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28. [KaiSoo] por Annie_Park

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Pasan cuatro días en los que Jongin regresa al Parque Hong Dung con la esperanza de encontrarse nuevamente con el chico de ojos cristalizados, pero el chico no ha aparecido en ese lapso de tiempo. Cada vez que vuelve a su hogar con la decepción adornarle el rostro, se sienta frente a su portátil y se dedica toda la noche a utilizar cada editor de fotografías que se encuentra en su escritorio para intentar hacer de la única fotografía que tiene de él más original y curiosa, pero nada logra llamar su atención. Ese domingo a la noche, derrotado por no saber qué más hacer, decide añadirle unos retoques, darle un toque de brillo al fondo para que resalte la naturaleza que lo rodea y una leve definición a la vaga lágrima que adorna la mejilla sonrojada, sin editar los ojos rojizos.

Al día siguiente ingresa a clases con un terrible dolor de cabeza y sólo cuando ésta finaliza, el dolor cesa. El profesor Park se despide de él y Jongin sonríe, saliendo por la puerta, ignorando por completo a su compañero de banco que lo llama desde lejos.

Con insistencia, Jongin regresa nuevamente al Parque Hong Dung y se sienta en la banca de siempre, deposita su mochila con la Nikon a un lado de él y se cruza de brazos, esperando con nerviosismo. Observa los niños de siempre jugando con la mirada de sus padres y suspira, guiando su mirada nuevamente al banco que se encuentra a metros de él. Desde aquel jueves que se encontró con el chico de la fotografía, Jongin ha estado obsesionado por volver a verlo. Es algo involuntario, el terminar sus clases y caminar hacia ese parque, sentarse en esa banca y esperar con paciencia sobrehumana la presencia del joven pelirrojo.

Jongin lo necesita. De una forma egoísta y cruel, necesita ver esa tristeza y tomarle una fotografía hasta tener los retratos necesarias para hacer su collage y presentarlo en la muestra de carreras, no sin antes lograr acercarse a él y preguntarle si está bien que sus fotografías sean exhibidas. Pero… también existe una parte de él que sólo necesita verlo y admirarlo desde lejos, sólo admirarlo con los ojos.

Tal parece ser que ese día Jongin no verá a su “musa” y se siente decepcionado nuevamente. Y en el momento que toma su mochila y la cuelga en su hombro, el chico de ojos tristes camina en dirección al banco de la otra vez, pasando al lado de los niños jugando a la pelota.

Ese día lleva una bufanda de un sombrío color negro, a pesar del buen clima, un pulóver grisáceo de lana y un pantalón negro de jean que permite lucir la delgadez de sus piernas, además de unos zapatos igual de negros y una expresión cansada en sus ojos. Jongin se mantiene de pie unos segundos, hasta que su cuerpo toma el control y lo lanza al banco con brusquedad. Saca la cámara de su mochila y deja ésta a un lado. Toma la precaución de quitar el flash, el protector del lentey posiciona su ojo en el mismo, dispuesto a sacar una fotografía en ese mismo instante, pero repentinamente lo ataca el pensamiento de cómo se estará viendo en este momento y las palabras maldito acosador desesperado le bailan en la mente. Quita la cámara de su vista y la vuelve a guardar en su lugar, tomando entre sus manos mechones oscuros de su cabello y resoplando por lo estúpido que es su comportamiento últimamente.

Se encuentra tan jodidamente desesperado por ser parte de una muestra de carreras que no significará absolutamente nada en su futuro que hasta toma fotografías a un desconocido sin su permiso. Levanta la vista y él aún está ahí, ésta vez con un libro pardo entre sus anémicas manos, pizcas de cólera decorando su rostro a medida que sus ojos leen. Jongin lo mira con curiosidad y le parece absolutamente adorable el gesto en su rostro, no puede evitar sonreír cuando el chico frunce su ceño y luego sus labios, realmente odiando lo que sea que esté leyendo. En un momento parece sentir demasiado calor porque sus mejillas se tornan de un oscuro color rojo y deja unos segundos la lectura para tomar la bufanda calurosa de una punta redonda que sobresale y alejarla de su cuello para que éste respire, tome aire, aleje las partículas de calor lejos. Jongin entrecierra sus ojos y jura haber visto dos manchas irregulares, entre moradas y rojizas, debajo de su mandíbula, pero no puede comprobarlo porque el chico coloca la bufanda otra vez en su cuerpo, acomodándolo hasta que cubre todo. Su corta admiración hacia el joven lector se ve interrumpida cuando dos niñas tímidas acompañadas por una mujer mayor con el rostro dominado por arrugas se posan delante de él.

