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Objeción denegada por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Sorry. Me demoré horrores, pero bueno. A veces primero está el deber que el placer. Tendré que empezar a considerar esto un deber =) .

   Capítulo 7

   Noche de terror. Parte I.

 

   En menos de cinco minutos, los tres hombres organizaron el lugar conforme a la idea de Nicolás.

   Cuando los delegados de los servicios sociales llegaron, el omega abrió la puerta, sin quitar la cadena, hablándoles por la pequeña rendija que quedó abierta entre ellos.

   —¿Les puedo ayudar en algo?

   La mujer de los servicios sociales hizo el ademán de intentar mirar dentro de la casa. Nicolás alzó una ceja, con toda la intensión de resultar inquisitivo. Los recién llegados carraspearon suavemente y, de inmediato, sacaron sus escarapelas, identificándose. Podían ser inoportunos, pero jamás groseros. Ese era su lema.

   —Somos de los servicios sociales. Venimos a realizar la visita domiciliaria prevista para este mes, en el caso del menor Mauricio Peñaranda. ¿El señor Ismael Aristizabal se encuentra? Necesitamos entrevistarlo.

   Nicolás hizo el gesto de parecer muy sorprendido. Adentro, Antonio y Santiago estaban afinando detalles.

   —¿Con que mi hermano, eh? —dijo, haciendo un mohín de ansiedad—. Pues… verán.  La verdad, cayeron en el peor de los momentos. Mi hermano salió a pasear al niño y nosotros… nosotros… pues… —suspiró—, mejor véanlo por ustedes mismos.

   La puerta se cerró. Los hombres de los servicios sociales escucharon el momento en que la cadena era retirada de la puerta y segundos después, ésta se abría de nuevo, dejándoles ver un panorama inconcebible.

   Había mesas tiradas, juguetes regados, cosas por allí y por allá. Un cuadro de la pared central parecía a punto de caerse. En fin, todo un desastre.

   —¿Se fijan? Estamos preparando una fiesta de Halloween para esta noche y todavía nos queda casi todo por decorar —habló Nicolás, haciendo un puchero—. El tema es “Escena del crimen”. Está quedando genial, ¿verdad?

   Los funcionarios públicos se miraron entre ellos. Si no fuera por la tranquilidad que tenían esas personas, y por el evidente esfuerzo que parecían estar poniendo en decorar aquello, hubieran pensado que les estaban gastando una broma.

   Los ojos de la mujer se posaron en Antonio, quien, montado en una silla, pintaba una pared de rojo.

   —¡Oh! Es pintura deleble —sonrió Nicolás, fijándose en la estupefacción de la mujer, dejándolos pasar al departamento—. Cuando termine todo, la borraremos sin problemas. Queremos que parezca todo muy real. Tiramos varias mesas, pero sólo tenían baratijas. Mi hermano tiene esto muy seguro desde que le entregaron al niño. Se muere si se llega a cortar con algo.

   —¿Su hermano volverá pronto? Es muy importante que lo veamos.

   —Puedo llamarlo —propuso Nicolás, sacando su móvil—. Pero mi sobrino se pone muy irritable si le acortan su paseo. Y apenas acabaron de salir.

   —No los vimos pasar cuando entramos —aseguró la mujer.

   —Porque salieron por la otra entrada del edificio —suspiró Nicolás—. El parque está hacia ese lado.

   Santiago se acercó con varias cintas de enmascarar, colocándolas sobre la puerta.

   —Eso está perfecto —asintió Antonio, desde su posición—. Ojalá hubiéramos podido encontrar cinta policial, ya saben, para que fuera mas real; pero no dio tiempo. ¡Tenemos que terminar esto pronto para ponernos a hacer la comida! —apuró a todos.

