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Objeción denegada por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Hola. 

  Volví. Lo prometido es deuda y por eso aquí les he traído el extra de Santiago que tenía pendiente.    Tuve que cortar el capítulo en dos partes porque quedó larguisimo y aparte, quería dejar abierta la posibilidad de hacer otros extras a futuro.    Por cierto, les quería preguntar: ¿Les gustaría ver a estos mismo personajes en otros mundos omegaverse? Es que me gustan mucho y quisiera usarlos para otros futuros proyectos. No sé que pensarán ustedes. ¿Les gustaría?   Bueno, no siendo más, les dejo el cap.    Mañana es día de las madres en mi país y que mejor forma de celebrarlo que con mpreg, =) .    Besitos gigantes. 

   Extra I Primera parte.

      ¿Habrá boda?

 

   —Me propuso matrimonio.

   —¡¿Quién?!

   —El lechero —rodó los ojos Ismael —. Pues Christian, ¿quién más iba a ser? —agregó después, soltando un fuerte suspiro—. ¿No crees que sea muy pronto aún? —preguntó con carita de cordero degollado—. Sólo llevamos algunos meses viviendo juntos. No se que hacer: si le digo que no, podría estropear lo que llevamos hasta ahora. Pero si le digo que sí… si le digo que sí…

   —Estarías traicionando por completo a Leonardo, ¿cierto? Eso es justo lo que estás pensando, ¿verdad?

   El pequeño omega asintió. Nicolás negó con la cabeza, acomodando a su pequeño David para sacarle los gases. 

   Era increíble. Luego de tantos meses de estar viviendo en concubinato con aquel hombre, su hermano aún pensaba que, de formalizarlo todo, la traición definitiva hacia su primer amor quedaría consumada por completo. Ismael había logrado sortear todas las barreras que le evitaban rehacer por completo su vida, menos esa. La última. El sí definitivo. La última promesa.

   —Leonardo no tiene ni dos años de muerto.

   —Y tu sigues vivo, cosa que a veces pareces olvidar —lo riñó el mayor—. Ismael, ¿crees que Leonardo está desde el otro mundo fiscalizando cada cosa que haces y cada decisión que tomas? El pobre hombre debe tener cosas más importantes que hacer; como cantar canciones de alabanza con los ángeles y esas cosas que se hacen cuando uno se muere. Qué se yo. Además, Leo sería el más contento al saber que haz logrado ser feliz de nuevo después de todo lo que tuviste que pasar. Anda, no seas tonto. Toma esta decisión pensando en ti; sólo en ti. Ni siquiera en Mauro.

   Echándose sobre la mesa donde estaba acomodado, Ismael asintió, arrullando a su propio hijo, quien dormía en sus brazos. Nicolás tenía razón. Algún día, Mauro también se haría mayor y buscaría su propio camino. Era la ley de la vida. No había más misterio. Si no aprovechaba su oportunidad, quizás se arrepintiera más adelante. A veces, la vida era así: cruel y mezquina. Si seguía haciendo el tonto con ese nuevo chance que el destino le había puesto en bandeja de plata, quizá, a futuro, no habría más obsequios para él.

   Además, en su caso, su decisión no estaría basada sólo en el miedo a quedarse solo. Estaría basada en el temor a perder al hombre por el que su corazón había comenzado a adquirir sentimientos profundos y sinceros. En eso sobre todo.

   —El matrimonio debe ser una comunión de amor y confianza mutua —dijo de repente Nicolás, haciéndole monerías a su bebé—. Si crees que ya has llegado a ese punto con Christian, entonces no tengas miedo. Estarás bien.

   —¿Eso crees? —preguntó Ismael, con carita preocupada.

   —Sí, eso creo —le sacó la lengua su hermano, a tono de broma.

   En ese momento, el teléfono fijo de la casa de Nicolás sonó. El contestador automático tomó el mensaje. La voz de una mujer sonó parca por la bocina. Con tono de tener mucha prisa por ir al baño, la mujer daba un mensaje escueto sobre cancelar una cita con el obstetra, ya que el buen hombre se iría a un congreso en Holanda.

