Sí, es intrigante, misteriosa, pero la palabra que mejor la define es eterna, ¿será el único que piensa aquello sobre ella? Si tuviera un rostro, estaba seguro que luciría hermosa, pura; la mujer que cualquier hombre desearía. Claro, a él no le interesaban las mujeres, pero tenía que admitir que si ella fuera una persona, sería la única con la cual estaría encantado en, por lo menos, entablar una conversación. ¿Quién sabe? Quizás ella podría darle las respuestas a todas sus interrogantes, podría enseñarle todo aquello que no conoce y que tanto ansiaba hacerlo. Sí, sería fantástica.
Dichos pensamientos estaban siendo cada vez más frecuentes, y él sabía perfectamente cuál era la razón a ello. La derrota, fría e indiferente; no le importa la raza, religión, estatus social o sexo; la derrota no tiene piedad. A ella sí la conocía, a la perfección, y podía entenderla con una facilidad desmoralizadora. Lo acompañó desde la secundaria; se le presentó por primera vez el día en que lo conoció, y se fue volviendo una con él el día en que fue vencido por primera vez. En aquel momento, jamás habría imaginado que su destino sería fijado por una simple partida de Shōgi.
Shōgi, ¿cuántas tardes había pasado jugando con él? Imposible contarlas, pero las disfrutaba. No estaba seguro si era por estar en su compañía o por el juego en sí. De lo que sí tenía certeza era que, gracias a sentarse frente a aquel tablero, esa época había sido la mejor de su vida, la que ahora parecía estar vacía y descolorida. Los colores se fueron luego del último campeonato, junto con él y ese hambre de victoria que jamás logró saciar. Supo desde ese momento, que la derrota lo acompañaría por el resto de su existencia... hasta que ella se presentara.
"¿Él habría pensado lo mismo?".
En verdad la consideraba toda un arte y, con lo detallista que era, quería que todo estuviera perfecto. Le llevó varias semanas arreglarlo todo; lo primero fue lo más sencillo: el método, no podía permitir que fuera desorganizado; luego, tocó lo más difícil: desligarse, de todo aquello que lo atara al mundo, sus obligaciones y los pocos conocidos -a los que jamás se había atrevido a llamar amigos- que tenía; tercero y último: el ambiente, lograr que éste estuviera impecable.
En aquel momento, sentado en la mesa del lujoso comedor de la casa que aún compartía con sus padres, después de echarles una última mirada al frasco y la botella frente a él, se puso de pie y se encaminó hacia su habitación. Cerró la puerta al ingresar, se sacó los zapatos, los cuales dejó descansar prolijamente a los pies de la cama, se sentó en ésta para abrir la botella y, a continuación, el recipiente, el cual llevó hasta su boca de un solo movimiento, ingiriendo cada píldora que se encontraba en su interior. El agua lo ayudó en el proceso de tragar los comprimidos, pero al ser tantos, dañaron y desgarraron su garganta. Sus labios se curvaron levemente hacia arriba en ironía. Su plan había sido, desde un principio, el de no sentir dolor; aparentemente, la suerte no había estado de su lado aquel día. Lo merecía, ni siquiera llevaba consigo su objeto de la suerte.
Se recostó, mirando hacia arriba, pudiendo visualizar su rostro entre la albura del cielo raso. Lo único que esperaba era que, donde fuera que se encontrara, él estuviera aguardándolo.
"Espérame, quizás allí pueda vencerte".
Cerró sus ojos, pero los abrió al instante, al sentir el frío tacto de una mano sobre la suya. Era ella, y si... era hermosa. Había ido a buscarlo, y ahora lo llevaría de vuelta al lado de la persona a la que prometió que algún día vencería.
Se dejó guiar y se marchó con una sonrisa apacible en su rostro; una que muchos pocos habían visto.