   La mujer de los servicios sociales volvió a apurar a su compañero. Realmente, nunca habían acudido a una visita domiciliaria tan rara, pero no tenía nada de extraño que una familia diera una fiesta de Halloween para esas fechas. Antes de hacer ademán de salir, dieron un rodeo por la sala, constatando que no parecía haber nada más fuera de lugar. Esa gente, definitivamente, estaba planeando una gran fiesta; y la decoración estaba quedando fantástica.

   —¿Señor Nicolás? ¿Era usted el que tenía la custodia de su sobrino antes de este lio legal, verdad?  —preguntó la trabajadora social, caminando pausadamente por el lugar, tomando un juguete que sea hallaba en el suelo, observándolo detenidamente.

   —Así es —anotó calmadamente Nicolás, tomando unas cintas que le pasó Santiago para colgarlas en el techo—. Mi hermano ha hecho un buen trabajo desde que está con el niño. Nuestros conflictos han quedado solucionados, y ahora yo también tendré mi propio bebé.

   —Vaya, eso es magnifico —dijo la muer, sonriendo de forma genuina, devolviendo el juguete—. En ese caso, dígale a su hermano que estuvimos aquí, y que volveremos pronto. Por lo que podemos ver, el niño está recibiendo la atención que necesita y usted parece muy contento de que todo se haya solucionado.

   —Por fin somos una familia unida otra vez —sonrió Nicolás, acariciando su vientre—. Y pronto con un nuevo miembro.

   —Qué así sea —sonrió la mujer.

   Los delegados del Bienestar se despidieron y se alejaron en su vehículo. Cuando la camioneta se alejó del todo, Nicolás y los demás suspiraron profundamente, echándose sobre el sofá más cercano.

   —Joder, eso estuvo cerca —masculló Santiago, despeinando sus mechones grises.

   —Nicolás acaba de salvar el día —intervino Antonio, limpiándose la manos llenas de pintura.

   —Necesitamos salir ya. ¡Tenemos que encontrar a Christian! —apuró Nicolás, enderezándose en su asiento. Santiago asintió y tomó su chaqueta.

   —Iré por los chicos del centro de rehabilitación para que nos apoyen. Ustedes vayan adelantándose —propuso.

   —Es un barrio peligroso, necesitamos estar preparados —anotó Antonio—. Nicolás, mantente cerca de mi todo el tiempo y no hagas nada imprudente, ¿bien? Se que estás nervioso, pero necesitamos estar tranquilos para lidiar con esos personajes. Se a lo que nos enfrentamos.

   Los ojos de Nicolás miraron a Antonio con determinación. Asintiendo, el omega se puso en pie y aceptó la mano de su acompañante. Santiago vio el gesto, pero no dijo nada. Se despidió, tomando su propia ruta, y prometiendo mantenerse en contacto.

   —Me llaman apenas lo encuentren o si se meten en problemas. Los chicos y yo iremos de inmediato y les apoyaremos —dijo antes de abrazarlos y salir. Nicolás cerró bien el departamento y volvió a tomar la mano de Antonio.

   Sentía calor, y el contacto con esa mano, no mejoraba las cosas. 

 

 

   La invasión de la zona sur era un suburbio digno de cine independiente. Podías entrar allí, pero nadie te garantizaba que salieras. Ni vivo ni entero.  

   Antonio conocía el sector. Había tenido que ir varias veces para entrevistarse con varios habitantes en busca de información que ayudara a sus clientes. Una vez se vio envuelto en una riña, pero la policía intervino antes de que un drogata le sacara los ojos, como le había prometido.  

   Bufo; el degenerado ese jamás le hubiera podido sacar los ojos; pero lo que menos hubiera querido en aquella ocasión, era haber tenido que terminar rindiendo declaración por daños físicos sobre la persona de un consumidor de *perico.   

   Alzó la vista y miró hacia el frente. El taxi los había dejado lejos de la tienda que buscaban, pero no podían culpar al hombre. Suficiente había hecho con acercarlos al barrio.

   —Tenemos que seguir el trayecto de la cuneta y después de siete cuadras, nos toparemos con la tienda —dijo Nicolás, seguro.