   Nicolás saltó de su asiento, borrando a toda prisa el mensaje. Sus manos temblaban y se puso pálido como la leche que le acababa de dar a su bebé. Fue una suerte que fuera él quien escuchara primero el mensaje. Si su suegro, su hijastro o Antonio lo hubiesen escuchar primero, sin duda, habría ardido Troya.

   Ahora el problema era…

   —¿Cuánto escuchaste? —inquirió, mirando a su hermano.

   —Todo —respondió Ismael, estrechando la mirada—. ¿Estás embarazado otra vez, Nicolás?

   —Lo estoy… —aceptó el mayor—. ¡Pero no se lo puedes contar a nadie! ¡En especial a Antonio!

  —¡¿Qué?! ¿Y eso por qué? ¿No eres tú quien me acaba de echar un sermón sobre la confianza en el matrimonio? ¿Qué está pasando, Nicolás?

   —Pasa que esto es una excepción —se excusó el omega, volviendo a su asiento—. No es el momento adecuado. Antonio y yo tuvimos una pequeña discusión el día que se lo iba a contar y ahora estoy muy enojado para decírselo.

   —¿Una pequeña discusión cómo? —preguntó el menor.

   —Una discusión como: ¡Juro por Dios que no te pariré ni un hijo más y que si me sigues tocando los cojones me llevaré a David y me largaré de casa!

   —¡¿Qué?!

   Ismael se llevó su mano diestra a la cabeza. Sabía del carácter fuerte que tenían tanto Antonio como su hermano, pero no pensaba que después de tantos meses de perfecta armonía, ahora ese par tuvieran discusiones tan fuertes.

   —¿Qué pasó? ¿Por qué discutieron así? —quiso saber enseguida.

   Nicolás suspiró, llevándose a su bebé al corral antes de volver a la mesa y empezar a ordenar las cosas para el almuerzo. Los sábados cocinaba él.

   —Estábamos en un paseo familiar y, de repente, Santiago confesó que tenía un novio y que se iría todo un fin de semana con él. Un fin de semana que coincide con su siguiente celo, cabe aclarar.

   —¡Ay, Dios!

   —Antonio se puso como loco. Le dijo que no saldría de casa hasta que cumpliera cuarenta años y Santiago, como respuesta, hizo el berrinche de su vida, amenazando con fugarse.  Fue algo así como… ¿haz visto esa peli donde una india se besa con un extranjero y luego llegan un montón de colonizadores y se arma un lio?

   —¿Pocahontas?

   —¡No! ¡Avatar! Bueno, pues fue un lío similar, sólo que acá no habían de esos animalitos molones que te conectabas al cerebro para salir volando y huir de allí.

   —Madre mía…

   —Santiago está castigado hasta nuevo aviso, su abuelo tiene la potestad de vigilarlo cada vez que sale y Antonio no me habla. Ni yo a él, por supuesto.

   —Pero, no entiendo. ¿En que punto de todo este “ganimides” entras tú?

   —Se dice galimatías, no ganimides —corrigió, eruditamente, el mayor—. ¿Ves?, eso te pasa por copiarte en la escuela. Y la respuesta a tu duda es simple: defendí a Santiago. Creo que la actitud de Antonio es de un macho de las cavernas. Nosotros a los quince ya…

   —¡Calla! —soltó de repente Ismael, horrorizado—. Nuestro padre nos puede estar escuchando desde el otro mundo. ¡Y no me copiaba en la escuela! —defendió.

   —Eres un raro —bufó Nicolás—. Pero está bien… no haré más comentarios sobre nuestra precoz iniciación sexual ni tu pobre rendimiento en épocas de escolar. El punto es que si Antonio fuera un poco más racional y menos “Alpha dominante de las cuevas”, su hijo no le habría quitado la confianza que le ha tenido hasta ahora y le habría presentado a su novio sin dudar.

   —¿Es un buen chico?

   —El segundo mejor de la clase, después del propio Santiago. Es un caballero en todo el sentido de la palabra y está tan bobamente enamorado de mi hijastro que es hasta tierno.

   —¿Lo conoces?

