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I will show you por YumE MusuMe

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Ed, Edd & Eddyno me pertenece. Es propiedad y creación de Danny Antonucci.


Había escuchado que hacer cosas de forma desinteresada era el comienzo de la humildad. A él nunca le había importado la pretensión, mucho menos la pose. No era como que quisiera pasar a la historia como el seguidor de la Madre Teresa de Calcuta, pero sí le gustaba la idea de poder ayudar al prójimo, a quien necesitase de él. Ésa fue la principal razón por la que  comenzó a alejarse de sus amigos.

 

Durante la escuela secundaria, se dedicó a dar asesorías todos los días, repartiendo cada asignatura entre su horario. Por las tardes, después de las asesorías, acudía al asilo de ancianos los martes y los jueves; los lunes y viernes, a la casa hogar; los miércoles y los sábados, al refugio de animales; los domingos se dedicaba a estudiar ampliamente. Básicamente, ya no tenía tiempo para él mismo y mucho menos para el resto de “los Ed’s”.

 

Al entrar a la preparatoria, tuvo que cambiar muchas de esas actividades, por ejemplo, las asesorías eran sólo si las solicitaba algún profesor o compañero, mas no permanentes. Por otra parte, redujo su jornada en los sitios que visitaba, acortándolo a sólo un día a la semana y con menos horas, pues las tareas, trabajos y estudios eran más pesados –incluso– para él. Llevaba ya dos años así y ya iba por el tercero.

 

Era el primer día de clases de su último año y estaba a nada de entrar a la universidad. Era ése el año en el que tenía que tomar la decisión de qué y dónde querría estudiar. También era el momento de los alumnos de cumplir con su servicio social, pero eso no implicaba un problema para él, ya que las visitas que hacía por las tardes y las asesorías lo libraban de cualquier clase de presión. Al final, él lo hacía porque quería, así que muy lejos de volverse una obligación, era incluso reconfortante.

 

Esa mañana, como todas las demás, despertó, tendió rigurosamente su cama, tomó un desayuno ligero, pero completo, lavó su rostro y se vistió como lo había hecho desde mediados de la secundaria: Pantalón de mezclilla, polera anaranjada, zapatillas negras deportivas y su inconfundible gorro negro con líneas blancas a los costados. Justamente a las 7.15 de la mañana, el autobús pasaba frente a su casa para llevarlo a la preparatoria. No era que pasara sólo por él, sino que el punto de reunión era afuera de su hogar, así que sólo tomó sus cosas a la hora indicada y salió a esperar el transporte.

 

Probablemente, ése era el único momento en el que convivía con sus dos mejores amigos, así que siempre procuraban estar puntuales para poder charlar. Ahí estaba ya su amigo más alto, esperando con la clásica expresión tonta a que sus amigos llegasen.

 

–¡Saludos, Ed! –Dijo con alegría, mientras levantaba una mano.

 

–¡Hola, doble D! –Agitó sus manos con fuerza. –¡Ahí viene Eddy! ¡Hola, Eddy!

 

–Hola, tontos. –Al parecer no estaba de muy buen humor. Era mejor no decir nada. Los años le habían enseñado que un Eddy enojado era peligroso.

 

–Oye, Eddy, no luces muy bien. –Dijo el Ed más alto.

 

–No me digas, genio. –Gruñó subiendo al autobús que recién llegaba. Los otros dos lo siguieron después de encogerse de hombros. No valía la pena hablar con él en ese momento, ya les diría él porqué estaba tan furioso.

 

El camino fue normal: hablaron de tonterías, de planes en los que Doble D no podía participar por sus múltiples actividades, reproches hacia el más listo de los tres. Todo pasó tan rápido, como había sido durante los últimos cinco años. Quizá era la distancia lo que lo hacía apreciar cada vez más a sus amigos, que sin importar lo que pasara, estaban ahí para él.