   Antonio alzó una ceja. Era obvio que Nicolás conocía muy bien el sitio. ¿Cuántas veces habría recorrido ese barrio en busca de Ismael? ¿Habría ido solo en aquellas ocasiones?

   —Nicolás… ¿cuántas veces has entrado a este barrio?

   El susodicho se encogió de hombros. La cuenta la había perdido desde que pasó la quinta vez. No era como si quisiera recordar cada uno de sus paseos por esa villa de malandros.

   —Unas quince, quizás —respondió, frunciendo los labios por el olor a alcantarilla—. Y antes de que lo preguntes, sí; siempre vine sólo. Nadie con dos dedos de frente entraría aquí para buscarse una puñalada gratis.

   —Gracias por lo que me toca —bufó Antonio, sonriendo de medio lado. Nicolás lo miró y sonrió también.

   —No hablaba de ti. Conoces y estimas a mi hermano. Además, eres el hombre más caballeroso que he conocido. Jamás me habrías dejado venir sólo. Y menos con un bebé en la panza.

   —No es necesario un bebé para sentir ganas de proteger a alguien como tú —halagó Antonio, casi sin darse cuenta de que lo hacía—. Eres un gran hermano mayor. Te juzgué tan mal.

   Un pequeño, pero encantador sonrojo, decoró el rostro de Nicolás. El omega sabía que la primera impresión que había dejado en Antonio no había sido muy buena. Amargado, sombrío; queriendo quedarse con un niño que no le pertenecía. Sencillamente fatal. Arrugando el ceño se arrepintió por haberse portado así, en vez de haber apoyado a su hermano en todo momento, ayudándolo a pasar sin más traumas por la transición de su regreso y la restauración de su paternidad.

   —Estaba tan triste —dejó salir, prácticamente pensando en voz alta.

   Antonio lo tomó del brazo y lo retuvo por un momento.

   —¿Y el responsable de tu tristeza era él? ¿Carlos?

   —Yo…es…

   El sonido de una botella rompiéndose en pedazos interrumpió el momento. Como salidos de la nada, dos hombres irrumpieron en la escena, peleando entre ellos. No era nada nuevo en un lugar como aquel, pero la abrupta realidad lo golpeó tan fuerte que Nicolás se sobresaltó. Los fuertes brazos se Antonio lo separaron de la calle y lo mantuvieron seguro, a un lado de la carretera.

   —Quedémonos de este lado mientras se calma todo —propuso el Alpha—. Lo que menos necesitamos es quedar en medio de una pelea de borrachos.

   Nicolás asintió. Desde allí podía ver la tienda de abarrotes desde donde operaba Christian, pero no parecía haber movimiento por la zona. Habría preferido verlo rondando por allí, en vez de tener que ir a buscarlo en ese cuchitril horroroso donde vivía. Sin embargo, si no había otra opción, ni modo. Tenía que encontrar a Ismael y a Mauro. Eso no tenía discusión.

   Cuando la pelea se calmó y los borrachos se alejaron, el par de hombres siguió su marcha. La casucha de Christian estaba cerrada y oscura, pero se oían voces provenientes del interior. Antonio se colocó en todo el frente de la puerta y tocó un par de veces. Nadie respondió. Nicolás comenzó a impacientarse, y se estrujó las manos por la impaciencia.

   Al tercer golpe, un hombre por fin sacó su cabeza fuera de la puerta, reparándolos de par en par. Era un tipo gordo y de aspecto desaliñado; un beta.

   —Buscamos a Christian —informó Antonio, colocando una mano entre el marco de la puerta y la figura de Nicolás.

   —No conozco a ningún Christian —bufó el repugnante sujeto, rascándose su descuidada barba.

   —Anda… necesitamos un buen toque —rió socarronamente Antonio, intentado relajar el ambiente—. Mi chico y yo queremos pasar un buen rato… ya sabes —anotó, señalando a Nicolás

   —No.Conozco.A.Níngún.Christian —repitió el hombre, esta vez, agudizando la mirada. Nicolás apartó la mano de Antonio del marco y avanzó un par de pasos. Su hermano y sobrino habían estado allí; estaba seguro. No iba a perder más tiempo.