   —Sí… Santiago me lo presentó un día que pasé por él a la escuela. Me llené de tantos recuerdos. ¡Qué linda época!

   Ambos omegas suspiraron como idiotas, recordando sus épocas de adolescentes enamoradizos. No habían sido unos locos irresponsables, pero tampoco fueron unos santos. Nicolás tuvo tres novios antes de su relación con Carlos e Ismael tuvo igual número de amantes antes del padre de su hijo.

   —Los celos son muy difíciles de soportar sin pareja —comentó Nicolás, comenzando a pelar unas verduras—. Santiago es un chico responsable y muy inteligente. No le está abriendo las piernas al primer postor. Ese chico con el que sale, le gusta desde hace rato. Ya le he explicado bien que no tiene que hacerlo por presión ni nada. Sólo cuando se sienta listo y preparado.

   —¿Y sabe cómo protegerse? —preguntó Ismael.

   —Podría darnos un curso a nosotros sobre anticoncepción —rodó los ojos el mayor—. La verdad es que en parte comprendo a Antonio; entiendo que quiera que su hijo llegue puro y virgen al altar. Pero una cosa es lo que él quiera y otra, lo que quiera Santiago. Si se pone en esa actitud va a perderlo y a orillarlo a hacer cosas por pura rebeldía.

   Ismael asintió. ¿Cuantas veces pensó en irse con chicos sólo por hacer rabiar a su padre? Miles. Nicolás, en cambio, fue siempre más obediente y bien portado; aunque no dudó en perder la virginidad en un paseo de la escuela al que acudió en compañía de su primer novio.

   —Bueno, ni modo. Espero que lo resuelvan pronto. Dicen que si hay conflictos en el embarazo, el bebé puede salir afectado.

   —No pasará nada con mi bebé —negó con la cabeza Nicolás, prendiendo la estufa—. Antonio tendrá que entrar en razón más temprano que tarde. Es un hombre inteligente.

   —Y ama mucho a sus hijos —completó Ismael—. Se va a morir de dicha cuando sepa que ya sólo quedan nueve para completar su equipo de futbol.

   “Por Dios”, pensó Nicolás, comenzando a hervir las verduras. Pediría cita para esterilizarse apenas naciera su segundo hijo. Capaz y como le estaba advirtiendo su hermano, terminaba por parir a la próxima selección del país. Ahora, por lo pronto, debía pensar en cómo meter juicio en la cabecita terca de su marido. Ya no quería seguir durmiendo solo.

 

 

   —Abuelo, iré a comprar unos helados. ¿Quieres?

   —Que sea de ron con pasas —pidió el anciano, tomando asiento en unas de las bancas del parque. Santiago asintió, tomando su bolso con el dinero y su chaqueta—. Regreso en seguida —mintió con una enorme sonrisa.

   Andrés, su novio, estaba agazapado detrás de unos arboles, esperándolo. Tenían más de una semana sin verse y realmente ya no aguantaban más. Santiago no quería portarse de esa forma, pero su padre no le había dejado más opción. ¡Estaba actuando como un energúmeno!

   —¡An, espera! Mi abuelo está cerca —advirtió, dejándose estrechar en un intenso abrazo, antes de que sus labios fueran cubiertos en un húmedo beso.

   —No me importa —respondió el otro muchacho—. No dejaré que tu padre nos separe. ¡Es ridículo! ¡No hemos hecho nada para ofenderlo! ¡Ni siquiera me conoce!

   —Lo haré entrar en razón —prometió el pequeño omega, devolviendo los amorosos besos de su chico—. Está en modo “padre ultraprotector”, pero se le pasará. Estoy seguro. Además, tengo a mi padrastro de mi lado.

   —¿El podrá convencer a tu padre?

   —Lo hará —aseguró Santiago—. Sólo dame tiempo y ya verás. Todo se solucionará y podremos vernos sin problemas.  

   Andrés asintió, tomando de nuevo los labios de Santiago. No sabía qué hacer para convencer a su suegro de que no estaba jugando con los sentimientos de su hijo. Desde aquel día, el día del primer celo de su novio, ambos sintieron una conexión y lo sabían. No lo pudieron negar. Andrés no dudó en acercarse a Santiago al regreso de éste a la escuela, y Santiago, por su parte, tampoco puso mucha renuencia a sus encuentros.

