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It's only flesh por Supercollider

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Notas del capitulo:

Hola, lo prometido es deuda y acá está la segunda parte, crean en mi y que no olvidaré este fic, para nada, siempre estoy tratando de trabajar en él a pesar del tiempo. No sé cuando vuelva a ser la siguiente actualización, pero espero que esto sea de su agrado. Ajunto una playlist que hice para el fic con la imagen que una amiga me ayudó a hacer para el fic.

Este cap no está beteado, por lo que quizás haya errores de todo tipo, los arreglaré cuando haga una revisión y no sean las cinco de la mañana.

http://8tracks.com/ferosorio/it-s-only-flesh

Parte segunda

 

De todos los besos que se había dado en su vida, en las contadas veces que había algún tipo de encuentro sexual, jamás habían sido así como el que Castiel le estaba dando: encajonándolo contra la pared, enterrándole las uñas en el cuello y al inicio del cuero cabelludo, con una ferocidad profunda que reverberaba entre sus lenguas. Podía sentir la erección del otro chico en contra de su muslo, y como este hacia pequeños movimientos pélvicos en su contra, restregándose.

Sintió una punzada de deseo renovado, al mismo tiempo que su cuerpo trataba de volver al juego, pero era demasiado pronto, y la sobre estimulación comenzó a ser dolorosa; no pudo evitar quejarse contra la boca del otro, quien terminó el beso y se mordía los labios para luego dedicarle una mirada preocupada.

— ¿Ok? —Preguntó, y Dean sintió que la voz de Castiel era más profunda que hace unos segundos atrás.

Él simplemente asintió.

Castiel le hizo salir del baño, dirigiéndose a la cocina para preparar lo que ya habían acordado. Todo el cuerpo le zumbaba con las endorfinas post-orgásmicas, y cada movimiento que hacia le producía una sensación ligera de plenitud.

Cuando rozó con sus nudillos la cafetera para ver si todavía estaba caliente y el metal de esta casi le hiso freír la piel, todo lo que sucedió le golpeo de una sola vez.

Castiel Novak le había dado una mamada en el baño de la cafetería de su trabajo, después de que lo había perseguido durante semanas.

Como no se cayó de culo contra el piso en ese instante fue, también, una sorpresa.

 

Cuando era pequeño, a eso de los cinco años de edad, sus padres se divorciaron.

Ambos, Naomi Milton y Charles Chuck Novak, habían vivido un matrimonio no muy largo lleno de sueños y esperanzas que había terminado por destruirlos a ambos. De su rocoso camino de amor nacieron cuatro niños: los mellizos Michael y Lucifer, Gabriel y, el menor, Castiel.

Desde la escuela, la época en donde los padres de Castiel se conocieron, Chuck tenía problemas con el alcohol, y después de diez años las cosas se salieron de las manos para él, sumado a la personalidad tan estricta y pragmática de Naomi el matrimonio terminó hundiéndose sin rescate alguno. Chuck se fue de la ciudad para rehabilitarse de su adicción y terminó volviéndose un escritor de libros de autoayuda —secretamente escritor de fantasía homoerótica, pero eso jamás lo sabría la madre de Castiel — y se casó nuevamente, con quien tuvo 3 hijos más; James, Anna y Samandriel.

Castiel y Jimmy tenían cuatro años de diferencia, siendo Cas el mayor de ellos, pero eso no parecía importar mucho ya que eran demasiado parecidos.

Gemelos separados al nacer en distintas dimensiones, solía decir su padre cuando él iba a pasar las vacaciones. La única manera de distinguirlos era que la voz de Castiel era más profunda y ronca que la de Jimmy, pero aparte de eso, parecían dos gotas de agua.

Si bien las cosas para el padre de Cas habían mejorado, Naomi, su madre, no había tenido demasiada suerte. Había tratado de tener una relación seria con un hombre de negocios que resultó ser un abusador y que le terminó golpeándolos a ellos, Cas no recuerda mucho de aquello porque todavía era pequeño, pero su madre salió de un enredo para meterse con otro peor, error al cual él debía llamar padrastro y aguantar en su casa desde que tenía 15 años.

Lucifer se había ido de la casa el primer año del divorcio de sus padres, y los únicos que sabían de él eran ellos, sus hermanos menores, ya que siempre enviaba correos electrónicos y dinero, pero para sus padres él estaba desaparecido en acción. Michael se había ido en su búsqueda, y terminó con un trabajo en otro estado, una esposa y dos hijos, inconscientemente atraído a estar cerca de su hermano mellizo.  Gabriel se había ido de la casa después de que Naomi se casara con Uriel, apenas cumplió los 18 años y trabajó hasta que pudo poner su propio negocio en la ciudad. Castiel era el único que seguía ahí, atrapado por el miedo de dejar sola a su madre y por el terror de abandonar su zona de confort.

Su padre le había ofrecido muchas veces mudarse con él a Florida, dejar de sufrir sin razón alguna, pero él siempre le rechazaba, y al final de sus dos semanas de vacaciones, volvía a hacer su bolso, se despedía de ellos y trataba de no pensar en el cálido hogar y la familia que estaba dejando atrás por volver a la helada y frívola casa en la que su morada de infancia se había transformado.

Sabía perfectamente que si denunciaba lo que Uriel le hacía a él y su madre esta no podría superarlo, se lo había dejado saber en variadas ocasiones, mientras le suplicaba aguantar un poco más hasta que el hombre se fuera a un curso de 3 años en el extranjero, y Castiel siempre cedía, aunque ahora ultimo su madre había empezado a caer en el viejo confort del alcohol, siguiendo los pasos que su padre deshizo hace casi una década atrás. 

Era su secreto, y según él, un secreto bien escondido, que él creía manejar bien, pero no era tan así, porque su v ida se sentía como una completa basura.

Nadie podía adivinar que detrás de la cara estoica y amigos populares que se había hecho en la escuela existía un padrastro abusador y una madre desestabilizada que recaía en el alcohol cada vez más. Ninguno de sus amigos, quienes aclamaban ser sus mejores amigos pero que él los sentía detrás de glacial enorme, ni siquiera podría vislumbrar que cada segundo que pasaba en su compañía hacían que el vacío en su interior creciera. No podía confiar en ellos, no podía sentirlos, y aun que realmente quisiera que las cosas fueran distintas, no se hallaba a si mismo haciendo los cambios necesarios.

Los demás no se daban cuenta pero él se veía a sí mismo, su sonrisa evidentemente falsa que todo el mundo compraba, sus frases clichés que realmente pegaban, su actitud comprada que en el colegio pensaban que era natural. No existía persona más falsa que él, porque no era quien realmente deseaba ser ni en la escuela ni en su casa, no existía, y a pesar de que hasta él podía darse cuenta de lo apático y plástico de su personalidad falsa, los demás parecían adorarle, menos Dean Winchester y sus amigos…y esa es una historia totalmente diferente.

Era enfermizo, y no sabía muy bien porque, pero quería que aquellos que parecían nadar a sus pies descubrieran quien realmente era, que le destruyeran y abrieran completamente, revelando su gran mentira, porque creía que así era la única forma en la que sabría él quien realmente era. Pero eso no pasaba, todos adoraban la farsa: a excepción de Dean Winchester.

Dean Winchester con sus ojos hermosos, su risa contagiosa que solo compartía con sus pocos amigos, su caminar nervioso de piernas arqueadas, de cuerpo redondo suave e invitante, que hablaba de una paz interior y una calidez hogareña que Castiel carecía completamente. Cada centímetro de la piel de Dean parecía estar tocada por una aureola desconocida para él, y su rostro —tan opuesto al de Castiel; pálido, blanco, frio —estaba besado por decenas de pecas pequeñas y desordenadas. Todo en él era perfecto, podía mirarlo infinitamente mientras nadie se daba cuenta, devorándolo con la mirada en los recesos y ahogándose en su voz impregnada de conocimiento durante las clases. Dean Winchester era magnifico.

Y Castiel le odiaba con todo su ser.

Al principio, cuando era pequeño y los muslos amplios de Dean no le ponían duro como roca, sólo quería que él le tomara el rostro entre sus manos blanditas y regordetas para sentir su calor, para ver si tan solo con eso se podía transmitir la afectuosidad domestica que había dentro de él. Pero las cosas se fueron saliendo de control de a poco, a medida que se hacían grandes y el pasado de Dean dejaba de ser tan secreto, al mismo tiempo que se daba cuenta de cómo la gente lo aislaba por sus elecciones. No era que le importara demasiado, pero si todos decían que había algo mal en que te gustaran demasiado las series de televisión, tenían que tener razón.  No fue hasta que la familia Winchester se mudó a otra residencia, y aquella luz especial de Dean desapareció de su cuerpo y se escondió, que realizó muchas cosas. Sólo en lo más profundo de sus ojos verdes, y si sabías perfectamente lo que estabas buscando, podrías encontrar rastros rotos de lo que aquel niño —ahora hombre—había sido.