 

Llegaron a la escuela y se dirigieron, como el resto de los estudiantes, a sus casilleros. Edd se apresuró a dejar sus cosas, tomó lo que necesitaba. Miró su horario una vez más: alemán. Era una optativa, no era obligatoria, pero a él ya no le llamaba la atención tomar el mismo idioma que venía estudiando desde la escuela elemental (1) así que se inscribió a una lengua distinta. El año escolar anterior había intentado reinscribirse a latín, pero para su mala suerte ya no habría grupo, así que se vio obligado a escoger entre italiano y alemán. Al final, optó por la segunda.

 

Éste era ya su segundo año. No había aprendido mucho en clase, pero como era él, terminó estudiando por su cuenta y llegando hasta el siguiente nivel. Probablemente todo lo que vieran en ese ciclo escolar, él ya lo sabría. A veces se preguntaba por qué había decidido estudiar eso y no italiano, pero luego lo recordó: El capitán del equipo de americano estudiaba alemán.

 

Entró al aula, tomó asiento justo frente al escritorio del profesor. Al parecer, este año sería una maestra de nombre Serpil Seraltin. Acomodó sus cosas de forma ordenada, casi obsesiva, y esperó mientras repasaba las desinencias del dativo. No era como que no las supiera, pero más valía repasar.

Escuchó un conjunto de risas y gritos alocados. ¡Oh, no! Comenzó a mover las manos nervioso mientras mordía su labio inferior. Era el equipo de football y eso sólo significaba que la razón de sus distracciones estaba ahí. Miró de reojo la puerta: Ahí estaba Kevin, caminando justo en su dirección. De ninguna manera le hablaría, no. No había ninguna razón por la cual tuviera que mirarlo siquiera. Apretó los ojos esperando a que algún saludo o insulto se dirigiera hacia su persona, pero nada. Abrió lentamente los orbes cyan y notó que no había nadie ahí. El pelirrojo había cruzado el salón y se había sentado hasta atrás, en la esquina izquierda.

 

Suspiró.

 

¡Claro! ¿Por qué imaginó que el otro se habría fijado en él o en su existencia? Recordaba que en la secundaria era la víctima de sus abusos, pero no más. Ya habían pasado dos largos años en los que no hablaban. A veces rogaba porque esos días volvieran, incluso si sonaba masoquista. ¿Por qué? Bueno, justo al cumplir los quince se percató de lo mucho que le gustaba el otro. No sólo le gustaba su físico, sino que su forma de ser le parecía admirable. Claro, no era como que disfrutara que lo tratara mal, pero al menos en ese entonces, el otro notaba su presencia, ahora sólo era un fantasma en su camino.

 

–Guten Morgen! –La maestra hizo actos de presencia y los alumnos que esperaban afuera tomaron su lugar. Era una maestra rubia, no muy alta, pero no muy bajita, sus ojos eran azules y su tez sumamente blanca.

 

–Guten Morgen! –Se escuchó desde la esquina izquierda un cuchicheo, pero la maestra era esbelta y muy joven, no pasaba de los veintiséis años, así que no le sorprendía que el equipo entero se hubiera fijado en ella. Claro, seguro ese era el tipo de mujer que Kevin quería.

 

–Yo soy su profesora de alemán II. –La profesora hablaba con un acento gracioso, pensando lo que quería decir. Probablemente era alemana y aún no se acostumbraba al español. –Ich bin ihre Deutschlehrerin. Serpil Seraltin. –A la profesora le gustaba decir las cosas en español y, posteriormente, en alemán. –Vamos a hacer un… Diagnosetests. (2)–Movió las manos desesperada, a lo que hubo unas risas desde el fondo del salón. Probablemente no sabía cómo decir eso en español. –Para ver cómo está su alemán, OK?

 

-OK! –Se escuchó por todo el salón. La profesora le entregó a Edd unas hojas para que las repartiera. Cuando llegó a donde el equipo de americano estaba, sintió miedo. No al insulto, sino a la indiferencia.