   Por lo general, después de semejantes situaciones desencadenadas por celos repentinos, los protagonistas de tales hechos se evitaban contra viento y marea; presos de la vergüenza. Sin embargo, Andrés no fue un ejemplo de ello y Santiago lo supo encarar con dignidad. Ambos volvieron a verse cara a cara tras el regreso de Santiago a la escuela. Y la situación fue menos embarazosa de lo que creyeron.

 

   —¡Hey, Andrés! ¡Mira quién regresó! —dijo uno de los mejores amigos de chico, codeándole en la espalda—. Pensé que tardaría más en volver después de lo que pasó. Debe estar avergonzado.

   Andrés giró su cuerpo, observando la figura que se movía entre los corredores de los salones de once grado hasta llegar a las graderías. Le pareció que lucía un tanto pálido y que se veía un poco inquieto, pero no parecía lastimado ni maltrecho. Al parecer, era verdad lo que le habían dicho luego de que reaccionó aquel día: No había logrado hacerle daño al chico.

   —Esperen un momento. Ya vuelvo.

   El grupo de Alphas y otros tantos omegas que rodeaban a Andrés miraron casi horrorizados la forma como el chico se abrió paso entre los amigos de Santiago, acercándose hasta el susodicho hasta tenerlo cara a cara.

   Hasta las mismas directivas y profesores del instituto se quedaron anonadados. Nadie creía que algo así fuera posible. Que una situación tan bochornosa fuera enfrentada con tanta madurez por parte de unos chicos de secundaria.

   —Me alegra que estés bien. Lamento mucho lo de aquel día —habló primero Andrés, extendiendo su mano.

   —No hay problema. No fue culpa de ninguno de lo dos —sonrió Santiago, devolviéndole el gesto.

   Lo que siguió a esto fueron mensajes de texto, bromas entres los demás compañeros de curso, invitaciones a comer helado en los descansos y, finalmente, el primer beso.

   El día que Andrés le hizo aquella propuesta, Santiago sintió que su corazón se saldría de su pecho. Estaba muy nervioso porque era algo que significaría muchísimo para los dos, pero era justamente por eso que no quería que nada saliera mal. Era algo que sólo vivirían una vez en su vida y tenía que ser inolvidable.

   —¿El tercer fin de semana del mes, entonces? —inquirió el emocionado Alpha.

   —Allí estaré —prometió Santiago—. No quiero hacerlo con nadie más.

   —Y yo tampoco.

   La promesa se selló con un dulce beso. Luego de eso siguió la pelea de Santiago con su padre, el castigo y la vigilancia permanente. ¡Se arrepentía tanto de haber abierto la boca! ¡Su maravillosa noche podría verse arruinada!

   Llegó a casa una hora más tarde en compañía de su abuelo. Un vecino que vivía unos departamentos encima, se llevó al mayor de la casa para mostrarle unas telas. Santiago entró a la cocina por un poco de jugo y luego volvió al comedor, encontrando una nota sobre la puerta de la nevera. Era de Nicolás. Al parecer, David se había puesto enfermo y había tenido que ir por medicina. Su padre tampoco daba muestras de haber vuelto del trabajo. Por lo que notaba, tendría que almorzar solo ese día.  

   “Mejor así”, pensó mientras metía la comida en el microondas. El sonido del teléfono lo sorprendió cuando estaba a medio camino hacia la mesa. Era Antonio, disculpándose por no avisar, pero se había retrasado en una audiencia y por eso había salido un poco más tarde. Todavía no se hablaba con Nicolás, motivo por el que dejaba los mensajes en la contestadora. Era un absurdo a ojos del menor pero no había nada que hacer. En asuntos de pareja era mejor no meterse.

