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Objeción denegada por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Gracias por apoyar el fic. El martes, nuevo cap de "Fuego en Sicilia".

Capítulo 2

   Instinto animal.

 

 

    Sus piernas temblaban cuando caminó hacia la sala donde se realizaría la audiencia. El lugar tenía un público moderado, pero que resultaba atemorizante en su situación. Todos esos desconocidos tendrían que escuchar detalles de su vida privada y podrían juzgarlo a su antojo. La vergüenza lo carcomía como un terrible cáncer.

   —Pónganse de pie para recibir a su señoría, honorable juez, Arturo del Risco —dijo la voz del secretario, desde el pulpito del estrado. Todos obedecieron. Ismael miró a Antonio, quien le colocó una mano sobre el hombro en señal de apoyo. Unos metros más lejos estaba Nicolás con su abogado, ambos rígidos y adustos. Nicolás ni siquiera lo había mirado ni una sola vez, posiblemente para mostrarle lo ofendido que se sentía.

   Después que el juez tomó juramento, la secretaría de la audiencia procedió a explicar los términos de la demanda. Hablaba de un montón de códigos y estatutos que Ismael no entendía pero que esperaba que estuvieran a su favor. Por lo menos eso.

   “El demandante, el señor Ismael Aristizabal, aquí presente, demanda a su hermano, el señor Nicolás Aristizabal, presente aquí también, aludiendo a que éste último se niega a devolverle a su hijo de quince meses, Mauricio Peñaranda Aristizabal, quien se encuentra a cargo del señor Nicolás, desde que el señor Ismael se lo entregó al verse en la necesidad de internarse en una clínica de rehabilitación por adicción a las drogas”.

   Ismael tragó seco. El alegato sonaba más horrible en voz alta que como lo hacía en su mente. Sostuvo, sin embargo, la mirada del juez, cuando éste lo reparó con dureza. De ese hombre iba a depender su futuro y el de su hijo; era mejor no parecer amedrentado.

   —Como hemos oído, la demanda interpuesta aquí es una demanda de gurda, y afecta directamente a un menor que aún no está en condiciones de rendir declaración —dijo el juez con solemnidad—; es por ello que las acciones que se lleven a cabo durante esta audiencia estarán regidas por los artículos 445 y 554 del actual código civil. Señor Ismael —apuntó su mirada hacia el susodicho—, explíqueme los motivos de su demanda y qué exige para resolver este conflicto.

   Ismael se puso de pie y miró a su hermano por un momento, luego, alzando la mirada la clavó sobre el juez, seguro y sereno, como había ensayado con Antonio.

   —Su señoría, yo demando a mi hermano Nicolás, y exijo que de forma inmediata me entregue a mi hijo Mauricio, quien debe estar conmigo, que soy su padre. Agradezco todo lo que mi hermano hizo por mi hijo, pero no por eso se lo puedo regalar. Es mi hijo y quiero que esté conmigo.

   —Explíqueme, en primer lugar, por qué su hijo no está con usted, señor Ismael.

   Tomando aliento con fuerza, Ismael se llenó de fuerza para contar todo; de principio a fin, tanto lo bueno como lo malo. Era necesario decir toda la verdad para que el juez notara su sinceridad y su nueva forma de vida. Si mentía o intentaba tapar los acontecimientos, podía perder a Mauro para siempre.

   —Yo entregué a Mauro, señoría —relató, no sin algo de emoción en la voz—. Lo entregué de cinco meses de edad a mi hermano para que éste lo cuidara mientras yo me internaba en una clínica de desintoxicación.

   —¿Qué edad tiene el niño actualmente? —preguntó el juez.

   —Año y cinco meses.

   —¿Y en todo este año, ha sido su hermano el encargado de su cuidado?

   —Así es, señoría.

   —¿Usted no ha tenido ningún contacto con el niño?

   —Lo visité hace una semana, su señoría.

   —¿Fue la primera vez que lo vio en todo este tiempo?

   —Si, señoría.

   —¿Y cómo lo vio?

   La última pregunta hizo que los ojos de Ismael se volcaran sobre su hermano. Qué tonto sería mentir y decir que Nicolás no atendía al niño bien o que lo tenía descuidado, además de que sería también una absoluta deslealtad y una bajeza imperdonables. Con sólo entrar al cuarto del niño, cualquiera podía ver lo bien atendido que estaba y lo lleno de amor que lo tenían.

   —Mi hermano ha cuidado maravillosamente a mi hijo,  señoría —respondió finalmente.

   —¿Y usted piensa que lo podrá hacer mejor?

   Ismael tomó aire; lo necesitaba y mucho. Sólo fueron unos pequeños instantes de duda, tan efímeros como el instante de miedo en su corazón.

   —Sí, puedo cuidarlo mejor —respondió sin un atisbo de duda—. Lo amo con toda mi alma.