 

–Gracias, Cabeza de calcetín. –Dijo uno de los defensivos. El resto, excepto el pelirrojo, se echó a reír.

 

–D-de nada… –No se reunía todo el equipo. Básicamente sólo eran Kevin, que era el quarterback, el defensivo y tres gorilas más, de esos que se creen las súper estrellas. Al llegar con el mariscal del equipo sintió que los intestinos se le saldrían por la boca y su inconfundible tic se hizo presente. Se mordió los labios y le entregó la hoja. –Aquí tienes, Kevin.

 

–… –No dijo nada, pero sí lo volteó a ver con seriedad. ¡Diablos! ¿Acaso lo había descubierto? Bueno, al final, no es normal que te miren todo el tiempo, ¿o sí?

 

Se alejó con pasos acartonados y terminó de repartir los exámenes. Tomó su lugar y esperó a que la profesora les diera la señal para iniciar. Era un examen muy sencillo para él, así que lo terminó en unos minutos, incluso le dio tiempo de revisarlo tres veces, entregarlo y ponerse a leer sobre los Scriptoria. (3)

 

La profesora recogió los exámenes al final de la primera hora de las que estaba compuesta la clase, dejando libre el resto para calificar y hablar sobre el temario. Para que no se descontrolaran, le entregó una hoja a una chica para que lo copiara en el pizarrón y así lo hizo. Todos se apresuraron a copiar el contenido del curso.

 

La clase se fue rápido y pronto la maestra detuvo a todos para que recogieran sus exámenes, uno por uno, diciéndoles sus errores o felicitándolos, según fuera el caso. Al final, sólo quedaron Edd y el pelirrojo. El equipo se había ido a tomar un refrigerio mientras empezaba su siguiente clase, así que no esperaron a su líder.

 

–¿Kevin? –Lo llamó la profesora, ya que seguía sentado hasta el fondo. –Siéntate por favor junto a… –Miró el examen del de cabellos azabache para poder recordar su nombre. –Eddward, ¿no?

 

–Está usted en lo correcto, profesora. –Dijo con alegría. Momento. ¿Junto a Eddward? ¡No! No pudo evitar crisparse al percatarse de eso. Ahora tendría que estar junto a él. ¡No! Sintió que la sangre se le subía a la cabeza cuando escuchó al otro caminar hacía su lugar. Empezó a jugar nervioso con sus dedos, esperando que el otro no lo notara.

 

–Kevin, tu examen fue el peor. –Se lo mostró la rubia. Estaba incluso incompleto. El pelirrojo desvió la vista, pues en el fondo se sentía muy avergonzado. –Por otro lado, el de Eddward fue el mejor. –Era un examen impecable, ni un solo error, falta ortográfica o de puntuación. –Creo que para que puedas seguir, deberías tomar asesorías.

 

–Pero profesora… –Chistó el deportista, pero fue callado de inmediato por la voz de la maestra.

 

–De lo contrario, tendré que reprobarte y enviarte a alemán I. –Los dos pasaron saliva. Era una idea muy aterradora. Eso implicaría no entrar a la universidad el año entrante. –¿Eddward, le darías, por favor, después de la escuela clases?

 

–¡¿Yo?! –Miró a Kevin, que no parecía muy feliz. –Cl-claro, será un honor.

 

–Entonces, pónganse de acuerdo, por favor. –Hizo un ademán para que hablaran entre sí.

 

–¡Ah! –El pelirrojo suspiró molesto. Había estado callado, sin mirar al otro, con los brazos cruzados. –¿Saliendo de la escuela en mi casa, Doble tonto? – Era imposible que la maestra entendiera de qué hablaba.

 

–¡Negativo! –Movió la cabeza. –Hoy voy a la casa hogar al terminar las clases, Kevin. –Pensó un poco, llevando su mano hasta la boca. –Puede ser más tarde, aproximadamente a las dieciocho horas.