   “Señor, Nicolás. El Dr. Guzmán no asistirá al congreso que le habíamos avisado, tuvo un contratiempo y su agenda programada se llevará a cabo sin contratiempos. Por favor, discúlpenos, olvide el mensaje de esta mañana. Su cita queda programada para el mismo día y a la misma hora. Por favor, traiga la prueba de embarazo que se realizó. Gracias”.

   ¿Prueba de embarazo? ¿Cita con el obstetra? ¿Acaso…? Santiago se puso pálido, repitiendo nuevamente el mensaje que acababa de escuchar. Un ruido en la puerta lo alertó, obligándolo a pausar la grabación. La silueta de su padrastro atravesó el umbral.  Venía con el pequeño David en su brazo zurdo y una bolsa de frascos en la mano derecha. Al parecer, en efecto,  venía de la farmacia.

   —Buenas, estoy en casa. ¿Hay alguien más? —saludó Nicolás antes de reparar en la presencia de su hijastro—. ¡Oh, Santiago, ya llegaste! —sonrió, dejando al pequeño David en el corral—. Disculpa, tuve que ir por medicina para tu hermano. ¿Llegaste hace mucho? ¿Ya comiste?

   Santiago negó con la cabeza sin retirar su dedo de la máquina contestadora. No sabía qué hacer y si era prudente hacer preguntas. Nicolás lo miró raro.

   —¿Qué pasa? ¿Por qué tienes esa cara? —preguntó, extrañado por el mutismo del muchacho—. ¿Qué haces allí parado? ¿Esperas alguna llamada o te llegó algún mensaje? ¡Oh, ya se! —guiñó un ojo en tono cómplice—. Le estabas hablando a tu novio, ¿verdad? Por mi no te preocupes. Llámalo si quieres. No le diré nada a tu padre.

   Santiago espichó el botón de la máquina contestadora y, enseguida, el mensaje que estaba corriendo volvió a repetirse desde el inicio. Nicolás dio un salto apenas lo oyó, quedándose de pie frente a su hijo adoptivo; mirándolo de cabo a rabo. Ahora sí que tendría que dar explicaciones o estaría jodido. Santiago era muy perspicaz como para no notar lo obvio.

   —Santiago, escucha…

   —¿Estás embarazado de nuevo y no le has dicho nada a papá? —preguntó el chico, casi que indignado. Nicolás dio varios pasos al frente, llegando hasta la contestadora para borrar el mensaje sin dejar rastro. Era un asunto delicado pero tendría que lidiar con él quisiera o no.

   —Tú padre y yo estamos atravesando un momento difícil.

   —¿Por mi culpa?

   —No, por culpa de nosotros dos —suspiró el mayor—. Existen asuntos que aún no hemos terminado de resolver y que debemos ir puliendo. Pero no es algo que dependa de ti.

   —Mi padre te ama, Nicolás —anotó Santiago, muy serio.

   —Y yo lo amo a él —aseguró el otro omega—. Pero no siempre el amor es suficiente. Quiero resolver este conflicto con tu padre sin la presión de otro hijo de por medio. Quiero que Antonio se abra a mi sin pensar en que debe hacerlo porque tendremos otro hijo. Quiero que lo haga por él y por mí… por nadie más.

   —Yo no diré nada entonces —susurró el pequeño omega, haciendo un ligero puchero.

   —Gracias, hijo —lo abrazó Nicolás, apretándolo fuerte.

   El sonido de la puerta volvió a alertarlos de nuevo. David estiró los bracitos y comenzó a balbucear contento apenas vio de quien se trataba el recién llegado. Nicolás sonrió un poquito. No podía evitarlo. La escena siempre le resultaba adorable.

   —Buenas, estoy en casa —saludó Antonio, deshaciéndose de su maletín para ir directo hacia su bebé, quien pataleaba emocionado ante la voz de su padre—. ¿Quién es el bebé más lindo del mundo? —arrulló de inmediato, tomando al pequeño en sus brazos para llenarlo de mimos y besos. David gimoteaba feliz, riendo a carcajadas por las cosquillas de su padre. Nicolás carraspeó un poco, interrumpiendo el feliz momento para servir la comida. El bebé también necesitaba comer para poderle dar la medicina. No podía dejar que le volviera a subir la fiebre.