   —Eso ya lo veremos —contestó el juez, volcando ahora su atención en Nicolás—. Demandado —le exhortó a mirarle—, ¿Cómo contesta a la demanda?

 

 

 

   —Dios mío, esto es horrible. Es más difícil de lo que pensé.

   Ismael se paseaba de un lado a otro del pasillo contiguo a la sala de audiencias. Era el primer receso y esperaba que lo que seguía durara mucho menos.

   Nicolás había sido implacable, contándole al juez todos y cada uno de sus momentos de máxima bajeza. Incluso contó aquel evento donde llego a poner su vida y la vida del bebé en riesgo al tirarse drogado con el niño a una piscina durante una de sus noches de desenfreno y locura.

   Pudo sentir la mirada de la mayoría del publico sobre la nuca, juzgándole, considerándolo un irresponsable y un degenerado drogadicto. E Ismael sabía que merecía aquellas miradas; esas y muchas más a futuro, igual que muchas horas de frustración, recuperando el tiempo perdido.

   —Su hermano es verdaderamente terco e impenetrable —masculló en una de esas Antonio, acercándosele—. No entiendo por qué en vez de estar feliz por su regreso y recuperación, le hace esto —agregó sorbiendo un poco de su café—. Es realmente detestable.

   —Pero él no era así —defendió Ismael—. Siento que fui yo el culpable de todo al poner al niño en sus brazos, sin considerar lo frágil que está su corazón todavía.

   —¿Todavía? —sopló el café el Alpha.

   —Sí, todavía.

   Antonio se encogió de hombros sin entender. Realmente lo que pasara en la vida del hermano de su cliente lo tenían sin cuidado. Mientras no afectaran directamente a Ismael, la vida de Nicolás Aristizabal se la traía floja.

   Le gustaba mucho Ismael y quería entablar una relación formal con él, aún si para ello tenía que llenarse de toda la paciencia del mundo. Sabía que, de momento, ese omega no tenía más cabeza que para su hijo, y eso le hacía admirarlo más y querer ayudarlo en todo lo posible. Y más, si de paso, podía fastidiarle el día a ese sujeto amargado y sombrío que su cliente tenía por familia.

   —Creo que es hora de volver.

   —Sí —asintió Ismael mesando sus cabellos—. Volvamos.

   La siguiente parte del juicio fue la presentación de pruebas y de testigos. Por Ismael rindieron declaración sus padrinos del campo de rehabilitación, Santiago y una compañera del trabajo. Por Nicolás sólo lo hizo un compañero del trabajo y un vecino que habló muy poco y casi de forma mecanizada y discursiva. Convenció poco al juez.

   —Tranquilo —dijo el abogado de Nicolás, cuando estaba próximo el fallo—. Su argumento final lo dejará todo finiticado.

   —No se preocupe —dijo Antonio a su cliente—. Rematará esto con su discurso final.

   Nicolás se puso de pie primero y, mirando hacia el juez y parte del publicó, habló con serenidad.

   —Soy un buen padre. No tuve hijos propios, pero he demostrado que soy capaz de cuidar a un niño con amor y total entrega. No hay lugar donde ese niño pueda estar mejor que en mis brazos. Ustedes mismos, en las fotos que presenté, pudieron verlo. ¿Dónde creen que pueda estar mejor el niño? ¿Conmigo donde está seguro y estable, o con su padre biológico que por más que lo haya parido es un chico inmaduro e inestable que bien podría mañana estar de nuevo en las calles drogándose? Por favor, señor juez. No le niegue un gran futuro a ese niño, a mi lado.

   La audiencia cuchicheó un momento pero luego calló para escuchar la replica de Ismael.

   —S señor juez —comenzó el omega, esta vez sí, evidentemente nervioso—. No he sido un buen padre. De hecho, he sido un pésimo padre. Hice cosas terribles llevado por la debilidad y la tristeza. Me drogué, me acosté con tipos desconocidos en medio del frenesí de la cocaína, robé para pagarme las drogas, dormí en las calles, comí de la basura, dejaba a mi hijo a cargo de vecinos cuando salía a drogarme, lo desatendí muchas veces, puse su vida en riesgo. Hice eso y muchas cosas más, cosas que ya han escuchado de sobra. Mauro, sin embargo,  es lo más hermoso que he hecho en mi vida. En medio de toda la mierda en la que me he revolcado, él es una luz en mi oscuridad. Lo amo tanto que ese amor logró despertarme de mi momento más oscuro para hacerme salir a flote de nuevo. Si Mauro no hubiera estado en mi vida, me habría ahogado sin remedio. Pero no me ahogué. Mi pequeño evitó que me ahogara y me hizo salir a flote. Me hizo darme cuenta que tengo un motivo para despertarme cada día, una razón para dejar de ser el miserable y degenerado ser que era.

