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Right here, right now... por MrVanDeKamp2

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Notas del fanfic:

Los personajes pertenecen al maestro Kurumada y son utilizados con fines de entretenimiento.

La canción de "Right here, right now" pertenece a Giorgio Moroder y la vocaliza la bellísima Kylie Minogue.

Dedicado a mi bellísima Athair, lo sé cariño, parece que fuí a plantar el tabaco en lugar de ir a la tienda a comprar los cigarros. Espero puedas perdonarme.

Y a mi amiga Aranel Poli, gracias por tan buen material nena.

Ya hace 500 años que no subía nada pero había andado falto de inspiración, atareado en el trabajo y en la escuela. Una disculpa por eso.

El fic, no es un fic común, eso les debo de advertir de nuevo, diferente a los que están acostumbrados a leer de mi parte, pero me gustó bastante como quedó, así que sientanse libres de aventarme hasta con el sartén.

Otro tema: ya estoy terminando los fics de Disney Karaoke que me habían pedido, pero empero, son bastantitos y lleva tiempo.

Les recomiendo ampliamente ver el video de la canción, la música misma les describe la personalidad que le quise dar a Sigmund y hasta cierto punto, se me afigura que él y Kylie pudieron ser gemelos y ser separados al nacer xD.

¡Muchas gracias por leer!

Right here, Right now.


 


When the lights start flashing, you can open up your eyesr32;


And the highest mountainr32;is the one that you have climbed


r32;


Sigmund tomó entre sus manos, ni tan masculinas, ni tan femeninas, aquel cóctel, los Cosmopolitan eran sus favoritos. Miró fijamente al hombre frente a él, no había perdido nada de su galanura en todos esos años, al contrario, pensaba que su aspecto mejoraba con el tiempo. Las esmeraldas y las piedras de luna se encontraron y el tiempo se detuvo, esa lucha de miradas que siempre existió, había pasión y tensión, como si se tratara de un volcán que haría erupción de un momento a otro.


-¿Te ofrezco algo de beber? – y cedió el paso al recién llegado.


-¿Tan casual será nuestra charla? – sonrió de medio lado Aioria, se dirigió al bar y se sirvió un whisky solo.


- Si, será casual – le respondió el rubio sonriendo seco – ¿Así que has vuelto? – su mirada era felina y elegante.


- Me gusta demasiado Oslo, además, necesitaba un nuevo comienzo.


-¿En el lugar de donde te fuiste? – le sonrió irónico, para luego sentarse con gracia en el enorme sofá olivo, le indicó a Aioria que tomara asiento.


-Así es – el ojiverde frunció el ceño y se sentó en un elegante sillón blanco, que daba a la lateral de su interlocutor – he vuelto por lo que me pertenece, me costó muchísimo darme cuenta.


 


Y era cierto, el del signo de leo había tenido muchísimas dificultades, un amargo divorcio en puerta, un pequeño de cinco años, infidelidades descubiertas, años de amargura y de mentiras. De mentirle a los demás y de tratar de engañarse a si mismo, de negarse a él mismo quien era en realidad. De negar su pasado con la persona que más había amado. Un infierno era poco para lo que había tenido que soportar ese año.


 


-No me imagino por todo lo que debiste de haber pasado, escuché de tu divorcio…


-¿Jabu o Aioroso te mencionaron algo?


-No – el noruego dio un sorbo a su bebida – soy abogado ¿recuerdas? Los abogados acudimos con regularidad al tribunal, alguien lo mencionó por descuido y ya.


-Veo que a ti no te ha ido nada mal – inspeccionó con la vista la sala de aquella casa que parecía de muñecas, había colores fuertes contrastando con blanco de muebles modernos y acentos clásicos, era un ambiente muy sofisticado,  Sigmund siempre había sido así.


-No me puedo quejar – se sonrió - ¿un cigarrillo? – y le extendió una larga cajetilla que sacó del bolsillo interior de su saco.


-Veo que sigues fumando – rechazó con una mano y sacó un encendedor de plata, dándoselo al rubio.


-Que yo recuerde, fue la excusa para nuestro primer beso – rió por lo bajo - ¿Cómo ibas a dejarme ir a comprar cigarrillos yo solo?


Aioria se sonrió de medio lado – Como olvidarlo, aunque fue hace tanto tiempo – miró a Sigmund, ambos habían cambiado tanto, el rubio también había embellecido con la edad, sus facciones eran más afiladas, su cabello dorado cenizo seguía igual de suave y brillante, esas ondas que lo habían incitado a acariciarlo tantas veces crecieron hasta sus hombros, su suave piel lucía tan tersa como siempre, sus labios rosados seguían tan sensuales, y ese brillo en ese raro color de ojos nunca había cambiado.


