perdido la calma, aquella que por tanto tiempo había intentado mantener intacta para resguardarse de las garras de aquel parásito que tanto ansiaba adueñarse de su cuerpo.

 

Lo sujetó entre sus brazos, arrimándolo a su pecho mientras le repetía una y otra vez que no lo dejara, que lo perdonara, que lo amaba, sintiendo como la vida de Midorima se escurría de entre sus manos.

 

 

“¡Akashi!”.

 

El grito asustado del peliverde lo devolvió a la realidad como si le hubieran dado una bofetada. Su rostro estaba empapado en lágrimas, su cuerpo entero aún tiritaba y podía escuchar sus latidos rápidos y descontrolados. Conmocionado, perdido, destrozado; así se sentía. Midorima estaba a su lado, observándolo con una expresión preocupada.

 

Le preguntó si se encontraba bien, aunque la respuesta era evidentemente obvia. Lejos de responderle, el pelirrojo se encontraba sumergido en su propia miseria, abrazando sus rodillas contra su pecho. Llevó lentamente sus temblorosas manos a su rostro y luego hacia su cabello, jalándolo con histeria. “No fue real, no es real”, se repetía mentalmente una y otra vez, intentando auto convencerse, intentando calmarse a sí mismo. Pero si no había sido real, ¿por qué podía sentirlo entonces? Siempre al acecho, esperando el momento justo para atacarlo y derribarlo.

 

Se puso de pie con dificultad. Midorima intentó ayudarlo, pero se negó. Quería guardar el poco orgullo que le quedaba, su otro yo ya lo había humillado y sometido demasiado. El agotamiento físico que padecía era extremo, no entendía por qué se sentía tan cansado. Las piernas estuvieron a punto de fallarle, pero dio un paso y luego otro, con su confundido y preocupado amante, siguiéndolo de cerca por si llegaba a caer.

 

Llegaron hasta el baño y le pidió que lo dejara a solas, excusándose de que se encontraba hipotenso y necesitaba refrescarse. Cuando estuvo solo, se encaminó al inodoro y vomitó todo el contenido de su estómago, hasta que su garganta ardió y ya no expulsaba nada más que bilis. Se mantuvo allí, en el frío suelo, intentando reponerse para enfrentar a aquel que lo aguardaba detrás de la puerta.

 

Déjame entrar”.

 

Aquella voz, su voz, lo desquició. Sus rubíes ojos pasearon por todo el cuarto mientras se ponía de pie. No estaba allí, su respiración se volvió entrecortada e irregular, estaba aterrado de que lo hiciera vivir otra experiencia como la de hace unos momentos. No podría soportarlo de nuevo.

 

Déjame entrar”.

 

“¡Ya déjame en paz!”.

 

Él será mío, al igual que tú.”

 

“Ya basta… por favor.”

 

Escuchó una tenue risa y sus ojos, hinchados de tanto llanto, se cristalizaron. Estaba jugando con él, y gozaba con su sufrimiento y su humillación.

 

Mírate al espejo.”

 

Akashi observó su reflejo y las lágrimas comenzaron a brotar nuevamente. Su rostro estaba desencajado, empapado, enrojecido. Estaba destruido, pero lo que lo devastó fueron sus ojos. Uno rojo cual rubí, y el otro… un topacio ambarino.

 

“No”.

 

Eres mío”.

 

“N-no…”.

 

De pronto, el oxígeno comenzó a escasear y la luz fue extinguiéndose poco a poco. “No es real, no es real. Solo está jugando conmigo”

Intentó correr, huir de aquel sofocante espacio, huir de él, pero su cuerpo no respondía. Quiso decirle que se detuviera, que se fuera; quiso llamar a Midorima, pero sus labios no se movieron, y la ruina, la desolación y el miedo puro lo invadieron.

“No es real…”.

 

 

“Akashi ¿Te encuentras mejor?”.

 

La puerta se abrió. Salió con paso calmado y lo miró. Midorima, por su parte, le devolvió la mirada perplejo. No solo estaba muchísimo más calmado, sus ojos habían cambiado, era como si la persona que tenía en frente fuera otra.

 

“Pido disculpas por el episodio de recién… estoy muchísimo mejor, gracias” le dijo con naturalidad: “¿Continuamos?” preguntó mientras tomaba asiento frente al tablero de Shōgi, haciéndole un gesto para que él hiciera lo mismo.

 

“Pero…”.

 

“No te preocupes, Shintarō. Lo que sucedió fue que mi mente me jugó una mala pasada… sabes que no es la primera vez”.