   >> Yo tenía una familia con Leonardo, mi fallecida pareja. Había miles de sueños en nuestras vidas, sueños que se vieron repentinamente rotos con su prematura partida. Mi mundo colapsó ante su ausencia y ni siquiera los consejos de mis amigos y de mi hermano lograron detener mi derrumbe. Me sentí tan perdido, tan acabado, tan vulnerable que me dejé apresar por la depresión y la soledad. Caí en un vació profundo, en lo más hondo de un pozo. Pero un día, uno de aquellos días en los que despertaba lleno de resaca por la droga, me di cuenta de algo espantoso. Mi niño estaba en su cunita y lloraba de hambre; yo conocía sus diferentes tipos de llanto y ese era un llanto de hambre. Miré el reloj y noté que era casi medio día y que mi hijo tenía casi diez horas sin comer. Lo alimenté por última vez y lo cobije…. Ese día lo llevé con mi hermano y lo puse en sus brazos. Mi siguiente movimiento fue llegar a un centro de rehabilitación y pedir ayuda, para dejar de ser la mierda que era y nunca más dejar a mi hijo llorar de hambre. Nunca más dejaré de nuevo a mi hijo llorar así por mi culpa. Mientras Mauro sea parte de mi vida, no habrá forma de que yo me hunda. Es una especie de instinto, un instinto que me hizo reaccionar y alejarlo de mi cuando supe que podía dañarlo. Pero ese mismo instinto me ayudó a superar ese momento de oscuridad y a darme cuenta de que ahora estoy bien, porque no he conocido dolor más grande que estar sin mi hijo. No hay lugar donde Mauro esté mejor que entre los brazos que nadaron contra una terrible marea para poder volver a su lado. No hay lugar.

   El discurso de Ismael dejó el lugar en un mutismo completo. Después de eso, los abogados presentaron sus ultimas replicas y los informe de las visitas domiciliarias a ambas familias por parte de trabajo social y el Instituto de bienestar familiar. El juez abrió su micrófono para dictar sentencia; todos se pusieron de pie.

   —Decisión del caso. Le concedo la demanda en su totalidad al padre biológico del niño —dijo mirando a un Ismael que se deshizo en llanto—. Nicolás Aristizabal, tiene usted diez días de calendario para entregar a Mauricio Peñaranda a su padre biológico o de lo contrario, podría ir a prisión bajo el delito gravísimo de secuestro a menor de edad.

   —¡No! —gritó el aludido, rompiendo en llanto.

   —¡Objeción, su señoría! —vociferó su abogado.

   —No ha lugar —señaló el juez—. Señor Nicolás, su hermano jamás le cedió a usted sus derechos como padre. Usted aceptó cuidar a ese niño de forma desinteresada mientras su hermano se recuperaba y éste lo ha hecho. Eso si, durante los primeros tres meses, trabajo social realizará visitas mensuales al domicilio del señor Ismael para garantizar que las condiciones en las que vive el niño sean las adecuadas. De lo contrario, me informarán y revocaré mi decisión, entregando al niño al bienestar de familia. Se cierra esta audiencia. Muy buenas tardes.

   Los gritos de emoción y tristeza de parte y parte inundaron la audiencia. Santiago abrazó a Ismael, llenándolo de besos mientras Antonio se unía a los dos en inmensa alegría.

   —Antonio, gracias. De veras, sin su ayuda no hubiese podido ganar esto.

   —Con o sin mi ayuda, su hijo iba a volver a su lado, Ismael. Usted es un muy buen hombre y esto tenemos que celebrarlo.

   —¡Por supuesto! —concordó Santiago con una gran sonrisa.

   Ismael asentía a ambos hombres cuando de repente, una presencia a sus espaldas lo alertó. Santiago y Antonio se alejaron un poco, pero no tanto como para que su amigo se sintiera desamparado; sólo se corrieron lo suficiente para dar algo de intimidad al intenso momento que se avecinaba.

   Nicolás se paró frente a su hermano, mirándolo con una gran furia en sus ojos llenos de lágrimas.

   —Ve mañana por el niño, a primera hora —fue todo lo que le dijo antes de dar media vuelta y partir.

   Ismael quiso decirle algo, pero la verdad fue que la voz no le salió. Odiaba tanto que las cosas hubieran llegado a ese punto, pues amaba mucho a su hermano y no quería que todo terminara tan mal, que no sabía ni que sentir. Bien o mal, Nicolás había sido un papá para Mauro durante todos esos meses, y no quería que el niño se alejara de él por completo.

   —Es realmente amargado —resopló Santiago acercándose de nuevo.

   —Lo mismo le dije yo —intervino Antonio también—. Iré mañana con usted para la entrega del niño —aseguró a Ismael.

   El susodicho asintió con la cabeza, sonriendo ligeramente.

   —Si. Gracias, Antonio. A primer ahora entonces.