   —¡Federico! ¡Federico, se que estás allí adentro y puedes oírme! ¡Sal de una buena vez! ¡Soy Nicolás y necesito que me digas dónde rayos está Ismael! ¡Y quiero que me lo digas ahora!

   El grito de Nicolás los asombró a todos. No pensaba perder ni un minuto más, así que mejor mostraba de una vez sus cartas. El hombre de la puerta intentó hacer un movimiento contra Nicolás, pero Antonio se interpuso, obsequiándole un gesto arisco de advertencia. Nicolás volvió a tomar la palabra. Estaba muy alterado.

   —Dile a Federico que Nicolás, el hermano de Ismael, está aquí —masculló el omega, irritado—. Aconséjale que salga, si no quiere tener a medio escuadrón antinarcóticos sobre sus talones en menos de una hora.

   El hombre de la puerta sacó un arma. Antonio apartó a Nicolás.

   —¿Nos estás amenazando, lindura? —apuntó el beta, con sus ojos de zorro clavados en Nicolás.

   —Baja el arma —susurró peligrosamente Antonio.

   —Te estoy amenazando —aseguró Nicolás, ningún miedo en su voz—. Dime donde está mi hermano o dispárame. Te aconsejo que hagas lo primero; tengo unos amigos que esperan mi llamada cada diez minutos; la última la hice hace cinco. Ayúdame o será mejor que tengas experiencia en desaparecer cuerpos en tiempo record. Tendrás esto lleno de tantos policías como nunca hayas contado. Hay un menor involucrado… y lo sabes.

   Antonio alzó una ceja… sus ojos miraban a Nicolás con verdadero asombro. El hombre de la puerta dio un gruñido y retiró el arma. Su risa horrible fastidió mucho a Nicolás.

   —Tu hermano involucró solo a ese niño. Estaba tan desesperado por un toque que no le importó entrar aquí con ese pequeño en brazos.

   —¿Dónde está? —demandó Antonio.

   —Revolcándose con Christian por unas líneas de coca, seguramente.

   —¿Y dónde sería eso? —preguntó Nicolás.

   —Donde no te importa, Nicolás. Ni a ti ni a tu amigo.

   Esa voz era la del tal Federico. Nicolás la reconoció con sólo oírla. El otro Beta, mano derecha de Christian, no salió a la luz, pero su voz era perfectamente clara para todos.

   —Mi hermano está limpio desde hace meses. ¿Por qué creen que recuperó al niño?

   —Tal vez recayó —se encogió de hombros el maleante de la puerta.

   —Lo secuestró un drogata esta tarde —devolvió Nicolás—. Va en busca de Christian y por lo que me acaban de confirmar, lo guiaron hasta él.

   Se escuchó el sonido de una silla siendo tirada. Antonio se pegó más a Nicolás, protegiéndole. Por fin, la figura de hombre flacucho y pálido se hizo visible para todos. Federico quitó al otro hombre de la puerta y se puso cara a cara contra Antonio. Olía a cerveza y a tabaco; tenía una herida fresca en la frente y las manos sucias de aceite de motor. Era tan grotesco como todo lo demás a derredor.

   —Tu hermano estaba sólo. No vimos a nadie con él.

   Nicolás asintió.

   —Eso confirma que todo es un plan para llegar a Christian. Mi hermano está contra la espada y la pared. Escucha esto.

   El teléfono de Nicolás tenía la opción de grabar llamadas, y la llamada de Ismael había quedado contenida en la memoria de datos. Los narcotraficantes reconocieron la voz del hombre que se había llevado a Ismael; era un antiguo expendedor que los había traicionado.

   —¿Cómo sabemos que no están aliados con ese hombre? —inquirió entonces Federico, mirándolos con los diente apretados.