 

–¡Está bien! –Así que aún iba a esos lugares. ¡Ja! Creía que su etapa de buen samaritano había terminado. Qué sorpresa.

 

–Todos los días se reunirán, entonces, a las seis de la tarde, ¿correcto? –Preguntó la maestra.

 

–Los martes y los jueves tengo entrenamiento. –Gruñó el mariscal.  –Llegaría una media hora tarde.

 

–¡No hay problema, Kevin! – Dijo con una sonrisa, dejando ver la ranura entre sus dientes. No había arreglado ese defecto porque prefería gastar el dinero que tenía en ayudar en la casa hogar o en el refugio de mascotas. A veces les llevaba dulces a los ancianitos.

 

–Espero que cumplan con el horario o tendré que sancionarlos a los dos. –¡Eso era injusto! Edd no era precisamente culpable de que el otro fuera un idiota.

 

Ambos asintieron y sin decir nada, el pelirrojo salió corriendo del lugar. Doble D miró como se marchaba, tratando de averiguar cómo es que se había metido en ese embrollo. Suspiró y caminó hasta su siguiente clase. Más valía llegar temprano.

 

Kevin, por su parte, había recordado que había recibido una carta del orientador de la escuela, diciendo que quería verlo el primer día de clases. Sus amigos no debían enterarse de eso, ¡qué vergüenza! Aprovecharía el poco tiempo que le quedaba libre para poder verificar de qué se trataba.

 

Llegó a la dichosa oficina, tocó y el profesor de inmediato lo hizo pasar. Era un señor de bigote, medio calvo, vistiendo una camisa y un pantalón de vestir. Le ofreció asiento con la mano, sin decir nada aún.

 

–Así que, recibiste mi memorándum, Kevin. –Era el quarterback, claro que lo conocía.

 

–¿Qué pasa? – Preguntó sin mucho interés.

 

–No has realizado tu servicio social, aún. –El pelirrojo abrió los ojos de par en par. ¿De qué diablos hablaba? –El primer año solicitaste la beca de la escuela y no has cubierto el servicio.

 

–Pero si tengo la beca de deportista. –Eso era ridículo. ¿Cómo podía ser eso cierto? Lo habían timado. Eso explicaba por qué nadie pedía nunca ninguna beca.

 

–Dado que en el primer año estabas a prueba, no cuenta como beca deportiva. –Miró molesto hacia todos lados. ¿Y ahora? –Te pido que escojas un lugar donde quieras cubrir cuarenta horas de servicio. Puede ser en la cafetería, en la casa hogar, en el hospital, en el asilo de ancianos, donde quieras.

 

–Yo… –¿Había dicho la casa hogar? Ése era un buen lugar. –La casa hogar.

 

–¿La casa hogar? –No parecía la clase de persona que fuera bueno con los niños.

 

–Sí, ya sabe, quiero mejorar mi trato y paciencia hacia los niños. –Lo miró impávido. No sonaba realista, pero si así lo deseaba.

 

–Te haré entonces la carta para que la presentes allá. –Se giró hacia su computadora y comenzó a teclear con velocidad. Era sorprendente, no parecía la clase de personas que sepan usar un ordenador. –Ellos te darán otra carta que debes devolverme en la semana.

 

–Muy bien. –Asintió un par de veces, mirando al mayor escribir en el escritorio. Se cruzó de brazos y sonrió de lado. Eso sería interesante.


Notas finales:

 

(1)    Normalmente, en México, estudiamos inglés desde el kínder o la primaria, así que en este caso, suponiendo que hablan español, vendría a ser inglés, pero dado que la caricatura es americana, no sabría qué poner como idioma materno.

(2)    Examen diagnóstico. Exámenes que te realizan para verificar tus niveles o estándares de ciertos conocimientos.

(3)    Plural de Scriptorum, lugar donde los monjes medievales se dedicaban a realizar las copias de los manuscritos. Normalmente eran habitaciones con lo básico para llevar a cabo su tarea. 


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