 

 

   Eran casi tres bolsas enormes que había recogido con las cositas de Mauro. No faltaba nada, todo lo que necesitaba el niño estaba allí. Hasta las recetas de la comida, como le gustaban, las tenía en un cuaderno decorado y perfumado.

   Nicolás bañó al bebé y lo dejó precioso y limpio. No había llorado ni una sola lágrima frente a él, pero su corazón estaba destrozado. Otra vez perdía, otra vez se quedaba sólo.

   Nicolás Aristizabal era un administrador de empresas eficiente y trabajador que aparentaba más edad de la que tenía y cuya vida se había resumido durante años al trabajo y a la casa. No tenía muchas amistades, y las pocas que tenía lo consideraban un completo asocial.

   No iba a fiestas ni a reuniones de la empresa, no celebraba cumpleaños ni fechas especiales. Sólo trabajaba e iba a casa. Eso era todo.

   Mauro había significado un cambio importante en su vida. Desde la llegada del niño, el omega parecía más activo y menos taciturno. Seguía sin ser el rey de la fiesta, pero por lo menos salía a los parques, a los eventos infantiles de la cuadra, y llevaba al niño a los cumpleaños de los amiguitos del edificio o de los hijos de los compañeros de oficina.

   En las tardes, se le veía muy a menudo llevando al pequeño a los columpios del parque, a ver lo patos del lago, a jugar en las atracciones del centro comercial y a la piscina.

   En fin, estaba un poco más vivo aunque su aspecto siguiese teniendo esa aura sombría y lúgubre.

   Los vecinos se asomaron cuando escucharon el jaleo de las cajas. Uno de ellos se atrevió a preguntar, pero como respuesta sólo obtuvo un portazo.

   Nicolás había amado y había perdido. Y había perdido por haber amado a un hombre malo; un vil vividor que lo engañó, lo robó y lo abandonó.

   Carlos Contreras no sólo se quedó con la alegría de Nicolás y con su corazón; se quedó con casi todos sus ahorros, sus sueños, sus ilusiones y con su dignidad.

   A Nicolás le tomó muchos meses volver a salir de casa luego de la humillación de quedarse esperando al novio el día de su boda. Y le tomó años recuperar el dinero que ese infeliz le robó sin el menor escrúpulo.

   Carlos Contreras, que al parecer ni siquiera se llamaba así, nunca más volvió a aparecer en su vida, pero era como si para Nicolás, el desgraciado nunca su hubiera ido, quedándose estancado en su alma, robándole hasta el ultimo gramo de alegría y vitalidad.

   Cuando los servicios sociales llegaron junto a Ismael y Antonio, Nicolás ya tenía todo listo.

   —Está dormido para que no haga berrinche, por eso te cité a esta hora —dijo colocando al niño en los brazos de su hermano—. Cuando despierte ponle la canción del móvil de estrellitas; esa le gusta mucho y lo calmará. Luego ponlo a jugar con la cartilla de los animalitos y estará contento. No te apures si ronca un poco en las noches, el pediatra dijo que tiene las adenoides un poco grandes, pero que aún no es de cirugía. El carnet de las vacunas está en la maleta azul, en el bolsillo de adelante. El próximo mes le tocan otras dosis, procura que se las pongan. Si le da algo de fiebre luego, no importa, se le pasará al rato. Dale medicina de la que tiene la etiqueta “para la fiebre y el dolor”. Debes pesarlo antes de dársela, es la mitad del peso. Tienes también un cuaderno con las recetas de lo que ya puede comer, no le des leches con mucha azúcar porque le dan unas diarreas espantosas y unos cólicos que no lo dejan dormir. Le gusta tomar baños antes de dormir, pero procura que no sea muy tarde porque luego tose mucho y no se duerme. Y por ultimo, pues ya da pasitos, así que procura no tener cosas de vidrio cerca y ponle tapones a los tomacorrientes.

   Ismael pestañeó un par de veces. Sintió que se iba a desmayar. Nicolás sonrió con maldad.

   —Criar a un niño es más difícil que decirle cosas lacrimógenas a un juez —soltó con todo el veneno posible—. Ahora vete, quiero estar solo.

   —Nicolás…

   —Vete, Ismael. Cuando pueda iré a visitarte. Vete, por favor.

   —Vámonos ya —apuró Antonio, tomando a Ismael de los hombros—. Buenas tardes, señor —se despidió con frialdad, mirando con furia a Nicolás.

   —Buenas tardes —contestó el aludido devolviéndole la misma mirada de puño antes de dar media vuelta y cerrar la puerta en su narices.

   Cuando el silencio se hizo por completo en su departamento, Nicolás entró al cuarto de Mauro y se echó a un lado de la cuna, rompiendo en llanto.

   Lloró por horas, por muchas horas… hasta que se quedó dormido.

 

 

   —¿Te dejaste asustar por todo lo que te dijo tu hermano? —preguntó Antonio, atreviéndose a tutear por primera vez a su cliente. Ismael asintió, pálido, con el niño dormido en sus brazos.