 

Midorima, algo dubitativo, se acercó y tomó asiento frente a él. Después de todo, estaba en lo cierto. No era la primera vez que Akashi veía u oía cosas, pero aún no podía evitar sentirse preocupado, ya que nunca había sufrido un episodio como el de hace unos instantes.

 

 

El pelirrojo sonrió con serenidad e hizo su jugada, continuando la partida, y el peliverde le siguió.

 

Le ganaría, como le había ganado a su otro yo.

Aunque debía admitir que Akashi había sido un hueso duro de roer, pero aquello no le extrañaba, después de todo, eran la misma persona.

Ahora, ese cuerpo era suyo, o por lo menos durante el tiempo en que Akashi reuniera fuerzas para arrebatárselo. Y cuando aquel momento llegara, solo debía volver a vencerlo.

Volvió a sonreír, complacido.

 

Aquella era su primera victoria de muchas.

 

 

 

 

“Soy el verdadero.”

 

Infidelidad.

 

 

¿Quieres ver cómo disfrutamos?

 

Aquellos ojos bicolores brillaban al pronunciar esas palabras, su sonrisa dejaba al descubierto sus intenciones. Ya estaba advertido, ya se lo había comunicado antes… “Él será mío, y si no puedo lograr que se quede, entonces haré que se vaya. No permitiré que esté cerca de ti.” ¿Acaso no era él quién tendría que decir aquello?

 

Todo le había sido arrebatado. ¿Qué le quedaba? Nada. Ya nada era suyo. Ni su cuerpo, sus amigos, ni siquiera su vida… Y ahora tampoco lo sería su persona más preciada.

Malherido en el suelo sólo podía dirigirle una mirada cargada con desprecio. Si decía algo, él lo tomaría como un desafío y se encargaría de convertir su estancia allí en un infierno aún peor.

Tampoco quería mostrarse débil ante aquella persona… ¿De verdad era incluso más débil que aquello que surgió a partir de sus inseguridades? Así parecía, al menos esa era su realidad en aquel momento.

 

Cada segundo que aguantó, cada momento de lucidez, cada día que era él mismo…Nadie estaba consciente de lo difícil que era aquello. Intentar tener el control de su cuerpo, de sus pensamientos, de su vida. No podía. Sus debilidades lo hacían más fuerte al otro, sus inseguridades lo hacían crecer cada vez más y más. Las responsabilidades que cargaba en su hombro… ¿Por qué parecía un placer para aquella persona? Aquel ser que lo manipulaba, que lo tentaba, que en cualquier momento tomaría su lugar.

 

 

¿Crees que Midorima no se dará cuenta? ¿Piensas que es tan ingenuo que no podría distinguir entre tú y yo?

 

¿Y tú realmente crees que le interesa o que puede resistirse?

 

No pudo hacer más que apretar la mandíbula y rechinar sus dientes.

 

Heh, eso creí.

Con una sonrisa de lo más burlesca procedió a hablar por última vez antes de marcharse, antes de tomar el control de aquel cuerpo, de aquella persona, de aquella existencia.

 

 

 

Podía reconocer aquella espalda donde sea que la viera. Aquella nuca y el cabello…Sabía quién era, pero desearía poder escaparse de aquel lugar. No verlo, no ver lo que sucedería a continuación.

 

— Akashi, ¿pasa algo?

Tal y como el verdadero dijo, era imposible que Midorima no notara su cambio. Aunque aún no exteriorizaba aquel cambio en el color de sus pupilas, el peliverde siempre lo estaba observando. Seijūrō estaba consciente de eso. Nunca le molestó, tal vez le daba un poco de curiosidad, pero no podía preguntar, se suponía que Midorima lo observaba cuando él no le ponía atención…

 

— No sucede nada, Shintarō. Vamos.

Su mirada no era más que una invitación cargada de lascivia. No le interesaba la persona que estaba a su lado, no le interesaba ni siquiera la persona que tenía atrapada en su interior. Sólo quería hacerle saber al más débil de ambos quién era el dueño de aquel cuerpo.

 

Tal como dijo antes, sabía que el oji-verde no se resistiría. No importaba si no era gentil, si era apresurado, si sólo le importaba su propio placer. Cuando estaba con las piernas abiertas debajo suyo, ya no había vuelta atrás. Midorima no podía hacer más que gemir y pronunciar su nombre entre jadeos.

 

 

Había recuperado sólo un poco de sus fuerzas, las suficientes como para permanecer en ese cuerpo un día más.

La persona que estaba a su lado no era más que un traidor.

Sabías que no era yo, ¿por qué dejaste que él te toque?

Marcas en su espalda y cuello. Mordidas que ahora eran moretones, ¿tan brusco había sido?

