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Objeción denegada por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Sólo queda un cap y el epílogo =) .

Pasa de todo aquí. LOL. 

Capítulo 8. 

 Noche de terror. Parte II.       

 

 

   Los obligaron a entrar a todos en una casucha abandonada del sector. Los requisaron, quitándoles celulares y cualquier tipo de objeto que pudieran usar como armas. Nicolás, Ismael y Mauro, fueron llevados a un cuartico trasero donde los dejaron encerrados, mientras los demás hombres quedaban en la sala de la vivienda, amarrados y encañonados. El Alpha de la pandilla enemiga de Christian optó por torturarlo primero antes de matarlo. Toda la información que pudiera sacarle, sobre qué tanto sabía la policía de ellos, sería valiosa.

   —¿Cómo es posible que seas un policía? —reclamó Federico, la mano derecha de Christian, mirando a su jefe desde la silla donde lo amarraron—. ¡Confié en ti, maldito!

   —¡Todos lo hicimos! —rumió otro de los hombres que estaban en el taller, y que cayó en la redada.

   Christian escupió un poco de sangre, producto de una bofetada que le propinó su enemigo. El robusto Alpha, de nombre “Fred”, lo tomó del mentón y sacó una navaja, pasándola por la mejilla del policía. Una sonrisa siniestra adornó su rostro, provocando un estremecimiento en todos a derredor. Christian, que lo miraba fijamente, sonrió también, sin dejarse provocar. Esa era su noche, por fin. La noche de atrapar a ese jodido traficante. No iba a desaprovecharla.

   —Estás acabado, Fred. Dime cuál es el pez gordo para el que trabajas y juro que tus vacaciones en prisión serán más llevaderas y largas.

  Fred sonrió de nuevo; la navaja deslizándose hacia el cuello de Christian.

   —Tu serás lo único acabado aquí sino me dices que tanto sabes de nuestra red. El “sapo” que te delató es de tu propio grupo de antinarcóticos en la policía. Sabe mucho sobre tus logros, pero no lo suficiente para saber qué tan jodidos estamos todos. Habla, si no quieres que mande a llamar a ese par de omegas que trajimos hasta acá. ¿El tal Ismael ese te importa mucho, verdad? Te enamoraste de ese adicto desde la primera vez que lo viste y todo el mundo lo notó. Sólo tuvimos que encontrarlo de nuevo para poder dar contigo. Fue tan fácil.

   La sonrisa se disolvió del rostro de Christian. La verdad había pensado que Ismael había recaído cuando lo llamaron para informarle que iba en su búsqueda. Cuando Federico volvió a llamarlo, informándole que Nicolás estaba en el barrio, advirtiéndoles sobre una posible trampa, se sintió increíblemente tranquilo. Aquello significaba que había sido traicionado y que su momento de descubrirse había llegado, pero por lo menos, Ismael no había ido en busca de drogas.

   —Si les tocas un solo cabello estarás en grandes problemas —masculló, alzando la mirada hacia el otro Alpha—. Si los llegas a lastimar…

   Un golpe seco en su abdomen le sacó el aliento y le impidió terminar la amenaza. Antonio, atado en otra silla, vociferó irritado e intento forzar las cuerdas para soltarse. No le agradaba nada pensar en que lastimaran a Nicolás o a los demás. Se sintió de repente muy furioso de sólo pensarlo.

   —¿Y se puede saber quién eres tú? —inquirió un furioso Fred, alejándose momentáneamente de su otra presa para acercarse a Antonio—. ¿No serás acaso otro policía encubierto? —masculló, escupiendo a su lado.

   Un gruñido abandonó la garganta de Antonio, antes de que se retorciera de nuevo, intentando zafase. Estaba hasta el cuello en esa situación, y no sabía cómo librar a sus amigos del peligro.

   —¡Deja ir a los omegas! ¡Tienen un bebé, por todos los cielos! ¡No te jodas de esa forma, amigo!

   —¡No soy tu amigo y no me digas que hacer! —gruñó el hombre, soltando ahora su furia sobre el abogado. Antonio sacudió la cabeza, tratando de espabilarse tras el golpe, y luego miró a su contendor con furia. Estaba ante un pobre idiota sin cerebro, pero no sabía si eso era bueno o malo.