 


Yeah, I can look for love, till the skies ain't bluer32;I can look for love, to get over you…r32;


I can look for love, for a deeper kiss.r32;Nothing ever felt as good as this…r32;


 


- Aunque supongo que debe de haber alguien que te acompañe ahora.


-¿Y por qué supones eso? – Sigmund lo miró extrañado - ¿Tan mal crees que me llevo con la soledad?


-Es difícil que alguien como tú se encuentre solo… - Aioria emanaba siempre ese encanto, esa atracción en él era simplemente inevitable. Se sabía seguro de sí mismo, al menos cuando de ser un casanova se trataba.


-Lo intento– dio la última fumada – pero es muy difícil encontrar lo que uno quiere de verdad…


 


Y es que Aioria lo había lastimado tanto, pero lo amó como a nadie había amado, fue el primer hombre en su vida, con él conoció el cielo: risas, ocurrencias, bromas, el beso del primer amor, la pasión de la primera vez, la emoción de estar con alguien tan vibrante y magnético, el ser protegido, el orgullo de poder estar con un hombre así de magnífico, con un enorme sentido de la justicia y un espíritu indomable. Sin embargo, también conoció el mismísimo infierno: La pasión mal sana, la obsesión, los celos, la violencia, las infidelidades…


-¿Y que es lo que quieres de verdad? – de inmediato lo supo, la pregunta fue estúpida y se auto reprendió en su mente.


-Creo que seis años a tu lado te enseñaron lo que buscaba, lo bueno, claro está.


-Sigmund… - Aioria se puso de pie y levantó al noruego de su asiento, le tomó los hombros y lo miró con un reflejo que el rubio jamás había visto en él – ya… basta… - lo acercó y lo besó con toda la pasión que tenía, como queriendo recuperar todo el tiempo que habían perdido. El noruego era el único capaz de hacer perder la cabeza a Aioria. Al castaño le gustaban las cosas finas, y Sigmund tenía ese encanto de la sofisticación, no necesitaba esforzarse nada para llamar la atención de cualquier hombre o mujer, sus miradas con desprecio, la espalda siempre recta, la elegancia de sus manos, bastaba con un pequeño gesto para liberar al fiero león.


Las rodillas de Sigmund se doblaron, solo Aioria tenía ese poder sobre él, solo el de leo podía doblegar su voluntad, su terquedad, su enorme orgullo y ego. Correspondió como pudo, no se lo esperaba, mentira, era una mentira, a decir verdad, se lo había esperado durante los últimos cuatro años.


La falta de aire hizo que tuvieran que separarse, el enorme pecho del griego se exaltaba, al mismo tiempo que la respiración del rubio. Se vieron por un momento, pero dejando atrás la rivalidad que siempre habían tenido, Aioria recordó esa expresión del rubio, fue la misma que puso cuando le propuso que hicieran el amor por primera vez, Sigmund se le había escapado algunas ocasiones, pero aquella vez no pudo huir de los encantos del mediterráneo, y le mostró por primera vez, que si podía estar a total merced de alguien.


El más alto lo volvió a jalar hacia si, y lo volvió a besar con más pasión, era tanta la fricción que parecía que arderían en llamas.


r32;


Staring in your eyes, I see the sunrise, there's nowhere else but right here, right now…r32;


No deeper feeling, this is the real thing. There's nowhere else but right here, right nowr32;, there's nowhere else but right here, right now…


 


Sigmund por su parte, se sentía como nunca antes, extrañaba ese fuego, esa pasión que consumía a ambos cuando estaban juntos, extrañaba vibrar en esos fuertes brazos. Parecía que ambos se sincronizaran para sentir lo mismo: aquella nostalgia, aquel deseo de estar juntos, ese sentimiento de que simplemente, eran el uno para el otro: Aioria el fuego, Sigmund la flama, esos caracteres explosivos, esas peleas apasionadas, esos abrazos tiernos de reconciliación, esa manera de hacer el uno del otro una persona mejor. Que sus cuerpos encajaran a la perfección, que esas diferencias físicas hicieran tan buena combinación, donde Aioria era la imponente muralla para llegar al delicado jardín que era Sigmund, que inclusive sus pieles fueran tan contrastantes y tan perfectas cuando estaban juntos,  el verde cálido contra el azul frío de sus miradas. Eran dos almas a estar destinadas.