   —No lo podemos probar —se encogió de hombros Nicolás—, pero tan seguro como que es de noche, que tengo más que perder aquí que ustedes. Mi hermano y mi sobrino están quién sabe dónde, rodeados de maleantes. Sólo quiero sacarlos de allí a salvo. Y ustedes, por su parte, parecen no querer perder a su jefe.

   Federico se llevó las manos a la cabeza. ¡Rayos! Los malditos del bando enemigo habían sabido hacerla bien. Ninguno de ellos había dudado ni por un momento de Ismael. Lo habían tratado por tanto tiempo, que prácticamente era uno más del grupo de Christian.

   Si Ismael, y ahora su hermano, estaban aliados con el otro grupo, estaban completamente jodidos. Pero por el momento no podía hacer más. Tenía que confiar en ellos y llevarlos con Christian antes de que involucraran a la policía en todo eso. Siempre había sabido que el hermano de Ismael tenía agallas, pero ahora descubría cuántas. Había sido uno de los pocos omegas que se había encarado cara a cara con Christian, sin el menor temor. Quizás fue por eso que Christian nunca le hizo daño y, en cambio, les pedía que lo escoltaran cuando salía del barrio.

   —Llama a Christian. Ponlo en aviso —dijo, dándole su móvil al otro sujeto—. Ustedes dos, vengan conmigo. Los llevaré con Christian por otro camino.

 

 

   Por la gracia del cielo, Mauro se había quedado dormido. Ismael lo tenía bien abrigado con su propia chaqueta, mientras recorría el camino hacía el que se suponía, era el nuevo paradero de Christian.

   Ya no le quedaba duda de que su secuestrador iba tras los pasos de su antiguo proveedor, para hacerle algo malo. Exactamente qué, imposible saberlo. Pero sin duda, nada bueno.

   Ismael odiaba esa sensación en su pecho. El tipo le iba apuntando con el arma, sin dejar de reparar bien por el área. Posiblemente, tenía aliados cerca, esperando su arribo. No había manera de escapar. Seguro estaban rodeados.

   —¿Qué quieres con Christian? —preguntó de nuevo Ismael, encogiéndose cuando el hombre lo empujó con rabia.

   —No es tu problema, puta.

   —Si quieres droga, te la puedo conseguir. No tienes que seguir amenazándonos así.

   —¡Te dije que te calles y camines! —apuró de nuevo el drogata—. Christian es mi problema y sólo mío.

   —Pues bien… hemos llegado. Es aquí.

   Los hombres de detuvieron frente a un taller de mecánica. Había tres tipos en la entrada, junto a varias camionetas. Esta vez, el secuestrado de Ismael no necesitó esconderse, cómo lo había hecho al llegar a donde estaba Federico. Eso tipos no lo conocían.

   —Vamos… ve con ellos —apuró, escondiendo su arma, pero sin dejar de apuntarle a Ismael—. Entrégame al niño. Si haces un solo movimiento en falso, lo estampo contra el pavimento.   

   —¡No! —intentó evitarlo Ismael. Pero el otro sujeto era más fuerte y le quitó al niño con violencia, casi despertándolo.

   —¡Qué vayas allá y traigas a Christian! —lo empujó de nuevo—. ¡Y hazlo rápido!

   El corazón de Ismael se oprimió, pero no tuvo más opción que avanzar. Christian era un maleante y un tipo de calle, pero la verdad sea dicha, nunca le había hecho daño. Por lo menos no un daño que él mismo no se buscara. Cuando quería droga, Christian se la buscaba a buen precio; cuando no tenía cómo pagar, aceptaba que le pagara con sexo.

   Era vergonzoso recordar todo eso, pero era la realidad; su realidad.  

  —Pero mira nada más lo que tenemos aquí —dijo uno de los hombres del taller, reconociéndolo—. El hijo pródigo ha vuelto. ¿Cuánto tiempo fue? ¿Un año? ¿Un poco más? ¿Qué te trae por aquí, niño? ¿Un poco de la buena? O quizás, quieres un poco de otra cosa.