   Uno de los hombres de Fred se acercó a él, dándole un mensaje al oído. Por unos momentos, ambos hombres salieron del lugar, dejando a sus rehenes a cargo de sus otros compañeros. Antonio miró significativamente a Christian y le hizo una seña con los ojos, moviendo sus labios. Christian entendió. Sí, sabía leer los labios; lo había aprendido desde su primer año en la academia.

   —“Tengo unos amigos que me llamarán pronto” —informó Antonio, sin usar su voz—. “Intentaré decirles alguna clave para que traigan refuerzos”.

   —Muy bien —susurró Christian, contento. El también tenía refuerzos en camino, a los cuales había puesto en aviso apenas se enteró de que sus rivales iban en su búsqueda. Si lograba distraer lo suficiente a esos imbéciles, tendrían las cosas a su favor.

   El teléfono de Antonio sonó. En ese momento, Fred entró de nuevo a la habitación, mirando el aparato y luego mirando a Christian con detenimiento.

   —Es mi teléfono —anunció Antonio, antes de que le preguntaran—.  Será mejor que me dejes contestar. Algunos amigos saben que vine a este barrio y será peor si no les contesto. ¿No quieres eso, verdad?

   Uno de los tipos que estaban cerca a la mesa donde estaban los celulares miró a Fred y éste le hizo un asentimiento de cabeza. Tomaron el aparato y lo pusieron cerca a la oreja de Antonio, sosteniéndolo allí. Antes de hundir el botón de respuesta, el Alpha agarró a Antonio por el cuello y le resopló cerca al oído. Quería dejarle bien en claro todo; si decía algo de más o alertaba a sus amigos, era hombre muerto.

   —Hola, Santiago, ¿eres tú? —respondió Antonio, apenas descolgaron la llamada.

   Al otro lado de la línea, un preocupado Santiago respondió. Dijo que tenía a sus amigos de la fundación listos para entrar al barrio si era necesario. La mayoría eran gente de calle que no se asustaban fácilmente. Estaban preparados para colaborar.

   —Sí, no te preocupes; estamos bien —mintió Antonio, tratando de encontrar las palabras exactas que alertaran a su amigo a comprender la situación—. Ismael por fin encontró a Christian —continuó diciendo—. El tipo lo dejó libre, sólo quería droga. Ya vamos para casa. ¿La fiesta ya empezó? No empiecen sin nosotros. Ismael y Nicolás se MUEREN por llegar a casa y prepararlo todo. Se MORIRAN si no logramos llegar a tiempo.

   —Bueno, ya es suficiente. Córtalo —apresuró Fred, haciendo una señal a Antonio.

   —Debo colgar, Santi —se despidió el hombre con un suspiro—. Llama a todo el personal que puedas, ¿vale? Será una fiesta de muerte.

   La llamada se cortó. El beta de Fred retiró el teléfono de la oreja de Antonio y lo puso de nuevo sobre la mesa.

   —¿Qué demonios fue eso? —preguntó el matón, irritado.

   Antonio se encogió de hombros.

   —Teníamos una fiesta esta noche, es todo. Fiesta que se arruinará por completo por tu culpa —se burló con una risita que fastidio mucho al otro hombre.

   El sonido de otro celular impidió que el rostro de Antonio recibiera una bofetada. El tal Fred pareció estar recibiendo una llamada importante, porque de repente su rostro se puso pálido y empezó a sudar.

   —Te salvaste, maldito —espetó hacia Christian, torciendo el gesto de su boca—. El jefe quiere verte. ¡Andando!

 

 

    Encerrados en un cuartucho feo y viejo, Ismael, Nicolás y Mauro se arrinconaron frente a la puerta, sobre unas colchonetas rotas y sucias. Desde allí podían escuchar retazos de lo que ocurría afuera, pero nada concreto que los ayudara a calmar sus destrozados nervios.

   Para fortuna de los adultos, el bebé seguía dormido en brazos de Ismael; cobijado por la chaqueta de su papá. El omega temblaba de frio, pero más de miedo. No podía creer que en ese momento todos sus amigos estuvieran metidos en ese lio; en especial su hijo y su hermano embarazado. Y todo por su culpa.

