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28. [KaiSoo] por Annie_Park

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El parque está siendo invadido por una horda de ruidosos y felices niños, cada uno de ellos con una sonrisa diferente dibujada en sus respectivos rostros; unos hamacándose, otros lanzándose por los toboganes con un grito saliendo de sus bocas al sentir la adrenalina cosquillearles el estómago, y hasta hay algunos que están recostados sobre el lúcido césped verde mientras juegan animadamente, con la mirada preocupada de sus padres sobre ellos a cada movimiento que hacen.

Jongin sonríe, la amargura se desborda por cada poro de su rostro, y sabe que eso no es lo que necesita. Definitivamente no necesita algo tan común, alegre y encantador como un montón de niños jugando con la constante mirada de sus padres encima de cada uno de ellos. Ni tampoco necesita caer en el cliché de sus compañeros y ser uno más que presente fotografías estúpidas y típicas.

Él necesita resaltar, conseguir una tira de fotografías diferentes a lo normal, alejarse al estereotipo de fotografías que presentan cada maldito año en la Muestra de Carreras porque el profesor Park especificó que ese año sería diferente. Si Jongin consigue captar la esencia realista y cautivar a su profesor, sus fotografías estarán en esa muestra y será el anfitrión de la presentación para la Carrera de Fotografía y Creación Digital de la Universidad de Busán. Y tal vez, de esa absurda manera, su padre se sentirá finalmente orgulloso de él, su profesor también lo hará y conseguirá el respeto que necesita, el respeto que tanto anhela.

Pero hace dos días que está recorriendo la ciudad y nada logra llamar su atención, ni siquiera el esplendoroso río Nakdong  o alguna de las seis playas. Nada. Absolutamente nada especial o diferente ocurre en Busan y Jongin no puede evitar sentirse frustrado, a tal punto de venir al sitio más ordinario para él, su última opción en la tan desesperante búsqueda; el feliz y emocionante Parque Hong Dung.

Una pelota de colores llamativos cae a un lado de Jongin y éste la mira, sorprendido por lo sumergido que se encontraba en sus pensamientos como para no haber visto la pelota avecinarse si sus ojos se encontraban en la dirección por la que provino. Pestañea y toma la pelota colorida, dándole una pequeña mirada antes de sonreír forzadamente y devolvérsela a un niño regordete que mira con cierto temor al desconocido que toca su pelota.

El niño se va y Jongin se mantiene pensando unos segundos, luego toma su cámara profesional de la mochila negra junto a él y la enciende, no sin antes quitar la protección del lente. Se trata de una Nikon D3100, un regalo que se hizo a sí mismo cuando visitó Orlando el anterior año, pagándola por cuatrocientos setenta y siete dólares, además de un bolso adicional por otros cinco dólares. Aunque la mayoría de sus compañeros de la carrera poseen cámaras como Sony, Lumix o Canon, Jongin siente un fuerte afecto por su cámara fotográfica porque ésta le brinda unas buenas fotografías en la mejor calidad posible.

Mantiene la Nikon D3100 entre sus callosas manos y la aproxima a su rostro, colocando su ojo en el visor de la misma e intenta divisar a los niños jugando a metros de él. Piensa que tal vez logrará conseguir algo genuino de ese conjunto aburrido de menores y adultos.

Toma varias fotografías a dos niñas de cabellos azabaches que no dejan de reír mientras un canino junto a ellas se lame el cuerpo peludo, claramente limpiándose.

La escena es adorable para cualquiera que la admire desde lejos, pero Jongin no busca algo adorable, así que gira su rostro y dirige el lente de la cámara a unos metros más allá. Y es ahí, al otro lado de donde Jongin está sentado, que se encuentra con dos interesantes factores.

Un agraviado banco para sentarse, amplio, viejo y con la pintura rompiéndose a cada minuto.

Y un joven.

Cabello rojizo oscuro, revuelto hacia arriba como si lo hubiese estado golpeando con las manos, y la nuca junto a la parte lateral poseen un color negro profundo. Unas enfermizas manos pálidas cubren de las mejillas hasta la mandíbula, permitiéndole a Jongin observar unos tristes ojos marrones. Curioso, hace zoom y admira pequeñas gotas de lágrimas escurrirse por las pestañas, haciendo un recorrido hasta que se pierden en los índices pálidos del chico.

Cuando el joven de ojos lacrimosos levanta la vista y sus orbes miran hacia el cielo, mientras ambas palmas abandonan sus mojadas mejillas, Jongin toma una fotografía de manera automática. No sabe muy bien por qué acaba de hacer eso, así que se aleja del lente y presiona un botón que lo dirige a la galería, dispuesto a borrar la fotografía donde un apenado chico parece estar lamentándose hacia el cielo. Pero se mantiene observando la imagen digital en la pequeña pantalla de cámara y sabe que esa fotografía tiene algo especial. Y no se trata de la belleza innegable que aquel joven ofrece en la toma digital, aún con los párpados desbordando lágrimas, lo que Jongin admira. Se trata de esos ojos que de alguna manera expresan tanto, pero que al mismo tiempo no expresan nada. Como si estuviesen vacíos, sin vida.


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