   La pandilla entera se echó a reír. Ismael temblaba de pie a cabeza, agradecido de que su miedo fuera confundido con ansiedad por la droga. Con recelo avanzó dos pasos más, mirando de soslayo hacía donde estaba Mauro. Se sentía como un vil traidor, pero la vida de su pequeño estaba en riesgo y no había nada más importante que eso.

   —Necesito ver a Christian —dijo, con tono dubitativo, mirando al hombre que lo había saludado primero—. Es urgente.

   —¿Urgente? —respondió el mismo sujeto, secándose las manos llenas de aceite en una toalla—. Por un año no fue muy urgente, ¿o sí? ¿Qué pasa ahora? ¿Necesitas droga o necesitas verga? Porque de la segunda tenemos todos aquí —se carcajeó, mostrando sus desordenados dientes.

   Ismael hizo un mohín de disgusto. Siempre le había desagradado ese tipo. Era un patán de lo peor. Nunca entendió por qué Christian lo mantenía a su lado, siendo que se notaba que a este último también le desagradaba.

   —¿Está o no está? —preguntó de nuevo, mostrándose un poco menos nervioso—. Tengo con qué pagar, si es lo que te preocupa. Mi amigo está impaciente.

   —Y tú también, por lo que veo —mascullo el tipo, escupiendo sobre el pavimento—. Espera aquí… ya vuelvo.

   El tipo se perdió dentro del taller. Los otros se quedaron allí, reparándolo como zorros. Ismael quería busca la forma de advertirles que todo era una trampa para atrapar a Christian, pero no había forma de que hiciera ningún movimiento temerario hasta no saber a salvo a su hijo.

   Sintió la saliva más espesa en su boca. Uno de los tipos que lo miraba con desdén alzó una ceja y miró hacia el hombre con el niño. Algo le empezó a caer mal en todo aquello. Empezaba a presentir algo.

   —¿Ese es tu hijo, Ishi? —preguntó, usando el sobrenombre con el que Christian solía llamar a Ismael.

   —Lo es —asintió Ismael —mirando hacia su niño.

   —Nunca lo habías traído aquí —devolvió el hombre, comenzando a jugar con unas pinzas de carro; algo inquietante en su mirada—. ¿Tan desesperado estás hoy?

   Los ojos de Ismael se alejaron del escrutinio del hombre. Su cuerpo se tensó y tuvo que hacer un esfuerzo enorme por encontrar de nuevo su voz y no quedar al descubierto. No necesitaba se un premio Nobel para darse cuenta de que ese tipo empezaba a sospechar algo. Tenía los segundos contados para pensar bien sus palabras.

   —No lo podía dejar con mi hermano… le quité la custodia y si sabe que ando en esto de nuevo, me demandará a los servicios sociales.

   —¿Y por qué no le dejas al niño definitivamente? —barajó unas cartas otro de los sujetos—. Seguro está mejor con él que contigo.

   Ismael sintió como si una daga se incrustara en su pecho. ¿Su niño estaría mejor con Nicolás? Sí…definitivamente sí. Nicolás jamás habría puesto a Mauro en una situación tan peligrosa. Amaba al niño con su vida y sus actos y no sólo de labios para afuera, como parecía que lo hacía él. Se sintió horrible, lo peor; más inmundo que la basura más cochina.  Sus ojos se aguaron y su garganta se secó. Un ruido se escuchó dentro del taller y luego una voz grave y muy bien conocida por el omega, surgió. Era Christian. Ni más ni menos.

   —Ishi… mi Ishi… sabía que volverías.

   Christian lucía más peligroso y letal que nunca. Su gabardina negra combinaba a la perfección con sus cabellos azabache y sus impresionantes ojos verdes. Era un Alpha de treinta años, con el mismo número de tatuajes en su piel. El de la araña en su cuello tenía que ser de los más recientes, pues Ismael no recordaba haberlo visto.