   —Es mi culpa; todo esto es mi culpa. Nunca debí pensar que podía hacerme cargo de Mauro con todo ese horrible pasado a cuestas. Por mi culpa están metidos en este lio. Por mi culpa. Sólo por mi estúpida culpa.

   Evitando que siguiera dándose golpes de pecho, Nicolás sacudió a Ismael, mirándolo a los ojos. No era hora de perder la calma de esa forma, y menos sin saber bien qué era lo que estaba pasando allá afuera.

   —¡Ismael, contrólate! —lo acució, sosteniéndolo fuerte—. No puedes perder los nervios ahora. Lo has hecho muy bien y Mauro está tranquilo. Vamos a salir de esto; te lo aseguro.

   Ismael devolvió la mirada a su hermano; sus ojos llenos de lágrimas brillaron fugazmente, llenos de esperanza.

   —Perdóname, hermanito —sollozó, echándose en sus brazos—. Sólo te he causado problemas estos últimos años. Nunca comprendí tus sentimientos, te dejé solo con tus problemas, con tu sufrimiento; y luego, como si no fuera suficiente, te doy a mi hijo para luego quitártelo sin contemplaciones y ahora demuestro una vez más que sólo sirvo para causar problemas. Soy horrible.

   —Isma, cariño. Mis frustraciones nunca fueron tu culpa; no te culpes por ello —lo abrazó Nicolás, apretándolo contra su pecho—. Tenías una familia y la perdiste de repente. Lo has hecho increíble ahora que volviste. Eres un gran papá y te has recuperado por completo. No es tu culpa que esos maniáticos te hayan metido de nuevo en sus asuntos. ¡Ellos son los únicos culpables de esto! ¡Y vamos a salir de ésta!

   Asistiendo, Ismael secó sus lágrimas y besó la cabecita de su hijo. Mauro se movió un poco entre sus brazos, pero no se despertó. De repente, un sonido se escuchó desde afuera y la puerta se abrió de repente, sobresaltándolos. Uno de los tipos de la pandilla de Fred los apuntó con un arma, mostrándoles una sonrisa de miedo.

   —¡Vamos, de pie! ¡Afuera! —los apuró a gritos—. El gran jefe ha venido por fin.

   ¿El gran jefe?, pensó Ismael. En sus épocas de consumidor había oído mucho sobre ese hombre, pero nunca lo había visto en persona. Era el traficante número de la ciudad, y debía se el sujeto tras el que estaba Christian, si es que realmente era el policía que decía ser.

   —¡Andando!¡Muévanse! —vociferó de nuevo el maleante, empujándolos un poco.

   Cuando salieron de nuevo a la calle, el par de hermano vio un grupo de camionetas blindadas junto a la casa. Eran los carros más finos que hubieran visto antes en ese barrio. La gente de las cercanías parecía alarmada por ello, razón por la que empezaron a cerrar sus puertas y ventanas; evitando quedar en medio en cualquier cosa que se armara.

   —Aquí lo tenemos, jefe —saludó alegremente Fred, señalando a un muy magullado Christian—. Por fin el pajarito ha mostrado sus alas. Le dije que si íbamos por ese omega, daríamos con él —sonrió mirando a Ismael—. Las fuentes me dijeron que le tiene mucho apreció al chico y no se equivocaron.

   Un hombre vestido todo de negro puso un pie fuera de la camioneta. Ismael tembló por las palabras de Fred. Al parecer, Christian sí era realmente un policía, y lo habían atrapado por su culpa. Alguien había tenido que delatarlo, y esa persona debía estar al tanto de la relación que había existido entre ellos. Aunque a Ismael le sorprendió que todos pensaran que Christian le tenía en alta estima. Siempre pensó que el tipo lo veía como un drogadicto idiota que sólo servía para follar en sus ratos libres.

   —¿Quién me delató? —inquirió Christian, escupiendo un poco de sangre, mientras dos tipos los sostenían por ambos brazos.

   Fred rió. Su risa, horrible e irritante.

   —Uno de tus compañeros de academia. Tu amigo Julián —sopló sin contemplaciones—. Ese al que le contabas lo mucho que te gustaba ese drogadicto idiota de allá —se burló, señalando de nuevo a Ismael.