Pero pocos se dieron cuenta del cambio, en apariencias, y según lo que se empezó a enterar en su grupo de amigos de la escuela, Dean seguía siendo el mismo que se sentaba en los primeros asientos del salón, con las mismas excelentes notas y los comentarios ñoños. Fue cuando los comentarios sobre el padre de Dean comenzaron a surgir cuando Castiel se dio cuenta de que Dean, al igual que él, era un mentiroso.

Mientras Dean y Sam Winchester tenían una reputación de genios en la escuela, John Winchester era otra historia. Se sabía que les debía dinero a muchas personas importantes de la ciudad, que le gustaba beber, salir de parranda y apostar. Nadie sabía muy bien como lograba mantener a su familia, pero a los niños, al menos en la apariencia, jamás les falto nada. John Winchester era un nombre que nadie quería escuchar en las zonas cercanas, y si bien los adultos tenían muchísima más información que ellos en ese minuto, no era difícil para los niños adivinar que el borracho del pueblo era el padre de Dean. Nadie podía estar bien así.  Pero en esa época no se podía hacer demasiado, hasta que llego la secundaria.

Todos empezaron a cambiar, menos Dean Winchester.

Los rumores del padre del muchacho se acallaron casi por completo, había sido como si se lo tragara la tierra, sin embargo los rumores acerca de las estafas en los bares de John Winchester seguían, y el hecho de que pasaban apuros económicos y no tenía la ropa de moda parecía molestarle más a los demás ahora, pero él seguía con la misma actitud de siempre, con su amiga la pelirroja lesbiana y el chico que parecía un oso grizzli. Seguía siendo el mismo chico de siempre, solo que ahora no tenía a la siga a su hermano menor que se quedó en la escuela básica. ¿Y él? ¿Y Castiel?  Simplemente le hacía detestarlo más.

Él solo podía concentrarse en el exterior del muchacho, que era tan falso como el suyo propio, y quería romperlo, destruirlo, ver a la persona que realmente estaba detrás de esa imagen falsa de estabilidad, porque nadie con todas aquellas palabras escupidas —con todo ese pasado que solía susurrarse en los salones de clase—podía estar así de bien. ¿Cómo se dignaba Dean Winchester a aparentar seguir siendo el mismo siendo que realmente no lo era? ¿Cómo podía él estar mejor que Castiel mismo? ¿Por qué no merecían lo mismo?

Le emputecia de una manera que no podía explicar demasiado bien, quizás era porque el otro muchacho había sido alguien real y él no, él solo era una copia durante mucho tiempo, pero Dean no, él habría podido responder preguntas sobre su personalidad sin sentir que estaba inventando un personaje de una novela de ficción. O también podía ser porque Dean había sido más duro que él y no se había dejado aplastar por sus propios problemas —que comparado con los problemas de Castiel eran enormes, tremendos — y se había mantenido, tal cual él no había hecho. No importaban mucho las circunstancias, le decía su lógica, él tenía que romper a Dean Winchester, tenía que destruir todo hasta volver a llegar al pasado, a aquel niño de ojos verdes brillantes y calidez eterna que podía redimirlo.

Pero Dean era demasiado bueno para él.

Excelentes calificaciones, todos los profesores le amaban, a pesar de las adversidades de su vida sonreía y se reía con los suyos, no se dejaba llevar por la corriente de las apariencias y la presión eterna de los comentarios que había moldeado a Castiel en el monstruo que era y que odiaba.

El otro chico era demasiado perfecto para ser real, y eso le agriaba el alma. Y querer destruirlo solo para sus propósitos egoístas no era una cosa demasiado común para admitir, así que observo y analizó hasta que descubrió la manera en que podía romperle, en que podía tratar de que todo volviera a ser como era. Y encontró su respuesta en una sola e única palabra: gordo.

Creía haber descubierto la América, pero no era así. Pudo ver, claramente, como el chico se hacía más reservado, más callado, como empezaba a evitarlo. Pero cuatro años habían pasado y se había mantenido igual de estoico que siempre, ni siquiera una sola grieta en su personalidad, y para el horror de Castiel, solo el brillo de sus ojos había desaparecido, y la fachada de había hecho más fuerte. Dean se había vuelto más fuerte, aparentemente.

Durante el año que estuvo haciendo preuniversitario estuvo solo, en el instituto de preparación no hizo ningún amigo, nadie parecía querer hablar con él. Sus expectativas eran bajas, lo único que sabía que podía hacer eran deportes, así que pedagogía en educación física era su meta. Lo único que realmente debía hacer ese año, además de estudiar por primera vez en su vida, había sido ignorar a sus padres.

Sin tener a nadie alrededor, conociendo por primera vez la plenitud del significado de la palabra soledad, encontró que el vacio era muchísimo peor de lo que había pensado.

Tiene un logro del que se siente orgulloso, y es que por fin encontró parte de la persona que suponía era realmente, y que, después de tantos años, por fin admitió que estaba celos de Dean Winchester. Descubrió una pasión desconocida por la literatura, al igual que la historia antigua, también se dedico a coleccionar libros en idiomas antiguos. Nunca pensó que, después de tanto tiempo, por fin podría haber encontrado un hobbie con el que realmente se sintiera a gusto, pero lo había hecho. Además de a su padre y a Gabriel, a nadie le había interesado mucho su cambio de visión y su manera de vivir la vida, en donde vivía ni siquiera parecieron darse cuenta de lo que él estaba haciendo, si es que todavía estaba en la escuela, estudiando en la universidad o en un año sabático, a ellos les daba lo mismo.

Entrar a la universidad había sido difícil, la prueba de selección universitaria había estado demasiado complicada, y en la primera universidad a la que había postulado ni siquiera le había alcanzado el puntaje para entrar, y a la segunda quedó en lista de espera. Fueron los días más tortuosos esos que tuvo que aguantar mientras esperaba que se corriera la lista, y por fin, por cosa de gracia, pudo entrar.

En los primeros días de su curso fue donde cometió el error que le llevó a caer, patético, moreteado y avergonzado a los pies del chico de ojos verdes.

Tener sexo jamás había sido un problema, le gustaba relativamente, cuando se lo proponían y el andaba de ganas lo hacía, incluso a veces él mismo salía a buscarlo, pero jamás había sido algo demasiado importante o que no pudiese prescindir de él, podría muy bien haber evitado acostarse con Anna Cohen, y después de que lo había hecho sintió un vacio tan extraordinario que no pudo evitar comentárselo a la otra chica.

Ella le respondió que le faltaba alguien que le hiciera el amor, que solo tenía que esperar que llegara a su vida.

—Parece que solo he logrado conseguir relaciones de odio —le respondió él.

—Del amor al odio hay un solo paso —le volvió a aconsejar, y se inclinó sobre él como si quisiera retomar lo que habían hecho.

Pero a Castiel le había quedado tan metido en la cabeza que necesitaba que alguien le hiciera el amor que le dijo, secamente, que no, y se vistió y se fue. Nunca esperó que ella le fuera a llorar a su hermano menor, pero bien, Anna Cohen era una chica atractiva que siempre tenía lo que quería y siempre se salía con la suya, por eso el rechazo de Castiel —o al menos eso es lo que deduce que sucedió —le dolió demasiado en el ego.

Ser molido a golpes por el hermano mayor de Anna, quien paradójicamente se llamaba igual que su hermano, era una cosa borgiana en lo más mínimo.

Cuando el primer golpe lo botó al suelo, dejándole el rostro dolorido y el culo partido, no pudo evitar pensar en Dean Winchester. Todo en la vida se pagaba, y después de que insultó al muchacho ese día a pito de nada, se tenía más que merecido.

Pensaba en él, de vez en cuando, todavía después de salir de la escuela, no podía evitarlo. Dean había sido un chico demasiado destacado como para olvidarlo rápidamente, y si recordando su trasero en el pantalón corto de gimnasia le ponía duro como roca, y debía masturbarse con los labios apretados para no gemir el nombre del otro muchacho —y con las manos ansiosas por enterrarse en sus pliegues amplios y tibios, que debían tener sabor mágico — mientras se masturbaba copiosamente, realmente no era asunto de nadie.

Pero verlo en carne y hueso era otra cosa muy distinta; cuando lo volvió a ver, feliz, alegre, suelto, en su mundo, cómodo en la universidad que a Castiel le había costado tanto entrar, le dio rabia, y quería hacerle daño, quería herirlo, y aparentemente lo había logrado.

Del amor al odio hay un solo paso, resonó la voz de Anna en su cabeza, semejante a la de Michael que le había destrozado la cara pero más aguda, mientras Dean fingía que habían sido amigos durante mucho tiempo para que él no terminara en el hospital.

¿Por qué el haría algo como eso? , no podía dejar de cuestionárselo.