   Con una sonrisa en su rostro, el hombre caminó hasta la altura de Ismael, tomando su mentón. Ismael tembló, mirando de soslayo a Mauro, rogando a todos los cielos porque aquello terminara bien. Si algo le pasaba a su bebé sería mejor que lo mataran. La culpa no lo dejaría vivir.

   —Ishi, Ishi… —susurró de nuevo Christian, delineando suavemente los labios del omega—. ¡Corre por el niño!

   Christian sacó un arma y con una puntería de escándalo, incrustó una bala en la cabeza del drogata que tenía a Mauro. El hombre cayó en picada al suelo, pero antes de hacerlo, Ismael logró quitarle al bebé de los brazos, recuperándolo por fin.

   —¡Es una trampa! —gritó el omega, antes de que una ráfaga de disparos salidos de todos lados inundara la calle. Christian tomó una moto cercana y agarró a Ismael, montándolo.

   —Me di cuenta con sólo verte —canturreó el Alpha, con una mueca ladina, esquivando los disparos mientras huía de allí a toda velocidad, seguido de sus hombres—. Parecías a punto de echarte a llorar. ¿Tengo derecho a pensar que me amas, Ichi?

  —¡¿De qué rayos hablas?! —se encolerizó Ismael, sosteniendo más fuerte a Mauro, conteniendo su desbocado corazón—. Voy a matarte apenas termine esto. ¡Hijo de puta!

   —Uish, tan bravo —devolvió Christian, tomando la ruta de un callejón—. No deberías decir esas groserías delante del bebé. ¡Mira, por culpa de tus gritos se despertó! ¡Hola, pequeño Ishi! Quiero ser tu nuevo papá. ¿Sabes decir “papá”?

   —¡Mira al frente! ¡Nos vamos a matar! —gritó Ismael, frenético—. Y se llama, Mauro, no pequeño Ishi. Y primero me mato antes de que seas su nuevo padre.

   —El pequeño Ishi, no piensa lo mismo. ¡Mira, me sonrió! Te has vuelto un aburrido, Ishi. Tendremos que recordar los viejos tiempos.

   Ismael le dio un codazo al hombre mientras el Alpha aumentaba la velocidad. Sus hombres iban a su lado, escoltándolo y varios metros más atrás, la pandilla enemiga los seguía. En mitad del camino, dos grandes camionetas les cerraron el paso. Christian frenó la moto, sin poder esquivar a los enemigos. Ismael sostuvo fuerte a Mauro, evitando que se pusiera a llorar de nuevo.

   Otro auto llegó a la escena. Dos rostros gratamente conocidos avivaron las esperanzas de Ismael.

   —¡Ismael! ¡Mauro! —exclamó Nicolás, desde el vehículo. Antonio intentó bajar del auto pero dos disparos destruyeron las ruedas de su carro. Cuatro pandilleros se bajaron de los autos enemigos y les apuntaron a todos. Christian dio la orden a sus hombres de no mover ni un musculo, y con cuidado puso a Ismael detrás de su cuerpo.

   —Hasta que por fin te encuentro, Christian… —habló un corpulento Alpha, saliendo desde el vehículo más grande—. ¿O debería decirte mejor, Agente White? ¡Habla de una vez, maldito policía!

   Ismael y Nicolás quedaron de una pieza. ¡¿Christian era un policía?!

 

   Continuará…

  

Notas finales:

*Perico: Es una forma de llamar a la cocaína en ciertos paises de América Latina.

Modifiqué algunas cosas del escrito original y me quedó más largo de lo acrodado; por eso, lo demás que prometí la vez pasada, quedó para la segunda parte del capítulo. 

=) Es que se me han venido cositas sobre la marcha y he modificado el texo original con más detallitos. Ya saben, en un principio no pensé que esta historia gustaría tanto. 

Besotes. Los quiero. 


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