   El susodicho se crispó, mirando con tristeza a Christian, que no le devolvió la mirada.

   —Lo que no planeábamos era que tu puta se recuperara y tuviéramos que esperar tantos meses a que saliera de ese centro de rehabilitación para poderle dar caza —masculló de nuevo el maleante—. Espero que valga la pena cuando pruebe que tan apretado tiene el culo.

   Un gemido salió da la boca de Ismael al escuchar las risas y las intensiones del grotesco hombre. Nicolás lo abrazó fuerte, tranquilizándolo, mientras Antonio lograba por fin soltar sus cuerdas, dirigiéndoles una mirada significativa a ambos omegas.

   El hombre de traje negro elegante por fin salió por completo del auto. Sus zapatos de miles de pesos tocaron el apestoso suelo del lugar, ensuciándose un poco de barro. El Alpha avanzó con pasos calmados hasta Christian, a quien obligaron a colocarse de rodillas. La situación era tensa como cuerdas de violín. La noche se volvió mucho más fría.

   —Sólo quería verte a la cara antes de mandarte al otro mundo, maldita rata —dijo la sombría voz del sujeto, sacando un arma de su costoso abrigo negro—. Me costaste millones de pesos en cada redada que arruínate, infeliz. Te echaré a las ratas cuando termine contigo.

   El arma apuntó directo a sus estomago. Christian pensó que el plan del tipo era justo ese; dispararle en el abdomen para luego dejarlo desangrándose en cualquier chiquero, comido por las ratas. Era una forma de morir dolorosa y patética. Tuvo ganas de tener en frente a su jodido compañero traidor para arrancarle la cabeza.

   Todo el mundo miraba la escena, esperando el momento justo del disparo. Ismael sollozó, abrazando más fuerte a Mauro y a Nicolás. Christian había sido un imbécil, pero por alguna razón no quería verlo morir, y menos de esa forma tan macabra.  Quería que algo sucediera; que algo milagroso lograra evitar lo aparentemente inevitable.

   Y sucedió. No se podría decir si fue algo milagroso cómo tal, pero la verdad sea dicha, fue algo increíble que nadie se esperaba.

   De repente, un olor increíble surcó el ambiente; opacando por completo el agrio olor natural de aquel suburbio. Los cuatro Alphas que estaban presentes en la escena se sintieron repentinamente mareados por el olor; perdiendo por completo la concentración.

   Antonio, Fred, Christian y el Alpha de traje elegante voltearon al mismo tiempo, olisqueando hacia la fuente del olor. “Mío”, gritaron sus bestias interiores en coro, con sus miradas fijas en el omega que acababa de entrar en celo. Los demás presentes no sabían qué hacer, cómo salvar la jodida situación.

   Christian siguió sometido por los tipos que lo sostenían, Fred recibió un balazo en la pierna de parte de su jefe, pero Antonio y el hombre de traje quedaron libres para actuar.

   Nicolás empujó a Ismael hacia una esquina segura antes de echarse a correr y todos los demás se quedaron pasmados cuando un grupo de motorizados, salidos de quién sabe donde, los rodeó dejando caer bombas caseras de gases lacrimógenos.

   La escena se volvió un caos total. Finalmente, Santiago y los demás amigos de Ismael  llegaron al lugar, intentando salvar la noche. Aprovechando el caos, Christian se zafó del amarre de los tipos que lo tenían, sintiéndose de nuevo alerta, gracias a que el olor de Nicolás se había alejado de allí.

   Sus ojos vagaron por el montón de humo, intentando dar con Ismael y Mauro, pero no podía verlos por ninguna parte. El sonido de varias patrullas se oyó, y entonces, como si hubiera empezado una guerra de pandillas, se armó la balacera. Otro uniformado se acercó a Christian, dándole un arma; ayudándolo a llegar hasta la patrulla, donde se resguardaron de las balas.

   —¡Julián, me asustaste, maldito idiota! Por un momento pensé que realmente me habías traicionado.

  El susodicho sonrió con su perfecta dentadura blanca. Disparó un par de veces más antes de volver la vista a su amigo.

   —Tuve que engañarlos haciéndoles creer que me había cambiado de bando. Lo siento.