No existía razón, ese era el día en que, tal como en las películas de taberna, le iban a dar trapisonda hasta que nadie pudiera reconocerle el rostro, pero Dean Winchester salió a defenderlo, a salvarle la vida cuando pensó que por fin había llegado la hora de pagar por todas las cosas que había hecho en su existencia.

Entonces comenzó a seguirlo, porque realmente necesitaba saber qué carajo había sucedido para que él le salvase. Llegó a tal punto que incluso le fue a ver al trabajo, y ahí fue cuando descubrió - una coincidencia que solo sucede por una cosa graciosa que la vida suele hacer para reírse de uno, y en la cara- que Dean trabajaba para su hermano.

Fue demasiado tarde, demasiado,  demasiado tarde cuando realizo que quizás su comportamiento hacia el chico de ojos verdes en la escuela no había sido el mejor para tratar de sacar su verdadero ser. Fue hablando con su hermano cuando se dio cuenta de lo que realmente había hecho.

—Hubieras visto la cara de pánico que puso cuando te mencioné —dijo Gabriel como que no quiere la cosa, mientras estaban sentados en su panadería —, era como si le hubiera nombrado al mismo demonio. Pero fingió como que no te conocía, así que le seguí el juego.

Entonces Castiel se dio cuenta, él había ayudado a sellar más a Dean.

¿Qué hacer?

La verdad es que mucho no podía, pero quería arreglarlo, quería remediarlo. Se sentía tan idiota, más que eso, y si bien no era un aficionado de las palabrotas, no había otra palabra para describir más su actitud: Castiel, él, era un maricón de mierda.

Mientras no se le ocurriese nada continuaría siguiendo a Dean de arriba abajo, hasta que el otro chico por fin declarara porque le había salvado, y ahora que conocía -en cierta parte- las consecuencias de lo que había hecho, quería saber la verdad con más ahincó.

Fue durante un fin de semana, cuando estaba en la casa de su padre, en la habitación de Jimmy, acompañando a su hermano menor mientras este estudiaba cuando le dio un muy buen concejo.

­—¿Y por qué no le pides a Gabriel que te deje unos minutos a solas con él en el trabajo? Es la única forma que se me ocurre donde este chico Dean no saldría corriendo.

Castiel no dijo nada, pero le dio las gracias a su hermano con una sonrisa discreta y los ojos llenos de promesas.

¿Pensaba él que terminaría chupándosela en el baño de trabajadores? Para nada. Conseguir la ayuda de Gabriel había sido lo más fácil, a pesar de que en un principio pensaba que sería lo más complicado, su hermano mayor con su fijación de casamentera frustrada prácticamente se había puesto a chillar de emoción y había inventado una excusa que, increíblemente, había sonado realista. Así fue como se encontró a sí mismo con Dean solos en la tienda. Pero a pesar de que estaban sólo ellos en la tienda el otro trataba de mantener la distancia, y cuando no pudo contener más su paciencia  —justo en el preciso momento en que el chico de ojos verdes trataba de hacer un escame metiéndose en el baño— lo encaró finalmente.

Pero terminó conociendo otra cara de Dean Winchester.

La última vez que tuvo algo parecido a la excitación fue con Anna Cohen, después de eso la verdad es que lo único que le motivaba sexualmente era masturbarse. No había sentido la necesidad de buscar una compañía sexual, pero ahí, apretado cuerpo a cuerpo contra la suave humanidad del otro chico, sintió una puntada de deseo casi olvidada. Castiel quería, y no se dio cuenta cuanto lo deseaba hasta que Dean abrió la boca y muy cabreado le dijo " ¿Por qué no vas y me la chupas mejor? ". Siempre había tenido una dificultad para diferenciar el sarcasmo y las referencias a la cultura pop que hacía la gente, y en  ese momento realmente trató de concentrarse, de pensar si lo que el chico de ojos verdes le había dicho era en sentido figurado o literal, pero pensar se le hacía muy difícil, así que simplemente le respondió afirmativamente, y luego de abrirle los pantalones se la chupó sin tapujos.

No se consideraba un amante del pene, había tenido parejas anteriores que parecían amar idílicamente  a los genitales, pero él jamás había sentido algo parecido a "gusto estético" por uno, pero con la polla de Dean metida dentro de la boca, hasta lo más profundo que podía metérsela en ese minuto, cambió de parecer. No podía tener suficiente, amó cada segundo de esa mamada, desde el sabor, la forma que tenía, el peso en contra de su lengua, las reacciones que podía sacar del otro con solo cambiar de técnica, con chupar un poco más fuerte, con lamer suavemente la cabeza o tomarlo en su mano, y mientras sentía que todo estaba llegando a su fin él solo quería más, más, más...

Hasta que simplemente no pudo obtener más, y pensó que la inminente sensación de finalización y termino llegaría a él, pero la suavidad y calma no le dejaron. Fue como si ese momento intimo jamás hubiera terminado, y se encontró a si mismo besando profundamente a Dean, todavía temeroso de que todo se acabara, pero no fue así. Laxo y tranquilo el otro abrió su boca bajo a sus ministraciones, y le recibió con su cuerpo como si siempre hubieran estado así. Nacidos para compartir un abrazo postcoital en el baño de empleados de la panadería de su hermano mayor.

Pero todo valió la pena, porque Dean le contó porque.

Sin la calidad del cuerpo del otro muchacho cerca del suyo la emoción abandonó rápido su cuerpo, no importaba lo poderosa que fuese su imaginación, en ese momento —con el calor de Dean Winchester todavía cosquilleándole en la punta de los dedos— era imposible reconfortarse en el recuerdo cuando había tenido la realidad tan dentro suyo, literalmente en la punta de su lengua.

Trató de arreglarse lo más que pudo, echándose mucha pasta de dientes, que Gabriel siempre mantenía en uno de los cajones, para lavarse la boca, e intentó peinarse aún que le resultara a medias. Al salir Dean estaba sentado en una de las butacas de la panadería, en donde la gente se sentaba a servirse un pedazo de pastel fresco, él miraba a la nada, con dos cafés calientes puestos en la mesa y un gran pedazo de pie para compartir, con dos tenedores.

—Mi madre murió cuando iba en la escuela. Siempre dijo que los ángeles me protegerían, que estarían velando por mí. Nunca le creí hasta que ella falleció y tuve la certeza absoluta de que ella estaba allá arriba mirándome. Sé que no le hubiera gustado que ignorara lo que Michael te iba a hacer, simplemente no está bien...ella hubiera querido que salvara a una persona en peligro...aun que fuese un hijo de puta insufrible como tu...ella hubiera querido que te salvaras.

Castiel no supo que decir después de eso, simplemente comenzó a comer el pie en silencio, con la mirada pegada en las manos de Dean que de vez en cuando se movían para sacar un pedazo del dulce que estaban compartiendo. Se tomó el café de un sorbo, ignorando lo mucho que le había dolido mandarse el expreso de un solo trago. Ninguno de los dos hablaba, y la verdad es que él no sabía que decir, y después de ese discurso tampoco pensaba que Dean pudiera decir otra cosa. Castiel tenía un tumulto de emociones en su pecho, en su cabeza, en todas partes de su cuerpo, y no podía ordenarlo, en la quietud silenciosa de la pastelería, el interior de Castiel Novak gritaba.

—Ahora es tu turno de responder porqué, Cas —dijo Dean.

Él le miró ante el sobrenombre, de todas las personas en el mundo que podrían haberle llamado Cas, jamás Dean  había sido una de ellas. El desorden de emociones y sentimientos era demasiado, pero había una cosa más clara que cualquier luz, y se encargó de hacérselo saber al muchacho de ojos verdes. Se paró de su asiento para encaminarse hacia Dean, y se puso de rodillas al frente de él.

—Es porque prometo que, aun que me tome toda la vida, repararé el daño que te he hecho, Dean Winchester.

Así fue como el chico misterioso de ojos azules que alguna vez le había hecho imposible, se transformó en una constante permanente en su vida, o al menos, eso era lo que él creía.

 

 

Castiel Novak en solitario y fuera de la secundaria era un Castiel Novak muy distinto al que había conocido en sus años escolares.

Pensó que después de tantas insistencias, y después de que Dean se abrió con respecto a su madre y la verdadera razón porque le había salvado aquel día en el callejón, el chico de ojos azules le dejaría solo, y se equivocó rotundamente. Si Castiel había sido insistente cuando no sabía la verdad, ahora que era poseedor de una pieza de información que pocas personas manejaban parecía que la polarización entre ellos se había aumentado: con cada día que pasaba descubría que él y el otro joven eran completamente opuestos, pero cada día estaban más cerca. También pensó que se sentiría superado con tantas atenciones, porque después de que él le había hecho...eso...en el baño de su trabajo parecía que Castiel estaba tratando de cortejarlo como un ave a otra, dejando pequeños regalos y detalles dentro de su mochila, todos los días, sin falta; desde una carta, chocolates, una pequeña flor u hoja con una notita pegada (que decían cosas como "Ayer en la noche iba caminando a botar la basura, y encontré esta preciosa tagetes erecta en la calle" o también como "esta hoja mojada estaba en la suela de mi zapato, es verde y me acordé de ti") era tan extraño pero a la vez tan reconfortante que le hacían el día por completo.