   —Estoy muy asustado. ¿Y si mi bebé me rechaza?

   —Vamos, no será así —animó el abogado—. Los primeros días será muy duro pero luego le irás agarrando el ritmo, ya verás. A mi también me tocó duro cuando mi esposo murió, dejándome sólo con un hijo de tres años. Pero pude hacerlo bien.

   —¿En serio? ¿Tú pasaste por algo así también?

   Antonio asintió.

   —Mi hermano también me apoyó; se vino a vivir conmigo por algunos años y luego se fue cuando se casó y tuvo su familia propia. Para ese tiempo ya yo estaba más estable y sereno.

   —¿También usaste drogas? —inquirió asombrado Ismael.

   —Algo de alcohol… mucho alcohol —sonrió tristemente su acompañante—, pero sólo en las noches en que me sentía más melancólico.

   —¿Extrañas a tu difunto esposo? —preguntó bajito el omega.

   —Ya mucho menos que antes —aceptó tristemente el Alpha—. Por suerte o por desgracia, el tiempo alivia muchas heridas.  Ismael… se que es muy reciente lo tuyo, pero yo… yo quisiera…

    —Antonio, yo… yo no puedo ahora —cortó de inmediato el ahora abnegado padre—, en este momento sólo tengo cabeza para mi hijo. Por favor, compréndelo. Eres un hombre maravilloso y me has ayudado tanto, pero…

   —Pero en le corazón no se manda…

   Ismael bajó la cabeza, apenado. Antonio suspiró pero de inmediato le resto importancia al asunto, mirando por la ventana y señalando las cosas nuevas que tenía la ciudad. Realmente era un hombre encantador. En su cabello rubio se camuflaban perfectamente las canas que ya debía tener, pero las arrugas bajo sus ojos verdes sí que delataban sus años.

   A pesar de esto, estaba lleno de vitalidad y energía. Era atlético y de complexión fuerte, dejando ver que le gustaba el deporte y lo practicaba con regularidad. Su aura, además, era brillante y alegre, pese a que su dueño tenía unos modales de caballero medieval y una elegancia clásica.

   —Permíteme acompañarte hasta la entrada de tu casa —dijo al descender del coche.

   Ismael le agradeció, saludando a Santiago y a sus padrinos del centro, que lo esperaban en su casa, listos a colaborarle en todo lo que necesitara. Pasaron horas acomodando todas las cosas de Mauro y haciéndole de comer para cuando despertara. Cuando por fin acabaron, todos estaban exhaustos, así que compraron refrescos y bebieron el resto de la tarde, completando con unas pizzas.

   —Estoy preocupado por Nicolás —dijo en una de esas Ismael, parado en el balcón junto a Santiago.

   —¿Y preocupado por qué? No es como si no pudiera ver más a Mauro —comentó el otro omega—. A diferencia de él, tú no piensas impedirle que esté con el niño, ni que lo vea cuando quiera.

   —Aún así me preocupa. No te había contado, pero mi hermano tiene las gavetas del  baño llenas de supresores. ¿Sabes lo que eso significa, verdad?

   —Sí, significa que por eso es un completo amargado.

   —¡Santiago!

   —Ismael… —Suspirando con toda la paciencia del mundo, Santiago miró a su amigo y lo tomó por los hombros, confrontándolo—. Escúchame —le dijo, sacudiéndolo un poco—, todo el mundo tiene sus propia manera de lidiar con su mierda, ¿entiendes? Algunos lo hacemos inflándonos a cocaína y otros lo hacen encerrándose vivos como monjas de clausura.  Tu hermano está en el último grupo. Tú buscaste ayuda cuando la necesitaste, ahora deja que tu hermano haga lo mismo.

   —Mir hermano no hará eso.

   —¿Y tu quieres ayudarlo a que lo haga?

   —¡Por supuesto!

   —¿Y qué piensas hacer?

   Ismael negó con la cabeza. La verdad es que aunque sabía que algo muy feo ocurría con Nicolás, aún no tenía nada en mente para poder ayudarlo con su miseria. Antes de lo de Leonardo había estado tan ciego, tan metido en su propio mundo de felicidad que no había tendido tiempo de ver más allá de lo evidente. Excusaba a Nicolás, creyendo que simplemente era un rarito, sin la más mínima empatía para notar cuánto sufría.

   Ahora era diferente. Su propia experiencia de vida lo había dotado de la sensibilidad suficiente para reconocer el dolor y la desesperación, y más si era en su propio y querido hermano. Nicolás sufría mucho, y ese sufrimiento no era nuevo; era crónico y terrible, doloroso e incapacitante como un reumatismo.

   —Lo primero será que deje de tomar esos malditos supresores —consideró entonces, luego de varios minutos de reflexión.

   —¿Y cómo piensas conseguir eso? —preguntó Santiago, enarcando una ceja.