   —Buenas tardes —saludó Antonio, dejando al bebé de nuevo en el corral, desplazándose enseguida con rumbo a su habitación—. A mi no me sirvan, cenaré más tarde. Estaré en mi despacho revisando unos documentos.

   —David ha estado un poco enfermo —interrumpió Santiago, deteniendo la marcha de su padre en el acto—. Deberías hablar con Nicolás para que te cuente al respecto. Y deberías ir pensando que harás también con respecto al abuelo. Recuerda que la otra semana es su cumpleaños.

   —¡¿David está enfermo?! ¡¿Qué tiene?! —inquirió Antonio, mirando asustado a Nicolás.

   —Sólo un poco de fiebre, nada grave —respondió el susodicho—. ¿Y cómo es eso de que tu padre cumple la otra semana? ¡No sabía nada!

   Antonio suspiró. Había olvidado por completo el cumpleaños de su padre. Y todo por andar ocupado en su trabajo y estresado por la situación con Santiago y con Nicolás.

   Sabía que su comportamiento era intransigente y tonto, pero no podía evitarlo. Santiago, su pequeño Santi, era lo único que le quedaba de él, de su querido Julián; su fallecido esposo. El recuerdo de tantos años de felicidad seguía allí, encarnados en su hijo, en sus gestos y en su forma de actuar. Reconocer que Santiago se había vuelto un hombrecito y que pronto lo dejaría, era dejar ir todos esos recuerdos y momentos dulces. No podía. Simplemente, no podía hacerlo. Sabía que actuaba mal, que la naturaleza de los omegas era así y que todos los Alphas tenían que aceptarlo quisieran o no cuando se trataba de sus hijos.

   Pero un cosa era saberlo y otra hacerlo. Por años creyó que sería lo suficientemente inteligente para asumir una postura cuerda cuando ese momento llegara, pero la realidad le había demostrado que no era así. Una cosa era lo que le decía la razón y otra el corazón. Permitir que Santiago asumiera una vida sexual activa era como aceptar que ya no era más su niño; que había crecido y que la siguiente fase sería la partida de casa; el vuelo del nido.

   —Es verdad, mi padre cumple la otra semana —meditó un momento después, volviendo la vista hacia su esposo—. Nicolás,  tendremos que organizar algo, pero antes… ¿me regalas unos minutos para hablar a solas?

 

 

   —¡¿Un qué?!

   Ismael saltó de su asiento, casi horrorizado. Santiago rodó los ojos, sorbiendo su granizado de café sin darle la menor importancia a la mirada escandalizada del otro omega.

   No entendía por qué tanto misterio con su confesión. Ni que hubiera hablado de entrar en una secta o algo así. Sólo se trataba de una cita a ciegas, eso era todo. No entendía por qué tanta alarma.

   —¡No puedes encontrarte con un desconocido! ¡¿Estás loco?!

   —¿Y qué tiene? Me gustan muchos las sorpresas y lo inesperado —se defendió el muchacho, encogiéndose de hombros—. Además, ¿qué es lo peor que podría pasar? Estaré en un lugar abierto, a la vista de todos. No nos vamos a encerrar en un motel ni nada por el estilo.

   —¡Pero podría drogarte y luego aparecerías en un burdel en China! ¡Tienes que ver más la tele, amigo!

   —Y tú tienes que dejar de hablar tanto con Chris sobre sus casos —reprendió el del pircing, pidiendo otra bebida—. Está bien, te haré caso. Lo citaré en un lugar donde estemos varios conocidos. ¿Se te ocurre algo?

   Haciendo una mueca con la boca, Ismael dio cuenta de estar pensando en algo. Santiago lo miraba con una ceja alzada mientras curioseaba su celular. Al rato, el primero alzó una mano, sonriendo efusivamente. Se le había ocurrido una idea.

   —Nicolás me contó que la otra semana Antonio y él darán una fiesta para el padre de Antonio. Quizás podrías llevarlo como tu cita, ¿no? Estaría junto a todos nosotros y podrías presentármelo. Quiero saber si dejo a mi amigo en buenas manos.