Un día no fue a la universidad, un lunes en que hacía algo de frio en la mañana y le había dado demasiada flojera levantarse para ir a una sola clase, encontró sobre el limpiapiés de la entrada de su casa una cajita de cartón que adentro tenía una pequeña concha marina con una de las típicas notitas pegatinas amarillas de Castiel.

Durante las dos primeras semanas quería sentir odio y enojo, a pesar de todo lo que había pasado —y a pesar de que la mayoría de las veces se corría tapándose la cara con la almohada para no gemir "Cas" mientras recordaba la mamada y el sabor de su propia corrida en la lengua del otro chico mezclada con su sabor propio — , porque... ¿realmente necesitaba decir por qué? , todos los regalitos que recibió en ese tiempo los botó a la basura, se negó a sentir culpa o ganas de hablarle a Castiel cuando este aparecía en su trabajo.

Pero el otro chico había hecho una promesa, de rodillas delante de él, y se había escuchado tan sincero, y durante todo el tiempo antes de eso había sido tan persistente, y ahora, a pesar de que cualquier otra persona podría decir que Castiel ya se metió en sus pantalones y que no podía tener otra razón para estar con él, seguía ahí, con sus atenciones diarias y su compañía silenciosa. Nunca presionando, pero siempre ahí.

A la tercera semana, y el resto que siguió, la culpa la empezó a sentir él. No entendía que podía querer Castiel, no podía entender que era lo que veía en él que le llamaba tanto la atención que todavía estaba ahí.

Al mes comenzó a hablarle, al mes se dejó a si mismo sentir la calidez de todas aquellas atención. Por lo menos en el día, porque en la noche los fantasmas que los ojos atentos del otro chico —siempre en él — y sus constante presencia, ya fuese física como en su recuerdo, acallaban las palabras que para Dean siempre iban a decir la verdad. Siempre iban a vociferar lo que él realmente era.

No pierdas tu tiempo sintiendo cosas inútiles, él jamás se intereso en ti, ¿Crees que lo hará ahora?¿Por qué? Si eres más horrible ahora que cuando eres joven, has engordado muchísimo más, ¿Quién dentro de su sano juicio podría querer relacionarse con algo como tú? mírate, no vales nada, ni siquiera la pena.  Él solo quiere aprovecharse de la situación porque eres una follada fácil.

En esas circunstancias los cortes no ayudaban en nada, desde hace un tiempo asa parte solo servían para que se sintiera peor, para ver cuánto habían aumentado en circunferencia sus muslos y lo regordete que se habían vuelto sus dedos. Solamente el adormecimiento que provenía del ayuno le ayudaba a silenciar el ardor de su propia incompetencia.

Durante los fines de semana no debía fingir, no había gente que se fijara con demasiado detalle en su horario de comida, podía saltarse comida por los dos días seguidos, y a pesar de que esos sentimientos iban y venían, no podía evitar sentir satisfacción cuando en su calendario mental añadía otro día en el que solo había tomado unos cuantos vasos de agua y uno que otro vaso de jugo. A veces, y solo a veces, podía pasar un día entero en la universidad e incluso en el trabajo sin que alguien se diera cuenta de que no había comido nada.

Castiel se había vuelto en su placer culpable, en aquella cucharada de arroz extra que ya no se permitía. Pasó de ser el matón que había ensombrecido sus años de juventud a la compañía que esperaba toda la tarde y que se podía pasar un turno entero de la panadería hablando de abejas o de lo curioso y arbitrario del nombramiento de los números primos. Esas dos semanas en donde se había resistido quedaron en el pasado, pero aceptar a alguien como Castiel, cuya voz había dejado de aparecer en sus pesadillas pero que le hacía cuestionarse, cuando estaba costado en su cama con la polera de pijama que se le subía por la panza, todo lo que había dicho con anterioridad. ¿Que podía ver Castiel en él?

No era estúpido, o al menos no tanto, pero uno no le daba una mamada en el baño a una persona con la que solo deseas ser amigo. A lo mejor el otro quería repetir lo que habían hecho, pero nunca había vuelto a dar señales de eso. Y Dean realmente no sabía qué hacer, además de cuestionarse el universo cada vez que abría su mochila al llegar de la universidad y descubría la sorpresa diaria de Castiel.

Eso era lo que pensaba, pero jamás dejaría que los demás lo supieran, de ninguna forma. Pensó que había terminado de ver las cosas así cuando Lisa empezó su relación con él, pero eso tampoco era cierto, a pesar de que vivió hermosos con ella —y que jamás olvidaría, y a pesar de que le había prometido a Charlie  — nunca pudo dejar ir por completo eso que siempre estaría con él y que en su opinión siempre se reflejaría en la barriga que le acompañaba —y según su estado de vida— le acompañaría por mucho, mucho tiempo.

 

 

Era uno de esos días en los que la clientela era baja y solo estaba Gabriel haciendo el inventario en la parte trasera de la tienda, Dean preparando masa de pie en la cocina y Castiel sentado en la barra tomándose un café y estudiando para un test de anatomía.

Era uno de esos días cuando Castiel habló:

—¿Crees que algún día podrás perdonarme?

La calefacción de la panadería estaba apagada, el calor de los hornos siendo precalentados era suficiente para llenar el local de un aire tibio y reconfortante, afuera se veían como el viento frio hacia danzar a la basura de la calle, Gabriel estaba canturreando para sí mismo una canción que no podía ser reconocido, y Dean manejaba la masa rápido, para que la calidez del ambiente no hiciera que la mantequilla y la manteca de la masa se derritieran.

—Por todo lo que hice...por todo lo que he hecho...estoy tan arrepentido. Y tú sabes que lo siento, más que todo.

Después de que Castiel habló dejó de trabajar por dos segundos, sin despegar la mirada de la masa entre sus dedos, dando un suspiró volvió a amasar y negó suavemente con la cabeza.

—Has estado perdonado hace mucho tiempo, Cas.

Y así fue.

 

 

Dean estaba a punto de explotar de aburrimiento. Si él mismo no hubiera visto el diploma de doctorado del profesor que estaba dando la cátedra en ese preciso instante pensaría que tenía a un papanatas hablando puras sandeces y haciéndole perder dos horas de su vida. Era la última clase del día, ese día había tenido turno de mañana en el trabajo y después había pasado todo el resto del día en la universidad.

Estaba cansado, más que de costumbre, le dolía el cuerpo y la espalda, lo único que quería hacer era llegar a su casa y echarse a la cama a dormir. Dormir y dormir hasta que el despertador le sacara de la cama a media mañana para poder hacer un trabajo que ni siquiera había empezado.

Pensó que podría dar un salto de alivio cuando el profesor, después de una clase que se le antojó eterna, juntó las manos en un suave aplauso y dio por finalizada la sesión de ese día. Guardó sus cosas rápidamente y voló de ahí, siendo el primero en atravesar el umbral de la puerta.

Pero para su sorpresa, frente a la puerta del aula, y apoyado contra las barandas de seguridad estaba Castiel, con un papel arrugado entre las manos y una mirada nerviosa. A penas lo divisó le saludo ligeramente con la mano e hizo ademán de acercársele, pero luego paró en seco, quizás temiendo de la reacción que Dean tendría.

—Hola Dean —saludó él, nervioso, sin dirigirle directamente la mirada.

—Cas —le respondió, extrañado, echándose el bolso por sobre el hombro, sintiendo como se sonrojaba ante el cosquilleo en el estomago que le dio por solo haberle visto ahí —. ¿Qué pasó?

—Yo...—susurró, pero luego levantó la cabeza y clavó sus ojos azules en su rostro —, encontré algo que quiero mostrarte. Pero no puedo entregártelo, necesito que me acompañes a verlo.

Podía sentir a sus compañeros hablando detrás de él, pasando cerca de su espalda para bajar por la escalera y por fin volver a sus casas. Ese día no tenía trabajo, no tenía nada que hacer, quizás se pasaría a la biblioteca a hacer un poco de tiempo para no volver tan pronto a casa; con Sammy metido en actividades extracurriculares y su padre con turnos desconocidos de trabajo transformaban su casa en un lugar poco llamativo para retirarse.

—¿A qué te refieres? Sólo dilo.

Castiel tomó aire y se paró completamente derecho, pareciendo haber olvidado todo tipo de vergüenza que había tenido hasta ese momento.

—Quiero que salgamos en una cita, Dean Winchester.