   —Se lo pediré a cambio de dejarlo ver a Mauro todos los fines de semana.

   —¿Y crees que acepte?

   —Eso espero. De lo contrario, le avisaré a las autoridades. Sabes que es ilícito consumir eso sin formula médica. Así que no sé cómo rayos los está sacando, porque no creo que ningún medico serio le permita a un omega consumir esas cosas por años, y menos de esa forma tan desmedida.

   —Entonces manos a la obra —sonrió Santiago, palmeándole el hombro—. Y por cierto… eres un tonto al dejar pasar tu oportunidad con Antonio —bufó—. Quien pudiera tener la dicha que tiene el gallo…

 

 

   Nicolás estaba hecho una furia. ¿Acaso Ismael estaba comparándolo con él? ¿Estaba diciéndole que la adicción a las drogas y el consumo de supresores eran lo mismo?

   Al carajo lo que decían los médicos alarmistas. Llevaba años tomando sus supresores y no le había pasado nada. Era una tontería. Si no quería entrar en celo, pues no entraba y punto. Era su intimidad y nadie tenía que meterse en ella. El celo era una cosa tan fea y asquerosa; la debilidad más horrible de un omega. No quería sentirlo nunca más, ni ser victima de él. Por culpa de un celo había terminado enamorándose de Carlos, y luego siendo engañado de esa manera tan absurda. Nunca más sería usado por nadie. ¡Nunca más!

   De repente, todo su mundo giró. Nicolás se apoyó en la barra de la cocina y se sentó en una butaca. Agachó la cabeza y al hacerlo, vio unas gotitas de sangre cayendo sobre el mesón, contrastando con la blancura de éste.

   Asustado, el omega se llevó la mano a la nariz y vio que sangraba mucho. Con fuerza hizo presión con su mano y como pudo llegó hasta el bañó y se lavó. La sangre no se detenía, peor aún, se empezó a escurrir por su cuello, manchando su camisa y luego su pantalones, produciendo un charquito en el suelo.

   Cuando la pérdida fue lo suficientemente importante como para hacerle perder el conocimiento, Nicolás se desvaneció en el baño. Ismael, que venía llegando con Mauro en brazos, sintió el golpe de la caída y tocó la puerta alarmado. El portero fue quien terminó abriendo ante la insistencia del visitante. Luego, al encontrar lo que encontraron, se sintió aliviado de haberlo hecho.

 

 

   —¿Cómo está? —preguntó Santiago apenas traspasó las acristaladas puertas de la sala de urgencia.

   —Lo están atendiendo aún —contestó Ismael, calmando a un inquieto Mauro que lloriqueaba porque no lo dejaban en el suelo.

   —Papá… papá… —balbuceó el pequeño, señalando las puertas tras las que había visto entrar a Nicolás.

   Ismael suspiró. No era envidia ni celos, pero le dolía que su hijo identificara a otro como su padre. Era su culpa y lo sabía, pero no por eso dolía menos. Cuando el médico salió por fin a darles el parte, Ismael dejó un momento al niño con Santiago, entrando a la sala a ver a su hermano.

   —El paciente no me ha querido decir nada, pero se que está consumiendo algo que le ha alterado la coagulación de la sangre.

   —Mi hermano lleva años tomando supresores —le confió el omega, angustiado.

   —¿Supresores? —creyó oír mal el facultativo.

   —Sí, supresores —corroboró Ismael—. Creo que debe llevar unos siete años tomándolos.

   Los ojos del galeno se abrieron como platos. Los supresores eran unas drogas muy potentes que sólo debían ingerirse en ciertas circunstancias muy particulares, y nunca por periodos de tiempo tan largos. Su paciente pudo haber muerto de una hemorragia cerebral o intestinal; fue una suerte que sólo tuviera una epistaxis.

   —Debe suspenderlos de inmediato —dijo el anciano Beta, llevando a Ismael con el paciente—. Nunca más podrá tomarlos de nuevo y tendrá que usar unas inyecciones de factores de la coagulación por un tiempo hasta que mejore su sangre.

   —¿Es muy grave, doctor? —se abrumó el omega.

   —Lo suficiente como para no tomar esto más nunca a la ligera.

   —Sí, así será, doctor. Muchas gracias.

   Después del sermón del médico, Nicolás tuvo que soportar el de su hermano. Ni que fuese un crio de cinco años, pensó con rabia antes de vestirse y salir de la clínica en compañía de los otros dos omegas.  Ya de camino a casa, mientras jugaba con Mauro en la parte trasera del taxi, agradeció a ambos chicos la atención y luego entraron todos a su departamento.

   —¿Qué haces? —preguntó cuando vio a su hermano correr de una vez en dirección al baño.

   —¿No es obvio? —respondió Ismael tomando todos los frascos de supresores para vaciarlos directo en el inodoro.