   —Ni que me fuera a casar —masculló Santiago, asintiendo de todos modos un momento después—.  Pero, está bien. Lo citaré allí y veremos cómo resulta. Total, no tengo nada que perder. Me da envidia ver a todos tan acaramelados con sus Alphas y yo pasando seco. Por cierto, ¿ya le diste tu respuesta a Chris? El pobre debe estar que se come las uñas.

   Con un pequeño suspiro, Ismael se dio un momento pasando un trago de su bebida. Justo por aquellos días, él también estaba por cumplir exactamente dos años de limpieza total de las drogas. Todo un logro que la gente de su grupo de apoyo quería celebrar por lo alto. Si además de eso le añadía a la celebración, un compromiso matrimonial, no quería ni imaginarse el furor que causaría.

    —Aún no he tomado una decisión —dijo con toda sinceridad—. Creo que antes de decidir algo, hay alguien a quien debo visitar primero.

   —¿Y ese alguien es…? —preguntó Santiago, elevando de nuevo su ceja.

   —Leonardo —respondió Ismael—. Mi querido Leonardo.

 

 

   Definitivamente no había nada mejor que el sexo de reconciliación. Nicolás ya se imaginaba que era algo bueno, pero nunca se imaginó qué tanto. Luego de tantos días de separación y abstinencia, volver a los brazos de Antonio era como despertar de una larga pesadilla. Y estaba seguro de que para su esposo también estaba resultando igual. Fue sólo cosa de que Antonio abriera la boca y pidiera perdón para que la ropa de ambos quedara descartada en varios rincones de la habitación. Ni siquiera había intentado hacerse el difícil. Era tonto y ridículo a esas alturas. Ambos se habían estado extrañando un infierno, y sus cuerpos lo sabían.

   —Lo siento… lo siento. Fui un idiota todos estos días y sé que me porté como un energúmeno —decía Antonio, repartiendo besos por el cuello Nicolás.

   —No, yo lo siento. Se que no es fácil para ti pensar en perder a tu hijito —respondió el omega, acariciando esa espalda ancha y firme que tanto le gustaba—. Te comprendo y siento haber sido un poco insensible.

   Antonio ronroneó contra el cuello de Nicolás, aspirando ese aroma que le gustaba tanto. Lamiendo  la suave piel del omega, se deslizó hasta un pezón rosado que aún conservaba el sabor dulzón de la leche  de amamantar. David ya estaba en proceso de destete, sin embargo, aún pedía leche en las noches, sobre todo antes de dormir.

   Antonio miró los dulces ojos de su esposo antes de sonreír y acercarse por un beso. Amaba tanto a ese hombre, con todo su ser. No tenía dudas de ello. Se volvería loco si llegara a perderlo. A él o a su hijito. Durante todos esos meses de acercamiento y luego de matrimonio, su corazón había terminado de caer por completo, rendido ante el encanto natural de ese omega lleno de dulzura y amor.

   Tenía tanto miedo de abrir su corazón a él y contarle sus sentimientos, que había preferido distanciarse. No quería que Nicolás pensara que sus sentimientos por él eran más débiles o estaban en segundo lugar con respecto a sus sentimiento por su fallecido esposo. Eran cosas muy distintas; momentos de su vida tan distantes y diferentes que no había punto de comparación. Y ambos sentimientos ocupaban un lugar importante en su corazón. Más ahora que esos sentimientos se ponían a prueba con la futura emancipación de su hijo mayor.

   Fue por eso que Nicolás se sobresaltó al sentirlo llorar. Nunca había visto a Antonio tan débil, tan acongojado. Sus manos tomaron el rostro del Alpha, y su nariz rozó la otra, con infinita dulzura.

   —Mi amor…

   —Sólo abrázame… abrázame fuerte —pidió el acongojado hombre, sosteniendo a su pareja.

   —Sabes que puedes contarme cualquier cosa —remarcó el omega, complaciendo el pedido—. Estoy aquí y no iré a ninguna parte. ¿Lo sabes, verdad?

   Antonio asintió, dejándose caer sobre el pecho de su esposo. Por un rato, Nicolás no hizo otra cosa que acariciar los suaves cabellos rubios de su marido, dedicándole uno que otro mimo.