Lo pensó, realmente lo pensó todo, desde la sensación agradable que le recorría el cuerpo todos los días cuando encontraba los regalitos de Castiel, hasta la forma en que sus dedos se rozaban cuando le entregaba un tazón de té con miel. Se le vino a la cabeza el beso que habían compartido en el baño, como el cuerpo del otro chico le había encajonado contra la pared y, a pesar de que jamás había aceptado estar metido en esa situación, la intimidad que se había creado desde el momento en que abrió la boca para devolverle el beso.

Pero no podía, las cosas no eran así de simples. Si bien había perdonado al otro chico por todas las cosas que le había hecho, y de cierta forma había accedido a ser su amigo —si es que lo que ellos habían formado se podía llamar amistad — era muy distinto a transformarse en su novio. ¡Además de que Dean Winchester no era gay! Y si tuviese que hacer una excepción por Castiel…la idea se resolvía demasiado rápido para su gusto, tenía demasiadas ganas de decirle que sí…y recordó amargamente que nada en la vida podía funcionar así de fácil para él.

—Yo…uhm…no, Cas. Lo siento pero no puedo. Está bien como estamos ahora, no creo que pueda ser nada más que tu amigo.

El papel que el chico de ojos azules traía en las manos fue completamente apretado entre sus palmas, en un intento de mantener la compostura. Le miró con ojos brillantes, pero no de felicidad, la tristeza era evidente, a tal punto que Dean sintió el impulso de ponerse de rodillas y rogar que el otro joven dejara de verse así de angustiado.

—Pero, en la panadería…aquella vez…yo pensé que tenía una oportunidad contigo, sin no entiendo porqué me dejaste hacerte una felación.

Dean frunció el ceño ante la palabra, de todas las formas de decir “chupada de polla” de una manera menos cruda tenía que escoger esa.

—Eso no tendría por qué haber pasado —aclaró, con una voz que no se le antojaba a la de él.

Y era verdad, pero se moría por decirle que , que sí había significado algo, que la oportunidad que Castiel había pensado tener era, también,  uno de sus más grandes deseos, que había sido real. A pesar de eso, el miedo era más poderoso que la lógica, y no quería engancharse y comenzar a caer solamente para describir que nadie estaría ahí para él. O todavía peor, la realidad inminente, como él le decía, que todo fuera una confusión en la mente de Castiel y se diera cuenta de que Dean realmente no valía nada, que realmente era todas esas cosas que le había espetado en la escuela, y quizás él era muchísimo peor.

Ahora veía que podía sobrevivir a su novia descubriendo estar embarazada de su pareja anterior, pero que si aquel hombre de ropa desalineada y cabello ordenado a la fuerza le decía que todas esas cosas por las que había pasado meses de la actualidad pidiendo disculpas, eran verdad y que el perdón de Dean no valía absolutamente nada, eso sí que no podría sobrevivirlo, y no necesitaba ser un psíquico o un experto en relaciones de pareja para saberlo.

Parte de él pensó que Castiel insistiría, diría algo más. El discurso de su cabeza era convincente hasta cierto punto, pero él también era un hombre débil, solo de carne, que no podía parecer olvidar un encuentro íntimo sin reciprocar que se había hecho un lugar permanente en su memoria (y en su estanco personal de material masturbatorio, como ya lo había dejado claro en sus monólogos personales anteriores), y eso estaba bien. Porque una cosa era fantasear y echarse la paja con algo que estaba en su mente, y que jamás nadie sabría y lo otro era admitir públicamente su atracción hacia otro hombre y sólo Dios sabe que nacería después de eso. Parte de él realmente quería que Castiel protestara, pero este simplemente asintió con una especie de pena y oscuridad que le dejo la lengua seca a Dean. Y luego, sin decir más palabras, se fue rápidamente del lugar.

Dean se prometió convencerse a sí mismo de una buena vez por todas que esa era la decisión que debió haber tomado desde un principio.

No lo consiguió.

Pasó todo el resto de la tarde pensando en Castiel, sobre los posibles escenarios con los que podría haber concluido su cita, o como sería si todo aquello que el otro profesaba fuese verdad. Se desveló imaginando como sería recibir las atenciones de Castiel hasta que él fuese (hasta que ambos fuesen) viejos y decrépitos, pero juntos.

A la mañana siguiente todo el día pareció estar en una especie de estupor pausado. La mayoría de sus clases comenzaron tarde, y algunas fueron simplemente canceladas. Castiel no se apareció por el trabajo y Gabriel estuvo toda la tarde ocupado con el contador del local. Al llegar a casa cocinó sin demasiado esfuerzo; su desgana fue tal que hasta el mismo John ofreció levantar la losa sucia y lavarla. Cuando estuvo encerrado en su cuarto y vació todo el contenido de su bolso sobre su cama sólo para no encontrar nada, sintió lagrimas de frustración en las orillas de sus ojos, y se echó hacia atrás en el colchón, quedándose dormido con la ropa puesta y a duras penas.

Bastó menos de una semana para que Dean admitiera que realmente extrañaba a Cas. Pero debieron pasar al menos tres semanas antes de que le volviera a ver.

Fue completamente inesperado, en el momento en que Dean estaba concentrado cortando un pie que recién se había terminado de enfriar, ordenando las porciones en las piezas en las que lo vendían cuando la puerta se abrió repentinamente, haciendo sonar la campanilla recibidora. Dean no levantó la mirada en un buen rato, pero cuando deslizó el cuchillo por última vez encima del dulce, alzo la vista para atender al nuevo cliente cuando vio a Castiel.

El cuchillo casi se le cae de las manos, pero logró dejarlo seguro sobre el mesón de la cocina antes de meter el pie en el refrigerador de la vitrina y caminar hacia la parte frontal del recibidor, donde estaba la caja y donde estaría más cerca del chico que había llegado recién.

—Hola Dean —le saludó distraídamente Castiel, mirándole unos segundos para luego concentrarse en el reflejo del refrigerador, donde procedió a arreglarse la corbata.

No se había dado cuenta pero el otro joven estaba usando ropa formal, un traje negro sin demasiados detalles con una corbata azul y una gabardina café claro encima de todo. La corbata, de hecho, había estado mal puesta, pero con el intento de arreglarla de Castiel quedó aún peor. No podía creer que le estaba viendo después de tanto tiempo, sintió que su estomago dio un retorcijón y que las manos comenzaron a sudarle. La taquicardia era inminente y tuvo que cerrar los ojos por unos segundos, fingir estar haciendo unos cálculos importantes mientras tomaba el listado de pies que todavía le quedaba por hacer, para así poder relajarse un poco.

Cuando volvió a dedicarle su atención al otro chico, este le estaba mirando. Todo se sentía incomodo, pero al parecer Castiel estaba estresado por algo distinto, que le mantenía ajeno, o al menos no tan consiente, de las extrañas miradas y aire pesado que se había formado entre ellos.

—¿Qué pasó, Cas? —Le preguntó, y el sobrenombre se le escapo de la lengua.

Dios, pensó, se siente bien decirlo otra vez. Y hasta ese entonces no había reparado en lo mucho que había extrañado decir el nombre que él mismo le había dado a Castiel.

—Yo... —dijo, pero luego paró en seco. Se miró las manos por unos cuantos segundos y luego miró al techo —. Yo... —pero nuevamente no dijo nada. Esta vez cerró los ojos, y Dean pudo distinguir que se estaba mordiendo el interior de las mejillas, hasta que se decidió por mirarlo y dando un suspiro largó por fin se puso a hablar —. Estaba en clase, hoy. Al llegar al casillero del gimnasio reviso mi teléfono y tengo diez llamadas perdidas de mi padre, y dos llamadas perdidas de cada uno de mis hermanos.

—¿Y eso te puso muy preocupado? —Trató de ayudarle.

—¿Preocupado? —Si la voz de Castiel no fuese tan profunda él sabía que eso hubiese sonado como un chillido —, estaba fuera de mi. Pero mi padre contestó el teléfono rápidamente, y me contó que él le había pedido a mis hermanos comunicarse conmigo. Al menos eso me hizo respirar tranquilo, pero después...me dijo que nos juntaríamos acá, todos, porque tenía una noticia muy importante que dar. Llamó a Gabriel para saber si está acá para darme un poco de información, pero no contesta...y...yo no sé que sentir al respecto

El castaño estaba claramente turbado, no dejaba de moverse, ni de mover la boca, tampoco las manos. No necesitaba tomarle la presión para saber que tenía taquicardia, y que en cualquier momento podía colapsar.

—Oye, oye, tranquilo.

Levantó la puertilla que separaba el área de empleados de la zona pública y se acercó a Castiel, sin siquiera pensarlo demasiado, y le tomó con ambas manos de los hombros, obligándole a quedarse quieto y a mirarle.

—Hombre, tienes que respirar. En serio. Mira, esto es lo que vamos a hacer. Vas a contar hasta diez en tu cabeza, vas a respirar y exhalar entre números, ¿ok? , luego te irás a sentar a una butaca mientras yo te preparo un té de hierbas .