   —¡Oye, son súper caros,  ¿sabes?! —se quejó el dueño de casa, rescatando el último  frasco.

   —Son veneno —hizo un puchero Ismael.

   —Ya… —rodó los ojos Nicolás—, pero aún puedo venderlas a alguien que las necesite.

   —Yo se las daría a ese omega que limpia los ascensores… vaya pinta de putillo la que traía.

   Fue Santiago quien dijo eso ultimo. Mauro estaba es sus brazos tirándole de sus mechones grises, lo cual puso al omega mayor un tanto irritable.

   —Casi te mueres desangrado por no follar —volvió a hablar mientras sostenía las manitos del niño—. Qué fuerte. Creo que ni en “Mil maneras de morir” ha salido algo así.

   —¿Quién se crees usted? —se indignó Nicolás, poniéndose todo colorado—. Usted ni me conoce.

   —Conozco el sistema límbico —torció la sonrisa Santiago—, y ese es igual para todos los omegas.

   Ismael sacó a empujones a su amigo antes de que se armara la grande.

   —Será mejor que nos vayamos —dijo, tomando de nuevo a su hijo.

   —¿Cuando podré ver de nuevo a Mauro? —preguntó el hermano mayor, tomando la manita del niño.

   Ismael se encogió de hombros.

   —Avísame cuando pase tu celo y veremos —guiñó el ojo con picardía, aunque sabía que su hermano no pasaría el celo con nadie. Nicolás bufó, dando un beso al niño, quien lloriqueó un poco antes de que se lo llevaran. Nicolás se tiró en su sofá.

   Tendría que vivir el celo de nuevo. Tenía tantos años sin tener uno que ya ni se acordaba de cómo se sentía, o mejor dicho, de cómo se sufría cuando había que pasarlo sin pareja.

   Rumiando su rabia, se desvistió, apagó la luz y se acostó a ver películas viejas y románticas. Esa noche era el turno de “Lo que el viento se llevó”. Adoraba a ese irreverente de Rett y le dolía que esos caballeros sólo existieran en las películas. Moriría si alguien descubría que era un aficionado a este tipo de películas y libros.

 

 

   Luego del tercer whisky, Antonio tomó la mano de ese impudoroso omega que era su mejor amigo, y llevándolo con él, se pusieron a bailar.

   —Así que te rechazó —dijo el hermoso hombre de ojos negros delineados con khol, bailarín de tango de aquel antro nocturno.

   —No tiene más ojos que para su hijo —defendió el Alpha.

   —No te quiere —zanjeó el otro sin más—. Tú necesitas un hombre que te ame, Tony. Un hombre para el que seas su todo y algo más, un hombre que se quede sin aliento al verte, que se derrita con tus besos. Eres de los hombres que dan esa clase de amor y la quieren de vuelta, amigo mío. No naciste para mendigar afecto. O te lo entregan todo, o no te entregan nada. Así de simple.

   —Me conoces tan bien —sonrió Antonio en una de las vueltas.

   —Casi me enamoré de ti —le devolvió el gesto su amigo—. Pero me salvé por un pelo —terminó dejándose echar hacia atrás.

   Bailaron el resto de la noche. Antonio volvió a casa casi de madrugada. Su hijo de quince años estaba en la sala viendo una película de terror y tuvo un susto de muerte cuando su padre abrió la puerta.

   —Pero, ¿tú que haces despierto a esta hora? —preguntó el Alpha, cruzándose de brazos mientras su hijo dejaba de temblar.

   —Veía una saga de terror y casi muero al verte abrir la puerta —respondió el pequeño omega haciendo un pechero.

   —¿Ya estoy así de feo? —preguntó el mayor sonriendo torcidamente.  

   —No, pero creí que ya no llegarías a dormir —respondió el adolescente.

   —Siempre llego a dormir —contestó su padre, obligándolo a levantarse para irse a la cama.

   Cuando el chico se fue por fin, Antonio tomó el móvil y después de mucho pasar canales, se topó con una cadena donde estaban trasmitiendo una des sus películas favoritas: “Doce hombre en pugna”. Hasta se podría decir que esa película lo había alentado a convertirse en abogado. Le gustaba la forma en la que el protagonista, jurado en un juicio de asesinato, lograba cambiar el voto de todos los demás jurados que en primer lugar habían optado por la fácil opción de condenar al que a todas luces parecía el culpable, y que podía no serlo. 

   Sonrió cuando los títulos de la película aparecieron en pantalla, pero aún no tenía sueño para irse a la cama. Decidió entonces dejar el canal a ver qué pasaban a continuación y no se arrepintió. “Lo que el viento se llevó” era una de las grandes obras del séptimo arte. Amaba esa relación pintoresca y apasionada que se relataba allí, aunque consideraba un dolor de cabeza enamorarse de alguien como Scalett O’Hara. Gracias a al cielo, la vida no parecía tener nada así para él. De momento, sólo era un hombre rechazado en busca de nuevos horizontes.