   Antonio se incorporó un poco, después de un rato, tomando el lindo rostro de su omega para darle un beso en los labios.

   —Le diré a Santiago que traiga a su novio a la fiesta de papá. Quiero conocerlo.

   Los ojos de Nicolás se abrieron de dicha.

   —¿En serio, amor?

   —Sí —asintió el Alpha—. Tienes razón. Ponerme en contra sólo hará que Santiago haga cosas movido por la rebeldía. Además, es la naturaleza de los omegas. No lo puedo detener. Por lo menos me aseguraré de que escoja un buen chico.

   —Y es un buen chico, te lo aseguro —sonrió Nicolás.

   —¿Cómo así? ¿Tú lo conoces? —se crispó Antonio.

   Nicolás hizo un pucherito, asintiendo despacio, antes de meterse de nuevo entre los brazos de su marido. 

   —Sí. Un día que fui por Santiago a la escuela.

   —¿Y cómo es? ¿Tiene pinta de malandro? ¡Dime que no tiene pinta de malandro, por favor!

   —Te sorprenderás —aseguró Nicolás, riendo bajito—. Te aseguro que te sorprenderás.

 

 

   Gracias a la reconciliación de sus padres, Santiago logró recuperar su teléfono celular de regreso. La verdad era que tenía tantas ganas de hablar con Andrés, de escuchar su voz aunque fuera unos minutos que no dudó en llamarlo luego de que Nicolás le diera la buena noticia de que su padre quería conocerlo. Realmente Nicolás era el mejor padrastro del mundo y adoraba que fuera el suyo. Guardaría el secreto de su embarazo con celo, aunque a Andrés sí pensaba contárselo. Estaba muy emocionada por la idea de tener un nuevo hermanito que quien mejora que su novio para contarle la buena nueva de la que aún no podía hablar en casa.

   —Mi papá quiere que vengas a la fiesta de mi abuelo. Te lo dije… Nicolás lo convenció. Es el mejor.

   —¿Nicolás, tu padrastro?

   —El mismo —asintió Santiago desde el otro lado de la línea—. Y si supieras, va a tener otro bebé. ¿Te imaginas? ¡Voy a tener otro hermanito! ¡Estoy muy feliz!

   —¿Feliz? Pero si sólo lloran, babean y se hacen pis y otras cosas. Guacala.

   —Sí, pero también son adorables —rió el omega, dando vueltas en su cama—. Eso sí, no puedes decir nada sobre el embarazo durante la fiesta. En un secreto aún. Nicolás está esperando un buen momento para decírselo a papá, por eso debemos seguir ocultándolo. No me vayas a dejar mal, ¿ok?   Así que ni se te ocurra mencionarlo en la fiesta.

   —Está bien… no diré nada —rodó los ojos Andrés, imaginando la carita de su novio en la distancia—. Ahora, dime que me amas y mándame un beso.

   —Te amo y te mando un beso —rió Santiago, tirando besitos al teléfono—. Nos vemos en la fiesta dentro de una semana. Y ya sabes… nada de comentar sobre aquello.

   Andrés colgó el celular y se tiró también sobre su cama. Otro bebé, increíble. Definitivamente sus suegros eran unos pervertidos.

 

   “Eso sí, no puedes decir nada sobre el embarazo durante la fiesta. En un secreto aún. Nicolás está esperando un buen momento para decírselo a papá, por eso debemos seguir ocultándolo. No me vayas a dejar mal, ¿ok?   Así que ni se te ocurra mencionarlo en la fiesta.”

   Esa fue exactamente la frase que escuchó Antonio en el momento en que se acercaba a la puerta del cuarto de su hijo, para darle las buenas noches y reconciliarse con él.

   Quedó estático, con la mano alzada, lista para tocar.

   ¡No podía creerlo! ¡Su niño, su bebé estaba embarazado! ¡Y eso no era todo!

   ¡Nicolás era su cómplice!

  

      Continuará…

   

Notas finales:

♥ Los amo aunque no me crean ♥ 


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