   —¡¿Y tuviste que involucrar a Ismael y a su niño en el proceso?! —se quejó de nuevo Christian.

   Julián se encogió de hombros.

   —Pensé que el niño seguía con el tío. Lo lamento —alzó las manos con un mohín de “cosas que pasan”—. Era la única forma de hacer que esos matones confiaran en mí; fue  un plan de oro. Por fin tenemos a Gonzalez; el tipo esta jodido hasta el cuello. Ya no tendrá forma de salir de nuevo de prisión.

   —Eso si logramos capturarlo. Se fue detrás de un omega en celo. Justo el hermano de Ismael.

   Los ojos de Julián se abrieron cuan grande eran. ¿Cuán más bizarro podía tornarse aquello? Al parecer mucho más, pensó cuando varias balas rebotaron cerca y los dos hombres recargaron sus armas dispuestos a volver a la acción.

   —Vamos por tu amorcito y por esas jodidas ratas —dijo Julián, haciendo un guiño a su amigo.

   —Más te vale o voy a patera tu trasero —amenazó Christian, colocándose su chaleco antibalas.

   —Por lo viejos tiempos, amigo.

   —Y una mierda—masculló el Alpha.

 

 

   Agitado hasta más no poder, Nicolás llegó a una vivienda que parecía abandonada y se encerró en un armario vacio que estaba a la vista. Sentía los pasos de alguien que lo seguía, pero tenía el horrible presentimiento de que no era Antonio.

   El sonido de la puerta abriéndose lo hizo encogerse en forma de bolita, agazapándose más contra las paredes de aquel mueble. Por una pequeña rendija pudo ver los zapatos caros que recorrían el lugar; los visajes de la gabardina negra ondulando cerca.

   —Se que estás aquí, pollito… Podría olerte aunque estuvieras escondido bajo la tierra.

   Nicolás ahogó un jadeo en su mano. Estaba tan asustado que podía sentir el corazón en su boca.

   —Pollito, pollito —volvió a canturrear el hombre, acercándose peligrosamente hasta su escondite—. No me gustan los pollitos ariscos.

   “Pollito”, pensó Nicolás con fastidio. “Pollito su abuela”. Tuvo una idea cuando vio un objeto abandonado en una esquina del armario. Lo tomó y esperó el movimiento del otro hombre. Cuando el Alpha abrió la puerta, guiado por el olor; Nicolás agarró la sartén y la estampó en toda la cara del hombre. Un gruñido de dolor abandonó la garganta del Alpha, quien, para terror de Nicolás, se recuperó más rápido de lo pensado, tomando al omega por el cabello, que ese día llevaba sujeto en una larga trenza.

   Nicolás gritó y trató de huir  de nuevo, pero el robusto hombre lo apresó; sometiéndolo entre sus brazos. Un beso áspero y urgido alcanzó a tocar sus labios, antes de que el sonido de una motocicleta surgiera de repente, haciéndose estremecedora cuando el vehículo atravesó la puerta de la casa; dejando a otro alterado Alpha frente a él.

   —¡Antonio! —gritó Nicolás, ocasionando un gruñido en los Alphas. “Mío”, rugieron ambos, antes de lanzase uno sobre otro. El mafioso trató de sacar su arma, pero Antonio se abalanzó más rápido, haciendo que el objeto saltara, cayendo lejos de ellos. Nicolás tomó la pistola, dejándola lejos del alcance de ambos hombres. Su corazón latía a mil, mientras veía la feria de puños y patadas entre los dos grandes Alphas.

   La pelea se extendió a las afueras de la casa. Los hombres rodaron sobre el suelo de lodo de aquel lugar, llenándose la ropa de fango. Antonio le dio un puñetazo a su contrincante, dejándolo sobre el suelo. Sus ropas, húmedas y sucias, le daban un aspecto feroz.

   —¡Maldito! —mascullo el mafioso, quitándose la gabardina, cuyo precio alimentaría por meses a cualquier familia de ese barrio—. Te voy a matar.

  —Eso está por verse —gruñó Antonio, quitándose la mojada camisa—. Nadie me quita lo que es mío.