 

 

   La ducha no iba a ser suficiente y lo sabía. Ni pasándose el día entero dentro de una tina con hielo iba a quitarse ese calor. Tan fuerte, tan intenso.

   Estaba pasándolo fatal por culpa de ese estúpido celo. Dolía como tener una fiebre alta. ¡Oh, si! Ahora lo recordaba perfectamente. Su último celo había sido con Carlos, antes de que lo dejara plantado y le robara, claro. A partir de allí nunca más había sentido esa molesta y visceral energía.

   Lo peor era el olor. La casa entera apestaba a algo dulzón que se había concentrado de una forma tremenda por todas las paredes y rincones. Quizás era por el efecto de haberlo suprimido por tantos años, pero su olor estaba más intenso que nunca.

   Resopló y se metió de nuevo en la ducha. Estar de nuevo en celo dolía por una razón mucho más fuerte que el sufrimiento físico. Era volver a recordar a ese maldito hombre, su cuerpo, su calor, todo. Desde la forma en cómo le hacía el amor hasta su sonrisa; esa forma que tenía de hablarle cosas bonitas.

   Le había creído todas y cada una de las cosas que le dijo; todas sin excepción. Le prestó todos sus ahorros sin dudar, creyendo que de esta forma empezarían una vida, juntos. ¡Hasta pensó en tener un hijo de ese infeliz!

   Un hijo, pensó mientras enfriaba más el agua, temblando un poquito. Siempre había querido tener sus hijos propios y llenarlos de amor y cuidados. La vida no quiso que fuera así, pero en cambió le dio uno ajeno.

   Mauro llenó sus días de una alegría tan infinita que durante ese año, se llegó a sentir feliz de nuevo; feliz como no había sido en años.

   Cuando Ismael colocó a ese pequeño en sus brazos, Nicolás sintió que su corazón apagado se encendía un poquito otra vez. El bebé con su ternura llenaba sus momentos de soledad y alegraba sus horas de silencio con sus balbuceos, sus llantos y su risa. El silencio se había hecho de nuevo con su partida. Su horrible realidad, la de estar solo y cada vez más viejo lo lastimaba terriblemente; encerrándolo mucho más dentro de esa caja de paredes infranqueables en las que había metido su vida.

   Nunca había querido que Ismael terminara de la forma como terminó, pero siempre había envidiado su felicidad con Leonardo. Se sintió tan culpable por sus sentimientos, que se fue alejando poco a poco de su hermano, dejándolo aparte, con su vida feliz, hasta que la desgracia llegó.

   Nicolás se sintió tan mal por lo ocurrido que estuvo pendiente de Ismael y fue el primero en notar que éste andaba en cosas malas. Intentó tantas veces rescatarlo, sacarlo del abismo, pero él también era un alma en pena. ¿Cómo podía levantar a alguien estando también derrumbado?

   Fue por eso que en ultima instancia hizo lo único que creyó que podía hacer: cuidar al pequeño Mauro mientas Ismael volvía.

   Sólo que no pensó que el regreso de su hermano le traería más pena que felicidad y más ruina que dicha. Se encariñó tanto con el niño que no consideró justo perderlo, entregarlo. Si para Ismael, ese niño era su motor de vida, para él también lo era.

   Ahora se sentía frustrado y acabado… además de adolorido y febril.

   El timbre de su puerta sonó. Con su mente llena de tantas cavilaciones, Nicolás salió de la ducha, se colocó una bata seca y salió a la sala. Estaba tan metido en sus pensamientos y tan acostumbrado a no pasar por el celo que no recordó un detalle. ¡No debía abrir la puerta!

 

 

   Muy fastidiado por las amenazas del abogado de Nicolás Aristizabal, Antonio decidió coger al toro por los cuernos. Tomando su coche, llegó hasta el edificio donde días antes había ido en busca de Mauro, identificándose con el portero, quien, al reconocerlo, lo dejó pasar sin problemas.

   Quería hablar con el propio omega y dejar claro que Ismael iba a pagar la indemnización económica sin necesidad de amenazas bajas por su parte. Pero lo que no sabía Antonio, era que el abogado de Nicolás estaba haciendo cosas por cuenta propia, sin consultarlas con su cliente, y que Nicolás no tenía la más mínima intención de cobrarle ni un peso a su hermano.

   Fue por esto que el rostro de asombro de Nicolás, al abrirle la puerta, lo sorprendió. Aunque la verdadera sorpresa que recibió esa mañana fue ese olor irresistible y delicioso que lo golpeó con fuerza, nada más avanzar.

   Nicolás abrió mucho los ojos cuando se percató del error que había cometido, intentando remediarlo.

   No hubo modo… ya era demasiado tarde.

 

   Continuará…

Notas finales:

Creo que a alguien le darán duro contra el muro.

 XDDDD. 


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