Aioria sentía que no debía dejarlo ir de nuevo, no, ese sería un error y a cada minuto y a cada beso se lo daba a entender al más bajo, lo estrujaba contra su cuerpo, lo apretaba como si quisiera fundirlo consigo mismo. Estaba ansioso de volver a complacer caprichos, de aguantar rabietas, de corregir con una sola mirada comentarios hirientes hacia los demás, de poder cuidar a aquel mimado príncipe que siempre había sido ese chico.


Sigmund no podía controlarse, amaba la forma en la que Aioria lo amaba, amaba la forma en que hasta con la mirada lo protegía de pretendientes curiosos, amaba ese sentido de condescendencia por los demás, aquellos consejos que a veces lo molestaban y que odiaba admitir cuando el otro tenía razón, amaba ese perfume tan masculino pero a la vez juvenil, lo alborotado de esa cabellera de miel, el tacto áspero de aquellas enormes manos.


Los movimientos de ambos, la desesperación de sentirse, el ardor en la piel, la falta de aire, y un mal paso hizo que por accidente quebraran la copa del rubio, despertándolos del trance.


Sigmund se separó de Aioria, ambos se vieron desconcertados, el de leo por aquella reacción después de sentir al nórdico vibrar y casi desfallecer ¿qué era lo que pasaba?


 


It's a never ending, promise of the holy grail, but the space I'm in it feels so real, gotta sit back and exhaler32;


 


El rubio cenizo miró la expresión de Aioria, de desconcierto, pero algo más lo puso en alerta: ¿Volverían a lo mismo? ¿Podría soportar de nuevo infidelidades? ¿Podría soportar de nuevo aquellos ataques de ira? Aioria era del tipo de hombres que, literalmente lo tienen todo: una gran personalidad, un gran físico, una enorme valentía, a veces sin medida, una gran debilidad, la cual era no poder mantenerse firme ante la tentación de una bella mujer. Tal vez tenía mucho de todo, tal vez eso era lo malo, tal vez eso era lo bueno.


Era preciso tomar una decisión: si lo tomaba, lo aceptaba con todo lo que pudiera implicar, sin quejas ni lloriqueos, sino con un carácter firme, con la sabiduría para poder manejar sus defectos y poder engrandecer sus virtudes. Con la mesura de no comportarse como el chiquillo mimado que siempre fue, con la actitud de saber acceder cuando se trata de ser razonable, por a que final de cuentas, Aioria no tenía la culpa del todo, Sigmund también tenía un cruz sobre sus hombros, no era un ángel, aunque solo lo pareciera. Su actitud malcriada, arrogante y hasta indiferente siempre había sido algo que halagaba e irritaba a Aioria, todo eso tendría que afrontar si lo aceptaba de nuevo.


Pero el riesgo de perderlo de nuevo estaba latente, no estaba dispuesto a volver a pasar años de soledad, buscando inútilmente un Aioria con diferentes rostros, no hay dos copos de nieves exactamente igual, nunca habría en su vida otro hombre como aquel gigante frente a él, no, jamás lo habría.


-Aioria… - seguía desconcertado, con una guerra en su mente, entre sus miedos y sus anhelos – Aioria yo…


-Shh – se acercó de nuevo el ateniense, entrelazó sus fuertes manos con las delgadas del rubio y las beso con delicadeza.


 


It's the way you hold me tonight...‘Cause the way you hold me tonight r32;makes me feel like there’s no place I’d rather be than right here, right now tonight,


You’re right here, right now tonight, there's nowhere else but right here, right now…


 


Lágrimas nublaron aquellas piedras de luna, la duda invadía a Sigmund, Aioria soltó una de sus manos y lo rodeó protectoramente, pegándolo a su pecho y recargando su cabeza sobre la del rubio.


Se sentía desfallecer, era justo el momento, de huir o de tomarlo, era el momento donde se sentía más solo en altamar pero había una luz que lo guiaba a puerto, ese abrazo tan reconfortante, tan provocador…


Sabía que ese encuentro no era casualidad, lo había sabido desde que a sus diecinueve había visto por primera vez aquellas esmeraldas, desde la primera vez que rozaron sus labios y sintió el primer dulce beso de amor, desde aquellas caricias tiernas que le propinaron esas manos.


Era el lugar correcto, en el momento correcto…


¿Qué debía hacer Sigmund?

Notas finales:

Bueno, pues como siempre, les agradezco que hayan pasado a leer, y siéntanse libres de darme su opinión, ya sea buena o mala, pero siempre son importantes.


Pxo.


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