Mientras el otro chico contaba mentalmente, Dean le apretaba los hombros y  le hacía cariño con los pulgares, tratando de darle seguridad de alguna forma. Al parecer funcionó, porque cuando él chico de ojos azules murmuró "diez" y respiró profundamente para luego botar mucho aire, se veía muchísimo mejor que hace cinco minutos atrás.

—Eso es, perfecto. Ahora sí que no pareces un pez globo con retención de líquidos.

Eso hizo que Castiel diera una risa ligera, simplemente las comisuras de sus labios se alzaron, pero él sintió victoria en su pecho. Dios.

—Bien, ve a sentarte, iré en seguida.

—Me gusta el café —dijo Castiel, pero Dean le dio una mirada sebera —. Sólo decía.

—Claro que sí.

Tenía un termo lleno de agua caliente que vertió rápidamente sobre las  melisas, coló el liquido en una tetera mediana. Miró hacía donde se había sentado el otro muchacho, y al ver que todavía estaba pálido como una hoja de papel  llenó un plato con pequeñas galletas. no había nada mejor para subir la presión que azúcar.

Manejó tomar todo en una sola mano (tetera, taza, plato, cuchara, y el plato con galletas),  con técnicas de mesero que había aprendido a la fuerza en los días de verano cuando Gabriel decidía poner mesitas afuera de la panadería, y ubicó todo delante de Castiel. Ni siquiera le hablo, pensó en sentarse a su lado, pero era demasiado, incluso en su mente adormilada — que en cualquier otro momento le estaría gritando que volver a hacer miguillas intimas con el joven de pelo castaño era una muy mala idea — lo había deducido, así que se sentó al frente, sirviéndole la infusión de hierbas en la taza que había llevado y empujándole todo cerca, sin siquiera decir palabra, para que comenzara a tomarse el liquido caliente.

El silencio pareció servirle a Castiel, porque mientras sorbía de su tasa, y se comía galletas de un solo bocado, su cuerpo se fue relajando. Vio, agradablemente, como la línea tensa en la que se había transformado su espalda caía contra el acolchado respaldo de la butaca, por fin sin rigor en el espinazo. Cuando el plato de galletas ya había disminuido considerablemente el color volvió al rostro del chico de ojos azules, y después de lo podría haber sido una media hora —que a Dean se le antojó como la nada misma porque extrañaba tanto la presencia del otro joven que el tiempo parecía volar en su compañía — Castiel por fin tenía el aspecto de siempre, y no al borde de sufrir un ataque de pánico.

—Gabriel me pidió que abriera la tienda, ahora en la tarde. Me dijo que tenía que ir a recoger a tus hermanos menores a la escuela para traerlos para acá, ya que tu padre...¿estaría ocupado con Lucifer que estaba de paso en la ciudad?  —Ni siquiera él mismo parecía estar seguro de lo que estaba diciendo, pero en un intento de hacer reír nuevamente al otro, continuó —. Y yo le dije que si quería invocar al demonio podía hacerlo en el patio de la panadería, donde están las tuberías de gas.

—Lucifer es mi hermano mayor —le respondió Castiel, como quien no quiere la cosa.

Oh mierda.

—Oh mierda, lo siento —Dean no sabía dónde meterse, se rascó la nuca fuertemente en un impulso nervioso.

Pero a pesar de lo que creía Castiel le sonrió, su rostro también se había tranquilizado y sus ojos —Dios santo, ¿siempre habían sido así de azules? , no pudo evitar pensar — brillaban de una manera especial cuando le dirigió la mirada. Y luego, para su sorpresa, esa ligera sonrisa se transformó en una carcajada suave, develando sus encías y una corrida de dientes derechos, contagiándole la risa. Ambos terminaron riendo un buen rato, hasta que volvieron a quedar en silencio, pero esta vez estaba lleno de cosas sin decir.

—Gracias, Dean. Realmente no sé que me pasó, sólo me alarmé demasiado.

—No te preocupes, esas cosas a veces pasan.

Dímelo a  mí.

Realmente gracias —dijo.

Miró el plato de galletas y lo empujó más hacia el centro de la mesa, y miró significativamente a Dean para que este también comiese. Negó ligeramente con la cabeza, pero Castiel insistió. Las galletas desaparecieron rápidamente, ni siquiera pudo concentrarse en el sentimiento de culpa por haber comido tanto, y sobre todo por todo el azúcar que sabía que no tenía porque ingerir, lo sintió vago e inocuo en la parte trasera de su mente, demasiado concentrado mirando los pequeños pliegues que se formaban al rededor de los ojos del otro chico cuando este le sonreía, demasiado abstraído en tratar de que sus respiraciones fueran al mismo tiempo, al mismo ritmo, porque, ¿Cuándo podría volver a hacerlo? Sólo quería tomar, tomar, tomar  y tomar todo lo que Castiel pudiera entregarle con el simple hecho de existir. Después podría sentirse culpable de muchas cosas, incluso de eso que estaba haciendo en ese instante, mirando tan fijamente al joven de ojos azules que si fuese posible lo fundiría con su piel en ese mismo momento, o por haberse comido el plato de galletas casi entero.

Sentía que soñaba despierto, nunca agradeció tanto que las tardes fueran la peor hora para el negocio, porque significaba que podía estar casi seguro de que él y Castiel estarían solos. ¿Pero no había sido él mismo quién había empujado al otro de su vida? No importaba, realmente no importaba.

No se hablaron en ningún momento, hasta que entró una mujer a la tienda que quería hacer un encargo de pastel para la semana próxima. Mientras estaba atendiendo a la mujer llegó la familia del otro chico; Gabriel dio vuelta el letrero de la entrada, indicando que el negocio se encontraba cerrada.

De verdad era toda una caravana, trató de meterse en sus propios asuntos, ordenar todas las cajas que tenían al fondo, organizar los pedidos, pero no pudo fingir que no estaba mirando cuando entró el clon de Castiel, visiblemente más joven, pero inevitablemente parecido, entró por la puerta, acompañado de una chica pelirroja que compartía las mismas facciones que toda la familia.  Una vez Castiel estaba completamente atrapado en la tarea de saludar a toda su familia fue cuando Dean encontró el momento perfecto para salir de la cocina por la puerta trasera y encargarse de la basura.

A pesar de que botar toda la basura no tomó más de dos minutos, y que tampoco superó el límite de los diez minutos cuando se dedicó a  limpiar los baldes y paños de limpieza con la manguera del cobertizo, no volvió a entrar a la tienda; se quedó ahí, afuera y solo, con la espalda apoyada en uno de los costados de contenedor gigante de basura, todavía con el delantal de trabajo puesto, sin saber muy bien qué hacer. No quería interrumpir la conversación familiar que los Novaks estaban teniendo, pero tampoco quería volver a entrar para no poder despegar la mirada de Castiel, a pesar de todo lo que había sentido durante la semana anterior, y la previa a esa, y que todos los argumentos que se había dado a sí mismo para alejarse del chico, en ese instante todo parecía una muy mala idea.

Él quería a Castiel, realmente, y por mucho que su mente tratase de negarlo, su corazón sabía que era lo que estaba pasando. 

No sabe cuánto tiempo pasó allá afuera, pero al parecer fue demasiado porque en un momento la puerta por la cual él había salido apareció el muchacho que no podía quitarse de la mente. El otro chico le miró largamente, sin moverse de su lugar en el dintel de la puerta, y luego, decidido, cerró la puerta tras de sí y se sentó junto a Dean en el piso.

Ella solo estaba embarazada. Le comentó, y el alivio era evidente en su tono de voz —. Por un momento pensé que sería algo terrible pero...sólo estaba embarazada.

Y aun que el ambiente no estaba para ello, un amago de sonrisa apareció en su rostro, como una respuesta o un reflejo nervioso de su boca, pero Dean lo vio, y por mucho que tratase de negarlo, sintió como su pecho se llenó de una tibieza que solo podía atribuir al muchacho que estaba sentado al lado suyo.

—Eso no suena como algo malo, ¿O sí?

—Por supuesto que no, mi madre hará un escándalo, seguro, porque a pesar de los años que lleva lejos de mi padre todavía no parece comprender ciertas cosas...pero, está todo bien. Mi padre solo quería sorprendernos...no me gusta esto. —Dijo con el ceño fruncido, y mirando al piso.

Dean no pudo evitarlo y se echó a reír, quizás porque él también estaba nervioso, o lo había estado, o quizás era por el tumulto de sentimientos que estaban batallando en su interior.

—Me gustaría que mi padre dejara de buscar excusas para juntarnos a todos. Mi madre se lleva la corona, por supuesto, pero mi padre también tiene cosas que superar.