   El sonido de una bala distrajo por un momento a ambos hombres. Dos policías se acercaban, tratando de cercar el lugar. Antonio aprovechó el momento de duda de su contrincante, dándole un puñetazo que lo dejó tirado en una cuneta llena de porquería. Nicolás, alterado, se fue de nuevo a la fuga, sin recordar que Antonio también estaba fuera de sí.

   —¡Alto! —exclamó el narcotraficante, pero los policías lo encañonaron, deteniendo su huida tras el omega. Antonio, libre de competencia, tomó de nuevo la motocicleta y se fue tras Nicolás. Los policías prefirieron no perder su presa mayor, así que decidieron esperar refuerzos.

   Antonio atrapó a Nicolás cerca a un lote desolado, colocándolo en la moto junto a él.

   —¡Rayos! —gimió el Alpha, sacudiendo la cabeza para conservar algo de conciencia—. ¿Cuántas veces más seguiremos jugando al gato y al ratón? ¡No huyas! ¡No pelees! ¡Estoy llegando a mi límite!

   Asintiendo, Nicolás se bajó de la moto y se dejó llevar hasta una paredilla cercana. A diferencia de lo ocurrido con el mafioso, el omega sólo sentía la terrible necesidad de frotarse contra el tonificado y sudoroso cuerpo de Antonio, como si de un gatito perdido se tratase.

   ¿Sería el embarazo el responsable de esa necesidad irracional? ¿Sería algo más?

   —Quiero que me ciegues —pidió entonces, aprovechando que Antonio aún no había perdido la conciencia del todo—. Seguiremos teniendo estos problemas si no lo haces.

   —¿Entonces, sólo lo quieres por eso? —inquirió Antonio, sin saber por qué le molestaba tanto pensar que fuera sólo por eso.

    Nicolás negó con la cabeza.

   —Me gustas —susurró bajito, sus mejillas coloreándose encantadoramente de carmín—. Me gustas mucho, pero yo… yo no sé si pueda volver a aceptar a alguien en mi vida de nuevo.

   Antonio tomó a Nicolás del talle, apresándolo más fuerte en sus brazos.

   —¡Basta! ¡¿Me has oído, Nicolás?! ¡Basta! ¡No vuelvas a decir eso!

   Le dio un beso salvaje, dejándolos a ambos sin aliento. Nicolás se dejo caer entre los brazos fuertes del Alpha, respirando a bocanadas.

   —Voy a desmayarme —se quejó.

   —Desmáyate, quiero que te desmayes; quiero que me demuestres que eres un omega y que sientes como tal. Ninguno de tus anteriores amantes te ha besado así. Estoy seguro. Ninguno novio de adolescencia, ni de juventud; tampoco ese Alpha de hace un rato, y muchísimo menos, tú estúpido Carlos.

   El beso continuó. El olor de Nicolás acusó a Antonio, haciéndolos perderse a ambos en el calor del celo. Antonio, sin embargo, está vez fue quien logró mantener más despierta su razón, y maniobró ambas ropas para lograr el acoplamiento sin tener que desvestirse por completo. Ya él estaba sin camisa, pero la noche estaba demasiado fría como para exponer a Nicolás a pescar una pulmonía.

   La penetración fue suave y silenciosa; deliciosa en medio de húmedos besos. Su olor emergió de sus poros, asentándose en la suave piel del omega, para quedarse allí, remplazando el olor natural de Nicolás.

   Las uñas cortas de Nicolás lograron, pese a eso, marcar la espalda ancha y suave de Antonio, dejando delgadas líneas rosadas. Cuando Nicolás se corrió, Antonio salió de él, lo volteó y, alzando un poco su camisa, eyaculó sobre su espalda; haciendo que de esta manera, su olor quedara más adherido a la piel del omega.  

   —Listo… estás cegado —advirtió un momento después, al recuperar el aliento—. Debemos volver.

   Nicolás asintió, recuperándose también. Con el aliento aún descompasado acomodó sus ropas y subió a la moto detrás de Antonio. Ahora que su razón volvía a controlarlo, la angustia volvía a apoderarse de su pecho. ¡¿Qué habría pasado con Ismael y Mauro?!