El menor se sorprende al reconocer a la persona frente a él y se levanta de su asiento para hacerle una reverencia. Se trata de la señora Hae Won, una vieja amiga de su madre, a quien ayudó meses atrás con unas fotografías para que pueda vender online unos muebles viejos pero costos que pertenecieron a su difunto marido. No es una mujer muy simpática, pero Jongin consiguió bastante dinero esa vez.

—Buenas tardes, Ajumma —saluda el joven con formalidad, algo que no se le da muy bien a decir verdad, y la mujer mayor le muestra una expresión alegre—. Hola —esta vez saluda a las niñas y éstas sonríen con timidez.

—Jongin-ah, ¿cómo se encuentra tu madre?

—Bien, está muy bien. ¿Cómo se encuentra usted, Ajumma?

—Bien, cada día mejor, gracias —la mujer hace una mueca y mira hacia las dos niñas que parecen estar bastante emocionadas—. Estábamos paseando por el parque con mis nietas hasta que te vimos con tu cámara y a ellas les gustó bastante…—ante el silencio prolongado por parte de la señora Haewon, Jongin toma la palabra, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no sonar informal.

—¿Quiere que le tome unas fotografías? —la mujer sonríe y asiente. Jongin copia su sonrisa un tanto incómodo, pensando si lo habrán visto mientras acosaba al chico de allá, y quita su cámara fotográfica de la mochila, preparándola mientras las niñas aplauden sobreexcitadas y se colocan más cerca, haciendo unas muecas graciosas cuando Jongin apunta hacia ellas.

Tras eso las niñas se acercan a su abuela y la abrazan, indicándole al chico que tome una fotografía de las tres. Jongin apunta con su cámara, pero algo detrás de ellas llama su atención; el chico cierra el libro con frustración, como si estuviese cansado de leer aquel libro. Se limpia una inexistente suciedad de los pantalones con la mano libre, levanta su enervado cuerpo del banco y comienza a dar paso por paso a la zona de juegos, por el lugar del que vino, ahora yéndose, dándole la espalda al joven fotógrafo. Y una curiosa toma.

Como la última vez, el dedo índice del fotógrafo juega una fracción de segundos sobre el botón disparador hasta que el enfoque encuentra el momento perfecto y lo presiona una sola vez.

La segunda fotografía que Jongin tiene de aquel chico está en colores primaverales; de espaldas a la cámara, con los hombros caídos al igual que los brazos cubiertos de telas negras y agrias, una de sus manos sosteniendo con furia el libro en tonos sepia, y aún con la bufanda sombría que oculta las marcas de su cuello. Su postura es funesta y sus piernas se muestran débiles al intentar dar otro paso hacia adelante. Pero aún con los deleitantes colores brillantes y potentes que el parque ofrece a la fotografía, él sólo deja una sensación de soledad y desconsuelo, y eso es lo que Jongin tanto ha estado buscando para demostrarle al profesor Park su talento para captar esos tipos de momentos; un contorno tan hermoso y relajante, pero alguien en él decolorando el paisaje con tantas emociones negativas cargadas sobre él.

Luego de tanto tiempo, Jongin se siente orgulloso de su trabajo, y todo se lo debe al dolor de aquel chico que le permite absorber una gran toma que cautiva y logra colarse en los pensamientos de quien sea que vea la fotografía. Pero aun así Jongin no puede engañarse a sí mismo, ya que, de algún modo, se siente fatal por aprovecharse de la dolencia ajena. Y también, cierta parte de él, siente lástima y preocupación por lo que sea que angustie al muchacho pelirrojo.


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