Me gustaría poder hablar tan abiertamente de lo que sucede conmigo, pero cada vez que lo pienso...ni siquiera puedo imaginarme en ese estado de vulnerabilidad, pensó Dean.

—Y me gustaría poder relegar en ti, Dean. —No sabía si Castiel había estado hablando desde antes, pero esas palabras le llamaron nuevamente a la realidad, tampoco encontró las fuerzas para mirar al chico de ojos azules a la cara, pero tragó saliva y se dedicó a escuchar —. Quiero abrazarte, protegerte, que confíes en mi. Trato de olvidarte, de dejarte ir, pero no puedo, no puedo de verdad, te necesito demasiado. Sería capaz de dejar un ejército entero por ti, si es que lo tuviera, y también dejaría que me golpearas hasta la muerte si quieres venganza, porque créeme, jamás podré dejar atrás por todo lo horrible que te hice pasar, realmente, cualquier cosa que necesites te lo puedo dar...y yo sé que viene esa nueva vida a mi familia pero...pero...

La voz de Castiel se fue volviendo vez más profunda y descontrolada, hasta que dejó caer su cabeza contra el hombro de Dean, respirando forzosamente.

—No sé si puedo...si es que podría...algo...—trató de decir Dean.

—Eso no importa —jadeó Castiel, levantando el rostro lo suficiente para mirarlo a los ojos  —. Yo solo quiero intentar. No te estoy pidiendo matrimonio, Dean, o que me vendas tu alma. Yo solo quiero quererte, nada más que eso.

El otro sentía el corazón atascado en la garganta, y la respiración comenzaba a entrecortársele, no sabía qué hacer, tenía demasiado miedo, demasiadas preguntas a pesar de que sabía que una gran parte de él mandaría a la mierda al pasado y se entregaría a los brazos del bello hombre de ojos azules, y si bien esa parte de él que no puede olvidar que fue lo que Castiel le hizo sufrir durante muchos años se encontraba adormecida por la cercanía del otro chico, no podía olvidar que esa parte de él todavía estaba ahí.

—Sí, ok.—Le respondió en un susurro, y acerco la cara en un reflejo incontrolable de besarlo.

Pero, a pesar de todo lo que había escuchado en los últimos minutos, no alcanzó a besar a Castiel antes de que su mano le impidiera acercarse más; tampoco tuvo tiempo de vociferar su molestia cuando, la misma mano que le había detenido, comenzó a acariciar suavemente su mejilla.

—No voy a besarte en un callejón oscuro al lado de un basurero, Dean Winchester —dijo el muchacho con la coz solemne y la mirada llena de afecto —, pero debes prometerme que me darás la oportunidad de que lo haga.

—Creo que ya es demasiado tarde para arrepentirse. —Murmuró Dean, tratando de que sonara afirmante .

—No —replicó Castiel, tomándole el rostro entre las manos, sin despegar los ojos de él, las palmas del otro chico se sentían calurosas en contra de sus mejillas —, así no. No es una obligación, Dean, quiero que lo hagas porque quieres, no porque sientes obligación.

Dean puso sus manos por sobre las de Castiel en su rostro, cerrando los ojos porque no podía mantener la mirada penetrante de esos ojos azules que no parecían pestañar; cerró los ojos y asintió en silencio, las manos del otro chico acariciando su cara por el movimiento.

Era una promesa.

 

 

 

Si había pensado que ese beso que habían compartido en el baño era lo mejor que podía sacar del otro chico, estaba completamente equivocado .

Sabía que su último encuentro sexual había sido hace mucho tiempo con Lisa, y a pesar de lo que la gente suele decir de los jóvenes hormonados, jamás se había considerado una persona con demasiado libido, pero ahora, sentado encima de Castiel, restregándole el culo en contra del bulto de los pantalones, mientras él le tenía una mano enterrada en el pelo —porqué después de que había descubierto que gemía espectacularmente, y se calentaba en un instante con un buen tirón de pelo, no había chance que Castiel olvidara ese detalle — y la otra metida por debajo de la camisa con su pezón izquierdo atrapado entre dos de sus dedos, mientras se devoraban la boca con avidez.

Todo el pánico que había sentido durante toda la semana previa a su cita con  Castiel, que parecía estar cerrándose con broche de oro, estaba completamente olvidado mientras se perdía en el calor del cuerpo del chico de ojos azules, demasiado preocupado en lo bien que se sentía todo eso como para rememorar el terror que había sentido sintetizado en una sola palabra.

Dean, a pesar de todo, se consideraba una persona valiente en los aspectos mundanos, teniendo que enfrentar el miedo a sus monstruos para poder entregarle soporte a su hermano pequeño, la oscuridad y los ruidos nocturnos habían dejado de ser problema, al igual que las películas de terror y cualquier tipo de chorradas de esa índole; pero las manos le habían temblado y pensó que se iba a caer de culo de la cama cuando —en la noche, con todas las luces apagadas y en la pestaña incógnita del navegador de su celular— había buscado el artículo de wikipedia sobre la bisexualidad.

Bisexual.

Era más simple de lo que se esperaba pero al mismo tiempo tan complicado para él que el sólo escuchar el inicio de cualquier palabra bi le hacía sentir escalofríos. No quería enfrentarse todavía a eso, pero, después de casi sentir que se moría por no besar a Castiel en la suciedad del basurero, sabía que tenía que confrontar el asunto.

Un fuego a la vez, era el lema que solían decir sus compañeros de universidad cuando empezaban las tandas de certámenes, y, después de esa tarde de confesiones en el confort del callejón trasero de la basura de la tienda, este era el primer incendio que se venía.

Una simple e inocente cita había desencadenado un asunto de identidad sexual más grande de lo que se había esperado, ya que buscar una selección que se acomodara a las características que le había dado a sus gustos personales no era difícil, lo complejo era la comodidad dentro de la definición, y Dean Winchester no se sentía para nada cómodo. Aun que si era realmente sincero la cita no había desencadenado nada, él siempre había convivido con ese pequeño debate en su mente, solo que siempre había tenido una escusa para no prestarle atención.

Y por supuesto que después de una seguidilla de intentos fallados de seguir buscando información en internet y reflexionar sobre el asunto, no terminó sacando nada.

Bien, no le había ido muy provechoso en el tema de enfrentar la situación, pero el asunto de ponerse nervioso sobre todo lo que se relacionara con Castiel lo iba manejando perfectamente, al punto que en la madrugada del día en que Castiel y él habían acordado juntarse para salir no podía dormir nada de los nervios. Se preparó con casi diez horas de anticipación, y a pesar de que nadie sabía de sus planes y estaba más que seguro que nadie preguntaría en su casa, no podía evitar andar sigiloso y revisando dos veces absolutamente todas las cosas. Estaba tan ansioso y pendiente de mirar la hora que se sorprendió cuando su celular empezó a sonar y Castiel, con su voz profunda pero extrañamente suave, le avisó que estaba afuera de su casa.

Bisexual, resonó nuevamente en su cabeza cuando sintió una punzada de deseo al ver al otro chico: jeans negros, camisa azul de mezclilla, había peinado su cabello ligeramente hacía atrás, haciendo que la cara le quedara más despejada y que sus ojos resaltaran gracias a susodicha camisa. En una mano tenía un ramo de flores, y en la otra una bolsa gigante de basura.

—Hola, Dean. —Dijo como siempre, tratando de mantener la cara seria pero él podía ver el ligero amago de sonrojo en sus mejillas.

—Uh...hola. ¿Vienes a sacarme la basura de casualidad?

Castiel frunció el ceño y miró la bolsa que tenía en la mano, luego miró a Dean y abrió la boca, como si quisiese decir algo, pero no dijo nada, volviendo a juntar los labios y dirigiendo su mirada nuevamente a la bolsa.

—No, pero puedo hacerlo si es que quieres.

Dean no pudo evitarlo y se echó a reír, negando suavemente con la cabeza, aliviado de que la gracia del asunto le ayudó a liberar un poco de nervios.  

—Lo decía por la bolsa para la basura que traes.

—Oh...—susurró, todavía sin moverse ni un milímetro mientras Dean se apoyaba en el dintel de la puerta, observándolo —, no, lo siento, mis habilidades sociales están un poco "oxidadas. —Respondió, haciendo las comillas con los dedos de sus manos a pesar de las cosas que cargaba.

Eso le produjo más gracia a Dean, y se dejó reír alegremente, apoyando la cabeza contra la madera del marco de la puerta, así se sentía mucho mejor.

—Son solo los regalos que jamás pude entregarte, y pensé que sería buenos que los tuvieras, son tuyos.

Y sin más, avanzó rápidamente hasta la puerta y le pasó todo, empujándoselos hacia el pecho.

