Cuando tu alma termina de consumirse, solo quedan cenizas viejas y una catarsis fallida.
Una catarsis, un intento de suicidio, una navaja abandonada sobre la vieja alfombra de la entrada trasera.
Incluso la película de polvo que cubre los muebles parece inexistente, compacta. Invisible. El antiguo tocadiscos parecía haber cobrado vida, la luz filtrándose por las cortinas e iluminando las pequeñas motas de tierra.
Sasuke sentado en el suelo, mirando fijamente sus pies.
Sus pies.
Blancos como la leche, iguales a los de su hermano, como el resto de su cuerpo.
El suelo bajo su cuerpo está frío, algunas tablas de la madera hinchadas por la humedad acumulada. Todo en esa casa está acumulado. Hasta los años parecen atascados en esas cuatro paredes blancas.
Todo está lleno de feos matices; blanco, negro, marrón, gris...
Las viejas fotos cuelgan de el linóleo que cubre la pared. El pelinegro se dedica a observarlas casi con desesperación, es lo único que puede hacer. Tiene un nudo en la garganta, surcos de viejas lágrimas se secan en sus mejillas, aunque no le da importancia.
El símbolo Uchiha que cuelga de uno de los marcos le causa impotencia. Lo asfixia, lo hace sentirse pequeño e indefenso, como un niño.
Cierra los ojos un instante, y enseguida una imagen lo invade. Naruto. Naruto con sus cabellos dorados. Naruto con su tez tostada. Naruto con su sonrisa. Naruto. Naruto. Naruto.
El pelinegro gruñe y abre los ojos frustrado, hastiado de sí mismo. Si tuviera que escribir al rubio, lo describiría como una estrella.
"Pero me tocó enamorarme de una estrella especial", ese pensamiento lo golpeó amargamente. Una estrella fugaz, de esas que de repente pasan por tu vida, te iluminan, te atrapan, te cegan, te llenan de momentos, de sonrisas; y se van igual de rápido, dejando una estela de recuerdos, de lágrimas, y la oscura, oscura soledad.
Un gemido de ahogo salió de los labios del Uchiha, las lágrimas de nuevo mojaron su rostro, y la visión se le volvió borrosa. Se abrazó a si mismo, gritando como una bestia herida. Quería morir. Quería morir ahora mismo, pero sabía que no tendría el coraje para agarrar la cuchilla. Ya no le quedaban fuerzas, todo su cuerpo sufría espasmos por el llanto y los gemidos entrecortados llenaban la vieja sala.
Sacudió sus piernas de forma histérica, como un niño cuando tiene una rabieta.
Continuó abrazándose a sí mismo, clavando las uñas en sus brazos. Ardía, sabía que sangraba, el olor a metal se lo aseguraba, pero eso era lo que quería. Sangrar. Como su alma.
Alzó la vista del suelo, clavándola en algún lugar de lo que alguna vez fue su hogar. Tantos recuerdos que lo atormentaban, todos juntos en aquella residencia. Y aún así, seguía volviendo allí cada vez que se sentía mal. Pero eso no sucedería más. Nunca más. No podía permitirse ser tan débil. Eso debía parar, y debía parar ahora. Con eso se decidió. Acabaría con su sufrimiento de una vez por todas.
Un par de horas después, toda Konoha lo supo.
Los aldeanos observaron, impactados, como el barrio Uchiha desaparecía en las llamas, junto con el cuerpo del que alguna vez fue Sasuke Uchiha.