 

 

   Ismael se vio envuelto de repente en una nube de humo. Sin saber qué hacer o para dónde correr, decidió quedarse agazapado en aquel corredor hasta que pudiera ver un poco mejor. Mauro se despertó finalmente y lloraba por el ruido de las balas y los gritos. Ismael trataba de calmarlo, pero ni el mismo lograba controlarse. Estaba muy asustado y sus nervios, totalmente jodidos, se vinieron por completo a pique cuando una mano, salida de entre el humo, lo tomó de repente de un pie, halando de él.

   —¡No escaparas! ¡Voy a matarte, niñato idiota! ¡Voy a matarte!

   Fred, arrastrándose por culpa de la herida en su pierna, intentaba a toda costa tirar a Ismael al suelo. Sus ojos estaban rojos por los gases y su cara se veía más tétrica de lo normal.

   —¡Déjame! —pataleó Ismael, intentando conservar el equilibrio con su niño en brazos—. ¡Suéltame!

   —¡Eso nunca, maldito! ¡Tu hermano y tus amigos lo estropearon todo! ¡Estoy de que planearon todo para joder la noche! ¡Te voy a matar!

   El tirón de Fred finalmente tiró a Ismael. Intentado proteger a su hijo, el omega cayó sobre sus nalgas, reprimiendo un quejido de dolor. Una vez a su altura y pudiendo enfocarlo bien, Fred sacó un arma pequeña de la bota de su pie izquierdo y los apuntó. Ismael pegó un gritó y se volteó rápidamente, protegiendo a Mauro con su cuerpo.

   El sonido encegueció sus oídos por varios segundos, y el calor de la sangre en su pecho, casi  hizo perder el conocimiento.

   —¡Ismael! —gritó Christian, yendo hacia él. Su disparo había acabado con la vida de Fred, pero no con la suficiente velocidad como para evitar que el traficante también disparara, hiriendo a Ismael.

   —¡Mi bebé! ¡Mi bebé! —entró en pánico el omega, revisando bien a su niño, pese al taladrante dolor en su brazo.

   —¡El niño está bien! —aseguró Christian, tomando a ambos en brazos, mientras el resto de su grupo ponía por fin orden en el lugar.

   Al cabo de quince minutos, el sonido de sirenas era el alma del lugar. Ismael estaba en una ambulancia acompañado por Nicolás, Ismael, Antonio y Santiago, mientras sus demás amigos y otros protagonistas del embrollo eran atendidos varios metros detrás.

   —El pequeño Ishi está perfectamente —dijo Christian, regresando con el bebé luego de una exhaustiva revisión, dejándolo en brazos de su papá.  

   —¡Gracias al cielo! —lo recibió Ismael, sollozando de alegría—. Y se llama Mauro, ya te lo dije —regañó con un pucherito—. ¡Eres un idiota! ¡No puedo creer que seas un policía! Tú y yo… bueno… ya sabes.

   Una risotada escapó de boca de Christian. El hombre sacó de su bolsillo un frasquito blanco que puso en manos de Ismael. Sus ojos chispearon con diversión.

   —Tú y yo nada corazón… —le guiñó un ojo—. Nunca te vendí drogas ni me acosté contigo. Todas las veces que viniste a mí por cocaína, te di esto —señaló la bolsita—. Es un somnífero sintético que produce algunos efectos alucinógenos leves, pero no es adictivo ni malo para el organismo. Los policías infiltrados lo usamos mucho para engañar a ciertos clientes.

   Antonio, Nicolás, pero sobre todo Ismael abrieron por completo los ojos. Este último quedó casi sin habla.

   —Entonces… tú… tú nunca…

   —No —le guiñó un ojo Cristian—. Si haces memoria, siempre te levantabas desnudo, pero sin recordar nada de la noche anterior, ¿o me equivoco?

   Ismael se puso como una grana.

   —Suponía que era por la droga.

   —¿Lo vez? —Christian le dio una gran sonrisa—. Es una lástima que en los otros sitios a los que ibas, sí consiguieras droga de verdad; por eso te enganchaste. Me alegra que te hayas recuperado y estés de nuevo con tu hijo, Ishi. Eres un buen chico.  

   Ismael sintió sus ojos aguándose mientras la vergüenza volvía a apoderarse de él. La mirada de Christian era dulce y serena; llena de afecto.

   —Listo —dijo en ese momento el paramédico que lo atendía—. Por suerte fue superficial y sólo tuve que darte dos puntos de sutura.

