Atem siguió mirando hacia el cielo imaginario. El sopor de la muerte por fin lo había invadido, le daba el descanso que se le había sido negado por mucho tiempo y que recordaba con mucha claridad. Durante tanto tiempo en una oscuridad que podría volverlo loco por ver a sus amigos y preguntarse sobre su bienestar y lo que pasaría después de su respectiva muerte, ya sabiendo que Mana, Isis y Seto se quedaron con vida.
Sintió muchas cosas pero más allá de esas, un tremendo deseo de volver a verlo.
A Yugi, su otro yo y su compañero de aventuras. Ver hacia el cielo falso le daba una paz, creyendo en el fondo de su alma que aquello podría verlo él, Yugi. Un cielo tan magnífico que parecía de fantasía. Una creación increíble de la naturaleza porque ya no le importaban sus viejas creencias, había estudiado con Yugi todo lo que sabía el joven y poco más.
Una rubia se acercó, tratando de sorprenderlo pero no logrando ni el más mínimo cambio de expresión. Se preguntó si estaría enojado con ella y Mahad por haber hecho aquello con sus memorias de Heba.
—¿Puede saberse en quién piensas, faraón? —preguntó con muchísima curiosidad, viendo también hacia arriba.
—Pienso en él —respondió, tratando de no suspirar por amor—. En Yugi quiero decir. En mi compañero.
La rubia se acercó más y se acomodó, viendo también con claridad y cariño el cielo que se les regalaba.
—¿Qué es lo que más extrañas?
Atem parpadeó solamente, irguiéndose.
—Sus labios —respondió con toda la firmeza que pudiera. A Mana le sonó terriblemente cursi pero aquella impresión de su voz le dijo que le tomara en serio puesto que había muchas cosas no dichas entre aquella reencarnación de Heba y su gobernante. Ya no eran nada y a la vez todavía eran todo—. Solo fue una vez en que los toqué y los extraño con fervor.
—Porque te enamoraste —dijo ella. El soberano parpadeó dos veces y bajó la cabeza por primera vez, haciendo la sombra de una sonrisa.
—Sí —respondió a lo dicho por la sacerdotisa—. Éramos extraños en un viaje desconocido y todo lo que pasamos lo atesoro con fuerza.
Mana lo supo, en aquella otra vida que su amigo y soberano tuvo todo le fue arrebatado y dado a la vez. Pudo hacer nuevos amigos pero también enamorarse por primera vez. Pudo hacer más cosas de las que nunca pudo cuando vivió en verdad.
Ella sonrió sinceramente, alegre por él.
—Me alegro mucho, príncipe.
Por primera vez en mucho tiempo, Atem recibió unas palabras de aceptación hacia sus sentimientos. En demasiado tiempo fue sincero y no le rechazaron por haberse enamorado de alguien más que no pudiera nunca darle hijo alguno. La miró, agradecido.
—Gracias por confiar en mí —agregó ella, alejándose del lugar.
El joven rey regresó su mirada al cielo, más tranquilo que antes. El cielo brilló con más fuerza y cada estrella se volvió más hermosa que antes, dando su toque único a la oscuridad de la noche.