Dean tendió a arrebatarse un poco, pero la costumbre de estar con un niño pequeño y un padre borracho le hizo reaccionar rápidamente. Recuperó el porte y, tomando delicadamente el ramo de flores mezcladas abrió la bolsa: efectivamente, adentro había por lo menos treinta de aquellos regalitos que Castiel solía dejar en su casillero o en las afueras de su casa. Sintió como el corazón se le expandía ligeramente, y ahora era él quién tenía el sonrojo en los cachetes de la cara. Se mordió el labio en un intento de controlarse, y sin poder evitarlo, miró directamente al otro muchacho.

—Gracias, Cas —murmuró.

—De nada, Dean. Ahora vamos, no quiero salir tarde en nuestra primera cita.

Y esa maldita frase no debió haber entibiado tanto el alma de Dean, no debió.

Al final Castiel le llevó al museo, y antes de que Dean alcanzara a quejarse de lo aburrido que era eso pudo ver que en uno de los salones había una exposición de autos clásicos. Fue muy divertido, estaba lleno de autos preciosos y de gente que realmente sabía de lo que hablaba en cuanto a carros respectaba, incluso tenían un impala, pero de color rojo, que jamás podría compararse con su bebe, pensó Dean, pero no le dijo eso al orgulloso dueño del chevy rojo. Después de pasar casi dos horas ahí adentro, Castiel le tomó delicadamente de la mano y se lo llevó a caminar por el parque se rodeaba al museo de la ciudad, y caminando, hablando de nada y disfrutando la tarde, llegaron a pie al restaurante italiano donde Cas quería comer esa noche

Pero estaba repleto, así que Dean, en un acto que no sabía que tenía dentro suyo, le sugirió a Castiel que pidiera las cosas para llevar y que se fueran a cenar a la casa con una buena película en el televisor para hacerles compañía. Ese plan se fue a fiasco de inmediato, o al menos la mitad de él, porque dentro de los muchos impulsos que había tenido Dean en esa noche —como aceptar que Castiel le tomara la mano durante toda la caminata, como invitarlo a la casa a pesar de que solo estaban ellos dos — le lanzó su duda existencial.

—No sé si soy bisexual. —Balbuceo, todavía con pizza dentro de la boca.

Y quizás era un acto de venganza, Castiel había resuelto tantas trancas de niñez desquitándose con él que quizás era el momento oportuno de él para sacarse todo lo de adentro, pero desechó el asunto de inmediato, no es que quisiera una recompensa, no, a pesar de lo mucho que tratara de hacerse creer eso, porque si ese fuese su fin principal, jamás hubiera evitado que Michael de la universidad moliera al otro a golpes, él quería otra cosa, y Castiel hacía que todo eso viviera en un tumulto nebuloso en su interior, pero ahora estaban en eso juntos, y él necesitaba más que todo —tal vez realmente para asegurarse de que el otro muchacho estaba efectivamente, y no como una especie de broma enferma, a su lado — que el otro le ayudara a entender qué eran, y de provecho, qué era él.

Por unos segundos pensó que las había cagado monumentalmente, estaba dispuesto a pedir perdón por la sandez que había dicho, pero entonces sintió la mano de Castiel, grande y cálida, sobre su rodilla derecha.

—Yo no sé mucho de eso, o de varias cosas, realmente. Mi papá dice que tengo la cara de alguien que ha vivido muchos años, pero la verdad es que sólo tengo 19 , y probablemente no sea la mejor persona para ayudarte, pero eso que te cuestionas no tendría por qué hacerte sufrir, o hacerse sentir acomplejado. Sé que es importante por el sentido de identidad, pero la sexualidad no es una línea recta, a pesar de lo que otras personas puedan pensar. Te encontrarás a ti mismo, Dean, con tiempo, o quizás más rápido de lo que piensas, pero creo que debes disfrutar el viaje, y si quieres disfrutarlo conmigo Dean....ya no estamos en la parte de al lado de un basurero...

Fue toda la invitación que Dean necesitaba, y, casi tirándosele encima, le besó en la boca.

Así fue como terminaron frotándose en el sillón.  

La sensibilidad de sus pezones era un descubrimiento nuevo, un grato y sorprendente nuevo hallazgo que le hacia retorcerse contra el regazo de Castiel y desear que su boca —esa que parecía imposible de despegar de la suya, con su lengua cadenciosa acariciándole húmedamente y los dientes que daban la sensación de morderle en mil partes a la vez — estuviera donde estaban sus dedos en ese minuto, apretando y retorciendo su tetilla con frenesí.

Eran tan bueno que pensaba que podía correrse así todavía dentro de los pantalones, sin nada, con los besos de Castiel, la presión ligera sobre su pene y la sensación de la dureza del otro en contra de su culo; fue la sensación delirante que le hizo recordar que estaba a punto de tener un orgasmo en el salón de su casa.

Paró en seco, echándose hacia atrás, rompiendo el hechizo que se había formado entre Castiel y él.

—Deberíamos calmarnos. —Sugirió, sin saber muy bien qué haría si el otro chico le decía que no, que quería seguir, y las imágenes del momento que compartieron en el baño embargaron su cabeza y sabía que solo bastaban unas cuantas palabras del otro chico para que se bajara los pantalones y se follaran ahí mismo.

Castiel no dijo nada, pero asintió con silencio, sin abrir los ojos, desenredando las manos de donde las tenía perdidas en el cuerpo de Dean y posicionándolas delicadamente sobre su cintura, empujándolo ligeramente de encima de él, para que se sentara más en sus rodillas. Sintió una ola de pánico al recordar que era él, Dean gordo Winchester, sobre Castiel, y que le estaba aplastando y que el otro podía sentir todo su peso y su grasa encima, pero cuando trató de quitarse, Castiel no le dejó, afirmándolo fuertemente en contra de sus rodillas.

—Si hemos parado, Dean, pero me gusta tenerte cerca. —Declaró tan fácil como respirar.

Todo en Dean se desmoronaba, pero el ángel que parecía haberlo llevado al infierno, lo estaba sacando de allí.

 

 

 

Tres meses.

Eso era lo que llevaban saliendo con Dean, y se le hacía como agua entre los dedos. Tres meses saliendo, de casi verse todos los días, no sabía como el otro chico no estaba asteado de él pero Castiel podía prácticamente dormir al lado de Dean por el resto de su vida y aún así vivir con ganas de verlo a todas horas.

Al principio solo eran Dean y él, sin familias involucradas, pero cuando la fecha del mes juntos se iba acercando, las cosas empezaron a cambiar.

Por todo lo que había oído pensaba que John Winchester sería una especie de criatura con dos cabezas, pero era un simple hombre con un pasado terrible que había sobrellevado una adicción, y las cicatrices de esa batalla estaban marcadas en cada una de sus acciones; pero no parecía reaccionar a este "nuevo amigo" que parecía haberse un segundo hogar en su casa, y si sospechaba de algo de su relación —que mantenían en silencio hasta que Dean se sintiera cómodo con todo el asunto—, no decía nada, se había dedicado a aprender su nombre para no llamarle "chiquillo" cada vez que le abría la puerta.

Sam Winchester era todo lo que su hermano siempre hablaba de él, un genio sin dudas, Castiel no tardó nada en caer en gracia con el más joven de los Winchester, y si bien había un poco de recelo por lo que había pasado en la escuela, solo bastó un viernes por la tarde de Mario kart en la WII para que todo quedara atrás.

Presentarle a Dean era casi inútil, puesto que las personas que le importaba que supieran de su existencia ya le conocían desde hace bastante tiempo, y a pesar de que se moría porque todo el mundo se enteraba que el maravilloso y perfecto Dean Winchester estaba saliendo con él, respetaba su decisión y le decía a su familia que simplemente se había hecho amigo del otro chico.

Estaba en tal sincronía con Dean que había empezado a dejar el celular en casa, porque ya no lo necesitaba, además, así tenía una excusa para lidiar menos tiempo con su madre, y ahí, en la confianza, llegó su error.

Eran eso de las seis de la tarde cuando llegó a su casa, se había pasado la tarde temprana sin clases echado en el sillón de los Winchester con la cabeza apoyada en el regazo de Dean, mientras este le hacía cariño en el pelo y en la incipiente barba que se había dejado por flojera, viendo un documental de abejas; no pensaba en nada, su casa estaba demasiado silenciosa, pero cuando escuchó el apagado ruido de la televisión prendida en la habitación de su madre se relajó. Fue cuando entró a su cuarto y encontró la luz encendida y a su madre sentada en la silla de su escritorio con su teléfono en las manos cuando sintió que algo no estaba bien.

—¿Me puedes explicar que es esto, Castiel? —Cuestionó con la voz severa, mientras le mostraba la pantalla del aparato con un mensaje de texto.

Mierda, pensó Castiel.

—No es de tu incumbencia, madre.

—¡Castiel! —reprendió inmediatamente.

—¿Qué sucede acá? —La voz de Uriel desde la puerta de su madre —. Hablándole a tu madre así, Castiel, es como si no hubiera disciplina en esta casa. Pero nunca es tarde para una lección.

Mierda


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