   —¿Dos puntos? ¡¿Por una herida de dos puntos estuve chillando así?! —Ismael se sintió ridículo.

   —La sangre es escandalosa —se encogió de hombros el paramédico, cerrando su botiquín. Nicolás se acercó y abrazó muy fuerte a su hermano.

   —¡Auch! —hizo un pucherito Ismael—. Me duele mucho mi herida de dos centímetros.

   —¡Tonto! —lo mordisqueó dulcemente Nicolás, dándole besitos esquimales a su sobrino—. Recibiste una bala por tu hijo. Definitivamente, haz madurado, hermano.

   —No lo suficiente como para que dejes de mimarme —lloriqueó el menor como un crio.

   Antonio negó con la cabeza y Santiago se echó a reír.

   —¡Tengan cuidado! —dijeron de repente a sus espaldas. El sonido de una bala se escuchó y todos gritaron sin saber de donde provenía. La gente quedó en expectativa mientras el tal Gonzales era apresado de nuevo; desarmado y reducido por completo por la policía.

   —¡Joder! ¡Eso estuvo cerca! —se ofuscó Christian, yendo a ver qué era lo que había sucedido.

   Nicolás miró a su hermano y ambos se estremecieron cuando vieron hacia Antonio. El Alpha se llevó la mano al pecho, cayendo repentinamente al suelo, con un jadeo de dolor.

   Le habían disparado.

 

 

   La operación duró tres horas, pero fue exitosa. Nicolás, Ismael y Christian permanecieron todo el rato frente a las puertas de la sala de cirugía, mientras duraba el procedimiento.

   Mauro se había ido con Santiago a casa de este último. Eran demasiadas emociones en una sola noche para un crio de su edad. Debía descansar.

   —La operación ha sido exitosa —dijo el doctor, tras salir del quirófano—. Deberá permanecer en recuperación unas horas y luego lo pasaran a una habitación. Tendrá que quedar  hospitalizado y si todo sale bien, se le podrá dar de alta en un par de días. Buenas noches.

   —Buenas noches. —El personal se despidió del galeno, sentándose de nuevo en las bancas. No podían creer aún que ese mafioso hubiera sorprendido a todos, robando la pistola de uno de los policías que lo escoltaba, casi escapando e hiriendo a Antonio de esa forma.

   Después de cinco cafés, el trío fue autorizado a entrar a la habitación de Antonio; uno por uno. Nicolás fue el primero en entrar. Antonio estaba dormido sobre la cama. Se veía tan pálido como un muerto, pero respiraba con compas y la maquina de sus signos vitales no mostraba nada en desorden.

   Nicolás se sentó junto a él en la cama; sus ojos se llenaron de lágrimas. No se perdonaría si algo malo llegaba a pasarle al hombre por su culpa. Era el hombre más bueno que había conocido jamás y deseaba… deseaba…

   Ismael entró de repente a la habitación. Su rostro estaba pálido como la nieve y su respiración era irregular. Sin mediar palabra se acercó hasta el control remoto del televisor de la habitación y lo prendió, mirando a Nicolás con ojos asustados.

   —Tienes que ver esto.

   Las noticias locales estaban en pantalla. La presentadora hablaba con voz neutra sobre un hombre apresado en las últimas horas por el delito de estafa y falsificación de documentos.

   “El sujeto, que delinquió en varios países, fue apresado hace alguna horas en el aeropuerto Internacional de Madrid. Tenía documentos falsos y pretendía salir con rumbo a Canadá. En las próximas horas será deportado a nuestro país, donde deberá responder por más tres delitos, mientras sus bienes serán confiscados en su totalidad”.

   Nicolás se sostuvo de la mano de Ismael cuando éste llegó a su lado en su ayuda. El hombre al que las cámaras seguían mientras intentaba cubrirse el rostro era dolorosamente conocido por ambos omegas.

   … Era Carlos.

 

    Continuará…

   

Notas finales:

Hola. 

  Ya queda muy poco. Gracias por seguir aquí. Puse una pequeña escenita de la película "Lo que el viento se llevó". Si adivinan cuál es, les regalo one shot con Santiago, hijo de Antonio =) .    Besitos gigantes. 


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