No lo había visto. Incluso si tenía boletos para presenciar aquello en primera fila, no pudo verlo. Cerrar sus ojos, intentar “dormir”, dejar de existir momentáneamente para luego renacer como aquel ser que ahora estaba en aquella cama.

Su espalda le ardía. Conocía aquella sensación, ya la había experimentado antes, y si bien normalmente sonreía al sentir aquel dolor, ahora sólo podía mirar aquel cuerpo desnudo con cierta decepción.

Había tenido sexo con alguien más.

Aunque el ardor permanecía, no fue causado gracias a sus embestidas, sino a las de la otra persona. Las uñas que habían sido clavadas en su piel fueron una respuesta al placer que sintió cuando estuvo con quién usurpó su cuerpo.

Su mirada aún recorría aquella piel desnuda, de verdad él se había esmerado en dejar sus marcas en Midorima.

 

“Te dije que sería mío, ¿pensaste que eran sólo palabras vacías?”

 

Suavemente comenzó a acariciar aquellas zonas amoratadas, dejando que su mano comience a recorrer aún más abajo. Tal vez la noche anterior no había sido él quién lo tocó, pero ahora lo haría. Necesitaba sentir su calor, su respiración agitada, aquellos gemidos que le eran imposibles de reprimir cuando estaba cerca del orgasmo. Ésta vez sería él quien lo llevaría al clímax.

 

 

Su necesidad de victoria lo consumía. No perdería ante nadie, ni siquiera ante sus compañeros de equipo. No le importaba de quién se tratase. Atsushi, Daiki, Shintarō. Le ganaría a todos y cada uno de ellos, y le demostraría quién era él, y que deberían no sólo respetarlo, sino alabarlo. Arrodillarse ante él, literalmente.

Ésta vez, su otro yo no había ganado. Él le había entregado las riendas de su vida. Fue él mismo quien decidió que ganar era lo más importante, y si era necesario quedarse en el rincón más oscuro de su mente por tiempo indefinido…Lo haría.

 

 

Un último beso, sólo eso antes del adiós definitivo. Ver por última vez cómo acomodaba sus gafas en un claro y torpemente disimulado intento por cubrirse la cara para ocultar su sonrojo. La manera en la que desviaba su mirada con vergüenza, cómo sus largas pestañas podían admirarse cuando cerraba sus ojos…Quería observar todo aquello por última vez. Sólo una vez más…

Pues ya había renunciado a él, a su compañía. La victoria, ganar era más importante. Nada más importaba… Sólo sus deseos de triunfar.

Incluso si no podría disfrutar de ese triunfo, incluso si él, el Akashi “verdadero” dejaba de existir, valía la pena si la victoria estaba asegurada.

Una amarga, vacía y asfixiante victoria.

 

A veces pensaba en cortar su garganta, tal vez el aire así pasaría mejor. Si la cortaba, tal vez podría meter su mano y desatar aquel nudo que se hacía presente allí cada vez que dejaba salir rastros de su verdadera personalidad, cada vez que recordaba todo lo que había perdido, todo lo que había sacrificado por obtener algo que no lo hacía feliz, que no lo satisfacía en absoluto.

Deseaba arrancarse los ojos, exprimirlos, quería saber si aún tenía lágrimas guardadas en algún lado…

 

Frío, soledad, oscuridad…En su mente o en su realidad, era todo lo mismo. Sueños destrozados, esperanza perdida, odiar algo que habías amado, desesperación…Su triunfo arrastraba todo aquello, era algo muy pesado de cargar. Sin embargo, quién ahora era el dueño de aquel cuerpo adoraba cargar con cosas inútiles, innecesarias. Era un acumulador, quizás. Acumulador de sentimientos negativos, de lo peor de la gente, de lo peor de sí mismo.

 

 

Tal vez algún día se ahorcaría con aquel nudo que a veces se hacía presente en su garganta. De momento no se preocuparía por eso. A él no le interesaba aquello.

Ganar, ser el mejor…

 

“De eso me ocuparé yo.

Tú limítate a no estorbar, y permanece en tu sucia cueva de arrepentimientos.

No creo que vuelva a necesitarte.”

 

Tal vez, en algún momento, sus palabras se le vuelvan en contra…Tal vez.

Notas finales:

Gracias por leer!

Espero que les haya gustado!

 

Y no duden en visitar el perfil de Commander Handsome, para leer más AkaMido de calidad! Una gran autora! ;) -fan nº 1-

Ha sido un honor trabajar contigo! No habría podido escribir AkaMido de no ser por ti :') ♥

Gracias!

 

 

 


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